Como Cortejar A Una Dama Renuente - Sabrina Jeffries PDF
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CÓMO
CORTEJAR A
UNA DAMA
RENUENTE
Hellions of Halstead Hall 3
A las maravillosas personas que ayudan a cuidar de
mi hijo autista cuando no está en la escuela, permitiéndome escribir mis libros: mi
maravilloso esposo, Rene; nuestros muy sufridos canguros, Mary, Ben y Wendell; nuestra
sensata trabajadora social, Greta; y nuestra siempre útil agente de enlace, Melissa.
¡Muchas gracias a todos por lo que hacéis!
ARGUMENTO
Oh, yo sé que ella dice que no quiere casarse, pero eso son puras majaderías. Veo
con qué envidia observa a sus hermanos recién casados cuando no están mirando. A
pesar de que es un poco obstinada, todavía sería una buena esposa para un
caballero… Y la vida nunca sería aburrida con Minerva.
¿Pero esto la anima? No. En su lugar escribe sobre sangre, villanos y muerte. Tal
vez yo debería encontrar algún espía malvado para llevarla a un castillo
desmoronado. Eso podría atraer a la mocosa, aunque podría dar a Gabe y Celia las
ideas equivocadas sobre el matrimonio.
Sin embargo, Estoy un poco alarmada porque el señor Giles Masters respondió a
su anuncio. Parece inclinado a tenerla…Y él es el único hombre con el que la he visto
responder con algo más que indiferencia. Es una lástima que sea tan sinvergüenza
como sus hermanos me han contado innumerables veces.
Por otra parte, mis nietos eran verdaderos granujas hasta que se casaron. ¿Es
posible que el señor Masters esté cortado por el mismo patrón? Lo espero por el bien
de Minerva, porque ciertamente parece fascinada por él. Me pregunto si tiene un
castillo en alguna parte. ¡Eso podría resolver el problema!
Tendré que vigilar muy de cerca esta situación, pero de una manera u otra, quiero
ver a mi nieta felizmente casada. ¡Incluso si termina siendo un sinvergüenza!
Atentamente,
Hetty
Prólogo
1806
Entonces las lágrimas inundaron los ojos de Minerva de nueve años. No, mamá no
podía enfadarse. Estaba en el horrible ataúd de la capilla. Junto al que contenía a
papá.
Acurrucada en el interior del laberinto, Minerva luchó con fuerza para no llorar.
Alguien podría oírla, y no podía permitir que nadie la encontrara.
—Este funeral es una farsa —su esposa, Bertha, se quejó desde muy cerca de su
escondite—. No es que culpe a Prudence por haber disparado al putero. ¿Pero
matarse a sí misma? Tu tía Hetty debería estar agradecida de que el jurado
encontrara a Pru non compos mentis. De lo contrario, la Corona estaría cargando los
activos de la familia en este mismo momento.
—Supongo que es por eso que tu tía quiere que los niños estén en el servicio —dijo
la prima Bertha—, para mostrarle a la gente que no le importa lo que digan de su
hija.
—En realidad, tía Hetty tiene la intención de que los mocosos digan adiós en
persona. La maldita mujer nunca tiene un problema en burlarse cuando le conviene
de la sociedad, no importa lo que signifique para el resto de. . .
Tal vez porque no era un familiar, Minerva podía convencerlo de que la ayudara.
—¡Por favor, déjame ir! —Le rogó—. ¡Y no le digas a nadie que estoy aquí!
—Pero todo el mundo te está esperando para que puedan comenzar el servicio.
—No puedo entrar allí. Leí lo que decía el periódico…acerca de…ya sabes. Mamá
disparando contra papá y luego a sí misma. —Su voz se elevó hasta la histeria—. No
puedo soportar ver a mamá con un agujero en su pecho y papá con…con… —Sin
cara. El solo pensamiento la hizo temblar otra vez.
—Ah. —Él se agachó—. Crees que estarán tirados en el ataúd exactamente como
fueron encontrados.
Ella movió la cabeza.
—No tienes por qué preocuparte por eso, querida muchacha —dijo suavemente—.
El ataúd de tu padre está cerrado y han hecho que tu madre se vea bonita otra vez.
No verás el agujero en su pecho, lo juro. No hay nada que temer.
Ella mordió su labio inferior, sin estar segura de si debía creerle. A veces sus
hermanos mayores trataban de engañarla para que se comportara. Y la abuela
siempre decía que el señor Masters era un canalla diabólico.
Reuniendo su coraje, ella lo miró a la cara. Tenía ojos amables del color de los
nomeolvides. Ojos honestos, como los de la abuela.
Tragó saliva.
—Lo juro. —Hizo una X sobre su pecho con la solemnidad apropiada—. Que me
caiga muerto. —Levantándose, le ofreció su mano. —¿Vendrás conmigo?
Aunque su corazón latía con fuerza en su pecho, ella le dejó tomar su mano. Y
cuando la condujo a la capilla, descubrió que no había mentido. El ataúd de papá
estaba cerrado. Aunque sabía lo que debía de haber en su interior, fingió que papá
era como siempre había sido.
Londres
1816
¿Por qué no debería ser ella? Era bastante bonita, todo el mundo lo decía. También
era inteligente, lo que un hombre como él seguramente apreciaría. Y no la
despreciaría por el comportamiento escandaloso de su familia, como los caballeros
de mente estrecha que conocía en la sociedad ahora que había hecho su presentación.
Él había estado tratando con un escándalo propio desde hacía cuatro meses, cuando
su padre se había suicidado. Giles y ella tenían eso en común.
Después de que la fiesta terminara, fue al jardín para calmar su ánimo decaído y
oyó a sus hermanos hablando mientras fumaban cigarros en las antiguas caballerizas.
—Sacaremos uno a la vez para esconderlos en el jardín hasta que podamos salir.
Sólo ten cuidado de no dejar que Minerva lo vea. No tiene sentido herir sus
sentimientos.
Ella estaba a punto de cantarles las cuarenta por ir a una fiesta sin ella en su
cumpleaños, cuando cayó en la cuenta. Si iban a ir a una fiesta con “los muchachos”,
¡entonces Giles estaría allí! Y como era un baile de disfraces, podía asistir sin que
nadie se diera cuenta. También sabía exactamente qué ponerse. Su hermana menor,
Celia, y ella habían encontrado una vez un escondite de ropa de la abuela de hacía
más de treinta años, eso sería perfecto.
A las nueve, se metió en el cobertizo del jardín con Celia, de catorce años, que
había prometido ayudar, a cambio de un relato completo de lo que Minerva viera en
el baile. Con ayuda de su hermana, se colocó uno de los corpiños de estilo antiguo y
dos sencillos miriñaques. Luego se puso el elaborado vestido de satén dorado que la
abuela había usado para la boda de sus padres.
Riéndose todo el tiempo, taparon su cabello castaño claro bajo una peluca
empolvada llena de rizos blancos. Luego cubrieron su rostro con una máscara y le
pusieron un lunar en una mejilla. El toque final era un antiguo camafeo azul de la
abuela.
Exótica era la nueva palabra favorita de Celia, aunque Minerva sospechaba que en
realidad significaba “seductora”. El corpiño estaba cortado descaradamente bajo.
Celia se apresuró a salir. Minerva entonces tuvo que esperar hasta que sus
hermanos se vistieran en los jardines y salieran antes de poder seguirles.
Afortunadamente muchas personas iban por el mismo camino, así que se fusionó con
la multitud en la calle una vez que sus hermanos hubieron entrado en la casa.
Aunque no tenía una invitación, resultó extrañamente fácil entrar. Encontrar a Giles
podría ser difícil, ya que tenía que evitar a sus hermanos, por lo que sobornó al
mayordomo para decirle qué traje estaba usando su presa.
—El señor Masters no está aquí, amor —dijo el sirviente con familiaridad
chocante—. Rechazó la invitación por tener que estar en el campo, atendiendo a su
madre.
¿Un protector? ¿Por qué estaría ella buscando un protector? Fue entonces cuando
miró de cerca la reunión. En un instante, se dio cuenta de que no era un baile de
disfraces ordinario. Su “exótico” traje parecía angelical en comparación con los de las
otras mujeres.
Minerva se alejó, la sangre calentó sus mejillas. ¡Señor! Esto era un Baile de
Cipriano2. Había oído hablar de esos asuntos, donde las mujeres venían a buscar
protectores y los hombres llegaban a disfrutar de…las mujeres. ¡Si alguien la
encontraba aquí, sería un desastre!
—¿Por qué no subes arriba, dulce, para que podamos interpretar nuestros papeles
en privado? —Antes de que pudiera pisarle el pie, ella fue apartada de él por otro
compañero, quien dijo:
1 Lady Marian/Maid Marian. Maid es doncella, por lo que el juego de palabras es evidente.
2 Cipriano: Perteneciente al culto a Afrodita la diosa del amor. Un baile de Cipriano era algo licencioso, lascivo…
—¡Date el piro, Lansing! Yo la vi primero. —Un caballero vestido con tela brillante
le pasó un brazo por los hombros con una sonrisa lasciva.
Hartley debía de ser el muy apreciado vizconde Hartley, cuya propia esposa tenía
una belleza helada sólo igualada por su actitud helada. Hartley y Lansing eran
grandes amigos. Y Minerva siempre había asumido que también eran hombres
decentes… hasta ahora.
¡Compartirla! Como si fuera a ir de buena gana a una habitación con dos bufones
borrachos.
—Le ruego me disculpe, pero ya tengo una asignación con Lord Stoneville.
Oliver superaba a los dos en rango, así que tal vez eso los desanimaría.
Pero Hartley soltó una risita y movió el dedo hacia la esquina más alejada de la
habitación.
Muy bien, ella le enseñaría una lección y se libraría de estos tontos en el proceso.
Plantando sus manos en sus caderas, le lanzó una mirada exasperada.
—¿Cómo se atreve esa pequeña comadreja a coquetear con otra mujer después de
pasarme la sífilis?
Eso lo consiguió. Hartley y Lansing no pudieron huir de ella lo suficientemente
rápido.
Los otros invitados eran igual de terribles. Mientras pasaba entre reyes y pobres,
oyó cosas que ninguna doncella jamás debería oír, pronunciadas en las voces
familiares de hombres que conocía. Algunos eran unos bribones como sus hermanos,
sembrando su avena, pero varios eran hombres casados. Dios mío, ¿todos los
hombres eran promiscuos como papá?
No, no todos los hombres. Giles no. El hecho de que hubiera elegido consolar a su
madre en vez de venir aquí probaba que ya estaba arreglando sus maneras de
sinvergüenza.
De repente, una puerta al final del pasillo se abrió y un hombre vestido como un
sacerdote se acercó a ella, llevando una vela. Con la sangre acelerada, se fusionó
detrás de unas cortinas y rezó para que no la hubiera visto. Las cortinas no eran
gruesas, podía verle demasiado claramente para su comodidad, pero no creía que él
llegara a verla con la vela en la mano.
Ella contuvo un jadeo. Conocía demasiado bien ese perfil; había memorizado cada
línea. Giles estaba aquí. Pero, ¿qué estaba haciendo corriendo por el pasillo?
El corazón le golpeó el pecho. Era Giles. ¿Qué estaba tramando? ¿Y por qué?
—Yo soy la que debería hacer preguntas. ¿Qué estás robando? ¿Por qué estás
aquí? Pensé que estabas en el campo con tu madre.
—Por lo que a cualquiera respecta, lo estoy. —La escudriñó con ojo crítico—. Y, de
todos modos, ¿cómo recibiste una invitación a una fiesta dada por gente como
Newmarsh?
Cuando buscó una explicación, él sacudió la cabeza.
—Te has colado, ¿no? Y fue sólo mi mala suerte que me encontraras.
—Tu curiosidad sacó mayor provecho de tu buen sentido. —Él la agarró de los
brazos como si quisiera sacudirla—. Tontuela, ¿qué pasaría si yo hubiera sido algún
tipo sin escrúpulos que podría meterte un cuchillo entre las costillas por tu
intromisión?
—¿Cómo sé que no lo eres? —se quejó, contrariada por ser llamada tonta—.
Todavía no has dicho por qué estás robando.
—Oh, por Dios, no me trates como a una niña. Ya no tengo nueve años.
Ella le habría dado una réplica mordaz, excepto que ahora estaban en el pasillo,
demasiado cerca del salón de baile para arriesgarse. Además, en ese momento tenían
el mismo objetivo: escapar sin ser desenmascarados. Pero una vez que la sacara de
aquí, le cantaría las cuarenta. ¡Señorita Entrometida! ¡Y ni siquiera había notado su
disfraz! ¿Siempre iba a verla como a una niña pequeña?
Pero no le dio oportunidad de preguntar. Tan pronto como los sacó afuera y entró
en las antiguas caballerizas donde no se les veía, se quitó la máscara.
—Maria Antonieta.
—Dios. ¿Te das cuenta de lo que podría haber ocurrido si alguien te hubiera
reconocido? —Con pasos decididos, la condujo por el camino hacia la casa de la
abuela—. Habría sido el fin de tu futuro. Después de ser descubierta en una de las
reuniones de Newmarsh, el escándalo habría destruido tu reputación para siempre.
Ningún hombre decente se casaría...
—¿Qué hombre decente se casará conmigo de todos modos? —Tan irritada como
él, se arrancó la máscara—. Mi familia está sumida en un escándalo, y los únicos
hombres que han estado husmeando a mi alrededor durante mi temporada son los
cazafortunas y los holgazanees.
—Si eso es cierto, entonces no deberías estar tan ansiosa por amontonar más
escándalo sobre ti. Ambos sabemos cómo paga la sociedad a quienes desprecian sus
reglas. Deberías estar tratando de redimir tu apellido.
—No deberías haber visto eso. Y espero que tengas el buen sentido de callar.
—¿Y qué pasa si no lo hago? ¿Qué me harás? —Su tono se llenó de sarcasmo—.
¿Clavar un cuchillo entre mis costillas?
—¿Como qué? —preguntó, con voz tan baja y seductora como lo sabía.
Su mirada se volvió hacia la suya.
¡Una fulana! ¿Pensó que parecía una fulana? Y una desaliñada, además.
—¿Por qué no? ¿Porque podría destruir mi reputación? Dudo que sea posible
empeorar mi situación.
—Lo cual sólo asegura que los hombres equivocados me busquen —levantó la
barbilla—. Además, no arruinarías mi reputación por despecho. Sé que no lo harías.
Eres demasiado caballero para eso.
—Tengo una idea mejor. —Él se acercó y bajó la voz—. Dime tu precio, Minerva.
Todavía no gano mucho como abogado, pero puedo permitirme el lujo de comprar
tu silencio.
—No seas ridículo. —Cuando sus labios se curvaron en una sonrisa astuta, se dio
cuenta de que sólo la había estado provocando con su charla de dinero y precios.
Él se encogió de hombros.
—Prefiero guardar mis secretos.
Y Giles también sabía que ella los guardaría, maldito fuera, si él lo decía. Pero eso
no significaba que tuviera que claudicar.
Eso lo asustó.
—¿Un qué?
—Un beso. —Su tono se volvió sarcástico—. Ya sabes, como los que mis hermanos
y tú concedéis a todas y cada una de las camareras, prostitutas y bailarinas de ópera
que conocéis. Un beso. Para comprar mi silencio. —Tal vez entonces él la vería como
una mujer en la que podría confiar, podría cortejar…podría amar.
Él pasó una mirada larga y lenta por su cuerpo, despertando sentimientos cálidos
en lugares que nunca había sentido antes y acelerando su pulso.
—Aunque escapé de sus asquerosos avances antes de que pudieran hacer algo,
necesito algo agradable que me ayude a olvidar que casi me convertí en un sándwich
deshonesto. Y te estoy pidiendo que me lo proporciones.
—¿Qué te hace pensar que un beso mío sería agradable? —preguntó él en un áspero
murmullo que envió deliciosos escalofríos por su columna vertebral.
Se inclinó hacia delante y apretó sus labios contra los suyos en un beso tan breve y
decepcionante como casto.
Giles se la quedó mirando. Entonces una luz impía brilló en sus ojos, y sin previo
aviso, agarró su cabeza en sus manos y tomó su boca otra vez. Excepto que esta vez
su beso era duro, implacable y abrumador. Le separó los labios con su lengua, luego
se hundió dentro de su boca una y otra vez, hasta que su cabeza giró y sus rodillas se
convirtieron en gelatina.
La conmocionó.
La embriagó.
Sin pensarlo, levantó los brazos para engancharse de su cuello. Él murmuró una
maldición contra sus labios, luego la arrastró contra él para que su boca pudiera
explorar la de ella con más profundidad.
Pasaron varios minutos antes que él se apartara para decir con voz ahogada:
Demasiado atónita por esa respuesta para hacer más que asentir, ella se quedó
boquiabierta, esperando algo para suavizar la palabra fría obligación.
—Bien.
Mientras observaba atónita, Giles se volvió para alejarse. Luego se detuvo para
mirarla, sus ojos ahora tan perezosos como su tono era descuidado.
—Ten cuidado, querida, la próxima vez que decidas actuar como una prostituta.
Algunos hombres no aceptan amablemente el chantaje. Puedes encontrarte sobre tu
espalda en un callejón. Y dudo que te guste jugar a la prostituta de verdad.
Las palabras groseras golpearon su orgullo. ¿Había visto su beso como si estuviera
jugando a la prostituta? ¿No había sentido la pasión entre ellos, la emoción de dos
almas unidas como una? ¿No había sentido nada del beso que la había cambiado para
siempre de niña a mujer?
De algún modo mantuvo la calma mientras él iba saliendo sin prisa por las
antiguas caballerizas. Pero una vez que estuvo fuera de la vista, se echó a llorar.
Londres
1825
Poco después del amanecer, Giles observó desde los árboles cuando el vizconde
Ravenswood, subsecretario del Ministerio del Interior, entraba en el cobertizo del río
Serpentine en Hyde Park. Cuando habían transcurrido quince minutos y nadie más
apareció, Giles se dirigió al cobertizo y entró.
—He oído que se te está teniendo en cuenta para Consejero del Rey.
—Supongo que si eres seleccionado, no podrás continuar tus esfuerzos por mí.
—Ser Consejero del Rey es una posición exigente —dijo Giles con cautela. No
esperaba tener esta conversación tan pronto.
—Y muy prestigiosa para un abogado. Por no mencionar muy política. Así que
pretender ser un sinvergüenza mientras recoges información para mí ya no será muy
conveniente.
Giles soltó un largo suspiro. Estaba temiendo esta conversación. Pero debería
haber sabido que Ravenswood seguiría siendo su amigo, pasara lo que pasase.
Así que fue a Ravenswood, que ya estaba preparado para la política, hacia quien
Giles se había vuelto hacia nueve años cuando había deseado ardientemente ver que
se hiciera justicia. Ravenswood había tomado los documentos que Giles había robado
de Newmarsh y los había utilizado bien. Así había comenzado la asociación
encubierta de Giles con el Ministerio del Interior y su papel como guardián de la paz.
Había sido fructífera para ambos. De vez en cuando, Giles había pasado
información al subsecretario que el hombre no habría sabido de otra manera. Los
hombres preocupados dejaban que todo tipo de detalles jugosos se deslizaran
alrededor del libertino Giles Masters. Después de la guerra, el Ministerio del Interior
había sido inundado con casos de fraude, falsificación e incluso traición, y con
diferentes partes del país al borde de la revolución, había necesitado toda la ayuda
que podía obtener.
—Es por eso que no tengo mucho que contar. —Giles le habló de un magistrado
que sospechaba que aceptaba sobornos y de un problema que temía que se estaba
gestando con inversiones en compañías mineras de América del Sur.
Ravenswood tomó notas, haciendo preguntas donde era pertinente. Cuando Giles
hizo una pausa, preguntó:
—¿Eso es todo?
—Casi. Está ese favor que te pedí el mes pasado —dijo Giles.
Desde que Jarret y Oliver se habían casado, habían estado investigando la muerte
de sus padres. Jarret había pedido a Giles un consejo legal sobre el asunto, y la
situación había despertado el interés de Giles.
Giles agarró el periódico, y luego lanzó a su amigo una mirada interrogante. “¿The
Ladies Magazine?”3
—Es de mi esposa. Se publicó ayer. Ella me leyó algo que pensé que encontrarías
divertido. Mira al final de la página veintiséis.
Él pasó las hojas, luego respiró hondo cuando se dio cuenta de que era el primer
capítulo de la última novela gótica de Minerva. No sabía que iba a ser publicada por
entregas.
—Leí lo que pone ahí. Fue muy interesante. Hay un personaje en su libro que me
recuerda a ti.
—¿Lo que pone ahí? —preguntó, tratando de sonar aburrido. ¡Maldita sea! Si
incluso Ravenswood se daba cuenta…
Tan pronto como llegara a casa, tendría que leer cada palabra.
Todavía no podía creer que la descarada moza le hubiera acosado sobre lo que
estaba haciendo en Newmarsh y luego lo hubiera chantajeado para que la besara.
3 The Ladies Magazine: Revista para mujeres publicada semanalmente en Gran Bretaña desde 1770 hasta 1847. Estaba profusamente
ilustrada y contenía historias de ficción, columnas de consejos médicos, música, biografías…
Todavía no podía creer lo que había sucedido cuando le había dado la clase de beso
destinado a enseñarle una lección sobre los peligros de tentar a un sinvergüenza.
De alguna manera había olvidado que era la hermana de su mejor amigo. Que él
era un segundo hijo disipado al comienzo de una carrera inestable, sin ninguna
posición para hacerse cargo de una querida, mucho menos de una esposa. De algún
modo el beso se había vuelto más grande, más peligroso… más intoxicante. Le había
hecho desear, anhelar y pensar lo impensable.
Una lástima que ahora lo odiara. Lo había dejado perfectamente claro en sus
libros, presentándole en las páginas bajo el aspecto de la ficción, ridiculizándole
incluso mientras ella se acercaba cada vez más a sus secretos.
Había sido alertado del problema por primera vez en el baile de San Valentín al
que ambos habían asistido hacia unos meses. Hasta entonces, nunca había leído sus
novelas. Había tenido bastante dificultad para dejar atrás su beso sin tener su voz en
su cabeza.
Él había dejado de hacer algo al respecto, esperando que las recientes exigencias
de su abuela pudieran mantenerla demasiado ocupada para escribir.
Pero aquí estaba una nueva entrega. Ya no podía ignorar el problema de Minerva.
¿Y si empezaba a incluir alusiones a sus actividades esa noche en la casa de la ciudad
de Newmarsh? Cualquier persona en el sistema judicial que lo conectara con el robo
se daría cuenta de que había sido él quien informó sobre Newmarsh y su socio, Sir
John Sully. Entonces no costaría mucho conectarlo con otros casos para el Ministerio
del Interior, y aquellos sobre los que había informado le arruinarían. Comenzarían
por poner fin a su oportunidad de convertirse en Consejero del Rey.
Estimadas lectoras,
Si desean leer las próximas entregas de este libro, deben ayudarme con una
problemática situación doméstica que ha surgido en mi vida. De repente me
encuentro en la extrema necesidad de un marido, preferiblemente uno que posea una
tolerancia para las autoras de ficción gótica. Con ese fin, les pido que envíen a
cualquiera de sus hermanos, primos, o conocidos no casados a Halstead Hall el 20 de
junio, donde haré entrevistas para el puesto de marido. Les agradezco su apoyo.
Saludos,
—No sé lo en serio que va, pero la entrevista es, sin duda, real.
La mocosa estaba loca si pensaba que con esto iba a conseguir algo. Sólo podía
imaginar cómo reaccionarían Oliver y Jarret, sin mencionar a la señora Plumtree. La
anciana tenía una fuerza de voluntad de acero: no toleraría las tonterías de Minerva
ni por un momento. Ciertamente no cambiaría de opinión acerca de sus planes.
Una hora después, después de leer el primer capítulo de Minerva, estaba furioso.
Maldita sea. Esta vez había ido demasiado lejos.
Así que quería entrevistar a hombres para marido, ¿verdad? Bien. Estaba a punto
de tener una entrevista horrible.
MINERVA PASEÓ POR el salón chino de Halstead Hall, su ánimo decaía por
momentos. ¿Cómo iba a lograr que la abuela rescindiera su ultimátum si nadie
aparecía?
Era difícil creer que una vez consideró que el matrimonio era una buena idea. El
matrimonio de sus padres había sido desastroso. Y a través de los años, había visto
que los hombres no tenían ningún respeto por la institución. Estaban los editores a
los que se había acercado para vender su libro, que habían hecho sugerencias
coloridas sobre lo que podía hacer para ganar su “favor”. Y las legiones de
cazafortunas que nunca estaban lejos de su puerta. Los respetables caballeros no la
considerarían, puesto que escribía novelas bajo su propio nombre.
No es que quisiera un caballero respetable ahora, eran los peores. Había tenido
algunos como pretendientes e incluso había besado a un par. Pero tan pronto como
se enteraran de lo que realmente era, correrían tan lejos y tan rápido como pudieran.
A los hombres no les gustaban especialmente las mujeres que decían lo que
pensaban.
Incluso sus hermanos no eran una gran muestra de caballeros respetables, con su
comportamiento salvaje y autocrático hacia sus hermanas. Tal vez Oliver y Jarret
habían sido domesticados un poco, ahora que estaban casados, pero ¿duraría? ¿Y si
no? Sus esposas quedarían atrapadas.
Las mujeres siempre estaban atrapadas. Minerva nunca perdonaría a la abuela por
atraparla con la maldita exigencia de que todos se casaran. Y Oliver y Jarret, ¿cómo
se atrevían a traicionar a sus hermanos poniéndose del lado de la abuela? Hacia seis
meses, habrían estado dirigiendo el ataque. Ahora, si se daban cuenta de lo que
estaba tramando y por qué, iban a desbaratar sus planes de inmediato.
Entrecerró los ojos hacia la puerta. ¿Era por eso que no habían aparecido
caballeros? ¿Sus hermanos, o la abuela, se habían enterado de que estaba volviendo a
ser escandalosa?
No, ¿cómo podrían hacerlo? Había puesto a propósito su anuncio en The Ladies
Magazine porque era entregada por la tarde y nadie en la familia la leía. Celia era
demasiado tonta para esas cosas, la abuela sólo leía el Times, sus hermanos ni
muertos abrirían la cosa, y... sus esposas. ¡Maldita sea! Ahora tenían esposas. Y
aunque Annabel, la esposa de Jarret, no parecía del tipo que leería una revista para
damas, la esposa de Oliver, María, era una ferviente partidaria de los libros de
Minerva. No se habría perdido la primera entrega de la última.
Minerva maldijo en voz baja mientras se dirigía hacia la puerta. ¿Cómo podía
haberse olvidado de María? Así que ¡Dios la ayude!, si María hubiera hecho algo
para...
Él era la última, pero no menos importante, de sus razones para no casarse. Giles
Masters, su debilidad…y el foco de una obsesión más malsana. ¡Qué lástima que
todavía le pareciera más devastadoramente atractivo que cualquier otro hombre,
incluso después de tantos años! Y mucho más interesante.
No es que ella se lo dejara saber.
—Lo mismo para ti, mi señora. —Arrastró su mirada hacia abajo con una mirada
pícara—. Te ves muy bien hoy.
Él también, por desgracia. Giles siempre había sabido vestirse. Hoy estaba
resplandeciente con un abrigo de montar color cobalto muy bien confeccionado, un
chaleco entallado azul Marsella, pantalones de piel blanca y hessianas4 negras muy
brillantes. Encajaba perfectamente en casa en medio de los jarrones Ming y los
dragones dorados destinados a intimidar a sus aspirantes a pretendientes y
mantenerlos a raya.
—Estoy aquí para verte. —Dejó algo en la silla de seda dorada que estaba más
cerca de ella—. He venido a ser entrevistado.
Cuando vio The Ladies Magazine abierta, su corazón comenzó a latir con fuerza en
su pecho. ¿Cuánto había leído? ¿Sólo el anuncio? ¿O también el capítulo de su libro?
—¿Estás suscrito a The Ladies Magazine? —Preguntó ella con lo que esperaba que
fuera sólo la buena dosis de condescendencia—. Qué divertido.
Ella parpadeó.
—¿Qué horda?
—¿No lo sabías? —Él soltó una risa aguda—. Por supuesto que no. A estas alturas
habrías estado allí afuera recriminando a Gabe y Oliver si hubieras sabido que
estaban alejando a los caballeros tan rápido como llegan.
Le miró furiosa.
—Creen que estoy aquí para visitar a Jarret. Elegí no desengañarles de esta idea.
Se supone que estoy pasando el tiempo en el estudio mientras espero su regreso.
—Bueno, puedes pasar el tiempo aquí si quieres, pero voy a dar a mis hermanos...
—No tan rápido, querida. —Se apartó de la puerta para bloquear su camino—. Tú
y yo tenemos un asunto pendiente. —Sin apartar los ojos de ella, cerró la puerta
detrás de él.
—Sabes muy bien que es incorrecto que estés a solas conmigo con la puerta
cerrada.
—Yo tampoco te he dado permiso para usarme en tus libros, pero eso no te ha
detenido.
—No estoy insinuando nada, lo estoy declarando de plano —la rodeó como un
tiburón que intentaba intimidar a su presa—. Me has convertido en tu villano
favorito: el marqués de Rockton.
Trató de descartarlo.
—Estás confundido. Todo el mundo sabe que Rockton está basado en Oliver.
—Cierto. Es por eso que Rockton tiene los ojos azules y el cabello castaño oscuro.
—No podía hacer que fuera exactamente como Oliver, por Dios. Tuve que cambiar
algunos detalles.
—¿Es por eso que Rockton tiene un padre y no una madre que se suicidó? —
prosiguió, con esos ojos azules relucientes—. ¡Qué inteligente por tu parte esperar
que la gente asumirá que también cambiaste ese detalle! Tu pequeña broma personal.
Ella se sonrojó. Nunca en un millón de años había pensado que iba a leer sus
libros.
—¿De verdad? ¿Qué pasa con el libro de El Extraño del lago, donde la desdichada
Lady Victoria se enamora de Rockton y se arroja sobre él? —Se detuvo frente a ella—.
¿Qué es lo que dice? Ah, sí. “Ten cuidado, querida, la próxima vez que decidas
actuar como una prostituta. Algunos hombres no aceptan amablemente el chantaje”
¿Te suena familiar?
—Pero el pasaje que lo resuelve es el que leí esta mañana. —Con una confianza
evidente que la dejó en carne viva, él se dirigió a donde había dejado The Ladies
Magazine y la recogió para leer en voz alta—: Lady Anne siguió su camino a través de
las multitudes que estaban en el baile de disfraces, rezando para que su traje de
Maria Antonieta fuera lo suficientemente inofensivo como para evitar que la notaran
los repugnantes amigos de Lord Rockton. Cuando irrumpió en el estudio, aliviada de
haber escapado indemne, se dio cuenta de que no estaba sola. El mismísimo Rockton
estaba junto a la chimenea con su disfraz de sacerdote.
—El capítulo termina allí. ¿Qué viene después? ¿Rockton llevándose los archivos
del estudio?
—Muy bien, así que utilicé algo de nuestro… encuentro en la fiesta de Lord
Newmarsh en mis novelas. No veo cómo...
—Juraste callar eso —Se aproximó hasta que estuvo tan cerca que ella pudo oler el
aroma picante de Guard’s Bouquet5—. Exigiste un precio, según recuerdo, y lo
pagué.
—He guardado silencio, por lo menos sobre tu robo. Deberías estar contento de
que lo he hecho, teniendo en cuenta que una breve explicación tuya podría haber
impedido que yo me interesara en primer lugar.
—¿Un poco? —su mirada se clavó en ella—. Pusiste nuestro beso en la primera
novela en que aparece Rockton. Rockton asalta a la heroína en la callejuela y la obliga
a besarle. Ella le da una bofetada por no ser “agradable” y dice: “¿Qué te hizo pensar
que un beso mío sería agradable?”—Su mirada se posó en su boca—. Ya sabes muy
bien de dónde sacaste esa línea.
5Guard’s Bouquet es un perfume para hombres de la casa Rimmel. Esta empresa inglesa dedicada a los cosméticos lleva en el
mercado desde 1834.
—¿Leíste ese libro también? —chilló—. ¿Cuántas de mis novelas has leído, de
todos modos?
—¿Desde que descubrí que me estás poniendo en ellas? Las diez. Imagina mi
sorpresa al descubrir que me has estado despellejando vivo en tu “ficción” durante
las tres últimas.
Tenía razón, aunque nunca lo admitiría. Su rechazo esa noche había picado su
orgullo y herido su corazón, así que ella había sacado su rabia hacia él en sus
novelas. Pero sinceramente nunca había creído que Giles leyera una palabra de ellas.
O que alguien lo reconociera en ello.
Minerva nunca había creído que se enojara por ello. Giles no se enfadaba. No
parecía sentir una emoción profunda de ningún tipo. Bromeaba, jugaba y coqueteaba
a través de la vida sin importarle el mundo. Le sorprendió verlo mostrando tanta
pasión.
—No entiendo por qué estás tan molesto —dijo—. Nadie sabe que Rockton es…en
parte tú. Nadie lo ha adivinado.
—Sólo porque no les has dado suficientes indicios —le espetó—. Es muy
inteligente de tu parte usarme. Cualquier otra persona te demandaría por difamación,
pero sabes que yo no lo haré porque no quiero que la gente mire demasiado de cerca
mis secretos. Así que piensas que puedes poner impunemente todo lo que quieras de
mí en tus libros.
—¿Por qué debería creerte? Tú no has guardado silencio acerca del resto.
Le miró fijamente.
Hubo un cambio sutil en su actitud, desde la ira hasta algo mucho más
inquietante. La conciencia de ella como una mujer, una a la que podría seducir. Era
como aquella noche en el Baile de San Valentín cuando bailaron, cuando sus flirteos
habían calentado su sangre mientras a él lo dejaban impasible. Maldito sea por eso.
Giles le lanzó una mirada velada.
—Lo que quiero es saber por qué. Por qué decidiste meterme en tus libros como el
villano. Por qué decidiste hacerme el personaje central en tus novelas más recientes.
—Porque lo pintas con un detalle muy cariñoso. ¿Pero por qué captura tu
imaginación así? ¿Y por qué le sigues atribuyendo cosas que dije e hice? ¿Estabas tan
enojada conmigo por cómo te traté esa noche?
—No te alagues.
—¿Por qué estás aquí? Si es para regañarme por ponerte en mis libros, has
cumplido tu objetivo, así que puedes irte. No estás aquí para una entrevista...
Giles parecía disfrutar de su mirada confusa, se dirigió hacia ella con una sonrisa.
—Yo nunca...
—Así que no puedo confiar en que no vas a seguir escribiendo sobre mí. No estoy
seguro si puedo confiar en ti para callar quién es Rockton. Eso me deja con dos
opciones, si quiero mantener mis secretos a salvo. Puedo asesinarte para mantenerte
callada. No es una buena opción. No importa cómo lo trates en tus novelas, el
asesinato es desordenado. Por no mencionar ilegal.
Un escalofrío la barrió.
El repentino brillo de sus ojos no hizo nada para sofocar el golpeteo en su pecho.
—Muy posiblemente.
Había pasado el viaje hasta aquí ensayando qué decir, cómo acercarse a Minerva,
cómo intimidarla para que dejara de hacer esas tonterías de ponerlo en sus libros.
Pero cuando se acercó a las puertas de Halstead y vio las multitudes, se había dado
cuenta de que la mejor solución era la más simple.
Unos años atrás, la idea podría haberlo lanzado a un pánico de soltero, pero con la
mejora en su carrera, tendría que establecerse con una esposa pronto. Especialmente
si se convertía en Consejero del Rey.
Y si debía tener una esposa, bien podría ser una a la que él deseaba. Minerva sin
duda estaba calificada, no importa cómo tratara de ocultar su atractivo con sus
atuendos. Hoy llevaba un elegante traje de mañana de muselina verde estampada,
con unos cuantos volantes en el dobladillo, esas horribles mangas hinchadas que se
habían vuelto tan populares y un corpiño que le subía hasta la barbilla.
Cada curva femenina había sido enterrada bajo volantes, mangas acolchadas y
remates de encaje, y no importaba ni un ápice. Ya sabía que su figura era
exuberantemente femenina. Gracias a los muchos trajes de noche que le había visto
puestos, podía imaginarla tan claramente como si estuviera desnuda. Y sólo el
pensamiento de llevarla a la cama hizo que su sangre se acelerara y su buen sentido
desapareciera. La verdad era que ella siempre le hacía algo extraordinario.
Pero Dios lo ayude si alguna vez lo adivinaba. Leer sus libros le había ofrecido una
mirada dentro de su insondable cerebro, así que sabía que era lo suficientemente
inteligente como para envolverlo completamente sobre su dedo si él lo permitía.
—Como si fuera a casarme con un sinvergüenza como tú —le informó con una
mirada descarada que le puso de los nervios—. ¿Estás loco?
—Creo que ya hemos establecido que estoy a medio camino de ser un bedlamita6.
—Aparentemente, no era lo suficientemente lista para ver que el matrimonio con él
era su única opción viable. Tendría que corregir eso—. Deberías saltar ante la
oportunidad de casarte con un sinvergüenza, dado lo mucho que te gusta escribir
sobre ellos.
—¡Dame eso!
—Eso probablemente tuvo algo que ver con eso. Pregunta dos: “Describa a su
esposa ideal”. —Él dejó que su mirada se arrastrara despacio sobre Minerva—.
Aproximadamente de metro setenta, pelo castaño dorado, ojos verdes, con un pecho
que haría llorar a un hombre y un trasero que...
Él sonrió.
La breve satisfacción en sus ojos le dijo que Minerva no era tan inmune a los
cumplidos como pretendía.
—No estaba hablando de apariencias físicas, como estoy seguro que sabes. Quería
una descripción del carácter de su esposa ideal.
—Ya veo. Pues bien, mi esposa ideal es un demonio impredecible, con una
inclinación por meterse en problemas y que dice lo que piensa.
—Pregunta tres: “¿Qué deberes domésticos espera usted que realice su esposa?”
—Él se rio—. ¿Qué tipo de respuesta estás buscando? ¿Alguna indicación de la
frecuencia con la que tu solicitante desearía que compartieras su cama? ¿O una
descripción de los actos que le gustaría que “realizaras”?
—Es el único tipo de deber que le importa a esos malditos que están por ahí —dijo
con frialdad—. Ya que tienen la intención de contratar a un montón de criados con tu
fortuna, sólo necesitan centrarse en lo esencial de tener una esposa. Para ellos, esos
elementos esenciales son obvios.
Se encogió de hombros.
—Dices eso ahora —dijo con bastante formalidad—. Pero sentirás lo contrario
cuando llegues a casa para encontrarte con que tu cena no está sobre la mesa porque
tu esposa estaba tan inmersa en su historia que se olvidó de la hora. O cuando la
descubras sentada con su salto de cama garabateando locamente mientras tu casa se
está viniendo abajo.
Él miró el papel.
—Todo hombre respetable requiere una esposa que viva una vida irreprochable.
¿Por qué crees que no me he casado? Porque no puedo dejar de escribir mis novelas.
—Le lanzó una sonrisa triste—. Y tú en particular, necesitarás una esposa
irreprochable si quieres tener éxito como abogado.
Tenía razón, pero no se atrevió a discutir.
—Ya he tenido éxito como abogado. En cualquier caso, no he vivido una vida
irreprochable, así que ¿por qué debería esperar que mi esposa lo haga?
—Vamos, ambos sabemos que los hombres pueden pasar sus tardes en los
burdeles y sus mañanas vomitando, y otros hombres simplemente les dan
palmaditas en la espalda y los llaman buenos compañeros. Pero a sus esposas no se
les permite ni siquiera una pizca de escándalo que empañe sus buenos nombres.
Ciertamente no pueden escribir libros. —Ella tembló dramáticamente—. Porque eso
es comercio ¡Qué horror!
—Ya te he dicho...
—¿Qué escribió?
—Poesía para niños. Ella solía leerme sus versos, preguntando mi opinión. —Un
suspiro pesado escapó de ella—. Pero se detuvo después de que ella y papá
discutieran su deseo de que se publicaran. Dijo que las marquesas no publicaban
libros. Que eso no se hacía. —Su voz se endureció. —Estaba bien que él levantara las
faldas de cualquier mujer que le resultara atractiva, pero Dios no permita que mamá
publicara un libro.
Él se tensó.
—Tú te diferencias de él sólo por el hecho de que no estás casado. Es más seguro
mantenerlo de esa manera, ¿no crees?
—¿Por una mujer? ¿De verdad? En la ficción, tal vez, pero rara vez en la vida real.
—Dice la mujer que se entierra en sus libros —le espetó—. Tu idea de aventurarse
en la vida es rodearte de tus hermanos y retener a todo caballero elegible que pueda
acercarse a ti.
—Oh, ¡es tan de hombre decir tal cosa! No estoy saltando para casarme contigo,
así que debo ser una solterona llorando sola en su habitación escribiendo. Intenté
aventurarme en ello hoy, ¿no? Pero mis hermanos no me dejaron.
—Lo anunciaste en The Ladies Magazine, un foro público, cuando pudiste haberlo
logrado fácilmente con más discreción. Y me explicaste que ningún hombre
respetable quiere una mujer que escriba novelas, pero dices que no me quieres
porque soy un granuja. Si no quieres un sinvergüenza y no crees que puedas tener
un caballero respetable...
—Así que de eso se trata. —Su tono se hizo amargo—. Has encontrado una manera
fácil de llenar tus bolsillos. ¿Por qué no casarse con una solterona malhumorada sin
posibilidad de un marido decente? Entonces al menos tendrías una fortuna para
compensar tu necesidad de casarte con un “demonio impredecible”.
—Dudo eso. Eres un segundo hijo. Todos buscan una fortuna fácil.
—También soy un abogado que es muy solicitado por su asesoramiento jurídico y
que cobra honorarios exorbitantes. Confía en mí, puedo permitirme el lujo comprarte
vestidos y joyas perfectamente bien sin el dinero de tu abuela.
—¿Esta idea de la entrevista? —Dijo con una sonrisa burlona—. En primer lugar,
tus hermanos la están cortando de raíz mientras hablamos. No van a permitir que su
hermana se case con un desconocido de la calle. Ni siquiera van a dejar que estés
expuesta a esos hombres. En segundo lugar, sabes perfectamente bien que la señora
Plumtree no dejará que tus travesuras la sacudan de su propósito. Sólo retrasarás lo
inevitable.
—¿Sabes qué es lo que no veo en esta lista de malditas preguntas? —espetó Giles,
decidido a provocarla a tratar con él—. No veo ninguna mención del lado íntimo del
matrimonio. No hay preguntas sobre lo que tu futuro marido esperaría de ti en el
dormitorio. O lo que tú podrías esperar de él.
—¿De verdad? —dijo ella, con una voz engañosamente dulce—. ¿Esta es la parte
en la que me llevas a tus brazos y demuestras cómo solo tú haces que mi corazón se
acelere y arda mi cuerpo?
Ella no se resistió cuando Giles cubrió su boca con la suya. Incluso le dejó
profundizar el beso. A pesar de no rodearle con los brazos o derretirse en él como lo
había hecho aquella noche hace mucho tiempo, participó activamente en el beso,
dejándole meter su lengua en su boca con movimientos que profundizaban
lentamente. Incluso entrelazó la suya con la de él, haciendo que su pulso se elevara a
un extremo febril y que su polla se pusiera lo suficientemente dura como para ser
incómoda.
Luego ella se echó hacia atrás con una sonrisa de sirena que hizo que su confianza
vacilara.
—Bueno. —Ella se golpeó la barbilla—. Ese fue un beso decente, todas las cosas
están igual. —Presionó su mano contra su pecho. —Mi corazón está, si no bastante
acelerado, yendo a paso rápido. Pero necesito un termómetro para determinar si mi
cuerpo está ardiendo. Voy a ir...
—No te atrevas. —La cogió por el brazo mientras estaba a punto de huir—. Sabes
muy bien que has respondido a ese beso.
Con un gesto suspicaz en sus ojos, ella tiró de su brazo para soltarse de su agarre.
—No estoy diciendo que no respondiera, sólo que no respondí a ningún grado
abrumador. Pero supongo que fue un buen beso. Mejor que algunos, no tan bueno
como otros.
—¿Qué diablos quieres decir? ¿A cuántos tipos has besado en los últimos nueve
años?
—Dios mío.
—Pero no te preocupes, no creo que la mujer promedio se quejara de tus besos.
Eres perfectamente competente.
—Yo creo que no. Deberías irte, Giles, mis hermanos no estarán demasiado
contentos de encontrarte aquí solo conmigo. Ellos no te aprueban para mí en
absoluto.
Eso era cierto. Jarret le había advertido que se mantuviera lejos de Minerva hacia
sólo unas semanas.
—Y la abuela te desprecia —prosiguió ella—. Piensa que eres una mala influencia
en Gabe. La semana pasada, dijo que la próxima vez que te viera...
—¡Oh, caramba!, eso es genial. —Su mirada se volvió hacia él—. ¡Eres brillante,
Giles!
—Lo digo en serio. Esta es la solución perfecta para todos mis problemas con la
abuela.
Él frunció el ceño.
—Sabía que ella no me quería, pero eso es un poco duro. Te haré saber que trato a
mi madre malditamente bien, considerando que pasa todo su tiempo tratando de
casarme con mujeres de la mitad de mi edad. Y toda tu familia parece pasar por alto
el hecho de que soy un abogado muy respetado con un bufete que es...
—Sí, sí, eres un pilar de virtud. —Ella puso los ojos en blanco—. Estás perdiendo
el punto. La abuela nunca me dejará casarme contigo. Siempre se arrepintió de dejar
que mamá se casara con papá, y tú eres prácticamente él.
—Por el amor de Dios —dijo con irritación—, ¿otra vez volvemos a eso?
—Es el plan perfecto. Finge estar comprometido conmigo, y una vez que se dé
cuenta de que estoy hablando en serio, detendrá estas tonterías.
A él le gustaba cada vez menos este plan suyo cuanto más oía hablar de él.
—Estoy diciendo que por eso la abuela no estaba preocupada por con quién se
casaran Oliver o Jarret. Pero ella se preocupa mucho de con quién nos casemos Celia
y yo, porque nuestros futuros maridos nos sacarán de su control. Cualquier cosa
podría suceder. —Un resplandor diabólico iluminó sus ojos—. Y la pondrás histérica.
—Confía en mí, la conozco demasiado bien. Pero esto la llevará al límite, estoy
segura de ello. Cuanto más tiempo estemos prometidos, más alarmada estará. —Ella
se volvió hacia él con un grito de alegría—. ¡Y si no lo hace, Jarret y Oliver se
asegurarán de que sí! Definitivamente no te aprobarán como mi marido. La tratarán
de convencer para que ceda, sobre todo si piensan que realmente quiero casarme
contigo.
Eso la desinfló.
—¡No me voy a casar contigo, Giles! —Ella puso los brazos en jarras—. ¿No te
entra eso en la cabezota?
—Entonces, ¿por qué debo ayudarte con tu plan? ¿Qué ventaja hay para mí?
Eso finalmente llegó hasta ella. Pronunció una maldición baja que era
decididamente impropia de una dama. Entonces empezó a caminar de nuevo, esta
vez con su bonita frente fruncida.
—Tienes razón. Tienes todas las razones para esperar algo a cambio.
—Exactamente.
—No tienes que decirlo con tanto entusiasmo —gruñó él, sin estar seguro de que
le gustara el hecho de que pudiera prescindir de su personaje con la misma facilidad
con que podía descartar un vestido viejo—. Además, ¿no te preocupa que matar a
Rockton dañe tu futuro como autora? ¿Y si tus lectores dejan de comprar tus libros
como resultado?
—Si tengo que casarme con algún señor metomentodo para complacer a la abuela,
no podré escribir ningún libro. —Cuando él abrió la boca, dijo—: No me refería a ti.
Si me casara contigo, te asegurarías de que nunca escribiera sobre Rockton de nuevo,
así que de cualquier manera, él tiene que irse.
Deseaba poder decirle la verdad de por qué había robado los papeles, qué había
estado haciendo desde entonces, por qué tenía que guardar silencio sobre su
encuentro. Pero no podía.
Por un lado, no confiaba en ella. Los escritores eran urracas: tomaban trozos de
cosas y los unían para hacer sus historias. Minerva no tenía razones para proteger los
intereses de él…o los de sus superiores. Por el amor de Dios, ya lo había convertido
en un espía, lo que estaba bordeando demasiado cerca la verdad para su comodidad.
Si alguien reconociera los fragmentos de sus novelas y se descubriera su robo, no
sería el único que sufriría.
Minerva saltó.
—Oh, Señor, ese es Oliver. Probablemente viene a darme un rapapolvo sobre todo
este asunto de las entrevistas. ¿Qué dices, Giles? Necesito tu respuesta ahora.
—Primero, quiero otro beso —dijo, acercándose a ella—. Para ayudarme a tomar
una decisión.
Ella se sonrojó.
Él la miró de reojo.
—¿Por qué no, si encuentras mis besos tan poco inspiradores? ¿Por qué te importa
si de vez en cuando te doy uno de mis besos simplemente “competentes”?
Ella se apresuró a ir hacia la puerta y la abrió, luego volvió hasta él con una
expresión frustrada.
—Entonces acepto tus términos. —Se acercó más—. Así que vamos a sellar nuestro
trato con un beso.
—¿Cómo sabes que no habrá un duelo al amanecer cuando le digas que has
aceptado mi propuesta de Matrimonio?
—Nuestro trato tiene cada vez mejor aspecto —dijo secamente—. Tengo la
oportunidad de luchar contra los Sharpe mientras estás de pie fingiendo que te
preocupas —se acercó lo suficiente para susurrar—. Definitivamente necesitaré unos
cuantos besos tuyos si eso llega a pasar, descarada.
—¿Qué demonios está pasando aquí? Masters, pensé que estabas en el estudio,
esperando a Jarret.
—¡Sobre mi cadáver!
Hetty escuchó el rugido de Oliver desde dos salas arriba y se apresuró a bajar tan
rápido como su bastón pudo llevarla. Debía haber encontrado a Minerva. Maldita
chica. ¿Por qué no podía casarse con algún tipo decente y acabar con eso? ¿Por qué
tenía que inventar esta tontería acerca de entrevistar a tontos que solicitó en los
periódicos como una vulgar prostituta?
Bueno, Oliver acabaría con eso, no querría que Minerva se casara con algún
extraño, gracias a Dios.
Siguió el sonido de las voces en el salón chino, luego se detuvo en seco. Oliver se
enfrentaba a ese sinvergüenza de Giles Masters, sólo Dios sabía cuándo había entrado.
Y Minerva permanecía de pie con la mano en el brazo de Giles.
—No tienes que decidir eso —dijo Minerva con firmeza—. Yo soy la única que
decide con quién me caso. Además, me has estado presionando para casarme tanto
como la abuela. Entonces, ¿por qué te importaría a quien yo elija?
—No tienes ni idea de lo que es —espetó Oliver—. Dame cinco minutos, y puedo
contarte historias que te harán arder los oídos.
—Estoy segura de que podrías —dijo Minerva—. Probablemente estás en cada una
de ellas. ¿No crees que es hipócrita de tu parte calumniar su reputación cuando no es
peor que la tuya?
—No has dado reglas de con quién podríamos casarnos, abuela, sólo de cuando
teníamos que casarnos.
—Te concedo eso—dijo Masters con suavidad—. Pero ella no parece estar de
acuerdo, y eso es todo lo que importa.
Masters se enfureció.
—Cuidado, Stoneville. Hemos sido amigos durante mucho tiempo, por lo que sólo
esta vez, voy a disculpar tu insulto a mi honor. No tengo intenciones sobre la
herencia de Minerva o su dote. Ella puede guardarlo todo si lo desea. Puedes poner
eso en el acuerdo.
Hetty observó a Minerva para ver qué respuesta obtuvo eso. El sobresalto que dio
la chica cuando la palabra acuerdo fue pronunciada le dio que pensar.
¿Podría ser cierto? Masters era bien conocido por su competencia como abogado,
pero muchos leguleyos pasaban sus noches en burdeles y casas de juego, donde su
dinero se alejaba como las arenas del desierto. Según todos los informes, Masters era
uno de ellos.
—No deshicimos de la mayoría de esos tontos —dijo Jarret—. Pero algunos son…
¿Masters? Pensé que estabas en el estudio esperándome.
—No —dijo Oliver—. Está aquí, convenciendo a Minerva para casarse con él.
—¡Y una mierda! —gruñó Jarret al mismo tiempo que Gabe gritaba—. ¡Veremos
eso!
Los hombres comenzaron a acercarse a Masters, que se quedó allí con un extraño
resplandor de desafío en sus ojos.
—¡Es suficiente! —dijo Hetty bruscamente—. Todos vosotros, fuera. Quiero hablar
a solas con el señor Masters.
—Yo soy el que debe tomar esta decisión. Soy el cabeza de esta casa.
—No puedes controlar a la niña más que yo. Hace mucho que pasó la edad del
consentimiento, y hará lo que quiera. Me atrevo a decir que espera que yo la repudie
para que pueda pudrirse en una cabaña en algún lugar escribiendo sus libros. Ella
seguirá metiéndose en problemas hasta que yo ceda o tú y tus hermanos tengais
duelos con la mitad del condado. Es hora de otra táctica.
—Bien. Siempre que consiga dispararle después. —Oliver lanzó a Masters una
mirada desagradable al salir por la puerta.
Una vez que estuvieron solos, la abuela se acercó a la botella de brandy encima de
un cofre chino.
Él la miró cautelosamente.
Ella resopló.
—Mi nieta ha luchado contra la idea del matrimonio desde hace nueve años. No
hay ninguna posibilidad de que ella decidiera casarse contigo sólo porque hoy
pasaste a visitar a Jarret.
—Exactamente.
Él sonrió débilmente.
—Ya lo sé.
—Ella espera que me sienta tan indignada por su decisión que renunciaré a
pedirle que se case.
—¿Pedir? —Preguntó, con un repentino brillo en los ojos—. ¿Así es como lo llama
usted?
—¿Por qué?
Ella podía jurar que él estaba diciendo la verdad, lo cual era bastante asombroso.
—¿Funcionó?
—No soy la pardilla por la que mi nieta me toma. Esta tontería contigo es sólo otro
intento de forzar mi mano.
—Minerva se pone a sí misma en sus libros. Lo sé, los he leído todos. Cuando está
con la gente se esconde detrás de sus burlas inteligentes y sus puntos de vista cínicos,
pero se puede ver la verdadera Minerva en sus novelas. Y me gusta esa Minerva.
A Hetty también. Sin embargo, nunca le había dicho a Minerva que leía sus
novelas. Por supuesto, eran una diversión bastante buena, llenas de giros y sorpresas
y personajes intrigantes. Pero Hetty nunca había querido animar a su nieta en una
profesión tan docta.
Pero a veces, cuando estaba leyendo los libros de la chica, se sentía como si
estuviera topándose contra una parte de su nieta que nunca vio. La parte que echaba
de menos a sus padres. La parte que quería una familia propia.
La parte que escondía del mundo. Qué extraordinario que un hombre como
Masters lo hubiera visto también.
Su expresión se cerró.
—Y la quieres en tu cama.
Él empezó a hablar, luego se ruborizó.
—Me imagino que la mayoría de los hombres quieren que sus esposas estén en sus
camas.
—Pero no la amas.
—El amor es para los tontos y los soñadores. Yo no soy ninguna de las dos cosas.
Sin embargo, sonaba igual que Oliver y Jarret antes de que conocieran a sus
esposas. Y probablemente Gabe, también, si el sinvergüenza se hubiera tomado el
tiempo para pensar en ello. Oliver y Jarret habían encontrado el amor. ¿Y por qué?
Porque la mayoría de los hombres eran tontos y soñadores. Simplemente no querían
admitirlo ante sí mismos.
—No quiero ver a Minerva herida —dijo Hetty en voz baja—. No he elaborado
este plan para castigarla, no importa lo que ella piense. Lo hice para empujar a mis
nietos fuera del nido. Para obligarlos a enfrentarse a la vida en lugar de huir de ella.
Pero eso no significa que me quede de brazos cruzados mientras algún tunante le
roba el corazón y lo pisotea. Los hombres como tú tienden a pasar sus noches con sus
amantes y prostitutas...
—Quiero ser fiel a Minerva —dijo con firmeza—. Seré un buen marido para ella, lo
juro. Mi profesión es muy lucrativa.
—No crea todo lo que oye. Todo lo que pido es que me dé la oportunidad de
ganarla. Necesito tiempo, y usted necesita darle libertad. Déjeme que la corteje.
Mientras tanto, usted puede preguntar acerca de mis asuntos de negocios si eso la
tranquiliza.
—No te preocupes, lo haré. Y supongo que eso significa que no tienes ningún
problema con Pinter olfateando en tu vida.
Jackson Pinter era el Bow Street Runner a quien Oliver había contratado para
examinar los antecedentes de cualquier posible cónyuge de los nietos de Hetty.
Eso pareció dar a Masters una pausa, pero después de un momento de reflexión,
concedió con una inclinación de cabeza.
—No soy idiota, señora Plumtree. Reconozco quién dirige realmente esta familia. Si
no está de mi parte, entonces nunca tendré una oportunidad con Minerva, y los dos
lo sabemos.
—Finalmente, un hombre que me aprecia. —El señor Masters le gustaba cada vez
más, aunque todavía se reservaba el veredicto hasta que tuviera una mejor opinión
de sus expectativas.
Ella dudó. Pero nada más había funcionado con Minerva. ¿Por qué no darle a
Masters la oportunidad de espabilarla?
—Muy bien.
—Gracias. —Dejó escapar un largo suspiro—. Creo que ahora voy a tomar esa
bebida.
—Lo necesitarás. Mis nietos se preparan para dejarte hecho papilla a golpes. Y voy
a dejarlos.
Ella rió.
—Mejores hombres que tú lo han intentado y han fallado. —Bebió un poco de
brandy—. Pero tienes pelotas, muchacho. Tengo que reconocerlo. Eso podría ser
suficiente.
—Veremos.
Capítulo 4
Acalló la pequeña emoción que la recorría cada vez que recordaba que él le dijo
que no podía olvidarla. Era el tipo de cosas que todos los sinvergüenzas decían a las
mujeres. No lo decía en serio. No podía decir eso. ¿O sí?
No. Después que ella le hubo dado lo que él había querido, había estado
demasiado ansioso por aceptar su plan para un cortejo fingido. Sin duda se sintió
aliviado de no tener que sacrificarse en el altar de la respetabilidad por sus secretos,
cualesquiera que fueran.
—No puedes pretender casarte con él, hermana —dijo Jarret por tercera vez.
—No sabes nada de él. —Ella volvió su mirada hacia sus otros hermanos—.
Ninguno de vosotros.
Eran muy dulces al preocuparse tanto, pero ella estaba cansada de que la vieran
como a una inocente que tenía que ser protegida de los hombres a toda costa. No la
trataban así en ningún otro ámbito.
—Muy bien —replicó Oliver—. Estoy segura de que la abuela tendrá mucho que
decir.
Minerva ciertamente lo esperaba. Aun así, se sentía más inquieta cuanto más
tardaba la abuela con Giles. ¿Qué estaban discutiendo? Sin duda Giles estaba
probando su encanto patentado en ella.
Bueno, puede que lo consiguiera con otras mujeres, pero no con la abuela.
Minerva había oído suficiente de los criados sobre las hazañas de sus hermanos,
todas las cuales habían incluido a Giles, para saber que estaba más familiarizado con
los burdeles y el libertinaje que la mayoría de los calaveras de Londres. La abuela
nunca toleraría su noviazgo. Entonces Minerva, al fin, estaría libre de su ultimátum.
—¿Qué pasa?
—¿Es por eso que un grupo de hombres está entrando en el patio carmesí? —
Preguntó Freddy—. ¿Son amigos suyos?
Minerva sonrió. Freddy podría ser obtuso, pero tenía sus usos.
Eso debería mantener a sus hermanos fuera del camino durante un rato.
—Al principio pensé que los hombres podrían estar aquí para la carrera —
continuó Freddy—. Entonces recordé que es mañana.
—¿Qué carrera?
—¡Maldita sea!, olvidé que se suponía que no debía decirle nada a las señoras.
—Creo que es por eso que se supone que no debemos hablarle sobre eso.
—Me atrevo a decir que tienes razón. —Y por eso los únicos de la familia que lo
habían visto correr eran sus hermanos, ya que los asuntos privados generalmente
involucraban al tiro más rápido de Gabe. No se suponía que las mujeres asistieran a
ellas a causa de todo lo que se bebía, jugaba y las prostitutas.
Hmm. Tal vez había una forma en que podía usar esto en su pelea con la abuela.
—Dijeron que irían. —Dio un fuerte suspiro—. Yo mismo quería ir, pero Jane
quiere que mañana la acompañe a ella y a María a hacer compras en la ciudad. Odio
ir de compras. Nunca hay nada que comer. Sólo vestidos, vestidos y más vestidos.
¿Por qué las damas necesitan tantos vestidos, de todos modos? Sólo podéis usar uno
a la vez.
—Tenemos que tener algo para llenar el armario, o los ratones entran y construyen
nidos —bromeó.
—¿De verdad? —Dijo con perfecta sinceridad—. No tenía ni idea.
Parecía incierto.
—Si me lo dices, te diré dónde pone Cook los pasteles de riñón a enfriar.
—No estoy muy seguro. Cerca de alguna posada en Turnham. Eso es todo lo que
sé.
La abuela empezó.
—Aparentemente, los caballeros que han llegado para ser entrevistados están
invadiendo la casa —dijo Minerva con cierta satisfacción—. Freddy me dice que
están llenando el patio carmesí.
—Dios nos ayude a todos —murmuró la abuela—. Supongo que tendré que reunir
más sirvientes.
—Le di permiso para cortejarte —dijo la abuela con un gesto despectivo—. Por lo
menos es un pretendiente legítimo y no una escoria que respondió a un anuncio —le
lanzó a Freddy una mirada intensa. —Vigilarás a esos dos, ¿verdad, muchacho?
—Creo que ella quiere que hagas de chaperón —dijo Giles secamente.
—Oh, Dios —dijo Freddy con una pizca de pánico—. No sé nada de hacer de
chaperón.
—Es como pedirle a un dragón que proteja a la virgen —murmuró Minerva en voz
baja. Ella sonrió alegremente a Freddy—. De todos modos, no hay necesidad de que
seas chaperón. Nuestro huésped ya se iba. —Aunque ella quería que se le
contestaran confidencialmente algunas preguntas contestadas antes de que se fuera.
—Voy a verlo y regresaré en un instante.
—¿Debería ir contigo?
—No seas tonto —dijo ella suavemente—. ¿Qué podría ocurrir entre aquí y la
puerta? —Salir de un lugar tan grande como Halstead Hall requería que se
atravesaran varios pasillos y por lo menos dos patios, pero con suerte Freddy no
pensaría en eso. —Estoy segura de que el señor Masters puede ser un caballero
durante ese tiempo.
—Masters —dijo Freddy, frunciendo el ceño—. Ya he oído ese nombre antes. —Él
se iluminó. —Aguarda, ¿has apostado con Lord Jarret que podrías beber diez jarras
de cerveza en una hora y todavía disfrutar de una pu…? —Se interrumpió con una
mirada de disgusto.
—Mentiroso.
—¿Y has ganado? —preguntó ella con una mirada maliciosa. Odiaba lo mucho
que le molestaba que hubiera hecho una apuesta que implicaba complacer a cualquier
mujer, incluso a una dama de mala reputación.
—¿Es importante?
—Tú eres el que dijo que debería hacer preguntas sobre lo que podría esperar de
mi futuro marido en el dormitorio. Me imagino que si ganaste la apuesta, eso
demuestra que tienes suficiente resistencia para mantenerme feliz.
—Has prometido matar a Rockton. ¿Por qué pondría esto en peligro con tu
abuela?
—Buen punto. —Pero ella todavía no confiaba en él—. ¿Entonces, qué le dijiste a la
abuela? ¿Cómo la convenciste de que permitiera un cortejo entre nosotros?
—Le dije que quería casarme contigo. Que te he admirado y respetado. Que
podría apoyarte. ¿Por qué? ¿Qué querías que le dijera?
—¿Cómo ”Por favor, permítame casarme con su nieta, señora Plumtree, para
poder golpearla todas las mañanas y encadenarla a la cama todas las noches”?
—Algo así.
—Tú estás inmersa en tus novelas góticas, cariño. Si le dijera una mentira tan
grande, ella se olería a gato encerrado. O se negaría a dejarme cortejarte, me echaría
de la casa, y eso sería el fin de tu plan. Tiene que verme como un problema, ¿y cómo
puedo ser un problema si la dejo prescindir de mí con demasiada facilidad?
Él acarició su mejilla.
Ella luchó para recuperar el control. Y recordar de qué estaba hablando. Ah, sí.
Cómo pretendía él convertirse en un problema para la abuela.
—Si tu abuela nos ve, se dará cuenta de que soy más un canalla que un
pretendiente y se alarmará.
—¿Y eso funcionaría? —Dijo él con escepticismo—. Tengo la idea de que tu abuela
no podría obligarte a hacer nada.
—No quiero probar esa teoría, especialmente. —Le empujó contra su pecho—.
Además, tengo una forma menos peligrosa de convertirte en un problema...
El corazón de Minerva se hundió mientras se volvía para ver a Freddy, con los
ojos como platos al observar las manos de Giles aun sujetando su cintura. Y Giles
ciertamente se tomó su dulce momento para liberarla.
—¿Qué haces aquí, Freddy? —preguntó Minerva, irritada por los dos.
—Pensé que podrían quedar algunos muffins del desayuno. —Su mirada se volvió
acusadora—. Dijiste que sólo le estabas acompañando a la puerta. — Freddy se pasó
los dedos por el pelo mientras daba una mirada hacia el patio carmesí, llamado así
por sus azulejos de color rojo brillante. —Maldita sea, tu abuela me arrancará la piel
a tiras. Y tus hermanos me sujetarán mientras ella lo hace. Se supone que debía
vigilarte. —Su voz se elevó con su histeria. —Dijiste que nada podía pasar entre el
salón y la puerta...
Ella suspiró.
—Por supuesto que no. Pero francamente, no hay razón para que nadie se entere
de ello. No diré nada si tú no lo haces. ¿Por qué deberíamos molestar a la abuela con
esto? —Ella le lanzó una mirada astuta—. Odiaría ver que te metes en problemas.
—Muy bien. Aunque tal vez deba ir contigo para acompañar al señor Masters
hasta la puerta.
Ella lo tomó, su corazón latió más rápido cuando él puso su mano sobre la suya.
Llevaba guantes, al igual que ella, pero juraría que podía sentir el calor de su piel a
través de las dos capas de cuero.
—Evitemos el patio, ¿de acuerdo? No tiene sentido recordar a mis hermanos que
quieren darle una paliza al señor Masters.
Él bajó la voz.
Lanzando una mirada a donde Freddy se había quedado a unos pasos detrás de
ellos, ella dejó caer su voz a un murmullo.
—No lo olvides.
—¿Puedo pasar a verte mañana? No tengo que estar en la corte hasta el miércoles.
—De hecho —le dijo—, ¿por qué no me llevas a dar una vuelta por la mañana, por
ejemplo, a las nueve? Eso suena agradable. —Aunque no iba a gustarle donde
planeaba Minerva que la condujera.
—No dije eso. Es una excursión contigo. ¿Por qué iba a desaprovechar eso?
Ella resopló.
—Ahórrate tu falso encanto para una mujer que no te conozca tan bien como yo.
Ella apartó la mirada de la suya. Deseaba que eso fuera cierto. Deseaba que fuera
algo más que un granuja como su padre y sus hermanos. Pero no había nada que
indicara eso en todos sus encuentros. Ciertamente no había habido nada que lo
indicara en las historias que sus hermanos le contaron sobre él.
—Au revoir, mon petit mignon7 —dijo, las roncas palabras de cariño enviaron un
escalofrío de anticipación a lo largo de su columna vertebral.
Maldito fuera. Podía ver que este falso compromiso iba a ser más complicado de lo
que había previsto. Si no tenía cuidado, se encontraría nuevamente en el mismo
lugar en el que había estado hace nueve años cuando le había roto el corazón. Y ella
simplemente no podía permitir eso.
Capítulo 5
Giles ni siquiera levantó la vista de su periódico esa noche cuando los hermanos
Sharpe aparecieron en Brook’s, el club donde todos eran miembros.
—Te das cuenta de que hemos venido a darte una paliza de muerte.
—Sí. Así que terminemos con eso, ¿vale? —Había tenido bastante de los
entrometidos hermanos Sharpe. Ya era bastante malo haber tenido que aceptar que
Pinter husmeara en sus asuntos. Se sentía bastante seguro de que su vida secreta
soportaría el escrutinio del hombre, pero eso lo ponía nervioso. Esta tontería con los
inoportunos hermanos de Minerva lo hizo enojar, aunque estaría condenado si lo
mostrara.
Gabe parpadeó.
—No es un truco. —Giles miró fijamente a la cara del hombre que había
considerado su amigo más cercano, un hombre que él había esperado que conociera
su verdadero carácter por lo menos un poco. Aparentemente se había equivocado... y
eso dolía—. Sé lo que queréis. Voy a dejar que lo tengáis. Entonces podremos
olvidarlo.
—¿Por qué debería? Crees que merezco la paliza, y ¿quién soy yo para decir lo
contrario?
—Si no es por esto, entonces será por otra cosa, estoy seguro —replicó Giles.
Como el beso que había compartido antes con Minerva. Ella podía haber fingido
no preocuparse por el primero, pero estaba seguro de que se había sentido diferente
respecto al segundo. Dios sabía que él se había sentido diferente. Solo el olor de ella
lo había catapultado de nuevo a esa noche en las cocheras hacia nueve años. La
primera noche en que la había deseado. La noche en que se había dado cuenta de que
no podía tenerla si enfocaba sus energías en obtener justicia para su familia.
—Necesito una esposa. Ella necesita un marido si quiere heredar. Es tan simple
como eso.
—Ella quiere su herencia —le corrigió Giles con frialdad—. Yo la quiero a ella.
—Aun así, tienes que admitir que tu elección del momento oportuno es
sospechosa —dijo Jarret—. La conoces desde hace años. ¿Y de pronto te levantas y
decides casarte con ella?
—No podía dejar que ella se lanzara sobre algún tonto que conoció a través de su
anuncio, ¿no? —Cuando Jarret se mostró escéptico, añadió—: Hay más entre
Minerva y yo de lo que parece, viejo amigo. Lo sabes o no me habrías advertido de
ella hace dos meses.
—Para lo que sirvió —murmuró Jarret.
Además, sabía muy bien que Minerva nunca revelaría a sus hermanos la verdad
de lo que había estado poniendo en sus libros. No lo aprobarían.
—¿Vamos a salir o no? —Gimió Giles—. Me gustaría terminar con esto, ya que
voy a visitar a tu hermana por la mañana.
Gabe le disparó a su hermano una comunicación muda que puso a Giles en alerta.
—Ah. Y pensáis que debería abstenerme de visitarla si no podéis estar allí para
vigilarme.
Giles podía imaginar lo que David le había dicho a Stoneville. Hasta el suicidio de
su padre, Giles había vivido su vida con una desconsideración temeraria por
cualquiera menos por él mismo. Había cosas que todavía lamentaba de ese período
de su vida. Como la parte que sin querer había jugado para mantener a su hermano y
su cuñada separados durante tantos años.
—Si es más fácil para tus hermanos seguir adelante con esto, me defenderé. Pero
eso no me impedirá que corteje a tu hermana.
Gabe se rió.
—Está tratando de provocarnos para pelear contra él, Gabe —dijo Jarret—. Sabe
que no puede ganar. Simplemente no le importa. —Jarret buscó en la cara de Giles.
—La pregunta es por qué.
Giles pensó en contarles las mismas cosas que le había dicho a la señora Plumtree.
Pensó en defender su derecho a casarse con Minerva.
¿Pero por qué iba a hacerlo, maldita sea? Iban a atacarle de cualquier manera, y se
negaba a mendigar.
—No —dijo Jarret, con una mirada a su hermano mayor. Aunque Stoneville se
puso rígido, después de un momento asintió con la cabeza. Jarret volvió la mirada
hacia Giles—. Por ahora. No sé cuál es tu juego, Masters, pero antes de que me
enfrente a ti, quiero escuchar lo que Minerva tiene que decir acerca de este “más”
entre vosotros. Me gusta tener todos los hechos.
—Pero si oigo una indirecta de que has hecho daño a mi hermana, no descansaré
hasta que haya hecho imposible que vuelvas a hacerle daño.
Giles se volvió para ver que su hermano mayor, David, el vizconde Kirkwood, se
había acercado. David y Stoneville habían sido amigos desde Eton, a pesar de que
David tenía treinta y ocho años, tres años más que Stoneville.
—¿Qué? ¡Eso es maravilloso! Mamá estará extática. —David miró las caras
solemnes de los hermanos Sharpe—. Es decir, suponiendo que Lady Minerva
aceptara tu propuesta.
—Lo hizo —contestó Giles—. Pero al parecer sus hermanos no están muy
complacidos con la idea de tenerme en la familia.
—Maldita sea, Giles —intervino Jarret—, sabes que no es eso. No queremos ver a
Minerva herida.
—¿Qué demonios era todo eso? —preguntó David tan pronto como estuvieron en
la calle y caminando hacia la casa de la ciudad.
—Los Sharpe parecen pensar que quiero casarme con Minerva por su fortuna.
—¿Lo haces?
—¿Tú también?
David suspiró.
—Mira, Giles, yo de todas las personas sé que casarse con una mujer por su dinero
es tentador…
—¡No me voy a casar con Minerva por su dinero, maldita sea! Y sí, aprendí bien
de tu ejemplo. —La primera esposa de David, Sarah, había sido una heredera. Su
dinero había salvado a la familia de los Masters, después de que las malas
inversiones de su padre hubieran paralizado sus finanzas, pero la propia mujer casi
había destruido a David. Por supuesto, Minerva no era Sarah, gracias a Dios.
No, no podía culpar a su hermano por eso. David claramente estaba enamorado.
Pero ese era precisamente el problema. El amor lo había llevado a hacer algunas
malditas cosas peligrosas.
Giles nunca sería tan tonto. Demasiados de sus casos judiciales consistían en
hombres que habían matado a los amantes de sus esposas en un arranque de pasión
o habían comenzado a robar para pagar cosas bonitas para alguna mujer o se habían
convertido en borrachos por perder algún “amor verdadero”. Después estaban los
operativos que fueron traicionados por alguna mujer de la que se habían
“enamorado”.
Bufó. Casarse estaba bien para un hombre, pero ¿enamorarse? Cualquier hombre
que hacía eso entregaba sus pelotas a una mujer. Y Giles se dispararía antes de hacer
eso.
Por supuesto, muchos de ellos se resistirían a casarse con una esposa tan notoria.
Algunos, sin embargo, sopesarían los beneficios de tener acceso a la fortuna
Plumtree, y al cuerpo de una hermosa mujer, contra el escándalo de la familia Sharpe
y decidirían que Lady Minerva sería una buena esposa, incluso a los veintiocho años.
Podía pensar en varios que lo harían.
Pero parecía agitada mientras paseaba por la alfombra persa. No podía imaginar
por qué. Su abuela estaba sentada en una silla junto al fuego, aparentemente contenta
de ver a Giles llevar a su nieta a dar una vuelta.
Qué extraño que le importara que estuviera retrasado unos minutos para un viaje
por el campo.
—¿Así que no les hablaste de nuestros tristes secretos a través de los años? —dijo
suavemente—. ¿El castillo al que te llevé en Inverness para que yo pudiera tener mi
mal camino contigo? ¿Las noches en Venecia? ¿Nuestra fuga a España?
—Sí, yo también. —Tomando el brazo de Giles, le dio un tirón poco sutil—. Es por
eso que debemos irnos antes de que aparezcan para protestar.
—Os veré fuera —dijo su abuela. Eso fue extraño. ¿Había oído la señora Plumtree
de Freddy lo que había ocurrido ayer? Seguramente no, o ella no le permitiría irse
solo con Minerva en primer lugar.
Sin embargo, una vez que llegaron a la entrada se hizo evidente por qué la señora
Plumtree los había seguido.
—Es un faetón muy bonito, señor Masters —dijo, dirigiendo su aguda mirada por
la pintura negra brillante de su carruaje de dos ruedas—. Y un buen par de caballos,
¿eh? Debe de haberle costado un ojo de la cara.
Había una razón para eso: los perdedores se enteraban de muchos más secretos
que los ganadores. Ahogaban sus penas en cerveza y escuchaban a otros perdedores
contar sus historias. Puesto que Inglaterra estaba en lucha por su futuro, se
necesitaban muchas historias para encontrar a los ciudadanos infelices que no
querían jugar según las reglas. Al igual que los villanos que habían generado la
conspiración de Cato y conspiraron para asesinar al gabinete hace unos años, antes
de que él hubiera alertado a Ravenswood de su existencia.
—Sin embargo aquí estoy, conduciendo un buen carruaje —dijo con suavidad—.
Entonces, o bien me lo puedo permitir con mis ganancias, o no pierdo tan a menudo
como sus nietos.
—O eres un espía para los franceses —dijo Minerva con una sonrisa afilada.
—Nunca tuve un espía en la familia. Aunque recuerdo que tu padre dijo que había
un espía que vino a visitarlo, sir Francis Walsingham, que hizo todo tipo de
traiciones para la reina Isabel. —Ella frunció el ceño—. Oh, querida, puedo
confundirlo con ese vicealmirante que se quedó en Halstead Hall mientras huía de
Cromwell. Su nombre era Main, algo… ¿O estoy pensando en ese famoso general?
¿Cómo se llamaba?
—¡Abuela!
—Oh, perdóname. No es mi intención impedir vuestro paseo. —Sacudió la mano
hacia el carruaje—. Id entonces. Disfrutad.
Giles se apresuró a subirla. Ella tropezó en su afán de salir con él. Giles se sentiría
halagado, si no fuera por su expresión calculadora. Estaba tramando algo, y era
indudablemente algo que a él no le gustaría. Se parecía mucho al gato que se comió
al canario.
Saltando al asiento, Giles le cogió las riendas a su lacayo, esperó a que el joven
palafrenero estuviera sentado en el pescante trasero y luego se puso en marcha. La
señora Plumtree les saludó con la mano, y luego retrocedió a través del pasaje
abovedado.
Un rizo rubio oscuro cayó sobre su mejilla y él sintió un súbito impulso de volver
a colocarlo en su lugar. O arrancarle el sombrero para dejar su cabello libre para caer
en cascada por su esbelta espalda en una gloriosa exhibición de sensuales
tirabuzones…
Dios mío, sensuales tirabuzones ¡por supuesto!, debía de estar loco. ¿Cómo
lograba hacerle esto a él cada vez que la veía?
Cuando llegaron a la carretera, empezó a girar hacia la izquierda, pero ella puso
su mano sobre la suya.
Él no la creyó, pero lo dejó pasar. Por ahora. Hasta que descubriera su juego.
—Dime, Giles, ¿qué le dijiste a mis hermanos que hizo que me acribillaran a
preguntas anoche?
—¿No te preocupa que revele la verdad sobre esa noche en el baile de disfraces?
—No.
Él se encogió de hombros.
Él mantuvo su voz baja. Con el ruido de los caballos, dudaba que su lacayo
pudiera oírlo, pero no tenía sentido arriesgarse.
—Me dijiste que era un cortejo fingido. No dijiste nada sobre mi necesidad de
esforzarme para halagarte.
Ella rio.
—Por supuesto. —Hizo girar el carruaje alrededor de una curva cerrada—. Eres
escritora. Esperarás lo mejor en elogios bonitos. Y entre lidiar con tu familia ayer, y
levantarme al amanecer para tener algo de trabajo hecho para un próximo juicio y así
poder estar a tu entera disposición, apenas tengo tiempo para prepararme.
—Pensé que los abogados tenían una inclinación natural para dar una perorata.
—Muy bien —se aclaró la garganta—. Lady Minerva, está acusada de intentar
perturbar la paz de un estimado abogado. ¿Cómo se declara?
—Es el único tipo de discurso que los abogados saben. ¿Cómo te declaras?
—No culpable.
—Tengo una gran cantidad de evidencias que dicen lo contrario. Por un lado, estás
escribiendo libros sobre mí.
—Esa prueba no es pertinente para su caso, señor. No los escribí para perturbar tu
paz, porque nunca pensé que los hubieras leído. Escribí sólo para satisfacer mi
propio capricho. Así que ahí va tu evidencia. —Ella se inclinó hacia delante—. ¿No
puede ir más rápido este carruaje?
Él no hizo nada para aumentar su velocidad. Si quería algo de él, tendría que
pedirlo.
—Pero no lo hago para perturbar tu paz. —Sus ojos parpadearon hacia él—. Eso
sólo resulta ser un afortunado beneficio extra. Sin demostrar la intención de cometer
un crimen, perderás tu caso contra mí muy rápidamente.
—Veo que tú misma conoces un poco la ley. Pero debes saber que no aceptaré un
caso sin poder probar la intención. —Él inclinó la cabeza hacia ella y bajó la voz a un
seductor murmullo—. Mi primera evidencia es que esta mañana te vestiste para
seducirme, con un vestido que muestra tu atractiva figura insuperablemente. Estás
usando colorete en las mejillas, lo que nunca haces. Ni tampoco usas joyas, sin
embargo tus orejas están adornadas con pendientes de perlas que acentúan tu piel
cremosa y pulseras de oro que atraen los ojos hacia tus delgadas muñecas. Todo esto
es una evidencia muy fuerte de que deliberadamente tenías la intención de perturbar
mi paz.
—Siempre lo he sido. —El talento le había servido bien como informante del
gobierno. Y le iba a servir muy bien al tratar con la astuta Minerva—. Es por eso que
he notado que estás claramente inclinada a ir a algún lugar en particular,
probablemente a algún lugar que sabes que no quiero ir. ¿Estamos lo suficientemente
lejos de Halstead Hall para que te sientas cómoda revelándome nuestro nuevo
destino? ¿O debo esperar hasta que lleguemos a mitad de camino a Londres?
Ella lo miró un largo momento, como si sopesara sus opciones. Entonces dijo:
—De hecho, estoy segura de que estarás encantado de escuchar nuestro destino.
Gabe corre esta mañana a las diez. Quiero ver la carrera. Sin duda tú también.
Eso lo pilló desprevenido. ¿Cómo se había perdido esa noticia? Ah, pero él sabía
cómo. Ayer había estado ocupado tratando de acorralar a cierta mujer caprichosa.
Ella resopló.
—Deja de engañarme.
—Te estoy diciendo la pura verdad. Al cerrar filas a tu alrededor, tus hermanos
claramente decidieron no confiar en mí con sus secretos.
—Así que date prisa, ¿quieres? No tengo que llegar al principio, pero mis
hermanos por lo menos deben verme allí para que esto funcione.
Maldición.
—No seas tonto. No dejaría que te golpearan. ¿De qué me servirías entonces?
Él apretó los dientes. ¿De qué serviría? Comenzó a pensar que Minerva estaba
disfrutando de su nuevo juego. Al parecer, estaba cansada de usarlo como chivo
expiatorio en sus libros y había decidido usarlo como uno en la vida real.
—¿Realmente no lo sabes?
—No tienes por qué ser tan brusco. —Ella se acomodó en el asiento—. De acuerdo
con Freddy, está cerca de una posada en Turnham.
—No una aguja, Minerva. La aguja. Esa es la única razón por la que estaría
corriendo cerca de Turnham. —Giles retuvo los caballos para mirarla—. ¿Freddy dijo
con quién estaba corriendo?
Él detuvo a los caballos para saltar también, pero le indicó a su lacayo que se
quedara.
—No quieres ver esta carrera, querida. La última vez que Gabe enhebró la aguja, se
rompió el brazo. Esta vez, Dios sólo lo sabe…
Minerva palideció.
—Oh, Señor.
—Se había hablado de una revancha entre Gabe y Chetwin porque el accidente de
Gabe les impidió terminar la carrera —comentó Giles con severidad—, pero nunca
pensé que tus hermanos dejarían que Gabe lo hiciera.
—No conoces a Gabe muy bien si crees que él les escucharia. No cuando se trata de
Chetwin y esa carrera. Tenemos que detenerle. —Alzándose las faldas, volvió a subir
al carruaje—. ¡Vamos!
Ella levantó las riendas y las golpeó para que los caballos se movieran.
—Si tus hermanos no pueden detenerlo —exclamó—, ¿qué te hace creer que tú
podrás?
—Tengo que intentarlo, ¿no lo ves? —Su rostro ahora se veía sombrío—. ¿Sabes lo
difícil que ha sido para Gabe todos estos años desde que Roger Waverly murió?
Todas esas desagradables habladurías sobre Gabe de ser el Ángel de la Muerte…
—No fue culpa suya que el señor Waverly golpeara las rocas. Si el señor Waverly
hubiera tirado de las riendas cuando vio que no podía hacerlo... Pero no, el hombre
tenía que vencer a Gabe. Nunca pudo soportar que Gabe hiciera algo mejor que él. Y
Gabe no ha sido el mismo desde entonces. Actúa como un tipo feliz, pero he visto su
rostro cuando se menciona al señor Waverly. He visto cómo sufre Gabe.
—Mucho menos de lo que sufren los Waverly, supongo —dijo Giles con firmeza.
—Tenía diecinueve años, ¡por amor de Dios! ¿No hiciste nada tonto a los
diecinueve?
—Sí, pero ve esto como una cuestión de honor familiar. Chetwin insultó a mamá.
—Maldita sea.
Giles tomó un giro más rápido de lo que le gustaba, arrojándola contra él.
—Eso es. Y fácilmente se podría haber roto el cuello en vez del brazo. No sé si
podrás soportar ver...
—A las diez.
—No lo haremos.
—Pero veo Turnham justo delante y, a juzgar por la multitud, la carrera está en
este lado de la ciudad.
—Sí, pero mira cuántas personas están bordeando la carrera. No podemos pasar.
—Estará bien. —Él maniobró su carruaje fuera del camino para rodear a la
multitud, tratando de acercarse a la pista improvisada—. Tu hermano tiene un don
para escapar de la muerte.
Eso no pareció tranquilizarla. Ella se aferró a su brazo como él nunca la había visto
hacer con ningún otro hombre. Tirando de las riendas, Giles saltó del carruaje y se
acercó para ayudarla a bajar. Luego le dejó el vehículo a su lacayo y se dirigió a
través de la multitud con Minerva a su lado. Tardaron varios minutos en abrirse
paso. Llegaron al frente justo a tiempo para ver a Gabe entrar en las rocas justo
delante de Chetwin.
—¡Señor!... —Ella tomó aire, agarrándole del brazo, su rostro pálido.
Cómo deseaba que Gabriel Sharpe tuviera menos honor familiar y más sentido
común.
—Gracias a Dios —murmuró Minerva, sus dedos eran como unas esposas en su
brazo.
Luego volvieron a aguantar la respiración, hasta que Chetwin hubo pasado entre
las rocas con seguridad. Una vez que estuvo fuera trató de recuperar el tiempo, pero
Gabe tenía la ventaja clara en la línea de meta. La multitud se dirigió hacia los dos
postes marcados con cintas rojas.
—¡Lord Gabriel está ganando! —exclamó una voz cerca de ellos, y otros
secundaron el grito.
—Siempre gana, malditos sean sus ojos —gruñó un hombre de espaldas a ellos—.
Todos ellos lo hacen.
—Minerva —dijo en voz baja—. ¿Qué diablos está haciendo aquí el primo de tu
madre?
Capítulo 6
—¿Qué dijiste?
—Desmond Plumtree está aquí. ¿Suele acudir a observar las carreras de Gabe?
Ella siguió la mirada de Giles hacia donde un hombre de unos cincuenta años
caminaba por la carretera de Turnham. Evidentemente era su primo. Reconocería su
sombrero descolorido de castor con su estrecho borde en cualquier parte. Junto a él
estaba su hijo de veintiséis años, Ned.
—No puedo imaginar por qué Desmond vendría por esto —dijo—. Él siempre ha
sido demasiado pedante para aprobar nuestras “maneras atroces”, como él las llama.
Y viven en Rochester donde está su molino, a medio día de viaje al menos. ¿Qué
asunto podrían tener Ned y él aquí?
Un escalofrío la atravesó.
—¿Lo sabes?
—Bueno, no. —Ella le sonrió tímidamente—. Pero le oí discutirlo con Oliver. Jarret
dijo que Desmond se quedó en Turnham el día de la muerte de nuestros padres y
que el mozo de cuadra que cuidaba su caballo afirmó que Desmond tenía sangre en
el estribo cuando volvió a la posada desde dondequiera que hubiera estado.
—Te voy a dejar con mi lacayo mientras yo sigo a los Plumtree y descubro por qué
están aquí. Es curioso que Desmond vuelva a estar en Turnham, sin razón aparente.
Podría arrojar luz sobre por qué estuvo aquí la noche de la muerte de tus padres.
—Si lo sigues, yo también. —Ella se dirigió hacia el camino, junto con los que
salían de la carrera, y se dirigió hacia Turnham—. Es de mi familia de la que estamos
hablando, ¿sabes?
—¿No dijiste que querías ser vista por tus hermanos en la carrera?
—Esto es mucho más importante. —Era extraño que Desmond hubiera venido
aquí. ¿Qué significaba?—. Y los dos tenemos una mejor oportunidad de descubrir la
verdad.
—De acuerdo. Pero sigue mi ejemplo. No queremos que nos vea. Podría ser
peligroso si se da cuenta que sospechamos de él.
—Paisaje de ficción. —Ella rió entre dientes—. Me gusta eso. Tendré que usarlo en
un libro. Incluso puedo darle la línea a Rockton.
—Hay una manera fácil de averiguar si están hospedados —dijo—. Podríamos ver
si el carruaje de Desmond está en los establos.
—Por supuesto. Su carruaje favorito es una calesa que está pintada del azul más
horrible. —Miró despreocupadamente a los establos—. Está allí, Giles. Se está
quedando en la posada. ¿Por qué?
Siguieron caminando.
—No lo sé, pero es evidente que no ha aparecido aquí para ver la carrera de Gabe.
—Se detuvo en el otro extremo de los establos para mirar fijamente la posada—. Si al
menos pudiéramos saber… —Él gimió. —Oh-oh. Vuelve a salir.
—Tengo una idea de cómo podemos averiguar qué está haciendo aquí. Vamos.
—No señor. Sólo han venido a beber después de la carrera. Se irán por la tarde.
¿Necesita una habitación para pasar la noche?
Minerva prácticamente podía verlo calculando la cantidad de dinero que haría con
un rico señor que requeriría una semana de alojamiento y comidas caras, sin
mencionar el establo para una yunta de caballos.
—Te dije que era él, querida. No puedo tolerar la presencia de ese hombre día tras
día, sabiendo lo que le hizo a mi pobre hermano.
—Oh, estoy seguro de que estará bien, cariño. —le sonrió al posadero—. No se
quedará mucho tiempo, ¿verdad?
—Oh, no, mi señora, sólo una noche más —dijo apresuradamente el posadero—. Y
ni siquiera está aquí en este momento. Se ha ido a sus andanzas.
—No, mi señor, desde luego. Hace veinte años que no ha estado aquí… hasta hace
unos meses.
—Pero estará aquí esta noche. —Con un suspiro hondo, Giles miró a Minerva—.
Deberíamos encontrar otra posada más cerca de Ealing. Sinceramente, bomboncito,
hay más propiedades en esa vecindad para satisfacer nuestras necesidades que en
ésta.
—Oh no, mi señor. La mejor habitación está en la parte de atrás, y la suya está en
la parte delantera, con vistas al patio de la posada. Así que ya ve, no sería un
problema.
—Ven, paloma mía, estoy seguro de que podemos evitarlo por una sola noche —
Minerva sonrió. Giles miró al posadero—. Si puede asegurarnos…
—Le juro que no tendrá que soportar la presencia del señor Plumtree ni por un
momento. Le mostraré la habitación. Estoy seguro de que le va a gustar.
—Es mejor que no sea una estratagema para estar a solas conmigo.
—Se lo mostraré, mi señor. —El posadero los llevó al final del pasillo y señaló
otro—. Es la última habitación a la izquierda. No volverá hasta muy tarde, y estoy
seguro de que para entonces ustedes se habrán retirado.
Giles suspiró.
—Muy bien, puesto que mi querida esposa está tan decidida a ello, la tomaremos.
—Dejó algunas monedas de oro en la mano del posadero.
—Mi criado se acerca con ellas en otro carruaje. Avíseme cuando llegue, ¿quiere?
—Ciertamente, mi señor.
—¡Qué aguafiestas eres! —Salió al pasillo y miró a ambos lados. Nadie estaba
alrededor—. Vamos —dijo y se dirigió a la habitación de Desmond.
—Trabajo con criminales, ¿recuerdas? Me han enseñado un truco o dos. Viene bien
cuando llego a casa tambaleándome borracho para descubrir que he extraviado mi
llave.
Ella lo miró escépticamente. Esa era la excusa más inconsistente que había oído
nunca para un talento que era decididamente sospechoso.
Le tomó unos instantes forzar la cerradura. Luego la condujo hacia adentro y cerró
la puerta. Se dirigió directamente hacia el baúl abierto en una esquina.
—Bueno, no es por su salud —dijo ella, tomando nota de las botellas vacías de
vino apiladas sobre la mesa de roble y el par de botas embarradas cerca de la cama.
—Hace diecinueve años, le dijo al mozo de cuadras de esta posada que la sangre
de su estribo provenía de la caza.
Ella se acercó para ver que él tenía un mapa tosco y dibujado a mano. Después de
una mirada, sintió que la piel se le ponía de gallina.
—Estoy de acuerdo en que se le parece, pero es difícil decirlo con nada más que
campos, bosques y colinas delineados en el dibujo. Y algunos de los puntos de
referencia se ven mal. —Lo examinó cuidadosamente—. Si es un mapa de la finca,
¿qué quiere Plumtree con él?
—No lo sé. Giles, no crees que él realmente podría haberlos matado, ¿verdad?
—Aún no tenemos suficiente información para estar seguros. Pero si lo hizo, ¿cuál
era su razón? Y ¿por qué regresa tantos años después…si realmente es a dónde va?
—Dirigiéndose hacia el baúl, dijo—. Mira en esos cajones de allá. A ver si puedes
encontrar un diario o cartas o algo más que esto.
—No puedo creer que lo hayas dejado aquí, pedazo de tonto —dijo la voz de
Desmond—. No podemos llegar a ninguna parte sin el mapa.
Lanzándole una mirada de advertencia, Giles tiró el mapa en el baúl y le hizo una
seña con la cabeza hacia el biombo. Ella y Giles se pusieron detrás apenas segundos
antes de que la puerta se abriera.
Afortunadamente, había una silla allí. Él se sentó y tiró de ella sobre su regazo
para que sus cabezas no pudieran ser vistas por encima de la pantalla. Minerva tenía
el pulso acelerado, pero parecía sorprendentemente tranquila. Él ni siquiera saltó
cuando la voz de Desmond volvió a sonar muy cerca de ellos. A ella casi le salió el
corazón por la boca.
—Te lo juro por Dios, Ned —gruñó Desmond—, ¿cómo puedes ser tan imbécil?
También dejaste la puerta desbloqueada.
Giles le rodeó la cintura con los brazos y ella se inclinó hacia él, temiendo que
Desmond oyera el tronar de su corazón. Si los encontraba aquí, ¿qué haría?
Considerando lo que pudo haberle hecho a mamá y papá...
No, eso era absurdo. Incluso si hubiera estado involucrado en la muerte de sus
padres, no sería tan tonto como para hacerle daño a ella y a Giles en una posada
pública, con su hijo presente. Además, si Giles pudo entrar aquí, sin duda podría
salir.
—Te culpo porque siempre que las cosas salen mal, por lo general es tu culpa —se
quejó Desmond a Ned—. Tú eres el que se dejó el mapa aquí.
—Al menos ahora puedes cambiarte las botas —dijo Ned—. No querrás arruinar
tu mejor par.
—Supongo. Ah, y aquí está el mapa, en la parte superior del baúl. Creíste que lo
habías visto allí.
—Para lo que nos sirve eso —dijo Desmond—. Ahora ven aquí y ayúdame con
estas botas.
Minerva quiso gritar. ¿Cuánto se iban a quedar ambos, de todos modos? Inclinó la
cabeza para mirar a Giles, que observaba tranquilamente el borde del biombo. ¿No le
preocupaba ni un poco que pudieran ser capturados? ¿Que Ned pudiera utilizar la
espada con la que era hábil? Giles actuaba como si se metiera en situaciones tan
peligrosas todos los días.
Su sangre se enfrió. Quizás lo hacía. ¿Y si había una razón por la que conocía todas
estas cosas extrañas? ¿Y si estuviera involucrado en algún complot secreto? Incluso
podría ser un espía para los franceses, como Rockton!
Bien. Giles como espía. Su imaginación estaba sacando lo mejor de ella. Giles
nunca sería un traidor. E Inglaterra nunca contrataría a un sinvergüenza como él
para hacer ese tipo de trabajo. Además, la guerra con Francia había terminado hace
diez años, así que ¿a quién iba a espiar? ¿A los visitantes de una casa de juego? ¿Al
tabernero en su taberna favorita?
¿Qué estaba haciendo él? Debía de estar loco. Estaban a centímetros de ser
descubiertos, y estaba…
Esto era embriagador. Ser sostenida por un hombre como este. Estar tan cerca, tan
íntimamente. Sentir el calor de su cuerpo contra el suyo. Debería estar
reprendiéndole con una mirada, por lo menos. Sabía muy bien cómo sofocar los
avances de un hombre de esa manera.
Sin embargo, estaba aquí sentada sin hacer nada, disfrutando de la emoción que la
atravesaba, la emoción de hacer algo peligroso.
Pudo oír que Desmond maldecía a Ned para que se diera prisa, pudo sentir
cuando la primera bota golpeó el suelo, pero toda su concentración estaba en Giles,
que ahora le besaba la sien, la mejilla, la oreja. Su barbilla débilmente peluda raspó la
delicada piel de su mandíbula, y ella deseaba tanto girar su boca para encontrarse
con la suya...
¿Por qué tenía que ser tan bueno en esto? ¿Y por qué debía derretirse como un
pudin tembloroso cada vez que empezaba a acariciarla?
Ella saltó, temiendo por medio segundo que los hubiera descubierto. Giles detuvo
sus caricias, levantando la cabeza y fijando su mirada una vez más en el extremo del
biombo.
—Habría valido la pena si hubieras ganado algo del gilipollas —replicó Ned.
—De cualquier manera, tenemos que salir de aquí antes de que decidan que se han
olvidado de otra cosa.
Asintiendo con la cabeza, observó cómo Giles volvía a forzar la cerradura. Salieron
y se dirigieron a las escaleras, sólo para detenerse cuando oyeron que la voz de
Desmond salía de abajo.
—¿Qué quiere decir, quiere que me vaya? He pagado un buen dinero por mi
habitación.
—No puedo tener a su clase pasando el rato aquí con gente importante que se
queda aquí —dijo el posadero.
—Siempre pensé que era sospechoso, hablando de cazar urogallos cuando no hay
ninguno aquí. Y la ansiedad de su señoría confirmó mis sospechas.
—¿Por qué inventar cosas cuando la verdad servirá? Simplemente sucede que tu
primo le debe a Manderley mucho dinero.
—¿Cómo lo sabes?
—Tu hermano quería que le diera un vistazo a las finanzas de Plumtree. Cosa que
hice.
Ella había pensado que Jarret le había pedido que examinara la situación en lo que
se refería al testamento de Desmond y la abuela, pero no iba a discutir el punto en
este momento.
Oh, Dios. Minerva miró a Giles, pero él ya estaba tirando de ella en dirección a su
habitación. Apenas habían entrado y cerraron la puerta cuando oyeron a Desmond
subiendo las escaleras con Ned.
Aunque sabía que no podía verlos, contuvo el aliento y lo sostuvo hasta que oyó
pasos de botas que pasaban por el otro pasillo.
—No podemos irnos hasta que se vayan —dijo Giles—. No puedo arriesgarme a
encontrarme con ellos.
Ella lo miró con profundo asombro. ¿Cómo lograba mantener una calma tan
inquietante?
Giles se rio, lo que la hizo fruncir el ceño. Pero él no pudo evitarlo, considerando
lo que había temido que dijera.
—Un ladrón. Crees que soy un ladrón. Basado en nada más que mi habilidad para
irrumpir en la habitación de tu primo.
—Y el hecho de que te vi robando algo hace años. Que te sientas cómodo entrando
furtivamente en las casas de la gente. Y afirmas no estar interesado en mi fortuna.
Está claro que tienes otra fuente de ingresos.
Eso desterró su diversión. Caminó hacia ella, la ira alimentaba sus movimientos.
—¿Es realmente tan difícil creer que puedo hacer una vida decente con lo que
hago? ¿Que podría ser lo suficientemente listo como para tener éxito como abogado y
disponer de altos honorarios?
Lo miró fijamente.
—No hay necesidad de admitirlo, cuando has decidido admitirlo por mí, con tu
vívida imaginación y tu talento para la ficción. —Él la apoyó contra la puerta—. Así
que esto es lo que has estado haciendo con esa aguda mente tuya: convirtiéndome en
una mente criminal.
—Yo no estaba...
—No soy el único que miente con facilidad —replicó él—. Mientes a diario con tu
pluma y no piensas en ello.
—¿Los demás? Todo el mundo especula que Rockton es tu hermano. —Se inclinó
más cerca—. Y hace un rato hiciste el papel de Lady Manderley sin escrúpulos, pero
no te estoy acusando de ser una criminal. No estoy cuestionando tu carácter.
Ella resopló.
Ella se incorporó.
Dios, era dulce besarla. Para una mujer con una reputación de hacer trizas a los
hombres con su lengua, tenía la boca más suave que había conocido. Podía perderse
en ella muy fácilmente.
Podía perderse en ella muy fácilmente. Y eso sería un error. La última vez que dejó
que su polla lo guiara, casi había arruinado la vida de dos personas para siempre. Así
que debía mantener una firme sujeción en sus impulsos, no dejarlos sueltos.
Pero, ¿cómo se suponía que debía hacer eso con Minerva? Ella trituraba su control
con cada movimiento de su cuerpo perfecto. Sus manos estaban ahora alrededor de
su cuello, quitándole el sombrero, que cayó al suelo. Podía sentir sus dedos en el
pelo, y eso le hacía querer sus dedos en otros lugares, haciendo otras cosas…Dios le
librara…
—¿Estás segura de eso? —Él arrastró su boca hacia abajo y debajo de la gorguera
de encaje para chuparle el cuello.
—Estoy segura —dijo ella, aunque temblaba bajo sus labios—. Ya no soy… una
colegiala caprichosa.
El dolor en sus ojos le hizo estremecerse. La había herido más de lo que se había
dado cuenta.
—Una excusa fácil. No he sido “demasiado joven” desde hace bastante tiempo, y
te costó nueve años incluso besarme de nuevo. A este ritmo, sólo avanzarás para
forzarme cuando tenga cuarenta años.
Empezó a levantarse, pero él se subió a la cama para acostarse sobre ella, le sijetó
la cintura con un brazo y atrapó sus con una de las de él.
—Entonces tendrás un buen rato explicando por qué estás gritando por los
avances de tu marido. —Comenzó a soltar los botones que llevaba su pelliza.
Cuando la abrió para desnudar la parte superior de sus pechos a su mirada, ella
respiró hondo.
—¿Que no eres realmente mi esposa? ¿Que mentiste sobre eso? ¿Que me dejaste
pedir una habitación para nosotros? ¿Que estuviste a solas conmigo? Me gustaría oír
esa conversación.
—Sabes que lo has hecho. —¿Por qué ella le dejaba hacer esto? ¿Por qué no estaba
protestando?
No importaba. Desde aquel maldito baile del día de San Valentín, había tenido
demasiados sueños donde estaba debajo de él, dispuesta y ansiosa. Y ahora que
estaba viviendo ese sueño, no iba a detenerse.
—Lo único en lo que he podido pensar desde que bailamos —murmuró— es cómo
quiero tocarte. —Deslizó la mano por debajo de las enaguas para pasarla a lo largo
de las medias. —Cómo quiero acariciarte hasta que grites tu placer. — Él alcanzó sus
ligas y se movió más arriba. —Para saquear tu suave cuerpo en formas que no
puedes imaginar.
Su pecho se elevaba y caía con sus respiraciones rápidas; sus ojos estaban abiertos,
pero no tenía miedo.
Debería tener miedo. Él estaba llegando al límite. Se sentía tan bien debajo de sus
faldas, su piel tan sedosa y cálida como pétalos de rosa besados por el sol.
Al encontrar el lugar tierno entre sus piernas, deslizó los dedos dentro de la
hendidura de sus bragas para tocar sus rizos. Estaba caliente y húmeda para él, y
podría explotar sólo sabiendo eso.
Cuando inclinó la cabeza para chuparle nuevamente el pecho, ella tomó aire pero
aun así logró murmurar:
—¿Por qué te importa? —dijo con voz rasposa—. No piensas casarte conmigo de
todos modos. Entonces, ¿qué importa si soy un ladrón?
Su respiración era inestable. Bien. La quería tan inquieta como lo estaba él.
—¿Como este pequeño interludio? ¿Es eso lo que estás haciendo conmigo, cariño?
¿Satisfaciendo tu curiosidad intelectual?
—Oh…vaya…Giles…
Giles tampoco debería. Puesto que la seducción no había sido su propósito, él sería
un verdadero sinvergüenza por continuar. Pero rápidamente estaba olvidando de
que ya no era un canalla. Ella olía demasiado dulce, sabía demasiado delicioso. Y la
deseaba demasiado.
Sólo medio consciente de lo que hacía, se frotó contra su muslo, buscando alivio
para el dolor creciente en su polla.
—¿Qué tienes en el bolsillo? Es una pistola, ¿no? Sabía que estabas a la altura de
algo sospechoso.
Con una risa, él obligó a que su mano bajara hasta su “pistola” y la frotó a lo largo
de su carne, una acción que era a la vez dolorosa y placentera para él, ya que sabía
que era todo lo que llegaría a hacer.
Su tono debía de ser demasiado brusco, porque hubo una larga pausa.
—¿Sí?
—Sólo quería informarle que el Sr. Plumtree se ha ido, milord. Así que no tiene
por qué preocuparse de encontrarlo en los pasillos.
—En realidad, señor, hemos decidido dejar la posada —dijo Giles sin rodeos.
Como si le hubiera dado el pie, Minerva se adelantó. Aunque él pudo ver que
estaba sacudida, ella se las arregló para dar un resoplido teatral.
—Tiene un olor desagradable, señor. Y juraría que vi una rata corriendo debajo de
la cama.
—Perdón, mi señora, pero no tenemos ratas —protestó el posadero—. Y si hay un
olor, tal vez otra habitación...
—Lo siento, mi buen amigo, pero nos vamos. —Giles entregó al hombre varios
soberanos—. Espero que esto solucione cualquier inconveniente que le hayamos
causado.
—¿Qué?
—¿Es eso lo que hice? Pensé que me limité a señalar que has estado bastante
desatento para ser un hombre que dice querer casarse conmigo por algo que no sea
mi fortuna.
—¿Y ahora?
Sin embargo, algo había cambiado entre ellos. El aire se había cargado de bastante
energía sensual antes de chisporrotear con ella ahora. Hasta hoy, había negado que le
deseara. Ya no podía.
Su tono se endureció.
—Has dado mucho dinero al posadero. Y hay ese anillo de sello que llevas puesto.
Dime, ¿cómo has conseguido exactamente todo eso?
—Esta conversación tendrá que esperar más tarde —murmuró al ver su carruaje—
. Tenemos un problema más importante por el que preocuparnos.
—Vimos tu carruaje y pensamos que tenías que estar cerca. —Se alejó del carruaje,
su expresión asesina.
—Su sombrero está torcido. ¿No te parece que su sombrero se ve en bastante mala
condición, Jarret? Y su vestido, también.
Qué curioso. Estaba mintiendo para protegerlo. Podría tener alguna idea ridícula
de que era un ladrón, pero claramente no quería que lo atraparan.
—¿Dejarla ir? —replicó Giles—. Está claro que no conoces muy bien a tu hermana
si crees que podría detenerla una vez que decidiera hacer algo.
—No debiste haberla traído aquí en primer lugar —señaló Gabe con una dura
mirada—. Por el amor de Dios, hombre, no tienes...
—Hice que me trajera aquí —exclamó Minerva. —Una vez que me enteré de que
competías con el señor Chetwin...
—Freddy me lo dijo —dijo Minerva. Oliver maldijo entre dientes—. Y una vez que
oí que planeabas volver a correr esa horrible carrera, ni todo el ejército inglés podría
evitar que intentara detenerte. Solamente desee que no llegáramos demasiado tarde.
Giles puso los ojos en blanco. Ese no era el rumbo que debía tomar con Minerva.
—¡Sí, pero podrías haber sido asesinado! —Cuando sacó el pañuelo para secarse
un ojo, Giles se preguntó cínicamente si sus lágrimas eran reales. Había visto a sus
hermanas fabricar lágrimas con suficiente frecuencia.
Si las hubiera fabricado, era una manera inteligente de desactivar la ira de sus
hermanos y de apartar la atención de lo que ella y Giles habían estado haciendo.
Gabe mostraba una expresión de puro disgusto, y los otros dos intercambiaron
miradas nerviosas.
—No lo suficiente. Tal vez estabas más interesado en apostar en la carrera que en
impedir que muriera tu hermano.
—¿Entonces por qué no exigirle que se quede en casa? ¿Por qué venir aquí y
ayudarlo?
—¿Ha tenido un accidente, como la última vez? —dijo ella—. ¿Es por lo que
estabas aquí para recoger las piezas después?
Cuando algunos de los espectadores que veían discutir a su muy pública familia
murmuraron su acuerdo, Minerva se dio la vuelta hacia Giles, sus ojos destellando
fuego.
—Me estoy manteniendo fuera de esta pelea. Te traje aquí, ¿recuerdas? Yo hice mi
parte.
—Y de todos modos, resultó bien —dijo Gabe irritado—. No sé por qué estás
haciendo tanto alboroto. No morí, y además gané la carrera. Eso es todo lo que
importa.
Todos se giraron para ver a una joven que estaba de pie, acompañada por un
caballero que parecía como si quisiera estar en cualquier otro sitio que no fuera allí.
Giles trató de colocar a la mujer, que parecía familiar de alguna manera.
Minerva estaba aturdida. Virginia Waverly. Había visto a la chica una sola vez, en
el funeral de Roger Waverly, cuando la señorita Waverly tenía trece años y era
bastante corriente. a especial.
Ahora ya no era nada corriente. A los veinte años, era una belleza, con una figura
esbelta, ojos azul oscuro y el pelo era una masa de tirabuzones negros que
destacaban bajo un sombrero de paja muy pequeño con cintas rosas. Y brillaba
bastante con rabia justa cuando se enfrentó al hombre que veía como el asesino de su
hermano.
Parecía que alguien hubiera golpeado al pobre Gabe en la cabeza con un hacha. Al
menos alguien estaba tratando de hacerle perder el sentido, aunque la mujer no tenía
derecho a afirmar que había matado a su hermano.
—Señorita Waverly —dijo Minerva, forzando una sonrisa mientras daba un paso
adelante—. Creo que estás actuando bajo algún malentendido sobre la muerte de tu
hermano. Mira…
—No te metas en esto, Minerva —ordenó Gabe con un tono sin emociones—. La
señorita Waverly ha venido aquí para sacar algo de su pecho, y me gustaría
escucharlo.
—En realidad —dijo la señorita Waverly con tono agudo—, he venido a verte
correr, lord Gabriel. No podía creer que fueras tan imprudente otra vez. Que
arriesgarías la vida de otro hombre después de que...
—¿Podríais hacer el favor de callaros? —exclamó Gabe—. Esto no tiene nada que
ver con ninguno de vosotros.
Se acercó a la señorita Waverly con pasos de plomo y una expresión herida que
rompió el corazón de Minerva.
—Qué tontería —replicó con voz amarga—. Estás aquí hoy repitiendo la historia.
Podría haberte perdonado antes, pero no ahora. No cuando escuché que querías
hacer exactamente lo mismo otra vez. Me enteré de la primera carrera contra
Chetwin demasiado tarde para asistir, pero ésta, no iba a perdérmela.
—No, he venido a verte perder. Pero nunca lo haces, ¿verdad? Puesto que estás
tan empeñado en arriesgar la vida de todos en esa miserable carrera, entonces
también puedes competir conmigo. Al menos puedo honrar la memoria de mi
hermano al lograr lo que quería: golpear al todopoderoso Señor Gabriel Sharpe.
—¿Por qué no? ¿Porque soy una mujer? Soy una conductora excelente, tan buena
como lo fue mi hermano.
—En realidad lo es, sabes —le ofreció su compañero, un hombre de pelo oscuro
con una cara que llamaba la atención—. Mi prima se destaca en la conducir cuatro en
mano8. Incluso ganó una carrera contra Letty Lade.
Minerva ciertamente no lo había oído. Letty Lade era la esposa de muy mala
reputación de sir John Lade. No sólo era un famoso látigo, sino que también se
—Puedes cambiar de opinión después de que corra la voz de que una mujer te
desafió a una carrera y te negaste —dijo, con calma—. Dudo que te guste ser
marcado como cobarde por todos tus amigos.
—Veré si la hago entrar en razón —dijo su primo, y luego se apresuró tras ella.
Alguna comunicación tácita pasó entre Oliver y Jarret, luego Jarret asintió.
Oliver miró a sus hermanos otro momento, luego se volvió hacia Giles.
—Ni soñarlo —dijo Giles con una calmada voz acerada—. La traje aquí y la llevaré
a su casa.
—Si cree que te dejaré tener un minuto más a solas con mi hermana...
—Oh, por Dios —dijo Minerva con irritación—, estamos en un carruaje abierto e
iremos detrás de ti. ¿Qué podría hacerme?
Lo último que quería en este momento era montar a solas con Oliver mientras
trataba de determinar el alcance de lo que ella y Giles habían estado haciendo en la
posada. Sabía que era mejor no creer que él había tomado su cuento de la tarde al pie
de la letra. Oliver era así de astuto.
—Ambos me daréis un informe completo una vez que lleguemos a casa sobre lo
que habéis descubierto acerca de Desmond. —No era una petición.
Iba a ser difícil pretender que su mundo entero no acababa de ser desplazado de
su eje. Por fin conocía de primera mano algo de lo que los hombres y las mujeres
hacían juntos una vez que seguían más allá de los besos. Y ahora que lo sabía, tenía
que preguntarse cómo alguna mujer había permanecido casta.
Lo que había comenzado como aquiescencia a las seducciones de Giles para poder
obtener algunas respuestas de él se había convertido rápidamente en la tarde más
emocionante de su vida. ¡Qué nuevos sentimientos había despertado en ella! Y
cuando deslizó el dedo dentro de las bragas… No era de extrañar que las mujeres se
arrojaran a la cama con los canallas. Hombres como él eran un peligro para la
compostura de cualquier mujer.
Giles era un seductor magistral. Porque podía despertar tan fácilmente el cuerpo
de una mujer que ella perdía la cabeza ante sus deliciosos besos y caricias. Porque
podía hacer que una mujer olvidara todos sus planes para el futuro.
No, eso no. Nunca eso. Aunque había calentado su sangre, eso no era suficiente
para construir un matrimonio, especialmente cuando tenía el hábito de calentar la
sangre de cada mujer. Ella no estaba a punto de terminar en la situación de mamá.
Sin embargo, cuando Giles tomó su mano para ayudarla a entrar en el carruaje, no
pudo evitar pensar en dónde había estado recientemente esa mano, exactamente lo
que le había estado haciendo y lo maravilloso que la había hecho sentir. Peor aún, la
mirada caliente que le dio le dijo que ella no era la única que pensaba en ello.
Oh, eso.
—Estoy bien. Sólo estoy preocupada por Gabe. —Pensó en la expresión de su
cara—. Entiendo por qué la señorita Waverly está enojada, pero no tenía derecho a
culpar a Gabe por la muerte del señor Waverly. —Cuando Giles no dijo nada, el
temperamento de Minerva se encendió. —¿No estás de acuerdo?
—Ya que él fue el que desafió a Gabe… Supongo que podría haberlo hecho. Pero
Gabe no desafió al señor Waverly a esa carrera.
—¿Sabes eso con certeza? ¿Ha dicho Gabe alguna vez eso?
Ella pensó en todo lo que había dicho cuando sucedió y dejó escapar un largo
suspiro.
—Nadie lo sabe, excepto un par de sus amigos que se niegan a hablar. Lo que me
lleva a creer que Gabe podría haber planteado el desafío. Si Waverly lo hubiera
hecho, los amigos no tendrían ningún remordimiento en decirlo, ya que el hombre
está muerto.
—Sólo porque eres ciega cuando se trata de ver a tu familia con claridad.
—No dije eso —le lanzó una breve mirada pensativa—. Pero pienso que tú, de
toda la gente, entenderías lo que es querer justicia para alguien a quien amas, sin
embargo, eres totalmente incapaz de obtenerla por cualquier medio legítimo.
—Por supuesto. Quieres saber la verdad sobre lo que le pasó a tus padres, y estás
dispuesta a hacer grandes esfuerzos, como entrar furtivamente en la habitación de
Desmond, para conseguirlo. Tú y la señorita Waverly sois iguales en ese aspecto.
¿Por qué tuvo la sensación de que había cosas que él no estaba diciendo?
—Tú también lo harías si supieras con certeza que Desmond mató a tus padres.
—Tal vez. —Le miró de cerca—. ¿Así que querías vengarte por la muerte de tu
padre?
—No lo sé...te lo estoy preguntando. Dices que estoy ciega a los defectos de mi
familia. Sólo me preguntaba si tú eras igual de ciego para los de tu padre.
—Difícilmente. Conocí los defectos de mi padre tan bien como los míos. —su tono
remoto le advirtió que no se burlara.
—Me suena como si ya conocieras mis defectos. No tiene sentido que te ayude a
agrandar tu lista.
—Me pregunto si debo considerar tu capacidad para forzar una cerradura como
una falta o un activo. Tu asombrosa facilidad para mentir de manera convincente es
ciertamente una falta.
—¡Perdona!
Él le lanzó una mirada penetrante desde unas pestañas morenas increíblemente
gruesas.
—Revelar a tus hermanos que poseo tal talento cuestionable sólo habría ayudado a
tu causa. Hubiera enviado a Oliver a tu abuela para protestar por nuestro cortejo. No
puedo imaginar lo que estabas pensando para dejar pasar esa oportunidad.
La verdad era que algo le había impedido revelar ese pequeño chisme.
Ciertamente no habían sido las endebles excusas de Giles sobre cómo había
aprendido a forzar una cerradura. Ni siquiera había sido la manera cautelosa con que
la había observado mientras ella contaba su cuento, casi como si estuviera esperando
que lo traicionara.
Cuidado ahora, le dijo su yo sensato. Dijiste que no le dejarías robar tu corazón esta vez.
Sin embargo, mentiste por él.
—Así que no vas a admitir la verdadera razón por la que mentiste sobre mí
forzando cerraduras —dijo arrastrando las palabras.
Él se encogió de hombros.
—Quieres protegerme. A pesar de todo lo que piensas que crees acerca de mí,
confías en mí.
Eso estaba incómodamente cerca de ser verdad.
—¿Por qué robaste esos papeles hace nueve años? —Cuando él no dijo nada, ella
acarició suavemente sus faldas—. No estás más dispuesto que yo a explicarte. Y
hasta que lo estés, difícilmente puedes esperar que confíe en ti.
—Entonces, tal vez debería mostrarte un lado diferente de mí. —La voz de Giles
contenía una firme determinación—. Uno más apto para hacerte confiar en mí.
—No más de un día, supongo, ya que somos el primer juicio. —Su voz se
endureció—. Algunos juicios se celebran en cuestión de minutos. La justicia es
ocasionalmente más rápida que justa. Aunque espero que eso esté cambiando, ya que
más gente contrata a abogados para cuidar de sus intereses.
Él la miró de cerca.
—¿Entonces qué dices? Si quieres asistir, puedo enviar mi carruaje por ti en
cualquier momento que creas que puedes estar lista.
—La corte no entra en sesión hasta las ocho. Te enviaré un carruaje a las siete.
—Sin embargo, alguien tendrá que acompañarme a la ciudad. —Ella hizo una
mueca—. Propiedad y todo eso.
—No —le dijo Stoneville a Minerva mientras los tres se sentaban en su estudio
poco después—. Absolutamente no.
—No puedo. Mi reunión con los arrendatarios está programada para tres días a
partir de ahora, y tengo que prepararme. No me he encontrado con ellos desde mi
regreso de América, así que no quiero retrasarlo.
—Siempre he sido un aguafiestas. —Su hermano le lanzó una sonrisa—. Solo que
lo escondí debajo de todo el libertinaje.
9The proceedings of the Old Bailey: Textos que contienen los juicios criminales celebrados en Old Bailey (Tribunal Penal Central).
The Newgate Calendar: Revista mensual que la prisión de New Gate publicaba con relatos de la vida y últimas palabras de los
criminales que eran ejecutados.
Ella resopló.
—Haré que uno de mis empleados se siente con lady Stoneville y Minerva durante
el juicio, y las acompañaré a donde quiera que vayan. Juro por mi honor que las
protegeré tan bien como tú.
—Oh.
Esa única palabra, dicha con tal sorpresa, reforzó para él que esto era una buena
idea. Necesitaba verlo como algo más que un sinvergüenza en el que no se podía
confiar. Necesitaba verlo en su elemento, sobre todo después de la impresión que
había sacado esta tarde cuando él había utilizado sus habilidades forzando
cerraduras.
—Así que ya ves —continuó—, no tienes nada de qué preocuparte, Stoneville. Voy
a cuidar muy bien a tus mujeres.
—No le culpes a él por eso —le sorprendió Minerva—. Échame la culpa a mí.
Además, ¿no te alegra que siguiéramos a Desmond y Ned? Aprendimos más en una
tarde de lo que hemos aprendido en todo el tiempo desde que mamá y papá
murieron.
Stoneville suspiró.
Lo que Gabriel Sharpe necesitaba era una rápida patada en el culo, pero Giles no
era lo suficientemente tonto para decir eso en voz alta. Por un lado, lo encontrarían
muy sospechoso, y por otro, Minerva parecía no estar de acuerdo. Además, Giles
sospechaba que Gabe había recibido exactamente lo que necesitaba esta tarde en
forma de Miss Waverly y su desafío.
—Cierto.
Giles les contó todo lo que él y Minerva habían averiguado. Cuando llegó al mapa,
Stoneville se enderezó.
Mientras Giles hacía el bosquejo, sintió los ojos de Minerva en él, y cuando le
entregó el mapa ella se quedó boquiabierta.
—Masters siempre ha tenido una memoria increíble para las imágenes y la palabra
escrita —intervino Jarret—. Es como si estuviera impreso en su mente. Así era como
se las arreglaba para hacerlo bien en la escuela, incluso cuando pasaba la mayor parte
de su tiempo en actividades disolutas; podía recordar todas las líneas que había
leído.
Giles le sonrió.
—Yo te lo digo. Simplemente no me crees.
—Si esta es mi propiedad, es un mapa de cómo se veía hace décadas, antes de que
Desmond naciera. El pabellón de caza que construyó papá no está en él, ni los
jardines del lado este que fueron colocados por el cuarto marqués. Un mapa como
este no sería de mucha utilidad práctica para nadie ahora.
—No lo sé. —Stoneville dejó el papel—. Puede que Pinter pueda averiguarlo.
—Oh, sí, pon al señor Pinter en ello —dijo Minerva con entusiasmo—. Es un tipo
inteligente y muy bueno en su trabajo.
Giles frunció el ceño. Pinter era también un hombre apuesto y más cercano a la
edad de Minerva. Y el Bow Street Runner era más el tipo de hombre que Minerva
afirmaba que quería, honorable y directo.
—Veré lo que puedo averiguar en el juzgado —dijo Giles—. Puede que algunos
registros antiguos de la finca demuestren con certeza si es así.
—No me importa.
—Pero ¿está bien involucrar a Pinter en este asunto de familia? —le espetó,
luchando por contener su ira.
—Es discreto.
—Ah. Y tú crees que yo no. —Se levantó. Si no se marchaba pronto, diría cosas de
las que se arrepentiría—. Gracias por el voto de confianza.
Ella le sonrió.
—Oh, cállate, Oliver —dijo ella bruscamente—. ¿No has dicho lo suficiente? Y yo
iré a donde me plazca, muchas gracias.
Probablemente también lo haría. Eso era una cosa en su favor: Minerva era buena
para molestar al idiota de su hermano hasta que él se dejara convencer. Nunca
dejaría que él la engañara para que no pudiera presenciar un juicio real de asesinato.
Es por eso que Giles había elegido mañana para su día en la corte.
Tan pronto como estuvieron fuera del alcance de los otros, Jarret dijo:
—Tengo una pregunta para ti que espero que respondas honestamente. ¿Qué
quisiste decir anoche cuando dijiste que había más entre tú y Minerva de lo que nos
dimos cuenta?
—Lo hicimos. Dijo algo acerca de que habíais bailado juntos una vez. Pero eso no
es lo que querías decir, ¿verdad?
—Mira, viejo, puedes decírmelo. Pensé que éramos amigos, después de todo.
Su cólera se aceleró cuando se detuvo para mirar a Jarret. A pesar de que Jarret era
cinco años menor que él y Stoneville sólo dos, Giles estaba más cerca del hombre más
joven. Stoneville siempre había tenido una visión más sombría del mundo que Giles,
la de Jarret había sido pragmática, como la suya. Había supuesto que Jarret lo
entendía.
Hasta ahora.
—Por supuesto que no —dijo Jarret con el ceño fruncido—. Pero es diferente para
mí que para ti.
—¿Cómo?
Jarret se pasó los dedos por el pelo, luego apartó la vista antes de bajar la voz.
—No me voy a casar con Minerva por su dinero, y es la última vez que lo digo.
Elige creerme o no, pero no tienes nada que decir en sus asuntos. Es mayor de edad.
Nos casaremos si lo deseamos.
Giles se detuvo.
Él resopló.
—No estarán de acuerdo con eso. Sabes muy bien que Oliver no lo hará.
—Le haré aceptarlo, lo juro. —Jarret lo miró fijamente—. Pero primero tengo que
saber qué hay entre ti y Minerva.
Giles debatió qué decir. No se atrevía a contarle a Jarret el tema con sus libros, lo
que haría que el hombre mirara los asuntos que no debía. Pero había algo que podía
decir. Desafortunadamente, eso podría hacer que Jarret estuviera más opuesto que
menos.
Sin embargo, valía la pena el riesgo. Era difícil cortejar a Minerva cuando ella
seguía burlándose de sus hermanos y ellos seguían subiendo al cebo.
—¿Qué?
—Besé a tu hermana.
—¿La besaste?
—Oh, mira por dónde. Puedo imaginarme cómo fue eso. Besaste a Minerva, y ella
te echó una buena bronca.
—No exactamente.
—Ella me pidió que la besara, así que lo hice. Entonces me miró con los ojos llenos
de estrellas y entré en pánico. Dije algo cortante, y ella…no lo tomó bien.
—No lo haría. —Jarret miró hacia el pasillo—. Bueno, eso explica la forma en que
habla de ti, de todos modos.
—Para provocar a vuestra abuela para que rescinda su ultimátum, por supuesto.
—Eso suena como Minerva. Entonces, ¿por qué aceptaste ayudarla en eso?
—No lo hice. Estuve de acuerdo en cortejarla. Mi deseo de casarme con ella es real,
tanto si ella lo acepta como si no.
—Ah. ¿Es por eso que estás tan ansioso de ayudarnos a investigar a Desmond?
¿Esperas que la ablandará hacia ti?
—Algo así.
—Podría no ser fácil —dijo Giles en voz baja—. Pero las espinas pueden ser
cortadas. O se puede excavar por debajo.
—Si eso es lo que se necesita. —Se dijo a sí mismo que era porque necesitaba
acabar con esta tontería de ella escribiendo sobre él. Necesitaba tener una esposa, y
Minerva era una elección lógica. Pero temía que fuese más profundo que eso.
Giles se resistió al pensamiento. Eso era absurdo, lo que necesitaba era a ella en su
cama. Era simple lujuria, nada más. Si sólo pudiera satisfacer ese deseo, se sentiría
más él mismo, menos vulnerable, menos…susceptible. No le gustaba saber que en
cualquier momento, Minerva podría crear polémica.
Sólo al casarse con ella podría tener algún orden en su vida. Sólo entonces podría
atar los cabos sueltos de su segunda vida secreta antes de convertirse en Consejero
del Rey. No era nada más que eso.
Minerva apenas podía contener su excitación por estar en el Old Bailey. ¡Iba a ver
un juicio real de asesinato! Parecía que había algunas ventajas de ser la pretendida
novia de un abogado.
—Es mucho más pequeño de lo que pensé que sería —dijo María a su lado.
María había sido la que había convencido a Oliver para que las dejara ir. Era
masilla en las manos de su mujer, como lo había sido prácticamente desde el día en
que la había conocido. A Minerva le encantaba que su cuñada siempre pudiera
convencer a Oliver, ya era hora de que alguna mujer lo llevara de la mano, ya que
ninguno de los demás tuvo suerte con eso.
Oliver había aceptado incluso dejar que Freddy fuera su protector. Freddy había
sido incapaz de convencer a su propia esposa de que viniera, ya que Jane temía que
hubiera discusiones sobre sangre y vísceras. Jane era un poco nerviosa.
—Es para reflejar la luz de esas ventanas sobre el acusado, mi señora, para que el
jurado pueda ver cómo reacciona al testimonio.
Probablemente por eso entró más de un juez en la sala, seguido por varios
abogados, todos vestidos con togas negras y pelucas empolvadas y pareciendo
terriblemente importantes.
—¡Ahí está el señor Masters! —Susurró María—. ¿No está guapo con su toga y su
peluca?
—No puedo creer que no se avergüence de ser visto con ella. Alguien debe decirle
a él y a esos otros hombres que las pelucas están pasadas de moda estos días. Yo no
sería atrapado ni muerto con una. —Freddy tendía a ser obsesivo por verse elegante.
—En realidad, los ingleses han usado pelucas empolvadas en la sala durante siglos
—explicó Minerva—. Piensa en ello como tradición más que como moda.
Y Giles se veía bien con la suya, aunque era difícil reconciliar su expresión solemne
con el bromista Giles que ella conocía. Ni siquiera miró en su dirección mientras se
sentaba a la mesa de los abogados con los demás.
—Son los abogados que procesan casos importantes para la Corona —dijo
Minerva. No podía creer que Giles, de todas las personas…—. ¿Qué le hace pensar
que el señor Masters se convertirá en un C.R.? —le preguntó al señor Jenkins.
—Porque ya lo están considerando. Gana muchos más casos de los que pierde, y
eso no ha pasado desapercibido.
Ella se recostó contra el banco para mirar fijamente donde Giles estaba revisando
un cuaderno. Buen Señor, un C.R. Era la posición más prestigiosa que un abogado
podía alcanzar sin convertirse en juez o alguien alto en el gobierno de Su Majestad,
como Fiscal General o Abogado del Estado.
Primero en el puesto de testigos estaba el forense. Explicó por qué creía que la
señora Lancaster había sido asesinada y arrojada al agua. No había agua en sus
pulmones, y había moretones en su cuello. Cuando el fiscal, el señor Pitney, se sentó,
Giles se levantó para interrogar al forense.
—Dígame, señor, ¿qué educación tiene usted que le califique como forense? —Su
voz tenía un tono que rara vez había escuchado.
—Tres —repitió Giles con voz condescendiente—. Supongo que ha leído las obras
importantes de su profesión.
—No, señor.
—No puede culparlo por eso —susurró Freddy a María—. Suena tan tedioso como
esa obra de teatro a la que tu esposo nos llevó, en la que el tipo hablaba sin cesar
sobre si ser o no. “¿Ser qué?” te pregunto. No tenía sentido para mí.
Minerva reprimió una sonrisa. Gracias a Dios la sala del tribunal era bastante
ruidosa. Nadie en el piso probablemente podría escuchar las divagaciones de
Freddy.
—No había oído hablar de ello, señor. Pero las magulladuras alrededor de su
cuello fueron pronunciadas.
—¿Así que no es posible que los lazos de la capa pudieran haberse apretado
alrededor de su cuello cuando la corriente sacudió su cuerpo?
—Hay un capítulo entero sobre la frecuencia con la que los forenses interpretan
mal el ahogamiento. Se han realizado experimentos en animales y se han examinado
casos en los que se ha visto que las personas se ahogan, pero después no tenían agua
en sus pulmones. La falta de agua en los pulmones no es un indicador absoluto. Y los
moretones son comunes en los casos de ahogamiento, especialmente en un río donde
la gente está luchando contra una corriente o sus cuerpos pueden golpear contra las
rocas.
Una bonita joven llamada señorita Tuttle fue la siguiente en ser llamada al estrado.
Según el Sr. Jenks, era una amiga íntima de la señora Lancaster. Después de que ella
hiciera el juramento, el Sr. Pitney le pidió su testimonio. Dijo que había visto por
última vez a la señora Lancaster la noche anterior a su muerte, y la mujer había
mencionado pelear con su marido. Cuando la señorita Tuttle había oído al día
siguiente que la señora Lancaster estaba muerta, posiblemente por la mano de su
marido, recordó su conversación y se lo dijo a las autoridades.
Minerva observó a Giles todo el tiempo que la mujer hablaba. Mostraba una
mirada de acero que le daba escalofríos. La señorita Tuttle se retorció debajo de ella.
—Sí, señor.
—¿Sabía nadar?
—No, señor.
Freddy resopló.
—Maldita tonta, entonces, por estar caminando sobre un puente peatonal.
—Hizo frío.
—Por lo tanto, la señora Lancaster podría haber resbalado fácilmente fuera del
puente al río.
—¿Es cierto que al oírlo, le dijo a la mujer que le vendía pescado que no podía
creerlo, porque acababa de hablar con la señora Lancaster esa mañana?
—Si quiere, puedo llamar a la pescadera al estrado. Puede que la haya visto
esperando en la sala de testigos.
—No hay necesidad de llamarla. Ahora recuerdo. Pero debí confundirme el día
anterior con eso.
—¿Lo bastante molesta como para mentir sobre lo que ella le dijo la noche
anterior, que supuestamente fue la última vez que la vio?
—Por favor, dígale a la corte su relación con el hermano del acusado, el señor
Andrew Lancaster.
Poniendo los ojos en blanco, Freddy cruzó los brazos sobre el pecho.
La señorita Tuttle no habló por varios momentos. Una mirada asustada cruzó su
rostro.
—Si quiere, puedo poner al joven Lancaster en el estrado para confirmar si los dos
se han estado reuniendo.
El señor Pitney gimió y ladró una orden concisa a su empleado, que empezó a
hojear frenéticamente los papeles.
—El señor Andrew Lancaster es un amigo mío, sí —dijo la señorita Tuttle, rígida.
—Milord, no veo qué importancia tiene esto en el caso que nos ocupa.
—Por favor, responda la pregunta, señorita Tuttle. ¿Están usted y el señor Andrew
Lancaster envueltos románticamente? Tengo dos testigos que están dispuestos a
declarar que lo vieron besándola fuera de la zapatería una noche.
La sala del tribunal ahora estaba muy tranquila. Todo el mundo estaba pendiente
de las palabras de la señorita Tuttle.
Minerva sintió un poco de lástima por ella. Giles estaba siendo bastante
despiadado sin ninguna razón que pudiera ver. Por otro lado, su trabajo era
conseguir la verdad.
—Pero no le sorprendería saber que tiene una dote de varios miles de libras,
¿verdad?
—Mi señor, como el señor Masters sabe perfectamente bien, la ley dice...
—Siéntese, señor —ordenó el juez—. Quiero escuchar la respuesta de la señorita
Tuttle.
Ella pasó la mirada del juez al señor Pitney, luego dijo en voz baja:
—Entonces, tal vez consideraría conveniente que el acusado sea ahorcado como
resultado de su falso testimonio. Entonces su hermano heredaría su riqueza y no
tendría que casarse por dinero. Andrew Lancaster podría casarse con usted en vez de
con su rica prometida.
—¡Milord! —interrumpió el señor Pitney otra vez—. ¡El señor Masters está
confundiendo deliberadamente a la testigo!
—Oh, por favor —dijo el juez con sequedad—. Espero oírlo con anhelo.
—Señorita Tuttle, el hecho es que los delincuentes condenados pierden sus bienes
ante la Corona —dijo Giles con voz dura—. Así que si el acusado es encontrado
culpable de asesinar a su esposa y es ahorcado, su hermano no obtiene nada. Y
perderá cualquier posibilidad de heredar dinero del acusado.
La señorita Tuttle palideció. Qué inteligente por parte de Giles darse cuenta de
que ella no conocía la ley, pues de lo contrario no tendría ningún motivo para mentir
sobre el comportamiento del señor Lancaster.
—Así que tal vez quiera reconsiderar su testimonio —le dijo Giles—, recordando
que mentir a la corte se llama perjurio y es un crimen por el que puede ser procesada.
—Dios mío —murmuró ella, con los ojos abiertos como platos.
—De modo que debo preguntarle, señorita Tuttle —prosiguió Giles—, y le
aconsejo que responda honestamente esta vez. ¿Cuándo vio por última vez a la
señora Lancaster con vida?
La señorita Tuttle miró al señor Pitney, pero ahora la observaba con la misma
mirada fría que Giles.
—La vi la mañana del día en que se ahogó. La visité para llevarle un vestido que le
había pedido prestado.
—Así que sería imposible que el acusado matara a su mujer, ya que estaba fuera
de la ciudad, ¿no?
—Sí señor.
—¡No! —Mirando a las caras implacables en la sala del tribunal, ella admitió—: Yo
sólo…bueno, cuando el forense dijo que no era un ahogamiento y que el señor
Lancaster tuvo que asesinarla, pensé… Ellos discutían a veces.
—Me atrevería a decir que muchas parejas discuten, —replicó Giles—. Pero eso no
hace aceptable que usted insinúe que un hombre inocente cometió un asesinato, sólo
para poder conseguir un marido.
—No, señor
Él le sonrió débilmente.
—Gracias por decir finalmente la verdad, señorita Tuttle. Eso será todo.
El resto del juicio fue misericordiosamente rápido. Andrew Lancaster fue llevado
al estrado para confirmar que había estado románticamente enredado con la señorita
Tuttle, aunque juró que no tenía ni idea de su plan para lograr un matrimonio con él,
consiguiendo que su hermano fuera ahorcado. El acusado fue entonces autorizado a
manifestar su inocencia, lo que tuvo más peso ahora que Giles había demostrado que
era la verdad.
El señor Pitney en su resumen final trató de exponer su caso en las palabras del
médico forense y afirmar que la señorita Tuttle había sido intimidada por el señor
Masters para contradecir su testimonio anterior, pero no sirvió para nada. Giles había
probado su caso. Y el jurado lo confirmó volviendo en escasos minutos con una
absolución.
Giles y el señor Lancaster salieron por la puerta juntos, mientras el señor Jenks
llevó a María, Freddy y Minerva por la puerta lateral para encontrarse con ellos en el
pasillo. El señor Lancaster estaba comprensiblemente extático. Le agradecía a Giles
una y otra vez que ganara su libertad, luego se fue con su hermano para regresar a su
casa en Ware.
Antes de que pudieran hablar con Giles, el señor Pitney salió, se acercó a él y le
tendió la mano. Cuando Giles lo sacudió, dijo:
—Estoy deseando que llegue el día en que estés de nuestro lado de la mesa como
un C.R.
Giles sonrió.
—Tendré que encontrar ese libro del que hablaste. Parece que ya no basta con
conocer la ley, ¿eh, señor?
—Sabes muy bien que lo estuviste —le dijo—. No pretendas ser modesto al
respecto.
—Eso merece una celebración. —Él los miró—. Este fue mi único juicio hoy, así
que esta tarde estoy libre. Necesito volver a mi oficina para poder cambiarme la ropa,
pero después de eso pensé que los cuatro podríamos tener un almuerzo tardío.
Conozco el lugar perfecto para ello.
—¡Gracias, señor!
Mientras ella tomaba el brazo que ofrecía Giles y salían por la puerta, él se inclinó
para susurrar:
—Bueno, has hecho un amigo para toda la vida en Freddy. Le encanta una buena
comida, no importa cuánto dinero gane.
El cochero trajo el carruaje, y todos se metieron. Después de que se pusieran en
camino hacia el despacho de Giles, María dijo:
María se ruborizó.
—Supongo que faltaba un poco en esa área, pero todavía era terriblemente
interesante. Y qué listo por su parte adivinar que la señorita Tuttle estaba mintiendo.
—No era una suposición. —Él se quitó la peluca para revelar el pelo que estaba
adorablemente revuelto—. Jenks y yo pasamos unas horas en Ware y averiguamos
que las cosas no eran como parecían.
—El señor Masters, no —insistió el señor Jenks con un tono de orgullo en su voz.
—Estoy de acuerdo, Lady Minerva —dijo el señor Jenks con firmeza—. Fue un
trabajo descuidado por parte del señor Pitney. Por lo menos, debería haber
preguntado a la señorita Tuttle más a fondo.
—Quiero hacer algo más que simplemente cobrar honorarios. Quiero ver que se
hace justicia. Más importante aún, quiero verla hecha de manera justa, lo que no
sucede con suficiente frecuencia. Hay demasiados crímenes impunes en esta ciudad
y demasiada gente siendo castigada por los delitos equivocados.
Minerva también lo pensaba. Giles tenía esta asombrosa habilidad para echar un
vistazo a un crimen y descubrir cosas que nadie más podría tener.
—Lo que no entiendo es por qué el joven Lancaster no se dio cuenta de lo que
estaba haciendo su querida —dijo María—. ¿Quería que ver colgado a su hermano?
—No, pero no se le ocurrió que estuviera equivocada —dijo Giles—. Todos los que
estaban viendo el caso sabían cuál era el castigo por asesinato, simplemente
asumieron que ella también lo sabía. Los abogados a menudo olvidan que la persona
promedio no conoce la ley.
—El señor Masters siempre dice: “No olvidéis que la gente es a menudo más
estúpida de lo que esperáis” —agregó el señor Jenks.
Él se encogió de hombros.
—Quizás. Pero tú no has visto la parte de la humanidad que yo veo todos los días:
jugadores experimentados engañados por estafadores, comerciantes timados por los
timadores, mujeres jóvenes arruinadas por canallas zalameros. La semana pasada
tuvimos un bígamo en la corte, había logrado vivir dos vidas enteramente separadas
y apoyar a dos familias diferentes durante ocho años sin que ninguna de las familias
se enterara. Su socio de negocios descubrió el crimen. Estas personas estúpidamente
confían en quienes no deberían.
—Oh, pero está mezclando la estupidez con el amor —dijo María—. La señorita
Tuttle estaba cegada por el amor. Las mujeres arruinadas por los canallas zalameros
y las esposas del bígamo, confían porque aman. Es terrible que su amor haya sido
traicionado.
—La palabra clave es cegada —dijo Giles—. Por eso el amor es traicionado tan a
menudo. Nadie con sentido común debería permitir que el amor lo cegara.
—Eso es otra cosa que el señor Masters siempre está diciendo: “El amor es para los
tontos y los soñadores. Las únicas personas que se benefician de él son los
vendedores de flores y los artistas de San Valentín”.
—Qué romántico por su parte, señor Masters —dijo Minerva con fingida dulzura.
—¿Lo tenemos? —Giles acarició su pie con el suyo como para recordarle lo
menos…práctico de su asociación—. Y yo que pensé que estabas loca por mí.
No sabía lo que sentía por el amor, pero no podía burlarse tan fácilmente como
Giles. Debido a que una parte de ella todavía creía que existía, que era tan hermoso y
especial como María lo hizo sonar.
Era imposible, por supuesto. Giles era un hombre práctico, y este cortejo era un
asunto práctico. Lo había comprendido aún más después de observarlo en la sala de
audiencias. Estaba destinado a cosas más grandes de las que ella había imaginado.
Por eso fingía cortejarla, para que dejara de escribir sobre él para que su futuro
pudiera estar seguro.
Y si por casualidad decidía que realmente quería casarse con ella, sería por
razones prácticas, porque pensaba que podía moldearla en la clase de esposa que
quería. Pero un Consejero del Rey requería una esposa de reputación prístina, y ella
nunca podría ser eso. Un Consejero del Rey necesitaba a una mujer que no tuviera
intereses más allá de la carrera de su marido, y ella tampoco podía ser eso.
Independientemente de lo que Giles alegara, él se molestaría por su necesidad de
escribir. Eso no encajaba en su mundo.
No, no debía pensar de esa manera. Ella tenía un plan para su propio futuro que
no implicaba el matrimonio. Giles era el instrumento para conseguir que la abuela la
dejara sola, eso era todo. Así que no importaba lo brillante o responsable que fuera,
no debía permitir que se interpusiera en eso.
Capítulo 11
No era el único que lo había notado. María tomó el brazo de Minerva y dijo:
—Has estado muy callada. ¿Estás pensando en cómo puedes utilizar las notas que
tomaste durante el juicio? ¿Crees que pondrás algo de eso en tus libros?
—Eso no es del todo cierto —replicó María—. Leí esa escena de The Ladies
Magazine a Oliver, y él estaba bastante incómodo. Estaba seguro de que se trataba de
un escandaloso baile de disfraces al que asistieron él, Jarret y Gabe —hizo una pausa
para mirar a Giles—, y probablemente usted, señor Masters, ya que los cuatro solían
ir a todas partes juntos.
Que Dios le ayude. Minerva podría ser capaz de desempeñar bien un papel, pero
en general no era una buena mentirosa.
—¡Así que usaste esa fiesta en tu libro! —gritó María triunfante—. Pero, ¿cómo
sabrías si el señor Masters estaba allí? Es más, ¿cómo habrías sabido lo suficiente
para describirlo? Por lo que Oliver me dijo, no era el tipo de fiesta a la que asistiría
una dama respetable.
Minerva se sonrojó.
—Ah, está Gunter’s —la interrumpió él—. ¿Tomamos unos helados? —Él tuvo que
detener su balbuceo antes de que lo soltara todo. Aunque estaba diciendo todo esto
para ayudarlo, habría sido mejor para ella hacerse la tonta.
Pero más tarde, mientras paseaban por Oxford Street para que María y Minerva
pudieran ir de compras, Giles se preocupó cuando la pilló susurrando con María más
de una vez.
Parecían uña y carne. Sólo podía esperar que no siguieran la discusión sobre el
baile de disfraces.
Entonces, justo cuando los cuatro estaban entrando en una tienda de caricaturas,
Minerva lo retuvo, como si quisiera mostrarle algo en la ventana.
—Lamento mucho haber manejado tan mal ese asunto de la fiesta —murmuró ella
entre dientes mientras miraban por la ventana de la tienda—. Me pilló desprevenida
cuando dijo que Oliver la había reconocido. Nunca soñé que lo haría.
Cuando él vio a María mirar desde dentro de la tienda, fingió examinar una
caricatura.
—Lo ha mencionado más de una vez, sí. —Eso siempre hacía reír a Giles, aunque
nunca podría admitir a Oliver el verdadero motivo de su diversión.
—Debería habérmelo pensado mejor y no poner todo eso en los libros.
—Sí, deberías haberlo hecho. Pero ahora está ahí fuera. No puedes hacer nada al
respecto.
María salió de la tienda con Freddy a remolque, y continuaron por Oxford Street.
Cuando se acercaron a Hyde Park, Freddy dijo:
—¿Cuánto más vamos a vagar por la ciudad, lady Minerva? Estoy a punto de
desmayarme de agotamiento.
Cuando Minerva intercambió una mirada significativa con María, Giles entrecerró
los ojos. Algo estaba en marcha.
—Creo que volveré con Freddy —dijo María con suavidad—. Yo también estoy
cansada —le lanzó a Minerva una mirada cautelosa. —Pero recuerda que la noche
pronto caerá, así que no tardéis demasiado.
Minerva se sonrojó.
—He estado deseando hacerlo desde el momento en que apareciste en la sala esta
mañana —la besó hasta llegar a su garganta, la única parte de su cuello que mostraba
el escote en V de encaje con volantes que llevaba.
—Adulador —susurró.
La apretó contra un árbol y procedió a besarla de nuevo, esta vez más a fondo.
Olía y sabía a los helados de limón que habían comido en Gunter’s, agrios y dulces y
afrutados. Hacía que se mareara. O tal vez sólo tenerla en sus brazos otra vez lo
hacía.
Ella era suave debajo de él, su boca deliciosamente ansiosa por devolverle los
besos. A pesar de que llevaba las usuales capas de ropa femeninas, un vestido violeta
de paseo con enaguas y un corsé y Dios sabe lo que había debajo, eran de tela
delgada debido al verano. Así que cuando deslizó ligeramente la palma de la mano
sobre su pecho, ella sin duda lo notó, porque de su garganta salió un gemido bajo.
Pero cuando él tocó con el pulgar el pezón hasta que se convirtió en una punta dura,
ella lo empujó, sus mejillas se sonrosaron.
—No era esto lo que tenía en mente cuando te llevé al parque, Giles. Tengo que
hablar contigo sobre algo.
—Si es hablar lo que quieres, entonces hablemos. —Así puedo sacar esto del paso y
volver a cosas más importantes. Como hacerte mía.
—No. —Ella agarró su brazo—. Pero hoy se me ocurrió mientras te veía trabajar
que tú podrías…bueno, notar cosas sobre lo que les ocurrió a mis padres que nadie
más lo podría.
¿Notar cosas?
—Aún no sabemos con certeza si fueron asesinados, al menos no por alguien más.
—Eso es precisamente lo que quiero decir. Sabemos muy poco. —Ella lo miró con
esos hermosos ojos verdes, rodeados de pestañas doradas y oscuras, con una tristeza
repentina que se aferró a lo más profundo de su ser—. Deberíamos saber más. Pero la
abuela estaba tan ansiosa por encubrir el escándalo que nunca examinó
completamente la escena.
—El agente de policía local y el forense, sí, pero tú has demostrado hoy que esas
personas no siempre descubren la verdad. La abuela les contó su versión de los
acontecimientos, y vieron lo suficiente como para confirmar eso. De acuerdo con
Oliver, tomaron la escena al pie de la letra, ayudados por los sobornos de ella. —Lo
miró como si tuviera la llave de todo—. Pero tú no harías eso. Lo verías con ojos
frescos. Puedes notar algo que nadie notó antes. Podrías ver...
—Después de todos estos años, querida, dudo que pueda ver algo que sea útil —
dijo sin comprometerse, recordando cómo Stoneville había reaccionado ante la
posibilidad de su participación.
—¡Oh, pero sé que podrías! Excepto por que la sangre fue limpiada y se ordenaron
las cosas, el pabellón está prácticamente igual que entonces, así que seguramente...
—Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que nadie ha vuelto a ese pabellón de
caza en todos estos años?
—¡No! No te pediría que hicieras eso. Yo iría contigo, por supuesto. —Ella le
dedicó una sonrisa triste—. La gente de la ciudad dice que está embrujada, ¿sabes?
Han oído ruidos cerca del pabellón, visto luces misteriosas y cosas por el estilo.
—Por supuesto que estoy a la altura. ¿Por qué no debería estarlo? No creo en
fantasmas.
Había esa valentía que siempre le había impresionado. Todavía podía recordar la
tenaz inclinación de su barbilla a los nueve años, cuando se había puesto firme para
ver los ataúdes de sus padres.
—Stoneville no lo aprobaría.
—Si alguien sabe lo discreto que puedes ser sobre las cosas, soy yo. Eres tan
reservado como él, si no peor. Sé que no se lo contarás a nadie.
—Muy bien. Dame un día para ver si puedo descubrir detalles sobre el informe
oficial.
—Eso podría ser difícil —dijo Minerva—. Le pregunté a Oliver sobre esa última
noche, y me dijo que el señor Pinter preguntó por ello, pero le dijeron que se
tardarían semanas en localizarlo.
—Espero que Stoneville se sienta de la misma manera cuando se entere de que fui
en contra de sus expresos deseos.
—Tú deja que maneje a mi hermano. Si llegamos a algo útil, no estará demasiado
enfadado.
—¿Y no estás preocupada por encontrarme en secreto, sola, en una parte remota
de la finca de tu hermano?
—¿Debería estarlo?
—Eres lo bastante listo como para no arruinarme, porque sabes a qué conduciría
—dijo ligeramente—. No tienes más ganas de estar atado que yo, y no me harás dejar
de escribir sobre ti en mis libros si te aprovechas de mí.
Él suprimió el impulso de declararse inmediatamente. Eso sólo la alejaría más.
Minerva todavía tenía la idea de que no era un verdadero cortejo, y podía lograr
mucho más cortejándola sin que ella lo supiera.
Sin embargo, se sintió obligado a advertirle que no iba a jugar según las reglas
sólo porque ella había declarado que debía hacerlo.
—Te aseguro, Minerva, que un hombre puede cubrir una gran cantidad de terreno
entre aprovecharse y la perdición. —Le cubrió la mano con la suya—. Una gran
cantidad.
—¿Oh? —dijo ella, con los ojos brillantes de malicia—. ¿Cómo es eso?
Ella tensó los dedos en su brazo y miró fijamente hacia adelante, dos manchas de
color sonrosaron sus bonitas mejillas.
—Me temo que tendrás que seguir preguntándotelo —dijo ella un poco insegura.
—¿Lo haré? No hay ninguna razón por la que no pueda mirar tu espalda desnuda.
Sin duda no te arruinaría. De hecho, hay un gran número de partes tuyas que puedo
tocar, acariciar y besar sin hacer cosas sucias. Como ese delicado tramo de piel en la
parte interior de tu muslo justo por encima de tu rodilla. Podría poner mi boca allí,
besar el interior de tu pierna hasta llegar al prohibido…
—¿Está funcionando?
Una pareja pasó cerca de ellos, y ella permaneció en silencio hasta que estuvieron
fuera del alcance de sus oídos.
—Eso fue más un toque que una muestra. Lo que yo pretendo es ir más allá de
unos pocos toques breves. Terminarías con un conocimiento tan profundo de ese
beneficio particular del matrimonio como yo podría ofrecerte sin arruinarte. Es decir,
si me permites darte esto. ¿Es posible?
—Supón que te…dejara darme una muestra —dijo al fin—. Sólo una muestra, eso
sí. Nada que me causara problemas más tarde. ¿Estarías dispuesto a hacerlo
sin…“hacer cosas sucias”, como lo llamas?
Ella se puso a su lado, bonita como el cuadro proverbial, sus ojos cayendo a sus
pantalones con curiosidad virginal.
Ella se rio.
—Tú eres el que lo inició tratando de seducirme con palabras. Te sirve bien si
tienes que sufrir por ello.
Su sonrisa vaciló.
—¿Lo soy?
—Lo sabes muy bien. Sólo mencionaste lo de que te diera una muestra con el fin
de incomodarme.
Ella le lanzó una mirada condescendiente a su ingle, lo que hizo más para
amortiguar su excitación que lo que alguna vez consiguió conjugar en latín.
No dijo nada mientras paseaban por Rotten Row. Se limitó a sonreír y saludó con
la mano a las pocas personas que todavía paseaban en sus carruajes cerca del
atardecer.
— ¿No lo son?
Él se encogió de hombros.
—Sólo para realzar el drama de mi historia. Pero no es una buena idea aumentar
el drama en la vida real. Esto hace que las cosas sean demasiado complicadas.
—Míralo de esta manera. Paso mis días en un negocio serio, asegurándome de que
la justicia sea otorgada a aquellos que se lo merecen. Así que por la noche tengo que
ser menos serio, incluso un poco salvaje. De lo contrario, me volvería loco por las
calles.
—¿A qué parte de tu vida pertenezco? ¿La mitad seria o la mitad salvaje?
—¿Hoy? De ambas.
—Sí.
—Entonces, mañana por la mañana, veré si puedo averiguar más sobre el informe
oficial. Por la tarde, te veré en la...
—No, mañana no. Pasado mañana, cuando Oliver se reúna con los arrendatarios
en una taberna de Ealing. Así tenemos menos posibilidades de encontrarnos con él.
Giles asintió.
—Voy a tener que reorganizar algunas citas, pero puedo manejarlo. Nos
encontraremos en el pabellón de caza a las diez, pasado mañana.
—Sí. Cuando éramos críos, solíamos jugar a las cartas allí antes... —Se calló —.
Miraré la escena y deduciré lo que pueda. Luego tú y yo tendremos un estupendo
picnic en algún lugar en el que sea poco probable ser descubiertos, y te daré la
muestra que anhelas. —Tomó su cara en sus manos. —Pero te advierto que si te
encuentras “dispuesta” a seducirme después de todo, no estoy seguro de poder decir
que no.
Él se sintió tentado de besarla y recordarle lo fácilmente que eso podía pasar, pero
arruinaría sus planes. Además, pronto lo averiguaría por sí misma.
—Pasado mañana, entonces —dijo, rozando sus labios sobre los suyos.
—Pasado mañana —ella estuvo de acuerdo. Mañana iba a ser el día más
malditamente largo de su vida.
Capítulo 12
No hubo tal suerte. Celia y Jarret estaban debatiendo los méritos de la nueva arma
de retrocarga de Manton que Celia acababa de comprar, y Oliver y María le
explicaban a la abuela por qué creían que el viejo dormitorio de mamá sería una
mejor opción para el cuarto del bebé que aquel en que los niños Sharpe habían sido
criados.
—Queremos que el bebé esté cerca —dijo María—. Y de todos modos yo no uso el
dormitorio.
—¿Dormir? ¿Qué es eso? —dijo Oliver arrastrando las palabras, y los dos idiotas
se rieron juntos.
Con un suspiro, Minerva se sirvió un poco de jamón, queso y pan tostado del
aparador. Las interminables discusiones sobre los dos bebés inminentes comenzaban
a ponerla nerviosa.
No es que no le gustaran los niños. Le gustaban. Pero la idea de ser responsable de
una vida diminuta, la idea de dejar a un niño como lo había hecho mamá al final, le
daba escalofríos.
Luego estaba todo lo que ella tendría que dar para ser una buena madre. Recordó
muy bien cuán melancólicamente había hablado mamá de la escritura y qué tan
opuesto había estado papá.
Giles no se opondría.
Entonces, ¿por qué estaba planeando una escapada tan audaz con él? ¿Se había
vuelto loca?
Quizás. O tal vez sólo quería experimentar la locura de que un hombre la tocara, la
acaricia, la viera como alguien deseable por derecho propio y no sólo como un medio
para heredar. No sabía por qué, pero quería creer que su dinero realmente no le
importaba a Giles.
La noche anterior apenas había dormido por la excitación de verlo hoy. La idea
misma de estar a solas con él en el bosque había elevado su imaginación a alturas
febriles. La forma en que había hablado con ella, las cosas que había dicho…
¿Realmente pondría su boca en el interior de su muslo, tan cerca de… de allí? Había
puesto la mano en la posada, y había sido deliciosa.
A Minerva casi se le salió el corazón por la boca del susto. Su hermana tenía la
habilidad más extraña de sentir la dirección de sus pensamientos. Con suerte, no
toda la dirección.
—Lo dudo. Está en el juzgado. —Era la única excusa plausible en la que podía
pensar por la que él no estaba visitándola.
—En Ealing, para ser exactos —dijo Jarret—. Está tan cerca que pensé que podría
estar dirigiéndose hacia aquí, pero él dijo que no, que tenía negocios allí que le
llevarían la mayor parte del día.
—Creo que tiene un cliente allí —mintió, luego se dio una patada mental por ello.
Allí estaba de nuevo, mintiendo por él. ¿Y si Oliver le preguntaba por su cliente?
Peor aún, ¿qué pasaría si Oliver preguntaba en Ealing si alguien sabía lo que Giles
había estado haciendo?
No tenía por qué tratar de cubrir sus huellas. Era un hombre adulto, podía cuidar
de sí mismo.
—Es mañana. Tuvimos que dejarlo por un problema con los novillos.
Su mirada se disparó hacia él. Oh Señor. Había contado con que Oliver no
estuviera en la finca.
—Tenemos que hacer algo. El niño estará aquí antes de que nos demos cuenta, y
nuestra vieja habitación es demasiado fría y lejos del resto de las habitaciones para
nuestro gusto.
¿Envidia? Eso era ridículo. Ella tenía exactamente la vida que quería.
—Tal vez podrías ayudar con eso —dijo María—. Podría usar la opinión de otra
mujer.
—Lo siento, María, pero voy a dar un largo paseo después del desayuno.
—Cuando Minerva anuncia que va a dar un largo paseo —explicó Oliver—, eso
significa que definitivamente no quiere compañía.
—Minerva camina cuando tiene problemas con el libro que está escribiendo. —
Sonrió—. Camina mucho.
—Me ayuda a pensar —dijo Minerva defensivamente. Y por una vez, sus hábitos
predecibles mantendrían a su familia fuera de su camino—. Quizá pueda ayudarte
esta noche —prosiguió ella Después de mi aventura en los brazos de Giles.
Miró el reloj: eran casi las nueve y media, y aún tenía que llegar al pabellón. Bebió
un poco de té y luego se levantó.
—Bueno, me voy. Os veré más tarde. —Y antes de que alguien pudiera detenerla,
se echó la toca sobre el sombrerito de mañana10 y salió por la puerta.
Pero eso no era lo que la hacía dudar. Ella estaba aquí de nuevo. Aquí donde sus
padres habían sido asesinados.
Se quedó allí un largo momento, reuniendo coraje. Ayer le mintió a Giles cuando
había dicho que nadie había venido aquí en diecinueve años. Ella había venido aquí
hacia unos meses, después de que Oliver volviera a abrir la finca. Una cierta
compulsión la había llevado a ver si podía divisar al “fantasma” del que hablaba la
población local. Ver si podía sentir la presencia de sus padres.
Pero no había sido capaz de obligarse a entrar. La idea de estar sola allí, de poder
ver algún… espectro de ellos agonizando la había mantenido helada delante.
Después de mirar la entrada durante veinte minutos, había huido.
No hay nada de qué preocuparse, se dijo. Giles está dentro, listo para eliminar cualquier
fantasma con su lógica. Realmente, es sólo un pequeño pabellón corriente, hecho para
acomodar a los deportistas. No hay nada amenazante en el lugar en sí.
El caballo de Giles resopló, haciéndola saltar. Dios mío, estaba siendo ridícula. No
había tal cosa como fantasmas. Esto era lo que pasaba por escribir sobre ellos todo el
tiempo. Uno empezaba a creer su propia ficción, una peligrosa tendencia para
alguien con historias tan oscuras como las suyas.
10
Se obligó a entrar y caminar hacia el salón, donde le habían dicho que sus padres
habían muerto. Deteniéndose en el umbral, miró dentro, buscando a Giles. Él no
estaba allí. Y algo sobre los muebles envueltos en telas y el aire sofocante hacía que el
pánico brotara en su interior.
—¿Giles? —Se dirigió hacia el vestíbulo, sintiendo que su corazón latía con más
fuerza a cada paso—. Giles, ¿dónde estás?
—¡Aquí arriba! —la voz provino de las escaleras—. ¡En el dormitorio principal!
Estaba de pie junto a la ventana que aparentemente había abierto, porque una
suave brisa agitaba su cabello. Su aire de normalidad ayudó a aliviar su agitación. Él
estaba golpeando distraídamente su sombrero contra el muslo, frunciendo el ceño
perdido en sus pensamientos. Vestido con pantalones de montar de ante y una
chaqueta de montar verde, parecía despreocupado y un poco salvaje.
Cuando se volvió hacia ella, sus ojos tenían la misma inteligencia inherente que
siempre la había atraído.
—¿Oh?
—El informe del policía, que en su mayoría contiene la historia de tu abuela sobre
lo que pasó, no puede ser verdad.
Ella parpadeó.
—Lo dudo. La única persona que me ha pillado eres tú, y no me importa cuando
me atrapes, cariño. Especialmente si consigo un beso de ello.
Allí estaba él otra vez, llamándola “cariño”. Deseó que no hiciera eso. Le gustaba
demasiado. Y la forma en que la miraba…
Las lágrimas le picaron en los ojos. Se había olvidado por completo de eso.
—No mucho. La mayor parte va junto con lo que entiendo que es el reporte
público de lo que sucedió, tu madre fue despertada por el sonido de un intruso, bajó
y le disparó, luego se disparó mientras estaba afligida por lo que había hecho.
—Aprendí algunas cosas nuevas. Según el informe, utilizó una pistola cargada
que su marido guardaba para protección en una cajonera al lado de la cama en esta
misma habitación.
—Por lo que sabemos, no lo era. Y Celia ya ha señalado lo improbable que era que
mamá supiera cómo cargar una pistola.
—Estos muros son muy sólidos, y esta habitación está al final del pasillo. Nadie,
especialmente alguien durmiendo, oiría a una persona entrando furtivamente en la
planta baja.
—¿Y ella vino a esta a buscar la pistola? ¿Por qué se tomaría la molestia? Es más,
¿por qué iba a enfrentar a un intruso con una pistola, cuando podría haber bajado
por las escaleras de los criados y haber salido por la puerta de atrás para pedir
ayuda? —Regresó a la ventana para mirar afuera—. Y hay otras inconsistencias.
—Los establos están lo suficientemente cerca de esta ventana para que cualquiera
pueda oír fácilmente que un caballo está en establo —prosiguió Giles—. ¿Y qué
intruso guarda su caballo en el establo? En el momento en que oyó que alguien hacía
eso, tu madre habría supuesto que era tu padre o algún otro miembro de la familia.
—Oh.
—Incluso suponiendo que la historia sea correcta, tu madre habría tenido que
moverse lentamente por este pasillo para llegar a las escaleras. —Dio un paso y un
tablero crujió fuertemente—. Tu padre debería haber oído esto, está directamente
sobre el salón, y no puedes salir de ninguna de las habitaciones sin pasar por aquí.
—No, nada de eso. —Minerva suspiró—. Y eso significa que Oliver podría estar en
lo cierto que mató a papá a propósito. Que ella lo esperó aquí.
—Ah. Jarret parece pensar que Desmond podría haberles disparado a ambos.
—Ya lo sé.
—El problema con esa teoría es que Desmond no tenía ningún motivo para
matarlos. No habría heredado nada.
—Quizá no lo hiciera por dinero. —Ella prefería creer que Desmond los había
matado a pensar que mamá había estado a la espera de asesinar a su marido—. Tal
vez tuvo alguna razón personal para matarlos.
—Sólo me gustaría saber más acerca de cómo estaban situados cuando los
encontraron —dijo Giles—. Quiero decir, sé muy bien cómo estaban, pero...
Giles entró en el salón. Ella vaciló antes de entrar tras él. Quieres esto ¿recuerdas? Le
pediste que viniera a hacer esto.
Pero no había pensado que sería tan difícil. Nunca había visto la escena, pero
podía imaginarla... Mamá enfrentándose a papá, la sorpresa de papá cuando la
pistola le encañonó.
—Uno de ellos cayó aquí —estaba diciendo Giles mientras caminaba hacia un
tramo desnudo de suelo.
Ella no lo había notado antes, pero una alfombra había sido apartada.
—Cuando llegué por primera vez, pasé por esta habitación. La sangre se ha
limpiado, pero uno nunca puede conseguir quitarla completamente. La sangre que
permanece un rato mancha la madera, así que busqué cualquier lugar que pudiera
haber sido cubierto, y encontré esto. Me dice que uno de ellos cayó aquí.
En su mente surgieron las imágenes que había luchado toda su vida para desterrar
de su imaginación: mamá disparando el arma a papá, destrozando su rostro…él
cayendo al suelo mientras mamá intentaba recargar la pistola. Mamá poniendo la
pistola contra su pecho…
—Giles… Creo…creo que voy a… —Ella sintió que se le doblaban las rodillas y
luego la habitación se volvió negra.
Capítulo 13
Giles se giró justo a tiempo para ver desplomarse a Minerva. La alarma se apoderó
de él mientras se apresuraba a recogerla. Maldiciéndose por ser inconsciente, la llevó
fuera. Mientras él había estado hablando sin parar sobre las muertes de Lewis y
Prudence Sharpe como un idiota pomposo, había olvidado lo más esencial. Eran sus
padres. Había sido su tragedia más que la de cualquiera.
La visión de ella inconsciente en sus brazos le hizo algo aterrador a sus entrañas.
Parecía muy frágil con su vestido fino de muselina blanca, como un ángel derribado
por un cazador errante.
Dios lo salvara, volvía a soltar poesía. Se estaba involucrando demasiado con ella.
Y parecía que no podía detenerse.
Ella se movió, sus ojos se abrieron para mirarlo fijamente con confusión.
—Muertes de mis padres. Puedes decirlo. —Su voz era un poco más estable—.
Bájame. Estoy bien ahora.
A regañadientes, hizo lo que ella le pidió, pero mantuvo sus manos en su cintura.
—Shh, querida. —Él la llevó hacia los escalones de la entrada y se sentó a su lado.
Después de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó su pañuelo para limpiar
su ceja húmeda, tarea nada fácil con ese enorme sombrero que llevaba puesto—.
Ahora, tranquila. Respira profundamente. ¿Tiene sales aromáticas?
—Como dije, no soy del tipo que se desmaya. Es sólo que estar allí, en el lugar
donde murieron, sabiendo cómo murieron y viendo la sangre…
—No es culpa tuya —dijo, cubriendo su mano con la suya—. No debería haber
sido tan contundente. Me quedé atrapado en la solución del rompecabezas y olvidé
lo mucho que significa para ti.
—Pero yo quería estar allí y escuchar lo que notaras. No puedo creer que me
comportara como una idiota.
—No hay ninguna vergüenza en desmayarse, Minerva. —Y ella era la única mujer
que él sabía que se avergonzaría por ello—. Ciertamente, no hay vergüenza en evitar
ver el lugar donde murieron. Tu reacción es perfectamente racional.
—Eso no es cierto. Son reales para mí. —Su voz se ahogó—. A veces me pregunto
si… esto… hay algo mal conmigo ¿Por qué me deleito en la sangre? —Frunció el
ceño—. No, no me deleito. Es sólo que me siento obligada a crearla, a escribir sobre
ella para…para exponerla en todo su horror.
—Nunca había pensado en eso. Sin embargo, se podría pensar que con mis padres
muriendo tan horriblemente, no me atrevería a describir esas cosas.
—En realidad, creo que es todo lo contrario. Los niños son impresionables,
especialmente a la edad que tenías cuando tus padres fallecieron. —Le frotó los
nudillos con el pulgar—. Has oído hablar de sus terribles muertes, y no puedes
sacarlo de tu mente. Así que encontraste una manera de lidiar con ello, para
recuperar el poder que te fue arrancado en la vida. Eso solo muestra lo fuerte que
eres.
—Creo que ahora puedo hacerlo. Podemos volver, y puedes terminar lo que me
estabas mostrando.
—No hace falta —Se cortaría el brazo derecho antes de forzarla a revivir los
horrores otra vez—. No es cobardía evitar esas cosas que dañarán tu capacidad de
superarlo. —Él debatió si decir más, pero su expresión encantada le decidió. —No he
puesto un pie en la biblioteca desde que mi padre se disparó allí mismo. Yo era un
hombre adulto en ese momento, pero todavía no puedo entrar.
—No. Casi desearía haberlo sido. —Su voz se endureció—. Mamá llegó allí
primero después de que escuchamos el disparo. Todavía estaba gritando cuando
entré corriendo.
—Sí. Había una en nuestra biblioteca. Mi madre cambió el suelo, pero nunca lo he
visto. Yo no…entro allí Dejo que David o un criado lo hagan —exhaló con un
estremecimiento—. Me digo a mí mismo que estoy siendo tonto, que no hay razón
para evitarla, que no es como si su fantasma la encantara, y sin embargo...
—Lo ves todo de nuevo en tu mente, y no quieres que te acose la imagen más de lo
que ya lo hace.
—No tiene sentido. De todos modos he visto todo lo que puedo por ahora.
Necesito saber más antes de poder explorar más a fondo.
Ella asintió.
—¿Lo sabe?
—No los mató. Él nunca haría eso. Él los encontró, eso es todo.
—Sé que tu hermano no los mató —cortó Giles. ¿Cómo podía pensar ella que
creería tal cosa?—. Lo conocí mucho antes que ellos murieran. Él sería la última
persona en la tierra que yo creería que es capaz de asesinar. Es verdad que
despreciaba a tu padre por sus adulterios, pero lo admiraba por su manejo de la
finca. Y tu madre… —Giles sacudió la cabeza. —Nada en la tierra habría persuadido
a Oliver para dispararle.
—Los chismes dijeron que le disparó por accidente cuando se interpuso entre él y
papá.
—Los chismes son idiotas. También dicen que disparó a tu padre para ganar su
herencia. Si lo hizo, ciertamente se comportó extrañamente después, cerrando la
finca, yendo a destruirse con bebida y mujeres. Ese no es el comportamiento de un
hombre que consiguió la herencia que quería.
—No demasiado. —Y ahora que sabía lo mucho que la había herido aquella noche
en el baile de disfraces, comprendió por qué. Volvió a lo que habían estado
discutiendo—. ¿Crees que Oliver me diría lo que vio esa noche?
—Le costó años explicárnoslo, y cada palabra fue duramente ganada. No puedo
imaginar que esté de acuerdo en detallar cómo y dónde.
—Por supuesto que sí. —Cuando dejó que la levantara entre sus brazos, casi la
besó allí mismo.
Luego miró detrás de ella al pabellón y se lo pensó mejor. Este no era el lugar para
eso. En vez de eso, se volvió para desatar su yegua. Le ofreció el brazo y la condujo
con el caballo por el campo.
Cuando se detuvo en el borde del bosque para atar su caballo y quitar las alforjas
que contenían su almuerzo de picnic, ella preguntó:
—¿Adónde vamos?
—Es más como un charco que aspira a ser un estanque. Pero es bonito y lo
suficientemente privado para nuestro picnic.
Su pulso vaciló.
Minerva le lanzó una mirada de inocencia con los ojos abiertos como platos.
—¿Sobre qué?
Él frunció el ceño.
—Sabes muy bien sobre qué. Dijiste que querías una muestra.
—Bueno, por supuesto —dijo ella, con los ojos brillantes de malicia—. Para eso
son los picnics, ¿no? ¿Para probar cosas?
Una sonrisa perversa cruzó sus labios mientras ella soltaba su brazo para bailar
alegremente a lo largo del sendero delante de él.
—Entonces, tal vez debería recordarte exactamente lo que dijiste que querías —
gruñó y se lanzó hacia ella.
Tal como había esperado, cuando salió del bosque, la encontró caminando delante
del estanque, buscando una fuga y no encontrando ninguna.
—El bosque es poco espeso por el otro lado, muchacha descarada, esa es la única
salida. —Abrió una alforja y sacó una pequeña manta para extenderla por el suelo—.
A menos que sepas cómo nadar.
Ella lo miró con un brillo en sus ojos que hizo que la sangre le rugiera por las
venas.
—Eso sería maravilloso. —Ella entonces pareció darse cuenta—. No, no podemos.
Si vuelvo a casa con la ropa mojada, todo el mundo sabrá que he estado haciendo
algo travieso.
—¡Señor Pinter! —dijo Hetty con placer genuino mientras se levantaba para
saludarlo.
El joven siempre era infaliblemente cortés, una señal a su favor. Había servido
bien a la familia hasta ahora, y por eso estaba agradecida.
—¿Qué asunto? —Ella buscó en su mente lo que había estado sucediendo hace
unos días—. Oh, correcto. Giles Masters.
—¿Y?
—En realidad, eso no es cierto —dijo Pinter—. En todos los clubs a los que fui, la
gente hablaba de su juego salvaje, pero nadie podía recordar la última vez que había
perdido una verdadera suma de dinero. Parece que juega un poco aquí y allá, pero
no lo suficiente como para crearse graves problemas financieros. Se está
construyendo una casa en Berkeley Square que está casi terminada, y usted sabe que
eso necesita algo de dinero.
—Los rumores también dicen que es el candidato más probable para ser
nombrado el próximo Consejero del Rey —prosiguió Pinter—. Está muy bien
considerado en el Colegio de Abogados.
—Oh, no me mires así —bromeó María—. Sólo estoy hablando de sus proezas
legales, y tú lo sabes.
—¿Y su vida personal? —preguntó Oliver al señor Pinter—. ¿Tiene una amante?
Hetty entrecerró los ojos. Minerva había tenido una apremiante prisa por salir a
caminar. El señor Pinter parecía perplejo.
—Lo vi tomar el camino de Halstead Hall. Supongo que podría haberlo pasado,
pero no puedo imaginar por qué lo haría.
Cuando Oliver se encontró con su mirada, Hetty supo que había llegado a la
misma conclusión que ella.
—Esa pequeña comadreja —gruñó—. Minerva también estaba actuando de
manera peculiar en el desayuno. La está viendo en secreto. Y ya sabes muy bien que
sólo puede haber una razón para eso.
—Encontrarles, incluso si tengo que enviar a los perros detrás de ellos. ¡No va a
arruinar a mi hermana, maldito sea!
—No a todos ustedes —dijo—. Solo a los únicos que causan problemas.
El comentario insolente hizo que Hetty se detuviera. El señor Pinter nunca era
atrevido. Fingiendo estar buscando su mantón, mantuvo un ojo en el par.
—Yo tendría cuidado, señor Pinter —dijo Celia con frialdad—. Si quiere espiarme,
es probable que se encuentre en el extremo equivocado de un rifle.
—Confíe en mí —dijo con una voz de seda sobre el acero—, si me dedico a espiarla,
nunca lo sabrá.
—Vamos, Celia. Creo que será mejor que vengas conmigo y con Oliver para
buscar a Minerva.
Con un resoplido, Celia se dirigió hacia la puerta. Hetty observó al señor Pinter
contemplando a Celia alejarse. Cuando su mirada bajó hasta su trasero en una
mirada de aprecio francamente masculino, Hetty gimió.
Parecía que podría tener un problema. A ella le gustaba el señor Pinter, en verdad,
le gustaba. Pero cuando Oliver había sugerido contratarlo, había hecho algunas
averiguaciones, y había averiguado algunas cosas que sospechaba incluso que Oliver
no sabía. Como el hecho de que era un bastardo, con una puta por madre y un padre
desconocido.
Hetty había estado bien con que Oliver se casara con una católica americana sin
rango, y que Jarret se casara con una cervecera con un hijo bastardo. María era una
heredera, después de todo, y Annabel era de una buena familia. Incluso el malvado
señor Masters era hijo de un vizconde.
Pero Hetty no estaba tan segura de querer al bastardo hijo de una puta en la
familia. Por otra parte, a Celia no parecía gustarle el señor Pinter, así que tal vez
estaba preocupada por nada.
—¡Ya vamos! —gritó Hetty. Tendría que decidir qué hacer con el señor Pinter más
tarde.
Capítulo 14
Mientras Minerva estaba de pie junto a Giles en los jardines del Halstead Hall,
saludando a los invitados en el desayuno de su boda, el anillo de oro en su dedo se
sentía pesado y frío, y conversar cortésmente con el constante flujo de caballeros
claves para el éxito de Giles empezaba a exasperarla. Apenas habían transcurrido
más de dos semanas desde que había proclamado este escenario imposible, y sólo
había pasado una semana desde que había aceptado. Como Giles y la abuela se las
arreglaron para traer a tanta gente importante aquí con tan poco tiempo de
antelación estaba más allá de su entendimiento. Incluso el subsecretario del
Ministerio del Interior, el vizconde Ravenswood, estaba aquí.
No tenía ni idea de que su marido tuviera semejantes conexiones. Echó una
mirada furtiva a Giles mientras hablaba con algún juez y su corazón se saltó un
latido al verlo tan elegantemente vestido. Señor, pero él estaba guapo vestido en
diferentes tonos de azules, el superfino abrigo azul oscuro, sedosos pantalones azul
claro, y su sombrero de castor teñido de azul. A pesar de que los blancos de su
chaleco de seda, la corbata, la camisa y sus calcetines se erguían como un
contrapunto a todos esos azules, seguía siendo el azul lo que uno notaba primero,
resaltando los ojos que brillaban cada vez que la miraba.
Era apropiado, en cierto modo, la mayoría de las personas estaban aquí para verlo.
¿Ésta iba a ser su vida ahora, siempre jugando a la esposa cordial, observando cada
palabra que decía por temor a que perjudicara las posibilidades de Giles de
convertirse en un A.R.? Si no hubiera sido por su presencia a su lado, podría haber
dado media vuelta y escapado. Pero el contacto de su mano en la parte baja de su
espalda calmaba sus nervios.
Lo había echado de menos esta semana... hubo mucho que hacer para pasar
tiempo juntos. Él había estado dispuesto a esperar una boda adecuada, pero la abuela
había insistido en una boda rápida, probablemente por temor a que su nieta
cambiara de opinión. O peor aún, preocupada por lo que Oliver estaba convencido
que había sucedido en el estanque.
Así que la abuela y Giles habían llegado a un acuerdo. Habían obtenido una
licencia especial, invitado a menos personas, y habían celebrado la boda y el
desayuno en Halstead Hall. Eso había arrojado a María a un estado de ansiedad, era
la primera vez que ella y Oliver habían recibido invitados en la vieja mansión que se
desmoronaba.
Giles había convencido a María insistiendo en que ella y Oliver no tendrían mucho
alboroto. Como él dijo, Halstead Hall era famosa por ser un viejo montón
desmoronándose. Nadie pensaría dos veces en unas cuantas sábanas deshilachadas,
y todos se considerarían afortunados de ser invitados. Como resultó, él había tenido
razón. Incluso con el corto plazo, casi todos los que habían sido invitados habían
venido.
Por fin, los invitados habían pasado por la fila de recepción y estaban felizmente
llenando sus platos con las generosas viandas provistas por el cocinero francés de la
casa de la ciudad de la abuela. La madre de Giles, la anciana Lady Kirkwood, estaba
de pie en el lado contrario de Minerva y la miraba con una cálida sonrisa.
—Giles me dice que vais a Bath en vuestro viaje de bodas.
—Sí —dijo Minerva—, aunque esta noche nos quedaremos en la casa de Berkeley
Square. —La cual todavía no había visto. El constructor de Giles había estado
trabajando como un demonio para que estuviera lo suficientemente terminada para
que pudieran habitarla. Se preguntó si su suegra había estado allí.
Su suegra. Dios mío, no podía creer que tuviera una. Probablemente debería dejar
de escribir sobre suegras malvadas como la de El Extraño del Lago. No tenía sentido
antagonizar con la madre de su marido cuando apenas conocía a la mujer.
—Temo que nuestro viaje de bodas será breve—dijo Giles—. Ahora mismo tengo
algunos juicios en marcha, así que no podré salir de la ciudad por mucho tiempo. —
Miró a Minerva con una ternura en los ojos que hizo que su sangre cantara—. Pero
he prometido a mi esposa que haremos un viaje más largo a Italia una vez que pueda
escapar.
Mi esposa. Eso sonaba perfectamente maravilloso.
—¿Y qué piensas hacer con tus novelas, querida? —preguntó lady Kirkwood.
Minerva se puso rígida.
—Tengo la intención de seguir escribiéndolas, por supuesto.
—Pero seguramente, ahora que estás casada...
—Ahora que está casada —la interrumpió Giles—, tendrá una experiencia de vida
más amplia para volcar en su ficción.
Minerva quería besarlo.
La sonrisa de lady Kirkwood era de crispación.
—Por supuesto. ¿Y estarás… escribiéndolas con tu nombre de casada?
—No. Mantendré el mismo nombre que antes. —Había discutido largo y tendido
con su editor. No quería arriesgarse a perder lectores.
—¿Entonces también… er… tienes la intención de ser conocida por Lady Minerva
Masters en todo lo demás?
—Madre, por favor —interrumpió Giles—. ¿Debemos hacer esto hoy, de todos los
días?
—Tengo que saber cómo dirigir las invitaciones a los eventos en el futuro —dijo
lady Kirkwood con una inhalación fuerte—. Con una boda tan apresurada, no
tuvimos oportunidad de discutir estas cosas. Tuve suerte de que pudiéramos llegar
desde Cornwall a tiempo.
Una de las hermanas de Giles vivía en Cornwall, y allí era donde su madre había
estado hasta tarde anoche.
—Planeo usar el nombre de señora de Giles Masters—dijo Minerva rápidamente.
Aunque tenía el derecho de conservar su título de cortesía dado que se casaba con un
hombre por debajo de su rango, pensó que tal vez era hora de separar su vida de
escritora de su vida privada.
—Bueno, eso está bien, ¿no? —dijo su madre, sonriendo a Minerva.
Claramente Minerva no era la única que pensaba que era hora de que hiciera esa
separación. De repente, sintió lástima por Lady Kirkwood. La mujer había sufrido
bastante escándalo en su vida, el suicidio de su marido y el asesinato de la primera
esposa de su hijo mayor. Ver a su hijo menor casarse con un personaje tan
escandaloso como Minerva podría no ser fácil de tragar para ella.
Tal vez era hora de una pequeña charla de hija.
—Lady Kirkwood—dijo Minerva—, ¿le gustaría ver nuestro laberinto? Tengo
entendido que su otro hijo está construyendo uno en su propiedad en Berkshire.
Lady Kirkwood se iluminó.
—Ciertamente. Y me encantaría ver el tuyo.
Minerva besó la mejilla de Giles.
—Volveremos en breve, mi amor.
Mientras caminaban por el sendero del laberinto, Minerva dijo:
—Quiero que sepa, señora, que tengo la intención de ser una buena esposa para
Giles. No tiene por qué preocuparse de que avergüence a su familia.
—Gracias. —Lady Kirkwood suspiró—. No quiero ser grosera. Es sólo que Giles
finalmente parece estar estableciéndose, y entonces esta boda cae del cielo…
—Lo sé. Nos tomó a ambos por sorpresa también. —Eso sin duda era una
declaración comedida—. Pero nunca haría nada que pudiera dañar su carrera o su
reputación.
—Supongo que no puedes hacer nada peor de lo que él mismo ha hecho. Todos
esos juegos de cartas por dinero y tonterías. Debería haber superado eso hace años.
—Estoy muy de acuerdo.
Su madre le palmeó el brazo.
—Espero que tengas una influencia seria sobre él. —Lo dijo más como una orden
que como un deseo.
Minerva sofocó una sonrisa.
—Ciertamente lo intentaré. —Eso es algo que debería habérsele ocurrido exigirle,
que no jugara por dinero, pero eso parecía un poco injusto, dado que prácticamente
todos los hombres que ella conocía lo hacían.
Además, según abuela, el señor Pinter no parecía pensar que fuera un problema
tan grande como ella había temido.
—Usted sabe que muchos hombres juegan por dinero. Simplemente siguen los
pasos de su padre y de todos los caballeros que...
—No de su padre —intervino Lady Kirkwood—. Mi marido no jugó ni un solo día
en su vida.
Minerva la miró escéptica.
—¿No?
—Ciertamente no. —Su voz se enfrió—. A menos que incluya sus imprudentes
inversiones en negocios de los que no sabía nada. Esa fue su ruina.
Forzando una sonrisa, Minerva la condujo por el laberinto.
—Ya veo.
Le enseñó a su suegra los alrededores, manteniendo una charla constante sobre
sus planes para la nueva casa, pero mientras tanto su mente se tambaleaba. Lady
Kirkwood podría ser simplemente una de esas mujeres que no tenía idea de lo que su
marido estaba haciendo. O tal vez se avergonzara de admitir que su marido había
jugado por dinero.
Pero ella no parecía ser del tipo que desconocía, y ciertamente no parecía del tipo
de las que se avergonzaban. Acababa de terminar de quejarse de las apuestas de
Giles, ¿por qué escondería las de su marido?
Y si su marido no había sido un apostador, entonces por qué le había dicho
Giles…
Pensó en aquel día hacía una semana y gimió. Él no le había dicho nada. Una vez
más, la había dejado sacar sus propias conclusiones sin admitir ni negar nada. Eso se
estaba convirtiendo en un mal hábito suyo; ella tendría que cortarlo de raíz si iban a
tener algún tipo de matrimonio.
En la primera oportunidad que tuviera, lo confrontaría con la verdad…
¿Qué verdad? ¿Que su padre nunca jugó? Ni siquiera estaba segura de que fuera
así. Además, ya había dicho que no iba a hablar del pasado con ella.
Debería pasarlo por alto. Él había prometido ser sincero con ella ahora, y eso era
todo lo que importaba.
Pero no era todo lo que importaba. Su pasado formó quién era tan seguro como
que el de ella lo hizo. Sólo la dejaba entrar parcialmente en su vida. ¿Por qué? ¿Qué
escondía?
Bueno, una cosa era cierta. Ella no iba a enterarse de la verdad preguntándole. Él
rehusaría a decirle lo que sea o le mentiría, lo cual le rompería el corazón. Tendría
que encontrar otra manera de descubrir la verdad.
Al salir del laberinto vio a Pinter hablando con Oliver, y sus ojos se entrecerraron.
Otra forma, de hecho. Tal vez fuera hora de que consiguiera algo de ayuda.
Ella suspiró. Pero tendría que contarle todo al señor Pinter, incluso sobre el robo,
era la única manera de llegar a la verdad. ¿Se atrevería? ¿Era demasiado imprudente?
¿Y si de alguna manera eso regresara para dañar a Giles?
No, ¿cómo podría? El señor Pinter sabía exactamente cómo manejar estas cosas. Él
no había revelado ninguno de los secretos de su familia hasta ahora, y sus secretos
eran ciertamente más oscuros. Era discreto y cabal, y sabía más de Giles que nadie. Y
ahora que estaba casada con él, los secretos de Giles se convertían en los de su familia
también, ya fuera que Giles lo aceptara o no.
Muy bien. Vería lo que el señor Pinter podía averiguar. Ya era hora de que ella
descubriera exactamente lo que su esposo le estaba ocultando.
Era casi el atardecer cuando se marcharon del desayuno de la boda. Tan pronto
como su carruaje se dirigió a Londres, Minerva miró a su nuevo marido. Su marido.
Requeriría un tiempo para acostumbrarse a eso.
Especialmente porque parecía distraído.
—¿Estás bien?—preguntó ella.
Él parpadeó, como si hubiese sido sacado bruscamente de un profundo ensueño,
entonces le sonrió.
—Perfectamente bien. —Tomando su mano, lentamente le quitó el guante—.
Estaré incluso mejor cuando lleguemos a casa. —Él besó cada dedo—. Cuando pueda
mostrarte exactamente lo bien que estoy.
—Podrías mostrarmelo ahora—dijo ella, envalentonada por el fuego en su mirada.
—Lo siento, cariño, pero no voy a acostarme contigo por primera vez en un
carruaje. —Su mirada se deslizó hacia ella con perezosa evaluación—. Por mucho
que me tiente, quiero que te sientas cómoda.
—Dudo que la espera me ayude a estar cómoda—dijo con brusquedad—. Por lo
que he oído, la primera vez es siempre difícil para una mujer.
—¿Estás asustada?
—¿De eso? —Ella resopló—. Apenas. Si fuera tan horrible, mis cuñadas no
saltarían a las camas de mis hermanos con asombrosa regularidad. —Cuando él se
rio, agregó—. Además, confío en ti. Sé que harás todo lo posible para que sea más
fácil.
Él le apretó la mano, luego se la soltó.
—¿Podemos hablar de algo diferente? Toda esta discusión de lo que no vamos a
hacer hasta que lleguemos a casa sólo me hace pensar más en ello.
Miró hacia abajo para ver sus pantalones que parecían bastante más llenos que
antes.
—Tal vez podría ayudar con eso—bromeó ella, estirando la mano para tocarlo.
Agarrándole la mano, la volvió a presionar contra su regazo.
—No ahora—dijo con firmeza.
Con una inspiración fuerte, ella se reclinó contra el asiento.
—Espero que no te vayas a convertir en una persona rutinaria y poco aventurera
como Oliver.
—¿Convertirme en uno de esos?—repitió él, con una peculiar nota de ironía en su
voz—. No creo que debas preocuparte por eso.
—No sé... tienes muchos amigos de muy alto nivel.
—¿Como quién?
—El subsecretario del Ministerio del Interior. No tenía idea de que conocieras a
personas tan encumbradas.
Él pareció retraerse.
—Ravenswood y yo fuimos a la escuela juntos. Nos conocemos desde hace años.
—¿Así que no es un…. asunto de negocios entonces?
Una extraña mirada pasó por su rostro.
—Nunca he tenido que representarlo como abogado, si es a eso a lo que te refieres.
—Tu conversación en la boda no parecía muy agradable, y hablaste con él un buen
rato.
—Podría decir lo mismo de ti y Pinter. —Él le frunció el ceño—. ¿De qué estabais
hablando, de todos modos? Parecía terriblemente íntimo.
Ella le miró de reojo.
—No me digas que estás celoso del señor Pinter.
—Claro que no—dijo rígidamente—. Nunca te sentirías atraída por ese…
conservador extremista. —Le lanzó una mirada de soslayo—. ¿Lo harías?
Oh, eso era demasiado bueno para dejarlo pasar. Ella fingió pensar en la idea.
—No lo sé. Es realmente guapo. Y hay algo muy seductor en los oficiales de la
ley… toda esa energía masculina dedicada a buscar justicia.
—Yo busco justicia—dijo.
—Pero tú eres un abogado, no es lo mismo.
—¿Quieres decir, sería más seductor si me pavoneara alrededor de la ciudad
agitando una pistola y encerrando a las personas en las tabernas aunque no hubieran
hecho nada malo?
—Te prevengo: si alguna vez empiezas a pavonearte por la ciudad, te dejaré. —Se
echó a reír—. Te estoy tomando el pelo, zoquete. Seguramente a estas alturas puedes
deducir que no voy a pasar por alto ninguna oportunidad de provocarte.
La miró fijamente.
—No has respondido a mi pregunta.
No, no lo había hecho. Esperaba que se le hubiera olvidado. Lo último que quería
era mentirle.
—El señor Pinter y yo estábamos discutiendo el trabajo que hace para la abuela, ya
sabes, el trabajo de investigación.
—Ah. ¿Ha averiguado más sobre Desmond?
—No —Ella pensó que eso era cierto, ya que no lo habían discutido—. Pero tengo
entendido que tú sí. —Por supuesto que Desmond y su familia habían estado en la
boda, y dado que todos ellos sospechaban de él, había encontrado difícil ser cortés.
Pero Giles lo había convertido en una oportunidad—. Jarret me dijo que le hiciste a
Desmond una serie de preguntas con la excusa de ser un recién llegado a la familia.
¿Has averiguado mucho?
—Aduce que no ha estado en la hacienda en veinte años.
—Y tú crees que está mintiendo.
—¿Tú no?
Ella suspiró.
—Probablemente. Pero Oliver no ha encontrado nada en los periódicos que se
parezca a ese mapa.
—Bueno, pronto sabremos si ha ido a la finca.
—¿Qué quieres decir?
Giles sonrió.
—Le tendí una trampa.
Eso consiguió su atención.
—¿Cómo?
—Le dije que había descubierto que Lord Manderley planeaba comprar una casa
cerca de Turnham y que se mudaría a ella dentro de un mes más o menos. Plumtree
no va a querer toparse con un sujeto al que le debe dinero. Así que intensificará sus
esfuerzos para terminar su proyecto, sea lo que sea.
—¿Qué planeas hacer, esperarlo todos los días en el Black Bull?
—No hay necesidad. Hice una visita a la posada a principios de la semana y
contraté los servicios de uno de los caballerizos. Me avisará cuando aparezca
Plumtree. Entonces lo seguiré y averiguaré qué es lo que está tramando.
—¡Oh, Giles, qué plan tan brillante! Siempre eres tan inteligente. —Ella le sonrió—
. Si quieres, haré que Celia me envíe un mapa actual de la finca para que puedas
compararlo con lo que recuerdas del otro.
—Eso sería útil.
Ambos se quedaron en silencio. Ella deseaba que la tomara en sus brazos y la
besara. O, por lo demás, le gastara bromas. Parecía demasiado solemne. Le
preocupaba.
Así que trató de dejarlo atrás con una pequeña charla.
—¿A qué hora planeas que nos vayamos a Bath mañana?
Se removió en el asiento.
—En realidad, pensaba que podríamos cambiar ese plan.
—¿Eh?
—Bath es caluroso en el verano. Ciertamente demasiado caluroso para que lo
pasemos metidos hasta los hombros en un pozo de agua humeante. Así que pensé
que preferirías algo más interesante.
Eso ciertamente despertó su curiosidad.
—¿Como qué?
—Francia.
Ella estalló en una amplia sonrisa.
—París, ¿quieres decir? ¡Oh, eso sería maravilloso! Siempre he querido ver los
Campos Elíseos. Y el Louvre… Pero espera, pensé que dijiste que no podrías salir de
Londres por tanto tiempo.
Una expresión de desasosiego cruzó su rostro.
—Me temo que es verdad. París está demasiado lejos, pero yo estaba pensando…
¿quizás Calais?
Era difícil ocultar su confusión.
—Pero ¿hay algo que ver en Calais?
—Hay murallas defensivas y la iglesia Notre Dame de Calais. No es tan
impresionante como Notre Dame de París, por supuesto, pero todavía es bonita. Lo
mejor de todo, tienen comida francesa, tiendas francesas y algunos hoteles muy
agradables.
—Imagino. —Al menos en Bath habría bailes y muchos lugares de interés.
Su sonrisa se volvió apasionada y volvió a tomar su mano.
—De todos modos no estoy seguro de que vayamos a querer hacer mucho eso de
mirar los alrededores. —Llevando su mano a los labios, la besó en la muñeca,
haciendo que su pulso bailara locamente.
Ah, así que eso era lo que estaba haciendo. En Bath habría una gran cantidad de
personas importantes que esperarían visitarlos. Tal vez él quería estar en algún lugar
donde pudieran estar sólo los dos, disfrutando de sí mismos. Cuanto más lo pensaba,
más intrigante sonaba.
Él siguió con una voz baja y persuasiva.
—Después de todo, Rockton actúa como un espía francés. Deberías tener una
muestra del país antes de escribir cualquier escena en la que visite Francia.
Sus ojos se entrecerraron.
—Pensé que ya no debía escribir sobre Rockton.
Él se encogió de hombros.
—No tienes que dejar de escribir sobre él. Sólo hazlo menos…
—¿Parecido a ti? —dijo, sofocando su sonrisa.
—Exactamente.
—¿Estás seguro que no quieres que lo mate? Podría darle una muerte
espectacular, con sangre y tripas derramándose por todo el lugar, y un discurso
moribundo para rivalizar con uno de los de Shakespeare.
Él frunció el ceño.
—Has dicho eso con demasiada satisfacción.
—Oh, querido. Debo esforzarme por esconder mejor mi intención asesina. No es
necesario hacerte adivinar las muchas maneras en que podría...
La besó, un beso rápido y brusco. Entonces, mientras ella lo miraba con una
sonrisa burlona en los labios, él tomó su cabeza en sus manos y la besó con el placer
de un hombre que sabe lo que quiere y cuánto tiempo le tomó obtenerlo.
Cuando retrocedió, ella murmuró:
—Pensé que habías dicho que no podíamos hacer esto hasta que llegáramos a casa.
—Cambié de opinión. —Él procedió a mordisquear su oído, su aliento haciéndole
cosquillas en la mejilla—. Piensa en esto como el primer plato de un banquete de
toda la noche.
—Oh, no —dijo con falsa solemnidad—. Creo que deberíamos esperar hasta que
lleguemos…
Esta vez su beso fue devorador, del tipo que la hacía desear, ansiar y necesitar
más. Ella deslizó sus manos por su cuello, y él la atrajo a su regazo.
—¿Decías?—murmuró.
Ella lo besó, y eso fue todo lo que necesitó para tenerlo devorando su boca y
acariciándole el pecho a través del vestido y lo que por lo general la conducía a la
distracción total. Esta parte del matrimonio podría hacer que el resto valiera la pena.
Sin embargo, ella notó que se moderaba en el carruaje. La besó y la acarició, oh sí,
hasta que ambos respiraron pesadamente y su excitación estaba lo suficientemente
dura debajo de su trasero para dar cachiporrazos a alguien. Pero no tocó nada debajo
de su ropa.
La estaba volviendo loca.
—Para ser un libertino, eres muy recatado—susurró ella contra su boca.
—Y tú no eres lo suficientemente recatada, mon petit mignon— murmuró él—.
Tendré que entrar en nuestra casa, ¿sabes? Nadie puede decir en qué estado estás en
debajo de tu ropa, pero todo el mundo será capaz de ver en qué estado estoy.
Ella le lanzó una mirada solemne.
—Bueno. Me gustas más cuando no tienes secretos.
Se apartó para mirarla con una mirada sombría.
—Te gusto más bajo tu pulgar, quieres decir. Pero si crees que vas a arrastrarme
por mi… er… excitación, Minerva, vuelve a pensar.
—Confía en mí —dijo ella con seriedad—, si quisiera hacer eso, podría hacerlo tan
fácilmente como esto. —Ella chasqueó los dedos.
—¿Eso crees, verdad?
—Lo sé. —No por nada había observado a sus cuñadas manejar a sus hermanos. A
Giles le gustaba su cuerpo. Y haría buen uso de eso si tuviera que hacerlo.
—No he sido tan susceptible a los encantos de una mujer en años, muchacha
descarada—dijo arrastrando las palabras—. Te deseo ardientemente, pero no soy el
tipo de hombre que pierde su cerebro por el deseo. Cometí ese error una vez. Nunca
lo volveré a hacer.
Ella lo miró de cerca.
—¿Cuándo cometiste ese error? ¿O es otra cosa que te niegas a contarme sobre tu
pasado?
El carruaje retumbaba por las calles de Londres. Aunque el ruido de los obreros
que se dirigían a casa y se llamaban unos a otros llenaba el aire, dentro del carruaje
todo estaba silencioso como una nevada. Giles la apartó de su regazo, luego se
inclinó para poder mirarla a la cara.
—¿De verdad quieres saber algo que hice con otra mujer?
Ella dudó. Pero si ayudaba a que lo entendiera...
—Sí.
—Bien. Probablemente lo oirás a la larga de todos modos. —Cruzó los brazos
sobre su pecho—. ¿Conoces bien a la esposa de mi hermano, Charlotte? ¿Quién solía
ser la señora Harris?
Su sangre se calmó.
—Me la he encontrado en contadas ocasiones y, por supuesto, la vi en la boda de
hoy. Sé que creó la Escuela para Señoritas de Richmond, la que todos llaman la
Escuela para Herederas. —Hasta ahora Minerva había admirado a la mujer, no sólo
por su mente aguda y espíritu bondadoso, sino también por su perseverancia para
construir su escuela de la nada.
—Lo que la mayoría de la gente no sabe es que ella y mi hermano estaban al borde
de casarse hacía casi veinte años. Fue el verano del año en que murieron tus padres,
cuando yo tenía dieciocho años y ella y su familia vinieron a hacer una visita. Ella y
David se llevaban muy bien. Hasta que hice algo estúpido que los separó.
Una presión se formó en su pecho.
—Tú y ella no...
—No —dijo apresuradamente—. Dudo que mi hermano hubiera perdonado eso.
Pero como sabes, él y yo nos parecemos un poco. David me había dado su bata
mientras Charlotte estaba de visita, pero ella no lo sabía. Era bastante peculiar, y ella
sólo había visto a David usándola.
Él miró por la ventana.
—Teníamos una sirvienta que era muy… generosa con sus afectos. Molly se había
abierto paso por la mayoría de los lacayos y había decidido que yo iba a ser su
próxima conquista. Me pidió que me reuniera con ella en la terraza tarde una noche.
Lo hice, y nosotros… tuvimos sexo. —Un músculo se contrajo en su mandíbula—.
Esto probablemente te conmocione.
—No —mintió, pero lo hizo. Sus hermanos eran libertinos, o lo habían sido, y su
padre había sido el peor libertino de todos los tiempos, pero por lo que sabía
ninguno de ellos se había entrometido jamás con las criadas, ni siquiera Oliver
cuando estaba en su fase salvaje y había vivido en una casa de soltero de su
propiedad. Sólo lo peor de lo peor se entrometía con criadas.
A pesar de todo…
—Eras joven— dijo suavemente—. Los hombres hacen cosas estúpidas cuando son
jóvenes.
—Muy amable de tu parte disculparlo, pero ambos sabemos que fue despreciable.
Sin embargo, esa no fue la peor parte. —Él inspiró fuerte—. Charlotte me vio y pensó
que yo era David.
—Oh, Dios.
—Exactamente. Por razones complicadas en las que no ahondaré, Charlotte no le
habló a David acerca de ello. Ella rompió de pronto su relación de una manera
bastante dramática. Le envió una carta que de alguna manera terminó en los
periódicos...
—¡Espera, recuerdo esto! Eso fue todo un escándalo, esa carta anónima que todo el
mundo descubrió se trataba de tu hermano. ¿Ella escribió eso? Dios mío. Pero no
decía nada… bueno… sobre verlo haciendo…
—No. Es por eso que durante años, no estuve seguro si fui el responsable de su
ruptura. Me dije que no. —Soltó una risa dura—. Pero alguna pequeña parte de mí
siempre supo… —La miró a los ojos—. Fue la primera y única vez en mi vida que
dejé que mis deseos físicos me llevaran a hacer algo tan tonto, y eso destruyó sus
vidas durante años. Nunca soñé…
—Por supuesto que no—dijo, su clara culpa haciéndola desear que pudiera
borrarla con una palabra—. ¿Cómo podrías anticipar eso?
—Una vez que me enteré de ello, hice un voto solemne de nunca dejarme llevar
por el deseo si eso afectaba mi deber para con mi familia. No volver a permitir nunca
que el deseo me pusiera en ridículo.
El corazón se retorció en su pecho.
—¿Es así como ves nuestro deseo el uno por el otro? ¿Como ponerte en ridículo?
Eso pareció conmocionarlo.
—No, eso no es lo que quise decir. Me refería a…
—No te gusta ser manipulado con eso.
Él dejó escapar un suspiro.
—Exactamente.
—¿Y tú no has estado tratando de manipularme con el deseo en absoluto?—dijo
ella, desconcertada por su lógica.
Eso lo detuvo.
—¿Qué quieres decir?
—Desde el momento en que comenzamos nuestro falso cortejo, o lo que yo veía
como nuestro falso cortejo, me besaste hasta perder el sentido en cada oportunidad
que tuviste. Suponiendo que no estabas dejando que el deseo te dominara, como has
dicho con toda claridad, debiste haber estado tratando de usarlo para forzarme a estar
dispuesta a tus demandas.
—Quizás un poco. —Se removió incómodo en el asiento—. Pero no es así entre
nosotros. No estaba tratando de manipularte. Nuestro deseo era una manifestación
natural de nuestro afecto el uno por el otro. Y siempre fuimos sensatos al respecto.
No dejamos que nos llevara a hacer cosas estúpidas. Debemos seguir así.
Ella casi señaló que no habían sido muy sensatos al respecto el día en que habían
ido al estanque. O en la posada. O incluso cuando habían estado caminando por
Hyde Park. Pero tal vez la lógica no era la manera de manejar esto.
Porque él no sonaba lógico. Sonaba más… aterrorizado que nada. Los hombres
entraban en pánico con las mujeres. Recientemente había empezado a entender eso.
Ciertamente, sus hermanos habían entrado en pánico cuando empezaron a
preocuparse por las mujeres que se habían convertido en sus esposas. Juraría que
Giles empezaba a preocuparse por ella. Y claramente también lo aterrorizaba, un
poco.
—La cuestión es —prosiguió él—, no pienses en usar nuestra hambre del uno por
el otro para hacerme girar sobre tu dedo, Minerva. No funcionará conmigo.
Ella lo dudaba muchísimo, pero él necesitaba creerlo. Necesitaba pensar que tenía
el control. Aun así, el hecho de que él le hubiera contado esta pequeña parte de su
pasado significaba que ya estaba abriéndose a ella. Eso la tranquilizó como nada más
que pudieran tener un buen matrimonio.
—Bueno, ahí se va mi maldito plan —dijo ella con ligereza—. Realmente eres un
aguafiestas, Giles.
Su risa baja sonaba aliviada. Sin duda esperaba que luchara más. Y lo haría. Pero
no de la manera que él pensaba.
—¿Algo más sobre lo que quieras advertirme? —prosiguió ella—. ¿Hay algún
vicio oculto como hacer crujir los nudillos o el sonambulismo?
—Nada que no puedas manejar, espero.
Él no tenía ni idea. Estaba lista para manejar casi cualquier cosa de él. Podía
haberse visto obligada a casarse por su propia imprudencia al sucumbir a sus deseos,
pero ahora que estaba aquí, quería sacar el máximo provecho.
GILES ECHÓ UNA mirada a su esposa para ver si ella seguía dormida. Lo estaba,
y dormía de modo muy tentador, también. Lo hacía todo de modo tentador. Ese era
el problema. Se había metido bajo su piel cuando no estaba vigilando, y ahora no
sabía qué hacer al respecto.
Había visto la angustia que había sufrido su hermano cuando el amor lo había
agarrado de las pelotas. Giles no iba a permitir eso. Un hombre nunca debería dejarse
conducir a la locura por una mujer, entonces era cuando cometía errores que le
costaban caro.
Y Minerva era precisamente la clase de mujer que intentaba atropellar a su
marido. Era evidente que se había pasado bastante tiempo atropellando a toda su
familia.
Ella soltó un pequeño suspiro en su sueño, y algo se atascó en su garganta. Él
frunció el ceño. Iba a tener que vigilar atentamente esto. La deseaba demasiado. A él
le gustaba demasiado. Mejor ser cuidadoso.
Pero no quería ser cuidadoso. Quería hundirse en el matrimonio con ella y
ahogarse allí. Si no mantenía el control de esta situación, todo se iría al infierno.
Por eso, por mucho que quisiera unirse a Minerva en el sueño, no podía. Tenía
trabajo pendiente.
Dejando la cama, se puso la ropa y fue a su estudio. Ravenswood le había
prometido enviar la carta que Newmarsh había escrito. Efectivamente, allí estaba en
su escritorio, esperándolo en un sobre cerrado. Rompió el sello para leerlo antes de
partir hacia Calais.
Partirían hacia Calais. Con un gemido, dejó la carta. Había logrado no mentirle
hasta ahora, pero una vez que llegaran a Calais…
No, de alguna manera lo manejaría. Se reuniría con Newmarsh en el alojamiento
del hombre, y lo haría sin que Minerva lo supiera o se afligiera.
—¿Qué estás haciendo?
Endureciéndose para no mostrar sorpresa, levantó la mirada para ver a Minerva
de pie allí, vestida con nada más que su delgada camisola. El cabello le colgaba
enredado hasta la cintura y los montículos de sus pechos eran claramente visibles.
Su sangre volvió a despertarse en sus entrañas. Esto era exactamente lo que le
preocupaba, que sólo verla le hacía desear desahogar cada secreto de su alma.
—Pensé que estabas durmiendo—dijo—, y tengo algunos asuntos de negocios que
atender antes de que salgamos mañana, así que vine aquí.
—Creo que me desperté en el momento en que abriste la puerta—dijo con una
sonrisa suave que encendió su sangre—. Tengo el sueño ligero. Ha sido la maldición
de mi vida. —Ella se apoyó contra el marco de la puerta—. Celia puede dormir a
través de una tormenta de granizo, pero hasta una lluvia suave me despierta.
¿Era eso una advertencia para él? ¿O sólo una declaración de hecho?
Conociéndola, probablemente era ambas cosas.
Ella no parecía nada cambiada por su juego amoroso. Todavía llevaba ese aire de
absoluta confianza en sí misma que decía que nada la impediría ser ella. Ningún
hombre lo haría, de todos modos.
Sin embargo, le gustaba eso de ella.
—Vuelve a la cama, cariño—dijo—. Estaré allí en breve.
Ella le lanzó una mirada ardiente que prendió fuego a su sangre.
—No tardes mucho.
Cuando se fue, recostó la cabeza en la silla y maldijo a Ravenswood largo y fuerte.
Quería acabar con esto. No quería tener que esconder más cosas, especialmente a
ella.
Estoy tratando de confiar en ti, pero lo estás haciendo terriblemente difícil.
Quería que confiara en él. Y si alguna vez descubría que había roto la promesa que
le había hecho…
Ella no debía descubrirlo, eso es todo. Simplemente tenía que hacer esto. Entonces
todo el sórdido asunto estaría detrás de él, y no tendría que preocuparse de decirle
algo sin querer o que ella deslizara en sus libros algo que podría desenmascararlo.
Bastaba con mirar cómo David había sufrido después de que Charlotte hubiera
escrito esas cosas crueles sobre él que habían terminado en los periódicos. Por
supuesto, ella no había querido que eso sucediera, y había malinterpretado la
situación en primer lugar, pero había ensuciado el nombre de David durante un
largo tiempo.
Las mujeres dejan que sus emociones las guíen, y eso las mete en problemas. Giles
había visto a su familia ser arrastrada por el escándalo demasiadas veces, no iba a
dejar que sucediera otra vez por su culpa.
Así que sólo tenía que rezar para poder guardar sus secretos durante un par de
días más.
Capítulo 19
DURANTE SUS PRIMERAS dos noches con Minerva, Giles había dormido como
un hombre drogado. Drogado por el placer de ella en su cama, por la calidez de ella
en sus brazos, por la satisfacción que provenía de conocer a alguien lo
suficientemente bien como para dormir cómodamente juntos.
Pero no anoche. Se había despertado cerca de las dos de la madrugada para
encontrar una vela encendida. Recordando lo que había dicho acerca de levantarse
algunas veces para escribir, se había obligado a permanecer en silencio, escuchando
el sonido de su lápiz raspando.
Una vez le había echado una mirada furtiva. Estaba llorando, pero era como si
Minerva no supiera que estaba llorando. Ella sólo seguía raspando, como un artesano
con un martillo y un cincel, grabando vida en lo inanimado.
Giles había ansiado saber lo que estaba escribiendo. Estaba convirtiendo a Rockton
en un villano aún peor, muy probablemente.
Tal vez era lo que se merecía, pero mantuvo su silencio. No iba a arrastrarla a este
lío con Newmarsh, especialmente cuando la única forma de salir de eso podría ser la
de volver a vivir su doble vida. No podría contarle sobre eso, no lo aprobaría cuando
se diera cuenta de lo que implicaría. Además, tenía una débil esperanza de que
Ravenswood y sus superiores aceptaran el chantaje sin que él tuviera que renunciar a
su futuro por ello.
Por ahora, podía lidiar con su ira. Ella lo superaría. Tenía que superarlo. Estaban
casados.
Cuando se despertó dos horas después, seguía escribiendo febrilmente, pero
cuando finalmente se despertó de nuevo cerca del amanecer, la encontró a su lado en
la cama, durmiendo. Por un momento, se quedó allí, mirándola. Era tan hermosa. Y
demasiado inteligente y suspicaz para su propio bien. Debería haber sabido que
nunca podría manejar su reunión con Newmarsh sin que ella se diera cuenta.
¡Pero mierda, él era un hombre! Tenía derecho a vivir su vida sin su mujer
fisgoneando en sus asuntos. Su padre nunca le había dicho a su madre una maldita
cosa acerca de sus asuntos financieros.
Sí, y eso ciertamente había resultado bien. Su madre se había quedado viuda a la
edad de cincuenta años, obligada a la pobreza, y salvada sólo por el sacrificio de su
hijo mayor, que había tenido que casarse con una perra mentirosa por dinero. Pero
sólo después de que Giles lo hubiera separado del amor de su vida, otra heredera,
que podría haber salvado a la familia y a ella misma si se hubiera casado con David,
como todos esperaban.
Giles se estremeció. Tenía un historial de cosas echadas a perder. Oh, claro, se
había portado bien con Ravenswood en sus últimos años, y era competente en la sala
del tribunal, pero su juventud seguía volviendo para atormentarlo. ¿Cómo podría
soportar la expresión de su rostro si ella cayera en la cuenta de que lo había vuelto a
hacer?
No podría. Además, ella tenía el hábito de escribir cosas que no debía. Se volvió
para mirar el cuaderno que yacía sobre la mesa junto a la ventana. ¿Qué había
escrito? ¿Otro comentario perjudicial sobre su vida?
Miró de nuevo a donde Minerva todavía dormía y salió de la cama. No haría daño
mirar. Sólo para asegurarse de lo que había escrito. Así sabría cómo actuar.
Se dirigió sigilosamente a la mesa y abrió el cuaderno. Le tomó un momento
descifrar su horrible caligrafía antes de leer:
—Querido lector, hay momentos en la vida de una mujer cuando…
—¿Qué estás haciendo?—exclamó Minerva desde la cama.
Maldición, tenía el sueño ligero. Levantó la vista para encontrarla fulminándolo
con la mirada.
—Sólo tenía curiosidad por…
—¡Dame eso! —Ella prácticamente saltó de la cama y se precipitó a su lado para
agarrar su cuaderno, acunándolo en su pecho como un niño pequeño—. ¡No tienes
derecho!
—¿Por qué?—gruñó—. ¿Qué estás escribiendo ahora?
—Nada que ver contigo, no te preocupes. —Ella lo miró con ojos rojos, y la culpa
lo apuñaló—. Si puedes guardar secretos, yo también puedo.
Las palabras le golpearon como un puñetazo en el pecho. Le estaba pagando con
la misma moneda. Eso era de esperarse. Pero le sorprendió que le doliera tanto. Que
el pensamiento de Minerva ocultándole sus secretos abriera un agujero en sus tripas.
Bueno, estaría condenado si la dejara saber eso. Él enseñó su expresión de
indiferencia.
—No quise molestarte. Si no quieres que lea lo que escribes, no lo haré.
Sus palabras salieron más afrentadas de lo que le hubiera gustado, pero ella sólo
sorbió por la nariz y le dio la espalda.
Su silencio cayó como un peso en su pecho, y cuando ella se fue detrás de su
biombo para realizar sus abluciones y vestirse, él apretó los dientes. ¿Cuánto tiempo
lo castigaría? ¿Cuánto tiempo tendría que sufrir su frialdad?
Será mejor que no fuera demasiado tiempo. No era así como había esperado que
su matrimonio funcionara. Se sacudió la ropa, ahora completamente de mal humor,
aunque no estaba seguro con quién estaba más enojado, con ella o consigo mismo.
Salió de detrás del biombo con su enagua, bragas, medias y el corsé desatado. El
orgullo hizo que su mentón se contrajera mientras lo miraba fijamente.
—¿Podrías ayudarme con mi corsé por favor? Creo que puedo manejar el vestido.
Con un breve asentimiento hizo lo que ella le pedía, aunque estar tan cerca como
estaban era una tortura. Quería besarle el cuello, enterrar el rostro en su cabello,
pasar las manos sobre el cuerpo que había empezado a conocer muy bien. Quería
hacer el amor con ella, a pesar de que sospechaba que no era la manera de manejar
esto.
Ese era el problema. Por primera vez en muchos años, no sabía cómo comportarse.
¿Debería tratar de sacarla con humor de su estado de ánimo? ¿Seducirla?
Teniendo en cuenta cómo se alejó de él cuando terminó con su corsé, la seducción
no iba a funcionar en este momento. Esperaría el momento oportuno. No podía
permanecer enojada con él para siempre.
¿No? La última vez que la enfureció, ella se mantuvo lejos durante nueve años.
Él frunció el ceño. Eso era diferente. No habían compartido una cama. Ella lo
superaría con el tiempo. Tenía que superarlo.
Terminaron de vestirse en silencio, ambos conscientes de que tenían que estar en
el paquebote de vapor en poco tiempo. Él estaba ansioso por regresar a Londres y
descubrir lo que Ravenswood tenía que decir sobre Newmarsh.
Al menos en Londres no tendría que escabullirse. Siempre había incorporado sus
reuniones con Ravenswood en su día de trabajo. Le enviaría una nota a Ravenswood
esta noche y se encontraría con el hombre mañana temprano.
Su viaje en el paquebote de vapor parecía interminable. Trató de calmarse con el
flujo y reflujo del agua, pero sólo podía pensar en la mujer que estaba junto a él, tan
hermosa y muda.
Después de horas de eso, ya no podía soportarlo más. Cuando se acercaron al
estuario del Támesis, preguntó:
—¿Nunca volverás a hablar conmigo?
Ella le lanzó una larga mirada con los ojos entrecerrados.
—No seas absurdo.
—No quiero estar en conflicto contigo.
—Entonces no lo hagas.
¿Podría ser tan fácil? ¿Solo continuar como si nada hubiera pasado?
Estaban pasando la isla de Sheppey, por lo que puso a prueba su teoría contándole
una historia sobre él y su padre tomando un bote de remos por el Támesis hacia la
isla para ver una excéntrica tía suya que vivía allí. La habían encontrado excavando
fósiles en un pantano, usando pantalones de hombre y un sombrero grande.
Mientras describía para Minerva a su vieja tía en términos escandalosos, él
consiguió sacarle una sonrisa, luego una risa.
El alivio lo atravesó. Había tenido razón. Minerva no podía permanecer enojada
con él.
Pasaron el resto del viaje con más facilidad, y cuando llegaron a casa, parecía más
como de costumbre. Así que decidió presionar su suerte y llevarla a la cama. Para su
inmensa satisfacción, ella accedió.
Sin embargo, su satisfacción no duró mucho. No era que ella no participara en el
acto de hacer el amor. Ella no lo trató con frialdad, ni enojada. Y claramente ella
encontró su liberación al final.
Pero faltaba algo. No había nada de la exuberancia que ella había mostrado en sus
primeras dos noches juntos, nada de la cercanía. Y cuando terminó, ella le volvió la
espalda y se durmió, como si acabara de cumplir un deber y ahora hubiera
terminado con él.
Se dijo a sí mismo que eso también terminaría. En los días venideros, ella
superaría su molestia con él, y todo volvería a ser como era antes.
Tenía que hacerlo. Porque no sabía cómo lo soportaría si no lo hiciera.
Capítulo 21
En los siguientes días, sin embargo, las cosas no volvieron a ser como antes, y eso
estaba volviendo loco a Giles.
Ravenswood había sido llamado a su finca para encargarse de una emergencia allí,
por lo que Giles no podía llegar a él sin salir de la ciudad, lo que sus juicios no le
permitían. Y no podía escribirle al hombre: Ravenswood siempre había sido
inflexible acerca de no comunicarse por correo. Así que no tuvo más remedio que
esperar hasta que el vizconde regresó, irritado por tener el asunto en suspenso.
Tampoco ayudaba a su estado de ánimo que Minerva todavía mantenía una
distancia cortés incluso cuando estaban haciendo el amor. Oh, ella era lo
suficientemente cordial. Le contaba sobre su día y escuchaba mientras él le contaba
acerca del suyo. Comenzó a decorar la casa de la ciudad, convirtiéndola de un
edificio estéril que olía a aceite de linaza y aserrín a una casa que olía a flores y
limones. En todos los sentidos, se comportaba como una esposa.
O mejor dicho, como la imagen de una esposa de un hombre común y corriente,
una que se ocuparía de sus necesidades y no le molestaría con nada de sí misma. Si
Giles preguntaba por su libro, ella lo cerraba, diciendo sólo que iba viento en popa.
Ella nunca le decía cómo se sentía, nunca era juguetona o estaba enfadada con él. Sólo
estaba… allí, como una muñeca que él hubiera conjurado para compartir su cama.
Lo estaba volviendo loco. Cada noche trataba de romper su armadura, de traer de
vuelta a la vieja Minerva, pero aunque compartía su cama de buena gana y gritaba su
placer en sus brazos, luego todavía lo mantenía a distancia.
Trató de convencerse de que no importaba si no decía tonterías sobre los
sentimientos y cosas así. Nunca había querido eso. Las cosas eran como debían ser.
Con ella aceptando su papel como su esposa, él no tenía nada de qué preocuparse.
Sin embargo, se preocupaba de todos modos. La idea de seguir adelante con este
tipo de matrimonio formal hizo que un extraño pánico se apoderase de su pecho.
Peor aún, aunque tratara de no dejar que su rabioso deseo por ella le hiciera
comportarse como un idiota, cada vez que ella era impasible con él, eso hacía más
difícil refrenarse. Pero no iba a mendigar.
Así que cuando Ravenswood regresó a la ciudad y organizó una reunión con él,
estaba de un humor de perros.
La mañana después de recibir la nota de Ravenswood, Giles salió de la casa antes
de que Minerva estuviera despierta. No siempre era una madrugadora, dada su
costumbre de escribir a horas extrañas.
Ravenswood lo estaba esperando en el cobertizo para botes de Hyde Park.
Brevemente Giles explicó la situación con Newmarsh.
El vizconde tomó notas, frunciendo el ceño aquí y allá.
—¿Había adivinado el otro trabajo que hiciste para nosotros?
—No, no lo creo. Estaba muy concentrado en sus propios problemas.
—Menos mal. —Suspiró—. Aun así, nos ha puesto en una posición de lo peor.
—Me doy cuenta de eso. Y lamento que mis impulsivas acciones nueve años atrás
sean la causa de ello.
—Si no fuera por esas impulsivas acciones, nunca habríamos atrapado a Sully. Tú
puedes arrepentirse, pero no yo. —Ravenswood le buscó en la cara—. Te das cuenta
de que la política del gobierno británico no es…
—Ceder al chantaje. Sí, lo sé.
—De todos modos, tú no querrías que nosotros lo hiciéramos, ¿verdad?, después
de lo que él hizo.
—Preferiría ver al hombre pudrirse antes que se le permitiera regresar a
Inglaterra. Si alguien merece morir solo en Francia, es Newmarsh. —Giles apartó la
mirada—. Por desgracia, no ceder a su chantaje significa el final de mi futuro. Lo cual
es la razón por … —Se obligó a respirar profundamente—. La que estoy dispuesto a
volver a trabajar para ti, si eso es lo que se necesita para que tus superiores cumplan
con su chantaje.
Él podía sentir la mirada sorprendida de Ravenswood en él.
—Lo dices en serio.
Giles asintió.
—No veo que tenga mucha opción, si el gobierno no va a ceder ante su demanda
de otra manera.
—Eso no es cierto. Tienes otra opción. Puedes llamarlo como el farol del bastardo.
Incluso si hace lo que está amenazando hacer, no creo que las consecuencias sean tan
nefastas como él pronostica. Estabas actuando por tu cuenta. Eras joven y tonto. Y
estabas del lado correcto, mientras que él era un villano. El público nunca se pone de
parte del villano.
—Quizás. Pero no me arriesgaré a hacer pasar a mi familia, y a mi esposa, por otro
escándalo. Además, mi carrera estaría terminada... sin duda nunca sería Consejero
del Rey.
—Ah, pero ahora tienes amigos en lugares altos—dijo Ravenswood—. Podemos
hacer mucho tras bambalinas para enterrar la historia y asegurarnos de que
Newmarsh no llegue muy lejos con ella en la prensa.
—Incluso si pudieras manejar eso, no puedes evitar que sea inhabilitado como
abogado.
—Te sorprenderías de lo que podemos hacer. —Cuando Giles no dijo nada ante
eso, Ravenswood lo miró de cerca—. ¿No confías en mí? Seguramente no piensas que
te dejaríamos valerte solo después de todo lo que has hecho por tu país.
Giles se encontró con la mirada de su amigo.
—Sé cómo se juega el juego de la política.
—Eso puede ser cierto, pero nadie te abandonará, te lo juro.
—Preferiría no apostar mi futuro y mi carrera a eso.
—Y yo preferiría no tener un agente cuyo corazón ya no esté en ello—replicó
Ravenswood—. Eso no me sirve.
—¡Maldita sea, Ravenswood, me debes esto!
—No... como tu amigo, te debo más que esto. No voy a observarte volver a una
forma de vida que ya no te satisface, sólo porque crees que no puedes confiar en
nadie más que en ti mismo. —Ravenswood negó con la cabeza—. Has estado
haciendo este trabajo durante tanto tiempo que has olvidado cómo confiar en tus
amigos. Ten cuidado con eso. Si nunca pones tu vida en las manos de otra persona,
entonces realmente no puedes esperar que ellos pongan la suya en tus manos. A
largo plazo, nunca confiar en nadie es una manera difícil de vivir.
La declaración tomó a Giles por sorpresa. ¿Realmente había dejado de confiar en
las personas? ¿Ravenswood estaba en lo cierto?
Pensó en Minerva, en cómo había estado tan distante, tan reservada. ¿Era así como
él aparecía ante ella? ¿Por eso seguía tan enfadada con él?
—Te diré lo que voy a hacer —prosiguió Ravenswood—. Le preguntaré a mis
superiores si ellos estarían dispuestos a satisfacer la demanda de Newmarsh. Si se
niegan, como sospecho que lo harán, entonces hablaremos de nuevo, y tú puedes
decirme entonces qué quieres hacer. Eso te dará tiempo para pensarlo.
—Gracias —dijo Giles, aunque ya se había decidido—. Apreciaría eso.
Se volvió para irse, pero Ravenswood no había terminado con él.
—Por cierto, he descubierto algo de información sobre ese mapa de Plumtree.
Giles parpadeó. Se había olvidado por completo del bastardo. Tal vez esto era algo
en lo que podría hincar el diente mientras esperaba que Ravenswood le diera una
respuesta. Sin duda le ayudaría con Minerva. Ella seguramente se acercaría si él le
diera información decente sobre el papel de Plumtree en la muerte de sus padres.
—¿Qué te enteraste?—preguntó.
—En realidad, es un poco extraño. El mapa es una copia de uno que está en el
Museo Británico.
—¿Qué se supone que deba mostrar?
—Esa es la parte interesante. —Un brillo resplandeció en los ojos de
Ravenswood—. No vas a creer esto…
Media hora más tarde, Minerva estaba sentada en el sofá, su mente girando con
todo lo que el señor Pinter le había dicho acerca del barón Newmarsh, un hombre
llamado Sir John Sully y la conexión de los dos hombres con su marido.
—Hay algo más que debería saber—agregó Pinter.
Ella parpadeó. Lo que había descubierto ya había provocado un millón de
preguntas en su cabeza.
—¿Oh?
—He estado siguiendo a su marido durante los últimos días, deseando ver si hacía
algo que pudiera explicar esas desapariciones misteriosas que sus hermanos siempre
mencionaban.
—¿Y lo hizo? —preguntó temblorosa.
—No estoy seguro. Esta mañana se reunió con Lord Ravenswood, el subsecretario
de...
—Sé quién es—dijo, dejando escapar un suspiro—. Son amigos de la escuela.
—Los amigos de la escuela no se encuentran en cobertizos para botes en Hyde
Park al amanecer. No llegan por separado y se van por separado. No ponen mucho
cuidado para evitar ser vistos juntos.
Ella respiró hondo. Eso fue una sorpresa. ¿Por qué evitarían ser vistos juntos
cuando habían sido muy amables en la boda? ¿Qué significaba?
—¿Acertó a escuchar…?
—¿Qué diablos estás haciendo aquí con mi esposa, Pinter? —gruñó una voz
familiar desde la puerta.
Tanto ella como el señor Pinter se sobresaltaron. Con el corazón en la garganta,
levantó la vista para encontrar a Giles parado en la puerta, mirando con furia. Sólo
entonces ella se dio cuenta de cómo debía verse, los dos sentados cerca en el sofá,
hablando en susurros, como si compartieran confidencias.
Entonces ella silenció la molestia de culpabilidad. No había hecho nada malo.
Tenía derecho a consultar con el señor Pinter cualquier cosa que quisiera. De todos
modos, no era como si a Giles realmente le importara lo que ella hacía.
Aunque ciertamente parecía que le importaba. Se veía muy contrariado.
El señor Pinter se levantó abruptamente.
—Pensé que le haría una visita a los recién casados—mintió con facilidad—. Pero
no estabas aquí cuando llegué.
El enojo de Giles no pareció disminuir ni un ápice.
—¿Así que pensabas que mi ausencia te permitía acostarte con mi esposa en mi
propio estudio?
—¡Giles! —Minerva se puso en pie de un salto—. ¡Deja de ser grosero!
Su marido se acercó, con los ojos entrecerrados en rendijas.
—Seré lo que quiera. Esta es mi casa, mi estudio, y eres mi mujer.
—Esta es nuestra casa—dijo ella con firmeza—. O así asumí cuando te casaste
conmigo.
—Yo… um… debería irme—dijo el señor Pinter dirigiéndose hacia la puerta.
—Buena idea—dijo Giles con los dientes apretados, todavía mirándola
furiosamente. Justo cuando el señor Pinter pasaba a su lado, Giles se volvió y
gruñó—: Si alguna vez te vuelvo a encontrar a solas con mi esposa, te dejaré a las
puertas de la muerte a golpes, ¿entiendes?
—Oh, entiendo muy bien, señor—dijo el señor Pinter. Pero cuando se volvió para
dirigirse a la puerta, Minerva notó un destello de diversión en sus ojos.
Por supuesto que él se divertía. Los hombres siempre encontraban divertida
semejante actitud posesiva en otros hombres. Sin embargo, aunque siempre había
pensado que los celos eran una emoción grosera, los encontraba más bien excitantes
en Giles. Era la primera señal de que ella podría significar más para él que
simplemente una conveniencia.
No es que ella quisiera dejar que él se saliera con la suya. Tan pronto como oyó
que la puerta se cerraba, dijo:
—Estás siendo ridículo, ¿sabes? ¿Qué haces en casa tan temprano? Son apenas las
tres.
Eso sólo pareció enojarlo más.
—El juicio terminó al mediodía, y tonto que fui, pensé que vendría a pasar tiempo
con mi esposa. Poco sabía que ella tenía otros planes.
—Espero que no estés insinuando que estaba haciendo algo malo.
—¡Él estaba prácticamente en tu regazo!
—Disparates. Y apenas puedo creer que estés celoso del señor Pinter.
—No estoy celoso —dijo Giles obstinadamente.
—Entonces, ¿cómo llamas a esta exhibición de temperamento masculino?
Giles avanzó hacia ella con una mirada sombría, obligándola a retroceder.
—Yo la llamo hacer valer mis derechos como esposo. Tienes que admitir que tú y
él estabais en una actitud muy íntima cuando entré.
—Es un amigo de la familia —señaló ella, sin saber si estar enojada o encantada
por el comportamiento de Giles—. Siempre hemos sido cordiales.
—¡Cordiales! ¿Así es cómo lo llamas cuando un hombre está sentado demasiado
cerca, susurrando en tu oído, casi a punto de presionar un beso en tus labios?
Ella se echó a reír ante esa imagen escandalosa del mojigato señor Pinter.
—Has enloquecido.
—¿En serio? —Él la apoyó contra su estantería con una mirada febril en el rostro—
. Estabas mucho más afectuosa con él de lo que has estado conmigo estos últimos días.
—Plantando las manos a cada lado de los hombros, se inclinó más cerca—. Con él
estabas relajada y cómoda; conmigo eres una diosa fría, advirtiéndome que
mantenga la distancia.
Su diversión huyó.
—¿Es así? ¿Y qué hay de ti?, dímelo por favor. Todo lo que haces es mantener la
distancia. Así que no me acuses de…
Un chirrido en la puerta los alertó de la presencia de alguien. Giles se alejó de la
pared y miró furiosamente a la criada, que estaba murmurando disculpas.
—Ah, bien —dijo Minerva despreocupadamente—. Ahí está el té.
—Déjalo y vete, Mary —ordenó Giles—. Y cierra esa maldita puerta. No queremos
que nos molesten.
—S-sí, señor. —Mary entró corriendo para poner la bandeja sobre el escritorio, y
luego huyó, cerrando la puerta detrás de ella.
—Habla por ti. —Minerva miró fieramente a Giles—. Estoy muy contenta de ser
molestada cuando te comportas irracionalmente.
—No has empezado a verme comportarme irracionalmente, Minerva.
Con una fuerte inhalación pasó a su lado camino a la puerta, pero él bloqueó su
camino con un ceño fruncido.
—Quiero saber lo que Pinter te estaba diciendo con tanta confidencialidad.
¿Cuánto tiempo llevas encontrándote en secreto? ¿Exactamente qué tan cordiales
sois?
Ella imaginó que éste no era el momento de revelar que había contratado al señor
Pinter para descubrir sus secretos. O que tenía cientos de preguntas para él. Era
mejor esperar hasta que se hubiese calmado.
Ella le lanzó una mirada tormentosa.
—No he visto al señor Pinter desde la boda, idiota. Ciertamente no hay nada entre
nosotros, de lo que te darías cuenta si alguna vez pudieras confiar en mí.
Las palabras parecieron sacudirlo.
—Confío en ti.
—Sí, veo cuánto confías en mí. Crees que estoy teniendo una aventura con el señor
Pinter, de todas las personas. Menos de una semana después de nuestra boda. En tu
estudio.
Él tuvo el buen tino de verse inquieto.
—Tienes que admitir que los dos dabais la apariencia de muy...
—¿Íntimos? Sí, lo has dicho. Y tú tienes que admitir que ciertamente sería una
tonta por llevar a cabo un flirteo con la puerta abierta a la vista de todos los
sirvientes. Estás dejando que los celos te cieguen a los hechos.
—No son celos —protestó él—. Simplemente no quiero que la gente piense que mi
esposa podría estar…
Cuando se detuvo, ella lo miró con frialdad.
—¿Sí? ¿Podría estar qué? ¿Siendo visitada por un amigo de la familia? ¿Tienes la
audacia de preocuparte por mis acciones cuando hace menos de una semana, me
dejaste sola en un hotel para hacer Dios sabe qué, con una ligera explicación?
Ella pasó junto a él, ahora completamente enojada. Pero él la agarró desde atrás
por la cintura y la empujó contra él para sisear en su oído:
—Si alguna vez realmente pensara que estabas coqueteando con Pinter, al hombre
le haría algo más que golpearlo.
Ella se odió por ello, pero el borde posesivo en su voz la emocionó.
—¿Eso quiere decir que realmente no piensas que estoy coqueteando con Pinter?
—Ante su vacilación, espetó—. ¿Y bien?
Su brazo se apretó alrededor de su cintura.
—Todo lo que sé es que cuando lo vi sentado tan cerca de ti en ese sofá, quería
matarlo.
—Estabas celoso—aguijonó ella. Cuando se puso rígido, añadió—. Por una vez
siquiera en tu vida, sé honesto contigo mismo y conmigo, Giles. Estabas celoso.
Admítelo.
Él masculló un sucio juramento.
—Está bien. Estaba celoso. —Él apretó su boca contra su oído—. Nunca dejaría
que otro hombre te tuviera. Lo sabes, ¿verdad?
Ella no lo sabía. Pero ciertamente estaba contenta de saberlo ahora.
—Y yo nunca dejaría que otra mujer te tuviera, así que estamos empatados en
cuanto a eso.
—¿Es por eso que me has vuelto loco estos últimos días? ¿Manteniéndome a
distancia? ¿Porque realmente pensaste que estaba con otra mujer en Francia?
—¿Te he estado volviendo loco?—replicó ella.
—Sabes que lo has hecho—dijo él.
—Te lo mereces.
—Tal vez lo haga—dijo él con voz baja y ronca—, pero no por las razones que
piensas. Sólo te quiero a ti, Minerva. Nunca creas lo contrario.
—No sé qué creer contigo.
—Cree que te quiero a ti.
—Mi cuerpo, quieres decir.
—No sólo eso. Toda tú. —Subiendo la mano, él la cerró contra su pecho, y su voz
se entrecortó—. Tu corazón. Tu mente. Quiero a la mujer que me has negado desde
Francia. La mujer que se ríe conmigo, que se abre a mí.
Podía sentir que se endurecía contra su trasero, y eso la excitó. Estaba distinto de
antes, más… apasionado. Como si realmente sintiera algo por ella.
—Ya tienes a esa mujer, y ni siquiera sabes qué hacer con ella.
—Sé lo que quiero hacer con ella en este momento. —Él aplastó su mano sobre su
seno y bajó la voz hasta un gruñido ronco—. Quiero llevarla a la cama.
—No —susurró, sólo para ver lo que él haría.
—No me contradigas, amor —dijo con voz ahogada—. Hoy no.
La palabra amor la llevó al límite. Recordando cómo él había afirmado que nunca
sería capaz de “llevarlo a rastras por su excitación”, dijo:
—Muy bien. Pero sólo si lo hacemos a mi manera.
—¿Tu manera? —repitió.
—Tienes que tomarme aquí. Ahora.
—¿En mi estudio?—dijo, claramente desconcertado por la idea.
Nunca había intentado seducirla en ninguna otra parte, excepto en el dormitorio,
como si manteniéndola allí de alguna manera la mantuviera apartada del resto de su
vida. Bueno, ella estaba poniendo fin a eso.
—Sí. Oh, sí. —Se frotó contra él, encantada de ver que su sugerencia lo había
excitado aún más. Quería verle perder el control una vez siquiera. Quería verlo
extasiado—. Tómame como un animal, aquí mismo en tu estudio.
—Si te tomara como un animal, querida—habló él con voz áspera en su oído—, te
inclinaría sobre mi escritorio y te tomaría desde atrás.
En el momento en que Giles dijo las palabras, se arrepintió. ¿En qué estaba
pensando, proponer una cosa tan escandalosa a su mujer? No era una puta, por el
amor de Dios.
Así que se sorprendió al oírla decir:
—Sí. Haz eso.
Su pene respondió al instante. No tenía ningún problema en absoluto con la idea.
—No es… un hombre no… no con su esposa.
—¿Por qué no? ¿Hay un conjunto de reglas diferentes para las esposas que para
las mujeres ligeras? —Ella movió su trasero a lo largo de su carne rígida, y él pensó
que se volvería loco—. Es aquí y ahora, así, o nada. Dormiré sola esta noche si debo
hacerlo.
—Al diablo. —Eso es lo que ella quería, ¿verdad? ¿Él comportándose como una
bestia?
Entonces la complacería malditamente bien. La arrastró hacia su escritorio.
—¿Por qué quieres hacer esto?—gruñó mientras la empujaba hacia adelante hasta
que ella estuvo inclinada sobre el mobiliario con las manos apoyadas encima.
—Dijiste que no quieres que te mantenga a distancia —susurró mientras él le
levantaba las faldas—. Bueno, yo también quiero todo de ti. Te quiero como eres, no
a la pequeña parte de ti que ofreces cuando vienes a mí en nuestra cama. Quiero tu
corazón, tu mente e incluso tu alma. Quiero tu confianza.
Nunca confiar en nadie es una manera difícil de vivir.
Maldito Ravenswood por poner ese pensamiento en su cabeza.
—Quieres tenerme retorcido en tu dedo—gruñó.
—Sí —admitió ella sin una pizca de remordimiento.
—Tentadora cruel —masculló. Pero por el momento no le importaba. Estaba tan
famélico de ella, de la verdadera ella no la versión que le había estado dando, que
apenas podía pensar con claridad.
Se abrió torpemente los pantalones, frenético por su necesidad de ella. La visión
de Minerva con sus partes íntimas expuestas al aire, expuestas a él, estaba
alimentando su lujuria más allá de lo tolerable.
No le gustaba estar a sus órdenes, pero de todos modos lo estaba.
—Moza exigente. No descansarás hasta que me tengas jadeando a tus pies como
un perrito faldero.
Aunque temblaba un poco en sus brazos, se las arregló para reír.
—De alguna manera no puedo imaginarte como un perrito faldero. Te imagino
más como un esclavo de mis encantos femeninos.
En este momento, eso es lo que era. Él le separó las piernas con su rodilla, más
bruscamente de lo que debería.
—Dada tu posición actual, diría que tú eres la esclava.
Deslizó los dedos dentro de las bragas para acariciarla. Cuando la encontró
caliente, húmeda y lista para él, casi derramó su semilla allí mismo.
—Dios mío, te sientes tan bien… no sé cuánto tiempo pueda esperar para estar
dentro de ti.
—Recuérdame de nuevo, ¿quién es el esclavo aquí? —se burló ella.
—Maldita seas—siseó él mientras le bajaba de golpe las bragas y luego frotaba su
dura carne contra ella—. Disfrutas torturándome, ¿verdad?
—No más de lo que… lo que tú disfrutas torturándome. —Ella dejó escapar un
jadeo cuando él se deslizó en su interior sin previo aviso—. Noche tras noche…
suspendido sobre mí… sin perder nunca el control…
—Estoy de maravilla… perdiendo el control ahora—gruñó él mientras empezaba
a empujar fuerte, su respiración pesada y dificultosa.
—Bien —susurró ella.
Moza provocadora. Seductora enloquecedora. Ella lo quería a su merced, y Dios
sabía que lo estaba consiguiendo con este pequeño truco.
Pero él no iba a estar solo en todo este deseo. Metió la mano debajo de ella para
acariciar su pecho, amasándolo a través de la ropa. Su otra mano encontró su lugar
de placer y trabajó febrilmente.
—No estarás tan encantada… Si termino demasiado rápido. —Su voz se volvió
ronca mientras bombeaba dentro de ella, incapaz de contenerse—. Dios me ayude, ni
siquiera te he… besado… chupado tus encantadores pechos…
—¡No me importa! Tómame rápidamente. Muéstrame lo que quieres.
—Lo que quiero eres tú, cariño… tanto… no tienes ni idea. —Las palabras
brotaron de él, verdades irreflexivas que no podía dejar de admitir—. En todo lo que
pienso es en ti. En tenerte. En estar contigo como antes. Cuando eras verdaderamente
mía.
—Oh, Giles —susurró ella—. Siempre he sido tuya.
Las palabras le regocijaron y le hicieron entrar en pánico al mismo tiempo. No
podía dejar de empujarse dentro de ella, sosteniendo firmemente sus caderas para
poder estrellarse contra ella, una y otra vez, rápida y rudamente. Su necesidad sin
trabas aparentemente la excitaba, porque ella se retorcía y se meneaba debajo de él,
su respiración acelerada y su cuerpo temblando.
—Perdóname, cariño —exclamó—no puedo… tengo que… no puedo esperar…
Se metió en ella profundamente, provocando su clímax, lo que confirmó con el
grito de placer de Minerva. Y mientras derramaba su semilla dentro de ella con las
manos agarrandole sus caderas con fuerza, se deleitó de finalmente haberse abierto
paso hasta la verdadera Minerva. La que quería más allá de toda razón.
Después se quedaron allí respirando pesadamente, como purasangres después de
cruzar la línea de llegada. Por un momento, él saboreó la sensación de ella contra él,
su hermoso trasero y los muslos tan suaves que quería permanecer acunado en ellos
para siempre.
Pero su cuerpo ya se estaba relajando. Se apartó de ella, apenas capaz de creer que
acababa de tomar a su esposa sobre su escritorio. Era tan intensamente erótico que
sabía que estaría soñando con eso en las noches venideras.
Esperaba que ella también lo estuviera.
—¿Estás bien?—preguntó él.
—Estoy mucho mejor que bien—murmuró ella.
Satisfecho con eso, levantó sus bragas, le bajó las faldas y luego la atrajo hacia sus
brazos para poder besarla. Dios, cómo había extrañado tenerla así, ansiosa en sus
brazos, respondiendo beso por beso con salvaje abandono.
Cuando retrocedió, la ternura de su expresión fue un puñetazo en su tripa.
—No hay más muros entre nosotros, ¿de acuerdo? —susurró él.
Ella asintió.
—No más muros. —Ella acunó su cara, le dio un beso en la boca y se apartó de
él—. Por eso es hora de que me hables de Newmarsh, Sir John Sully, y lo que
realmente ocurrió esa noche en Calais.
Capítulo 23
Minerva podía decir que Giles no había estado esperando eso. Se quedó
paralizado.
—¿Qué… Cómo tú…? —Entonces el entendimiento vino sobre su cara, y él soltó
un mordaz juramento—. Por eso Pinter estaba aquí. Le pediste que me investigara.
Ella asintió, preparándose para soportar su ira.
—Supongo que le hablaste del robo de esos papeles —exclamó, alejándose de ella
para abotonarse la ropa interior y los pantalones—. Arriesgaste mi carrera y nuestro
futuro…
—No era un riesgo. Es muy discreto, y le aclaré que si alguna vez se lo contaba a
otra alma, tendría su cabeza en una bandeja. Pero tenía que hacer algo. Nunca me
ibas a decir la verdad. Y yo tenía que saberlo.
—¿Por qué? —espetó él—. ¿Por qué diablos es tan importante que sepas todo
sobre mi vida?
—Porque tú sabes todo sobre la mía.
Una mirada aturdida cruzó su rostro.
—Lo has sabido todo desde hace algún tiempo—prosiguió ella—. Lo que no te has
enterado por mi familia o directamente por mí, lo has deducido de mis novelas.
Quién soy. Lo que me importa. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Sin embargo, no
sé nada más de ti que los pequeños detalles que te dignas a dejarme ver.
Él se pasó los dedos por el cabello, claramente incómodo, y ella siguió adelante.
—¿No lo entiendes? ¿Cómo puedo ser una esposa para ti cuando guardas en
secreto tantas cosas sobre ti? ¿Cuándo ni siquiera confías en mí? Allí estabas,
robando papeles para vengar a tu padre, y me dejaste pensar...
— ¿Pinter te lo dijo? —interrumpió con voz ronca—. ¿Que robé esos papeles por
mi padre?
—El señor Pinter dijo que lo que robaste fue instrumental para llevar a Sir John
Sully a la justicia. Y que tu padre había perdido dinero en una inversión con el
hombre. Dijo que esa era la verdadera razón por la que tu padre se suicidó.
Giles la inmovilizó con una mirada oscura.
—¿Cómo demonios encontró todo eso?
—No lo sé. —Ella lo miró a los ojos con cautela—. Sólo dijo que lo tenía de una
alta autoridad. Entendí que su informante era alguien de alto rango en el gobierno.
Aunque el hombre conocía el asunto de los papeles, no sabía de dónde provenían.
Pero el señor Pinter lo juntó después de haber escuchado mi parte de la historia.
Cuando Giles murmuró una maldición y apartó la mirada de ella, siguió
precipitadamente:
—Lo que hiciste no es nada de qué avergonzarse. ¿Quién te puede culpar por
vengar la muerte de tu padre? Seguramente no pensaste que lo haría.
—Podrías—dijo con voz apagada—. Si supieras lo que podría resultar.
Ella respiró hondo.
—¿Quieres decir, por lo que sea que pasó en Calais?
Él le devolvió una mirada sorprendida.
—Vamos, Giles, sé que algo ocurrió en Calais para que te hayas molestado.
Estábamos teniendo una hermosa luna de miel hasta esa última noche. Y el señor
Pinter me dijo que el gobierno usó esos papeles para hacer que Newmarsh los
ayudara a enviar a Sir John a la horca. Que a cambio de su ayuda, Newmarsh fue
perdonado pero exiliado de Inglaterra y ahora vive en Francia. No puede ser una
coincidencia que tú quisieras que viajáramos allí.
A pesar de su maldición, ella continuó.
—Viste a Newmarsh en Calais, ¿verdad? Y te dijo algo alarmante. —Minerva rezó
para haber acertado, porque si no hubiera sido por eso que Giles había insistido en
esconder sus acciones esa noche, ella tendría que considerar posibilidades más
preocupantes.
Giles la miró un largo momento.
—Debería haber sabido que nunca te mantendrías apartada de eso. No está en tu
naturaleza dejar en paz a un hombre, permitirle mantener sus fracasos para sí
mismo...
—No tienes fracasos —protestó ella—. Te conozco lo suficientemente bien para
eso.
—Entonces no me conoces en absoluto. —Se dirigió a la ventana y se quedó
parado mirando hacia afuera—. Newmarsh se dio cuenta de que yo fui el que le robó
los papeles.
El corazón de Minerva saltó a su garganta.
—Por favor, dime que no fue lo que escribí lo que te delató.
—No, eso no. Dudo que alguna vez haya leído algo más que un listado de
carreras, mucho menos tus novelas. —Tomó un largo aliento—. Por casualidad, mi
hermano le hizo sospechar de la verdad. Y ahora Newmarsh está amenazando con ir
a la prensa si no convenzo al gobierno para que le permita volver a Inglaterra.
Su estómago se anudó.
—Oh, Señor. ¿Cómo se supone que vas a lograr eso?
Giles se quedó en silencio un largo momento.
—Yo… tengo conexiones que Newmarsh espera use en su beneficio.
Ella pensó en todo lo que le había dicho el señor Pinter.
—Supongo te refieres a Lord Ravenswood. ¿Es por eso que te reuniste con él esta
mañana temprano?
Giles se alejó de la ventana.
—Demonios, ¿cómo te enteraste?
—El señor Pinter te siguió.
—Maravilloso—estalló Giles—. Claramente estoy patinando. Ni siquiera noté que
el bastardo estaba cerca. —Le lanzó una mirada de traición—. ¿Por qué diablos
harías que Pinter hiciera eso? Ya fue lo suficientemente malo que tu abuela lo pusiera
a seguirme, pero oír que mi propia esposa le ha hecho investigarme, durante Dios
sabe cuánto tiempo...
—Sólo ha sido desde la boda, y no le dije que te siguiera. Sólo pensó que podría
averiguar por qué estás siempre desapareciendo tan misteriosamente. —Cuando
Giles se envaró, añadió apresuradamente—. De todos modos, ¿es por eso que te
encontraste en secreto con Lord Ravenswood? ¿Estabas discutiendo el problema de
Newmarsh?
Giles vaciló, luego asintió con la cabeza tensamente.
—Ravenswood es quien diseñó la acusación de Sully. Lo hizo como un favor para
mí. Y para hacer justicia con todas aquellas personas a quienes Sully les quitó su
fortuna.
—¿Su Señoría hará lo que le pediste? —susurró—. ¿Dejará que Newmarsh tenga lo
que desea?
—Me lo hará saber después de hablar con sus superiores. —Giles resopló—. Pero
el gobierno tiene una política estricta sobre el chantaje. No ceden sin una buena
razón.
—Aun así, a juzgar por lo que me dijo el señor Pinter, Lord Newmarsh es un
completo villano. Seguramente, aunque vaya a la prensa, las personas no le darán
crédito a lo que dice.
—Suenas como Ravenswood —gruñó Giles—. Ambos estáis muy seguros de que
lo correcto saldrá victorioso. Tengo menos fe en eso que vosotros. He visto a
demasiados criminales salir libres por ninguna otra razón que la falta de pruebas.
—¿Es eso lo que te preocupa de Newmarsh? ¿Que te arruinará en cierta forma?
—Si sale a la luz que robé esos papeles, seré inhabilitado como abogado—dijo él—
. Los abogados no miran amablemente a otros abogados que ganan juicios robando
pruebas. Es ilegal y posiblemente incluso punible con la muerte.
—¡Giles!
—Oh, no te preocupes, no me colgarán. Lo van a barrer debajo de la alfombra
tanto como puedan, pero la inhabilitación sigue siendo una clara posibilidad. —
Señaló los alrededores con un gesto de su mano—. Esta casa, estos muebles… todo
estaría instantáneamente más allá de nuestras posibilidades. Mi hermano nos daría
una mensualidad tan grande como pudiera permitirse, pero tendríamos que vivir de
su generosidad por el resto de nuestras vidas. Si Ravenswood no puede convencerlos
de dejar que Newmarsh regrese y no puedo resolverlo de otra manera, tu vida será
muy diferente de la que te prometí.
El entendimiento finalmente surgió.
—¿Es por eso que no me contaste que te reuniste con él en Calais? ¿Por lo que me
mentiste sobre dónde estabas? ¿Porque estabas preocupado por cómo tomaría esta
noticia?
—No mentí —dijo tercamente—. Fue una cuestión de negocios. Y sí, por eso no
revelé la verdad. ¿Cómo se supone que debía decirte que nuestras vidas podrían
haber terminado? ¿Que tu marido podría ser arrastrado a través de un escándalo que
podría teneros a ti y a tu familia una vez más en los periódicos?
—¡Eso no me importa!—gritó ella—. Solo me importas tú.
Él soltó una risa amarga.
—Hace unas semanas, me llamaste canalla y sinvergüenza. Me llevó un gran
esfuerzo convencerte de lo contrario. Así que perdóname si creí que estarías
encantada de saber que me había convertido en el fracaso que ya creías que era.
—Nunca pensé que eras un fracaso—dijo suavemente—. Sólo pensé que eras
imprudente e insensible. Como mis hermanos.
—Lo que exactamente este lío con Newmarsh prueba que soy—replicó.
—Eso no es cierto.
Él apartó la mirada, con el dolor apuñalando su rostro.
—Yo conocía la ley, pero no me importó. Hice lo que quería, por la fugaz
satisfacción de conseguir venganza.
—Esa no es la única razón por la que lo hiciste, ¿verdad?—señaló ella—. Querías
detener a Sir John y Newmarsh antes de que pudieran lastimar a otros.
—Pero si hubiera sido menos impetuoso, habría encontrado una manera legal de
atraparlos. Entonces habría ganado una justicia forjada en la ley, inquebrantable y
justa. No una justicia forjada en un castillo de naipes y que ahora ha regresado para
arruinarme.
Ella comenzó a ver por qué esto le molestaba tanto.
—¿Ravenswood sabía que habías robado los papeles?
Su mirada se deslizó hacia ella.
—Sí. ¿Por qué?
—Él siempre ha sido considerado como un hombre cuidadoso, lleno de buen
juicio. Sin embargo, se arriesgó a utilizar la información obtenida ilegalmente.
Porque sabía que a veces el fin justifica los medios.
Eso pareció hacerlo pensar un instante.
—Lo hizo porque era mi amigo y porque...
—Era lo correcto. —Aunque la expresión de Giles se cerró, ella continuó—. Es por
eso que nadie usó los documentos en la corte, ¿verdad? Para que la acusación fuera
legal. Pinter dijo que sólo usaron los papeles para forzar la mano de Newmarsh y
conseguir que cooperara con enviar a Sir John a la cárcel. Así que la justicia no se
construyó sobre un castillo de naipes.
—Sí, pero…
—¿Lamentas lo que hiciste?
Él parpadeó.
—¿Qué quieres decir?
—Parece como si lamentaras haber enviado a Sir John Sully a la cárcel.
Su mirada se clavó en la suya.
—Lamento no hacerlo de la manera correcta. Me arrepiento de ser un canalla tan
irreflexivo que ni siquiera lo intenté por medios legales. Lamento creerme por encima
de la ley. Sobre todo, lamento arriesgar todo mi futuro sólo para vengar a un hombre
que...
Se interrumpió con una maldición.
—Un hombre que ni siquiera se preocupaba lo suficiente por mantenerse con vida
y ocuparse de su propio lío —dijo suavemente. ¿Qué había dicho Giles el día de la
carrera de Gabe? Conocí los defectos de mi padre, como conozco los míos.
Giles parecía perdido ahora.
—He sido como él durante muchos años, egoísta, sin importarme el costo. Mi
hermano no lo era. Él sabía que nuestro padre nos arruinaría a todos. Él observó
cómo papá hacía inversiones cada vez más temerarias y me advirtió que un día
tendríamos que recoger los pedazos.
Se paseó por la habitación.
—¿Y cuál fue mi reacción? Me reí y le dije que estaba loco. Continué por mi alegre
camino, apostando y yendo de putas a través de Londres. Apenas ejercí mis estudios,
es un milagro que me invitaran a entrar en el Colegio de Abogados. La ley significó
poco para mí hasta el día en que mi padre…
Su expresión se enfrió.
—Después de que murió y nos dejó casi en la calle, quise compensar esos años, el
desperdicio que había sido mi vida. Newmarsh había sido amigo de mi padre. Él
convenció a muchos de sus amigos a invertir en el proyecto de Sully a cambio de
parte de los beneficios. Yo ya había imaginado eso cuando Newmarsh me invitó a su
fiesta.
—Estoy sorprendida de que incluso te invitara—intervino ella.
Una dura risa escapó de él.
—Creyó que me interesaba más el placer que recuperar el honor de la familia.
Pensó que no tenía nada de qué preocuparse. —Su voz se endureció—. Estaba
equivocado. Decidí que su fiesta era mi oportunidad de derrotarlo, y la tomé. Luego
llevé los papeles a Ravenswood, y él dijo que buscaría justicia si yo sólo estuviera de
acuerdo en...
Se detuvo, con una mirada de desazón cruzando su rostro.
—¿Si sólo estuvieras de acuerdo en qué? —aguijonó ella.
Él se restregó la cara y soltó una maldición.
—Giles, ¿qué te pidió Ravenswood?
—Supongo que ya no tiene sentido que no lo sepas. —Él la miró fijamente—.
Ravenswood me pidió que mantuviera mis ojos y oídos abiertos en la sociedad y…
en otra parte. Que le diera información de vez en cuando. Que revelara información
sobre mis colegas. —Él inspiró de manera entrecortada—. ¿Preguntaste acerca de mis
“misteriosas desapariciones”? De eso se trataba.
Ella lo miraba conmocionada.
—¿Eres un espía? ¿Para Ravenswood?
—Más como un informante. Para el Ministerio del Interior.
Ella se lo quedó mirando boquiabierta, apenas capaz de creerlo. Todo este tiempo
se había dicho que semejante idea era absurda. Sólo alguien como Giles frustraría
cada una de sus opiniones sobre él.
—¿Durante… durante todos estos años? ¿Desde aquella noche en la fiesta?
—Dimití cuando supe que tenía la oportunidad de ser Consejero del Rey. Pensé
que había terminado con todo hasta que Newmarsh le pidió a Ravenswood que me
reuniera con él en Calais.
—Oh, Dios mío. —Las piezas cayeron en su lugar por fin—. Por eso pudiste quitar
los cerrojos y mentir de manera tan convincente en la posada. ¿Por eso podías
parecer un sinvergüenza en un momento y un ciudadano responsable al día
siguiente?
Él se encogió de hombros.
—La gente dice cosas a un sinvergüenza que nunca diría a un ciudadano
responsable.
—Así que has estado interpretando el papel de sinvergüenza para ocultar tu
espionaje. —Ella había estado muy equivocada acerca de su verdadero carácter—.
¿Los saben mis hermanos?
—Nadie lo sabe—dijo en un tono de advertencia—. Si me hubiera salido con la
mía, tú nunca lo habrías sabido.
Eso la hirió.
—¿Por qué no?
—En primer lugar, ocurrió en el pasado, y yo esperaba poder dejarlo atrás. Por
otro lado, no se supone que deba discutirlo.
—¿Ni siquiera con tu esposa? —preguntó ella, incapaz de mantener el dolor
apartado de su voz.
De repente recordó lo que le había dicho ese día en el estanque. Hay cosas en mi
pasado de las que no puedo hablar contigo. Cosas que he hecho. Cosas que he sido. Y estaré
condenado si me explayo sobre éstas así no te preocuparás de que sea como tu padre.
—Especialmente con mi esposa—dijo a la defensiva—. Quien tiene la tendencia a
poner cosas sobre mí en sus novelas.
—¡Sólo porque desconocía la importancia de lo que estabas haciendo! Si me
hubiera dado cuenta de que eso era tan importante, no sólo para ti sino para el país,
nunca...
—Te dije que era importante—espetó él—. Te pedí que no lo revelaras a nadie, y lo
hiciste de todos modos, todo porque herí tu orgullo.
—No fue mi orgullo lo que heriste—exclamó ella—. ¡Estaba enamorada de ti,
idiota!
Cuando las palabras hicieron que la sangre desapareciera de su cara, ella se
maldijo por dejarle ver su vulnerabilidad. Pero no había vuelta atrás ahora.
—Estaba enamorada de ti, y me rompiste el corazón. Por eso escribí sobre ti en mis
libros.
Capítulo 24
Giles clavó los ojos en Minerva con incredulidad. ¿Había estado enamorada de
él?
—Pero… pero tenías sólo diecinueve años.
—Dios mío, Giles, para cuando nos dimos ese beso, había estado enamorada de ti
durante años. Desde que fuiste tan amable conmigo en el funeral de mamá y papá.
—Eso es enamoramiento, no amor—protestó.
—No me digas qué es el amor —dijo ella suavemente—. Sé si estaba enamorada o
no.
Y ahí fue cuando lo golpeó. Ella había dicho “estaba enamorada de ti”. No, “estoy
enamorada de ti”.
Demonios, ¿qué importancia tenía eso? No quería que ella estuviera enamorada de
él. ¿Verdad?
Minerva se apartó de él y se acercó para servirse un poco de té, aunque ahora tenía
que estar congelado. Sus manos temblaron cuando se llevó la taza a los labios. Ella
apenas tomó un sorbo antes de depositar la taza en el platillo.
Cuando volvió a hablar, fue con voz baja y titubeante.
—Te he adorado prácticamente durante la mitad de mi vida. Solía verte con mis
hermanos y rezaba para que algún día te fijaras en mí, me vieras como una mujer.
Él no tenía ni idea. Trató de rebuscar en los recuerdos de aquellos años, pero todo
lo que podía recordar era cómo había desperdiciado su vida en bebida, mujeres y
cartas. Había sido una larga bacanal después de que su padre se había suicidado.
La voz femenina se volvió más amarga.
—Pero nunca me viste como nada más que la tonta hermana de tus amigos. Hasta
aquella noche. —Ella lo miró, con lágrimas brillando en sus ojos, y él sintió algo
retorcerse en su pecho—. Estaba tan feliz de verte en esa fiesta. Por eso había ido allí,
con la esperanza de que estuvieras allí. Pensé que tal vez si me vieras con ese vestido
escotado, me desearías y te enamorarías locamente.
—Segurísimo que te deseé con ese vestido—dijo, queriendo desesperadamente
calmar su dolor—. Fuiste una revelación.
Ella arqueó una ceja.
—Sólo que no el tipo de revelación que querías.
—No, entonces, no. Mi vida era un caos. Mi padre acababa de suicidarse, y yo
estaba buscando justicia para él. Había comenzado a darme cuenta de que no podía
seguir con la misma conducta lamentable, pero no estaba seguro de cómo cambiar mi
camino. Añadir una mujer a ese desastre habría sido desalmado.
—Entonces deberías haberme dicho eso, en lugar de… —Ella agitó la mano—. Oh,
ya no importa. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
—Puedo decir por tu cara que sí importa. —Cuando ella no dijo nada, dijo—: No
quería hacerte daño. Ni entonces, ni ahora.
—Todavía no veo por qué no puedes tener fe en mi capacidad para guardar tus
secretos. Entiendo por qué no lo hiciste antes, pero después de casarnos...
—Es difícil para mí confiar en alguien—admitió—. Ravenswood dice que es
porque he pasado tantos años jugando a ambos lados de la valla, escondiendo mi
verdadero yo de todo el mundo, que ser reservado se ha hecho un hábito muy
arraigado.
—No es por eso—dijo ella.
Él la miró cautelosamente.
—¿Qué quieres decir?
Una expresión de compasión cruzó su rostro.
—No confías en otras personas porque no confías en ti.
Él inspiró profundamente.
—Confío en mí.
—Si lo hicieras, no te estarías castigando por lo que hiciste años atrás. No estarías
llamándote un fracaso por algo que está fuera de tu control ahora.
—No está totalmente fuera de mi control—dijo él entre dientes. Respiró
profundamente. Era hora de contarle lo peor—. Es posible que pueda salir de esto
aviniéndome a seguir trabajando como informante. El gobierno no quiere que
renuncie, así que si estoy de acuerdo en continuar, podrían ceder ante la demanda de
Newmarsh.
—¿Es eso lo que quieres?
—¡No, maldita sea! Pero no puedo ver ningún otro camino. Si no lo hago,
Newmarsh puede muy bien arruinarme. Arruinarnos.
—¿Y qué dice Lord Ravenswood de eso?
Giles negó con la cabeza.
—El maldito idiota dice que debería llamarlo el farol de Newmarsh y confiar en él
y sus superiores para asegurarse de que nada resulte de sus amenazas.
—Entonces, tal vez deberías escucharlo. —Ella se acercó para ahuecar su mejilla—.
Sé que debes haber hecho grandes cosas por ellos desde aquella noche años atrás. Y
he visto de primera mano lo bien que lo has hecho en la sala de un tribunal.
Seguramente eso contará más de lo que piensas.
—¿Lo hará? Sé lo fácil que pueden borrarse esas cosas por la política—dijo con voz
ronca.
—Creo que cosechamos lo que sembramos, y tú has sembrado lealtad, honor y
justicia durante muchos años. Es hora de que coseches eso mismo. —Ella le acarició
la mejilla—. Ravenswood claramente confía en ti, y sus superiores probablemente lo
hacen también. Ciertamente, yo confío en ti. Así que tal vez tú deberías considerar
confiar en nosotros, al menos un poco. No somos tu padre. No te abandonaremos
cuando nos necesites, te lo prometo.
Un nudo se alojó en su garganta.
—Puedo hacerte cumplir esa promesa, si soy expulsado para ejercer la profesión y
no puedo mantenerte.
—Tengo una herencia considerable que viene a mí, suponiendo que Gabe y Celia
se casen. Y está mi dote...
—No quiero el dinero de tu familia—dijo él con los dientes apretados—. No
después de todo lo que han dicho sobre mis motivos para casarme contigo.
—Pues entonces, siempre están mis libros—dijo con una sonrisa descarada—.
Entre esos ingresos y el dinero de tu hermano, podemos sobrevivir. —Sus
chispeantes ojos lo miraron—. Quizás haré que Rockton haga algo realmente
espectacular que lo volverá furor en los círculos literarios.
Él logró sonreír, conmovido profundamente por su disposición a hacer lo que
fuera necesario para salvarlo.
—¿Es por eso que me hiciste un villano en tus libros? ¿Porque te rompí el corazón?
Ella asintió.
¿Se había reparado su corazón? ¿Todavía lo amaba? Tenía miedo de preguntar,
asustado de cuál podría ser su respuesta. Asustado por lo que quería que fuera su
respuesta.
En lugar de eso, dijo:
—¿Y no fue como me dijiste en Calais, que escribiste sobre esa noche porque creías
que sería una buena historia?
—Fue una buena historia —bromeó—. Pero no, esa no fue la razón. En su mayor
parte lo hice para desahogar mi ira y mi dolor. Lo hago a veces. Es como dijiste ese
día en la posada, me da una sensación de poder sobre lo que pasó, incluso cuando sé
que no tengo poder.
—Tuviste más poder de lo que te diste cuenta esa noche—dijo suavemente—.
Nunca olvidé ese beso.
Ella dejó caer su mano de su rostro.
—No tomes una actitud condescendiente conmigo—susurró ella.
—Lo digo en serio. Todavía recuerdo tu vestido de raso dorado... con algo que lo
hacía sobresalir por los lados...
—Miriñaques —dijo ella con una voz baja—. Se llaman miriñaques.
—Tu pecho estaba medio desnudo, y llevabas un camafeo azul de una dama entre
tus hermosos pechos.
Su mirada se disparó hacia él.
—No puedo creer que lo recuerdes.
La mirada esperanzada en sus ojos casi lo mató.
—Oh, lo recuerdo muy bien. Ansiaba poner mi boca justo donde descansaba ese
camafeo. —Él la tomó en sus brazos—. Siempre he notado lo que llevas puesto. En el
baile del Día de San Valentín, llevabas un traje de noche rosa con mangas
abullonadas. Y ya te dije lo bien que recuerdo ese largo tirabuzón descansando sobre
tu seno en nuestra fiesta en Berkshire.
—La fiesta en la que te fuiste con una sensual viuda, ¿quieres decir? —dijo ella
agriamente.
Rozó un beso en su cabello.
—Eso fue algo que hice para Ravenswood. Quería que averiguara lo que ella sabía
de un agitador en la Cámara de los Comunes. Y lo averigüé para él.
—En su cama, lo más probable —dijo ella sorbiendo por la nariz.
—Preferiría haber estado en tu cama—le respondió, ya que no podía negar la
acusación—. No estaba mintiendo cuando te dije que me imaginaba tirando de ese
tirabuzón y viendo cómo tu cabello caía por tu cintura. —Él extendió la mano para
pasar sus dedos por su pelo y soltarlo de sus alfileres—. Así.
La besó, de repente necesitaba tranquilizarse de que ella lo hubiera perdonado por
aquella noche. Que podría volver a enamorarse de él. Incluso podría desear eso,
demonio egoísta que era.
Pero justo cuando estaba considerando tenderla en el sofá, llamaron a la puerta de
su estudio.
Él separó sus labios de los suyos con una maldición baja.
—¡Dije que no debía ser molestado!—ladró.
—Sí, señor —dijo Finch—. Pero ese tipo del Black Bull de Turnham insiste en
verle.
Mientras Giles inspiraba bruscamente, Minerva exclamó:
—¡Tu trampa ha funcionado ¡Desmond se tragó el anzuelo!
—Visto así.— Y maldijo al hombre por su momento inoportuno.
Aun así, eso lo distraería de qué hacer con Ravenswood y Newmarsh.
Se apresuró hacia la puerta, Giles la abrió para encontrar a Finch de pie allí con el
caballerizo al que Giles había pagado para mantenerlo informado de las acciones de
Desmond.
—Gracias, Finch —dijo Giles—. Ensilla un caballo para mí. Voy a Turnham.
—Y uno para mí también —dijo Minerva, esforzándose por volver a sujetar los
alfileres en el pelo.
Giles frunció el ceño, pero no anuló la orden. Quería oír lo que el caballerizo tenía
que decir primero. Después de que Finch se marchara, preguntó:
—¿Supongo que Plumtree está en la posada?
—Aye, sir —respondió el mozo—. Pero se fue casi tan pronto como llegó. Dijo que
iba a hacer algo de tiro al blanco.
—Un poco tarde en el día para disparar, ¿no?
—Le dije lo mismo, sir. Además, no lo vi llevar un arma con él. Me pareció muy
peculiar.
Recordando lo que Ravenswood había dicho sobre el mapa, Giles preguntó:
—¿Por casualidad tomó una pala?
Los ojos del mozo se abrieron ampliamente.
—Aye, sir. ¿Como supo?
—Una conjetura afortunada. ¿Estaba su hijo con él?
—Su hijo entró con él, pero no lo vi salir con él.
—Gracias por la información. —Giles metió la mano en el bolsillo, sacó un
soberano y lo presionó en la mano del hombre—. Y si alguien pregunta...
—Silencioso como una tumba, jefe—dijo el mozo—. No se preocupe por eso.
Cuando el hombre se marchó, Giles se acercó a su escritorio.
—¿Qué fue todo eso de una pala? —preguntó Minerva.
Giles abrió un cajón y sacó el mapa que había reproducido de memoria.
—Ravenswood averiguó de qué se trata el mapa.
—¿Oh?—preguntó ella, con excitación en la voz.
—Resulta que es una copia de uno en el Museo Británico que se encontró entre los
papeles que pertenecen a Henry Mainwaring.
—¿El almirante?
—Y bucanero. Algunos dicen que muestra dónde enterró su tesoro.
—¡Dios mío, es un mapa del tesoro! —Ella sacó una hoja de papel del bolsillo de
su delantal y la dejó junto al mapa que él había puesto sobre el escritorio.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—El mapa actual de la finca. Celia me lo trajo esta mañana cuando la familia vino
de visita. —Ella le dedicó una sonrisa astuta—. He tenido un día ajetreado, entre eso
y mi amorío salvaje con el señor Pinter.
—Mira, muchacha descarada, todavía estoy enfadado por ese pequeño incidente.
Ella se echó a reír, luego comenzó a examinar los dos mapas juntos.
—No veo cómo Desmond podría pensar que esto es un mapa del tesoro. Tiene una
marca extraña en el centro, pero si lo estoy leyendo bien y es realmente nuestra finca,
la marca cae en medio de lo que ahora es el estanque. Si Mainwaring enterró un
tesoro allí, Desmond nunca lo encontrará.
Giles resopló.
—Dudo que haya ningún tesoro. Tu primo es un tonto. —Él abrió otro cajón.
—Eso es cierto. Y, como quiera que sea, ¿el Almirante Mainwaring no murió en la
pobreza?
—Sí. —Giles sacó el maletín de sus pistolas de duelo—. Pero hay más en esa
historia. Después de que Mainwaring fue perdonado por el Rey por su piratería y se
convirtió en vicealmirante, existían rumores de que tenía un escondite secreto de
joyas de sus días como bucanero. Por desgracia para él, cuando Cromwell estaba
avanzando, Mainwaring compartió su suerte con el Rey y se vio obligado a huir a
Francia una vez que Cromwell ganó. Murió allí, lo que supuestamente es por lo qué
nunca regresó a Inglaterra para recuperar sus ganancias ilícitas.
Giles quitó las dos pistolas y la bolsa que contenía las municiones, la pólvora y los
demás objetos necesarios.
—Plumtree está loco si piensa encontrarlos en la propiedad familiar. Mainwaring
vivía en Dover. ¿Por qué escondería joyas cerca de Halstead Hall?
—Quizá porque se quedó allí en su camino al exilio —dijo Minerva mientras
pasaba los dedos por una línea en cada mapa.
Giles levantó bruscamente la mirada para encontrarse con la suya.
—¿Qué?
—¿No recuerdas que la abuela lo mencionó? Él era el vicealmirante que estaba de
visita en nuestra casa familiar cuando le dijeron que Cromwell quería su cabeza. Se
dirigió directamente a los muelles de Londres y se escondió en un barco capitaneado
por un amigo que lo sacó del país. No tuvo oportunidad de volver a casa.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Giles. Tal vez Plumtree no estaba
loco. ¿Y si Mainwaring hubiera enterrado un tesoro en los terrenos de la finca?
No, eso era absurdo.
—¿Por qué Mainwaring llevaría consigo una fortuna en joyas mientras visitaba a
sus amigos? Y aunque lo estuviera, ¿por qué no llevarla con él a Francia?
—No tengo idea. Sólo te estoy diciendo que él se quedó en Halstead Hall. Nunca
he oído nada sobre joyas.
Ahora Giles deseaba haber seguido a Plumtree aquel día para determinar
exactamente dónde el hombre estaba buscando este tesoro. Porque si Plumtree era
tan tonto como para pensar que el tesoro estaba enterrado en la finca Sharpe, y estaba
yendo a buscarlo el día en que los Sharpe murieron...
Giles comenzó a cargar las pistolas.
—¿Qué estás haciendo?—preguntó Minerva.
—No voy a buscar a tu primo sin armas—le dijo—. Incluso si sólo llevó una pala
con él.
—¿De verdad crees que es ahí hacia donde se dirige, a buscar un tesoro en nuestra
finca?
—¿Por qué no? Estamos a mediados del verano, tiene varias horas antes del
atardecer. Y si puedo atraparlo, podría obtener algunas respuestas de él.
Minerva plegó los dos mapas y los guardó en el bolsillo del delantal.
—Voy contigo.
—Antes muerto. —Metió una pistola en cada bolsillo de la chaqueta y se dirigió a
la puerta—. Una vez que llegue a la finca, iré a buscar a tus hermanos para que me
ayuden.
—No están en casa. Toda la familia está pasando el resto del día en la ciudad,
yendo de compras y al teatro. Nadie está en Halstead Hall excepto los sirvientes. Tú
no quieres involucrarlos y arriesgarte a que un montón de chismes descabellados
sean esparcidos hasta que estés seguro de que sea necesario. Ni siquiera sabes a
ciencia cierta que Plumtree está en la finca.
Él la miró furioso.
—Si lo está, puedo encargarme de él solo.
—¡Espera aquí un minuto! Deja que me cambie las botas.
Cuando ella voló por las escaleras, se quedó allí de pie, debatiendo. No la quería
cerca de Plumtree, sobre todo si el hombre había matado a los Sharpe.
Se dirigió hacia la puerta de entrada, pero ella lo alcanzó justo cuando estaba
bajando los escalones hacia la montura que lo esperaba.
—Estoy lista —dijo, sin aliento mientras corría detrás de él.
—No vas conmigo.
—Oh, sí, voy.
Él se detuvo en los escalones para mirarla fijamente.
—Escucha, querida...
—No te atrevas a usar ese tono conciliador conmigo, Giles Masters. Nunca les
funcionó a mis hermanos, y no funcionará contigo. Llévame contigo, y prometo hacer
lo que me digas. —Su voz se estranguló—. Pero no voy a dejarte ir solo a enfrentar a
mi primo mientras me quedo sentada aquí durante las próximas horas
preguntándome si estás vivo o muerto.
La preocupación en su rostro hizo que le doliera el pecho.
—Puedo cuidar de mí, amor. —Él tomó su barbilla en su mano—. He estado en
situaciones mucho más peligrosas.
—Pero esta vez, tú no tienes que hacer frente a la situación solo. —Ella le cubrió la
mano con la suya—. Déjame ir. Quiero ayudar.
—Si algo te ocurriera…
—Es Desmond, por el amor de Dios, no es exactamente un cerebro criminal. Y me
mantendré bien alejada de su camino. Mejor aún, una vez que nos aseguremos de
que está en la finca y donde exactamente, iré a buscarte ayuda.
Eso lo hizo detenerse.
—Por favor, Giles —dijo, con el corazón en los ojos—. Es hora de que empieces a
confiar en mí, ¿no crees? Me dejaste ir contigo cuando seguimos a Desmond y Ned a
la posada, y todo resultó muy bien. Incluso fui una ayuda, ¿no?
—Sí, pero…
—Esto no es diferente. En todo caso, es más seguro, estás armado esta vez. Y si
Ned está con él, no podrás encargarte de ambos. Necesitarás que vaya a buscar a
alguien.
—Ojalá no hubiera despachado a Pinter tan apresuradamente—murmuró.
—Pero lo hiciste, y no hay tiempo para ir a buscarlo. No sabes cuánto tiempo
estará Desmond ahí fuera. Tenemos que atraparlo in fraganti si queremos conseguir la
verdad de él.
Cuando él todavía vacilaba, ella agregó:
—Además, si no me dejas ir contigo, te seguiré.
Él la miró de reojo.
—Está bien, pero haz lo que te diga, ¿me oyes?
—Sí, Giles—dijo ella con un tono inusualmente obediente en el que él no confió ni
por un segundo.
Con un suspiro, la ayudó a montar su caballo, luego montó de un salto el suyo.
—Lo digo en serio, Minerva. —Él movió las riendas para hacerlas restallar.
—Confía en mí, no haré nada para ponerme en peligro.
¿Confiar en ella? Eso era muy difícil. Ravenswood podría pensar que no confiar
nunca en las personas era una forma difícil de vivir, pero confiar en ellos era más
difícil. Especialmente cuando la persona en quien estaba confiando era también la
persona que más le importaba.
Cabalgaron velozmente por las calles. Cuando salieron a la carretera que conducía
a Ealing, aumentaron aún más el ritmo. Inclinados sobre la montura para ganar
tiempo, cabalgaron en silencio.
A medida que se acercaban a la finca, Giles redujo el galope y empezó a
escudriñar el camino buscando señales de la calesa de Plumtree.
—No veo nada—dijo Minerva—. Espero que no se haya ido.
Giles alzó la vista hacia el sol.
—Lo dudo. Queda mucha luz. Probablemente no dejaría su aparejo donde
cualquiera pudiera venir y verlo. —Giró hacia el largo sendero que conducía al
pabellón de caza. Cuando tuvieron a la vista el camino al estanque, vio un caballo
atado a un árbol.
Movió su caballo lo bastante cerca de Minerva para empujar su rodilla y, cuando
ella lo miró, señaló al caballo. Ella asintió. Él se detuvo, y ella también.
Ambos desmontaron.
—Voy a buscarlo—murmuró él—. Parece que está solo, así que puedo controlarlo.
Toma los caballos y llévalos a la casa.
—¿Y si necesitas uno de ellos aquí?
—No lo necesitaré. El suyo está aquí, y si me lo pierdo porque ha ido en otra
dirección, no quiero que vea un caballo y se dé cuenta de que alguien ha adivinado
su juego. Tal vez nunca tengamos otra oportunidad de atraparlo haciendo lo que sea
que esté haciendo.
La preocupación se reflejaba en su rostro.
—Odio dejarte aquí sin un medio para escapar.
Él sonrió.
—Si supieras cuántas veces me he librado de situaciones peligrosas, muchacha
descarada, no estarías tan preocupada.
—No obstante, voy a buscar a un par de criados forzudos y los traeré de vuelta en
caso de que Desmond resulte terco, ¿de acuerdo?
Dándole golpecitos debajo la barbilla, dijo:
—Buena chica.
Él se volvió para irse y ella lo agarró del brazo. Cuando él le lanzó una mirada
interrogante, ella se estiró de puntillas y lo besó en la boca.
—Para la buena suerte—susurró ella.
Su expresión ansiosa tocó algo enterrado profundamente dentro de él. Y se le
ocurrió que cuando un hombre no confiaba en otros para que lo ayudaran, tampoco
tenía la oportunidad de verlos mostrar preocupación por él.
Con la sangre palpitante, miró su rostro encantador.
—Respóndeme una pregunta, cariño.
—¿Sí?
—Dijiste que estabas enamorada de mí hasta que te rompí el corazón. Desde
entonces, ¿has… es decir, crees que algún día podrías… —Era un tonto por
preguntar. Este no era el momento, y sin importar lo que ella contestara, lo distraería
de lo que tenía que hacer—. No importa.
Pero cuando él se volvió, ella susurró detrás de él.
—Sí, todavía estoy enamorada de ti. Siempre he estado enamorada de ti.
Él se congeló, luego siguió moviéndose, su mente agitada. Minerva lo amaba.
Estaba enamorada de él. Y se dio cuenta de que había estado esperando escuchar esas
palabras toda su vida. A la espera de que alguien viera que no era sólo el segundo
hijo sinvergüenza, no era un fracasado que en otro tiempo había arruinado la vida de
su hermano y tomado un montón de decisiones estúpidas en su juventud.
El hecho de que fuera Minerva quien lo veía así hizo que su corazón se alegrara.
El caballo de Plumtree relinchó, llevándolo de nuevo al presente. Tenía que
mantenerse centrado.
Buscó señales de un sendero en el bosque que no fuera el del estanque, ya que no
había visto ningún indicio de excavación cerca de allí el día que él y Minerva se
habían ido a nadar.
Pero antes incluso de encontrar la abertura en el matorral, oyó el sonido
inconfundible de una pala golpeando suelo rocoso.
Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y la cerró alrededor de la culata de
una pistola. Es hora de averiguar de una vez por todas lo que Desmond Plumtree
sabía de la muerte de los Sharpe.
Mientras el humo nublaba el claro, Giles arrojó su pistola a un lado y corrió hacia
Minerva. Había visto el brillo en sus ojos momentos antes de que pisara con fuerza el
pie de Ned y se había preparado para cualquier cosa. Ahora el corazón estaba a
punto de salírsele del pecho ante la idea de que podría haberle disparado, a pesar de
que Ned era el que se retorcía en el suelo, gritando por su hombro.
Lo primero que vio cuando la alcanzó fue la sangre salpicada por todo su bonito
vestido.
—¡Oh, Dios, Minerva! —gritó mientras se arrodillaba a su lado.
—Estoy bien—dijo—. Es toda suya, mi amor. No es mía.
Encontró el cuchillo de Ned y lo tiró al bosque, luego se metió la otra pistola en el
bolsillo para poder estrecharla. ¿Qué habría hecho si la hubiera perdido? No habría
sobrevivido.
De repente, ella se puso rígida y siseó:
—¡Giles, detrás de ti! Desmond…
Él se alejó rodando con ella en sus brazos, tratando de alcanzar su pistola cuando
la pala cayó a escasos centímetros de su cabeza. Antes de que Desmond pudiera
recuperarla, Giles lo apuntó con la pistola.
—Juro que te mataré—dijo él, dejando que la ira se apoderara de él—. A ti y a ese
maldito hijo tuyo.
Con un juramento, Desmond bajó la pala.
Giles se levantó sin dejar nunca de apuntar al hombre con la pistola.
Detrás de él, Ned gimió:
—¡Me estoy muriendo, os lo digo! ¡No podéis dejarme morir!
—No te estás muriendo, Ned —le oyó decir a Minerva—. Parece que la bala
atravesó limpiamente tu hombro. Vivirás.
—Peor que peor—dijo Giles mordiendo las palabras.
—Ahora quédate quieto y déjame vendarte antes de que pierdas más sangre,
¿quieres?—dijo Minerva.
—Puedes dejar que se desangre hasta morir por todo lo que me importa —gruñó
Giles.
—Aún es mi primo—dijo ella—. Y no necesitas una muerte en tus manos.
Especialmente cuando estás a punto de convertirte en un C.R.
—Tiene razón, Masters—dijo Desmond, apartándose de él—. No hay razón para
dejar que esto se haga público. Mantente callado sobre la torpeza de Ned, y me
quedaré callado acerca de que le disparaste. Incluso te daremos parte del tesoro.
Como el cincuenta por ciento, no, el sesenta por ciento del oro que encontremos.
Ahora era su oportunidad de descubrir cómo esta búsqueda del tesoro se
relacionaba con los asesinatos. Pretendiendo considerar la oferta de Desmond, Giles
dijo:
—¿Cómo puedes estar seguro de que hay oro aquí? Teniendo en cuenta que has
estado buscándolo durante casi veinte años...
—No, empecé a buscar hace unos pocos meses. Quiero decir, cuando Ned tenía
siete años y me dijo que había encontrado algo en la tierra, lo traje aquí para
mostrarme dónde, pero no podía recordar dónde estaba, salvo que estaba junto al
estanque.
Giles entrecerró los ojos.
—¿Ned encontró oro aquí? —Dado que Ned era de la edad de Gabe, eso habría
sido alrededor del tiempo de los asesinatos.
—¡Sí!—gritó Desmond—. Está aquí, te lo digo. Lo busqué un poco en aquella
época, pero nunca encontré nada más, así que lo dejé por inútil. Entonces, después de
ver ese mapa en el museo hace unos meses, supe que Ned debió haber tropezado con
el tesoro de Mainwaring.
—Eso es absurdo —dijo Giles—. Por un lado, el tesoro de Mainwaring se compone
supuestamente de joyas.
—Están equivocados al respecto—dijo Desmond—. Mainwaring era un bucanero,
todos ellos robaron oro español. Y debes admitir que el mapa se parece a esta finca.
—Se parece a un montón de fincas.
—Es ésta, maldita sea. ¡Sé que lo es!
De repente oyeron sonidos de pisadas a través del bosque detrás de ellos.
—¿Qué está pasando aquí?—gritó Stoneville al irrumpir en el claro.
—Maldita sea —masculló Desmond, obviamente dándose cuenta de que su
oportunidad de evitar que el asunto fuera “público” acababa de esfumarse.
—¡Oliver! —exclamó Minerva—. ¡Pensé que estabas en la ciudad!
Jarret irrumpió en el claro, seguido rápidamente por Gabe.
—Nuestras esposas estaban cansadas, así que decidimos regresar a casa.
Conducíamos por el camino cuando escuchamos un disparo, y unos momentos más
tarde dos caballos salieron escapando de esta dirección. —Jarret miró a su
alrededor—. ¿Quién diablos disparó a Ned?
—Yo—respondió Giles—. Tenía un cuchillo en la garganta de Minerva.
Stoneville se abalanzó hacia el hombre, pero Minerva lo detuvo.
—Déjalo en paz. Está herido.
—Estará muerto en el momento en que terminemos con él—agregó Gabe.
—Estoy totalmente de acuerdo con ese plan—agregó Giles.
—Ninguno de vosotros lo va a matar—dijo Minerva—. Simplemente está
padeciendo un grosero malentendido.
—¿Qué clase de malentendido? —preguntó Stoneville.
Giles hizo un gesto con la cabeza en dirección a Desmond.
—Él y su padre tienen alguna idea de que hay una fortuna en oro español
enterrado aquí.
Mientras Stoneville gemía, Jarret dijo:
—Oh, Dios, Ned. Dime que no eres tan estúpido.
—¡Vi el oro! ¡No mientas y digas que no lo hice! —gritó Ned mientras luchaba por
ponerse de pie.
—¡Oh, por el amor de Dios, lo estás haciendo sangrar más! —Minerva se levantó y
miró duramente a sus hermanos—. ¿Podríamos continuar esta conversación en algún
otro lugar? Ned necesita a un médico.
—Necesita más que eso si piensa que hay oro aquí—dijo Jarret.
Molesto de que su esposa estuviera cuidando a Ned como si fuera algún
cachorrito herido, Giles hizo un gesto a Desmond para que los siguiera.
—¿Qué quiere decir él con que eres un estúpido, Ned?—preguntó Desmond
mientras regresaban por el bosque—. Dijiste que había oro aquí. Me diste varias
piezas.
—Entonces él robó las piezas para dártelas—espetó Gabe.
—Te refieres al tesoro enterrado aquí...
—No hay tesoro enterrado aquí, Desmond —dijo Stoneville con un suspiro—.
Nunca lo hubo. La Navidad antes de que nuestros padres murieran, papá nos dio a
cada uno de nosotros algunas Piece of Eight11 de viejo oro español que había ganado
en un juego de cartas.
—¡Lo recuerdo!—dijo Minerva—. Todos tenemos diez monedas.
—Entonces los Plumtree vinieron a visitarnos—dijo Jarret retomando la historia—,
y Ned estaba molestando tanto a Celia que nosotros… er… le gastamos una broma.
—Dios mío—dijo Minerva—. ¿Qué hicisteis los tres?
Giles ya había empezado a darse cuenta de lo que habían hecho. Había sido parte
de demasiadas “bromas” que los hermanos Sharpe gastaban a sus amigos.
—¿Una broma?—dijo Ned con voz ronca—. No, te vi sacándolo del suelo. Dijiste
que un pirata había enterrado el oro. ¡Yo busqué en la tierra contigo!
—¡Lo pusimos ahí, tonto! —dijo Gabe—. Cuando una parte de eso desapareció
después, Oliver estaba furioso. Pensó que Jarret y yo lo habíamos perdido en la
tierra. Pero tú lo robaste, ¿verdad?
—No puede ser —dijo Desmond, con el rostro mortalmente pálido—. Era de oro
viejo, de siglos de antigüedad.
—Sí —dijo Stoneville—. Eso es lo que nuestro padre ganó. Él estaba en uno de sus
estados de ánimo extravagantes y nos dio una parte. Podemos mostrarte las nuestras,
si quieres.
—No puedo creerlo—dijo Desmond—. Todas esas horas cavando… viniendo aquí
y buscando y...
—Eso es lo que estaba haciendo el día en que los padres de Minerva murieron,
¿verdad? —aguijonó Giles—. Cavando en busca del oro.
Todos se quedaron en silencio mientras los cuatro hombres rodeaban a Desmond.
—¿Qué pasó, Desmond? —exigió Stoneville—. ¿Te atraparon cavando? ¿Tenías
miedo de que te quitaran el oro, así que les disparaste?
—¡No! —dijo Desmond, una verdadera conmoción extendiéndose por su rostro—.
¡No tengo nada que ver con matarlos, por el amor de Dios! ¿Cómo puedes incluso
pensarlo?
—Está a tiro de piedra —señaló Jarret—, y ambos sabemos que estuviste aquí ese
día. Te vi en el bosque.
—Y un mozo de cuadra del Black Bull juró que limpió sangre de tu estribo esa
misma noche—añadió Giles.
Desmond palideció.
Minerva y Giles esperaron a Lord Ravenswood dentro del cobertizo para botes
de Hyde Park una semana después de su confrontación con Desmond y Ned. Ella
estaba nerviosa, pero al parecer él no.
Giles estaba lleno de sorpresas como esa. Aunque él no pudo contarle mucho de lo
que había hecho para el Ministerio del Interior, había podido decirle algo de cómo lo
había hecho, y su ingenio y absoluto desparpajo nunca dejaban de sorprenderla. Por
no mencionar, entretenerla. De hecho, su conocimiento compartido de esa parte de
su vida se había convertido en su broma privada. Cada vez que alguien le
preguntaba cómo se sentía casada con un sinvergüenza tan notorio, ella decía la
verdad: se sentía maravillosamente. La forma en que había anunciado su amor por
ella frente a toda su familia todavía le calentaba el corazón.
Estaba descubriendo rápidamente que el único lugar en el que su marido era
realmente un sinvergüenza era en el dormitorio. Se esforzaba mucho para ser
abogado. Mantenía registros meticulosos y leía grandes volúmenes con títulos como
Una Colección Completa de los Juicios Estatales y Procedimientos para Alta Traición y otros
Crímenes y Delitos Menores desde el Período de Apertura del Año 1783 que venía en una
colección de veintiún volúmenes. Pasaba largas horas investigando los antecedentes
y las pruebas. Eso estaba bien con ella, ya que necesitaba esas horas para escribir.
Pero de vez en cuando, ella lo creía un poco demasiado diligente. Esta reunión era
una clara evidencia de ello. La había enloquecido con todos sus preparativos para
asegurarse de que no los siguieran. Sin duda aún seguía irritado por el hecho de que
Pinter lo hubiera seguido dos veces sin que él lo supiera.
—¿Giles? —preguntó, cuando el silencio se hizo insoportable.
—¿Sí, amor?
—¿Realmente no tienes idea de por qué Lord Ravenswood quiere esta reunión?
—Ninguna. La semana pasada, cuando se reunió conmigo para decirme lo que sus
superiores habían decidido, no dio ninguna señal de que quisiera volver a reunirse.
—¿Y estás seguro de que dijo que no harían lo que Newmarsh pidió?
—Sí.
—Pero no ha habido ni un susurro en los periódicos sobre ti. ¿Es posible que
hayan cambiado de opinión?
—No. Probablemente no se lo han dicho a Newmarsh todavía.
Ella suspiró.
—De acuerdo. Supongo que los correos a Francia no son rápidos. —Miró fijamente
su amado rostro—. Sabes, si realmente quieres seguir trabajando para Lord
Ravenswood, lo entenderé.
Él se la quedó mirando con una penetrante mirada.
—Así que estarías bien conmigo pasando mis noches en las mesas de juego,
arrullando sobre mis rodillas a las criadas de las tabernas, y pretendiendo gastar
enormes sumas de dinero en toda la ciudad, para así poder persuadir a algún
personaje sospechoso a escupir sus secretos.
—Bueno, no, pero tampoco quiero verte sufrir en los periódicos. O ser inhabilitado
como abogado. Sé cómo amas la ley.
—¿Sabes lo que amo? —preguntó, tomando sus manos en las suyas—. A ti. Y
nuestra vida juntos. No cambiaré eso por nada. —Él le dio uno golpecitos debajo de
la barbilla—. ¿Y no dijiste que era hora que confiara en alguien que no fuera yo? Eso
es lo que estoy haciendo... confiando en Ravenswood. Sólo ten en cuenta que podría
ser un viaje accidentado.
—Sabía que me esperaba un viaje accidentado el día que me casé contigo—le dijo.
La besó, y así fue como lord Ravenswood los encontró cuando entró.
Se apartó de su marido, sonrojándose furiosamente. Lord Ravenswood parecía
igualmente desconcertado. Se preguntó si Giles le habría dicho al Subsecretario que
ella iba a asistir a la reunión.
—Te acuerdas de mi esposa, Minerva, ¿no es así, Ravenswood? —dijo Giles,
tranquilo como siempre, mientras Su Señoría seguía mirándola sorprendido.
El vizconde suavizó sus solemnes facciones.
—Por supuesto. —Se hizo una ligera reverencia—. ¿Cómo está esta mañana,
señora Masters?
—Ansiosa por el futuro de mi marido—dijo ella, deslizando la mano en el hueco
del codo de Giles—. Espero que sus superiores y usted hayan considerado lo duro
que ha trabajado a través de los años y por lo que ha pasado.
—Así que decidiste contarle todo, ¿verdad? —le dijo Lord Ravenswood a Giles.
—Sólo en los términos más breves.
—Es muy discreto —intervino ella—. Le llevó años hablarme de Lord Newmarsh,
aunque vi a Giles tomar sus papeles.
Eso sorprendió tanto a Lord Ravenswood que miró a Giles, preocupado aunque
previamente hubieran acordado revelárselo. Giles le palmeó la mano de modo
reconfortante.
—¡Así que tú eres Rockton!—exclamó Lord Ravenswood.
Giles se respingó.
—No me lo recuerdes.
—¡Oh, no! —exclamó Minerva—. ¿Usted lo adivinó?
—Sólo porque conocía los detalles del robo —dijo lord Ravenswood—. Pero si yo
fuera usted, señora Masters, reconsideraría el uso del pasado de su marido como
alimento para su ficción.
—Debidamente anotado, Señoría—dijo ella, un poco mortificada de que se
hubiese dado cuenta de su juego. Habría preferido que Rockton siguiera siendo una
broma privada entre ella y Giles.
—Bueno, no te mantendré en suspenso —dijo lord Ravenswood—. Pensé que te
gustaría saber que ya no tienes que preocuparte por Newmarsh.
El brazo de Giles se tensó bajo su mano.
—¿Oh?
—Lo visité en Francia. Le señalé que si exponía todo lo referente a él y Sully,
entonces forzaría la mano del gobierno y tendríamos que revocar su perdón. Le
ofrecí en cambio permitirle venir a la Isla de Man.
—¿La Isla de Man? —preguntó Minerva.
La cara de Giles se iluminó.
—Técnicamente, no es británica. Es una Dependencia Inglesa, no es lo mismo. No
estaría regresando a Inglaterra. Seguiría cumpliendo con los términos de su perdón y
el gobierno no cedería al chantaje.
—Su madre vive en las afueras de Liverpool —continuó Lord Ravenswood—, eso
es un corto trayecto en un barco de vapor a la Isla de Man. Él estuvo de acuerdo en
que ella sería capaz de hacer ese viaje a pesar de su edad. Le dije que era lo más
cercano que llegaría a estar del hogar, y le señalé que perseguir una venganza contra
ti devastaría a su madre, tal vez incluso apresuraría su muerte. Que todo lo que
lograría era desahogar su ira. —Lord Ravenswood sonrió—. Él vio la sabiduría de
ese consejo, y aceptó mi oferta.
—Lo llamaste su farol —dijo Giles.
—Por así decirlo.
Minerva miró a Giles para ver sus ojos humedecerse de lágrimas. Sólo entonces
ella se dio cuenta cuán profundamente había temido el resultado de las amenazas de
Newmarsh. Nunca lo había dicho. Pero entonces, ese era Giles.
—Gracias —dijo él con voz ahogada mientras tomaba la mano de lord
Ravenswood y la sacudía furiosamente—. No sabes lo que has hecho.
—Oh, creo que lo sé— dijo Lord Ravenswood—. Acabo de asegurarme de que la
Corona tenga un excelente Consejero del Rey en la corte. Al menos así es como lo ven
mis superiores.
Tan pronto como él se fue, Giles la levantó en el aire y la hizo girar.
—¡Somos libres, querida! El pasado está realmente en el pasado esta vez.
Ella rió tontamente cuando él la bajó al suelo.
—¿Ves lo que pasa cuando confías en la gente? A veces sale bien.
—Tengo que darte las gracias por esto —dijo.
—¿En qué manera?
—Me hiciste desear tanto cambiar mi vida, arriesgarme. Y como resultado,
conseguí todo lo que quería.
Ella le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió.
—Bueno, eso parece justo, dado que yo conseguí todo lo que quería.
—¿Te refieres a ser obligada a casarte con un sinvergüenza, perdiendo así tu
oportunidad de ignorar las demandas de tu abuela?
Ella alzó la barbilla.
—No fui obligada a casarme, que lo sepas. Quería casarme contigo desde los
nueve años. Sólo me llevó un tiempo llegar allí.
—Acerca de eso —dijo, con un repentino brillo en los ojos—. He estado pensando
en ti y en las novelas, y se me ocurrió que tal vez no sólo las escribías porque estabas
enojada conmigo. Tal vez, en el fondo, tenías la esperanza de que las leyera y me
comportara tal cual hice.
Ella analizó su corazón y se dio cuenta de que probablemente él tenía razón. Los
libros con Rockton en ellos casi con certeza habían sido su grito a él, mírame,
obsérvame, ámame.
—Así que has descubierto mi vil plan. Oh, querido.
Él la atrajo en sus brazos.
—Pero tal vez había algo más que eso. Tal vez no te dije la verdad esa noche
porque quería que te preguntaras acerca de ello y me mantuvieras en tu mente todos
esos años. Tal vez fue sólo parte de mi vil plan para cortejar a la dama más renuente.
—Caray, caray—dijo con una gran sonrisa—, eso realmente es una conspiración
enrevesada. Deberías ser escritor.
—No gracias. Estoy perfectamente contento de estar casado con una. —Le lanzó
una mirada de burla—. Pero puedes usarlo en un libro en algún momento, si quieres.
Y cuando la tomó entre sus brazos y la besó tan dulcemente, sonrió para sí misma,
en parte con alegría, y en parte con el placer de lo que él nunca sabría.
Ella usaría todo esto en un libro. Él no lo reconocería, ni lo haría nadie más. A
veces ni siquiera ella lo reconocía. Pero estaría allí: el peligro, las peleas, su loca
familia… el amor. Porque las mejores cosas de la vida siempre merecían ser
celebradas.
¿Y qué mejor para celebrarlas que un libro?
Epílogo
H abían transcurrido dos semanas desde que Lord Ravenswood le había dicho a
Minerva y Giles las buenas noticias. Era el cumpleaños de Gabe, así que Minerva
había arrastrado a Giles a Halstead Hall para una visita de fin de semana. Pero Giles
sospechaba que tenía un motivo oculto.
Y tenía razón. Su libro estaba terminado. Y ahora ella los había obligado, a él y a
María, la mayor defensora de sus novelas, a sentarse en habitaciones separadas y leer
las únicas dos copias de la novela de una sola sentada. Prácticamente los había
encerrado, rogándoles que le dijeran lo que honestamente pensaban una vez que
terminaron.
Él supuso que no podía culparla. Desde que le habían hecho Consejero del Rey, el
tiempo era algo que no podía permitirse. Pero leer su último libro lo ponía nervioso...
si lo odiaba, ¿cómo iba a decírselo?
Cuanto más leía, más nervioso se ponía. Después de leer unas cuantas horas,
asomó la cabeza por la puerta del estudio de Oliver para encontrar a Minerva
sentada en una silla leyendo la novela de otra persona mientras esperaba sus
veredictos.
Ella levantó la mirada sorprendida.
—¿Ya has terminado?
—Estoy por la mitad. Pensé que ibas a matar a Rockton. Parece cada vez más que
él es el héroe de este libro.
—Lo es.
—¿Pero crees que es aconsejable...?
—Sigue leyendo.
Con un encogimiento de hombros, regresó al estudio y cerró la puerta. Era un
buen libro, pero no podía creer lo que estaba haciendo con Rockton. Seguía
esperando que su historia se dirigiera en otra dirección, pero pronto se hizo evidente
que estaba haciendo lo impensable.
Era casi de noche cuando terminó, y en el momento en que salió al vestíbulo, él
fue directo al punto.
—No puedo creer que no lo mataras. ¡Me mantuve esperando que el hacha cayera,
y nunca llegó!
Ella lo miró cautelosamente.
—Nunca dije con certeza que fuera a matarlo.
—¿Entonces en lugar de eso lo casaste? —Él sacudió el manuscrito en su cara—.
¿Con una mujer llamada Miranda? ¿No crees que las personas notarán lo cerca que
está el nombre “Miranda” de “Minerva”?
Antes de que ella pudiera contestar, María vino corriendo.
—¡Eso es tan dulce de tu parte! —Ella abrazó Minerva—. ¡Le diste a Rockton una
esposa como yo!
Minerva sonrió sarcásticamente a Giles por encima del hombro, pero lo único que
él pudo hacer fue quedarse mirando boquiabierto a María. ¿Ella no podía ver que se
trataba de Minerva y él? ¡Era tan obvio!
María retrocedió, limpiándose las lágrimas de los ojos.
—Oliver estará tan conmovido de que lo reformaras.
—Lo dudo seriamente —masculló Giles.
—¡Oh, pero lo estará! Siempre ha estado un poco herido porque Minerva lo
retratara como un completo villano. ¡Y ahora se vuelve el héroe! Es realmente
delicioso, Minerva. —Ella sonrió tímidamente—. Me gusta pensar que jugué un
pequeño papel en tu decisión de reformarlo en el libro.
—Absolutamente—dijo Minerva, lanzando a Giles una mirada atrevida.
Él bufó.
—Es difícil no notar que la heroína es de baja estatura y regordeta, igual que yo—
dijo María—. Y es por eso que llamaste a su heroína Miranda, ¿verdad? ¿Porque me
gusta Shakespeare? Y por la M en mi nombre, también, por supuesto.
—Por supuesto—dijo ella alegremente.
Pequeña mentirosa.
Estrechando el manuscrito contra su pecho, María dio un triste suspiro.
—Pero supongo que esto significa que no habrá más Rockton en los libros.
—Me temo que no. —Minerva miró a Giles, con los ojos brillantes—. Los villanos
reformados no tienen el mismo temple, ¿sabes? Tendré que encontrar un nuevo
villano favorito. —Mientras Giles levantaba los ojos hacia el cielo, añadió—: Al
principio, consideraba simplemente matarlo...
—¡Oh no! Eso hubiera sido horrible. Tus lectores nunca habrían apoyado eso. —
María palmeó el manuscrito—. Pero les encantará esto. Es verdaderamente
maravilloso. Y hay partes tan conmovedoras, incluso poéticas. Uno de tus mejores
libros.
—Gracias —dijo Minerva, sonrojándose por los cumplidos.
Presionando un beso en la mejilla de Minerva, María dijo:
—Tengo que ir a contárselo a Oliver. También querrá leerlo.
Y se fue.
En cuanto se marchó, Giles se acercó a su mujer con el ceño fruncido.
—Tú sabías que ella reaccionaría de esa manera.
La mozuela tuvo el descaro de reírse.
—Tenía una idea, sí.
—Y supongo que tus otros lectores harán lo mismo. Todo el mundo dirá que se
trata de Oliver y cómo lo reformó su reciente esposa. Rockton siempre se convertirá
en tu hermano en la mente de los lectores.
Sus ojos lo miraron centellantes.
—Probablemente.
—No van a sospechar que somos tú y yo, ¿verdad?
—Probablemente no.
—Entonces, ¿por qué no me avisaste antes de que lo leyera? —Él lanzó el
manuscrito sobre una mesa del vestíbulo—. Perdí la mitad de mi vida cuando vi que
habías llamado Miranda a tu heroína. Está claro que intentas provocarme un paro
cardíaco para así poder escaparte con Pinter.
Su huida con Pinter se había convertido en su pequeña broma, aunque Giles
todavía se encrespaba un poco cada vez que veía al tipo.
—Pero dime honestamente, ¿qué piensas del libro?—preguntó ella.
—Bueno, le diste a Rockton demasiado poco para mi gusto, y su heroína debería
haber sido más alta, pero en definitiva… —Hizo una pausa para torturarla y
entonces se echó a reír cuando ella frunció la cara—. Fue una espléndida novela.
—¿Así que te gustó? —lo presionó ella.
—Por supuesto que me gustó. La escribiste tú.
Inclinando la cabeza hacia un lado, ella lo miró con recelo.
—No estás diciendo eso sólo para ser amable, ¿verdad?
—Querida, si he aprendido algo en los últimos meses, es que mentirle a una mujer
tan lista como tú solo es buscarse problemas.
—¿Porque terminas siendo un villano en mis libros?—bromeó ella.
—Porque te rompo el corazón. Había una escena que sé que fue sacada de la vida,
la que Rockton le miente a Miranda y la hiere profundamente. Incluso sé cuándo la
escribiste. ¿En Calais, verdad?
—Giles…
—Todo está bien. Lo entiendo. —La atrajo hacia sus brazos—. Pero quiero que
sepas que nunca más te daré motivo para escribir una escena así. Tendrás que
encontrar algo diferente para tu inspiración. Puedo molestarte o frustrarte o hacerte
querer gritar, pero nunca te romperé el corazón otra vez. Es una promesa solemne.
Sus ojos brillaban con lágrimas y ella le echó los brazos al cuello.
—Lo sé. Confío en ti.
La besó a fondo, preguntándose cómo había tenido tanta suerte de atrapar a esta
mujer, a quien amaba más que a la vida, que hacía que sus días fueran chispeantes y
sus noches surcaran los cielos.
Cuando él retrocedió, el rubor brillaba en el rostro de Minerva, y sus ojos tenían
un brillo travieso.
—Ahora, acerca de hacerme querer gritar...
Se soltó una carcajada. Entonces la llevó arriba a su dormitorio e hizo
precisamente eso.
Fin