El Que Cree Ve Granados José
El Que Cree Ve Granados José
El Que Cree Ve Granados José
el que cree ve
en torno a la encíclica
lumen fidei del papa francisco
Prólogo de
Olegario González de Cardedal
Monte Carmelo
Sumario
Prólogo
Olegario González de Cardedal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
1. El que cree, ve: la lógica de la fe es la lógica de los sentidos
José Granados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
2 “Se cree con el corazón”: la fe que genera realidad
José Noriega . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
3. La fe que camina
Carlos Granados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
4. El que cree nunca está solo
Luis Granados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
5. La fe, luz a través de vidrieras
Luis Sánchez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
6 La fe genera vida
Juan de Dios Larrú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
7. El que cree dice “para siempre”
Leopoldo Vives . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
8. Construyendo esta ciudad de los hombres:
la luz de la Fe y el bien común
Ignacio de Ribera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
1.
El que cree, ve (LF 1). Solo quien cree, ve. El que no cree
no ve.
Podría resumirse así el contenido de Lumen Fidei. La Encí-
clica rompe de este modo con una representación clásica de la fe
como una mujer ciega, vendados los ojos, que puede aun obser-
varse en algunas de nuestras iglesias. La metáfora de la luz ayuda
a la fe a salir de los escondrijos ocultos de la conciencia privada,
donde había encontrado un refugio seguro pero esterilizante, pa-
ra exponerla al mundo concreto donde los hombres viven, tra-
bajan, sufren, dan fruto. Unida a la luz, la fe puede mostrarse,
compartirse, contagiarse como de una llama a otra, alumbrar y
calentar todos los espacios de la vida. Resulta así lo contrario de
una opción alocada, de un deseo bello pero injustificable, de una
emoción irracional, de un salto en la noche...
Ahora bien, es fácil reducir la fuerza de estas palabras, aguar
su vino. Basta interpretarlas como alegoría, símbolo, manera de
hablar. El que cree ve, sí, claro: ve con “otros” ojos, ve “otra”
realidad que está más allá, ve lo que los demás no alcanzan a
ver, aun cuando miren. ¿No es cierto, como decía aquel poeta
francés, que “lo esencial es invisible a los ojos”? Ver con los ojos
de la fe, se concluye, es fácil: el primer paso consiste en cerrar los
ojos del rostro.
Como antídoto ante la tentación de leer así la Encíclica, pro-
pongo volver al sentido literal de esta frase: la fe ve, en primer
lugar, con estos ojos de carne, ojos con pupila e iris, que pueden
mirar fijamente o estar idos, que se sumen en el sueño o se des-
velan sin remedio. Chesterton había hablado a este respecto del
místico cristiano que, al contrario del budista, tiene siempre los
ojos abiertos de par en par (Chesterton 1959: cap. VIII). Con estos
ojos del cuerpo, no con otros, comienza a ver la fe. Las razones
de la fe están ligadas necesariamente a la lógica de los sentidos:
las de la vista, el tacto, el oído, olfato o gusto. La Encarnación,
podemos decir, no es solo aquello que la fe cree, sino también el
método mismo de la fe, su forma, su lógica. El hombre de fe es
aquel que descubre que lo esencial se hace visible a los ojos.
He aquí una forma para proponer de nuevo la alianza entre
la fe y la razón. Esta se presenta ardua, no solo porque hemos
desfigurado la fe, sino también porque tenemos un concepto
pobre y frío de razón: una razón autónoma, interior, que busca
sus convicciones sobre lo bueno y malo en la subjetividad aisla-
da. Esta es la razón que recomendaba Descartes, precisamente
cuando se proponía mostrar la existencia de Dios y describir su
ser, en su Meditación tercera: decide cerrar sus ojos, obstruir sus
oídos, apartar de sí todo lo sensorial para discurrir “me solum
alloquendo”, hablando solo conmigo mismo (Descartes, Medita-
tiones de prima philosophia, III). Machado le refutó en verso: “En
mi soledad / he visto cosas muy claras / que no son verdad”. La
razón sensorial, la razón que se arraiga de nuevo en el mundo y
que nos abre así al encuentro con los otros, es la única que puede
EL QUE CREE, VE: LA LÓGICA DE LA FE ES LA LÓGICA DE LOS SENTIDOS 31
Cuando he dicho que creer es ver con los ojos del rostro,
mi intención no es, ni mucho menos, denigrar la fe, rebajarla a
asunto terreno y pasajero. Se trata, por el contrario, de ensalzar
el segundo término de la ecuación: “el que cree, ve”. Es decir, hay
que recuperar la hondura de la visión ocular, su penetración, su
poder para introducirnos en lo real y para abrir horizonte y cami-
nos. Es necesario, por eso, no solo explicar qué significa “creer”,
sino también qué significa “ver”.
34 EL QUE CREE VE
b) Dejarse mirar
Descubrir una mirada, hemos dicho, es el primer paso hacia
la fe, porque es el primer paso para aprender a mirar. En realidad
debemos ahora retroceder un poco, a un escalón anterior. Pues
hay un momento más originario que nos permite mirar la mirada:
EL QUE CREE, VE: LA LÓGICA DE LA FE ES LA LÓGICA DE LOS SENTIDOS 37
para saber mirar, antes hay que dejarse mirar. Decía Antonio Macha-
do: “el ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas. / Es ojo porque
te ve”. Si no me dejo mirar por la mirada, no acepto entrar en
el círculo de luz abierto por ella, entonces no puedo tampoco
“ver” bien la mirada: intento cosificarla, controlarla, pero así la
humillo y, al final, dejo escapar su misterio. Esta es la experien-
cia de los grandes pintores que, ante el paisaje que les inspiraba,
decían sentirse mirados por la natura y las cosas (Merleau Ponty
1969:131-133).
Dejarse mirar es señal de confianza. Por eso la confianza
es esencial para la fe. Quien confía, quien se deja mirar, ese
empieza a ver. En consecuencia, saber mirar un rostro, leer lo
que hay en él, solo es posible si el rostro se nos abre en libertad,
si en libertad lo acogemos. El Papa Francisco afirma que hay un
nexo entre verdad y amor, que la luz de la fe es “luz del amor”
(LF 37). Pues bien, este nexo se fragua ya en la visión, en el
cruce de las miradas de quienes se aman. Solo quien mira en el
amor puede ver lo que tiene ante sus ojos, cuando lo que tiene
ante sus ojos es un rostro personal. De este modo, aprende a
conocerse a sí mismo a partir de su mirada sobre el otro, tal y
como decía Max Scheler citando al poeta Schiller: “Si quieres
conocerte a ti mismo, mira cómo se comportan los otros; / si
quieres conocer a los otros, mira dentro de tu propio corazón”
(Scheler 1973: 244).
6. El salto de la incredulidad
relación con Dios, esta se fragua siempre en contacto con los mis-
terios del Hijo encarnado, y así nos lo dice en el capítulo XXII de
su Vida: “quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e
imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como
yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento,
ni un hora, que Vos me habíades de impidir para mayor bien?
¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos? [...]
Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y
que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta
Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita.
Muy, muy muchas veces lo he visto por expiriencia: hámelo di-
cho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar,
si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos”
(Santa Teresa 1915: 167-169).
Bibliografía
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