Como Cortejar A Una Dama Renuente - Sabrina Jeffries PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 313

Sabrina Jeffries

CÓMO
CORTEJAR A
UNA DAMA
RENUENTE
Hellions of Halstead Hall 3
A las maravillosas personas que ayudan a cuidar de
mi hijo autista cuando no está en la escuela, permitiéndome escribir mis libros: mi
maravilloso esposo, Rene; nuestros muy sufridos canguros, Mary, Ben y Wendell; nuestra
sensata trabajadora social, Greta; y nuestra siempre útil agente de enlace, Melissa.
¡Muchas gracias a todos por lo que hacéis!
ARGUMENTO

Cuando un encantador sinvergüenza le propone casarse con


él para cumplir con el ultimátum de su abuela, la resuelta
hermana del clan Sharpe hace una tentadora contraoferta que
conserva la herencia de ella y enciende la imaginación de él.
Lady Minerva Sharpe tiene el plan perfecto para frustrar las
demandas de su abuela: ¡comprometerse con un sinvergüenza!
Seguramente la abuela preferiría soltar su herencia que verla
casarse con un sinvergüenza. ¿Y quién mejor para desempeñar
el papel del posible marido de Minerva que el incontrolable
abogado Giles Masters, el mismo que inspira el apuesto espía
de las populares novelas góticas que ella escribe. El recuerdo de
su beso apasionado en su decimonoveno cumpleaños ha
permanecido en la imaginación de Minerva, aunque ella no
tenga ninguna intención de caer enamorada de semejante
sinvergüenza, mucho menos casarse con él.
Lo que menos se imagina ella es que él realmente es un
agente secreto del gobierno. Cuando se unen para investigar el
misterio detrás de las muertes de los padres de Minerva, su
falso compromiso matrimonial conduce a un deseo ardiente.
Entonces Minerva descubre la doble vida secreta de Giles, y él
deberá utilizar todos los astutos trucos de su profesión para
encontrar el camino de regreso a su corazón.
Queridas lectoras,
No pretendo quejarme, pero he llegado al límite de mi paciencia con mi nieta
mayor, Minerva. ¡Insiste en escribir sus novelas góticas bajo su verdadero nombre!
Lo hace sólo para provocar, sin preocuparse de que también está escandalizando a
todos sus potenciales pretendientes.

Oh, yo sé que ella dice que no quiere casarse, pero eso son puras majaderías. Veo
con qué envidia observa a sus hermanos recién casados cuando no están mirando. A
pesar de que es un poco obstinada, todavía sería una buena esposa para un
caballero… Y la vida nunca sería aburrida con Minerva.

¿Pero esto la anima? No. En su lugar escribe sobre sangre, villanos y muerte. Tal
vez yo debería encontrar algún espía malvado para llevarla a un castillo
desmoronado. Eso podría atraer a la mocosa, aunque podría dar a Gabe y Celia las
ideas equivocadas sobre el matrimonio.

El último plan de Minerva es entrevistar a caballeros como posibles maridos, para


lo cual se ¡anunció en una revista para damas! Obviamente sólo lo hizo para probarme,
pero va a tener una sorpresa. No voy a ceder en mi propósito, no importa cuántos
pretendientes encuentren su camino a nuestra puerta.

Sin embargo, Estoy un poco alarmada porque el señor Giles Masters respondió a
su anuncio. Parece inclinado a tenerla…Y él es el único hombre con el que la he visto
responder con algo más que indiferencia. Es una lástima que sea tan sinvergüenza
como sus hermanos me han contado innumerables veces.

Por otra parte, mis nietos eran verdaderos granujas hasta que se casaron. ¿Es
posible que el señor Masters esté cortado por el mismo patrón? Lo espero por el bien
de Minerva, porque ciertamente parece fascinada por él. Me pregunto si tiene un
castillo en alguna parte. ¡Eso podría resolver el problema!

Tendré que vigilar muy de cerca esta situación, pero de una manera u otra, quiero
ver a mi nieta felizmente casada. ¡Incluso si termina siendo un sinvergüenza!

Atentamente,

Hetty
Prólogo

Halstead Hall, Ealing

1806

Había bichos en las hojas de boj. Mamá se enfadaría con el jardinero.

Entonces las lágrimas inundaron los ojos de Minerva de nueve años. No, mamá no
podía enfadarse. Estaba en el horrible ataúd de la capilla. Junto al que contenía a
papá.

Acurrucada en el interior del laberinto, Minerva luchó con fuerza para no llorar.
Alguien podría oírla, y no podía permitir que nadie la encontrara.

Una voz se deslizó por los setos.

—¿Cómo pudo la muchacha desaparecer tan rápido?

Era Desmond Plumtree, el primo hermano de mamá.

—Este funeral es una farsa —su esposa, Bertha, se quejó desde muy cerca de su
escondite—. No es que culpe a Prudence por haber disparado al putero. ¿Pero
matarse a sí misma? Tu tía Hetty debería estar agradecida de que el jurado
encontrara a Pru non compos mentis. De lo contrario, la Corona estaría cargando los
activos de la familia en este mismo momento.

Minerva, encogiéndose bajo el seto, rezó para que no giraran la esquina y la


vieran.

—Bueno, no pudieron encontrarle nada más —dijo Desmond—. Claramente no


estaba en su sano juicio.
Minerva prácticamente se mordió la lengua por la mitad para no protestar. Había
sido un accidente, un terrible accidente. La abuela lo había dicho.

—Supongo que es por eso que tu tía quiere que los niños estén en el servicio —dijo
la prima Bertha—, para mostrarle a la gente que no le importa lo que digan de su
hija.

El primo Desmond resopló.

—En realidad, tía Hetty tiene la intención de que los mocosos digan adiós en
persona. La maldita mujer nunca tiene un problema en burlarse cuando le conviene
de la sociedad, no importa lo que signifique para el resto de. . .

Mientras las voces se alejaban, Minerva se escapó de su escondite para huir en la


dirección opuesta. Por desgracia, cuando se lanzó a la vuelta de la esquina del
laberinto, se encontró con un caballero. Trató de escabullirse, pero el hombre la
atrapó.

—Espera, pequeña —gritó mientras luchaba por contenerla—. No voy a


lastimarte. ¡Quédate quieta, te digo!

Estaba a punto de morderlo cuando descubrió quién era, el amigo de dieciocho


años de sus hermanos, Giles Masters, que había venido para el entierro con su
familia. El primo Desmond había querido mantener la reunión reducida, debido al
escándalo, pero la abuela había dicho que los niños necesitaban a sus amigos en un
momento como este.

Tal vez porque no era un familiar, Minerva podía convencerlo de que la ayudara.

—¡Por favor, déjame ir! —Le rogó—. ¡Y no le digas a nadie que estoy aquí!

—Pero todo el mundo te está esperando para que puedan comenzar el servicio.

Ella bajó los ojos, avergonzada por su cobardía.

—No puedo entrar allí. Leí lo que decía el periódico…acerca de…ya sabes. Mamá
disparando contra papá y luego a sí misma. —Su voz se elevó hasta la histeria—. No
puedo soportar ver a mamá con un agujero en su pecho y papá con…con… —Sin
cara. El solo pensamiento la hizo temblar otra vez.

—Ah. —Él se agachó—. Crees que estarán tirados en el ataúd exactamente como
fueron encontrados.
Ella movió la cabeza.

—No tienes por qué preocuparte por eso, querida muchacha —dijo suavemente—.
El ataúd de tu padre está cerrado y han hecho que tu madre se vea bonita otra vez.
No verás el agujero en su pecho, lo juro. No hay nada que temer.

Ella mordió su labio inferior, sin estar segura de si debía creerle. A veces sus
hermanos mayores trataban de engañarla para que se comportara. Y la abuela
siempre decía que el señor Masters era un canalla diabólico.

—No lo sé, señor Masters...

—Giles. Somos amigos, ¿verdad?

—Supongo que sí.

—¿Qué te parece esto? —prosiguió—. Si vienes conmigo a la capilla, te sostendré


la mano durante el servicio. Siempre que te asustes, puedes apretar la mía tanto
como quieras.

Reuniendo su coraje, ella lo miró a la cara. Tenía ojos amables del color de los
nomeolvides. Ojos honestos, como los de la abuela.

Tragó saliva.

—Prometes que mamá y papá no se verán así… ¿Cómo dijo el periódico?

—Lo juro. —Hizo una X sobre su pecho con la solemnidad apropiada—. Que me
caiga muerto. —Levantándose, le ofreció su mano. —¿Vendrás conmigo?

Aunque su corazón latía con fuerza en su pecho, ella le dejó tomar su mano. Y
cuando la condujo a la capilla, descubrió que no había mentido. El ataúd de papá
estaba cerrado. Aunque sabía lo que debía de haber en su interior, fingió que papá
era como siempre había sido.

Ayudaba que mamá parecía una versión dormida y emperifollada de sí misma.


Pero lo que más ayudó fue que Giles sostuvo su mano. Se la dio durante todo el
servicio, incluso cuando Ned, el hijo malcriado del primo Desmond, rio. Cada vez
que estaba asustada o triste, ella apretaba la mano de Giles, y él la apretaba a su vez
para demostrar que no estaba sola. De alguna manera eso hizo que todo fuera
tolerable. No soltó su mano hasta que los ataúdes estuvieron en la tierra y todo el
mundo se alejó.
Ese fue el día en que se enamoró de Giles Masters.

Londres

1816

EN SU DECIMONOVENO cumpleaños, Minerva seguía enamorada. Sabía todo


sobre Giles. No se había casado, ni siquiera había cortejado a nadie en serio. Como
sus hermanos, vivía la vida de un sinvergüenza. Pero, a diferencia de ellos, tenía una
profesión, había sido admitido en el colegio de abogados el año pasado. Así que,
seguramente, si ascendía como abogado, su vida de golfo tendría que terminar
pronto. Entonces necesitaría una esposa.

¿Por qué no debería ser ella? Era bastante bonita, todo el mundo lo decía. También
era inteligente, lo que un hombre como él seguramente apreciaría. Y no la
despreciaría por el comportamiento escandaloso de su familia, como los caballeros
de mente estrecha que conocía en la sociedad ahora que había hecho su presentación.
Él había estado tratando con un escándalo propio desde hacía cuatro meses, cuando
su padre se había suicidado. Giles y ella tenían eso en común.

Pero mientras miraba a sus invitados a la fiesta de cumpleaños, ninguno de los


cuales era Giles, aunque había sido invitado, sintió una punzada de decepción.
¿Cómo podía lograr que él la viera como cualquier otra cosa que no fuera la hermana
menor de sus amigos, cuando ella nunca lo veía?

Después de que la fiesta terminara, fue al jardín para calmar su ánimo decaído y
oyó a sus hermanos hablando mientras fumaban cigarros en las antiguas caballerizas.

—Los muchachos me dijeron que la fiesta en la casa de Newmarsh comienza a las


diez —dijo Oliver—, os encontraré aquí sobre esa hora. Está lo suficientemente cerca
como para ir caminando, gracias a Dios, así que no tendremos que mencionarlo a los
sirvientes. Ya sabes cómo son, se lo dicen todo a la abuela, y ella nos dará un sermón
sobre irnos a algún lugar en el cumpleaños de Minerva.

—La abuela seguramente va a notar que nos escabullirnos llevando disfraces —


dijo Jarret.

—Sacaremos uno a la vez para esconderlos en el jardín hasta que podamos salir.
Sólo ten cuidado de no dejar que Minerva lo vea. No tiene sentido herir sus
sentimientos.
Ella estaba a punto de cantarles las cuarenta por ir a una fiesta sin ella en su
cumpleaños, cuando cayó en la cuenta. Si iban a ir a una fiesta con “los muchachos”,
¡entonces Giles estaría allí! Y como era un baile de disfraces, podía asistir sin que
nadie se diera cuenta. También sabía exactamente qué ponerse. Su hermana menor,
Celia, y ella habían encontrado una vez un escondite de ropa de la abuela de hacía
más de treinta años, eso sería perfecto.

A las nueve, se metió en el cobertizo del jardín con Celia, de catorce años, que
había prometido ayudar, a cambio de un relato completo de lo que Minerva viera en
el baile. Con ayuda de su hermana, se colocó uno de los corpiños de estilo antiguo y
dos sencillos miriñaques. Luego se puso el elaborado vestido de satén dorado que la
abuela había usado para la boda de sus padres.

Riéndose todo el tiempo, taparon su cabello castaño claro bajo una peluca
empolvada llena de rizos blancos. Luego cubrieron su rostro con una máscara y le
pusieron un lunar en una mejilla. El toque final era un antiguo camafeo azul de la
abuela.

—¿Me parezco a Maria Antonieta? —preguntó Minerva, con cuidado de mantener


la voz baja. Sus hermanos aún no habían aparecido en el jardín, pero no se
arriesgaba.

—Te ves estupenda —susurró Celia—, y muy exótica.

Exótica era la nueva palabra favorita de Celia, aunque Minerva sospechaba que en
realidad significaba “seductora”. El corpiño estaba cortado descaradamente bajo.

Por otra parte, ella quería atraer a Giles.

—Vamos —le dijo a Celia—. Antes de que bajen.

Celia se apresuró a salir. Minerva entonces tuvo que esperar hasta que sus
hermanos se vistieran en los jardines y salieran antes de poder seguirles.
Afortunadamente muchas personas iban por el mismo camino, así que se fusionó con
la multitud en la calle una vez que sus hermanos hubieron entrado en la casa.
Aunque no tenía una invitación, resultó extrañamente fácil entrar. Encontrar a Giles
podría ser difícil, ya que tenía que evitar a sus hermanos, por lo que sobornó al
mayordomo para decirle qué traje estaba usando su presa.
—El señor Masters no está aquí, amor —dijo el sirviente con familiaridad
chocante—. Rechazó la invitación por tener que estar en el campo, atendiendo a su
madre.

Minerva no sabía si estar contenta porque él no había venido a su fiesta debido a


su otro compromiso, o decepcionada porque ella no pudiera conseguir su
oportunidad con él.

—Pero si estás buscando un protector —continuó el mayordomo—, debes apuntar


un poco más alto. El señor Masters es sólo un segundo hijo.

¿Un protector? ¿Por qué estaría ella buscando un protector? Fue entonces cuando
miró de cerca la reunión. En un instante, se dio cuenta de que no era un baile de
disfraces ordinario. Su “exótico” traje parecía angelical en comparación con los de las
otras mujeres.

Abundaban los vestidos griegos y togas romanas, con rendijas en lugares


indecentes. Había una lechera con un vestido cortado más bajo que cualquier
verdadera lechera, y una mujer que llevaba sólo plumas en posiciones estratégicas.
Al otro lado de la habitación, su hermano Jarret bailaba con una Lady Marian1 que no
era doncella, la mano de él se deslizaba por su espalda para descansar sobre su...

Minerva se alejó, la sangre calentó sus mejillas. ¡Señor! Esto era un Baile de
Cipriano2. Había oído hablar de esos asuntos, donde las mujeres venían a buscar
protectores y los hombres llegaban a disfrutar de…las mujeres. ¡Si alguien la
encontraba aquí, sería un desastre!

Antes de que pudiera escapar, un hombre vestido como un cortesano francés la


agarró por la cintura y la empujó contra él.

—¡Bueno, si no es la Reina de las Perdidas!

Se rio de su pequeña broma, y ella se quedó boquiabierta. ¿Acaba de llamarla


puta?

Para su disgusto, presionó su boca contra su oído e introdujo la lengua dentro.

—¿Por qué no subes arriba, dulce, para que podamos interpretar nuestros papeles
en privado? —Antes de que pudiera pisarle el pie, ella fue apartada de él por otro
compañero, quien dijo:

1 Lady Marian/Maid Marian. Maid es doncella, por lo que el juego de palabras es evidente.
2 Cipriano: Perteneciente al culto a Afrodita la diosa del amor. Un baile de Cipriano era algo licencioso, lascivo…
—¡Date el piro, Lansing! Yo la vi primero. —Un caballero vestido con tela brillante
le pasó un brazo por los hombros con una sonrisa lasciva.

¿Lansing? ¿Podría ser el conde de Lansing? Conocía a su esposa, una jovencita


dulce, aunque un poco gordita. ¡Él asistía a la misma iglesia que la abuela, por amor
de Dios!

—Vamos, Hartley, basta ya —dijo Lansing con expresión malhumorada—. Me he


metido en el papel.

Hartley debía de ser el muy apreciado vizconde Hartley, cuya propia esposa tenía
una belleza helada sólo igualada por su actitud helada. Hartley y Lansing eran
grandes amigos. Y Minerva siempre había asumido que también eran hombres
decentes… hasta ahora.

Todavía estaba tambaleándose por la comprensión de su verdadera naturaleza


cuando Lansing la agarró del brazo.

—Podríamos compartirla —dijo sin un ápice de conciencia—. Lo hemos hecho


antes.

¡Compartirla! Como si fuera a ir de buena gana a una habitación con dos bufones
borrachos.

Ella se retorció libremente.

—Le ruego me disculpe, pero ya tengo una asignación con Lord Stoneville.

Oliver superaba a los dos en rango, así que tal vez eso los desanimaría.

Pero Hartley soltó una risita y movió el dedo hacia la esquina más alejada de la
habitación.

—La de Stoneville está ocupada ahora mismo, querida.

Minerva echó un vistazo para encontrar a su hermano tumbado en una silla,


mirando a una mujer vestida como Cleopatra bailando para seducirlo. Era tan malo
como Jarret, ¡por amor del cielo!…tan malo como estos lores libertinos.

Muy bien, ella le enseñaría una lección y se libraría de estos tontos en el proceso.
Plantando sus manos en sus caderas, le lanzó una mirada exasperada.

—¿Cómo se atreve esa pequeña comadreja a coquetear con otra mujer después de
pasarme la sífilis?
Eso lo consiguió. Hartley y Lansing no pudieron huir de ella lo suficientemente
rápido.

Librada de sus molestos admiradores, se abrió paso entre la multitud, dirigiéndose


hacia la puerta. Una sonrisa perversa cruzó sus labios. Esperaba que se corriera la
voz por todas partes de la “enfermedad” de Maria Antonieta y quién se la había
pasado. Oliver se lo tendría merecido por juntarse con hombres tan horribles.

Los otros invitados eran igual de terribles. Mientras pasaba entre reyes y pobres,
oyó cosas que ninguna doncella jamás debería oír, pronunciadas en las voces
familiares de hombres que conocía. Algunos eran unos bribones como sus hermanos,
sembrando su avena, pero varios eran hombres casados. Dios mío, ¿todos los
hombres eran promiscuos como papá?

No, no todos los hombres. Giles no. El hecho de que hubiera elegido consolar a su
madre en vez de venir aquí probaba que ya estaba arreglando sus maneras de
sinvergüenza.

Finalmente salió de la habitación y luego se detuvo en el oscuro pasillo. No quería


meterse en más problemas de los que ya tenía.

De repente, una puerta al final del pasillo se abrió y un hombre vestido como un
sacerdote se acercó a ella, llevando una vela. Con la sangre acelerada, se fusionó
detrás de unas cortinas y rezó para que no la hubiera visto. Las cortinas no eran
gruesas, podía verle demasiado claramente para su comodidad, pero no creía que él
llegara a verla con la vela en la mano.

El hombre se detuvo cerca e inclinó la cabeza, como si estuviera escuchando. La


luz cayó sobre su perfil… Y en el lunar debajo de su oreja.

Ella contuvo un jadeo. Conocía demasiado bien ese perfil; había memorizado cada
línea. Giles estaba aquí. Pero, ¿qué estaba haciendo corriendo por el pasillo?

Cuando él se apresuró a entrar en una habitación cercana, se acercó a ella. ¡Debía


tener una cita con una fulana! Que se fuera al infierno, ¿cómo podía? ¡Era tan malo
como sus hermanos!

A menos que se hubiera equivocado. Después de todo, el mayordomo había dicho


que él no estaba.
Salió de detrás de las cortinas. ¿Cómo podía irse sin saber con certeza si Giles
estaba aquí juntándose con alguna prostituta? Oh, no podría soportarlo si era él, pero
tenía que saberlo.

Moviéndose lentamente por el pasillo, se acercó a la puerta por la que había


desaparecido, reunió su valor y se deslizó dentro. El hombre al que había seguido
estaba medio apartado de la puerta, demasiado atento en registrar el escritorio para
notar su silenciosa entrada. Congelada, observó mientras él hurgaba metódicamente
en cada cajón. Si se trataba de Giles, ¿qué diablos estaba haciendo?

Ciertamente se parecía a Giles. Se movía con la misma sutil gracia, el mismo


control, y por lo que podía ver de él bajo su sombrero de ala ancha, su pelo era el
mismo ondulado, de color castaño. Él sacó un archivo, lo abrió, y luego sostuvo su
contenido más cerca de la vela. Maldiciendo, se quitó la máscara para examinar
mejor los papeles.

El corazón le golpeó el pecho. Era Giles. ¿Qué estaba tramando? ¿Y por qué?

Después de repasar lo que había en el expediente, lo metió todo bajo su túnica de


sacerdote, luego se volvió rápidamente y la vio. Sin perder el ritmo, puso una sonrisa
encantadora en los labios y, con indiferencia, volvió a colocarse la máscara en su
lugar.

—Creo que estás perdida, señora. La fiesta está en el salón de baile.

Ella debería haberse hecho la tonta, pero no pudo.

—Si estoy perdida, tú también, Giles Masters.

Él tomó aire. En un abrir y cerrar de ojos estaba cruzando la habitación, y


levantando la máscara de su rostro.

—¿Minerva? ¿Qué diablos...?

—Yo soy la que debería hacer preguntas. ¿Qué estás robando? ¿Por qué estás
aquí? Pensé que estabas en el campo con tu madre.

Los ojos de él brillaban bajo la máscara.

—Por lo que a cualquiera respecta, lo estoy. —La escudriñó con ojo crítico—. Y, de
todos modos, ¿cómo recibiste una invitación a una fiesta dada por gente como
Newmarsh?
Cuando buscó una explicación, él sacudió la cabeza.

—Te has colado, ¿no? Y fue sólo mi mala suerte que me encontraras.

Eso realmente dolió.

—No estaba tratando de encontrarte —mintió—. Simplemente vine aquí en broma


después de escuchar a mis hermanos hablando de ello. Por casualidad, te vi y...

—Tu curiosidad sacó mayor provecho de tu buen sentido. —Él la agarró de los
brazos como si quisiera sacudirla—. Tontuela, ¿qué pasaría si yo hubiera sido algún
tipo sin escrúpulos que podría meterte un cuchillo entre las costillas por tu
intromisión?

—¿Cómo sé que no lo eres? —se quejó, contrariada por ser llamada tonta—.
Todavía no has dicho por qué estás robando.

—No es asunto tuyo, Señorita Entrometida.

—Oh, por Dios, no me trates como a una niña. Ya no tengo nueve años.

—Podrías haberme engañado —murmuró mientras le ponía de nuevo la máscara


y la empujaba hacia la puerta—. Te dejaría a la misericordia de tus hermanos, pero
nadie debe saber que estoy aquí. Y me atrevo a decir que no quieres que nadie sepa
que estás aquí. Así que te llevaré a casa antes de que te metas en más problemas.

Ella le habría dado una réplica mordaz, excepto que ahora estaban en el pasillo,
demasiado cerca del salón de baile para arriesgarse. Además, en ese momento tenían
el mismo objetivo: escapar sin ser desenmascarados. Pero una vez que la sacara de
aquí, le cantaría las cuarenta. ¡Señorita Entrometida! ¡Y ni siquiera había notado su
disfraz! ¿Siempre iba a verla como a una niña pequeña?

La condujo a través de una vertiginosa galería de habitaciones y salones, lo que


hizo que se diera cuenta de que había estado aquí antes, probablemente por una de
esas fiestas. ¿A menos que tuviera el hábito de robar cosas? No, debía haber una
buena explicación para eso.

Pero no le dio oportunidad de preguntar. Tan pronto como los sacó afuera y entró
en las antiguas caballerizas donde no se les veía, se quitó la máscara.

—¿Quién diablos se supone que eres, por cierto?

—Maria Antonieta.
—Dios. ¿Te das cuenta de lo que podría haber ocurrido si alguien te hubiera
reconocido? —Con pasos decididos, la condujo por el camino hacia la casa de la
abuela—. Habría sido el fin de tu futuro. Después de ser descubierta en una de las
reuniones de Newmarsh, el escándalo habría destruido tu reputación para siempre.
Ningún hombre decente se casaría...

—¿Qué hombre decente se casará conmigo de todos modos? —Tan irritada como
él, se arrancó la máscara—. Mi familia está sumida en un escándalo, y los únicos
hombres que han estado husmeando a mi alrededor durante mi temporada son los
cazafortunas y los holgazanees.

Además, sólo te quiero a ti.

Él le lanzó una mirada de soslayo.

—Si eso es cierto, entonces no deberías estar tan ansiosa por amontonar más
escándalo sobre ti. Ambos sabemos cómo paga la sociedad a quienes desprecian sus
reglas. Deberías estar tratando de redimir tu apellido.

Viniendo de él, eso era exasperante.

—¿Como están haciendo mis hermanos? —dijo amargamente—. ¿Como tú? —


Habían llegado al jardín trasero de la casa Plumtree, así que tenía que sacar la verdad
de él ahora. —¿Por qué robaste esos papeles, Giles? ¿Para qué son?

Un músculo se tensó en su mandíbula mientras la miraba.

—No deberías haber visto eso. Y espero que tengas el buen sentido de callar.

—¿Y qué pasa si no lo hago? ¿Qué me harás? —Su tono se llenó de sarcasmo—.
¿Clavar un cuchillo entre mis costillas?

—Muy graciosa. —Sus ojos se volvieron calculadores a la débil luz de la luna—.


Pero si le cuentas a alguien que estuve allí, tendrás que revelar que estuviste allí, y me
atrevería a decir que no es algo que quieras hacer. Especialmente cuando estás
vestida como…como…

Cuando su voz se apagó y sus ojos cayeron al camafeo descansando justo en el


centro de su pecho parcialmente desnudo, ella contuvo el aliento. Por fin la veía
como una mujer.

—¿Como qué? —preguntó, con voz tan baja y seductora como lo sabía.
Su mirada se volvió hacia la suya.

—Como una fulana desaliñada —dijo él secamente—. No quieres ser descubierta


vestida así aquí.

¡Una fulana! ¿Pensó que parecía una fulana? Y una desaliñada, además.

—¿Por qué no? ¿Porque podría destruir mi reputación? Dudo que sea posible
empeorar mi situación.

—Tienes una dote...

—Lo cual sólo asegura que los hombres equivocados me busquen —levantó la
barbilla—. Además, no arruinarías mi reputación por despecho. Sé que no lo harías.
Eres demasiado caballero para eso.

Él enarcó una ceja.

—Y tú no me verías colgando por robar. Sé que no lo harías. Eres demasiado


amiga mía para eso.

Si él estaba tratando de suavizarla, estaba haciendo un buen trabajo.

—Ah, pero podría mencionarlo a tu hermano, el vizconde —señaló—. Dudo que él


lo apruebe.

Eso pareció darle a Giles una pausa.

—Y yo podría mencionar tu pequeña aventura a tus hermanos. Sé que de hecho no


lo aprobarían.

—Adelante —farfulló—. No me importa lo que piensen. —Cruzó los brazos sobre


su pecho. —Así que ya ves, sólo tienes una opción, y eso es decirme la verdad.

—Tengo una idea mejor. —Él se acercó y bajó la voz—. Dime tu precio, Minerva.
Todavía no gano mucho como abogado, pero puedo permitirme el lujo de comprar
tu silencio.

—No seas ridículo. —Cuando sus labios se curvaron en una sonrisa astuta, se dio
cuenta de que sólo la había estado provocando con su charla de dinero y precios.

—Así que te niegas a decirme lo que estabas haciendo y por qué.

Él se encogió de hombros.
—Prefiero guardar mis secretos.

Y Giles también sabía que ella los guardaría, maldito fuera, si él lo decía. Pero eso
no significaba que tuviera que claudicar.

—Muy bien, aquí está mi precio. Un beso.

Eso lo asustó.

—¿Un qué?

—Un beso. —Su tono se volvió sarcástico—. Ya sabes, como los que mis hermanos
y tú concedéis a todas y cada una de las camareras, prostitutas y bailarinas de ópera
que conocéis. Un beso. Para comprar mi silencio. —Tal vez entonces él la vería como
una mujer en la que podría confiar, podría cortejar…podría amar.

Él pasó una mirada larga y lenta por su cuerpo, despertando sentimientos cálidos
en lugares que nunca había sentido antes y acelerando su pulso.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué no?

—Por una cosa —dijo secamente—, tus hermanos me despellejarían vivo si


supieran de ello.

—Entonces, no se lo digamos. —Cuando él sólo se quedó allí, añadió—: Es mi


decimonoveno cumpleaños, y he tenido una repugnante experiencia en una fiesta
escandalosa en la que dos caballeros hablaron de compartirme.

Con la mirada tempestuosa que pasó por su cara, añadió apresuradamente:

—Aunque escapé de sus asquerosos avances antes de que pudieran hacer algo,
necesito algo agradable que me ayude a olvidar que casi me convertí en un sándwich
deshonesto. Y te estoy pidiendo que me lo proporciones.

—¿Qué te hace pensar que un beso mío sería agradable? —preguntó él en un áspero
murmullo que envió deliciosos escalofríos por su columna vertebral.

Luchó por sonar tan mundana como él.

—Mejor que lo sea, si quieres que guarde tus secretos.

Para su sorpresa, él se rio.


—Bueno, muchacha descarada. Voy a satisfacer tu precio.

Se inclinó hacia delante y apretó sus labios contra los suyos en un beso tan breve y
decepcionante como casto.

Cuando retrocedió, ella frunció el ceño.

—Tal vez debería haberlo aclarado. Por “agradable”, me refería a “satisfactorio”,


no me refería al tipo de beso que le das a tu abuela.

Giles se la quedó mirando. Entonces una luz impía brilló en sus ojos, y sin previo
aviso, agarró su cabeza en sus manos y tomó su boca otra vez. Excepto que esta vez
su beso era duro, implacable y abrumador. Le separó los labios con su lengua, luego
se hundió dentro de su boca una y otra vez, hasta que su cabeza giró y sus rodillas se
convirtieron en gelatina.

De un solo golpe, rompió sus sueños románticos de niña, reemplazándolos con un


deseo hirviente y ardientemente diferente de lo que había conocido.

La conmocionó.

La embriagó.

Sin pensarlo, levantó los brazos para engancharse de su cuello. Él murmuró una
maldición contra sus labios, luego la arrastró contra él para que su boca pudiera
explorar la de ella con más profundidad.

El principio de barba de su barbilla raspó su mejilla, y olía a humo de vela y


brandy, la combinación era extrañamente tentadora. Era todo lo que había soñado. Y
cuando entonces sus manos subieron por sus costillas, él la hizo anhelar más…más
caricias, más besos…más de él.

Pasaron varios minutos antes que él se apartara para decir con voz ahogada:

—¿Esto se ajusta a tu idea de un beso agradable?

Todavía tambaleándose por la maravilla de su boca en la de ella, miró hacia su


hermoso rostro con una sonrisa de ensueño.

—Fue absolutamente perfecto, Giles.

Él parpadeó. Entonces una mirada de pura alarma cruzó su rostro, y la apartó


bruscamente.
—¿Así que he cumplido con mi obligación?

Demasiado atónita por esa respuesta para hacer más que asentir, ella se quedó
boquiabierta, esperando algo para suavizar la palabra fría obligación.

—Bien.

Mientras observaba atónita, Giles se volvió para alejarse. Luego se detuvo para
mirarla, sus ojos ahora tan perezosos como su tono era descuidado.

—Ten cuidado, querida, la próxima vez que decidas actuar como una prostituta.
Algunos hombres no aceptan amablemente el chantaje. Puedes encontrarte sobre tu
espalda en un callejón. Y dudo que te guste jugar a la prostituta de verdad.

Las palabras groseras golpearon su orgullo. ¿Había visto su beso como si estuviera
jugando a la prostituta? ¿No había sentido la pasión entre ellos, la emoción de dos
almas unidas como una? ¿No había sentido nada del beso que la había cambiado para
siempre de niña a mujer?

Aparentemente no. Había clavado su cuchillo lo suficientemente hondo como para


perforar su corazón.

De algún modo mantuvo la calma mientras él iba saliendo sin prisa por las
antiguas caballerizas. Pero una vez que estuvo fuera de la vista, se echó a llorar.

Esa fue la noche en que se desenamoró de Giles Masters.


Capítulo 1

Londres

1825

Poco después del amanecer, Giles observó desde los árboles cuando el vizconde
Ravenswood, subsecretario del Ministerio del Interior, entraba en el cobertizo del río
Serpentine en Hyde Park. Cuando habían transcurrido quince minutos y nadie más
apareció, Giles se dirigió al cobertizo y entró.

Después de que él y Ravenswood intercambiaran las acostumbradas bromas, el


vizconde dijo:

—He oído que se te está teniendo en cuenta para Consejero del Rey.

Giles se tensó. Debería haber sabido que Ravenswood lo descubriría. El hombre


tenía ojos en la nuca.

—Así me lo han dicho.

—Supongo que si eres seleccionado, no podrás continuar tus esfuerzos por mí.

—Ser Consejero del Rey es una posición exigente —dijo Giles con cautela. No
esperaba tener esta conversación tan pronto.

—Y muy prestigiosa para un abogado. Por no mencionar muy política. Así que
pretender ser un sinvergüenza mientras recoges información para mí ya no será muy
conveniente.

—Exactamente —miró el rostro de Ravenswood, incapaz de leer su estoica


expresión—. Para ser honesto, si me eligen como Consejero del Rey o no, he decidido
dejar de trabajar para ti. Las cosas están más tranquilas ahora, y dudo que yo...
—No hay necesidad de explicaciones, Masters. Me sorprende que hayas seguido
con esto tanto tiempo. Has servido bien a tu país, con poco beneficio y aún menos
paga, cuando podrías haberte concentrado en tu posición más lucrativa como
abogado. No te culpo por pensar que es hora de que consideres tu propia carrera.
¿Tienes ya treinta y siete años? Ciertamente, tienes edad suficiente para querer más
de la vida que hacer esto. Y apoyaré tu decisión tanto como sea posible.

Giles soltó un largo suspiro. Estaba temiendo esta conversación. Pero debería
haber sabido que Ravenswood seguiría siendo su amigo, pasara lo que pasase.

El vizconde y él se habían conocido por primera vez en Eton. Aunque el otro


hombre era tres años mayor que Giles, habían forjado una amistad inusual,
considerando que Ravenswood había sido serio y trabajador y Giles salvaje y
aventurero.

Así que fue a Ravenswood, que ya estaba preparado para la política, hacia quien
Giles se había vuelto hacia nueve años cuando había deseado ardientemente ver que
se hiciera justicia. Ravenswood había tomado los documentos que Giles había robado
de Newmarsh y los había utilizado bien. Así había comenzado la asociación
encubierta de Giles con el Ministerio del Interior y su papel como guardián de la paz.

Había sido fructífera para ambos. De vez en cuando, Giles había pasado
información al subsecretario que el hombre no habría sabido de otra manera. Los
hombres preocupados dejaban que todo tipo de detalles jugosos se deslizaran
alrededor del libertino Giles Masters. Después de la guerra, el Ministerio del Interior
había sido inundado con casos de fraude, falsificación e incluso traición, y con
diferentes partes del país al borde de la revolución, había necesitado toda la ayuda
que podía obtener.

De vez en cuando, Giles había buscado activamente información, incluso de otros


nobles. A cambio, Ravenswood le había dado una razón para vivir después del
suicidio de su padre. Una forma de compensar los pecados de su juventud. Pero
había estado pagando por esos pecados durante bastante tiempo.

—Supongo que no necesito decirte que tus actividades deben mantenerse en


secreto incluso después de que te hayas…esto…retirado —advirtió Ravenswood—.
Nunca puedes hablarlo con nadie, nunca revelar…

—Conozco mi deber —intervino Giles.


Ese era el problema. Era difícil tener una vida real cuando guardaba secretos de
todos los que conocía. Estaba cansado de guardar secretos. Cansado de interpretar el
papel de granuja desenfrenado que le había gustado una vez, pero ya no. Si ahora
dejaba de trabajar para el gobierno, nadie se enteraría, y podría empezar a ser más él
mismo. La gente asumiría que había crecido. Podría dejar los días de ser un
informante para el gobierno detrás de él.

—Este será mi último informe —dijo Giles—¿Eso te dejará en algún tipo de


dificultad?

—Como puedes imaginar, lamentaremos tu pérdida. Pero nos las arreglaremos. Y


como dices, las cosas están más tranquilas ahora.

—Es por eso que no tengo mucho que contar. —Giles le habló de un magistrado
que sospechaba que aceptaba sobornos y de un problema que temía que se estaba
gestando con inversiones en compañías mineras de América del Sur.

Ravenswood tomó notas, haciendo preguntas donde era pertinente. Cuando Giles
hizo una pausa, preguntó:

—¿Eso es todo?

—Casi. Está ese favor que te pedí el mes pasado —dijo Giles.

—Ah, sí, el de tu amigo Jarret Sharpe. —Ravenswood metió la libreta en el bolsillo


del abrigo—. Hasta ahora, ninguno de mis otros informantes tiene algo de
información sobre Desmond Plumtree que estás buscando. ¿Es posible que tu amigo
se equivoque en sus sospechas?

Desde que Jarret y Oliver se habían casado, habían estado investigando la muerte
de sus padres. Jarret había pedido a Giles un consejo legal sobre el asunto, y la
situación había despertado el interés de Giles.

—Por lo que pude averiguar por el testamento de la señora Plumtree —admitió


Giles—, Desmond Plumtree no tenía nada que ganar asesinándoles.

—Pero esa respuesta no te satisface.

—No puedo explicarlo, pero Plumtree siempre me ha irritado. Si pudiera


sospechar de alguien asesinando a los Sharpe, sería él. —Y Giles no había ascendido
tanto en su carrera como abogado sin prestar atención a sus instintos.
—Bueno, te haré saber si alguien encuentra algo pertinente. Lo siento, no puedo
ser de más ayuda que eso. —Con un repentino brillo en sus ojos, Ravenswood se
metió la mano en el abrigo y sacó un periódico—. Cambiando de tema, con todo tu
reciente interés por la familia Sharpe, no pude resistirme a traerte esto.

Giles agarró el periódico, y luego lanzó a su amigo una mirada interrogante. “¿The
Ladies Magazine?”3

—Es de mi esposa. Se publicó ayer. Ella me leyó algo que pensé que encontrarías
divertido. Mira al final de la página veintiséis.

Él pasó las hojas, luego respiró hondo cuando se dio cuenta de que era el primer
capítulo de la última novela gótica de Minerva. No sabía que iba a ser publicada por
entregas.

—¿Puedo quedarme con esto?

—Claro. Abby ya ha terminado. —Ravenswood lo miró de cerca—. ¿Has leído


alguna vez sus novelas?

Giles se puso alerta.

—¿Tú las has leído?

—Leí lo que pone ahí. Fue muy interesante. Hay un personaje en su libro que me
recuerda a ti.

—¿Lo que pone ahí? —preguntó, tratando de sonar aburrido. ¡Maldita sea! Si
incluso Ravenswood se daba cuenta…

Tan pronto como llegara a casa, tendría que leer cada palabra.

Inesperadamente, una imagen de nueve años atrás apareció en su mente, la joven


y bella mujer que llevaba un traje de Maria Antonieta con tal dulzura, que le dolían
los dientes al recordar. A la edad de diecinueve años, se había convertido en una
belleza clásica: labios en forma de arco, pestañas gruesas, pómulos altos. Pero más
allá de su aspecto, no había nada clásico en Minerva.

Todavía no podía creer que la descarada moza le hubiera acosado sobre lo que
estaba haciendo en Newmarsh y luego lo hubiera chantajeado para que la besara.

3 The Ladies Magazine: Revista para mujeres publicada semanalmente en Gran Bretaña desde 1770 hasta 1847. Estaba profusamente
ilustrada y contenía historias de ficción, columnas de consejos médicos, música, biografías…
Todavía no podía creer lo que había sucedido cuando le había dado la clase de beso
destinado a enseñarle una lección sobre los peligros de tentar a un sinvergüenza.

De alguna manera había olvidado que era la hermana de su mejor amigo. Que él
era un segundo hijo disipado al comienzo de una carrera inestable, sin ninguna
posición para hacerse cargo de una querida, mucho menos de una esposa. De algún
modo el beso se había vuelto más grande, más peligroso… más intoxicante. Le había
hecho desear, anhelar y pensar lo impensable.

Ella todavía lo hacía.

Una lástima que ahora lo odiara. Lo había dejado perfectamente claro en sus
libros, presentándole en las páginas bajo el aspecto de la ficción, ridiculizándole
incluso mientras ella se acercaba cada vez más a sus secretos.

Había sido alertado del problema por primera vez en el baile de San Valentín al
que ambos habían asistido hacia unos meses. Hasta entonces, nunca había leído sus
novelas. Había tenido bastante dificultad para dejar atrás su beso sin tener su voz en
su cabeza.

Pero el baile que habían compartido había alimentado nuevamente el fuego.


Habían bailado uno alrededor del otro conversando, capeando insinuación sobre
insinuación hasta que su sangre corrió caliente y las observaciones de la chica se
hicieron más agudas, y él temió llegar a ser lo suficientemente imprudente como para
hacer algo tonto. Como llevarla rápidamente a un balcón y besarla hasta dejarla sin
sentido.

Cuando terminó, se había quedado excitado, enojado y confundido. Hasta esa


noche había asumido que se había olvidado de él, que sus insensibles observaciones
cuando se habían besado habrían aplastado cualquier cosa que ella pudiera haber
sentido. Descubriendo que no lo habían enviado a sus libros. Y ahí fue cuando había
descubierto lo que Minerva tenía entre manos.

Él había dejado de hacer algo al respecto, esperando que las recientes exigencias
de su abuela pudieran mantenerla demasiado ocupada para escribir.

Pero aquí estaba una nueva entrega. Ya no podía ignorar el problema de Minerva.
¿Y si empezaba a incluir alusiones a sus actividades esa noche en la casa de la ciudad
de Newmarsh? Cualquier persona en el sistema judicial que lo conectara con el robo
se daría cuenta de que había sido él quien informó sobre Newmarsh y su socio, Sir
John Sully. Entonces no costaría mucho conectarlo con otros casos para el Ministerio
del Interior, y aquellos sobre los que había informado le arruinarían. Comenzarían
por poner fin a su oportunidad de convertirse en Consejero del Rey.

—Todavía no has llegado a la parte pertinente —dijo Ravenswood, sacudiéndolo


de sus pensamientos—. Ve a la página que te dije.

Giles la encontró e inmediatamente notó los dos párrafos en un tipo diferente de


letra en la parte inferior. El primero era sobre la conexión de Lady Minerva con la
familia Sharpe, algo que sólo ella tendría la audacia de incluir. La condenada mujer
se negó a ponerse un seudónimo, era un punto de discordia entre ella y su abuela.

Pero fue el siguiente párrafo lo que le dejó sorprendido:

Estimadas lectoras,

Si desean leer las próximas entregas de este libro, deben ayudarme con una
problemática situación doméstica que ha surgido en mi vida. De repente me
encuentro en la extrema necesidad de un marido, preferiblemente uno que posea una
tolerancia para las autoras de ficción gótica. Con ese fin, les pido que envíen a
cualquiera de sus hermanos, primos, o conocidos no casados a Halstead Hall el 20 de
junio, donde haré entrevistas para el puesto de marido. Les agradezco su apoyo.

Saludos,

Lady Minerva Sharpe

¿El veinte de junio? ¡Eso era hoy, maldita sea!

—Divertido, ¿no? —Dijo Ravenswood—. Mi esposa se rio durante diez minutos.


¡Qué broma más inteligente!

—No es una broma —replicó Giles—. Su abuela dio un ultimátum a principios de


este año, los hermanos Sharpe deben casarse o todos pierden su herencia.
Conociendo a Lady Minerva, esta es su manera de irritar a su abuela.

Ravenswood se quedó boquiabierto.

—¿Quieres decir que la mujer está entrevistando seriamente a maridos?

—No sé lo en serio que va, pero la entrevista es, sin duda, real.

La mocosa estaba loca si pensaba que con esto iba a conseguir algo. Sólo podía
imaginar cómo reaccionarían Oliver y Jarret, sin mencionar a la señora Plumtree. La
anciana tenía una fuerza de voluntad de acero: no toleraría las tonterías de Minerva
ni por un momento. Ciertamente no cambiaría de opinión acerca de sus planes.

Se metió la revista bajo el brazo.

—Tengo que irme.

—¿Piensas presentarte a la entrevista, verdad? —bromeó Ravenswood.

—Es una idea —respondió secamente.

—¿Tú y lady Minerva? Eso es interesante.

—No tienes ni idea.

Una hora después, después de leer el primer capítulo de Minerva, estaba furioso.
Maldita sea. Esta vez había ido demasiado lejos.

Así que quería entrevistar a hombres para marido, ¿verdad? Bien. Estaba a punto
de tener una entrevista horrible.

MINERVA PASEÓ POR el salón chino de Halstead Hall, su ánimo decaía por
momentos. ¿Cómo iba a lograr que la abuela rescindiera su ultimátum si nadie
aparecía?

Había imaginado a decenas de jóvenes estúpidos y cazafortunas clamando por su


atención, invadiendo Halstead Hall y haciendo tal escándalo en la prensa que la
abuela tendría que renunciar. O repudiarla completamente. Y puesto que Minerva se
negaba a creer que la abuela haría sufrir a sus hermanos por las indiscreciones de un
nieto, ese era el resultado que ella esperaba. Entonces podría encontrar una pequeña
cabaña en algún lugar y escribir lo que quisiera, libre de cualquier marido.

Era difícil creer que una vez consideró que el matrimonio era una buena idea. El
matrimonio de sus padres había sido desastroso. Y a través de los años, había visto
que los hombres no tenían ningún respeto por la institución. Estaban los editores a
los que se había acercado para vender su libro, que habían hecho sugerencias
coloridas sobre lo que podía hacer para ganar su “favor”. Y las legiones de
cazafortunas que nunca estaban lejos de su puerta. Los respetables caballeros no la
considerarían, puesto que escribía novelas bajo su propio nombre.
No es que quisiera un caballero respetable ahora, eran los peores. Había tenido
algunos como pretendientes e incluso había besado a un par. Pero tan pronto como
se enteraran de lo que realmente era, correrían tan lejos y tan rápido como pudieran.
A los hombres no les gustaban especialmente las mujeres que decían lo que
pensaban.

Incluso sus hermanos no eran una gran muestra de caballeros respetables, con su
comportamiento salvaje y autocrático hacia sus hermanas. Tal vez Oliver y Jarret
habían sido domesticados un poco, ahora que estaban casados, pero ¿duraría? ¿Y si
no? Sus esposas quedarían atrapadas.

Las mujeres siempre estaban atrapadas. Minerva nunca perdonaría a la abuela por
atraparla con la maldita exigencia de que todos se casaran. Y Oliver y Jarret, ¿cómo
se atrevían a traicionar a sus hermanos poniéndose del lado de la abuela? Hacia seis
meses, habrían estado dirigiendo el ataque. Ahora, si se daban cuenta de lo que
estaba tramando y por qué, iban a desbaratar sus planes de inmediato.

Entrecerró los ojos hacia la puerta. ¿Era por eso que no habían aparecido
caballeros? ¿Sus hermanos, o la abuela, se habían enterado de que estaba volviendo a
ser escandalosa?

No, ¿cómo podrían hacerlo? Había puesto a propósito su anuncio en The Ladies
Magazine porque era entregada por la tarde y nadie en la familia la leía. Celia era
demasiado tonta para esas cosas, la abuela sólo leía el Times, sus hermanos ni
muertos abrirían la cosa, y... sus esposas. ¡Maldita sea! Ahora tenían esposas. Y
aunque Annabel, la esposa de Jarret, no parecía del tipo que leería una revista para
damas, la esposa de Oliver, María, era una ferviente partidaria de los libros de
Minerva. No se habría perdido la primera entrega de la última.

Minerva maldijo en voz baja mientras se dirigía hacia la puerta. ¿Cómo podía
haberse olvidado de María? Así que ¡Dios la ayude!, si María hubiera hecho algo
para...

Un hombre entró en la habitación. Pero no era uno de sus hermanos, y ciertamente


no era alguien que hubiera venido para ser entrevistado.

Él era la última, pero no menos importante, de sus razones para no casarse. Giles
Masters, su debilidad…y el foco de una obsesión más malsana. ¡Qué lástima que
todavía le pareciera más devastadoramente atractivo que cualquier otro hombre,
incluso después de tantos años! Y mucho más interesante.
No es que ella se lo dejara saber.

—Buenos días, señor Masters —dijo con su voz más fría.

—Lo mismo para ti, mi señora. —Arrastró su mirada hacia abajo con una mirada
pícara—. Te ves muy bien hoy.

Él también, por desgracia. Giles siempre había sabido vestirse. Hoy estaba
resplandeciente con un abrigo de montar color cobalto muy bien confeccionado, un
chaleco entallado azul Marsella, pantalones de piel blanca y hessianas4 negras muy
brillantes. Encajaba perfectamente en casa en medio de los jarrones Ming y los
dragones dorados destinados a intimidar a sus aspirantes a pretendientes y
mantenerlos a raya.

De alguna manera ella sabía que no le intimidarían. Y nadie mantenía a Giles a


raya a menos que quisiera estar allí.

Se esforzó por parecer indiferente.

—Si estás aquí para ver a Jarret...

—Estoy aquí para verte. —Dejó algo en la silla de seda dorada que estaba más
cerca de ella—. He venido a ser entrevistado.

Cuando vio The Ladies Magazine abierta, su corazón comenzó a latir con fuerza en
su pecho. ¿Cuánto había leído? ¿Sólo el anuncio? ¿O también el capítulo de su libro?

—¿Estás suscrito a The Ladies Magazine? —Preguntó ella con lo que esperaba que
fuera sólo la buena dosis de condescendencia—. Qué divertido.

—Aparentemente no soy el único, a juzgar por la horda que hay en tu césped.

Ella parpadeó.

—¿Qué horda?

—¿No lo sabías? —Él soltó una risa aguda—. Por supuesto que no. A estas alturas
habrías estado allí afuera recriminando a Gabe y Oliver si hubieras sabido que
estaban alejando a los caballeros tan rápido como llegan.

4 Bota hessiana o de húsar: Tipo de botas muy populares en esa época


—¿Por qué, estos arrogantes, entrometidos... Qué hay de Jarret? ¿Está allí
también?

—Aparentemente ya se había ido a la fábrica de cerveza cuando reunieron a las


tropas. Pero han enviado a buscarlo, así que estoy seguro de que se unirá a la
contienda tan pronto como llegue aquí. —Giles se apoyó contra la puerta con una
sonrisa—. No creo que hoy vayas a entrevistar a ningún otro caballero.

Le miró furiosa.

—Sin embargo, te han dejado entrar.

—Creen que estoy aquí para visitar a Jarret. Elegí no desengañarles de esta idea.
Se supone que estoy pasando el tiempo en el estudio mientras espero su regreso.

Ella se dirigió a la puerta.

—Bueno, puedes pasar el tiempo aquí si quieres, pero voy a dar a mis hermanos...

—No tan rápido, querida. —Se apartó de la puerta para bloquear su camino—. Tú
y yo tenemos un asunto pendiente. —Sin apartar los ojos de ella, cerró la puerta
detrás de él.

Una inquietud, que luchó por esconder, creció en ella.

—Sabes muy bien que es incorrecto que estés a solas conmigo con la puerta
cerrada.

—¿Desde cuándo te interesa lo apropiado, Minerva? —Dijo arrastrando las


palabras.

—Y tampoco te he dado permiso para llamarme por mi nombre de pila.

Su fría sonrisa la hizo detenerse.

—Yo tampoco te he dado permiso para usarme en tus libros, pero eso no te ha
detenido.

Oh, Señor. Calma, Minerva. Podría estar buscando información.

—¿Estás diciendo que has leído mis novelas?

—¿Es tan difícil de creer?

—Pues francamente, sí. Ni siquiera mis hermanos se molestan.


—Tus hermanos no han sido vilipendiados en ellas.

Aunque su inquietud creció rápidamente hasta la alarma, forzó una sonrisa.

—Si estás insinuando que...

—No estoy insinuando nada, lo estoy declarando de plano —la rodeó como un
tiburón que intentaba intimidar a su presa—. Me has convertido en tu villano
favorito: el marqués de Rockton.

Realmente había leído sus novelas.

Trató de descartarlo.

—Estás confundido. Todo el mundo sabe que Rockton está basado en Oliver.

—Cierto. Es por eso que Rockton tiene los ojos azules y el cabello castaño oscuro.

—No podía hacer que fuera exactamente como Oliver, por Dios. Tuve que cambiar
algunos detalles.

—¿Es por eso que Rockton tiene un padre y no una madre que se suicidó? —
prosiguió, con esos ojos azules relucientes—. ¡Qué inteligente por tu parte esperar
que la gente asumirá que también cambiaste ese detalle! Tu pequeña broma personal.

Ella se sonrojó. Nunca en un millón de años había pensado que iba a leer sus
libros.

—Estás haciendo suposiciones absurdas.

—¿De verdad? ¿Qué pasa con el libro de El Extraño del lago, donde la desdichada
Lady Victoria se enamora de Rockton y se arroja sobre él? —Se detuvo frente a ella—.
¿Qué es lo que dice? Ah, sí. “Ten cuidado, querida, la próxima vez que decidas
actuar como una prostituta. Algunos hombres no aceptan amablemente el chantaje”
¿Te suena familiar?

Eso, realmente, no lo podía soslayar.

—Pero el pasaje que lo resuelve es el que leí esta mañana. —Con una confianza
evidente que la dejó en carne viva, él se dirigió a donde había dejado The Ladies
Magazine y la recogió para leer en voz alta—: Lady Anne siguió su camino a través de
las multitudes que estaban en el baile de disfraces, rezando para que su traje de
Maria Antonieta fuera lo suficientemente inofensivo como para evitar que la notaran
los repugnantes amigos de Lord Rockton. Cuando irrumpió en el estudio, aliviada de
haber escapado indemne, se dio cuenta de que no estaba sola. El mismísimo Rockton
estaba junto a la chimenea con su disfraz de sacerdote.

Giles lanzó de nuevo la revista sobre la silla.

—El capítulo termina allí. ¿Qué viene después? ¿Rockton llevándose los archivos
del estudio?

Ella hizo un gesto de desprecio con la mano.

—Muy bien, así que utilicé algo de nuestro… encuentro en la fiesta de Lord
Newmarsh en mis novelas. No veo cómo...

—Juraste callar eso —Se aproximó hasta que estuvo tan cerca que ella pudo oler el
aroma picante de Guard’s Bouquet5—. Exigiste un precio, según recuerdo, y lo
pagué.

—He guardado silencio, por lo menos sobre tu robo. Deberías estar contento de
que lo he hecho, teniendo en cuenta que una breve explicación tuya podría haber
impedido que yo me interesara en primer lugar.

—O te atrajo aún más escribir sobre esto. Probablemente incluso embelleciste el


incidente para empeorarlo. Hiciste de Rockton un espía para los franceses, ¡por el
amor de Dios! ¿Por qué pusiste eso ahí?

—Porque soy escritora. Invento cosas. Se llama ficción.

Él entrecerró sus ojos sobre ella.

—No cuando usas a personas reales como personajes.

—No lo comprendes. En primer lugar, Rockton no eres tú ni Oliver ni nadie. Sólo


porque tomé un poco de lo que pasó entre nosotros y...

—¿Un poco? —su mirada se clavó en ella—. Pusiste nuestro beso en la primera
novela en que aparece Rockton. Rockton asalta a la heroína en la callejuela y la obliga
a besarle. Ella le da una bofetada por no ser “agradable” y dice: “¿Qué te hizo pensar
que un beso mío sería agradable?”—Su mirada se posó en su boca—. Ya sabes muy
bien de dónde sacaste esa línea.

5Guard’s Bouquet es un perfume para hombres de la casa Rimmel. Esta empresa inglesa dedicada a los cosméticos lleva en el
mercado desde 1834.
—¿Leíste ese libro también? —chilló—. ¿Cuántas de mis novelas has leído, de
todos modos?

—¿Desde que descubrí que me estás poniendo en ellas? Las diez. Imagina mi
sorpresa al descubrir que me has estado despellejando vivo en tu “ficción” durante
las tres últimas.

Tenía razón, aunque nunca lo admitiría. Su rechazo esa noche había picado su
orgullo y herido su corazón, así que ella había sacado su rabia hacia él en sus
novelas. Pero sinceramente nunca había creído que Giles leyera una palabra de ellas.
O que alguien lo reconociera en ello.

Minerva nunca había creído que se enojara por ello. Giles no se enfadaba. No
parecía sentir una emoción profunda de ningún tipo. Bromeaba, jugaba y coqueteaba
a través de la vida sin importarle el mundo. Le sorprendió verlo mostrando tanta
pasión.

—No entiendo por qué estás tan molesto —dijo—. Nadie sabe que Rockton es…en
parte tú. Nadie lo ha adivinado.

—Sólo porque no les has dado suficientes indicios —le espetó—. Es muy
inteligente de tu parte usarme. Cualquier otra persona te demandaría por difamación,
pero sabes que yo no lo haré porque no quiero que la gente mire demasiado de cerca
mis secretos. Así que piensas que puedes poner impunemente todo lo que quieras de
mí en tus libros.

—Estás haciendo una montaña de un grano de arena, señor Masters.

—¿Lo hago?¿Cuándo planeabas meter el robo en tus libros? ¿En el próximo


capítulo, tal vez?

—He prometido guardar silencio sobre eso, y lo haré.

—¿Por qué debería creerte? Tú no has guardado silencio acerca del resto.

Le miró fijamente.

—¿Qué quieres de mí?

Hubo un cambio sutil en su actitud, desde la ira hasta algo mucho más
inquietante. La conciencia de ella como una mujer, una a la que podría seducir. Era
como aquella noche en el Baile de San Valentín cuando bailaron, cuando sus flirteos
habían calentado su sangre mientras a él lo dejaban impasible. Maldito sea por eso.
Giles le lanzó una mirada velada.

—Lo que quiero es saber por qué. Por qué decidiste meterme en tus libros como el
villano. Por qué decidiste hacerme el personaje central en tus novelas más recientes.

—Eso…acababa de suceder. Cuando Rockton apareció por primera vez, los


lectores me escribieron varias cartas sobre él, deseando ver más del personaje.

—Porque lo pintas con un detalle muy cariñoso. ¿Pero por qué captura tu
imaginación así? ¿Y por qué le sigues atribuyendo cosas que dije e hice? ¿Estabas tan
enojada conmigo por cómo te traté esa noche?

—No tiene nada que ver contigo personalmente...

—Mentirosa. —Se inclinó para presionar su boca contra su oreja—. Admítelo... me


pusiste en tus libros porque no puedes olvidarme.

Ella se echó hacia atrás.

—No te alagues.

—Y Dios sabe, que no puedo olvidarte.

Por un momento, ella realmente le creyó, y su corazón se tambaleó.

Luego lo maldijo por su inconstancia. La última cosa que necesitaba en ese


momento era su versión privada de Rockton haciéndole la puñeta con su decidida
soltería. Especialmente cuando él no había pronunciado ni una de sus palabras
zalameras, Según sus hermanos, su forma despreocupada de tratar a las mujeres era
legendaria.

Apartándose de él, se acercó a la ventana que daba al patio.

—¿Por qué estás aquí? Si es para regañarme por ponerte en mis libros, has
cumplido tu objetivo, así que puedes irte. No estás aquí para una entrevista...

—En realidad, estás equivocada.

Ella se giró hacia él.

Giles parecía disfrutar de su mirada confusa, se dirigió hacia ella con una sonrisa.

—Esta es la situación, Minerva. Es obvio para mí que vas a molestar a tu abuela


con un comportamiento cada vez más imprudente hasta que consigas lo que quieres
de ella. ¿Y qué sería más extravagante que exponerme como Rockton, para que
puedas crear un escándalo como el que creo Lady Caroline Lamb con su novela sobre
Lord Byron?

—Yo nunca...

—Así que no puedo confiar en que no vas a seguir escribiendo sobre mí. No estoy
seguro si puedo confiar en ti para callar quién es Rockton. Eso me deja con dos
opciones, si quiero mantener mis secretos a salvo. Puedo asesinarte para mantenerte
callada. No es una buena opción. No importa cómo lo trates en tus novelas, el
asesinato es desordenado. Por no mencionar ilegal.

Un escalofrío la barrió.

—¿Y la otra opción?

El repentino brillo de sus ojos no hizo nada para sofocar el golpeteo en su pecho.

—Puedo casarme contigo.


Capítulo 2

Para gran sorpresa de Giles, Minerva se echó a reír.

—¿Tú? ¿Cómo mi esposo? ¿Estás loco?

No había esperado un entusiasmo salvaje, pero la incredulidad tampoco era lo que


él había estado pretendiendo.

—Muy posiblemente.

Había pasado el viaje hasta aquí ensayando qué decir, cómo acercarse a Minerva,
cómo intimidarla para que dejara de hacer esas tonterías de ponerlo en sus libros.
Pero cuando se acercó a las puertas de Halstead y vio las multitudes, se había dado
cuenta de que la mejor solución era la más simple.

Hacerla su esposa. De esa manera podía controlarla a ella y a su “ficción”. Era


demasiado práctica para dañar el futuro de su marido. Y tenía que casarse de todos
modos si ella y sus hermanos iban a obtener su herencia.

Unos años atrás, la idea podría haberlo lanzado a un pánico de soltero, pero con la
mejora en su carrera, tendría que establecerse con una esposa pronto. Especialmente
si se convertía en Consejero del Rey.

Y si debía tener una esposa, bien podría ser una a la que él deseaba. Minerva sin
duda estaba calificada, no importa cómo tratara de ocultar su atractivo con sus
atuendos. Hoy llevaba un elegante traje de mañana de muselina verde estampada,
con unos cuantos volantes en el dobladillo, esas horribles mangas hinchadas que se
habían vuelto tan populares y un corpiño que le subía hasta la barbilla.

Cada curva femenina había sido enterrada bajo volantes, mangas acolchadas y
remates de encaje, y no importaba ni un ápice. Ya sabía que su figura era
exuberantemente femenina. Gracias a los muchos trajes de noche que le había visto
puestos, podía imaginarla tan claramente como si estuviera desnuda. Y sólo el
pensamiento de llevarla a la cama hizo que su sangre se acelerara y su buen sentido
desapareciera. La verdad era que ella siempre le hacía algo extraordinario.

Pero Dios lo ayude si alguna vez lo adivinaba. Leer sus libros le había ofrecido una
mirada dentro de su insondable cerebro, así que sabía que era lo suficientemente
inteligente como para envolverlo completamente sobre su dedo si él lo permitía.

—Como si fuera a casarme con un sinvergüenza como tú —le informó con una
mirada descarada que le puso de los nervios—. ¿Estás loco?

—Creo que ya hemos establecido que estoy a medio camino de ser un bedlamita6.
—Aparentemente, no era lo suficientemente lista para ver que el matrimonio con él
era su única opción viable. Tendría que corregir eso—. Deberías saltar ante la
oportunidad de casarte con un sinvergüenza, dado lo mucho que te gusta escribir
sobre ellos.

Ella lo miró como si realmente fuera un bedlamita.

—No es lo mismo. Haces un villano excelente precisamente porque harías un


marido miserable. No te ajustas a ninguno de mis criterios para un cónyuge
adecuado.

—¿Criterios? Ah sí, la entrevista. Debes haber hecho algunas preguntas a tus


futuros cónyuges. —Miró alrededor de la habitación y vio un montón de papel
encima de una mesa lacada en rojo. Mientras caminaba, preguntó—: ¿Son éstas?

Cuando cogió el fajo de papeles, ella se apresuró.

—¡Dame eso!

Él la contuvo con una mano mientras exploraba la primera página.

—Déjame ver… Pregunta 1: “¿Alguna vez se ha casado antes?” Es fácil. No.

—Porque ninguna mujer te querría —murmuró.

—Eso probablemente tuvo algo que ver con eso. Pregunta dos: “Describa a su
esposa ideal”. —Él dejó que su mirada se arrastrara despacio sobre Minerva—.
Aproximadamente de metro setenta, pelo castaño dorado, ojos verdes, con un pecho
que haría llorar a un hombre y un trasero que...

6 Referido al paciente que está ingresado en el famoso manicomio Bedlam.


—¡Giles! —Un rojo brillante llenó sus mejillas mientras cruzaba sus brazos sobre
ese pecho.

Él sonrió.

—Basta decir que es muy hermosa.

La breve satisfacción en sus ojos le dijo que Minerva no era tan inmune a los
cumplidos como pretendía.

—No estaba hablando de apariencias físicas, como estoy seguro que sabes. Quería
una descripción del carácter de su esposa ideal.

—Ya veo. Pues bien, mi esposa ideal es un demonio impredecible, con una
inclinación por meterse en problemas y que dice lo que piensa.

—Suena peligroso. —Sus labios temblaron—. Y completamente inapropiado para


un hombre que guarda secretos.

—Buen punto. —Excepto que su inadecuación era precisamente lo que lo


intrigaba. Ella de ninguna manera era adecuada para él. Y eso sólo le hacía quererla
más.

Además, podía manejar a Minerva. Probablemente era el único hombre en


Inglaterra que podía.

Apartó la mirada de ella para seguir leyendo.

—Pregunta tres: “¿Qué deberes domésticos espera usted que realice su esposa?”
—Él se rio—. ¿Qué tipo de respuesta estás buscando? ¿Alguna indicación de la
frecuencia con la que tu solicitante desearía que compartieras su cama? ¿O una
descripción de los actos que le gustaría que “realizaras”?

Ella se sonrojó hermosamente.

—Ese no es el tipo de deberes que quise decir, y tú lo sabes.

—Es el único tipo de deber que le importa a esos malditos que están por ahí —dijo
con frialdad—. Ya que tienen la intención de contratar a un montón de criados con tu
fortuna, sólo necesitan centrarse en lo esencial de tener una esposa. Para ellos, esos
elementos esenciales son obvios.

—¿Pero no para ti? Después de todo, no has respondido a la pregunta.


—Independientemente de tus “deberes domésticos”, estoy seguro de que puedes
manejarlos.

Ella le fulminó con la mirada.

—La cuestión es si quiero hacerlo.

Dejando eso a parte por el momento, volvió a su lista.

—Pregunta cuatro: “¿Cómo se siente acerca de que su esposa escriba novelas?” —


Él resopló—. ¿De verdad esperabas que alguien contestara sinceramente a esto con tu
respiración en su cuello?

—No todo el mundo es tan retorcido como tú.

—Perdóname, no me di cuenta de que esperabas una progresión de santos esta


mañana.

Ella puso los ojos en blanco.

—Sólo por diversión, ¿cuál sería tu respuesta sincera?

Se encogió de hombros.

—No tengo inconveniente en que mi esposa esté escribiendo novelas siempre y


cuando no se refieran a mí.

—Dices eso ahora —dijo con bastante formalidad—. Pero sentirás lo contrario
cuando llegues a casa para encontrarte con que tu cena no está sobre la mesa porque
tu esposa estaba tan inmersa en su historia que se olvidó de la hora. O cuando la
descubras sentada con su salto de cama garabateando locamente mientras tu casa se
está viniendo abajo.

—Puedo permitirme sirvientes —replicó él.

—No es sólo eso. —Hizo un gesto a la lista—. Lee la siguiente pregunta.

Él miró el papel.

—¿Qué clase de mujer necesitas?

—Todo hombre respetable requiere una esposa que viva una vida irreprochable.
¿Por qué crees que no me he casado? Porque no puedo dejar de escribir mis novelas.
—Le lanzó una sonrisa triste—. Y tú en particular, necesitarás una esposa
irreprochable si quieres tener éxito como abogado.
Tenía razón, pero no se atrevió a discutir.

—Ya he tenido éxito como abogado. En cualquier caso, no he vivido una vida
irreprochable, así que ¿por qué debería esperar que mi esposa lo haga?

Su mirada se volvió cínica.

—Vamos, ambos sabemos que los hombres pueden pasar sus tardes en los
burdeles y sus mañanas vomitando, y otros hombres simplemente les dan
palmaditas en la espalda y los llaman buenos compañeros. Pero a sus esposas no se
les permite ni siquiera una pizca de escándalo que empañe sus buenos nombres.
Ciertamente no pueden escribir libros. —Ella tembló dramáticamente—. Porque eso
es comercio ¡Qué horror!

—Ya te he dicho...

—¿Sabías que mi madre también era escritora?

Ahora le había sorprendido.

—¿Qué escribió?

—Poesía para niños. Ella solía leerme sus versos, preguntando mi opinión. —Un
suspiro pesado escapó de ella—. Pero se detuvo después de que ella y papá
discutieran su deseo de que se publicaran. Dijo que las marquesas no publicaban
libros. Que eso no se hacía. —Su voz se endureció. —Estaba bien que él levantara las
faldas de cualquier mujer que le resultara atractiva, pero Dios no permita que mamá
publicara un libro.

Él se tensó.

—No soy tu padre, Minerva.

—Tú te diferencias de él sólo por el hecho de que no estás casado. Es más seguro
mantenerlo de esa manera, ¿no crees?

Maldita sea, a veces su papel como un sinvergüenza le daba una bofetada en la


cara. Le molestó que no pudiera ver más allá que el resto del mundo.

—O un hombre podría cambiar.

—¿Por una mujer? ¿De verdad? En la ficción, tal vez, pero rara vez en la vida real.
—Dice la mujer que se entierra en sus libros —le espetó—. Tu idea de aventurarse
en la vida es rodearte de tus hermanos y retener a todo caballero elegible que pueda
acercarse a ti.

Sus ojos destellaron con furia.

—Oh, ¡es tan de hombre decir tal cosa! No estoy saltando para casarme contigo,
así que debo ser una solterona llorando sola en su habitación escribiendo. Intenté
aventurarme en ello hoy, ¿no? Pero mis hermanos no me dejaron.

—Eso fue simplemente una estratagema, y tú lo sabes. Nunca hablaste en serio


acerca de entrevistar a caballeros como maridos. Sólo querías provocar a tu abuela
para que renunciara a sus demandas.

Él supo que había alcanzado la verdad cuando ella palideció.

—¿Qué te hace decir eso?

—Lo anunciaste en The Ladies Magazine, un foro público, cuando pudiste haberlo
logrado fácilmente con más discreción. Y me explicaste que ningún hombre
respetable quiere una mujer que escriba novelas, pero dices que no me quieres
porque soy un granuja. Si no quieres un sinvergüenza y no crees que puedas tener
un caballero respetable...

—Está bien, búrlate —elevó la barbilla—. No tengo intención de casarme contigo


ni con nadie más. ¿Me puedes culpar?

—No —dijo sinceramente. Cuando parpadeó, añadió—: Pero tu abuela ha dejado


perfectamente claro que debes casarte, así que no tienes elección. Mientras tengas que
casarte para heredar, ¿por qué no casarte conmigo?

—Así que de eso se trata. —Su tono se hizo amargo—. Has encontrado una manera
fácil de llenar tus bolsillos. ¿Por qué no casarse con una solterona malhumorada sin
posibilidad de un marido decente? Entonces al menos tendrías una fortuna para
compensar tu necesidad de casarte con un “demonio impredecible”.

Él luchó por contener su temperamento.

—Si quieres insultarme, intenta otra cosa. Ninguna cantidad de dinero me


convencería de casarme con una mujer a la que no quisiera.

—Dudo eso. Eres un segundo hijo. Todos buscan una fortuna fácil.
—También soy un abogado que es muy solicitado por su asesoramiento jurídico y
que cobra honorarios exorbitantes. Confía en mí, puedo permitirme el lujo comprarte
vestidos y joyas perfectamente bien sin el dinero de tu abuela.

—Esa misma declaración muestra cuán poco me conoces. No me importan los


vestidos y las joyas...

—Pero te preocupas por tus hermanos y sus familias —dijo él suavemente—. Se


quedarán desamparados si no se casan. Jarret me hizo echar un vistazo a los términos
de vuestra abuela para buscar cualquier salida legal de sus demandas. No hay
ninguna.

Una expresión de preocupación frunció su ceño.

—Estoy trabajando en un plan para cambiar eso.

—¿Esta idea de la entrevista? —Dijo con una sonrisa burlona—. En primer lugar,
tus hermanos la están cortando de raíz mientras hablamos. No van a permitir que su
hermana se case con un desconocido de la calle. Ni siquiera van a dejar que estés
expuesta a esos hombres. En segundo lugar, sabes perfectamente bien que la señora
Plumtree no dejará que tus travesuras la sacudan de su propósito. Sólo retrasarás lo
inevitable.

—Jarret fue capaz de hacerla desistir de su propósito —replicó Minerva.

—Porque tenía algo con lo que negociar. Tú no.

Ella giró sobre sus talones.

—Siéntase libre de marcharse en cualquier momento, señor Masters.

—¿Sabes qué es lo que no veo en esta lista de malditas preguntas? —espetó Giles,
decidido a provocarla a tratar con él—. No veo ninguna mención del lado íntimo del
matrimonio. No hay preguntas sobre lo que tu futuro marido esperaría de ti en el
dormitorio. O lo que tú podrías esperar de él.

Ella se dio rápidamente la vuelta y le encaró.

—Eso sería vulgar.

—¿Y entrevistar a caballeros para la posición de marido no lo es? El problema


contigo, querida, es que has visto el matrimonio desde todos los ángulos, excepto el
que importa. —Lanzando su lista sobre la mesa, se acercó a ella con pasos
decididos—. Cómo te sientes cerca de un hombre. Qué te hace cada vez que se
acerca. Si hace que tu corazón se acelere y tu cuerpo arda. Y en esa área, soy el
marido perfecto para ti.

—¿De verdad? —dijo ella, con una voz engañosamente dulce—. ¿Esta es la parte
en la que me llevas a tus brazos y demuestras cómo solo tú haces que mi corazón se
acelere y arda mi cuerpo?

—Si insistes —le dijo y la sostuvo contra él.

Ella no se resistió cuando Giles cubrió su boca con la suya. Incluso le dejó
profundizar el beso. A pesar de no rodearle con los brazos o derretirse en él como lo
había hecho aquella noche hace mucho tiempo, participó activamente en el beso,
dejándole meter su lengua en su boca con movimientos que profundizaban
lentamente. Incluso entrelazó la suya con la de él, haciendo que su pulso se elevara a
un extremo febril y que su polla se pusiera lo suficientemente dura como para ser
incómoda.

Luego ella se echó hacia atrás con una sonrisa de sirena que hizo que su confianza
vacilara.

—Bueno. —Ella se golpeó la barbilla—. Ese fue un beso decente, todas las cosas
están igual. —Presionó su mano contra su pecho. —Mi corazón está, si no bastante
acelerado, yendo a paso rápido. Pero necesito un termómetro para determinar si mi
cuerpo está ardiendo. Voy a ir...

—No te atrevas. —La cogió por el brazo mientras estaba a punto de huir—. Sabes
muy bien que has respondido a ese beso.

Con un gesto suspicaz en sus ojos, ella tiró de su brazo para soltarse de su agarre.

—No estoy diciendo que no respondiera, sólo que no respondí a ningún grado
abrumador. Pero supongo que fue un buen beso. Mejor que algunos, no tan bueno
como otros.

—¿Qué diablos quieres decir? ¿A cuántos tipos has besado en los últimos nueve
años?

—No más de las mujeres que has besado, me imagino.

—Dios mío.
—Pero no te preocupes, no creo que la mujer promedio se quejara de tus besos.
Eres perfectamente competente.

¿Competente? Maldita mocosa insolente. Incluso sabiendo que estaba tratando de


provocarlo, no alivió su orgullo herido.

—Tal vez deberíamos intentarlo de nuevo.

Ella se apartó de él.

—Yo creo que no. Deberías irte, Giles, mis hermanos no estarán demasiado
contentos de encontrarte aquí solo conmigo. Ellos no te aprueban para mí en
absoluto.

Eso era cierto. Jarret le había advertido que se mantuviera lejos de Minerva hacia
sólo unas semanas.

—Y la abuela te desprecia —prosiguió ella—. Piensa que eres una mala influencia
en Gabe. La semana pasada, dijo que la próxima vez que te viera...

Se detuvo como si estuviera muda, con su mirada vagando hacia el fajo de


papeles.

—¿Sí? La próxima vez que me vea…

—¡Oh, caramba!, eso es genial. —Su mirada se volvió hacia él—. ¡Eres brillante,
Giles!

—Eso es lo que he estado tratando de decirte durante la última media hora —


gruñó.

—Lo digo en serio. Esta es la solución perfecta para todos mis problemas con la
abuela.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿De qué se trata?

—¡Tú! ¡Y yo! Le diremos a la abuela que he aceptado tu propuesta de matrimonio.


—Minerva empezó a caminar, con el rostro enrojecido de excitación—. Nunca lo
aprobará. En serio, ella piensa que eres un “sinvergüenza sin conciencia que tan
pronto vendería a su madre como se comportaría honorablemente”.

Él frunció el ceño.
—Sabía que ella no me quería, pero eso es un poco duro. Te haré saber que trato a
mi madre malditamente bien, considerando que pasa todo su tiempo tratando de
casarme con mujeres de la mitad de mi edad. Y toda tu familia parece pasar por alto
el hecho de que soy un abogado muy respetado con un bufete que es...

—Sí, sí, eres un pilar de virtud. —Ella puso los ojos en blanco—. Estás perdiendo
el punto. La abuela nunca me dejará casarme contigo. Siempre se arrepintió de dejar
que mamá se casara con papá, y tú eres prácticamente él.

—Por el amor de Dios —dijo con irritación—, ¿otra vez volvemos a eso?

—Es el plan perfecto. Finge estar comprometido conmigo, y una vez que se dé
cuenta de que estoy hablando en serio, detendrá estas tonterías.

A él le gustaba cada vez menos este plan suyo cuanto más oía hablar de él.

—No funcionó para Oliver. Tomó a la señorita Butterfield como su prometida


fingida y mira lo que pasó. No sólo tu abuela se aferró a sus planes, sino que ahora él
está casado con la mocosa.

Minerva le lanzó una mirada exasperada.

—A la abuela le gustaba María desde el principio. Simplemente fingió no hacerlo,


por lo que el plan de Oliver no funcionó. Además, no es lo mismo para mis hermanos
como para mí y para Celia. Pueden cuidar de sí mismos, y la abuela lo sabe. Los
hombres tienen todo el poder en el matrimonio: pueden golpear legalmente a sus
esposas, tomar su dinero y obligarlas a hacer lo que quieran.

—Espero que no digas que yo lo haría...

—Estoy diciendo que por eso la abuela no estaba preocupada por con quién se
casaran Oliver o Jarret. Pero ella se preocupa mucho de con quién nos casemos Celia
y yo, porque nuestros futuros maridos nos sacarán de su control. Cualquier cosa
podría suceder. —Un resplandor diabólico iluminó sus ojos—. Y la pondrás histérica.

Esto se estaba volviendo molesto.

—Subestimas a tu abuela, querida.

—Confía en mí, la conozco demasiado bien. Pero esto la llevará al límite, estoy
segura de ello. Cuanto más tiempo estemos prometidos, más alarmada estará. —Ella
se volvió hacia él con un grito de alegría—. ¡Y si no lo hace, Jarret y Oliver se
asegurarán de que sí! Definitivamente no te aprobarán como mi marido. La tratarán
de convencer para que ceda, sobre todo si piensan que realmente quiero casarme
contigo.

Ella juntó las manos.

—Finalmente la tendré exactamente donde la quiero, y se verá obligada a rescindir


su ultimátum. ¡Qué plan más brillante!

—Sólo si estoy de acuerdo. Y no lo estoy.

Eso la desinfló.

—¿Por qué no? Todo lo que tienes que hacer es cortejarme.

—No quiero cortejarte, quiero casarme contigo. Mañana, si es posible, aunque


supongo que podríamos resistir unos días...

—¡No me voy a casar contigo, Giles! —Ella puso los brazos en jarras—. ¿No te
entra eso en la cabezota?

Él arqueó una ceja.

—Entonces, ¿por qué debo ayudarte con tu plan? ¿Qué ventaja hay para mí?

Eso finalmente llegó hasta ella. Pronunció una maldición baja que era
decididamente impropia de una dama. Entonces empezó a caminar de nuevo, esta
vez con su bonita frente fruncida.

—Tienes razón. Tienes todas las razones para esperar algo a cambio.

—Exactamente.

—Quiero decir, tendrás que hacer un cortejo apropiado, acompañándome a bailes


y fiestas, dándome pequeños regalos...

—Pensé que dijiste que no te gustaban los regalos—señaló Giles.

—Tienes que hacerlo convincente.

—Entonces definitivamente espero compensación. —Tú en mi cama estaría bien.

Pero ella nunca estaría de acuerdo con eso.

—Compensación…compensación. —De repente ella lo miró, con el rostro


resplandeciente—. ¿Y si mato a Rockton? Entonces ya no tendrás que preocuparte
por mis libros.
Él la miró con escepticismo.

—No vas a asesinar a tu personaje más popular.

—Puedo matar a quien quiera. Y si quiero acabar con Rockton, lo haré.

—No tienes que decirlo con tanto entusiasmo —gruñó él, sin estar seguro de que
le gustara el hecho de que pudiera prescindir de su personaje con la misma facilidad
con que podía descartar un vestido viejo—. Además, ¿no te preocupa que matar a
Rockton dañe tu futuro como autora? ¿Y si tus lectores dejan de comprar tus libros
como resultado?

—Si tengo que casarme con algún señor metomentodo para complacer a la abuela,
no podré escribir ningún libro. —Cuando él abrió la boca, dijo—: No me refería a ti.
Si me casara contigo, te asegurarías de que nunca escribiera sobre Rockton de nuevo,
así que de cualquier manera, él tiene que irse.

Giles cerró la boca. Era desconcertante cómo a veces leía su mente.

—¿Entonces qué te parece? —Dijo ella animadamente—. ¿Estarás de acuerdo en


ser mi prometido si estoy de acuerdo en matar a Rockton?

Él podría señalar que matar a Rockton no le impediría comenzar de nuevo con


otro personaje basado en él. Podría reiterar que su plan estaba condenado al fracaso,
que su abuela no era tonta y que nunca dejaría que su nieta moviera los hilos. Podría
argumentar una vez más que Minerva debería casarse con él. Pero ese argumento no
estaba funcionando hasta ahora, y mientras permaneciera su muralla de ideas
equivocadas sobre él, nunca lo haría.

Deseaba poder decirle la verdad de por qué había robado los papeles, qué había
estado haciendo desde entonces, por qué tenía que guardar silencio sobre su
encuentro. Pero no podía.

Por un lado, no confiaba en ella. Los escritores eran urracas: tomaban trozos de
cosas y los unían para hacer sus historias. Minerva no tenía razones para proteger los
intereses de él…o los de sus superiores. Por el amor de Dios, ya lo había convertido
en un espía, lo que estaba bordeando demasiado cerca la verdad para su comodidad.
Si alguien reconociera los fragmentos de sus novelas y se descubriera su robo, no
sería el único que sufriría.

Ravenswood se vería obligado a explicar por qué el gobierno había aceptado un


robo de una casa de un famoso lord, realizado por un ciudadano privado. Newmarsh
casi seguramente querría venganza por ello, considerando que había sido exiliado de
Inglaterra por su parte en el fraude. Y todo el mundo en la esfera de Giles que se
había encontrado en problemas con el Ministerio del Interior supondria que era Giles
quien los había puesto allí. Eso no podría ayudar a su carrera.

Simplemente no podía arriesgarse a decirle la verdad sobre aquella noche.


Minerva era demasiado impredecible para confiarle su futuro.

Además, si pudiera superar esta cuestión hasta que estuvieran casados, no


importaría. Ya no trabajaría para Ravenswood; ella no tendría ninguna razón para
sospechar nada de él. Con el tiempo perdería el interés por ese robo, y sus secretos se
desvanecerían en el pasado donde pertenecían.

Si se casaba con ella. Y él tenía la intención de hacerlo. En realidad, acceder a su


plan no era una mala idea. Podía cortejarla y dejar que lo conociera. Estarían pegados
el uno al otro durante semanas, posiblemente meses, y si no podía convencerla de
casarse con él en ese tiempo, merecía perderla.

Un súbito bramido procedente de alguna de las 356 habitaciones de Halstead Hall


rompió la quietud.

—¡Minerva! Maldita sea, Minerva, ¿dónde estás?

Minerva saltó.

—Oh, Señor, ese es Oliver. Probablemente viene a darme un rapapolvo sobre todo
este asunto de las entrevistas. ¿Qué dices, Giles? Necesito tu respuesta ahora.

—Primero, quiero otro beso —dijo, acercándose a ella—. Para ayudarme a tomar
una decisión.

Ella se sonrojó.

—Absolutamente no. Y no pienses que este noviazgo fingido incluirá besos,


porque no lo hará.

Él la miró de reojo.

—¿Por qué no, si encuentras mis besos tan poco inspiradores? ¿Por qué te importa
si de vez en cuando te doy uno de mis besos simplemente “competentes”?

—¡No tenemos tiempo para esto!

—Los besos son parte de ello, o no hay trato. —Dijo firmemente.


—¡Minerva! —Rugió Oliver desde mucho más cerca.

Ella se apresuró a ir hacia la puerta y la abrió, luego volvió hasta él con una
expresión frustrada.

—De acuerdo. De vez en cuando puedes besarme, supongo.

—Entonces acepto tus términos. —Se acercó más—. Así que vamos a sellar nuestro
trato con un beso.

Él iba a conseguir otra oportunidad aunque le fuera la vida en ello.

—¿Estás loco? Si Oliver nos ve besándonos, no tendrás la oportunidad de


cortejarme, habrá un duelo al amanecer.

—¿Cómo sabes que no habrá un duelo al amanecer cuando le digas que has
aceptado mi propuesta de Matrimonio?

—No seas ridículo. No es tan impulsivo. Aunque apuesto a que


intentará…esto...hacerte entrar en razón. Él y Jarret. Y posiblemente Gabe.

—Nuestro trato tiene cada vez mejor aspecto —dijo secamente—. Tengo la
oportunidad de luchar contra los Sharpe mientras estás de pie fingiendo que te
preocupas —se acercó lo suficiente para susurrar—. Definitivamente necesitaré unos
cuantos besos tuyos si eso llega a pasar, descarada.

—¡Retrocede! —Siseó ella justo cuando la puerta se abría completamente.

—Maldita sea, Minerva —comenzó Oliver—, sal a decirles a estos idiotas...

Dejó de hablar, el ceño de sus cejas oscuras se profundizó.

—¿Qué demonios está pasando aquí? Masters, pensé que estabas en el estudio,
esperando a Jarret.

Minerva miró a su hermano con una sonrisa forzada.

—En realidad, vino para ser entrevistado.

Esa fue la señal de Giles.

—Siento el subterfugio, viejo, pero pensé que lo perdonarías en este caso. —


Deslizó la mano en la parte baja de la espalda de ella—. Verás, tu hermana me ha
hecho el más feliz de los hombres. Minerva finalmente aceptó ser mi esposa.
Capítulo 3

—¡Sobre mi cadáver!

Hetty escuchó el rugido de Oliver desde dos salas arriba y se apresuró a bajar tan
rápido como su bastón pudo llevarla. Debía haber encontrado a Minerva. Maldita
chica. ¿Por qué no podía casarse con algún tipo decente y acabar con eso? ¿Por qué
tenía que inventar esta tontería acerca de entrevistar a tontos que solicitó en los
periódicos como una vulgar prostituta?

Bueno, Oliver acabaría con eso, no querría que Minerva se casara con algún
extraño, gracias a Dios.

Siguió el sonido de las voces en el salón chino, luego se detuvo en seco. Oliver se
enfrentaba a ese sinvergüenza de Giles Masters, sólo Dios sabía cuándo había entrado.
Y Minerva permanecía de pie con la mano en el brazo de Giles.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Hetty.

Oliver le lanzó una mirada de enojo.

—Masters tiene la estúpida idea de que se va a casar con Minerva.

Hetty dejó escapar un suspiro. ¿Masters? ¿Con su nieta? Nunca.

—Por supuesto —continuó Oliver—, acabo de informarle que es imposible.

—No tienes que decidir eso —dijo Minerva con firmeza—. Yo soy la única que
decide con quién me caso. Además, me has estado presionando para casarme tanto
como la abuela. Entonces, ¿por qué te importaría a quien yo elija?

—Porque es Masters —dijo Oliver—, y es...


—Un caballero —dijo Minerva.

—No tienes ni idea de lo que es —espetó Oliver—. Dame cinco minutos, y puedo
contarte historias que te harán arder los oídos.

—Estoy segura de que podrías —dijo Minerva—. Probablemente estás en cada una
de ellas. ¿No crees que es hipócrita de tu parte calumniar su reputación cuando no es
peor que la tuya?

—¿Vas a dejarla ir con este canalla? —Le preguntó Oliver a Hetty.

Minerva le lanzó a Hetty una mirada astuta.

—No has dado reglas de con quién podríamos casarnos, abuela, sólo de cuando
teníamos que casarnos.

—Me importan un bledo las reglas de la abuela —replicó Oliver—. No puedes


casarte con Masters. Como jefe de esta casa, lo prohíbo. No es digno de ti.

—Te concedo eso—dijo Masters con suavidad—. Pero ella no parece estar de
acuerdo, y eso es todo lo que importa.

Los dedos de Oliver se cerraron en puños a su costado.

—Vas detrás de su herencia, ¿verdad?

Masters se enfureció.

—Cuidado, Stoneville. Hemos sido amigos durante mucho tiempo, por lo que sólo
esta vez, voy a disculpar tu insulto a mi honor. No tengo intenciones sobre la
herencia de Minerva o su dote. Ella puede guardarlo todo si lo desea. Puedes poner
eso en el acuerdo.

Hetty observó a Minerva para ver qué respuesta obtuvo eso. El sobresalto que dio
la chica cuando la palabra acuerdo fue pronunciada le dio que pensar.

—¿Así que quieres mantenerla con el salario de un abogado? —exclamó Oliver.

Un profundo sonrojo se alzó en el rostro de Masters.

—Puedo mantener suficientemente bien a una esposa, si esa es tu preocupación.

¿Podría ser cierto? Masters era bien conocido por su competencia como abogado,
pero muchos leguleyos pasaban sus noches en burdeles y casas de juego, donde su
dinero se alejaba como las arenas del desierto. Según todos los informes, Masters era
uno de ellos.

Justo en ese momento Jarret y Gabe entraron.

—No deshicimos de la mayoría de esos tontos —dijo Jarret—. Pero algunos son…
¿Masters? Pensé que estabas en el estudio esperándome.

—No —dijo Oliver—. Está aquí, convenciendo a Minerva para casarse con él.

—¡Y una mierda! —gruñó Jarret al mismo tiempo que Gabe gritaba—. ¡Veremos
eso!

Los hombres comenzaron a acercarse a Masters, que se quedó allí con un extraño
resplandor de desafío en sus ojos.

—¡Es suficiente! —dijo Hetty bruscamente—. Todos vosotros, fuera. Quiero hablar
a solas con el señor Masters.

—Permítenos manejar esto, abuela —dijo Jarret.

—No te dejaré pelear en la sala favorita de tu madre. —Hizo un gesto de


ahuyentar—. Vete, sal con los demás. Tú también, Minerva. La única persona que va
a decidir si el señor Masters es un pretendiente aceptable soy yo.

Los otros dudaron, luego se movieron a regañadientes hacia la puerta. Todos


menos Oliver. Se acercó a Hetty para murmurar:

—Yo soy el que debe tomar esta decisión. Soy el cabeza de esta casa.

—¿Quién ha pasado las últimas horas tratando de deshacer el daño que ha


causado la última travesura de tu hermana? —Hetty miró hacia donde Minerva
estaba merodeando, tratando de oír lo que decían.

Hetty bajó la voz.

—No puedes controlar a la niña más que yo. Hace mucho que pasó la edad del
consentimiento, y hará lo que quiera. Me atrevo a decir que espera que yo la repudie
para que pueda pudrirse en una cabaña en algún lugar escribiendo sus libros. Ella
seguirá metiéndose en problemas hasta que yo ceda o tú y tus hermanos tengais
duelos con la mitad del condado. Es hora de otra táctica.

—¿Involucrando a Masters de todos los hombres?


—No me gusta más que a ti. Pero antes de decidir algo, déjame hablar con él.

—Bien. Siempre que consiga dispararle después. —Oliver lanzó a Masters una
mirada desagradable al salir por la puerta.

Masters se la devolvió con un frío gesto de asentimiento.

Una vez que estuvieron solos, la abuela se acercó a la botella de brandy encima de
un cofre chino.

—¿Algo para beber, señor Masters?

—Nada para mí, gracias.

Con una mirada astuta, ella se sirvió un vaso.

—Vamos, sé que usted no es un muchacho inocente.

—Con el debido respeto, señora Plumtree, prefiero no perder la cabeza en


presencia de una maestra de la manipulación como usted.

A ella se le escapó una risa.

—Siempre fuiste sincero. —Sorbió su brandy—. Entonces, ¿por qué no seguir


siéndolo, y decirme de qué se trata realmente?

Él la miró cautelosamente.

—No sé a qué se refiere.

Ella resopló.

—Mi nieta ha luchado contra la idea del matrimonio desde hace nueve años. No
hay ninguna posibilidad de que ella decidiera casarse contigo sólo porque hoy
pasaste a visitar a Jarret.

—De hecho, vine aquí a propósito a la entrevista para la posición de su marido.

Eso tomó a Hetty por sorpresa.

—¿Lo has leído en The Ladies Magazine?

—Exactamente.

Esto se ponía más interesante por momentos.


—Y decidiste que ibas a dejar a un lado tus caminos de sinvergüenza y trotar hacia
aquí para hacerla tu esposa. Por ninguna otra razón que el que supieras que estaba
entrevistando a hombres para encontrar un marido.

Él sonrió débilmente.

—No hay otra razón.

—Te das cuenta de que sólo te está usando para molestarme.

Pasó un momento mientras él miró su rostro.

—Ya lo sé.

Hetty siguió una corazonada.

—Ella espera que me sienta tan indignada por su decisión que renunciaré a
pedirle que se case.

—¿Pedir? —Preguntó, con un repentino brillo en los ojos—. ¿Así es como lo llama
usted?

Ella tomó un sorbo de brandy.

—No apruebas mis métodos.

—No. Pero eso no me impedirá aprovecharlos para acercarme a Minerva.

—¿Por qué?

—Porque es la única mujer con la que he considerado seriamente casarme. No iba


a permitir que algún otro tipo la enganchase.

Ella podía jurar que él estaba diciendo la verdad, lo cual era bastante asombroso.

—Vamos, ambos sabemos que no tenía intención de casarse con un desconocido.


Ella sólo quería irritarme.

—¿Funcionó?

Ella puso los ojos en blanco.

—No soy la pardilla por la que mi nieta me toma. Esta tontería contigo es sólo otro
intento de forzar mi mano.

Él le dio una mirada de consideración.


—Pongamos nuestras cartas sobre la mesa, ¿vale? Como ya ha adivinado, Minerva
no quiere casarse conmigo. Lo que quiere es que yo pretenda ser su novio hasta que
usted se asuste tanto por los esponsales que rescinda su ultimátum.

—Y tú aceptaste este plan porque…

—La verdad es que quiero casarme con ella.

—De nuevo, debo preguntarte por qué.

—¿Ha leído alguna vez las novelas de Minerva?

—¿Qué tiene eso que ver con algo?

—Minerva se pone a sí misma en sus libros. Lo sé, los he leído todos. Cuando está
con la gente se esconde detrás de sus burlas inteligentes y sus puntos de vista cínicos,
pero se puede ver la verdadera Minerva en sus novelas. Y me gusta esa Minerva.

A Hetty también. Sin embargo, nunca le había dicho a Minerva que leía sus
novelas. Por supuesto, eran una diversión bastante buena, llenas de giros y sorpresas
y personajes intrigantes. Pero Hetty nunca había querido animar a su nieta en una
profesión tan docta.

Las marisabidillas no se casaban, no proporcionaban bisnietos a sus abuelas, y


creaban caprichosamente escándalos para los bisnietos restantes. Solo había que
mirar a esa tonta de Mary Shelley, que había robado el esposo de otra mujer y había
sido condenada al ostracismo por ello. Hetty quería algo mejor para su nieta. Los
Sharpe ya tenían bastante escándalo para una familia, muchas gracias.

Pero a veces, cuando estaba leyendo los libros de la chica, se sentía como si
estuviera topándose contra una parte de su nieta que nunca vio. La parte que echaba
de menos a sus padres. La parte que quería una familia propia.

La parte que escondía del mundo. Qué extraordinario que un hombre como
Masters lo hubiera visto también.

—¿La amas? —Preguntó bruscamente.

Su expresión se cerró.

—La admiro y la respeto.

—Y la quieres en tu cama.
Él empezó a hablar, luego se ruborizó.

—Me imagino que la mayoría de los hombres quieren que sus esposas estén en sus
camas.

—Pero no la amas.

Algo duro parpadeó en sus ojos.

—El amor es para los tontos y los soñadores. Yo no soy ninguna de las dos cosas.

Eso no significaba que Masters fuera inapropiado para Minerva. Tampoco


significaba que fuera adecuado. Era bueno que no hubiera mentido acerca de sus
sentimientos, pero el hecho de que no confiara en el amor era un poco preocupante.

Sin embargo, sonaba igual que Oliver y Jarret antes de que conocieran a sus
esposas. Y probablemente Gabe, también, si el sinvergüenza se hubiera tomado el
tiempo para pensar en ello. Oliver y Jarret habían encontrado el amor. ¿Y por qué?
Porque la mayoría de los hombres eran tontos y soñadores. Simplemente no querían
admitirlo ante sí mismos.

—No quiero ver a Minerva herida —dijo Hetty en voz baja—. No he elaborado
este plan para castigarla, no importa lo que ella piense. Lo hice para empujar a mis
nietos fuera del nido. Para obligarlos a enfrentarse a la vida en lugar de huir de ella.
Pero eso no significa que me quede de brazos cruzados mientras algún tunante le
roba el corazón y lo pisotea. Los hombres como tú tienden a pasar sus noches con sus
amantes y prostitutas...

—Quiero ser fiel a Minerva —dijo con firmeza—. Seré un buen marido para ella, lo
juro. Mi profesión es muy lucrativa.

—Y tú te lo juegas con regularidad, por lo que yo entiendo.

—No crea todo lo que oye. Todo lo que pido es que me dé la oportunidad de
ganarla. Necesito tiempo, y usted necesita darle libertad. Déjeme que la corteje.
Mientras tanto, usted puede preguntar acerca de mis asuntos de negocios si eso la
tranquiliza.

—No te preocupes, lo haré. Y supongo que eso significa que no tienes ningún
problema con Pinter olfateando en tu vida.

Jackson Pinter era el Bow Street Runner a quien Oliver había contratado para
examinar los antecedentes de cualquier posible cónyuge de los nietos de Hetty.
Eso pareció dar a Masters una pausa, pero después de un momento de reflexión,
concedió con una inclinación de cabeza.

—Si escucha algo que la alarma, entonces retire su aprobación, y me conformaré


con su decisión.

—¿Aun a riesgo de enojar a Minerva?

Él le lanzó una sonrisa torcida.

—No soy idiota, señora Plumtree. Reconozco quién dirige realmente esta familia. Si
no está de mi parte, entonces nunca tendré una oportunidad con Minerva, y los dos
lo sabemos.

—Finalmente, un hombre que me aprecia. —El señor Masters le gustaba cada vez
más, aunque todavía se reservaba el veredicto hasta que tuviera una mejor opinión
de sus expectativas.

—¿Es un trato, entonces? —Preguntó.

Ella dudó. Pero nada más había funcionado con Minerva. ¿Por qué no darle a
Masters la oportunidad de espabilarla?

—Muy bien.

—Gracias. —Dejó escapar un largo suspiro—. Creo que ahora voy a tomar esa
bebida.

Con una sonrisa, ella le sirvió un poco de brandy y le entregó el vaso.

—Lo necesitarás. Mis nietos se preparan para dejarte hecho papilla a golpes. Y voy
a dejarlos.

Giles tomó un sorbo de brandy.

—Yo también. —La miró fijamente—. Ella vale la pena.

—¿Estás seguro de eso? Te va a traer loco en las próximas semanas, te lo prometo.

—Puedo manejar a Minerva.

Ella rió.
—Mejores hombres que tú lo han intentado y han fallado. —Bebió un poco de
brandy—. Pero tienes pelotas, muchacho. Tengo que reconocerlo. Eso podría ser
suficiente.

Él alzó su copa con una sonrisa diabólica.

—Por mi futura esposa.

Hetty le miró de reojo, pero de todos modos chocó con su copa.

—Veremos.
Capítulo 4

Minerva esperó a que salieran Giles y la abuela, todavía sorprendida de que él le


hubiera propuesto matrimonio. Por supuesto, sólo lo había hecho para que dejara de
escribir sobre él, pero aun así…

Acalló la pequeña emoción que la recorría cada vez que recordaba que él le dijo
que no podía olvidarla. Era el tipo de cosas que todos los sinvergüenzas decían a las
mujeres. No lo decía en serio. No podía decir eso. ¿O sí?

No. Después que ella le hubo dado lo que él había querido, había estado
demasiado ansioso por aceptar su plan para un cortejo fingido. Sin duda se sintió
aliviado de no tener que sacrificarse en el altar de la respetabilidad por sus secretos,
cualesquiera que fueran.

—No puedes pretender casarte con él, hermana —dijo Jarret por tercera vez.

—Pensé que eras su amigo —respondió Minerva.

—Lo soy. Por eso sé que no es el adecuado para ti.

—No sabes nada de él. —Ella volvió su mirada hacia sus otros hermanos—.
Ninguno de vosotros.

Todos empezaron a hablar de inmediato, balbuceando sobre esta escapada u otra.

—¡Silencio! No escucharé otra mala palabra sobre él. Sé lo que ha hecho en el


pasado, y he hecho mi elección. Vosotros tres no tenéis nada que decir al respecto.

Eran muy dulces al preocuparse tanto, pero ella estaba cansada de que la vieran
como a una inocente que tenía que ser protegida de los hombres a toda costa. No la
trataban así en ningún otro ámbito.
—Muy bien —replicó Oliver—. Estoy segura de que la abuela tendrá mucho que
decir.

Minerva ciertamente lo esperaba. Aun así, se sentía más inquieta cuanto más
tardaba la abuela con Giles. ¿Qué estaban discutiendo? Sin duda Giles estaba
probando su encanto patentado en ella.

Bueno, puede que lo consiguiera con otras mujeres, pero no con la abuela.
Minerva había oído suficiente de los criados sobre las hazañas de sus hermanos,
todas las cuales habían incluido a Giles, para saber que estaba más familiarizado con
los burdeles y el libertinaje que la mayoría de los calaveras de Londres. La abuela
nunca toleraría su noviazgo. Entonces Minerva, al fin, estaría libre de su ultimátum.

Mientras estaban en el pasillo esperando, Freddy, el primo de la nueva esposa de


Oliver, se acercó. Él y su esposa habían estado de visita desde su regreso de América.

Se dirigió directamente hacia un plato de caramelos de limón en una mesa


auxiliar.

—¿Qué pasa?

La expresión de Oliver se suavizó ligeramente.

—Nada que te deba preocupar, muchacho.

—Minerva quiere casarse con un sinvergüenza —espetó Gabe—. La abuela le está


dando al hombre una bronca.

—¿Es por eso que un grupo de hombres está entrando en el patio carmesí? —
Preguntó Freddy—. ¿Son amigos suyos?

Sus hermanos se quedaron boquiabiertos, y luego salieron disparados por el


pasillo.

Minerva sonrió. Freddy podría ser obtuso, pero tenía sus usos.

—¿Cuántos hombres dirías que hay?

Con un encogimiento de hombros, Freddy se metió dos caramelos de limón en la


boca.

—¿Veinte, tal vez?

Eso debería mantener a sus hermanos fuera del camino durante un rato.
—Al principio pensé que los hombres podrían estar aquí para la carrera —
continuó Freddy—. Entonces recordé que es mañana.

Minerva entrecerró la mirada.

—¿Qué carrera?

Freddy la miró, luego parpadeó.

—¡Maldita sea!, olvidé que se suponía que no debía decirle nada a las señoras.

—¿Deduzco que la carrera involucra a Gabe?

—¿Cómo lo adivinaste? —Dijo, alarmado.

Ella le miró de reojo.

—Oh. Vale. Es el único de aquí que corre.

—Está totalmente loco, eso es lo que es —gruñó Minerva—. Incluso después de


romperse el brazo hace unos meses en las carreras, está conduciendo su faetón en
tres más. La abuela le reprende cada vez, pero parece no hacer ninguna diferencia.

Freddy chupó tranquilamente el caramelo de limón.

—Creo que es por eso que se supone que no debemos hablarle sobre eso.

—Me atrevo a decir que tienes razón. —Y por eso los únicos de la familia que lo
habían visto correr eran sus hermanos, ya que los asuntos privados generalmente
involucraban al tiro más rápido de Gabe. No se suponía que las mujeres asistieran a
ellas a causa de todo lo que se bebía, jugaba y las prostitutas.

Hmm. Tal vez había una forma en que podía usar esto en su pelea con la abuela.

—¿Van Jarret y Oliver?

—Dijeron que irían. —Dio un fuerte suspiro—. Yo mismo quería ir, pero Jane
quiere que mañana la acompañe a ella y a María a hacer compras en la ciudad. Odio
ir de compras. Nunca hay nada que comer. Sólo vestidos, vestidos y más vestidos.
¿Por qué las damas necesitan tantos vestidos, de todos modos? Sólo podéis usar uno
a la vez.

—Tenemos que tener algo para llenar el armario, o los ratones entran y construyen
nidos —bromeó.
—¿De verdad? —Dijo con perfecta sinceridad—. No tenía ni idea.

Lamentablemente, probablemente no la tenía.

—¿A qué hora es esta carrera?

Parecía incierto.

—No sé si debo decirlo.

—Si me lo dices, te diré dónde pone Cook los pasteles de riñón a enfriar.

Sus ojos se iluminaron. Freddy era muy fácil de sobornar.

—Es a las diez de la mañana.

—¿Y dónde tiene lugar?

—No estoy muy seguro. Cerca de alguna posada en Turnham. Eso es todo lo que
sé.

La puerta del salón se abrió y Giles y la abuela salieron, parecían sospechosamente


alegres. Minerva se puso tensa. Eso no era una buena señal.

La abuela empezó.

—¿A dónde fueron los muchachos?

—Aparentemente, los caballeros que han llegado para ser entrevistados están
invadiendo la casa —dijo Minerva con cierta satisfacción—. Freddy me dice que
están llenando el patio carmesí.

—Dios nos ayude a todos —murmuró la abuela—. Supongo que tendré que reunir
más sirvientes.

Cuando se dirigió al vestíbulo, Minerva gritó:

—¡Espera! ¿Qué hay de Giles y de mí?

—Le di permiso para cortejarte —dijo la abuela con un gesto despectivo—. Por lo
menos es un pretendiente legítimo y no una escoria que respondió a un anuncio —le
lanzó a Freddy una mirada intensa. —Vigilarás a esos dos, ¿verdad, muchacho?

Minerva seguía boquiabierta cuando ella se apresuró a salir. ¡Maldita mujer!


Minerva debería haber sabido que la abuela no se rendiría tan fácilmente.
—¿Qué quiere decir con “vigilaros”? —preguntó Freddy.

—Creo que ella quiere que hagas de chaperón —dijo Giles secamente.

—Oh, Dios —dijo Freddy con una pizca de pánico—. No sé nada de hacer de
chaperón.

La travesura brilló en los ojos de Giles.

—No te preocupes. Nosotros mismos nos vigilaremos.

—Es como pedirle a un dragón que proteja a la virgen —murmuró Minerva en voz
baja. Ella sonrió alegremente a Freddy—. De todos modos, no hay necesidad de que
seas chaperón. Nuestro huésped ya se iba. —Aunque ella quería que se le
contestaran confidencialmente algunas preguntas contestadas antes de que se fuera.
—Voy a verlo y regresaré en un instante.

Freddy parecía nervioso.

—¿Debería ir contigo?

—No seas tonto —dijo ella suavemente—. ¿Qué podría ocurrir entre aquí y la
puerta? —Salir de un lugar tan grande como Halstead Hall requería que se
atravesaran varios pasillos y por lo menos dos patios, pero con suerte Freddy no
pensaría en eso. —Estoy segura de que el señor Masters puede ser un caballero
durante ese tiempo.

—Masters —dijo Freddy, frunciendo el ceño—. Ya he oído ese nombre antes. —Él
se iluminó. —Aguarda, ¿has apostado con Lord Jarret que podrías beber diez jarras
de cerveza en una hora y todavía disfrutar de una pu…? —Se interrumpió con una
mirada de disgusto.

—Sí, Giles, ¿eres tú ese Masters? —Preguntó dulcemente Minerva.

—De ninguna manera. —Giles colocó la mano de ella en el hueco de su brazo, y


luego comenzó a caminar por el pasillo. Tan pronto como estuvieron fuera del oído
de Freddy, ella dijo:

—Mentiroso.

—No, en absoluto —dijo con tristeza—. Sólo eran cinco cajas.


Parecía avergonzado. Eso no era como Giles se comportaba, por lo que ella sabía.
Al igual que sus hermanos, siempre había actuado como el despreocupado
sinvergüenza sin vergüenza aparente.

—¿Y has ganado? —preguntó ella con una mirada maliciosa. Odiaba lo mucho
que le molestaba que hubiera hecho una apuesta que implicaba complacer a cualquier
mujer, incluso a una dama de mala reputación.

—¿Es importante?

—Tú eres el que dijo que debería hacer preguntas sobre lo que podría esperar de
mi futuro marido en el dormitorio. Me imagino que si ganaste la apuesta, eso
demuestra que tienes suficiente resistencia para mantenerme feliz.

Giles mantuvo una penetrante mirada azul sobre ella.

—Si estás tratando de sorprenderme, no funcionará. He leído tus libros,


¿recuerdas?

Sí, ese era el problema.

En su mente entró una duda persistente.

—No le dijiste a la abuela que en realidad no quiero casarme contigo, ¿verdad?

Su expresión se volvió ilegible.

—Has prometido matar a Rockton. ¿Por qué pondría esto en peligro con tu
abuela?

—Buen punto. —Pero ella todavía no confiaba en él—. ¿Entonces, qué le dijiste a la
abuela? ¿Cómo la convenciste de que permitiera un cortejo entre nosotros?

—Le dije que quería casarme contigo. Que te he admirado y respetado. Que
podría apoyarte. ¿Por qué? ¿Qué querías que le dijera?

—No lo sé. Algo alarmante.

—¿Cómo ”Por favor, permítame casarme con su nieta, señora Plumtree, para
poder golpearla todas las mañanas y encadenarla a la cama todas las noches”?

Ella se esforzó por no reír.

—Algo así.
—Tú estás inmersa en tus novelas góticas, cariño. Si le dijera una mentira tan
grande, ella se olería a gato encerrado. O se negaría a dejarme cortejarte, me echaría
de la casa, y eso sería el fin de tu plan. Tiene que verme como un problema, ¿y cómo
puedo ser un problema si la dejo prescindir de mí con demasiada facilidad?

—Cierto. Entonces, ¿cómo exactamente quieres ser un problema?

Él la arrastró a través de la puerta abierta más cercana, que conducía a la desierta


sala de desayunos. Luego la tomó en sus brazos y cubrió su boca con la suya.

No le dio ninguna oportunidad de pensar o de organizar sus defensas, como ella


había hecho antes. La besó con una audacia que la derritió hasta los dedos de los
pies. Su pulso se disparó intensamente y su cabeza comenzó a girar. Él la inundó con
el puro y visceral poder de la seducción y volvió su resolución en papilla. Junto con
su cerebro, sus rodillas y algunas otras partes del cuerpo.

Un sedoso calor se filtró a través de su cuerpo cuando el beso se volvió


descaradamente perverso. Incluso saber que él simplemente se comportaba fielmente
al proceder de un canalla no la impedía responder. Había pasado nueve años
recordando su beso enloquecedor, y quería otro muchísimo. Había frenado sus
deseos antes; no podía contenerlos ahora.

Especialmente cuando sus manos empezaron a recorrer su cuerpo con decidida


posesividad. Las deslizó por sus costillas, haciendo que ansiara sentirlas en lugares
más íntimos. ¿Se atrevería a tocarla donde no debería? ¿Se atrevería a permitírselo?

Entonces el beso terminó, dejándola temblando con deseos insatisfechos que


nunca había pensado volver a sentir.

Él acarició su mejilla.

—¿Eso responde a tu pregunta? —preguntó con un murmullo ronco que resonó en


todo su cuerpo traidor.

Ella luchó para recuperar el control. Y recordar de qué estaba hablando. Ah, sí.
Cómo pretendía él convertirse en un problema para la abuela.

—Que me beses posiblemente no ayude en esta situación.

—Si tu abuela nos ve, se dará cuenta de que soy más un canalla que un
pretendiente y se alarmará.

Minerva retrocedió para mirarlo.


—Si nos ve, me proclamará comprometida y hará que me case contigo.

—¿Y eso funcionaría? —Dijo él con escepticismo—. Tengo la idea de que tu abuela
no podría obligarte a hacer nada.

—No quiero probar esa teoría, especialmente. —Le empujó contra su pecho—.
Además, tengo una forma menos peligrosa de convertirte en un problema...

—Que Dios me ayude —murmuró una voz desde la puerta.

El corazón de Minerva se hundió mientras se volvía para ver a Freddy, con los
ojos como platos al observar las manos de Giles aun sujetando su cintura. Y Giles
ciertamente se tomó su dulce momento para liberarla.

—¿Qué haces aquí, Freddy? —preguntó Minerva, irritada por los dos.

—Pensé que podrían quedar algunos muffins del desayuno. —Su mirada se volvió
acusadora—. Dijiste que sólo le estabas acompañando a la puerta. — Freddy se pasó
los dedos por el pelo mientras daba una mirada hacia el patio carmesí, llamado así
por sus azulejos de color rojo brillante. —Maldita sea, tu abuela me arrancará la piel
a tiras. Y tus hermanos me sujetarán mientras ella lo hace. Se supone que debía
vigilarte. —Su voz se elevó con su histeria. —Dijiste que nada podía pasar entre el
salón y la puerta...

—No pasó nada —dijo Minerva firmemente.

La mirada de Freddy voló de ella a Giles.

—Pero Masters tenía sus manos...

—Está bien, Freddy. Él solo estaba…estabilizándome. Casi me caigo.

Los ojos del joven se entrecerraron.

—No soy un completo idiota, ¿sabes?

Ella suspiró.

—Por supuesto que no. Pero francamente, no hay razón para que nadie se entere
de ello. No diré nada si tú no lo haces. ¿Por qué deberíamos molestar a la abuela con
esto? —Ella le lanzó una mirada astuta—. Odiaría ver que te metes en problemas.

—Eso sería muy malo —murmuró—. Jane nunca me lo perdonaría. Le gusta su


familia. No querría que regresáramos a casa con una nube sobre nuestras cabezas.
—Exactamente —dijo, sintiendo un pequeño chasquido de culpa al jugar con su
pánico irracional. Sobre todo porque podía sentir a Giles perforándola con la
mirada—. Vamos a mantener esto entre nosotros, ¿de acuerdo?

—Muy bien. Aunque tal vez deba ir contigo para acompañar al señor Masters
hasta la puerta.

—Buena idea —dijo Giles mientras le ofrecía a Minerva el brazo.

Ella lo tomó, su corazón latió más rápido cuando él puso su mano sobre la suya.
Llevaba guantes, al igual que ella, pero juraría que podía sentir el calor de su piel a
través de las dos capas de cuero.

Mientras se dirigían a la puerta, ella dijo:

—Evitemos el patio, ¿de acuerdo? No tiene sentido recordar a mis hermanos que
quieren darle una paliza al señor Masters.

Giles le lanzó una media sonrisa.

—Preocupada por mi bienestar, ¿verdad?

—Ni un poco —mintió—. Odio ver sangre.

—Nunca lo habría adivinado —dijo él mientras se dirigían hacia la entrada trasera


de Halstead Hall, Freddy caminaba detrás de ellos.

—Tus libros están llenos de eso.

—Ese es precisamente el problema contigo. Sigues confundiendo la ficción con la


vida real.

Él bajó la voz.

—Sólo porque sigues convirtiendo la vida real en ficción.

Lanzando una mirada a donde Freddy se había quedado a unos pasos detrás de
ellos, ella dejó caer su voz a un murmullo.

—Y seguiré haciéndolo si me besas así de nuevo en un lugar donde mi familia


pueda verlo. Eso anulará nuestro acuerdo, ¿entiendes? Seguiré escribiendo sobre
Rockton hasta que me muera.

Él buscó su rostro, como si tratara de determinar su sinceridad, luego le dio un frío


asentimiento.
—Sabes regatear, querida.

—No lo olvides.

Caminaron unos momentos en silencio.

Cuando se acercaron a la entrada trasera, preguntó:

—¿Puedo pasar a verte mañana? No tengo que estar en la corte hasta el miércoles.

—De hecho —le dijo—, ¿por qué no me llevas a dar una vuelta por la mañana, por
ejemplo, a las nueve? Eso suena agradable. —Aunque no iba a gustarle donde
planeaba Minerva que la condujera.

Él la miró con clara sospecha.

—Eso parece temprano.

—¿Demasiado temprano para ti? ¿O simplemente no deseas ir?

—No dije eso. Es una excursión contigo. ¿Por qué iba a desaprovechar eso?

Ella resopló.

—Ahórrate tu falso encanto para una mujer que no te conozca tan bien como yo.

Él se puso serio, sus ojos clavados solemnemente en los suyos.

—Te sorprenderías de lo poco que me conoces, Minerva.

Ella apartó la mirada de la suya. Deseaba que eso fuera cierto. Deseaba que fuera
algo más que un granuja como su padre y sus hermanos. Pero no había nada que
indicara eso en todos sus encuentros. Ciertamente no había habido nada que lo
indicara en las historias que sus hermanos le contaron sobre él.

—Ya estamos —dijo Minerva alegremente al llegar a la entrada. Le soltó el brazo,


pero antes de que pudiera alejarse Giles le cogió la mano y se la llevó a los labios,
presionando un beso sobre ella.

Su mirada abrasó en la suya.

—Au revoir, mon petit mignon7 —dijo, las roncas palabras de cariño enviaron un
escalofrío de anticipación a lo largo de su columna vertebral.

7 Francés: Adiós, mi pequeña hermosura


Fue sólo después que se fuera cuando ella se dio cuenta de por qué él la había
llamado su “pequeña libertina” en francés. Porque eso era lo que Rockton había
llamado a Victoria en El extraño del lago. Y el hecho de que Giles hubiera recordado
un detalle tan pequeño de su libro la conmovió más que cualquier otra cosa de las
que Giles había hecho hoy.

Maldito fuera. Podía ver que este falso compromiso iba a ser más complicado de lo
que había previsto. Si no tenía cuidado, se encontraría nuevamente en el mismo
lugar en el que había estado hace nueve años cuando le había roto el corazón. Y ella
simplemente no podía permitir eso.
Capítulo 5

Giles ni siquiera levantó la vista de su periódico esa noche cuando los hermanos
Sharpe aparecieron en Brook’s, el club donde todos eran miembros.

—Os he estado esperando durante horas.

—Levántate —dijo Stoneville entre dientes.

Dejando a un lado su periódico, Giles se levantó.

—Supongo que queréis hacer esto afuera.

Jarret entrecerró los ojos.

—Te das cuenta de que hemos venido a darte una paliza de muerte.

—Sí. Así que terminemos con eso, ¿vale? —Había tenido bastante de los
entrometidos hermanos Sharpe. Ya era bastante malo haber tenido que aceptar que
Pinter husmeara en sus asuntos. Se sentía bastante seguro de que su vida secreta
soportaría el escrutinio del hombre, pero eso lo ponía nervioso. Esta tontería con los
inoportunos hermanos de Minerva lo hizo enojar, aunque estaría condenado si lo
mostrara.

Gabe parpadeó.

—¿No vas a discutir? ¿Tratar de salir de ello?

—¿Cuál sería el punto? —Dijo Giles encogiéndose de hombros—. Estáis buscando


sangre. Dudo que lo que diga cambie eso.

—¿Es un truco? —Preguntó Jarret—. ¿Esperas que te compadezcamos?

—No es un truco. —Giles miró fijamente a la cara del hombre que había
considerado su amigo más cercano, un hombre que él había esperado que conociera
su verdadero carácter por lo menos un poco. Aparentemente se había equivocado... y
eso dolía—. Sé lo que queréis. Voy a dejar que lo tengáis. Entonces podremos
olvidarlo.

—Pero seguramente te vas a defender —insistió Gabe.

—¿Por qué debería? Crees que merezco la paliza, y ¿quién soy yo para decir lo
contrario?

—Maldita sea, te lo mereces —gruñó Stoneville.

—Si no es por esto, entonces será por otra cosa, estoy seguro —replicó Giles.

Como el beso que había compartido antes con Minerva. Ella podía haber fingido
no preocuparse por el primero, pero estaba seguro de que se había sentido diferente
respecto al segundo. Dios sabía que él se había sentido diferente. Solo el olor de ella
lo había catapultado de nuevo a esa noche en las cocheras hacia nueve años. La
primera noche en que la había deseado. La noche en que se había dado cuenta de que
no podía tenerla si enfocaba sus energías en obtener justicia para su familia.

Jarret lo miró como a través de unos ojos nuevos.

—¿Por qué Minerva? ¿Por qué no otra mujer?

—Necesito una esposa. Ella necesita un marido si quiere heredar. Es tan simple
como eso.

—Es como te dije —dijo Stoneville—. Quiere su herencia.

—Ella quiere su herencia —le corrigió Giles con frialdad—. Yo la quiero a ella.

Los hermanos intercambiaron miradas.

—Si la hubiera querido por su herencia —prosiguió Giles—, habría aparecido en


tu puerta al día siguiente de enterarme del ultimátum de tu abuela.

—Aun así, tienes que admitir que tu elección del momento oportuno es
sospechosa —dijo Jarret—. La conoces desde hace años. ¿Y de pronto te levantas y
decides casarte con ella?

—No podía dejar que ella se lanzara sobre algún tonto que conoció a través de su
anuncio, ¿no? —Cuando Jarret se mostró escéptico, añadió—: Hay más entre
Minerva y yo de lo que parece, viejo amigo. Lo sabes o no me habrías advertido de
ella hace dos meses.
—Para lo que sirvió —murmuró Jarret.

—¿Qué clase de “más”? —Intervino Stoneville, con un ceño tempestuoso que


oscureció su rostro—. Si le has puesto una mano encima...

—No he deshonrado a tu hermana, si eso es lo que estás insinuando. — Aunque


probablemente definirían deshonrado de manera diferente a como él lo haría. Giles
respiró hondo—. Y si quieres saber qué hay entre nosotros, pregúntale a ella. No voy
a traicionar su confianza.

Además, sabía muy bien que Minerva nunca revelaría a sus hermanos la verdad
de lo que había estado poniendo en sus libros. No lo aprobarían.

—¿Vamos a salir o no? —Gimió Giles—. Me gustaría terminar con esto, ya que
voy a visitar a tu hermana por la mañana.

—¿Mañana por la mañana? —preguntó Jarret mirando a Gabe.

Gabe le disparó a su hermano una comunicación muda que puso a Giles en alerta.

—¿Por qué no mañana por la mañana? —preguntó Giles.

—Porque no estaremos —dijo Gabe con suavidad. Demasiado suavemente—.


Oliver y Jarret van conmigo a Tattersall para elegir un caballo.

—Ah. Y pensáis que debería abstenerme de visitarla si no podéis estar allí para
vigilarme.

Stoneville le lanzó una sonrisa sin alegría.

—No te preocupes. Tenemos la intención de asegurarnos de que no estés en


condiciones de visitarla de todos modos.

—Entonces vamos a seguir adelante con eso. —Giles se dirigió a la puerta.

—¡Espera! —Dijo Gabe.

Giles hizo una pausa.

—Oliver, no podemos vencerlo si no quiere pelear —dijo Gabe—. No sería


caballeroso.

—Me importa un bledo ser caballeroso —replicó Stoneville.


—Bueno, a mí sí. —Jarret sostuvo la mirada de Giles—. Se lo debo por evitar que
me dieran una paliza en Eton.

—Yo no le debo una maldita cosa —dijo Stoneville—. Y su hermano mayor ha


dicho lo suficiente sobre algunas de sus escapadas para que yo sepa que no lo
queremos cerca de Minerva.

Giles podía imaginar lo que David le había dicho a Stoneville. Hasta el suicidio de
su padre, Giles había vivido su vida con una desconsideración temeraria por
cualquiera menos por él mismo. Había cosas que todavía lamentaba de ese período
de su vida. Como la parte que sin querer había jugado para mantener a su hermano y
su cuñada separados durante tantos años.

Pero eso no cambiaba sus planes para Minerva.

Se encontró con la mirada de Stoneville.

—Si es más fácil para tus hermanos seguir adelante con esto, me defenderé. Pero
eso no me impedirá que corteje a tu hermana.

—Me imagino que depende de la paliza que te demos —dijo Stoneville—. Te


podríamos dejar fuera de juego durante semanas.

—Podríais intentarlo. —Giles sonrió fríamente—. Pero si me obligáis a defenderme,


haré todo lo posible por ganar.

Gabe se rió.

—Son tres a uno, Masters. No puedes ganar.

—Está tratando de provocarnos para pelear contra él, Gabe —dijo Jarret—. Sabe
que no puede ganar. Simplemente no le importa. —Jarret buscó en la cara de Giles.
—La pregunta es por qué.

Giles pensó en contarles las mismas cosas que le había dicho a la señora Plumtree.
Pensó en defender su derecho a casarse con Minerva.

¿Pero por qué iba a hacerlo, maldita sea? Iban a atacarle de cualquier manera, y se
negaba a mendigar.

—Decidíos —señaló él—. ¿Vamos a luchar o no?

—No —dijo Jarret, con una mirada a su hermano mayor. Aunque Stoneville se
puso rígido, después de un momento asintió con la cabeza. Jarret volvió la mirada
hacia Giles—. Por ahora. No sé cuál es tu juego, Masters, pero antes de que me
enfrente a ti, quiero escuchar lo que Minerva tiene que decir acerca de este “más”
entre vosotros. Me gusta tener todos los hechos.

Jarret sonrió sombríamente.

—Pero si oigo una indirecta de que has hecho daño a mi hermana, no descansaré
hasta que haya hecho imposible que vuelvas a hacerle daño.

—Me parece justo.

—¿Qué ocurre? —Llegó una nueva voz detrás de ellos.

Giles se volvió para ver que su hermano mayor, David, el vizconde Kirkwood, se
había acercado. David y Stoneville habían sido amigos desde Eton, a pesar de que
David tenía treinta y ocho años, tres años más que Stoneville.

David miró de Giles a Stoneville.

—¿Qué podría tener mi hermano con vuestra hermana?

Cuando Stoneville alzó una ceja a Giles, Giles dijo:

—He propuesto matrimonio a lady Minerva hoy.

—¿Qué? ¡Eso es maravilloso! Mamá estará extática. —David miró las caras
solemnes de los hermanos Sharpe—. Es decir, suponiendo que Lady Minerva
aceptara tu propuesta.

—Lo hizo —contestó Giles—. Pero al parecer sus hermanos no están muy
complacidos con la idea de tenerme en la familia.

—Maldita sea, Giles —intervino Jarret—, sabes que no es eso. No queremos ver a
Minerva herida.

Cuando David se encogió de hombros, claramente a punto de defender a su


hermano menor, Giles dijo apresuradamente:

—Ni yo tampoco. —Hizo un gesto al lacayo para que trajera su sombrero y


abrigo—. Si me disculpáis, caballeros, me iré. Le prometí a mi hermano que me
uniría a él y a su encantadora esposa para cenar esta noche. Vamos, David.

David vaciló, probablemente tratando de calibrar qué ambiente se respiraba, pero


después de un segundo lo siguió.
Giles podía sentir a los hermanos Sharpe viéndolos salir. Tenía una súbita
sospecha de que sólo había retrasado lo inevitable. Porque si debía asegurar a
Minerva tendría que hacer más que acompañarla por la ciudad en presencia de
chaperones. Y sus tácticas no cumplirían con su aprobación.

—¿Qué demonios era todo eso? —preguntó David tan pronto como estuvieron en
la calle y caminando hacia la casa de la ciudad.

—Los Sharpe parecen pensar que quiero casarme con Minerva por su fortuna.

—¿Lo haces?

Giles le lanzó una mirada oscura.

—¿Tú también?

—Nunca antes has mostrado interés en el matrimonio. Y esta es la primera vez


que oigo hablar de tu interés por lady Minerva.

Aplastando la irritación, Giles se adelantó.

—Eso no significa que no lo tuviera.

David suspiró.

—Mira, Giles, yo de todas las personas sé que casarse con una mujer por su dinero
es tentador…

—¡No me voy a casar con Minerva por su dinero, maldita sea! Y sí, aprendí bien
de tu ejemplo. —La primera esposa de David, Sarah, había sido una heredera. Su
dinero había salvado a la familia de los Masters, después de que las malas
inversiones de su padre hubieran paralizado sus finanzas, pero la propia mujer casi
había destruido a David. Por supuesto, Minerva no era Sarah, gracias a Dios.

Caminaron juntos en silencio un rato. Giles deseaba poder decirle todo a su


hermano, pero no podía. Aparte de la advertencia que Ravenswood le había dado
acerca de mantenerlo en silencio, Giles no quería involucrar a su familia en su
negocio para el Ministerio del Interior. No era que David no pudiera ser discreto,
pero cuanto menos supiera, menos se le podía escapar. Y menos posibilidad de que
pudiera ser herido por lo que algunos percibirían como la información de Giles sobre
sus pares.

—Espera, ¿quieres? —Gritó David.


Absorbido en sus pensamientos, Giles había estado caminando tan rápido que no
se había dado cuenta de lo atrás que se había quedado David. Se detuvo a esperar
mientras su hermano se acercaba, caminando con pasos rígidos.

—¿Te duele otra vez la pierna? —Preguntó Giles.

David asintió con la cabeza.

—Hoy fui a caballo. Siempre me da problemas después.

El año anterior David había sido apuñalado mientras trataba de salvar a su


segunda esposa de un secuestrador. Recordar lo cerca que David había estado de la
muerte todavía intranquilizaba a Giles. Era todavía un ejemplo más de por qué era
mejor para un hombre no dejar que las emociones estúpidas nublaran su juicio. Si
David no hubiera corrido para salvar a Charlotte, si hubiera dejado que la policía lo
manejara en su lugar, podría no haber sido herido.

De hecho, si en primer lugar no hubiera vuelto a aceptar a Charlotte…

No, no podía culpar a su hermano por eso. David claramente estaba enamorado.
Pero ese era precisamente el problema. El amor lo había llevado a hacer algunas
malditas cosas peligrosas.

Giles nunca sería tan tonto. Demasiados de sus casos judiciales consistían en
hombres que habían matado a los amantes de sus esposas en un arranque de pasión
o habían comenzado a robar para pagar cosas bonitas para alguna mujer o se habían
convertido en borrachos por perder algún “amor verdadero”. Después estaban los
operativos que fueron traicionados por alguna mujer de la que se habían
“enamorado”.

Bufó. Casarse estaba bien para un hombre, pero ¿enamorarse? Cualquier hombre
que hacía eso entregaba sus pelotas a una mujer. Y Giles se dispararía antes de hacer
eso.

CUANDO GILES LLEGÓ a Halstead Hall a la mañana siguiente, se sorprendió al


ver que todavía había caballeros apareciendo para ser entrevistados. Los sirvientes les
negaban la entrada tan rápido como llegaban, pero verlos le molestó. No estaba
seguro de por qué. Él al menos tenía una oportunidad con ella. Ninguno de estos
tipos la tenía.

Sin embargo, si se tragaba su orgullo y se comportaba como se esperaba de una


mujer de su rango, probablemente podría enganchar a un marido decente. Ella tenía
la noción de que sólo la cortejarían los cazafortunas, pero él había visto cómo la
miraban los caballeros de la sociedad. Había oído incluso crudas especulaciones
sobre cómo sería en la cama. Ninguno de esos hombres se atrevió a hacer avances
inapropiados hacia ella, sabiendo que sus hermanos les desafiarían. Así que tendrían
que casarse con ella para tenerla.

Por supuesto, muchos de ellos se resistirían a casarse con una esposa tan notoria.
Algunos, sin embargo, sopesarían los beneficios de tener acceso a la fortuna
Plumtree, y al cuerpo de una hermosa mujer, contra el escándalo de la familia Sharpe
y decidirían que Lady Minerva sería una buena esposa, incluso a los veintiocho años.
Podía pensar en varios que lo harían.

Frunció el ceño. No si tenía algo que decir al respecto.

A medida que se acercaba a la enorme entrada hacia el primer patio, se preguntó


si sus hermanos habrían ordenado que se le prohibiera entrar. Eran capaces. Habían
dicho que hablarían con ella, ¿qué les habría dicho? Probablemente no la verdad,
pero ella podría decir mucho para perjudicar su caso sin revelarlo todo. Y Minerva
era perfectamente capaz de cambiar de opinión sobre su trato después de su beso de
ayer.

No es que lamentara su beso. No lo hacía. Y esperaba besarla de nuevo pronto. A


juzgar por la cordialidad que le mostró el mayordomo en el Salón Azul, eso podría
no tardar demasiado. Al parecer su trato seguía en pie, Minerva lo esperaba, con un
sombrero de ala ancha adornado con numerosos lazos de seda verde y flores para
emparejar su pelliza de seda esmeralda.

Pero parecía agitada mientras paseaba por la alfombra persa. No podía imaginar
por qué. Su abuela estaba sentada en una silla junto al fuego, aparentemente contenta
de ver a Giles llevar a su nieta a dar una vuelta.

Se inclinó ante ellas.

—Buenos días, señoras.

Minerva lo fulminó con la mirada.


—Esto no es un buen comienzo, señor Masters. Dije las nueve. Son y cuarto.

—No seas grosera, Minerva —la reprendió su abuela.

—Bueno, lo es. Y la puntualidad es importante en un marido.

Qué extraño que le importara que estuviera retrasado unos minutos para un viaje
por el campo.

—Perdóname, tenía un trabajo que atender.

—Oh, no le molesta —dijo la señora Plumtree—. Sus hermanos la han interrogado


sobre ti anoche, y desde entonces ha estado malhumorada. —Su mirada se clavó en
Giles. —Parecen creer que habéis sido amigos durante algún tiempo.

—Dijeron que sacaron la idea de ti —dijo Minerva, con una elevación de la


frente—. No puedo imaginar por qué implicarías tal cosa. Les dije que una vez
bailamos juntos, nada más, pero ya lo sabían.

—¿Así que no les hablaste de nuestros tristes secretos a través de los años? —dijo
suavemente—. ¿El castillo al que te llevé en Inverness para que yo pudiera tener mi
mal camino contigo? ¿Las noches en Venecia? ¿Nuestra fuga a España?

—Muy gracioso, señor Masters —dijo la señora Plumtree, con la desconfianza


desapareciendo de su rostro—. Me atrevería a decir que mis nietos no adivinaron que
tu conexión era a través de sus libros.

Minerva se quedó boquiabierta ante su abuela.

—¿Cómo supiste que esos incidentes estaban en mis novelas, abuela?

La señora Plumtree resopló.

—Sé cómo leer, muchacha. Y aparentemente también lo hace el señor Masters,


aunque tus hermanos no parezcan hacerlo. —Ella miró a su alrededor—. Hablando
de tus hermanos, estoy bastante sorprendida de que fueran a Tattersall en lugar de
quedarse para protestar por esta salida.

Minerva parpadeó, luego dijo:

—Sí, yo también. —Tomando el brazo de Giles, le dio un tirón poco sutil—. Es por
eso que debemos irnos antes de que aparezcan para protestar.
—Os veré fuera —dijo su abuela. Eso fue extraño. ¿Había oído la señora Plumtree
de Freddy lo que había ocurrido ayer? Seguramente no, o ella no le permitiría irse
solo con Minerva en primer lugar.

Sin embargo, una vez que llegaron a la entrada se hizo evidente por qué la señora
Plumtree los había seguido.

—Es un faetón muy bonito, señor Masters —dijo, dirigiendo su aguda mirada por
la pintura negra brillante de su carruaje de dos ruedas—. Y un buen par de caballos,
¿eh? Debe de haberle costado un ojo de la cara.

Su comentario mercenario le hizo sonreír.

—Usted asume que lo compré. ¿Cómo sabe que no lo gané?

—Porque por lo que me dicen mis nietos, rara vez ganas.

Había una razón para eso: los perdedores se enteraban de muchos más secretos
que los ganadores. Ahogaban sus penas en cerveza y escuchaban a otros perdedores
contar sus historias. Puesto que Inglaterra estaba en lucha por su futuro, se
necesitaban muchas historias para encontrar a los ciudadanos infelices que no
querían jugar según las reglas. Al igual que los villanos que habían generado la
conspiración de Cato y conspiraron para asesinar al gabinete hace unos años, antes
de que él hubiera alertado a Ravenswood de su existencia.

—Sin embargo aquí estoy, conduciendo un buen carruaje —dijo con suavidad—.
Entonces, o bien me lo puedo permitir con mis ganancias, o no pierdo tan a menudo
como sus nietos.

—O eres un espía para los franceses —dijo Minerva con una sonrisa afilada.

La señora Plumtree se rió.

—Nunca tuve un espía en la familia. Aunque recuerdo que tu padre dijo que había
un espía que vino a visitarlo, sir Francis Walsingham, que hizo todo tipo de
traiciones para la reina Isabel. —Ella frunció el ceño—. Oh, querida, puedo
confundirlo con ese vicealmirante que se quedó en Halstead Hall mientras huía de
Cromwell. Su nombre era Main, algo… ¿O estoy pensando en ese famoso general?
¿Cómo se llamaba?

—¡Abuela!
—Oh, perdóname. No es mi intención impedir vuestro paseo. —Sacudió la mano
hacia el carruaje—. Id entonces. Disfrutad.

—Lo haremos —dijo Minerva, poniendo el pie en el escalón.

Giles se apresuró a subirla. Ella tropezó en su afán de salir con él. Giles se sentiría
halagado, si no fuera por su expresión calculadora. Estaba tramando algo, y era
indudablemente algo que a él no le gustaría. Se parecía mucho al gato que se comió
al canario.

Ella dio una palmada en el asiento a su lado.

—Bueno, ¿vamos o no?

Saltando al asiento, Giles le cogió las riendas a su lacayo, esperó a que el joven
palafrenero estuviera sentado en el pescante trasero y luego se puso en marcha. La
señora Plumtree les saludó con la mano, y luego retrocedió a través del pasaje
abovedado.

Mientras se dirigían al camino, echó una mirada a Minerva. Su elección de


vestimenta parecía diseñada para enloquecerlo de lujuria. Todos esos pequeños
botones...ansiaba desatarlos uno a uno. Y su corpiño era lo suficientemente cómodo
para hacerle preguntarse cómo sería hurgar debajo del corsé que apenas limitaba sus
amplios tesoros.

Un rizo rubio oscuro cayó sobre su mejilla y él sintió un súbito impulso de volver
a colocarlo en su lugar. O arrancarle el sombrero para dejar su cabello libre para caer
en cascada por su esbelta espalda en una gloriosa exhibición de sensuales
tirabuzones…

Dios mío, sensuales tirabuzones ¡por supuesto!, debía de estar loco. ¿Cómo
lograba hacerle esto a él cada vez que la veía?

Cuando llegaron a la carretera, empezó a girar hacia la izquierda, pero ella puso
su mano sobre la suya.

—No, vamos por el otro lado, ¿quieres?

Los ojos de él se estrecharon sobre ella.

—No es un paseo tan bonito.


—Es bastante bonito —dijo con una mirada tímida que lo puso en alerta. Sabía
exactamente lo que le hacía. La atractiva seductora se deleitaba en ello,
probablemente incluso para aprovecharse de eso.

—¿Hay algún lugar en particular al que quieras ir, Minerva?

—Claro que no. Yo solo… prefiero el otro camino.

Él no la creyó, pero lo dejó pasar. Por ahora. Hasta que descubriera su juego.

Giró su carruaje a la derecha.

Con la satisfacción dibujada en su rostro, ella se recostó en su asiento.

—Dime, Giles, ¿qué le dijiste a mis hermanos que hizo que me acribillaran a
preguntas anoche?

—Que hubo más entre nosotros de lo que se dieron cuenta.

Mirando atrás hacia el lacayo, ella bajó la voz.

—¿No te preocupa que revele la verdad sobre esa noche en el baile de disfraces?

—No.

—¿Por qué no?

Él se encogió de hombros.

—No serviría a tu propósito. Y si algo eres, es práctica.

—¡Práctica! Si estás tratando de halagarme, no es la forma de hacerlo.

Él mantuvo su voz baja. Con el ruido de los caballos, dudaba que su lacayo
pudiera oírlo, pero no tenía sentido arriesgarse.

—Me dijiste que era un cortejo fingido. No dijiste nada sobre mi necesidad de
esforzarme para halagarte.

Ella rio.

—¿Y eso sería realmente una tarea tan difícil?

—Por supuesto. —Hizo girar el carruaje alrededor de una curva cerrada—. Eres
escritora. Esperarás lo mejor en elogios bonitos. Y entre lidiar con tu familia ayer, y
levantarme al amanecer para tener algo de trabajo hecho para un próximo juicio y así
poder estar a tu entera disposición, apenas tengo tiempo para prepararme.

Los ojos de Minerva exploraron el camino, como si buscara algo.

—Pensé que los abogados tenían una inclinación natural para dar una perorata.

—Muy bien —se aclaró la garganta—. Lady Minerva, está acusada de intentar
perturbar la paz de un estimado abogado. ¿Cómo se declara?

Ella le miró de reojo.

—Eso difícilmente es un discurso.

—Es el único tipo de discurso que los abogados saben. ¿Cómo te declaras?

—No culpable.

—Tengo una gran cantidad de evidencias que dicen lo contrario. Por un lado, estás
escribiendo libros sobre mí.

—Esa prueba no es pertinente para su caso, señor. No los escribí para perturbar tu
paz, porque nunca pensé que los hubieras leído. Escribí sólo para satisfacer mi
propio capricho. Así que ahí va tu evidencia. —Ella se inclinó hacia delante—. ¿No
puede ir más rápido este carruaje?

Él no hizo nada para aumentar su velocidad. Si quería algo de él, tendría que
pedirlo.

—Tengo más pruebas. Me estás utilizando para luchar contra tu abuela.

—Pero no lo hago para perturbar tu paz. —Sus ojos parpadearon hacia él—. Eso
sólo resulta ser un afortunado beneficio extra. Sin demostrar la intención de cometer
un crimen, perderás tu caso contra mí muy rápidamente.

—Veo que tú misma conoces un poco la ley. Pero debes saber que no aceptaré un
caso sin poder probar la intención. —Él inclinó la cabeza hacia ella y bajó la voz a un
seductor murmullo—. Mi primera evidencia es que esta mañana te vestiste para
seducirme, con un vestido que muestra tu atractiva figura insuperablemente. Estás
usando colorete en las mejillas, lo que nunca haces. Ni tampoco usas joyas, sin
embargo tus orejas están adornadas con pendientes de perlas que acentúan tu piel
cremosa y pulseras de oro que atraen los ojos hacia tus delgadas muñecas. Todo esto
es una evidencia muy fuerte de que deliberadamente tenías la intención de perturbar
mi paz.

Un rubor iluminó sus mejillas.

—Eres muy observador.

—Siempre lo he sido. —El talento le había servido bien como informante del
gobierno. Y le iba a servir muy bien al tratar con la astuta Minerva—. Es por eso que
he notado que estás claramente inclinada a ir a algún lugar en particular,
probablemente a algún lugar que sabes que no quiero ir. ¿Estamos lo suficientemente
lejos de Halstead Hall para que te sientas cómoda revelándome nuestro nuevo
destino? ¿O debo esperar hasta que lleguemos a mitad de camino a Londres?

Tuvo la satisfacción de verla sobresaltarse. ¿Lo consideraba un idiota?

Ella lo miró un largo momento, como si sopesara sus opciones. Entonces dijo:

—De hecho, estoy segura de que estarás encantado de escuchar nuestro destino.
Gabe corre esta mañana a las diez. Quiero ver la carrera. Sin duda tú también.

Eso lo pilló desprevenido. ¿Cómo se había perdido esa noticia? Ah, pero él sabía
cómo. Ayer había estado ocupado tratando de acorralar a cierta mujer caprichosa.

—Para ser honesto, no tenía ni idea de que hoy corría.

Ella resopló.

—Deja de engañarme.

—Te estoy diciendo la pura verdad. Al cerrar filas a tu alrededor, tus hermanos
claramente decidieron no confiar en mí con sus secretos.

Sus labios se tensaron en una línea.

—No importa. Sé dónde están corriendo. Y quiero que me lleves allí.

—No es lugar para una mujer.

— Exactamente. Cuando la abuela se entere de que me llevaste a una de las


carreras privadas de Gabe y me expusiste a los tipos desagradables que corren en su
grupo disoluto, se horrorizará ante la idea de que te cases conmigo y añada más
escándalo al apellido.

¡Dios, él esperaba que no!


—Si tú lo dices.

—Así que date prisa, ¿quieres? No tengo que llegar al principio, pero mis
hermanos por lo menos deben verme allí para que esto funcione.

Maldición.

—Estás decidida a verlos matarme, ¿verdad?

—No seas tonto. No dejaría que te golpearan. ¿De qué me servirías entonces?

Él apretó los dientes. ¿De qué serviría? Comenzó a pensar que Minerva estaba
disfrutando de su nuevo juego. Al parecer, estaba cansada de usarlo como chivo
expiatorio en sus libros y había decidido usarlo como uno en la vida real.

—¿Dónde es exactamente esta carrera?

—¿Realmente no lo sabes?

—¿Estaría preguntando si lo supiera ?—Espetó él.

—No tienes por qué ser tan brusco. —Ella se acomodó en el asiento—. De acuerdo
con Freddy, está cerca de una posada en Turnham.

Un frío helado bajó por su columna vertebral.

—¿Gabe está enhebrando la aguja otra vez?

—Bueno, no puedo ver cómo él estaría enhebrando una aguja y corriendo al


mismo tiempo...

—No una aguja, Minerva. La aguja. Esa es la única razón por la que estaría
corriendo cerca de Turnham. —Giles retuvo los caballos para mirarla—. ¿Freddy dijo
con quién estaba corriendo?

—No ¿Y por qué te detienes?

—Porque te llevo a casa.

Cuando él empezó a girar el carruaje, bajó de un salto.

—¡No! ¡Quiero ver la carrera de Gabe!

Él detuvo a los caballos para saltar también, pero le indicó a su lacayo que se
quedara.
—No quieres ver esta carrera, querida. La última vez que Gabe enhebró la aguja, se
rompió el brazo. Esta vez, Dios sólo lo sabe…

Minerva palideció.

—Oh, Señor.

La carrera pasaba entre dos peñascos en las afueras de Turnham. La pandilla de


juegos denominaba a la peligrosa carrera “enhebrar la aguja”, porque el camino entre
los peñascos era demasiado estrecho para que dos carruajes pudieran correr, de
manera que un carro debía quedarse atrás para permitir que el otro pasara. Quien
tiraba el primero de las riendas generalmente perdía la carrera; era casi imposible
recuperar el terreno perdido entre los peñascos y la línea de meta.

Algunos de los habitantes de Turnham habían propuesto bloquear el camino, pero


los cantineros locales y los posaderos hacían demasiado dinero de las carreras
privadas dirigidas por imprudentes jóvenes apuestos como para defender eso.
Incluso la muerte que había ocurrido no había amortiguado el entusiasmo de nadie.
De hecho, para los hombres jóvenes que competían, sólo le dio más atractivo a la
carrera.

—Se había hablado de una revancha entre Gabe y Chetwin porque el accidente de
Gabe les impidió terminar la carrera —comentó Giles con severidad—, pero nunca
pensé que tus hermanos dejarían que Gabe lo hiciera.

Los ojos de Minerva se volvieron fríos.

—No conoces a Gabe muy bien si crees que él les escucharia. No cuando se trata de
Chetwin y esa carrera. Tenemos que detenerle. —Alzándose las faldas, volvió a subir
al carruaje—. ¡Vamos!

—Maldita sea, Minerva, no puedes...

Ella levantó las riendas y las golpeó para que los caballos se movieran.

—Voy contigo o sin ti.

Mientras su lacayo le miraba asustado, él corrió para alcanzar el carruaje y luego


saltó hacia él. Quitándole a Minerva las riendas, hizo que los caballos se pusieran a
correr.

—Si tus hermanos no pueden detenerlo —exclamó—, ¿qué te hace creer que tú
podrás?
—Tengo que intentarlo, ¿no lo ves? —Su rostro ahora se veía sombrío—. ¿Sabes lo
difícil que ha sido para Gabe todos estos años desde que Roger Waverly murió?
Todas esas desagradables habladurías sobre Gabe de ser el Ángel de la Muerte…

Ella se mordió el labio inferior.

—No fue culpa suya que el señor Waverly golpeara las rocas. Si el señor Waverly
hubiera tirado de las riendas cuando vio que no podía hacerlo... Pero no, el hombre
tenía que vencer a Gabe. Nunca pudo soportar que Gabe hiciera algo mejor que él. Y
Gabe no ha sido el mismo desde entonces. Actúa como un tipo feliz, pero he visto su
rostro cuando se menciona al señor Waverly. He visto cómo sufre Gabe.

—Mucho menos de lo que sufren los Waverly, supongo —dijo Giles con firmeza.

Pudo sentir su mirada en él.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Su abuelo perdió a su único nieto, y la hermana de Waverly perdió a su único


hermano. Gabe sabía en qué se estaba metiendo cuando hizo esa carrera. Nunca
debió haber estado de acuerdo.

—Tenía diecinueve años, ¡por amor de Dios! ¿No hiciste nada tonto a los
diecinueve?

Pensando en la noche en que él sin querer había arruinado el posible compromiso


de su hermano, Giles se estremeció.

—Gabe no tiene diecinueve años —insistió.

—Sí, pero ve esto como una cuestión de honor familiar. Chetwin insultó a mamá.

Giles no lo sabía. No había presenciado el incidente que provocó el desafío inicial


de Chetwin unos meses atras: había estado en Bath, buscando algo para
Ravenswood.

—Maldita sea.

—Opino lo mismo —dijo.

Giles tomó un giro más rápido de lo que le gustaba, arrojándola contra él.

—¿Sabes exactamente cómo se rompió el brazo Gabe?


—Oliver dijo que la parte trasera de su carruaje golpeó una de las rocas mientras
avanzaba por delante de Chetwin, y eso provocó que el vehículo fuera dando
bandazos, se hizo pedazos y arrojó a Gabe desde el carruaje.

—Eso es. Y fácilmente se podría haber roto el cuello en vez del brazo. No sé si
podrás soportar ver...

—No voy a mirar. Voy a detenerlo. —Su voz se enronqueció—. No me atrevo a


verle morir de la misma horrible muerte que el señor Waverly.

—¿A qué hora está prevista la carrera? —preguntó.

—A las diez.

—Mira mi reloj. Está en el bolsillo izquierdo de mi abrigo.

Ella hizo lo que él ordenó y soltó un gemido.

—Ya son casi las diez.

—No lo haremos.

Ella dejó caer su reloj en su abrigo.

—Pero veo Turnham justo delante y, a juzgar por la multitud, la carrera está en
este lado de la ciudad.

—Sí, pero mira cuántas personas están bordeando la carrera. No podemos pasar.

El sonido de un disparo de pistola resonó en el aire, y ambos supieron lo que eso


significaba.

—¡Oh, Giles! —gritó, agarrándolo del brazo—. ¡Llegamos demasiado tarde!

—Estará bien. —Él maniobró su carruaje fuera del camino para rodear a la
multitud, tratando de acercarse a la pista improvisada—. Tu hermano tiene un don
para escapar de la muerte.

Eso no pareció tranquilizarla. Ella se aferró a su brazo como él nunca la había visto
hacer con ningún otro hombre. Tirando de las riendas, Giles saltó del carruaje y se
acercó para ayudarla a bajar. Luego le dejó el vehículo a su lacayo y se dirigió a
través de la multitud con Minerva a su lado. Tardaron varios minutos en abrirse
paso. Llegaron al frente justo a tiempo para ver a Gabe entrar en las rocas justo
delante de Chetwin.
—¡Señor!... —Ella tomó aire, agarrándole del brazo, su rostro pálido.

Una extraña actitud protectora surgió atravesándole. Él le cubrió la mano con la


suya y la apretó. Cómo deseaba poder ahorrarle esto.

Cómo deseaba que Gabriel Sharpe tuviera menos honor familiar y más sentido
común.

Aguantaron la respiración hasta que Gabe salió libre de las rocas.

—Gracias a Dios —murmuró Minerva, sus dedos eran como unas esposas en su
brazo.

Luego volvieron a aguantar la respiración, hasta que Chetwin hubo pasado entre
las rocas con seguridad. Una vez que estuvo fuera trató de recuperar el tiempo, pero
Gabe tenía la ventaja clara en la línea de meta. La multitud se dirigió hacia los dos
postes marcados con cintas rojas.

—¡Lord Gabriel está ganando! —exclamó una voz cerca de ellos, y otros
secundaron el grito.

—Siempre gana, malditos sean sus ojos —gruñó un hombre de espaldas a ellos—.
Todos ellos lo hacen.

Cuando el hombre se dio la vuelta y se dirigió por la carretera a Turnham, Giles


echó un vistazo a su perfil y se sobresaltó.

—Minerva —dijo en voz baja—. ¿Qué diablos está haciendo aquí el primo de tu
madre?
Capítulo 6

Minerva se perdió el comentario de Giles en los aplausos que siguieron cuando


Gabe se lanzó sobre la línea de meta. Aliviada de que él hubiera sobrevivido intacto a
la carrera, se volvió hacia Giles con una sonrisa en la cara.

—¿Qué dijiste?

—Desmond Plumtree está aquí. ¿Suele acudir a observar las carreras de Gabe?

Ella siguió la mirada de Giles hacia donde un hombre de unos cincuenta años
caminaba por la carretera de Turnham. Evidentemente era su primo. Reconocería su
sombrero descolorido de castor con su estrecho borde en cualquier parte. Junto a él
estaba su hijo de veintiséis años, Ned.

—No puedo imaginar por qué Desmond vendría por esto —dijo—. Él siempre ha
sido demasiado pedante para aprobar nuestras “maneras atroces”, como él las llama.
Y viven en Rochester donde está su molino, a medio día de viaje al menos. ¿Qué
asunto podrían tener Ned y él aquí?

—Eso es lo que me estoy preguntando —dijo Giles secamente—. No es la primera


vez que ha estado en Turnham.

Un escalofrío la atravesó.

—Oh, Señor, tienes razón.

Su mirada se disparó hacia ella.

—¿Lo sabes?

—¿Sobre las sospechas de Jarret acerca de Desmond y su posible participación en


la muerte de nuestros padres? Por supuesto que lo sé. Nada es secreto en nuestra
casa.
Él la miró de reojo.

—Jarret no te lo habría dicho.

—Bueno, no. —Ella le sonrió tímidamente—. Pero le oí discutirlo con Oliver. Jarret
dijo que Desmond se quedó en Turnham el día de la muerte de nuestros padres y
que el mozo de cuadra que cuidaba su caballo afirmó que Desmond tenía sangre en
el estribo cuando volvió a la posada desde dondequiera que hubiera estado.

Tomándola del brazo, Giles se dirigió hacia su carrocería.

—¿Qué estás haciendo? —Preguntó.

—Te voy a dejar con mi lacayo mientras yo sigo a los Plumtree y descubro por qué
están aquí. Es curioso que Desmond vuelva a estar en Turnham, sin razón aparente.
Podría arrojar luz sobre por qué estuvo aquí la noche de la muerte de tus padres.

Ella le apartó el brazo de la mano.

—Si lo sigues, yo también. —Ella se dirigió hacia el camino, junto con los que
salían de la carrera, y se dirigió hacia Turnham—. Es de mi familia de la que estamos
hablando, ¿sabes?

Lanzándole una mirada exasperada él se puso a su lado.

—¿No dijiste que querías ser vista por tus hermanos en la carrera?

—Esto es mucho más importante. —Era extraño que Desmond hubiera venido
aquí. ¿Qué significaba?—. Y los dos tenemos una mejor oportunidad de descubrir la
verdad.

—De acuerdo. Pero sigue mi ejemplo. No queremos que nos vea. Podría ser
peligroso si se da cuenta que sospechamos de él.

—Ahora realmente hablas como un espía —bromeó.

—Sólo porque piensas de todos en términos de cómo podrían encajar en tu paisaje


de ficción —replicó con una sonrisa débil.

—Paisaje de ficción. —Ella rió entre dientes—. Me gusta eso. Tendré que usarlo en
un libro. Incluso puedo darle la línea a Rockton.

—Ya no vas a escribir sobre Rockton, ¿recuerdas? —Su mirada se enfocó en un


punto por delante de ellos—. Están entrando en el Black Bull.
—Ahí es donde Desmond se quedó cuando vino a Turnham hace diecinueve años.
—Ella mantuvo su voz baja debido a los hombres que los rodeaban y que también se
acercaban hacia el Black Bull.

—Yo no asumiría demasiado de eso; es la única posada en Turnham. Y podrían


estar aprovechando la taberna, como los otros caballeros planean hacer, sospecho.

—Hay una manera fácil de averiguar si están hospedados —dijo—. Podríamos ver
si el carruaje de Desmond está en los establos.

—Buena idea, querida —dijo, volviéndose bruscamente hacia los establos—. No es


de extrañar que idees el argumento de tus libros con tanta habilidad.

El cumplido la calentó más que todos sus comentarios anteriores acerca de su


“atractiva figura” y “piel cremosa”.

Él los condujo más allá de los establos a paso rápido.

—¿Reconocerías su carruaje si lo vieras?

—Por supuesto. Su carruaje favorito es una calesa que está pintada del azul más
horrible. —Miró despreocupadamente a los establos—. Está allí, Giles. Se está
quedando en la posada. ¿Por qué?

Siguieron caminando.

—No lo sé, pero es evidente que no ha aparecido aquí para ver la carrera de Gabe.
—Se detuvo en el otro extremo de los establos para mirar fijamente la posada—. Si al
menos pudiéramos saber… —Él gimió. —Oh-oh. Vuelve a salir.

Rápidamente, tiró de ella hacia el lado de los establos. Mientras observaban


furtivamente, Desmond y Ned caminaron a través del patio de la posada. Después de
que Desmond hablara con el mozo de cuadra, subieron al carruaje y se dirigieron
hacia Ealing.

La mirada de Giles se estrechó y se volvió hacia Minerva.

—Tengo una idea de cómo podemos averiguar qué está haciendo aquí. Vamos.

Tomando su brazo, se dirigió a la posada. Mientras caminaban, se quitó los


guantes y los metió en el bolsillo de su chaqueta, luego sacó un anillo del otro bolsillo
de su chaqueta y lo puso en el dedo anular izquierdo de Minerva.

—Sígueme el juego, Minerva.


Cuando él cubrió su mano con la suya, ella miró hacia abajo al anillo, entonces se
sobresaltó. Era un anillo de sello de la clase que llevaba los caballeros con título.

Antes de que ella pudiera preguntar dónde lo había adquirido, él entró en el


interior descaradamente y se dirigió directamente hacia el posadero, que estaba
ocupado dirigiendo a los sirvientes para acomodar la repentina muchedumbre de
caballeros sedientos.

—Ah, buen hombre —dijo al posadero—, ¿por casualidad tienen habitaciones


disponibles? ¿O es que esta multitud las ha alquilado todas?

El posadero les caló de un rápido vistazo, luego sonrió ampliamente.

—No señor. Sólo han venido a beber después de la carrera. Se irán por la tarde.
¿Necesita una habitación para pasar la noche?

—Muchas noches, en realidad. —Cuando Minerva respingó, Giles apretó su


mano, como para advertirla. Luego agregó con la perfecta cantidad de
condescendencia—: Soy lord Manderley de Durham, y ésta es mi esposa.

Los ojos del posadero se iluminaron. Claramente no tenía ningún problema en


creer a Giles, ¿y quién no lo haría? Como siempre, Giles estaba vestido tan bien como
cualquier lord con título; su abrigo y sus caros pantalones de color marrón oscuro
estaban exquisitamente hechos a medida para mostrar sus amplios hombros y
pantorrillas musculosas, su chaleco era de la más fina seda y sus botas Wellington
estaban perfectamente pulidas.

Y él tenía los modales altaneros aprendidos de memoria.

—Su posada parece ser adecuada para nuestros propósitos —prosiguió—.


Estamos en el área buscando propiedades para comprar. Planeamos pasar por lo
menos la semana, pero tenemos una pregunta antes de decidir si su establecimiento
nos conviene.

—Pregunte lo que quiera, mi señor —dijo el posadero con gran entusiasmo.

Minerva prácticamente podía verlo calculando la cantidad de dinero que haría con
un rico señor que requeriría una semana de alojamiento y comidas caras, sin
mencionar el establo para una yunta de caballos.

—Cuando nos acercábamos a la posada —dijo Giles—, vimos a un caballero que


creímos conocer. ¿El señor Desmond Plumtree?
—Sí, mi señor. El señor Plumtree se está quedando aquí con su hijo.

Giles se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

—Te dije que era él, querida. No puedo tolerar la presencia de ese hombre día tras
día, sabiendo lo que le hizo a mi pobre hermano.

Siguiendo su juego, Minerva dijo con dulzura:

—Oh, estoy seguro de que estará bien, cariño. —le sonrió al posadero—. No se
quedará mucho tiempo, ¿verdad?

—Oh, no, mi señora, sólo una noche más —dijo apresuradamente el posadero—. Y
ni siquiera está aquí en este momento. Se ha ido a sus andanzas.

—¡Vagos! —gritó Giles—. Así que tiene un gran negocio en el vecindario,


¿verdad?

—No, mi señor, desde luego. Hace veinte años que no ha estado aquí… hasta hace
unos meses.

—Pero estará aquí esta noche. —Con un suspiro hondo, Giles miró a Minerva—.
Deberíamos encontrar otra posada más cerca de Ealing. Sinceramente, bomboncito,
hay más propiedades en esa vecindad para satisfacer nuestras necesidades que en
ésta.

¿Bomboncito? Ella contuvo una sonrisa.

Pero estoy muy cansada. ¿No podemos quedarnos aquí?

—No lo sé. Si llegamos a encontrarnos con el señor Plumtree, no estoy seguro de


poder contenerme.

—Mi señor —intervino el posadero—, juro que sus caminos no se cruzarán. Me


aseguraré de que le pongan en una parte completamente diferente de la posada.

—Supongo que ya ha ocupado la mejor habitación de la casa —se quejó Giles.

—Oh no, mi señor. La mejor habitación está en la parte de atrás, y la suya está en
la parte delantera, con vistas al patio de la posada. Así que ya ve, no sería un
problema.

—Ven, paloma mía, estoy seguro de que podemos evitarlo por una sola noche —
Minerva sonrió. Giles miró al posadero—. Si puede asegurarnos…
—Le juro que no tendrá que soportar la presencia del señor Plumtree ni por un
momento. Le mostraré la habitación. Estoy seguro de que le va a gustar.

El posadero se apresuró a subir las escaleras, sus otros huéspedes olvidados.

Mientras Minerva y Giles lo seguían, ella susurró:

—Es mejor que no sea una estratagema para estar a solas conmigo.

—¿Venga, bomboncito, yo haría eso? —bromeó él.

—No me extrañaría de ti, pichoncito.

Cuando se acercaron a la habitación, Giles dijo:

—¿Y dónde exactamente dijo que estaba su habitación?

—Se lo mostraré, mi señor. —El posadero los llevó al final del pasillo y señaló
otro—. Es la última habitación a la izquierda. No volverá hasta muy tarde, y estoy
seguro de que para entonces ustedes se habrán retirado.

Giles suspiró.

—Muy bien, puesto que mi querida esposa está tan decidida a ello, la tomaremos.
—Dejó algunas monedas de oro en la mano del posadero.

Los ojos del hombre se ensancharon.

—Sí, señor, por supuesto. —Los guió de vuelta a su habitación y la abrió—.


¿Quiere que alguien recoja sus maletas?

—Mi criado se acerca con ellas en otro carruaje. Avíseme cuando llegue, ¿quiere?

—Por supuesto. —Él le dio la llave a Giles—. Si necesita algo más…

—Estaremos bien por ahora. Mi querida señora quiere descansar.

—Ciertamente, mi señor.

Tan pronto como el hombre se hubo marchado, Minerva dijo:

—Usted miente un poco demasiado convincentemente para mi gusto, señor.

—Podría decir lo mismo de ti, bomboncito. —sonrió él.


—Llámame eso de nuevo y te encontrarás echando de menos una parte esencial de
tu anatomía.

—¡Qué aguafiestas eres! —Salió al pasillo y miró a ambos lados. Nadie estaba
alrededor—. Vamos —dijo y se dirigió a la habitación de Desmond.

Ella lo siguió, curiosa por ver lo que estaba haciendo.

Giles llegó a la puerta y la probó. Estaba cerrada.

—Dame una de tus horquillas.

Ella se quitó una y se la dio.

—¿Qué piensas hacer?

Él empezó a manipular la cerradura.

—Mirar su habitación, ¿qué más?

—Giles Masters, ¿cómo demonios has aprendido…?

—Trabajo con criminales, ¿recuerdas? Me han enseñado un truco o dos. Viene bien
cuando llego a casa tambaleándome borracho para descubrir que he extraviado mi
llave.

Ella lo miró escépticamente. Esa era la excusa más inconsistente que había oído
nunca para un talento que era decididamente sospechoso.

Le tomó unos instantes forzar la cerradura. Luego la condujo hacia adentro y cerró
la puerta. Se dirigió directamente hacia el baúl abierto en una esquina.

Minerva escudriñó la habitación. En realidad, estaba bastante bien para los


estándares de una posada, con una cómoda, una cama grande, un elegante biombo,
una bonita jofaina y una jarra de porcelana salpicada de azul.

—¿Qué estamos buscando?

—Algo que nos diga por qué él y su hijo están aquí.

—Bueno, no es por su salud —dijo ella, tomando nota de las botellas vacías de
vino apiladas sobre la mesa de roble y el par de botas embarradas cerca de la cama.

—Alguien ha estado caminando en el exterior húmedo. ¿Tal vez cazando?


—No es temporada de caza —dijo Giles mientras registraba el baúl con mucho
cuidado.

—Hace diecinueve años, le dijo al mozo de cuadras de esta posada que la sangre
de su estribo provenía de la caza.

—Lo sé. Entonces no era temporada de caza.

—Depende de lo que estés cazando —dijo Minerva con frialdad—. O a quién.

Giles se enderezó y le entregó algo con una expresión sombría.

—En efecto, sí.

Ella se acercó para ver que él tenía un mapa tosco y dibujado a mano. Después de
una mirada, sintió que la piel se le ponía de gallina.

—Creo que es nuestra finca.

—Estoy de acuerdo en que se le parece, pero es difícil decirlo con nada más que
campos, bosques y colinas delineados en el dibujo. Y algunos de los puntos de
referencia se ven mal. —Lo examinó cuidadosamente—. Si es un mapa de la finca,
¿qué quiere Plumtree con él?

—No lo sé. Giles, no crees que él realmente podría haberlos matado, ¿verdad?

—Aún no tenemos suficiente información para estar seguros. Pero si lo hizo, ¿cuál
era su razón? Y ¿por qué regresa tantos años después…si realmente es a dónde va?
—Dirigiéndose hacia el baúl, dijo—. Mira en esos cajones de allá. A ver si puedes
encontrar un diario o cartas o algo más que esto.

Un sonido repentino en el pasillo hizo que ambos se sobresaltaran.

—No puedo creer que lo hayas dejado aquí, pedazo de tonto —dijo la voz de
Desmond—. No podemos llegar a ninguna parte sin el mapa.

Lanzándole una mirada de advertencia, Giles tiró el mapa en el baúl y le hizo una
seña con la cabeza hacia el biombo. Ella y Giles se pusieron detrás apenas segundos
antes de que la puerta se abriera.

Afortunadamente, había una silla allí. Él se sentó y tiró de ella sobre su regazo
para que sus cabezas no pudieran ser vistas por encima de la pantalla. Minerva tenía
el pulso acelerado, pero parecía sorprendentemente tranquila. Él ni siquiera saltó
cuando la voz de Desmond volvió a sonar muy cerca de ellos. A ella casi le salió el
corazón por la boca.

—Te lo juro por Dios, Ned —gruñó Desmond—, ¿cómo puedes ser tan imbécil?
También dejaste la puerta desbloqueada.

—¡No lo hice! ¿Por qué siempre me echas la culpa?

Giles le rodeó la cintura con los brazos y ella se inclinó hacia él, temiendo que
Desmond oyera el tronar de su corazón. Si los encontraba aquí, ¿qué haría?
Considerando lo que pudo haberle hecho a mamá y papá...

No, eso era absurdo. Incluso si hubiera estado involucrado en la muerte de sus
padres, no sería tan tonto como para hacerle daño a ella y a Giles en una posada
pública, con su hijo presente. Además, si Giles pudo entrar aquí, sin duda podría
salir.

—Te culpo porque siempre que las cosas salen mal, por lo general es tu culpa —se
quejó Desmond a Ned—. Tú eres el que se dejó el mapa aquí.

—Al menos ahora puedes cambiarte las botas —dijo Ned—. No querrás arruinar
tu mejor par.

—Supongo. Ah, y aquí está el mapa, en la parte superior del baúl. Creíste que lo
habías visto allí.

—Juro que no estaba allí cuando nos fuimos.

—Por supuesto que sí —respondió Desmond. La cama crujió, como si se hubiera


sentado en ella—. Nunca buscas nada. No sé por qué te he traído esta vez.

—Porque soy hábil con una espada, por eso.

Un escalofrío recorrió a Minerva. ¡Dios mío! ¿Cuándo su primo segundo adquirió


ese pequeño talento?

—Para lo que nos sirve eso —dijo Desmond—. Ahora ven aquí y ayúdame con
estas botas.

Minerva quiso gritar. ¿Cuánto se iban a quedar ambos, de todos modos? Inclinó la
cabeza para mirar a Giles, que observaba tranquilamente el borde del biombo. ¿No le
preocupaba ni un poco que pudieran ser capturados? ¿Que Ned pudiera utilizar la
espada con la que era hábil? Giles actuaba como si se metiera en situaciones tan
peligrosas todos los días.

Su sangre se enfrió. Quizás lo hacía. ¿Y si había una razón por la que conocía todas
estas cosas extrañas? ¿Y si estuviera involucrado en algún complot secreto? Incluso
podría ser un espía para los franceses, como Rockton!

Bien. Giles como espía. Su imaginación estaba sacando lo mejor de ella. Giles
nunca sería un traidor. E Inglaterra nunca contrataría a un sinvergüenza como él
para hacer ese tipo de trabajo. Además, la guerra con Francia había terminado hace
diez años, así que ¿a quién iba a espiar? ¿A los visitantes de una casa de juego? ¿Al
tabernero en su taberna favorita?

Era un pensamiento ridículo.

Él la atrapó mirándolo fijamente y su mirada se oscureció, luego la barrió


lentamente con una mirada caliente que la chamuscó donde la tocaba. De repente, se
dio cuenta de que estaba sentada en su regazo. Se sentía muy… personal.
Especialmente cuando su mano empezó a deslizarse sobre su vientre, hacia adelante
y hacia atrás, con una familiaridad que hizo que su sangre se acelerara.

Sus ojos la invitaron a pecar mientras se clavaban en su boca y su color azul


cobalto se intensificaba. Ella apartó la mirada, pero ya era demasiado tarde. Ahora
era demasiado consciente de él. El aroma de Guard’s Bouquet la envolvió,
mezclándose con el olor a sudor y a polvo y a puro hombre. Sus muslos fuertes se
flexionaron bajo su trasero, y ella podía sentir su aliento abanicando las cintas de su
sombrero. Lo peor de todo, su mano seguía moviéndose en círculos lentos y
seductores en su vientre encorsetado, despertando un ansia aguda por más.

¿Qué estaba haciendo él? Debía de estar loco. Estaban a centímetros de ser
descubiertos, y estaba…

Oh Señor. Estaba quitándole furtivamente el sombrero. Se lo entregó, luego tuvo


la audacia de besarle el pelo. ¡Era una locura!

Esto era embriagador. Ser sostenida por un hombre como este. Estar tan cerca, tan
íntimamente. Sentir el calor de su cuerpo contra el suyo. Debería estar
reprendiéndole con una mirada, por lo menos. Sabía muy bien cómo sofocar los
avances de un hombre de esa manera.
Sin embargo, estaba aquí sentada sin hacer nada, disfrutando de la emoción que la
atravesaba, la emoción de hacer algo peligroso.

La emoción de hacerlo con Giles. El hecho de que estuvieran a un tris de ser


descubiertos aumentaba aún más la emoción.

Pudo oír que Desmond maldecía a Ned para que se diera prisa, pudo sentir
cuando la primera bota golpeó el suelo, pero toda su concentración estaba en Giles,
que ahora le besaba la sien, la mejilla, la oreja. Su barbilla débilmente peluda raspó la
delicada piel de su mandíbula, y ella deseaba tanto girar su boca para encontrarse
con la suya...

¿Por qué tenía que ser tan bueno en esto? ¿Y por qué debía derretirse como un
pudin tembloroso cada vez que empezaba a acariciarla?

—Venga, vamos —dijo Desmond.

Ella saltó, temiendo por medio segundo que los hubiera descubierto. Giles detuvo
sus caricias, levantando la cabeza y fijando su mirada una vez más en el extremo del
biombo.

—Estamos perdiendo la luz del día —continuó Desmond—. No debí haberme


quedado para ver la carrera de mi primo.

Sonaron pasos dirigiéndose hacia la puerta.

—Habría valido la pena si hubieras ganado algo del gilipollas —replicó Ned.

—No me lo recuerdes. Debería haber aprendido a no apostar contra Gabriel.


Maldito bastardo probablemente arregló la carrera de alguna manera.

Minerva se tensó. Malditos fueran sus primos y su resentimiento por su familia.


¿Por qué siempre decían esas cosas desagradables?

La puerta se abrió. Los sonidos de pasos que pasaban al vestíbulo le hicieron


aguantar la respiración. Solamente soltó el aire cuando la puerta se cerró, aunque el
chasquido de la llave girando en la cerradura la hizo gemir.

Saltando del regazo de Giles, dijo:

—Tenemos que seguirles.

Giles se levantó con movimientos extrañamente rígidos.


—No hay manera de volver a mi carruaje antes de que hayan desaparecido en el
camino. Pero si van a la finca, podemos buscarlos allí.

—Supongo que eso es verdad.

Se ató el sombrero mientras él se dirigía a la puerta, con la ganzúa en la mano.

—De cualquier manera, tenemos que salir de aquí antes de que decidan que se han
olvidado de otra cosa.

Asintiendo con la cabeza, observó cómo Giles volvía a forzar la cerradura. Salieron
y se dirigieron a las escaleras, sólo para detenerse cuando oyeron que la voz de
Desmond salía de abajo.

—¿Qué quiere decir, quiere que me vaya? He pagado un buen dinero por mi
habitación.

—No puedo tener a su clase pasando el rato aquí con gente importante que se
queda aquí —dijo el posadero.

—¡Mi clase! Le haré saber...

—Siempre pensé que era sospechoso, hablando de cazar urogallos cuando no hay
ninguno aquí. Y la ansiedad de su señoría confirmó mis sospechas.

—¿Señoría? —Desmond maldijo fuertemente—. Supongo que uno de mis primos


me vio y está causando problemas. Si esos Sharpe...

—Sharpe no es el nombre del hombre. Sólo váyase, ¿entiende? Empaque y váyase


antes de que se entere de que está aquí.

—¿Quién es este hombre?

—Lord Manderley y es un caballero elegante.

—¿Manderley está aquí? —gritó Desmond.

Minerva dirigió la mirada hacia Giles.

—Pensé que lo inventaste —susurró.

Sus ojos brillaron con malicia.

—¿Por qué inventar cosas cuando la verdad servirá? Simplemente sucede que tu
primo le debe a Manderley mucho dinero.
—¿Cómo lo sabes?

Él le dirigió una sonrisa enigmática.

—Tu hermano quería que le diera un vistazo a las finanzas de Plumtree. Cosa que
hice.

Ella había pensado que Jarret le había pedido que examinara la situación en lo que
se refería al testamento de Desmond y la abuela, pero no iba a discutir el punto en
este momento.

La voz aterrorizada de Desmond se alzó desde abajo.

—Si Manderley está aquí, me voy.

Oh, Dios. Minerva miró a Giles, pero él ya estaba tirando de ella en dirección a su
habitación. Apenas habían entrado y cerraron la puerta cuando oyeron a Desmond
subiendo las escaleras con Ned.

Aunque sabía que no podía verlos, contuvo el aliento y lo sostuvo hasta que oyó
pasos de botas que pasaban por el otro pasillo.

—No podemos irnos hasta que se vayan —dijo Giles—. No puedo arriesgarme a
encontrarme con ellos.

Ella lo miró con profundo asombro. ¿Cómo lograba mantener una calma tan
inquietante?

—Mientras estoy aquí temblando, con el corazón aporreando y todo mi cuerpo


tenso, actúas como si todo esto fuera un día de trabajo para ti.

Sus facciones se cerraron.

—No sé de qué estás hablando.

Ya empezamos de nuevo, comportándose como si sus acciones fueran


perfectamente lógicas cuando ambos sabían que no lo eran. De un modo u otro, iba a
hacerle admitir lo que había estado haciendo ese día en el estudio de Newmarsh.
Finalmente se le había ocurrido que tenía la manera perfecta de hacerlo: acusarle de
lo único que estaba segura de que no era. Lo único de lo que no le gustaría ser
acusado.
—Admítelo, hay una razón por la que estuviste en el estudio de lord Newmarsh
esa noche, una razón por la que sabes entrar en las habitaciones de la posada y
mantener la calma ante el peligro.

—¿Y qué razón puede ser esa?

—Está muy claro para mí. Eres un ladrón profesional.


Capítulo 7

Giles se rio, lo que la hizo fruncir el ceño. Pero él no pudo evitarlo, considerando
lo que había temido que dijera.

—Un ladrón. Crees que soy un ladrón. Basado en nada más que mi habilidad para
irrumpir en la habitación de tu primo.

—Y el hecho de que te vi robando algo hace años. Que te sientas cómodo entrando
furtivamente en las casas de la gente. Y afirmas no estar interesado en mi fortuna.
Está claro que tienes otra fuente de ingresos.

Eso desterró su diversión. Caminó hacia ella, la ira alimentaba sus movimientos.

—¿Es realmente tan difícil creer que puedo hacer una vida decente con lo que
hago? ¿Que podría ser lo suficientemente listo como para tener éxito como abogado y
disponer de altos honorarios?

Lo miró fijamente.

—Bueno, debes admitir...

—No hay necesidad de admitirlo, cuando has decidido admitirlo por mí, con tu
vívida imaginación y tu talento para la ficción. —Él la apoyó contra la puerta—. Así
que esto es lo que has estado haciendo con esa aguda mente tuya: convirtiéndome en
una mente criminal.

—Yo no estaba...

—Sí, lo hiciste. — Él apoyó sus manos a ambos lados de ella, su temperamento le


superó.

Ella lo miró fijamente, al parecer no menos intimidada.


—¿Qué se supone que debo pensar cuando irrumpes en habitaciones y mientes
tan fácilmente?

—No soy el único que miente con facilidad —replicó él—. Mientes a diario con tu
pluma y no piensas en ello.

—Eso no es lo mismo, estoy contando historias. La gente lo sabe.

—¿Los demás? Todo el mundo especula que Rockton es tu hermano. —Se inclinó
más cerca—. Y hace un rato hiciste el papel de Lady Manderley sin escrúpulos, pero
no te estoy acusando de ser una criminal. No estoy cuestionando tu carácter.

Ella resopló.

—Sólo estaba tratando de ayudarte a averiguar sobre Desmond.

—Lo cual estabas haciendo por el beneficio de tu familia. Y este es el


agradecimiento que recibo: acusaciones e insinuaciones. —La miró furioso—. ¿Sabes
de qué se trata realmente? Odias el hecho de que te sientas atraída por mí. Así que
estás inventando nuevos niveles de villanía con la esperanza de que te impida
desearme.

Ella se incorporó.

—Esa es la cosa más ridícula que he escuchado. Simplemente tratas de distraerme


de hacer preguntas perfectamente sensatas...

Él la besó. ¿Qué más podía hacer? Estaba tratando de distraerla de hacer


preguntas, y ella era demasiado inteligente para caer en ello. Pero había algo de
verdad en sus palabras, aunque lo admitiera o no.

Había visto la llamarada de necesidad en sus ojos cuando la había acariciado


antes, sintió el agudo aumento de su respiración. Ella le deseaba. Y él malditamente
la deseaba. Ya había pasado la mitad del día ansiándola, tentado más allá de la
resistencia por su boca exuberante, sus delicadas muñecas y el delicado tobillo que
había visto cuando se había metido en su carruaje. Tenerla retorciéndose en su
regazo había sido la última gota.

Dios, era dulce besarla. Para una mujer con una reputación de hacer trizas a los
hombres con su lengua, tenía la boca más suave que había conocido. Podía perderse
en ella muy fácilmente.
Podía perderse en ella muy fácilmente. Y eso sería un error. La última vez que dejó
que su polla lo guiara, casi había arruinado la vida de dos personas para siempre. Así
que debía mantener una firme sujeción en sus impulsos, no dejarlos sueltos.

Pero, ¿cómo se suponía que debía hacer eso con Minerva? Ella trituraba su control
con cada movimiento de su cuerpo perfecto. Sus manos estaban ahora alrededor de
su cuello, quitándole el sombrero, que cayó al suelo. Podía sentir sus dedos en el
pelo, y eso le hacía querer sus dedos en otros lugares, haciendo otras cosas…Dios le
librara…

—Aunque esto sea fascinante —murmuró contra sus labios—, no me obligarás a


dejar de hacer preguntas.

—¿Estás segura de eso? —Él arrastró su boca hacia abajo y debajo de la gorguera
de encaje para chuparle el cuello.

—Estoy segura —dijo ella, aunque temblaba bajo sus labios—. Ya no soy… una
colegiala caprichosa.

Él se echó hacia atrás para mirar sus hermosos ojos verdes.

—Ni por un momento de tu vida has sido alguna vez caprichosa.

—Entonces, llámalo tonta —inclinó la barbilla—. Yo era demasiado tonta para


darme cuenta de que para ti no fui más que un momento de diversión esa noche en el
baile de disfraces.

El dolor en sus ojos le hizo estremecerse. La había herido más de lo que se había
dado cuenta.

—Tampoco fue eso. —La besó en la sien—. Demasiado joven. Y en el lugar


equivocado en el momento equivocado de mi vida.

—Una excusa fácil. No he sido “demasiado joven” desde hace bastante tiempo, y
te costó nueve años incluso besarme de nuevo. A este ritmo, sólo avanzarás para
forzarme cuando tenga cuarenta años.

Él esperaba estarla forzando a los cuarenta. Y a los treinta y cinco y a los


veintinueve y pasado mañana.

O mejor hoy. Eso ciertamente haría avanzar este proceso.


—Si es forzar lo que quieres… —La levantó en sus brazos y la llevó a la cama,
donde la arrojó sobre ella.

—¡Qué demonios! —Exclamó Minerva—. ¡Aplastarás mi sombrero favorito!

Empezó a levantarse, pero él se subió a la cama para acostarse sobre ella, le sijetó
la cintura con un brazo y atrapó sus con una de las de él.

—Oh, pienso hacer más que aplastar tu sombrero, atrevida.

Sus ojos chispearon una advertencia.

—Ten cuidado, Giles. Podría decidir gritar.

Él alzó una ceja.

—Entonces tendrás un buen rato explicando por qué estás gritando por los
avances de tu marido. —Comenzó a soltar los botones que llevaba su pelliza.

Cuando la abrió para desnudar la parte superior de sus pechos a su mirada, ella
respiró hondo.

—A lo mejor diré la verdad —dijo ella temblorosa, aunque no intentó cerrar su


vestido.

Su pulso se volvió frenético.

—¿Que no eres realmente mi esposa? ¿Que mentiste sobre eso? ¿Que me dejaste
pedir una habitación para nosotros? ¿Que estuviste a solas conmigo? Me gustaría oír
esa conversación.

Minerva observó cautelosamente cómo él bajaba la copa de su corsé para revelar


un pecho envuelto en lino. Giles se quedó sin aliento. Era tan bonito como esperaba:
lleno y sensual, con un pezón rosado que se puso duro bajo su mirada. Él acunó la
abundante carne en su mano, saboreando el fuego instantáneo que brilló en su
mirada.

—Qué inteligente por tu parte…hacer que sea…mi culpa —suspiró mientras él


bajaba la cabeza para chupar el pecho suculento a través de su combinación y lamia
su pezón duro.

Ella jadeó pero no lo detuvo.


—¿Entonces debo aceptar yo la culpa? —Raspó contra el paño húmedo, su
garganta en carne viva por la necesidad de ella—. ¿Por desearte? ¿Por querer
saborearte? ¿Por intentar volverte tan loca como me has estado volviendo a mi?

Con un gemido, ella enterró los dedos en su cabello y lo empujó de nuevo a su


pecho.

—¿Te he estado volviendo loco? —Susurró.

—Sabes que lo has hecho. —¿Por qué ella le dejaba hacer esto? ¿Por qué no estaba
protestando?

No importaba. Desde aquel maldito baile del día de San Valentín, había tenido
demasiados sueños donde estaba debajo de él, dispuesta y ansiosa. Y ahora que
estaba viviendo ese sueño, no iba a detenerse.

Movió su cuerpo para poder levantar sus faldas.

—Lo único en lo que he podido pensar desde que bailamos —murmuró— es cómo
quiero tocarte. —Deslizó la mano por debajo de las enaguas para pasarla a lo largo
de las medias. —Cómo quiero acariciarte hasta que grites tu placer. — Él alcanzó sus
ligas y se movió más arriba. —Para saquear tu suave cuerpo en formas que no
puedes imaginar.

Su pecho se elevaba y caía con sus respiraciones rápidas; sus ojos estaban abiertos,
pero no tenía miedo.

Debería tener miedo. Él estaba llegando al límite. Se sentía tan bien debajo de sus
faldas, su piel tan sedosa y cálida como pétalos de rosa besados por el sol.

Al encontrar el lugar tierno entre sus piernas, deslizó los dedos dentro de la
hendidura de sus bragas para tocar sus rizos. Estaba caliente y húmeda para él, y
podría explotar sólo sabiendo eso.

Cuando inclinó la cabeza para chuparle nuevamente el pecho, ella tomó aire pero
aun así logró murmurar:

—Así que dime…la verdad. ¿Eres un ladrón? O quizás…¿Algo peor?

Al principio su pregunta no se registró. Estaba demasiado atrapado en llenar sus


manos y su boca con su carne encantadora. Cuando por fin captó sus palabras, la
decepción se estrelló contra él. Así que por eso la dejaba tocarla. Pensaba utilizar su
cuerpo para distraerlo, para que él contestara sus preguntas.
No estaba seguro de si reír o gemir. Claramente ella no sabía con quién estaba
tratando; dos podrían jugar este juego.

Deliberadamente la tomó entre las piernas, disfrutando de cómo sus ojos se


abrieron como platos por la sorpresa.

—¿Por qué te importa? —dijo con voz rasposa—. No piensas casarte conmigo de
todos modos. Entonces, ¿qué importa si soy un ladrón?

Su respiración era inestable. Bien. La quería tan inquieta como lo estaba él.

—Tal vez sea…simple curiosidad intelectual —soltó ella.

—¿Como este pequeño interludio? ¿Es eso lo que estás haciendo conmigo, cariño?
¿Satisfaciendo tu curiosidad intelectual?

Él arrastró su dedo por su delicada hendidura hasta que encontró el delicioso


centro de su pasión, y luego lo empujó hasta que ella dejó escapar un grito de
sorpresa.

—Oh…vaya…Giles…

—O quizás vuelvas a reconsiderar la idea del matrimonio conmigo —prosiguió—.


Por eso es tan imperativo que conozcas mi verdadero carácter.

Aunque se retorció debajo de él, con el rostro enrojecido, sacudió la cabeza.

—Yo quiero…quedarme sola para…escribir mis libros.

—Entonces no deberías hacer cosas como esta…dejarme tocarte, saborearte.

Giles tampoco debería. Puesto que la seducción no había sido su propósito, él sería
un verdadero sinvergüenza por continuar. Pero rápidamente estaba olvidando de
que ya no era un canalla. Ella olía demasiado dulce, sabía demasiado delicioso. Y la
deseaba demasiado.

Sólo medio consciente de lo que hacía, se frotó contra su muslo, buscando alivio
para el dolor creciente en su polla.

Ella parpadeó y le agarró la mano.

—¿Qué tienes en el bolsillo? Es una pistola, ¿no? Sabía que estabas a la altura de
algo sospechoso.
Con una risa, él obligó a que su mano bajara hasta su “pistola” y la frotó a lo largo
de su carne, una acción que era a la vez dolorosa y placentera para él, ya que sabía
que era todo lo que llegaría a hacer.

—No es una pistola, descarada. Es lo que le sucede a un hombre cuando una


mujer lo excita más allá de su control.

El sonrojo que le subía por el cuello le decía que lo había pillado.

—Yo... no me di cuenta…es decir...

Sonó un golpe en la puerta.

—Maldita sea —masculló—. ¿Qué quieren? —Gritó.

Su tono debía de ser demasiado brusco, porque hubo una larga pausa.

—Señor, si pudiera tener un momento de su tiempo...

Con un suspiro, miró a Minerva.

—Parece que por ahora te has librado, bomboncito.

Apartándose de la cama, se dirigió lentamente hacia la puerta dándole tiempo a su


polla para que se relajara y para que ella se abrochara los botones de la pelliza. Él
encontró su sombrero cerca de la cama y se lo puso, y luego esperó hasta que
Minerva se hubo levantado de la cama antes de abrir la puerta.

—¿Sí?

—Sólo quería informarle que el Sr. Plumtree se ha ido, milord. Así que no tiene
por qué preocuparse de encontrarlo en los pasillos.

—En realidad, señor, hemos decidido dejar la posada —dijo Giles sin rodeos.

—¿Qué? —Gritó—. ¿Por qué?

—A mi esposa no le gusta la habitación.

Como si le hubiera dado el pie, Minerva se adelantó. Aunque él pudo ver que
estaba sacudida, ella se las arregló para dar un resoplido teatral.

—Tiene un olor desagradable, señor. Y juraría que vi una rata corriendo debajo de
la cama.
—Perdón, mi señora, pero no tenemos ratas —protestó el posadero—. Y si hay un
olor, tal vez otra habitación...

—Lo siento, mi buen amigo, pero nos vamos. —Giles entregó al hombre varios
soberanos—. Espero que esto solucione cualquier inconveniente que le hayamos
causado.

El posadero miró las monedas y sus ojos se iluminaron.

—Si mi señor. Gracias, mi señor.

—Vamos, querida —dijo Giles, tendiéndole el brazo.

Mientras ella lo tomaba, se atrevió a mirarla de nuevo. Las flores de su sombrero


estaban un poco aplastadas y su ropa un poco desordenada, pero nada que alguien
probablemente comentaría. Había tenido suerte. Ella simplemente no sabía cuánta.

Mientras bajaban las escaleras, Giles murmuró:

—No vuelvas a hacer eso.

La mirada de ella voló hacia él.

—¿Qué?

—Provocarme hasta que pierdo el control contigo.

—¿Es eso lo que hice? Pensé que me limité a señalar que has estado bastante
desatento para ser un hombre que dice querer casarse conmigo por algo que no sea
mi fortuna.

—¿Quieres que sea más atento? —preguntó seriamente.

Ella no lo miró mientras volvían al carruaje.

—Por supuesto que no.

—¿Y ahora?

—Haz lo que quieras. No me importa nada.

Sin embargo, algo había cambiado entre ellos. El aire se había cargado de bastante
energía sensual antes de chisporrotear con ella ahora. Hasta hoy, había negado que le
deseara. Ya no podía.

Su tono se endureció.
—Has dado mucho dinero al posadero. Y hay ese anillo de sello que llevas puesto.
Dime, ¿cómo has conseguido exactamente todo eso?

—¿Vamos a tus absurdas sospechas? —gruñó—. ¿No se te ha ocurrido que me


resultaría difícil encontrar un perista para mis mercancías cuando estoy trabajando
como oficial de la ley? Me arriesgaría a ser expuesto por cualquier criminal que me
reconociera en el juzgado.

—Entonces, ¿qué estás exactamente...?

—No sé si sentirme halagado de que me consideres una mente criminal tan


inteligente o insultado porque me creas tan desprovisto de buena reputación. —La
condujo a través de la gente que aún estaba deambulando cerca del recorrido—.
Excepto cuando tomé esos papeles, no soy un ladrón, Minerva. Lo juro por mi honor.
—Le lanzó una larga mirada. —A menos que me consideres demasiado canalla como
para tener algún honor.

Ella parecía avergonzada.

—Bueno no. Pero todavía no has explicado por qué...

—Esta conversación tendrá que esperar más tarde —murmuró al ver su carruaje—
. Tenemos un problema más importante por el que preocuparnos.

—¿Eh? —Dijo ella con irritación.

—Parece que tus hermanos nos han encontrado.

Ella siguió su mirada, luego gruñó.

Stoneville estaba sentado en el carruaje de Giles, ignorando al lacayo que sostenía


a los caballos y parecía aterrado. Jarret y Gabe descansaban a cada lado del carruaje,
y las expresiones en sus caras cuando se acercaba con Minerva le dijeron a Giles que
su prórroga de una polémica estaba a punto de terminar.

—Qué agradable veros aquí —bromeó Giles.

Jarret entrecerró los ojos.

—Vimos tu carruaje y pensamos que tenías que estar cerca. —Se alejó del carruaje,
su expresión asesina.

Minerva se inclinó hacia Giles, como buscando su protección. Fue muy


gratificante.
—Y puesto que nos dijiste que esta mañana ibas a visitar a Minerva… —Gabe
continuó con una mirada amenazadora.

Stoneville saltó desde el carruaje.

—Su sombrero está torcido. ¿No te parece que su sombrero se ve en bastante mala
condición, Jarret? Y su vestido, también.

—No es que eso sea de vuestra incumbencia —respondió Minerva—, pero mi


vestido y mi sombrero están desordenados porque estábamos escondiéndonos de
Desmond.

—¿Desmond estuvo aquí? —preguntó Oliver.

—Sí. Y cuando el señor Masters y yo lo vimos, lo seguimos para averiguar por


qué. Así es como terminamos escondidos en su habitación en la posada y casi nos
atrapan.

La mirada de Jarret se movió de Giles a Minerva.

—Puede que debas empezar desde el principio, Minerva.

—Muy bien. —Rápidamente se lanzó a una breve descripción de sus actividades


en la posada, aunque él notó que ocultó el hecho de que Giles se había metido en la
habitación de Desmond. En cambio, les dijo que la puerta estaba abierta.

Qué curioso. Estaba mintiendo para protegerlo. Podría tener alguna idea ridícula
de que era un ladrón, pero claramente no quería que lo atraparan.

Cuando llegó a la parte de su escondite detrás del biombo en la habitación de


Desmond, Jarret frunció el ceño a Giles.

—¿Qué pensabas, dejarla ir mientras lo seguías?

—¿Dejarla ir? —replicó Giles—. Está claro que no conoces muy bien a tu hermana
si crees que podría detenerla una vez que decidiera hacer algo.

—No debiste haberla traído aquí en primer lugar —señaló Gabe con una dura
mirada—. Por el amor de Dios, hombre, no tienes...

—Hice que me trajera aquí —exclamó Minerva. —Una vez que me enteré de que
competías con el señor Chetwin...

—¿Cómo lo descubriste exactamente? —Gabe lanzó a Giles una mirada de enojo.


—No me mires —dijo Giles—. Ni siquiera sabía de la carrera.

—Freddy me lo dijo —dijo Minerva. Oliver maldijo entre dientes—. Y una vez que
oí que planeabas volver a correr esa horrible carrera, ni todo el ejército inglés podría
evitar que intentara detenerte. Solamente desee que no llegáramos demasiado tarde.

—Gané, ya lo sabes —dijo Gabe con una sonrisa superior.

Giles puso los ojos en blanco. Ese no era el rumbo que debía tomar con Minerva.

Ella se acercó a Gabe y clavó su dedo contra su pecho, sorprendiéndolo.

—Tienes suerte de no haber muerto, tonto. ¿Que estabas pensando? Después de


ese último choque, asumí que tendrías la sensatez de no arriesgarte, pero no,
llegamos para encontrarte arrastrándote imprudentemente hacia las rocas…

Su voz sonó como un sollozo, y la sonrisa de Gabe se convirtió en alarma.

—¡Vamos, Minerva, estaba bien!

—¡Sí, pero podrías haber sido asesinado! —Cuando sacó el pañuelo para secarse
un ojo, Giles se preguntó cínicamente si sus lágrimas eran reales. Había visto a sus
hermanas fabricar lágrimas con suficiente frecuencia.

Si las hubiera fabricado, era una manera inteligente de desactivar la ira de sus
hermanos y de apartar la atención de lo que ella y Giles habían estado haciendo.
Gabe mostraba una expresión de puro disgusto, y los otros dos intercambiaron
miradas nerviosas.

—Y tú, Jarret, de toda la gente —continuó, rodeando a ese hermano. Su diatriba


estaba atrayendo a una multitud, pero no parecía importarle—. ¡Dejas que lo haga,
incluso después de verlo prácticamente matarse la última vez! Deberías avergonzarte
de ti mismo.

—Espera un minuto, hermanita —protestó Jarret—. Intenté convencerlo de ello.

—No lo suficiente. Tal vez estabas más interesado en apostar en la carrera que en
impedir que muriera tu hermano.

—¡Claro que no! —dijo Jarret, ahora a la defensiva—. No lo hice…Yo nunca...

—Entonces eres tú, Oliver —dijo, volviendo su mirada desgarradora hacia su


hermano mayor—. Ya sabes lo malherido que estuvo. Podría haberse roto fácilmente
el cuello. ¿Quieres verlo morir?
—¡Por supuesto que no!

—¿Entonces por qué no exigirle que se quede en casa? ¿Por qué venir aquí y
ayudarlo?

—Alguien tenía que asegurarse de que Chetwin no hiciera trampas y vigilar en


caso de... —Oliver se interrumpió con una mueca.

—¿Ha tenido un accidente, como la última vez? —dijo ella—. ¿Es por lo que
estabas aquí para recoger las piezas después?

—No…Quiero decir… —Para gran diversión de Giles, Stoneville le dirigió una


mirada indefensa.

—¿Podrías explicarle a mi hermana que un hombre tiene que estar al lado de su


hermano, sea cual sea la elección que haga? ¿Qué se suponía que debía hacer,
amarrarlo y no dejarlo salir de la casa? Es un hombre adulto, por el amor de Dios.

Cuando algunos de los espectadores que veían discutir a su muy pública familia
murmuraron su acuerdo, Minerva se dio la vuelta hacia Giles, sus ojos destellando
fuego.

—¡No te atrevas a decirme que estás de acuerdo con ellos!

Él alzó las manos.

—Me estoy manteniendo fuera de esta pelea. Te traje aquí, ¿recuerdas? Yo hice mi
parte.

—Y de todos modos, resultó bien —dijo Gabe irritado—. No sé por qué estás
haciendo tanto alboroto. No morí, y además gané la carrera. Eso es todo lo que
importa.

Una nueva voz entró en la pelea.

—Sí, eso es lo único que te importa, ¿verdad, lord Gabriel?

Todos se giraron para ver a una joven que estaba de pie, acompañada por un
caballero que parecía como si quisiera estar en cualquier otro sitio que no fuera allí.
Giles trató de colocar a la mujer, que parecía familiar de alguna manera.

Pero al parecer no a Gabe.

—¿Quién diablos eres? —Preguntó.


—Alguien que no se ha olvidado de la última víctima de tu imprudencia —dijo la
mujer con gran angustia en su voz—. Pero tú lo has hecho, ¿verdad? Has olvidado
completamente cómo llegaste a ser llamado el Ángel de la Muerte.

Giles gimió cuando la verdad se registró, y palideció.

—Eres la señorita Waverly —dijo Gabe, con ojos repentinamente torturados.

—Exactamente. La señorita Virginia Waverly. Y mataste a mi hermano.


Capítulo 8

Minerva estaba aturdida. Virginia Waverly. Había visto a la chica una sola vez, en
el funeral de Roger Waverly, cuando la señorita Waverly tenía trece años y era
bastante corriente. a especial.

Ahora ya no era nada corriente. A los veinte años, era una belleza, con una figura
esbelta, ojos azul oscuro y el pelo era una masa de tirabuzones negros que
destacaban bajo un sombrero de paja muy pequeño con cintas rosas. Y brillaba
bastante con rabia justa cuando se enfrentó al hombre que veía como el asesino de su
hermano.

Parecía que alguien hubiera golpeado al pobre Gabe en la cabeza con un hacha. Al
menos alguien estaba tratando de hacerle perder el sentido, aunque la mujer no tenía
derecho a afirmar que había matado a su hermano.

—Señorita Waverly —dijo Minerva, forzando una sonrisa mientras daba un paso
adelante—. Creo que estás actuando bajo algún malentendido sobre la muerte de tu
hermano. Mira…

—No te metas en esto, Minerva —ordenó Gabe con un tono sin emociones—. La
señorita Waverly ha venido aquí para sacar algo de su pecho, y me gustaría
escucharlo.

—En realidad —dijo la señorita Waverly con tono agudo—, he venido a verte
correr, lord Gabriel. No podía creer que fueras tan imprudente otra vez. Que
arriesgarías la vida de otro hombre después de que...

—Chetwin escogió la carrera, no Gabe —intervino Jarret—. Como dijo mi


hermana, estás actuando bajo un malentendido.

—¿Podríais hacer el favor de callaros? —exclamó Gabe—. Esto no tiene nada que
ver con ninguno de vosotros.
Se acercó a la señorita Waverly con pasos de plomo y una expresión herida que
rompió el corazón de Minerva.

—¿Qué quieres como recompensa por la muerte de tu hermano, señorita Waverly?


Pide cualquier cosa, y lo haré. He ofrecido lo mismo a tu abuelo por escrito muchas
veces, pero ni siquiera reconoce mis cartas.

—Él quiere olvidar —espetó ella—. Pero yo no puedo.

—Entiendo. Roger era tu hermano. Si pudiera volver atrás y hacer...

—Qué tontería —replicó con voz amarga—. Estás aquí hoy repitiendo la historia.
Podría haberte perdonado antes, pero no ahora. No cuando escuché que querías
hacer exactamente lo mismo otra vez. Me enteré de la primera carrera contra
Chetwin demasiado tarde para asistir, pero ésta, no iba a perdérmela.

Gabe se puso rígido, su voz se volvió fría como la fatalidad.

—Así que viniste a decirme que soy un bastardo sin conciencia.

—No, he venido a verte perder. Pero nunca lo haces, ¿verdad? Puesto que estás
tan empeñado en arriesgar la vida de todos en esa miserable carrera, entonces
también puedes competir conmigo. Al menos puedo honrar la memoria de mi
hermano al lograr lo que quería: golpear al todopoderoso Señor Gabriel Sharpe.

Gabe parecía tan sorprendido como el resto de ellos.

—No voy a competir contigo, señorita Waverly.

Ella se puso las manos en las caderas.

—¿Por qué no? ¿Porque soy una mujer? Soy una conductora excelente, tan buena
como lo fue mi hermano.

—En realidad lo es, sabes —le ofreció su compañero, un hombre de pelo oscuro
con una cara que llamaba la atención—. Mi prima se destaca en la conducir cuatro en
mano8. Incluso ganó una carrera contra Letty Lade.

—Ya lo he oído —dijo Gabe secamente.

Minerva ciertamente no lo había oído. Letty Lade era la esposa de muy mala
reputación de sir John Lade. No sólo era un famoso látigo, sino que también se

8 Carruaje tirado por cuatro caballos


rumoreaba que había sido la amante de un salteador de caminos antes de casarse con
su marido, que era famoso como el fundador del Club Cuatro-en-Mano. Para vencer
a Letty Lade se necesitaría un conductor de mucha habilidad.

—Pero no importa lo buena que seas, señora —prosiguió Gabe—. No voy a


competir contigo, y ciertamente no en esta carrera. Tendrás que vengarte de alguna
otra manera.

—Puedes cambiar de opinión después de que corra la voz de que una mujer te
desafió a una carrera y te negaste —dijo, con calma—. Dudo que te guste ser
marcado como cobarde por todos tus amigos.

Y con ese comentario cortante, la señorita Waverly se volvió y se alejó.

Su primo se detuvo un momento.

—Te das cuenta de que está enfadada y tratando de provocarte.

Gabe la miró, con los ojos sombríos.

—Está teniendo éxito.

—Veré si la hago entrar en razón —dijo su primo, y luego se apresuró tras ella.

—Buena suerte —murmuró Gabe. Luego se volvió bruscamente y se alejó de


donde estaban.

—¿Dónde diablos vas? —le preguntó Jarret.

—¡A emborracharme! —gritó y se dirigió con determinación hacia el Black Bull.

—Pero Gabe ... —empezó Minerva.

—Déjalo en paz —dijo Giles en voz baja—. Este no es el momento en que un


hombre quiere a su hermana.

Alguna comunicación tácita pasó entre Oliver y Jarret, luego Jarret asintió.

—Lo vigilaré. Puedes ir a casa con Minerva.

—¿Crees que Gabe va a estar bien? —preguntó Minerva a Oliver ansiosamente


mientras Jarret se iba.

—Es difícil decirlo —respondió Oliver—. Ya sabes cómo es.


Ella lo sabía. Gabe caía en un silencio escalofriante cuando se mencionaba el
nombre de Roger Waverly y después invariablemente tomaba cualquier desafío
arriesgado que alguien le ofreciera. El Señor sólo sabía cómo reaccionaría a esto.

Oliver miró a sus hermanos otro momento, luego se volvió hacia Giles.

—Creo que Minerva debería volver a Halstead Hall conmigo.

—Ni soñarlo —dijo Giles con una calmada voz acerada—. La traje aquí y la llevaré
a su casa.

—Si cree que te dejaré tener un minuto más a solas con mi hermana...

—Oh, por Dios —dijo Minerva con irritación—, estamos en un carruaje abierto e
iremos detrás de ti. ¿Qué podría hacerme?

Lo último que quería en este momento era montar a solas con Oliver mientras
trataba de determinar el alcance de lo que ella y Giles habían estado haciendo en la
posada. Sabía que era mejor no creer que él había tomado su cuento de la tarde al pie
de la letra. Oliver era así de astuto.

Finalmente Oliver asintió con la cabeza.

—Ambos me daréis un informe completo una vez que lleguemos a casa sobre lo
que habéis descubierto acerca de Desmond. —No era una petición.

—Por supuesto —dijo Giles.

Cuando Oliver se dirigió a su propio carruaje, Minerva soltó un largo suspiro.


Gracias a Dios que había cedido. Necesitaba tiempo para preparar lo que le contaría
sobre ella y Giles.

El Señor la protegiera si alguna vez adivinaba la verdad. Sí, quería que él se


preocupara por su asociación con Giles, al menos lo suficiente como para
desaconsejar a la abuela hacerla casarse. Pero ella no quería a Giles lastimado. Y
Oliver sin duda le haría mucho daño si supiera que acababa de pasar una parte de la
tarde siendo acariciada y conducida al paroxismo por el hombre.

Iba a ser difícil pretender que su mundo entero no acababa de ser desplazado de
su eje. Por fin conocía de primera mano algo de lo que los hombres y las mujeres
hacían juntos una vez que seguían más allá de los besos. Y ahora que lo sabía, tenía
que preguntarse cómo alguna mujer había permanecido casta.
Lo que había comenzado como aquiescencia a las seducciones de Giles para poder
obtener algunas respuestas de él se había convertido rápidamente en la tarde más
emocionante de su vida. ¡Qué nuevos sentimientos había despertado en ella! Y
cuando deslizó el dedo dentro de las bragas… No era de extrañar que las mujeres se
arrojaran a la cama con los canallas. Hombres como él eran un peligro para la
compostura de cualquier mujer.

Giles era un seductor magistral. Porque podía despertar tan fácilmente el cuerpo
de una mujer que ella perdía la cabeza ante sus deliciosos besos y caricias. Porque
podía hacer que una mujer olvidara todos sus planes para el futuro.

No, eso no. Nunca eso. Aunque había calentado su sangre, eso no era suficiente
para construir un matrimonio, especialmente cuando tenía el hábito de calentar la
sangre de cada mujer. Ella no estaba a punto de terminar en la situación de mamá.

Además, después de hoy seguramente estaría a un paso de la libertad. La abuela


se alarmaría después de que Oliver le contara sus preocupaciones. Entonces la abuela
la repudiaría para siempre, a ella y sólo a ella, dejándola libre para escribir sus libros
en una cabaña en alguna parte. Ya ganaba dinero suficiente para mantenerse así.

Y eso es todo lo que Minerva quería. Su propia vida.

Sin embargo, cuando Giles tomó su mano para ayudarla a entrar en el carruaje, no
pudo evitar pensar en dónde había estado recientemente esa mano, exactamente lo
que le había estado haciendo y lo maravilloso que la había hecho sentir. Peor aún, la
mirada caliente que le dio le dijo que ella no era la única que pensaba en ello.

Y cuando subió para sentarse a su lado, ella era dolorosamente consciente de la


calidez del muslo contra el suyo, la forma magistral en que tomó las riendas y puso a
los caballos a paso constante detrás del carruaje de Oliver.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.

Ella se puso rígida. ¿Había leído su mente?

—¿Por qué no lo estaría?

—Porque acabas de oír a una mujer acusar prácticamente a tu hermano de


asesinato.

Oh, eso.
—Estoy bien. Sólo estoy preocupada por Gabe. —Pensó en la expresión de su
cara—. Entiendo por qué la señorita Waverly está enojada, pero no tenía derecho a
culpar a Gabe por la muerte del señor Waverly. —Cuando Giles no dijo nada, el
temperamento de Minerva se encendió. —¿No estás de acuerdo?

Él le lanzó una mirada penetrante.

—¿Habrías culpado a Chetwin si Gabe hubiera muerto hoy?

El comentario la sorprendió con la guardia baja. Buscó su conciencia.

—Ya que él fue el que desafió a Gabe… Supongo que podría haberlo hecho. Pero
Gabe no desafió al señor Waverly a esa carrera.

—¿Sabes eso con certeza? ¿Ha dicho Gabe alguna vez eso?

Ella pensó en todo lo que había dicho cuando sucedió y dejó escapar un largo
suspiro.

—No. Simplemente asumí… —Ella lo miró—. ¿Tú lo sabes?

—Nadie lo sabe, excepto un par de sus amigos que se niegan a hablar. Lo que me
lleva a creer que Gabe podría haber planteado el desafío. Si Waverly lo hubiera
hecho, los amigos no tendrían ningún remordimiento en decirlo, ya que el hombre
está muerto.

Ella frunció el ceño.

—Odio cuando eres lógico.

Una ligera sonrisa tocó sus labios.

—Sólo porque eres ciega cuando se trata de ver a tu familia con claridad.

—¿Y la señorita Waverly no?

—No dije eso —le lanzó una breve mirada pensativa—. Pero pienso que tú, de
toda la gente, entenderías lo que es querer justicia para alguien a quien amas, sin
embargo, eres totalmente incapaz de obtenerla por cualquier medio legítimo.

Algo en la manera en que dijo “justicia” y “medios legítimos” la detuvieron,


recordándole que el padre de Giles se había suicidado después de perder una gran
cantidad de dinero, probablemente en el juego.

—¿Seguimos hablando de mí y de mi familia?


Su cara se volvió hermética.

—Por supuesto. Quieres saber la verdad sobre lo que le pasó a tus padres, y estás
dispuesta a hacer grandes esfuerzos, como entrar furtivamente en la habitación de
Desmond, para conseguirlo. Tú y la señorita Waverly sois iguales en ese aspecto.

¿Por qué tuvo la sensación de que había cosas que él no estaba diciendo?

—Ella no quiere justicia, quiere venganza.

—Tú también lo harías si supieras con certeza que Desmond mató a tus padres.

—Tal vez. —Le miró de cerca—. ¿Así que querías vengarte por la muerte de tu
padre?

Él puso una expresión insulsa.

—Se suicidó, ¿cómo se puede vengar por eso?

—No lo sé...te lo estoy preguntando. Dices que estoy ciega a los defectos de mi
familia. Sólo me preguntaba si tú eras igual de ciego para los de tu padre.

—Difícilmente. Conocí los defectos de mi padre tan bien como los míos. —su tono
remoto le advirtió que no se burlara.

—¿Oh? ¿Y cuáles son precisamente tus defectos, Giles? Aparte de tu tendencia a


pasar tus tardes en los burdeles y tu incapacidad de tomar la vida en serio.

Un músculo se tensó en su mandíbula.

—Me suena como si ya conocieras mis defectos. No tiene sentido que te ayude a
agrandar tu lista.

Ella se palmeó el dedo contra la barbilla.

—Me pregunto si debo considerar tu capacidad para forzar una cerradura como
una falta o un activo. Tu asombrosa facilidad para mentir de manera convincente es
ciertamente una falta.

—Una que compartes —dijo él secamente.

Ella se quedó boquiabierta.

—¡Perdona!
Él le lanzó una mirada penetrante desde unas pestañas morenas increíblemente
gruesas.

—Le dijiste a tu hermano que la puerta de Desmond estaba desbloqueada, y él te


creyó. Así que eso te convierte en una mentirosa tan convincente como yo.

Ella apartó su mirada de la de él. Bueno, la tenía allí.

Él continuó con aparente satisfacción.

—Revelar a tus hermanos que poseo tal talento cuestionable sólo habría ayudado a
tu causa. Hubiera enviado a Oliver a tu abuela para protestar por nuestro cortejo. No
puedo imaginar lo que estabas pensando para dejar pasar esa oportunidad.

—Yo tampoco —dijo bruscamente.

La verdad era que algo le había impedido revelar ese pequeño chisme.
Ciertamente no habían sido las endebles excusas de Giles sobre cómo había
aprendido a forzar una cerradura. Ni siquiera había sido la manera cautelosa con que
la había observado mientras ella contaba su cuento, casi como si estuviera esperando
que lo traicionara.

No, algo más la mantenía en silencio acerca de sus…peculiaridades. Ella sentía


una extraña afinidad con él, nacida de sus secretos compartidos. De alguna manera
sabía que cualquier actividad sospechosa en la que estuviera involucrado debía
permanecer entre los dos, al menos hasta que pudiera averiguar exactamente lo que
era.

Cuidado ahora, le dijo su yo sensato. Dijiste que no le dejarías robar tu corazón esta vez.
Sin embargo, mentiste por él.

¡Maldito fuera su yo sensible! ¿Dónde había estado cuando Giles deslizaba su


mano debajo de sus faldas? No tenía por qué reprenderla.

—Así que no vas a admitir la verdadera razón por la que mentiste sobre mí
forzando cerraduras —dijo arrastrando las palabras.

—¿Qué verdadera razón?

Él se encogió de hombros.

—Quieres protegerme. A pesar de todo lo que piensas que crees acerca de mí,
confías en mí.
Eso estaba incómodamente cerca de ser verdad.

—No confío en ningún hombre —replicó ella—, sobre todo, no en ti.

—¿Entonces por qué mentiste por mí?

—¿Por qué robaste esos papeles hace nueve años? —Cuando él no dijo nada, ella
acarició suavemente sus faldas—. No estás más dispuesto que yo a explicarte. Y
hasta que lo estés, difícilmente puedes esperar que confíe en ti.

Estaban cerca de Halstead Hall ahora, y el carruaje de Oliver ya estaba


ralentizando preparándose para hacer el giro.

—Entonces, tal vez debería mostrarte un lado diferente de mí. —La voz de Giles
contenía una firme determinación—. Uno más apto para hacerte confiar en mí.

—¿Oh? ¿Y qué lado es ese?

Él le lanzó una sonrisa torcida.

—¿Te gustaría asistir a un juicio mañana, uno en el que soy abogado de la


defensa?

Una oleada instantánea de emoción llenó su pecho. Ni siquiera había estado en


una sala de audiencias.

—¿Qué clase de juicio?

—De la clase que seguramente te gustará, dada la inclinación oscura de tu mente.


Estoy defendiendo a un hombre acusado de matar a su esposa. Ya que he pasado las
últimas semanas determinando que no lo hizo, el juicio de mañana promete ser muy
instructivo.

Un juicio por asesinato, eso sería fascinante.

—¿Cuánto tiempo llevará?

—No más de un día, supongo, ya que somos el primer juicio. —Su voz se
endureció—. Algunos juicios se celebran en cuestión de minutos. La justicia es
ocasionalmente más rápida que justa. Aunque espero que eso esté cambiando, ya que
más gente contrata a abogados para cuidar de sus intereses.

Él la miró de cerca.
—¿Entonces qué dices? Si quieres asistir, puedo enviar mi carruaje por ti en
cualquier momento que creas que puedes estar lista.

—Puedo estar lista al amanecer si significa tener la oportunidad de ser testigo de


un juicio de asesinato.

Él rió entre dientes.

—La corte no entra en sesión hasta las ocho. Te enviaré un carruaje a las siete.

—Sin embargo, alguien tendrá que acompañarme a la ciudad. —Ella hizo una
mueca—. Propiedad y todo eso.

—Quizá uno de tus hermanos podría hacerlo.

Una sonrisa lenta iluminó su cara.

—En realidad, tengo una mejor opción en mente.


Capítulo 9

—No —le dijo Stoneville a Minerva mientras los tres se sentaban en su estudio
poco después—. Absolutamente no.

Giles no pudo evitar reírse.

—¿Qué diablos esperabas que dijera, Minerva? Es su esposa.

—Yo esperaba que no fuera un mojigato. —Minerva frunció el ceño a Stoneville—.


Sabes muy bien que María estaría encantada de asistir a un juicio penal. Ella devora
todos los números de The Proceedings of the Old Bailey y The Newgate Calendar9, sin
mencionar mis libros. Y no es como si fuera peligroso. El señor Masters estará allí.

—Estará absorto haciendo su trabajo —señaló Stoneville—. No podrá protegeros.

—Entonces, acompáñanos —dijo ella.

—No puedo. Mi reunión con los arrendatarios está programada para tres días a
partir de ahora, y tengo que prepararme. No me he encontrado con ellos desde mi
regreso de América, así que no quiero retrasarlo.

—Llevaremos a Freddy con nosotras, entonces —dijo con aire alegre.

—Eso no es tranquilizador —murmuró Stoneville.

La exasperación de Minerva era evidente por el mohín testarudo de su boca.

—Te juro, Oliver, ¿cuándo te volviste tan aguafiestas?

—Siempre he sido un aguafiestas. —Su hermano le lanzó una sonrisa—. Solo que
lo escondí debajo de todo el libertinaje.

9The proceedings of the Old Bailey: Textos que contienen los juicios criminales celebrados en Old Bailey (Tribunal Penal Central).
The Newgate Calendar: Revista mensual que la prisión de New Gate publicaba con relatos de la vida y últimas palabras de los
criminales que eran ejecutados.
Ella resopló.

—Ojalá lo ocultaras de nuevo. Es bastante molesto.

Giles decidió que ya era hora de intervenir.

—Te prometo, Stoneville, que tu esposa y tu hermana estarán perfectamente a


salvo.

—Puede que no lo sepas, Masters, pero María está llevando a mi hijo. No me


arriesgaré a que ella o el bebé se hagan daño.

—Haré que uno de mis empleados se siente con lady Stoneville y Minerva durante
el juicio, y las acompañaré a donde quiera que vayan. Juro por mi honor que las
protegeré tan bien como tú.

—¿Uno de tus empleados? —interrumpió Minerva—. ¿Tienes más de uno?

—La mayoría de los abogados de cualquier importancia los tienen.

—Oh.

Esa única palabra, dicha con tal sorpresa, reforzó para él que esto era una buena
idea. Necesitaba verlo como algo más que un sinvergüenza en el que no se podía
confiar. Necesitaba verlo en su elemento, sobre todo después de la impresión que
había sacado esta tarde cuando él había utilizado sus habilidades forzando
cerraduras.

—Así que ya ves —continuó—, no tienes nada de qué preocuparte, Stoneville. Voy
a cuidar muy bien a tus mujeres.

—¿Del mismo modo en que lo hiciste hoy? —soltó Stoneville.

—No le culpes a él por eso —le sorprendió Minerva—. Échame la culpa a mí.
Además, ¿no te alegra que siguiéramos a Desmond y Ned? Aprendimos más en una
tarde de lo que hemos aprendido en todo el tiempo desde que mamá y papá
murieron.

Stoneville cruzó los brazos sobre su pecho.

—Sí, tal vez sea hora de que me cuentes eso.

Giles apenas había empezado la historia cuando Jarret entró en el estudio.

—Pensé que ibas a vigilar a Gabe —dijo Stoneville.


—Se me escapó. Un minuto estábamos bebiendo en el bar y al siguiente se había
ido. Lo busqué, pero su carruaje había desaparecido. Aparentemente no le gustaba la
idea de que su hermano mayor estuviera tras él.

—Ay, Dios —dijo Minerva, la preocupación en su rostro.

Stoneville suspiró.

—Estará bien, estoy seguro. El chico sólo necesita un tiempo a solas.

Lo que Gabriel Sharpe necesitaba era una rápida patada en el culo, pero Giles no
era lo suficientemente tonto para decir eso en voz alta. Por un lado, lo encontrarían
muy sospechoso, y por otro, Minerva parecía no estar de acuerdo. Además, Giles
sospechaba que Gabe había recibido exactamente lo que necesitaba esta tarde en
forma de Miss Waverly y su desafío.

—Cuando llegué, estabas hablando de Desmond —siguió Jarret.

—Cierto.

Giles les contó todo lo que él y Minerva habían averiguado. Cuando llegó al mapa,
Stoneville se enderezó.

—¿Estás segura de que pertenecía a la finca?

—No —dijo Minerva—. Ese es el punto.

—Dame un papel y te lo dibujaré —dijo Giles.

Mientras Giles hacía el bosquejo, sintió los ojos de Minerva en él, y cuando le
entregó el mapa ella se quedó boquiabierta.

—Pues, es esto exactamente, por lo que recuerdo. Cómo hiciste…

—Masters siempre ha tenido una memoria increíble para las imágenes y la palabra
escrita —intervino Jarret—. Es como si estuviera impreso en su mente. Así era como
se las arreglaba para hacerlo bien en la escuela, incluso cuando pasaba la mayor parte
de su tiempo en actividades disolutas; podía recordar todas las líneas que había
leído.

Minerva entrecerró los ojos.

—Parece que el señor Masters tiene una cantidad de talentos interesantes.

Giles le sonrió.
—Yo te lo digo. Simplemente no me crees.

Stoneville estaba examinando el boceto.

—Si esta es mi propiedad, es un mapa de cómo se veía hace décadas, antes de que
Desmond naciera. El pabellón de caza que construyó papá no está en él, ni los
jardines del lado este que fueron colocados por el cuarto marqués. Un mapa como
este no sería de mucha utilidad práctica para nadie ahora.

—Y seguramente si estuviera escondido en la finca, lo habríamos notado — dijo


Minerva.

—No necesariamente —señaló Stoneville—. No hemos estado aquí mucho hasta


hace poco. Y el lugar es enorme. Ese siempre ha sido el problema. Es demasiado
grande.

—Pero entonces, ¿a dónde va? —preguntó Jarret—. ¿Y por qué ha empezado a


venir a Turnham en los últimos meses después de todos estos años?

—No lo sé. —Stoneville dejó el papel—. Puede que Pinter pueda averiguarlo.

—Oh, sí, pon al señor Pinter en ello —dijo Minerva con entusiasmo—. Es un tipo
inteligente y muy bueno en su trabajo.

Giles frunció el ceño. Pinter era también un hombre apuesto y más cercano a la
edad de Minerva. Y el Bow Street Runner era más el tipo de hombre que Minerva
afirmaba que quería, honorable y directo.

Maldito fuera el hombre.

—Veré lo que puedo averiguar en el juzgado —dijo Giles—. Puede que algunos
registros antiguos de la finca demuestren con certeza si es así.

—Pinter puede encargarse de eso —dijo Stoneville.

—No me importa.

La expresión de Stoneville se endureció.

—De todas formas, preferiría que Pinter lo hiciera.

La conciencia se abrió camino

—No confías en mí.


—No me malinterpretes. No me molestaba cuando Jarret te involucraba en los
aspectos legales, pero la cuestión de lo que realmente sucedió a nuestros padres es
más…personal. Asuntos de familia. Y no es de tu incumbencia.

—Pero ¿está bien involucrar a Pinter en este asunto de familia? —le espetó,
luchando por contener su ira.

—Es discreto.

—Ah. Y tú crees que yo no. —Se levantó. Si no se marchaba pronto, diría cosas de
las que se arrepentiría—. Gracias por el voto de confianza.

Minerva también se puso de pie.

—Te acompañaré fuera.

—No —dijo Jarret con firmeza—. Yo le acompañaré fuera. Tenemos algunos


asuntos que discutir.

Genial. Stoneville hablaba de él como si fuera un tonto de lengua suelta, y ahora


Jarret iba a hacer lo mismo. Los hermanos Sharpe estaban probando su paciencia.

Cuando se dirigían hacia la puerta, se detuvo al lado de Minerva para apretarle la


mano.

—Te veré mañana por la mañana —dijo.

Ella le sonrió.

—Estoy deseando que llegue.

—Yo no contaría con eso, si yo fuera tú —dijo Stoneville.

—Oh, cállate, Oliver —dijo ella bruscamente—. ¿No has dicho lo suficiente? Y yo
iré a donde me plazca, muchas gracias.

Probablemente también lo haría. Eso era una cosa en su favor: Minerva era buena
para molestar al idiota de su hermano hasta que él se dejara convencer. Nunca
dejaría que él la engañara para que no pudiera presenciar un juicio real de asesinato.
Es por eso que Giles había elegido mañana para su día en la corte.

Tan pronto como estuvieron fuera del alcance de los otros, Jarret dijo:
—Tengo una pregunta para ti que espero que respondas honestamente. ¿Qué
quisiste decir anoche cuando dijiste que había más entre tú y Minerva de lo que nos
dimos cuenta?

—Tendrás que preguntarle.

—Lo hicimos. Dijo algo acerca de que habíais bailado juntos una vez. Pero eso no
es lo que querías decir, ¿verdad?

Giles siguió caminando.

—Mira, viejo, puedes decírmelo. Pensé que éramos amigos, después de todo.

Su cólera se aceleró cuando se detuvo para mirar a Jarret. A pesar de que Jarret era
cinco años menor que él y Stoneville sólo dos, Giles estaba más cerca del hombre más
joven. Stoneville siempre había tenido una visión más sombría del mundo que Giles,
la de Jarret había sido pragmática, como la suya. Había supuesto que Jarret lo
entendía.

Hasta ahora.

—Pensé que me conocías lo suficiente como para confiar en mí acerca de tu


hermana. Pensé que tu hermano me conocía lo suficiente como para saber que soy
discreto. Aparentemente estaba equivocado en ambos aspectos.

Jarret tuvo la elegancia de parecer culpable.

—Oliver siempre ha sido condenadamente reservado... ya lo sabes. Y he visto


cómo estás cerca de las mujeres muchas veces...

—Yo he visto lo mismo de ti —dijo Giles cortantemente—. ¿Significa eso que no


estás siendo fiel a tu esposa? ¿Que no se puede confiar en que la trates bien?

—Por supuesto que no —dijo Jarret con el ceño fruncido—. Pero es diferente para
mí que para ti.

—¿Cómo?

Jarret se pasó los dedos por el pelo, luego apartó la vista antes de bajar la voz.

—No he ganado una fortuna al casarme con Annabel.


—No, pero deduzco que la empresa familiar de tu esposa contribuyó en parte a
que Plumtree Brewery prosperara una vez más. Además, ganaste la benevolencia de
tu abuela. Esas son ventajas tangibles. ¿Es por eso que te casaste con ella?

—¡Claro que no!

Giles dejó que su propósito se entendiera.

—No me voy a casar con Minerva por su dinero, y es la última vez que lo digo.
Elige creerme o no, pero no tienes nada que decir en sus asuntos. Es mayor de edad.
Nos casaremos si lo deseamos.

—Podríamos ayudarte —le dijo Jarret.

Giles se detuvo.

—Mis hermanos y yo. —Jarret se acercó a él—. Podríamos dejar de oponernos,


darte un poco de espacio para respirar, hacer que sea más fácil para ti cortejarla.

Él resopló.

—No estarán de acuerdo con eso. Sabes muy bien que Oliver no lo hará.

—Le haré aceptarlo, lo juro. —Jarret lo miró fijamente—. Pero primero tengo que
saber qué hay entre ti y Minerva.

Giles debatió qué decir. No se atrevía a contarle a Jarret el tema con sus libros, lo
que haría que el hombre mirara los asuntos que no debía. Pero había algo que podía
decir. Desafortunadamente, eso podría hacer que Jarret estuviera más opuesto que
menos.

Sin embargo, valía la pena el riesgo. Era difícil cortejar a Minerva cuando ella
seguía burlándose de sus hermanos y ellos seguían subiendo al cebo.

—Hace nueve años, besé a Minerva.

Jarret lo miró boquiabierto.

—¿Qué?

—Besé a tu hermana.

—¿La besaste?

—Eso es lo que dije.


—Minerva. Nuestra Minerva.

—La misma —dijo irritado.

Para su conmoción, Jarret se echó a reír.

—Oh, mira por dónde. Puedo imaginarme cómo fue eso. Besaste a Minerva, y ella
te echó una buena bronca.

—No exactamente.

La diversión de Jarret se desvaneció.

—¿Qué quieres decir?

—Ella me pidió que la besara, así que lo hice. Entonces me miró con los ojos llenos
de estrellas y entré en pánico. Dije algo cortante, y ella…no lo tomó bien.

—No lo haría. —Jarret miró hacia el pasillo—. Bueno, eso explica la forma en que
habla de ti, de todos modos.

Giles frunció el ceño.

—¿Cómo habla de mí?

—Con mucha vehemencia. O lo hizo hasta que empezaste a cortejarla. —La


mirada de Jarret se volvió hacia él, llena de curiosidad—. ¿Por qué está permitiendo
que la cortejes si vuestro último encuentro terminó mal?

—Para provocar a vuestra abuela para que rescinda su ultimátum, por supuesto.

—Eso suena como Minerva. Entonces, ¿por qué aceptaste ayudarla en eso?

—No lo hice. Estuve de acuerdo en cortejarla. Mi deseo de casarme con ella es real,
tanto si ella lo acepta como si no.

—Ah. ¿Es por eso que estás tan ansioso de ayudarnos a investigar a Desmond?
¿Esperas que la ablandará hacia ti?

—Algo así.

Jarret le lanzó una mirada de compasión.

—Buena suerte. Minerva tiene tendencia a guardar rencor. No va a cambiar de


opinión sobre ti fácilmente.
—Lo sé —dijo Giles con tristeza—. ¿Me darías alguna sugerencia?

—¿Cómo capturar el corazón de mi hermana? —Jarret soltó una carcajada—.


Minerva lo mantiene detrás de un matorral de espinas de un kilómetro de altura. No
estoy seguro de que haya algún camino a través.

—Podría no ser fácil —dijo Giles en voz baja—. Pero las espinas pueden ser
cortadas. O se puede excavar por debajo.

—¿Y estás dispuesto a hacer eso para ganarla?

—Si eso es lo que se necesita. —Se dijo a sí mismo que era porque necesitaba
acabar con esta tontería de ella escribiendo sobre él. Necesitaba tener una esposa, y
Minerva era una elección lógica. Pero temía que fuese más profundo que eso.

Giles se resistió al pensamiento. Eso era absurdo, lo que necesitaba era a ella en su
cama. Era simple lujuria, nada más. Si sólo pudiera satisfacer ese deseo, se sentiría
más él mismo, menos vulnerable, menos…susceptible. No le gustaba saber que en
cualquier momento, Minerva podría crear polémica.

Sólo al casarse con ella podría tener algún orden en su vida. Sólo entonces podría
atar los cabos sueltos de su segunda vida secreta antes de convertirse en Consejero
del Rey. No era nada más que eso.

Y cuando salió de Halstead Hall, casi lo creyó.


Capítulo 10

Minerva apenas podía contener su excitación por estar en el Old Bailey. ¡Iba a ver
un juicio real de asesinato! Parecía que había algunas ventajas de ser la pretendida
novia de un abogado.

—Es mucho más pequeño de lo que pensé que sería —dijo María a su lado.

María había sido la que había convencido a Oliver para que las dejara ir. Era
masilla en las manos de su mujer, como lo había sido prácticamente desde el día en
que la había conocido. A Minerva le encantaba que su cuñada siempre pudiera
convencer a Oliver, ya era hora de que alguna mujer lo llevara de la mano, ya que
ninguno de los demás tuvo suerte con eso.

Oliver había aceptado incluso dejar que Freddy fuera su protector. Freddy había
sido incapaz de convencer a su propia esposa de que viniera, ya que Jane temía que
hubiera discusiones sobre sangre y vísceras. Jane era un poco nerviosa.

—Está sorprendentemente bien iluminado —señaló Minerva—. Cuatro


candelabros, quién lo iba a decir. —Se volvió hacia el empleado sentado a su derecha
en el banco, que las había encontrado en la entrada y anunció que se sentaría con
ellas durante el juicio.

—¿Por qué hay un espejo encima del estrado del acusado?

El rubicundo señor Jenks, que se frotaba frecuentemente la frente húmeda con un


pañuelo, se inclinó acercándose.

—Es para reflejar la luz de esas ventanas sobre el acusado, mi señora, para que el
jurado pueda ver cómo reacciona al testimonio.

¡Fascinante! Sacó el cuaderno que había traído y anotó su explicación. Esto


definitivamente iba a ir en un libro.
Los miembros del jurado ocuparon los escaños en la casilla que estaba bajo ellas, y
el señor Jenks explicó que el mismo jurado dirimía varios casos. Él esperaba que este
juicio en particular terminara a media tarde, pero a veces en un día se celebraban
hasta quince juicios.

Probablemente por eso entró más de un juez en la sala, seguido por varios
abogados, todos vestidos con togas negras y pelucas empolvadas y pareciendo
terriblemente importantes.

—¡Ahí está el señor Masters! —Susurró María—. ¿No está guapo con su toga y su
peluca?

Freddy, que estaba sentado al otro lado de María, resopló.

—No puedo creer que no se avergüence de ser visto con ella. Alguien debe decirle
a él y a esos otros hombres que las pelucas están pasadas de moda estos días. Yo no
sería atrapado ni muerto con una. —Freddy tendía a ser obsesivo por verse elegante.

—En realidad, los ingleses han usado pelucas empolvadas en la sala durante siglos
—explicó Minerva—. Piensa en ello como tradición más que como moda.

Y Giles se veía bien con la suya, aunque era difícil reconciliar su expresión solemne
con el bromista Giles que ella conocía. Ni siquiera miró en su dirección mientras se
sentaba a la mesa de los abogados con los demás.

Un hombre de más de treinta años fue traído a la habitación desde un pasadizo


conectado a la prisión de Newgate, donde había estado esperando juicio durante los
últimos cinco meses.

—Ese es el señor Wallace Lancaster —dijo el señor Jenkins mientras el hombre se


ponía de pie en el estrado del acusado—. Es un rico comerciante de algodón acusado
de asesinar a su esposa. Ella fue encontrada flotando en el río Lea el invierno pasado
en un día cuando él estaba lejos de su casa en Ware. El forense asegura que fue
asesinada el día anterior y arrojada al río por el acusado, con quien se había peleado.

—¿Cree que el forense tiene razón? —preguntó Minerva.

—Esperamos demostrar que no. Si alguien puede hacerlo, es el señor Masters.

La clara reverencia de su voz la hizo detenerse.

—Me parece que le gusta su empleador.


—Oh, sí, señora. He aprendido mucho de él a lo largo de los años. —Hinchó el
pecho—. Dice que me llevará con él cuando se convierta en Consejero del Rey.

Minerva se quedó boquiabierta.

—¿Consejero del Rey? —preguntó María, inclinándose para preguntar—. ¿Qué es


eso?

—Son los abogados que procesan casos importantes para la Corona —dijo
Minerva. No podía creer que Giles, de todas las personas…—. ¿Qué le hace pensar
que el señor Masters se convertirá en un C.R.? —le preguntó al señor Jenkins.

—Porque ya lo están considerando. Gana muchos más casos de los que pierde, y
eso no ha pasado desapercibido.

Ella se recostó contra el banco para mirar fijamente donde Giles estaba revisando
un cuaderno. Buen Señor, un C.R. Era la posición más prestigiosa que un abogado
podía alcanzar sin convertirse en juez o alguien alto en el gobierno de Su Majestad,
como Fiscal General o Abogado del Estado.

No tenía ni idea de que Giles estuviera tan arriba en su profesión. No era de


extrañar que se enojara cuando ella le llamó sinvergüenza.

No era de extrañar que no quisiera que escribiera sobre él en sus libros.

Un escalofrío la estremeció. Tenía mucho que perder si la gente descubría sobre su


robo. Debería haberlo comprendido antes, y esto lo hacía aún más claro.

La corte fue llamada a orden, sacudiéndola de sus pensamientos incómodos, y se


obligó a prestar atención. Cuando comenzó el juicio, empezó a tomar notas rápida y
furiosamente.

Primero en el puesto de testigos estaba el forense. Explicó por qué creía que la
señora Lancaster había sido asesinada y arrojada al agua. No había agua en sus
pulmones, y había moretones en su cuello. Cuando el fiscal, el señor Pitney, se sentó,
Giles se levantó para interrogar al forense.

—Dígame, señor, ¿qué educación tiene usted que le califique como forense? —Su
voz tenía un tono que rara vez había escuchado.

—Soy cirujano de oficio.

—¿Y cuántos casos de ahogamiento ha examinado en sus años de forense?


—Tres, señor.

—Tres —repitió Giles con voz condescendiente—. Supongo que ha leído las obras
importantes de su profesión.

El forense empezó a inquietarse.

—Lo intento, señor.

—¿Está familiarizado con Elementos de Jurisprudencia del señor Theodric Beck?

—No, señor.

—No puede culparlo por eso —susurró Freddy a María—. Suena tan tedioso como
esa obra de teatro a la que tu esposo nos llevó, en la que el tipo hablaba sin cesar
sobre si ser o no. “¿Ser qué?” te pregunto. No tenía sentido para mí.

—Silencio, Freddy —susurró María—. Podemos hablar de Hamlet más tarde.

Minerva reprimió una sonrisa. Gracias a Dios la sala del tribunal era bastante
ruidosa. Nadie en el piso probablemente podría escuchar las divagaciones de
Freddy.

Giles se acercó al estrado de los testigos y fijó su mirada en el forense.

—Señor. Beck afirma en su libro, basado en su conocimiento de experimentos


realizados por varios hombres de ciencia, que una persona puede ahogarse y aún no
tener agua en los pulmones. —El forense retorció su sombrero en las manos.

—No había oído hablar de ello, señor. Pero las magulladuras alrededor de su
cuello fueron pronunciadas.

—¿Y la señora Lancaster estaba vestida cuando fue encontrada?

—Sí, señor. Estaba completamente vestida y llevaba una capa.

—¿Así que no es posible que los lazos de la capa pudieran haberse apretado
alrededor de su cuello cuando la corriente sacudió su cuerpo?

—Supongo, pero no creo...

—Gracias, eso será todo.

Mientras el forense dejaba el puesto de testigo, María se inclinó sobre Minerva


para preguntarle al empleado:
—Ese libro del que está hablando... ¿realmente dice todo eso sobre ahogarse?

—Hay un capítulo entero sobre la frecuencia con la que los forenses interpretan
mal el ahogamiento. Se han realizado experimentos en animales y se han examinado
casos en los que se ha visto que las personas se ahogan, pero después no tenían agua
en sus pulmones. La falta de agua en los pulmones no es un indicador absoluto. Y los
moretones son comunes en los casos de ahogamiento, especialmente en un río donde
la gente está luchando contra una corriente o sus cuerpos pueden golpear contra las
rocas.

Una bonita joven llamada señorita Tuttle fue la siguiente en ser llamada al estrado.
Según el Sr. Jenks, era una amiga íntima de la señora Lancaster. Después de que ella
hiciera el juramento, el Sr. Pitney le pidió su testimonio. Dijo que había visto por
última vez a la señora Lancaster la noche anterior a su muerte, y la mujer había
mencionado pelear con su marido. Cuando la señorita Tuttle había oído al día
siguiente que la señora Lancaster estaba muerta, posiblemente por la mano de su
marido, recordó su conversación y se lo dijo a las autoridades.

Minerva observó a Giles todo el tiempo que la mujer hablaba. Mostraba una
mirada de acero que le daba escalofríos. La señorita Tuttle se retorció debajo de ella.

Cuando llegó el momento de interrogar, Giles se levantó de una manera relajada


que desmentía su fría expresión. Caminó delante del estrado de testigos, hizo una
pausa, retrocedió para consultar de nuevo sus notas, y luego la enfrentó con una
sonrisa apretada.

—Usted dice que era amiga íntima de la fallecida.

—Sí, señor.

—¿Y cuánto tiempo hacía que la conocía?

—Alrededor de siete años, señor.

—¿Ella caminaba a menudo por ese puente peatonal cerca de Ware?

—Sí. Su madre vivía al otro lado.

—¿Sabía nadar?

—No, señor.

Freddy resopló.
—Maldita tonta, entonces, por estar caminando sobre un puente peatonal.

—¡Shh! —Minerva no quería perderse una palabra del interrogatorio de Giles.

Giles paseó delante del estrado de los testigos.

—¿Cómo estuvo el tiempo ese día en Ware?

La señorita Tuttle le lanzó una mirada nerviosa.

—Hizo frío.

—¿Tenía hielo la pasarela?

—Puede ser. N…no estoy segura.

—Por lo tanto, la señora Lancaster podría haber resbalado fácilmente fuera del
puente al río.

La señorita Tuttle miró al fiscal, que alzó una ceja.

—Supongo que sí.

Giles hizo una pausa.

—¿Dónde estaba cuando oyó hablar del ahogamiento?

La señorita Tuttle parpadeó. Claramente no esperaba esa pregunta.

—Estaba en el mercado de Ware.

—¿Es cierto que al oírlo, le dijo a la mujer que le vendía pescado que no podía
creerlo, porque acababa de hablar con la señora Lancaster esa mañana?

Cuando la joven palideció, Minerva frunció los labios. Muy interesante.

—Yo…yo no recuerdo haber dicho eso, pero...

—Si quiere, puedo llamar a la pescadera al estrado. Puede que la haya visto
esperando en la sala de testigos.

La señorita Tuttle se mordió el labio inferior.

—No hay necesidad de llamarla. Ahora recuerdo. Pero debí confundirme el día
anterior con eso.

—¿Acostumbra a mezclar sus días? —insistió Giles.


—Estaba muy molesta al oír hablar de la muerte de mi amiga.

—¿Lo bastante molesta como para mentir sobre lo que ella le dijo la noche
anterior, que supuestamente fue la última vez que la vio?

—¡Claro que no!

Él la miró fijamente, luego regresó a sus notas.

—Por favor, dígale a la corte su relación con el hermano del acusado, el señor
Andrew Lancaster.

—¡Ajá! —dijo Freddy—. Ahora la tiene. Aquí hay algo de traición.

—¡Freddy! —susurraron Minerva y María al unísono.

Poniendo los ojos en blanco, Freddy cruzó los brazos sobre el pecho.

La señorita Tuttle no habló por varios momentos. Una mirada asustada cruzó su
rostro.

—No...no sé a qué se refiere.

Giles arqueó una ceja.

—¿Así que no se ha estado reuniendo hasta altas horas de la noche en su


zapatería?

—¡Está comprometido con otra señora!

—Lo sé. Responda a la pregunta, por favor.

Ella se incorporó con gran indignación.

—¡Soy una buena chica! Cuido a mis padres, y yo...

—Eso no es lo que le pedí, señorita Tuttle. Le pregunté si se había estado reuniendo


con él en su zapatería por la noche. Y recuerde que está bajo juramento.

Su labio inferior tembló, pero no habló.

—Si quiere, puedo poner al joven Lancaster en el estrado para confirmar si los dos
se han estado reuniendo.

El señor Pitney gimió y ladró una orden concisa a su empleado, que empezó a
hojear frenéticamente los papeles.
—El señor Andrew Lancaster es un amigo mío, sí —dijo la señorita Tuttle, rígida.

—¿Su amistad es romántica? —preguntó Giles.

Cuando la señorita Tuttle se asustó, el señor Pitney se levantó para dirigirse al


juez.

—Milord, no veo qué importancia tiene esto en el caso que nos ocupa.

—Voy a eso, mi señor —dijo Giles.

—Entonces siga adelante, señor Masters —dijo el juez.

—Por favor, responda la pregunta, señorita Tuttle. ¿Están usted y el señor Andrew
Lancaster envueltos románticamente? Tengo dos testigos que están dispuestos a
declarar que lo vieron besándola fuera de la zapatería una noche.

Ella se desplomó en el estrado de testigos.

—Sí. El señor Lancaster y yo estamos involucrados de forma romántica.

La sala del tribunal ahora estaba muy tranquila. Todo el mundo estaba pendiente
de las palabras de la señorita Tuttle.

Minerva sintió un poco de lástima por ella. Giles estaba siendo bastante
despiadado sin ninguna razón que pudiera ver. Por otro lado, su trabajo era
conseguir la verdad.

—¿Y la prometida del señor Lancaster es rica? —preguntó Giles.

—No lo sé, señor.

—Pero no le sorprendería saber que tiene una dote de varios miles de libras,
¿verdad?

—No —dijo la señorita Tuttle con cansancio.

Un murmullo bajo comenzó en la sala del tribunal a su alrededor.

—Y si el acusado es declarado culpable de asesinato, ¿sabe quién heredará su


fortuna? —Preguntó Giles. La señorita Tuttle vaciló—. Vamos, madam, debería ser
bastante obvio quién sería, puesto que el acusado no tiene hijos.

El señor Pitney se puso en pie de un salto.

—Mi señor, como el señor Masters sabe perfectamente bien, la ley dice...
—Siéntese, señor —ordenó el juez—. Quiero escuchar la respuesta de la señorita
Tuttle.

—Repito mi pregunta, señorita Tuttle —dijo Giles—. Si el acusado muere, ¿quién


heredará su fortuna?

—Responda la pregunta, señorita Tuttle —dijo el juez.

Ella pasó la mirada del juez al señor Pitney, luego dijo en voz baja:

—El señor Andrew Lancaster, señor.

—Entonces, tal vez consideraría conveniente que el acusado sea ahorcado como
resultado de su falso testimonio. Entonces su hermano heredaría su riqueza y no
tendría que casarse por dinero. Andrew Lancaster podría casarse con usted en vez de
con su rica prometida.

—¡Milord! —interrumpió el señor Pitney otra vez—. ¡El señor Masters está
confundiendo deliberadamente a la testigo!

—Y lo está haciendo bastante efectivamente.

—Si mi señor me lo permite —insistió Giles—, ahora me complacería explicarle la


situación a la señorita Tuttle.

—Oh, por favor —dijo el juez con sequedad—. Espero oírlo con anhelo.

El fiscal lanzó un suspiro de dolor.

—Señorita Tuttle, el hecho es que los delincuentes condenados pierden sus bienes
ante la Corona —dijo Giles con voz dura—. Así que si el acusado es encontrado
culpable de asesinar a su esposa y es ahorcado, su hermano no obtiene nada. Y
perderá cualquier posibilidad de heredar dinero del acusado.

La señorita Tuttle palideció. Qué inteligente por parte de Giles darse cuenta de
que ella no conocía la ley, pues de lo contrario no tendría ningún motivo para mentir
sobre el comportamiento del señor Lancaster.

—Así que tal vez quiera reconsiderar su testimonio —le dijo Giles—, recordando
que mentir a la corte se llama perjurio y es un crimen por el que puede ser procesada.

—Dios mío —murmuró ella, con los ojos abiertos como platos.
—De modo que debo preguntarle, señorita Tuttle —prosiguió Giles—, y le
aconsejo que responda honestamente esta vez. ¿Cuándo vio por última vez a la
señora Lancaster con vida?

La sala entera contenía el aliento.

La señorita Tuttle miró al señor Pitney, pero ahora la observaba con la misma
mirada fría que Giles.

Ella agarró el frente del estrado de los testigos.

—La vi la mañana del día en que se ahogó. La visité para llevarle un vestido que le
había pedido prestado.

La sección de espectadores estalló en gritos de indignación, que tuvieron que ser


sofocados por una orden del juez.

Giles permaneció allí, perfectamente calmado, a la espera de que terminara el


ruido, y luego dijo en tono controlado:

—Así que sería imposible que el acusado matara a su mujer, ya que estaba fuera
de la ciudad, ¿no?

—Sí señor.

—¿Tuvo algún papel en su ahogamiento? —preguntó Giles.

—¡No! —Mirando a las caras implacables en la sala del tribunal, ella admitió—: Yo
sólo…bueno, cuando el forense dijo que no era un ahogamiento y que el señor
Lancaster tuvo que asesinarla, pensé… Ellos discutían a veces.

—Me atrevería a decir que muchas parejas discuten, —replicó Giles—. Pero eso no
hace aceptable que usted insinúe que un hombre inocente cometió un asesinato, sólo
para poder conseguir un marido.

Una mirada de puro disgusto cruzó su rostro.

—No, señor

Él le sonrió débilmente.

—Gracias por decir finalmente la verdad, señorita Tuttle. Eso será todo.

El resto del juicio fue misericordiosamente rápido. Andrew Lancaster fue llevado
al estrado para confirmar que había estado románticamente enredado con la señorita
Tuttle, aunque juró que no tenía ni idea de su plan para lograr un matrimonio con él,
consiguiendo que su hermano fuera ahorcado. El acusado fue entonces autorizado a
manifestar su inocencia, lo que tuvo más peso ahora que Giles había demostrado que
era la verdad.

El señor Pitney en su resumen final trató de exponer su caso en las palabras del
médico forense y afirmar que la señorita Tuttle había sido intimidada por el señor
Masters para contradecir su testimonio anterior, pero no sirvió para nada. Giles había
probado su caso. Y el jurado lo confirmó volviendo en escasos minutos con una
absolución.

La multitud aplaudió, al igual que ellos. Ver prevalecer la inocencia le


proporcionó a Minerva una indudable emoción, sobre todo porque era Giles quien la
había traído. Qué extraño que le importara que fuera él. ¿No había fortificado mejor
su corazón contra él?

Giles y el señor Lancaster salieron por la puerta juntos, mientras el señor Jenks
llevó a María, Freddy y Minerva por la puerta lateral para encontrarse con ellos en el
pasillo. El señor Lancaster estaba comprensiblemente extático. Le agradecía a Giles
una y otra vez que ganara su libertad, luego se fue con su hermano para regresar a su
casa en Ware.

Antes de que pudieran hablar con Giles, el señor Pitney salió, se acercó a él y le
tendió la mano. Cuando Giles lo sacudió, dijo:

—Estoy deseando que llegue el día en que estés de nuestro lado de la mesa como
un C.R.

Giles sonrió.

—¿Estás seguro de que llegará el día?

—Todo lo que he oído dice que lo llegará, y pronto.

—Bueno, estoy esperando ansiosamente el día en que los forenses sepan lo


suficiente sobre su negocio para dar un testimonio confiable —dijo Giles secamente.

El señor Pitney suspiró.

—Tendré que encontrar ese libro del que hablaste. Parece que ya no basta con
conocer la ley, ¿eh, señor?

—Es muy cierto.


Con una reverencia, el señor Pitney se dirigió hacia el exterior, dejando a Giles con
ellos. Se apiñaron alrededor de él.

—Recuérdame que nunca trate de mentirte —bromeó Minerva—. Tienes una


capacidad de miedo para olfatear la verdad.

—¡Estuviste brillante! —María se sonrojó—. ¡Absolutamente brillante!

—¿Lo estuve? —Preguntó, lanzando a Minerva una mirada interrogante.

—Sabes muy bien que lo estuviste —le dijo—. No pretendas ser modesto al
respecto.

Sus ojos centellearon.

—¿Quieres decir que he conseguido impresionarte?

—Quizás un poco —dijo con una sonrisa.

—Eso merece una celebración. —Él los miró—. Este fue mi único juicio hoy, así
que esta tarde estoy libre. Necesito volver a mi oficina para poder cambiarme la ropa,
pero después de eso pensé que los cuatro podríamos tener un almuerzo tardío.
Conozco el lugar perfecto para ello.

—Gracias a Dios —dijo Freddy—. Estoy hambriento.

—Siempre tienes hambre —dijo María.

El señor Jenks también debería unirse a nosotros —intervino Minerva, notando la


mirada abatida del empleado—, ya que ha sido muy útil hoy. No parece justo dejarlo
fuera.

—Muy bien —dijo Giles—. Jenks, tú irás con nosotros.

—¡Gracias, señor!

Mientras ella tomaba el brazo que ofrecía Giles y salían por la puerta, él se inclinó
para susurrar:

—Acabas de conseguir un amigo de por vida. Los empleados de justicia no ganan


mucho, y les encanta una buena comida a costa de alguien más.

—Bueno, has hecho un amigo para toda la vida en Freddy. Le encanta una buena
comida, no importa cuánto dinero gane.
El cochero trajo el carruaje, y todos se metieron. Después de que se pusieran en
camino hacia el despacho de Giles, María dijo:

—Señor Masters, muchas gracias por invitarnos a ver el juicio.

—¿Fue lo suficientemente emocionante para usted, lady Stoneville? He oído que le


gustan muchísimo la sangre y las vísceras en los juicios.

María se ruborizó.

—Supongo que faltaba un poco en esa área, pero todavía era terriblemente
interesante. Y qué listo por su parte adivinar que la señorita Tuttle estaba mintiendo.

—No era una suposición. —Él se quitó la peluca para revelar el pelo que estaba
adorablemente revuelto—. Jenks y yo pasamos unas horas en Ware y averiguamos
que las cosas no eran como parecían.

—Pero, ¿cómo supiste al menos examinar la situación más de cerca?— Preguntó


Minerva—. La mayoría de la gente habría tomado los hechos al pie de la letra,
aceptado lo que dijo el forense y asumido que el testigo estaba diciendo la verdad.

—El señor Masters, no —insistió el señor Jenks con un tono de orgullo en su voz.

—Mi cliente protestó por su inocencia desde el principio —explicó Giles—, y yo ya


sabía que el ahogamiento es más difícil de probar de lo que muchos suponen. Me
imaginé que en una ciudad como Ware, donde todo el mundo conoce a todo el
mundo, estás obligado a llegar a la verdad si haces las preguntas correctas. Sólo me
tomó unas horas. No fue un gran esfuerzo.

—Pero me atrevería a decir que muchos abogados no se molestarían en hacer eso


—dijo María.

—Ciertamente, el señor Pitney no lo hizo —dijo Minerva—. Y él es el que debería


haberse esforzado más para llegar a la verdad.

—Estoy de acuerdo, Lady Minerva —dijo el señor Jenks con firmeza—. Fue un
trabajo descuidado por parte del señor Pitney. Por lo menos, debería haber
preguntado a la señorita Tuttle más a fondo.

—Veremos si todavía lo dices cuando lleguemos a las oficinas de la Corona —dijo


Giles con una velada diversión—. Por lo que he oído, los abogados del Rey trabajan
como perros. Probablemente no tienen tiempo para investigar de la forma en que lo
hacemos.
—¿Entonces por qué quieres ser Consejero del Rey? —preguntó Minerva—. Me
imagino que es más político que lucrativo.

Su mirada se grabó en ella.

—Quiero hacer algo más que simplemente cobrar honorarios. Quiero ver que se
hace justicia. Más importante aún, quiero verla hecha de manera justa, lo que no
sucede con suficiente frecuencia. Hay demasiados crímenes impunes en esta ciudad
y demasiada gente siendo castigada por los delitos equivocados.

—¡Eso, eso, señor Masters! —dijo María—. Tendrán suerte de tenerle.

Minerva también lo pensaba. Giles tenía esta asombrosa habilidad para echar un
vistazo a un crimen y descubrir cosas que nadie más podría tener.

Entrecerró los ojos. Sí, lo hizo, ¿no? Hmm.

—Lo que no entiendo es por qué el joven Lancaster no se dio cuenta de lo que
estaba haciendo su querida —dijo María—. ¿Quería que ver colgado a su hermano?

—No, pero no se le ocurrió que estuviera equivocada —dijo Giles—. Todos los que
estaban viendo el caso sabían cuál era el castigo por asesinato, simplemente
asumieron que ella también lo sabía. Los abogados a menudo olvidan que la persona
promedio no conoce la ley.

—El señor Masters siempre dice: “No olvidéis que la gente es a menudo más
estúpida de lo que esperáis” —agregó el señor Jenks.

—¿Eso no es un poco cínico? —Se burló Minerva de Giles.

Él se encogió de hombros.

—Quizás. Pero tú no has visto la parte de la humanidad que yo veo todos los días:
jugadores experimentados engañados por estafadores, comerciantes timados por los
timadores, mujeres jóvenes arruinadas por canallas zalameros. La semana pasada
tuvimos un bígamo en la corte, había logrado vivir dos vidas enteramente separadas
y apoyar a dos familias diferentes durante ocho años sin que ninguna de las familias
se enterara. Su socio de negocios descubrió el crimen. Estas personas estúpidamente
confían en quienes no deberían.

—Oh, pero está mezclando la estupidez con el amor —dijo María—. La señorita
Tuttle estaba cegada por el amor. Las mujeres arruinadas por los canallas zalameros
y las esposas del bígamo, confían porque aman. Es terrible que su amor haya sido
traicionado.

—La palabra clave es cegada —dijo Giles—. Por eso el amor es traicionado tan a
menudo. Nadie con sentido común debería permitir que el amor lo cegara.

El señor Jenks se estabilizó cuando hicieron un giro brusco.

—Eso es otra cosa que el señor Masters siempre está diciendo: “El amor es para los
tontos y los soñadores. Las únicas personas que se benefician de él son los
vendedores de flores y los artistas de San Valentín”.

—Qué romántico por su parte, señor Masters —dijo Minerva con fingida dulzura.

Giles hizo una mueca.

—Señor. Jenks, ¿he olvidado mencionar que Lady Minerva es mi novia?

El señor Jenks se puso de un interesante tono morado.

—Oh, señor, lo siento, yo...

—Está bien —dijo Minerva—. El señor Masters y yo tenemos un tipo de


compromiso más práctico.

—¿Lo tenemos? —Giles acarició su pie con el suyo como para recordarle lo
menos…práctico de su asociación—. Y yo que pensé que estabas loca por mí.

—Siempre digo que el amor es como la carne de un pastel —añadió Freddy—. La


corteza es lo que la gente ve, las cosas prácticas que mantienen a una pareja juntos.
Pero el amor es la parte importante, sin él qué tienes, un pastel sin carne, ¿y de qué
sirve?

—Vaya, Freddy —dijo Minerva—, eso era casi profundo.

—Freddy siempre es profundo cuando se trata de tarta —comentó María. Luego


se volvió pensativa mientras se detenían frente a un imponente edificio de piedra
gris—. Pero creo que el amor es como el océano. La superficie puede ser tempestuosa
o agitada por el viento, la lluvia puede caer sobre ella o un rayo golpearla, pero si te
hundes donde el agua es profunda y constante, pase lo que pase en la superficie,
siempre puedes tener un maravilloso baño.

Ante esas palabras, un largo silencio cayó sobre el carruaje.


Entonces Giles lanzó a María una sonrisa cínica.

—Como una marsopa.

Todos rieron. Excepto Minerva.

No sabía lo que sentía por el amor, pero no podía burlarse tan fácilmente como
Giles. Debido a que una parte de ella todavía creía que existía, que era tan hermoso y
especial como María lo hizo sonar.

Alguna parte de ella deseaba poder tener eso con él.

Era imposible, por supuesto. Giles era un hombre práctico, y este cortejo era un
asunto práctico. Lo había comprendido aún más después de observarlo en la sala de
audiencias. Estaba destinado a cosas más grandes de las que ella había imaginado.
Por eso fingía cortejarla, para que dejara de escribir sobre él para que su futuro
pudiera estar seguro.

Y si por casualidad decidía que realmente quería casarse con ella, sería por
razones prácticas, porque pensaba que podía moldearla en la clase de esposa que
quería. Pero un Consejero del Rey requería una esposa de reputación prístina, y ella
nunca podría ser eso. Un Consejero del Rey necesitaba a una mujer que no tuviera
intereses más allá de la carrera de su marido, y ella tampoco podía ser eso.
Independientemente de lo que Giles alegara, él se molestaría por su necesidad de
escribir. Eso no encajaba en su mundo.

Mientras le observaba contestando hábilmente a las preguntas de María y


desviando sutilmente la obvia adoración del héroe de Mr. Jenks, la tristeza la
invadió. Habría sido mucho más fácil despedirlo cuando ella lo había considerado
simplemente un sinvergüenza. Pero ahora que se daba cuenta de que era mucho
más…

No, no debía pensar de esa manera. Ella tenía un plan para su propio futuro que
no implicaba el matrimonio. Giles era el instrumento para conseguir que la abuela la
dejara sola, eso era todo. Así que no importaba lo brillante o responsable que fuera,
no debía permitir que se interpusiera en eso.
Capítulo 11

Cuando salieron del Hotel Stephen’s, donde habían almorzado y se hubieron


separado del señor Jenks, Giles estaba bastante seguro de que su plan de impresionar
a Minerva había funcionado. Sin embargo, no parecía que la ablandara demasiado.
Ciertamente no había estado tan habladora como de costumbre.

No era el único que lo había notado. María tomó el brazo de Minerva y dijo:

—Has estado muy callada. ¿Estás pensando en cómo puedes utilizar las notas que
tomaste durante el juicio? ¿Crees que pondrás algo de eso en tus libros?

—Nada específico, sólo información general sobre cómo funciona un tribunal. —


Minerva le lanzó una rápida mirada—. Os lo sigo diciendo a Oliver y a ti, solo usé
variaciones en los nombres reales de la gente por diversión. Aparte de eso, no pongo
nada de mi vida real en mis libros.

—Eso no es del todo cierto —replicó María—. Leí esa escena de The Ladies
Magazine a Oliver, y él estaba bastante incómodo. Estaba seguro de que se trataba de
un escandaloso baile de disfraces al que asistieron él, Jarret y Gabe —hizo una pausa
para mirar a Giles—, y probablemente usted, señor Masters, ya que los cuatro solían
ir a todas partes juntos.

—No, Giles no estaba en la fiesta —dijo Minerva precipitadamente.

Que Dios le ayude. Minerva podría ser capaz de desempeñar bien un papel, pero
en general no era una buena mentirosa.

—¡Así que usaste esa fiesta en tu libro! —gritó María triunfante—. Pero, ¿cómo
sabrías si el señor Masters estaba allí? Es más, ¿cómo habrías sabido lo suficiente
para describirlo? Por lo que Oliver me dijo, no era el tipo de fiesta a la que asistiría
una dama respetable.
Minerva se sonrojó.

—Por supuesto que no asistí, pero lo oí todo de…varias personas. En cuanto a


Giles, mi fiesta de cumpleaños fue ese mismo día, y él no pudo venir a ella porque
estaba en el campo con su madre, así que sé que no podría haber estado en esa otra
fiesta, porque él no habría…

—Ah, está Gunter’s —la interrumpió él—. ¿Tomamos unos helados? —Él tuvo que
detener su balbuceo antes de que lo soltara todo. Aunque estaba diciendo todo esto
para ayudarlo, habría sido mejor para ella hacerse la tonta.

Por otra parte, a diferencia de él, no estaba acostumbrada a hacerse la tonta.

Afortunadamente, la conversación derivó sobre helados y en cómo María no había


tomado nunca uno hasta que llegó a Inglaterra, y él fue fácilmente capaz de dirigirla
a partir de allí.

Pero más tarde, mientras paseaban por Oxford Street para que María y Minerva
pudieran ir de compras, Giles se preocupó cuando la pilló susurrando con María más
de una vez.

Parecían uña y carne. Sólo podía esperar que no siguieran la discusión sobre el
baile de disfraces.

Entonces, justo cuando los cuatro estaban entrando en una tienda de caricaturas,
Minerva lo retuvo, como si quisiera mostrarle algo en la ventana.

—Lamento mucho haber manejado tan mal ese asunto de la fiesta —murmuró ella
entre dientes mientras miraban por la ventana de la tienda—. Me pilló desprevenida
cuando dijo que Oliver la había reconocido. Nunca soñé que lo haría.

—Bueno, mencionaste un traje de Maria Antonieta en ese pasaje, y Oliver nunca


olvidó que una jovencita vestida así decía que le había contagiado la sífilis.

Minerva se puso de un interesante tono rojo.

—Oh, Señor, ¿lo sabías?

Cuando él vio a María mirar desde dentro de la tienda, fingió examinar una
caricatura.

—Lo ha mencionado más de una vez, sí. —Eso siempre hacía reír a Giles, aunque
nunca podría admitir a Oliver el verdadero motivo de su diversión.
—Debería habérmelo pensado mejor y no poner todo eso en los libros.

—Sí, deberías haberlo hecho. Pero ahora está ahí fuera. No puedes hacer nada al
respecto.

Con un poco de suerte Newmarsh nunca lo vería, e incluso si lo hiciera, nunca


asumiría que Giles había estado involucrado en ello. Hasta el momento, los indicios
de Minerva sobre él habían sido lo suficientemente sutiles como para que no creyera
que mucha gente lo reconocería. Aunque Ravenswood lo había hecho.

María salió de la tienda con Freddy a remolque, y continuaron por Oxford Street.
Cuando se acercaron a Hyde Park, Freddy dijo:

—¿Cuánto más vamos a vagar por la ciudad, lady Minerva? Estoy a punto de
desmayarme de agotamiento.

—Está bien si quieres regresar al carruaje —dijo Minerva—. Me gustaría caminar


con el señor Masters por el parque, pero no hay necesidad de que te esfuerces.
Puedes conducir alrededor y nos recoges cerca del caserón en el otro extremo.

Cuando Minerva intercambió una mirada significativa con María, Giles entrecerró
los ojos. Algo estaba en marcha.

—Creo que volveré con Freddy —dijo María con suavidad—. Yo también estoy
cansada —le lanzó a Minerva una mirada cautelosa. —Pero recuerda que la noche
pronto caerá, así que no tardéis demasiado.

—No tardaremos —le aseguró Minerva.

Giles se regocijó cuando María y Freddy se marcharon, dejándolos solos. Había


algo que decir sobre este asunto de los esponsales. Eso le permitía caminar con
Minerva a través del parque a solas sin reproche.

Mientras se dirigían hacia él, Giles dijo:

—Eso estaba perfectamente manejado.

Minerva se sonrojó.

—¿Qué quieres decir?

Estaban cerca de una zona arbolada sorprendentemente carente de paseantes. Él


rio.
—Me encanta cuando te haces la tímida. —Mirando alrededor para asegurarse de
que nadie estaba cerca para ver, Giles tiró de ella hacia el bosque y la besó.

Minerva retrocedió, sorprendida, pero él la acercó de nuevo para un beso más


profundo. Para su deleite, ella le dejó saquear su boca durante varios largos
momentos. Cuando por fin rompió el beso, sus ojos estaban vidriosos y sus labios
encantadoramente enrojecidos.

Le acarició la oreja con la boca.

—He estado deseando hacerlo desde el momento en que apareciste en la sala esta
mañana —la besó hasta llegar a su garganta, la única parte de su cuello que mostraba
el escote en V de encaje con volantes que llevaba.

Inclinando la cabeza hacia atrás, ella soltó una risa temblorosa.

—Eso habría proporcionado un contrapunto interesante al juicio, ¿no crees?

—Probablemente eso hubiera hecho que me expulsaran —murmuró contra su piel


de porcelana—. Pero habría valido la pena.

—Adulador —susurró.

La apretó contra un árbol y procedió a besarla de nuevo, esta vez más a fondo.
Olía y sabía a los helados de limón que habían comido en Gunter’s, agrios y dulces y
afrutados. Hacía que se mareara. O tal vez sólo tenerla en sus brazos otra vez lo
hacía.

Ella era suave debajo de él, su boca deliciosamente ansiosa por devolverle los
besos. A pesar de que llevaba las usuales capas de ropa femeninas, un vestido violeta
de paseo con enaguas y un corsé y Dios sabe lo que había debajo, eran de tela
delgada debido al verano. Así que cuando deslizó ligeramente la palma de la mano
sobre su pecho, ella sin duda lo notó, porque de su garganta salió un gemido bajo.
Pero cuando él tocó con el pulgar el pezón hasta que se convirtió en una punta dura,
ella lo empujó, sus mejillas se sonrosaron.

—No era esto lo que tenía en mente cuando te llevé al parque, Giles. Tengo que
hablar contigo sobre algo.

—¿Hablar? —murmuró, la fiebre por tocarla le abrasaba mientras la buscaba de


nuevo—. ¿Debemos?

—Sí, debemos. —Se deslizó de entre él y el árbol—. Es importante.


Maldición. No sabía cuánto tiempo podría soportar este juego del gato y el ratón.
La noche anterior no había pensado en otra cosa que tenerla en su cama, con el pelo
enroscado alrededor de su voluptuoso cuerpo, su mano en su polla como había
estado ayer en la posada, y sus pechos ofrecidos para su boca como un par de
pudines de ciruelas con grosellas en la parte superior.

Quiso fieramente que su erección se calmara y le ofreció su brazo.

—Si es hablar lo que quieres, entonces hablemos. —Así puedo sacar esto del paso y
volver a cosas más importantes. Como hacerte mía.

—Gracias. —Tomando su brazo, ella lo condujo hacia el sendero—. Es sobre


mamá y papá.

Eso desterró los restos de su excitación.

—Seguramente no has tenido tiempo de oír nada más sobre Desmond.

—No. —Ella agarró su brazo—. Pero hoy se me ocurrió mientras te veía trabajar
que tú podrías…bueno, notar cosas sobre lo que les ocurrió a mis padres que nadie
más lo podría.

¿Notar cosas?

—En el pabellón de caza. —Cuando él pareció en blanco, añadió—: Ya sabes.


Dónde fueron asesinados.

—Aún no sabemos con certeza si fueron asesinados, al menos no por alguien más.

—Eso es precisamente lo que quiero decir. Sabemos muy poco. —Ella lo miró con
esos hermosos ojos verdes, rodeados de pestañas doradas y oscuras, con una tristeza
repentina que se aferró a lo más profundo de su ser—. Deberíamos saber más. Pero la
abuela estaba tan ansiosa por encubrir el escándalo que nunca examinó
completamente la escena.

—Seguro que las autoridades lo hicieron —dijo mientras se dirigían a través de


una franja de verde hacia el sendero que bordeaba el Serpentine.

—El agente de policía local y el forense, sí, pero tú has demostrado hoy que esas
personas no siempre descubren la verdad. La abuela les contó su versión de los
acontecimientos, y vieron lo suficiente como para confirmar eso. De acuerdo con
Oliver, tomaron la escena al pie de la letra, ayudados por los sobornos de ella. —Lo
miró como si tuviera la llave de todo—. Pero tú no harías eso. Lo verías con ojos
frescos. Puedes notar algo que nadie notó antes. Podrías ver...

—Después de todos estos años, querida, dudo que pueda ver algo que sea útil —
dijo sin comprometerse, recordando cómo Stoneville había reaccionado ante la
posibilidad de su participación.

—¡Oh, pero sé que podrías! Excepto por que la sangre fue limpiada y se ordenaron
las cosas, el pabellón está prácticamente igual que entonces, así que seguramente...

—Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que nadie ha vuelto a ese pabellón de
caza en todos estos años?

Ella asintió solemnemente.

—Oliver cerró la finca inmediatamente después del “accidente”, como nos


enseñaron a llamarlo. La familia ni siquiera estuvo en Halstead Hall hasta que Oliver
la abrió hace unos meses, y ninguno de nosotros ha querido… es decir, es tan…

—Entiendo. —Oh sí, lo entendía. Todavía no podía entrar en la biblioteca donde


su padre se suicidó hace nueve años—. Así que quieres que examine la escena a
solas.

—¡No! No te pediría que hicieras eso. Yo iría contigo, por supuesto. —Ella le
dedicó una sonrisa triste—. La gente de la ciudad dice que está embrujada, ¿sabes?
Han oído ruidos cerca del pabellón, visto luces misteriosas y cosas por el estilo.

—¿Estás segura de que estás a la altura?

—Por supuesto que estoy a la altura. ¿Por qué no debería estarlo? No creo en
fantasmas.

Había esa valentía que siempre le había impresionado. Todavía podía recordar la
tenaz inclinación de su barbilla a los nueve años, cuando se había puesto firme para
ver los ataúdes de sus padres.

—Stoneville no lo aprobaría.

Ella levantó la barbilla.

—No me importa. Se está comportando como un idiota redomado contigo.

Él contuvo una sonrisa.


—Cierto.

—Si alguien sabe lo discreto que puedes ser sobre las cosas, soy yo. Eres tan
reservado como él, si no peor. Sé que no se lo contarás a nadie.

—Muy bien. Dame un día para ver si puedo descubrir detalles sobre el informe
oficial.

—Eso podría ser difícil —dijo Minerva—. Le pregunté a Oliver sobre esa última
noche, y me dijo que el señor Pinter preguntó por ello, pero le dijeron que se
tardarían semanas en localizarlo.

Giles arqueó una ceja.

—¿Qué más le dirían? Está trabajando de espaldas a tu abuela. El policía no va a


actuar sin preguntarle primero. Y si Pinter dejó claro que no la quería implicada…

Su boca formó una O perfecta.

—¿Ves? ¡Ya estás demostrando ser útil!

—Espero que Stoneville se sienta de la misma manera cuando se entere de que fui
en contra de sus expresos deseos.

—Tú deja que maneje a mi hermano. Si llegamos a algo útil, no estará demasiado
enfadado.

Caminaron por el sendero en silencio un momento, viendo a los patos deslizarse a


lo largo del Serpentine.

Giles le lanzó una larga mirada.

—¿Y no estás preocupada por encontrarme en secreto, sola, en una parte remota
de la finca de tu hermano?

Aunque ella se sonrojó, le sonrió.

—¿Debería estarlo?

—Totalmente —dijo, perfectamente serio—. Hay un límite a la tentación que


puede soportar un hombre antes de empezar a aprovecharse de una situación.

—Eres lo bastante listo como para no arruinarme, porque sabes a qué conduciría
—dijo ligeramente—. No tienes más ganas de estar atado que yo, y no me harás dejar
de escribir sobre ti en mis libros si te aprovechas de mí.
Él suprimió el impulso de declararse inmediatamente. Eso sólo la alejaría más.
Minerva todavía tenía la idea de que no era un verdadero cortejo, y podía lograr
mucho más cortejándola sin que ella lo supiera.

Sin embargo, se sintió obligado a advertirle que no iba a jugar según las reglas
sólo porque ella había declarado que debía hacerlo.

—Te aseguro, Minerva, que un hombre puede cubrir una gran cantidad de terreno
entre aprovecharse y la perdición. —Le cubrió la mano con la suya—. Una gran
cantidad.

—¿Oh? —dijo ella, con los ojos brillantes de malicia—. ¿Cómo es eso?

Él miró a su alrededor a la gente a la que estaban pasando: una joven pareja


tomada del brazo sentada en un banco, un hombre alimentando a los patos, una
mujer mayor que caminaba con rapidez por el río... y bajó la voz.

—Si estuviéramos solos, te quitaría el sombrero y el cuello de encaje para poder


ver tu garganta. Me encanta tu cuello. Tiene huecos y curvas de lo más interesante, y
es bastante elegante cuando está desnudo.

Ella tensó los dedos en su brazo y miró fijamente hacia adelante, dos manchas de
color sonrosaron sus bonitas mejillas.

Él mantuvo la voz baja, ronca.

—Luego desabotonaría tu vestido muy lentamente, así podría besar tu espalda a


través de tu combinación después de que cada botón fuera desabrochado. Me
pregunto si tu espalda es tan hermosa desnuda como parece ser cuando está vestida.

—Me temo que tendrás que seguir preguntándotelo —dijo ella un poco insegura.

—¿Lo haré? No hay ninguna razón por la que no pueda mirar tu espalda desnuda.
Sin duda no te arruinaría. De hecho, hay un gran número de partes tuyas que puedo
tocar, acariciar y besar sin hacer cosas sucias. Como ese delicado tramo de piel en la
parte interior de tu muslo justo por encima de tu rodilla. Podría poner mi boca allí,
besar el interior de tu pierna hasta llegar al prohibido…

—Detente —susurró—. Me estás avergonzando.

—Estoy excitándote. No es lo mismo en absoluto.

Ella tragó saliva.


—Estás tratando de seducirme con palabras.

—¿Está funcionando?

Una pareja pasó cerca de ellos, y ella permaneció en silencio hasta que estuvieron
fuera del alcance de sus oídos.

—No dejaré que me seduzcas, Giles. Quítate eso de la mente.

—Qué lástima —dijo suavemente—. Tú necesitas seducción, Minerva Sharpe.

Su mirada se disparó hacia él, caliente e iracunda.

—¿Por qué demonios dirías eso?

—Porque ves el matrimonio como una pérdida de independencia, sin tener en


cuenta sus beneficios. Me atrevo a decir que si tuvieras una buena muestra de ellos,
estarías menos inclinada a tirarlo todo por la borda.

—Pensé que ya me habías dado una muestra en esa posada.

—Eso fue más un toque que una muestra. Lo que yo pretendo es ir más allá de
unos pocos toques breves. Terminarías con un conocimiento tan profundo de ese
beneficio particular del matrimonio como yo podría ofrecerte sin arruinarte. Es decir,
si me permites darte esto. ¿Es posible?

Ella parpadeó, luego apartó su mirada. Cuando permaneció en silencio, su pulso


se aceleró.

—Supón que te…dejara darme una muestra —dijo al fin—. Sólo una muestra, eso
sí. Nada que me causara problemas más tarde. ¿Estarías dispuesto a hacerlo
sin…“hacer cosas sucias”, como lo llamas?

Su cuerpo respondió instantáneamente a esa observación y gimió.

—¿Debes decir cosas así en público, por el amor de Dios?

—¿Qué quieres decir?

Él bajó la voz a un siseo.

—¿Recuerdas ayer en la posada? Mi “pistola” está haciendo una aparición, gracias


a ti.
Ella miró hacia abajo a sus pantalones, lo que sólo hizo que se abultaran más
obviamente. Luego le miró traviesamente.

—¿Qué vas a hacer ahora que estás en este…estado?

—Conjugar en latín —dijo secamente—. Pensar en Inglaterra. Pensar en cualquier


cosa menos tú y yo... Maldita sea, ahí va de nuevo, y ya estamos cerca de Rotten
Row. —Se detuvo brevemente y se colocó detrás de un banco con un respaldo alto
que estaba cerca del río.

Ella se puso a su lado, bonita como el cuadro proverbial, sus ojos cayendo a sus
pantalones con curiosidad virginal.

—¿Quieres dejar de mirarme allí? —gruñó—. No estás ayudando.

Ella se rio.

—Tú eres el que lo inició tratando de seducirme con palabras. Te sirve bien si
tienes que sufrir por ello.

—Tú, querida mía, eres una provocadora.

Su sonrisa vaciló.

—¿Lo soy?

—Lo sabes muy bien. Sólo mencionaste lo de que te diera una muestra con el fin
de incomodarme.

—En realidad, estaba hablando en serio. Y tú no contestaste mi pregunta. —Ella


tragó saliva—. Si te dejo…darme una muestra, ¿podrías controlarte a ti mismo y no ir
más allá de eso?

—No soy yo el que debería preocuparte.

Ella le lanzó una mirada condescendiente a su ingle, lo que hizo más para
amortiguar su excitación que lo que alguna vez consiguió conjugar en latín.

—Creo que has demostrado que no tienes un control perfecto de tus…digamos,


¿facultades?

—Confía en mí, un hombre siempre tiene el control de sus “facultades” cuando


llega al punto de no retorno. La pregunta es si tú puedes controlar tus facultades.
Porque prometo que nunca te seduciré contra tu voluntad, querida mía.
Su respiración se volvió errática.

—Y yo nunca me entregaría voluntariamente a ti. Destruiría todos mis planes.

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte —dijo con suavidad—. Si lo que


quieres es sólo una muestra, puedes tenerla. —Bajó su voz. —Cuando yo consiga la
mía, también.

—Eres un granuja —dijo.

—Sólo un granuja estaría de acuerdo con lo que estás proponiendo. —Con su


excitación firmemente a raya, él tomó su brazo y regresó al sendero.

No dijo nada mientras paseaban por Rotten Row. Se limitó a sonreír y saludó con
la mano a las pocas personas que todavía paseaban en sus carruajes cerca del
atardecer.

Cuando se dirigieron hacia el caserón, ella lo miró con expresión seria.

—No te entiendo. ¿Cómo puedes ser un abogado listo y responsable que es un


posible C.R. un momento, y un granuja al siguiente?

—Práctica. —Ella no tenía ni idea de lo cierto que era eso.

—No es eso lo que quiero decir, y tú lo sabes. ¿Cuál es el verdadero tú?

—¿Por qué no puedo ser ambos? No son mutuamente excluyentes.

— ¿No lo son?

Él se encogió de hombros.

—Obviamente no crees que lo son. Tienes a Rockton jugando al granuja y al espía


al mismo tiempo.

—Sólo para realzar el drama de mi historia. Pero no es una buena idea aumentar
el drama en la vida real. Esto hace que las cosas sean demasiado complicadas.

Eso fue cierto.

—Míralo de esta manera. Paso mis días en un negocio serio, asegurándome de que
la justicia sea otorgada a aquellos que se lo merecen. Así que por la noche tengo que
ser menos serio, incluso un poco salvaje. De lo contrario, me volvería loco por las
calles.
—¿A qué parte de tu vida pertenezco? ¿La mitad seria o la mitad salvaje?

—¿Hoy? De ambas.

Estaban caminando por un bosquecillo, así que la atrajo detrás de un árbol y la


besó con fuerza en los labios.

—Dime la verdad. ¿Estás segura de que quieres que te dé una muestra?

Ella tragó saliva.

—Sí.

Cuando su pulso saltó, pasó el pulgar por su labio inferior.

—Entonces, mañana por la mañana, veré si puedo averiguar más sobre el informe
oficial. Por la tarde, te veré en la...

—No, mañana no. Pasado mañana, cuando Oliver se reúna con los arrendatarios
en una taberna de Ealing. Así tenemos menos posibilidades de encontrarnos con él.

Giles asintió.

—Voy a tener que reorganizar algunas citas, pero puedo manejarlo. Nos
encontraremos en el pabellón de caza a las diez, pasado mañana.

—¿Sabes dónde está?

—Sí. Cuando éramos críos, solíamos jugar a las cartas allí antes... —Se calló —.
Miraré la escena y deduciré lo que pueda. Luego tú y yo tendremos un estupendo
picnic en algún lugar en el que sea poco probable ser descubiertos, y te daré la
muestra que anhelas. —Tomó su cara en sus manos. —Pero te advierto que si te
encuentras “dispuesta” a seducirme después de todo, no estoy seguro de poder decir
que no.

—No te preocupes. Eso no ocurrirá.

Él se sintió tentado de besarla y recordarle lo fácilmente que eso podía pasar, pero
arruinaría sus planes. Además, pronto lo averiguaría por sí misma.

—Pasado mañana, entonces —dijo, rozando sus labios sobre los suyos.

—Pasado mañana —ella estuvo de acuerdo. Mañana iba a ser el día más
malditamente largo de su vida.
Capítulo 12

Minerva se dirigió escaleras abajo para desayunar a primera hora en el día


señalado con la esperanza de que pocos de su familia estuvieran levantados.

No hubo tal suerte. Celia y Jarret estaban debatiendo los méritos de la nueva arma
de retrocarga de Manton que Celia acababa de comprar, y Oliver y María le
explicaban a la abuela por qué creían que el viejo dormitorio de mamá sería una
mejor opción para el cuarto del bebé que aquel en que los niños Sharpe habían sido
criados.

—Queremos que el bebé esté cerca —dijo María—. Y de todos modos yo no uso el
dormitorio.

Jarret se detuvo para decir:

—No hay duda de que mi hermano te mantiene demasiado ocupada en su cama


como para darte tiempo a dormir en cualquier otra.

—¿Dormir? ¿Qué es eso? —dijo Oliver arrastrando las palabras, y los dos idiotas
se rieron juntos.

María puso los ojos en blanco.

—La cuestión es que el dormitorio de tu madre podría ser reacondicionado


fácilmente como cuarto del bebé. Es enorme, y no está lejos de la habitación de Jarret
y Annabel, por lo que sería adecuado para el niño que están esperando, también,
siempre y cuando vivan aquí.

Con un suspiro, Minerva se sirvió un poco de jamón, queso y pan tostado del
aparador. Las interminables discusiones sobre los dos bebés inminentes comenzaban
a ponerla nerviosa.
No es que no le gustaran los niños. Le gustaban. Pero la idea de ser responsable de
una vida diminuta, la idea de dejar a un niño como lo había hecho mamá al final, le
daba escalofríos.

Luego estaba todo lo que ella tendría que dar para ser una buena madre. Recordó
muy bien cuán melancólicamente había hablado mamá de la escritura y qué tan
opuesto había estado papá.

Giles no se opondría.

Frunció el ceño. Él lo dijo, pero no estaba segura de poder creerle.

Entonces, ¿por qué estaba planeando una escapada tan audaz con él? ¿Se había
vuelto loca?

Quizás. O tal vez sólo quería experimentar la locura de que un hombre la tocara, la
acaricia, la viera como alguien deseable por derecho propio y no sólo como un medio
para heredar. No sabía por qué, pero quería creer que su dinero realmente no le
importaba a Giles.

Era una tonta. Estaba jugando con fuego. Y no le importaba.

La noche anterior apenas había dormido por la excitación de verlo hoy. La idea
misma de estar a solas con él en el bosque había elevado su imaginación a alturas
febriles. La forma en que había hablado con ella, las cosas que había dicho…
¿Realmente pondría su boca en el interior de su muslo, tan cerca de… de allí? Había
puesto la mano en la posada, y había sido deliciosa.

—¿Vamos a ver al señor Masters hoy? —preguntó Celia.

A Minerva casi se le salió el corazón por la boca del susto. Su hermana tenía la
habilidad más extraña de sentir la dirección de sus pensamientos. Con suerte, no
toda la dirección.

Puso una sonrisa en los labios mientras se sentaba en la mesa.

—Lo dudo. Está en el juzgado. —Era la única excusa plausible en la que podía
pensar por la que él no estaba visitándola.

—¿Está? —dijo Jarret—. No lo mencionó cuando Gabe y yo lo vimos ayer por la


mañana en nuestro camino hacia la ciudad.
—¿Lo visteis? —preguntó, luego se maldijo a sí misma por sonar como una
colegiala amada que quería noticias de su último novio. Se forzó a mantener su
tostada con indiferencia—. ¿Dónde estabais?

—En Ealing, para ser exactos —dijo Jarret—. Está tan cerca que pensé que podría
estar dirigiéndose hacia aquí, pero él dijo que no, que tenía negocios allí que le
llevarían la mayor parte del día.

Sin duda, él había estado tratando de obtener el informe del policía.

Jarret la miró pensativamente mientras comía un trozo de jamón.

—Él dijo que deberíamos transmitirte su amor.

Es una forma de hablar, se recordó a sí misma cuando su pulso dio un pequeño


revoloteo. Amor no es una palabra en el vocabulario de Giles, es para “tontos y soñadores”,
¿recuerdas?

—¿Lo hizo? —Ella se retorció bajo el continuo escrutinio de su hermano. Jarret la


había estado observando los últimos dos días con una concentración peculiar que la
ponía extremadamente nerviosa. Qué dulce por su parte.

—¿Qué asunto podría tener Giles Masters en Ealing? —gruñó Oliver.

—Creo que tiene un cliente allí —mintió, luego se dio una patada mental por ello.
Allí estaba de nuevo, mintiendo por él. ¿Y si Oliver le preguntaba por su cliente?
Peor aún, ¿qué pasaría si Oliver preguntaba en Ealing si alguien sabía lo que Giles
había estado haciendo?

No tenía por qué tratar de cubrir sus huellas. Era un hombre adulto, podía cuidar
de sí mismo.

Doblando su tostada con mantequilla alrededor de rebanadas de jamón y queso, la


comió como un sándwich.

—Pensé que hoy tenías una reunión de arrendatarios, Oliver —dijo


animadamente, decidida a apartar la conversación de Giles.

—Es mañana. Tuvimos que dejarlo por un problema con los novillos.

Su mirada se disparó hacia él. Oh Señor. Había contado con que Oliver no
estuviera en la finca.

—¿Qué haces hoy? —Preguntó Oliver amablemente.


—Escribir. —No queriendo que él investigara el momento y el lugar de ello
demasiado profundamente, dijo—: Así que estás pensando en convertir el dormitorio
de mamá en una habitación para niños, ¿verdad?

—Tenemos que hacer algo. El niño estará aquí antes de que nos demos cuenta, y
nuestra vieja habitación es demasiado fría y lejos del resto de las habitaciones para
nuestro gusto.

María y él intercambiaron una cálida mirada, y una súbita punzada de envidia


atravesó el corazón de Minerva.

¿Envidia? Eso era ridículo. Ella tenía exactamente la vida que quería.

—Tal vez podrías ayudar con eso —dijo María—. Podría usar la opinión de otra
mujer.

Minerva apaciguó su pánico.

—Lo siento, María, pero voy a dar un largo paseo después del desayuno.

—Podría ir contigo, discutir ideas para la habitación de los niños...

Todos se echaron a reír.

—¿Qué? —preguntó María.

—Cuando Minerva anuncia que va a dar un largo paseo —explicó Oliver—, eso
significa que definitivamente no quiere compañía.

—Si quiere compañía —aportó Celia—, dice, ¿alguien quiere pasear?

Cuando María pareció desconcertada, Jarret dijo:

—Minerva camina cuando tiene problemas con el libro que está escribiendo. —
Sonrió—. Camina mucho.

—Me ayuda a pensar —dijo Minerva defensivamente. Y por una vez, sus hábitos
predecibles mantendrían a su familia fuera de su camino—. Quizá pueda ayudarte
esta noche —prosiguió ella Después de mi aventura en los brazos de Giles.

No, no debía pensar en eso. Seguramente se le notaría en la cara.

Miró el reloj: eran casi las nueve y media, y aún tenía que llegar al pabellón. Bebió
un poco de té y luego se levantó.
—Bueno, me voy. Os veré más tarde. —Y antes de que alguien pudiera detenerla,
se echó la toca sobre el sombrerito de mañana10 y salió por la puerta.

Los bosques bullían de pájaros cantando mientras caminaba enérgicamente por el


sendero. Tomar un caballo habría sido más rápido, pero eso podría haberse notado.
Caminar sin rumbo alrededor de la finca era menos sospechoso, aunque si alguien la
veía tan lejos, podría resultar extraño. Generalmente se quedaba en los jardines.

Cuando se acercó al pabellón, su corazón se agitó. El caballo atado a la puerta le


dijo que Giles ya había llegado. Debido a que no estaba aquí fuera, debió haber
encontrado una manera de entrar. Dada su propensión a forzar cerraduras, eso no
era sorprendente.

Pero eso no era lo que la hacía dudar. Ella estaba aquí de nuevo. Aquí donde sus
padres habían sido asesinados.

Se quedó allí un largo momento, reuniendo coraje. Ayer le mintió a Giles cuando
había dicho que nadie había venido aquí en diecinueve años. Ella había venido aquí
hacia unos meses, después de que Oliver volviera a abrir la finca. Una cierta
compulsión la había llevado a ver si podía divisar al “fantasma” del que hablaba la
población local. Ver si podía sentir la presencia de sus padres.

Pero no había sido capaz de obligarse a entrar. La idea de estar sola allí, de poder
ver algún… espectro de ellos agonizando la había mantenido helada delante.
Después de mirar la entrada durante veinte minutos, había huido.

Hoy no podía hacer eso. No si quería respuestas.

No hay nada de qué preocuparse, se dijo. Giles está dentro, listo para eliminar cualquier
fantasma con su lógica. Realmente, es sólo un pequeño pabellón corriente, hecho para
acomodar a los deportistas. No hay nada amenazante en el lugar en sí.

El caballo de Giles resopló, haciéndola saltar. Dios mío, estaba siendo ridícula. No
había tal cosa como fantasmas. Esto era lo que pasaba por escribir sobre ellos todo el
tiempo. Uno empezaba a creer su propia ficción, una peligrosa tendencia para
alguien con historias tan oscuras como las suyas.

10
Se obligó a entrar y caminar hacia el salón, donde le habían dicho que sus padres
habían muerto. Deteniéndose en el umbral, miró dentro, buscando a Giles. Él no
estaba allí. Y algo sobre los muebles envueltos en telas y el aire sofocante hacía que el
pánico brotara en su interior.

—¿Giles? —Se dirigió hacia el vestíbulo, sintiendo que su corazón latía con más
fuerza a cada paso—. Giles, ¿dónde estás?

—¡Aquí arriba! —la voz provino de las escaleras—. ¡En el dormitorio principal!

Oh, gracias a Dios. Manteniendo la mano en el pecho para estabilizar su corazón,


subió las escaleras. Lo encontró de pie en medio del suelo de mármol de lo que había
sido el cuarto de sus padres cuando se quedaban aquí.

Estaba de pie junto a la ventana que aparentemente había abierto, porque una
suave brisa agitaba su cabello. Su aire de normalidad ayudó a aliviar su agitación. Él
estaba golpeando distraídamente su sombrero contra el muslo, frunciendo el ceño
perdido en sus pensamientos. Vestido con pantalones de montar de ante y una
chaqueta de montar verde, parecía despreocupado y un poco salvaje.

Cuando se volvió hacia ella, sus ojos tenían la misma inteligencia inherente que
siempre la había atraído.

—Ya sabemos una cosa a ciencia cierta.

—¿Oh?

—El informe del policía, que en su mayoría contiene la historia de tu abuela sobre
lo que pasó, no puede ser verdad.

Ella parpadeó.

—¿Viste el informe? ¿Cómo lo lograste cuando Pinter no pudo?

Él le lanzó una sonrisa satisfecha.

—Le di al actual agente una carta de tu abuela autorizándome, como su abogado,


a mirarla. Le dije que necesitaba el informe para averiguar ciertos asuntos
relacionados con la herencia.

Ella se quedó boquiabierta.

—Pero Giles, ¿cómo conseguiste que...?


—No lo hice. He estado leyendo cuidadosamente su testamento durante semanas,
era una simple cuestión de copiar su firma. —Giles le sonrió—. A diferencia de
Pinter, estoy perfectamente dispuesto a romper las reglas para conseguir lo que
quiero. Él no tiene influencias, ya que está investigando de espaldas a tu abuela. Yo,
por otra parte, me aseguré de parecer estar a su lado, y como ella es muy respetada
en esta área, el agente estaba más que dispuesto a buscar el informe.

—¡Tú malvado diablo! —dijo impresionada y conmocionada al mismo tiempo—.


Uno de estos días alguien te va a pillar haciendo estas cosas tortuosas, ¿sabes?

—Lo dudo. La única persona que me ha pillado eres tú, y no me importa cuando
me atrapes, cariño. Especialmente si consigo un beso de ello.

Allí estaba él otra vez, llamándola “cariño”. Deseó que no hiciera eso. Le gustaba
demasiado. Y la forma en que la miraba…

Ligeramente avergonzada, se volvió a mirar por la habitación en la que no había


entrado en años. También aquí el mobiliario estaba cubierto de telas, dándole una
apariencia irreal.

De niña, venía a menudo. A mamá le gustaba escapar de vez en cuando de la


opresiva grandeza de Halstead Hall, y Minerva a menudo le pedía ir con ella. Mamá
la había dejado, porque había sabido que Minerva se sentaba en silencio y leía, a
diferencia de sus hermanos, que siempre corrían por el lugar. Mamá y ella se
acurrucaban en la cama y leían juntas durante horas.

Las lágrimas le picaron en los ojos. Se había olvidado por completo de eso.

Luchando contra los recuerdos, se obligó a que su voz sonara ligera.

—¿Qué dice el informe?

—No mucho. La mayor parte va junto con lo que entiendo que es el reporte
público de lo que sucedió, tu madre fue despertada por el sonido de un intruso, bajó
y le disparó, luego se disparó mientras estaba afligida por lo que había hecho.

—¿La mayor parte?

—Aprendí algunas cosas nuevas. Según el informe, utilizó una pistola cargada
que su marido guardaba para protección en una cajonera al lado de la cama en esta
misma habitación.

—¿Dónde está la pistola ahora?


—El agente la tiene. Y no es una pistola de dos cañones, así que ella habría tenido
que recargarla antes de dispararse. A menos que tu madre fuera una tiradora...

—Por lo que sabemos, no lo era. Y Celia ya ha señalado lo improbable que era que
mamá supiera cómo cargar una pistola.

—Hay más inconsistencias que eso en el informe, te lo aseguro. —Giles caminó


hacia ella—. He estado aquí prestando atención a tu llegada durante los últimos
minutos. No escuché abrirse o cerrarse la puerta, y no te oí entrar ni caminar. No oí
nada hasta que dijiste mi nombre, y eso fue débil en el mejor de los casos.

Se acercó a la pared y la golpeó.

—Estos muros son muy sólidos, y esta habitación está al final del pasillo. Nadie,
especialmente alguien durmiendo, oiría a una persona entrando furtivamente en la
planta baja.

—Quizá mamá estuviera durmiendo en otra habitación.

—¿Y ella vino a esta a buscar la pistola? ¿Por qué se tomaría la molestia? Es más,
¿por qué iba a enfrentar a un intruso con una pistola, cuando podría haber bajado
por las escaleras de los criados y haber salido por la puerta de atrás para pedir
ayuda? —Regresó a la ventana para mirar afuera—. Y hay otras inconsistencias.

Ella lo siguió y también miró afuera.

—Los establos están lo suficientemente cerca de esta ventana para que cualquiera
pueda oír fácilmente que un caballo está en establo —prosiguió Giles—. ¿Y qué
intruso guarda su caballo en el establo? En el momento en que oyó que alguien hacía
eso, tu madre habría supuesto que era tu padre o algún otro miembro de la familia.

—A menos que hubiera caminado hasta aquí. Hoy he caminado.

—El informe dice que sus caballos estaban en los establos.

—Oh.

—¿Ves? Demasiadas inconsistencias. —Poniéndose el sombrero en la cabeza, se


dirigió hacia la puerta—. Y otra cosa.

Ella lo siguió hasta el pasillo.

—Incluso suponiendo que la historia sea correcta, tu madre habría tenido que
moverse lentamente por este pasillo para llegar a las escaleras. —Dio un paso y un
tablero crujió fuertemente—. Tu padre debería haber oído esto, está directamente
sobre el salón, y no puedes salir de ninguna de las habitaciones sin pasar por aquí.

—¿Tal vez lo rodeó?

—¿Despertada de un sueño profundo, pensó en agarrar una pistola y rodear un


tablero que cruje? ¿Te suena lógico?

—No, nada de eso. —Minerva suspiró—. Y eso significa que Oliver podría estar en
lo cierto que mató a papá a propósito. Que ella lo esperó aquí.

La mirada de Giles se estrechó.

—¿Por qué pensaría eso él?

—Yo…yo no puedo decírtelo...él nunca me lo perdonaría. Todo lo que puedo decir


es que Oliver discutió con mamá y le dio buenas razones para estar furiosa con papá.

—Ah. Jarret parece pensar que Desmond podría haberles disparado a ambos.

—Ya lo sé.

Giles se pellizcó el puente de la nariz.

—El problema con esa teoría es que Desmond no tenía ningún motivo para
matarlos. No habría heredado nada.

—Quizá no lo hiciera por dinero. —Ella prefería creer que Desmond los había
matado a pensar que mamá había estado a la espera de asesinar a su marido—. Tal
vez tuvo alguna razón personal para matarlos.

—Lo consideré. —Se dirigió a la escalera y ella lo siguió—. Simplemente no puedo


imaginar lo que sería.

Cuando llegaron abajo, él caminó hacia el salón. A regañadientes, ella lo siguió.

—Sólo me gustaría saber más acerca de cómo estaban situados cuando los
encontraron —dijo Giles—. Quiero decir, sé muy bien cómo estaban, pero...

—¿Lo sabes? ¿Cómo?

Giles entró en el salón. Ella vaciló antes de entrar tras él. Quieres esto ¿recuerdas? Le
pediste que viniera a hacer esto.
Pero no había pensado que sería tan difícil. Nunca había visto la escena, pero
podía imaginarla... Mamá enfrentándose a papá, la sorpresa de papá cuando la
pistola le encañonó.

—Uno de ellos cayó aquí —estaba diciendo Giles mientras caminaba hacia un
tramo desnudo de suelo.

Ella no lo había notado antes, pero una alfombra había sido apartada.

Giles se arrodilló para tocar la madera.

—Cuando llegué por primera vez, pasé por esta habitación. La sangre se ha
limpiado, pero uno nunca puede conseguir quitarla completamente. La sangre que
permanece un rato mancha la madera, así que busqué cualquier lugar que pudiera
haber sido cubierto, y encontré esto. Me dice que uno de ellos cayó aquí.

Él se levantó para ir a otra parte de la habitación, pero ella ya no escuchaba. Sólo


podía quedarse allí, mirando el ancho trozo de madera que era más marrón que el
resto. Ver la mancha lo hizo todo más real de alguna manera.

En su mente surgieron las imágenes que había luchado toda su vida para desterrar
de su imaginación: mamá disparando el arma a papá, destrozando su rostro…él
cayendo al suelo mientras mamá intentaba recargar la pistola. Mamá poniendo la
pistola contra su pecho…

—Giles…—susurró mientras su visión comenzaba a estrecharse, y el sudor le


cubrió la frente.

Él estaba hablando, sin prestar atención.

—Fue probablemente sobre…

—Giles… Creo…creo que voy a… —Ella sintió que se le doblaban las rodillas y
luego la habitación se volvió negra.
Capítulo 13

Giles se giró justo a tiempo para ver desplomarse a Minerva. La alarma se apoderó
de él mientras se apresuraba a recogerla. Maldiciéndose por ser inconsciente, la llevó
fuera. Mientras él había estado hablando sin parar sobre las muertes de Lewis y
Prudence Sharpe como un idiota pomposo, había olvidado lo más esencial. Eran sus
padres. Había sido su tragedia más que la de cualquiera.

Demasiado tarde, recordó a la Minerva, de nueve años, que se negaba a entrar en


la capilla por temor a lo que vería allí. Y él la había hecho pensar en todo eso de
nuevo. Qué idiota era.

La visión de ella inconsciente en sus brazos le hizo algo aterrador a sus entrañas.
Parecía muy frágil con su vestido fino de muselina blanca, como un ángel derribado
por un cazador errante.

Dios lo salvara, volvía a soltar poesía. Se estaba involucrando demasiado con ella.
Y parecía que no podía detenerse.

Ella se movió, sus ojos se abrieron para mirarlo fijamente con confusión.

—¿Qué... qué ha pasado?

—Te has desmayado —murmuró, con el corazón todavía en la garganta—. Me


temo que me dejé llevar hablando de las…um…

—Muertes de mis padres. Puedes decirlo. —Su voz era un poco más estable—.
Bájame. Estoy bien ahora.

A regañadientes, hizo lo que ella le pidió, pero mantuvo sus manos en su cintura.

—Lo siento, yo…


—No, no, está bien. Es ridículo, de verdad. Nunca me he desmayado. No sé por
qué lo hice. —Soltó las palabras demasiado rápido para ser normal—. Han pasado
casi veinte años, y no es como si estuviera allí para verlo suceder o algo así, y yo no...

—Shh, querida. —Él la llevó hacia los escalones de la entrada y se sentó a su lado.
Después de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó su pañuelo para limpiar
su ceja húmeda, tarea nada fácil con ese enorme sombrero que llevaba puesto—.
Ahora, tranquila. Respira profundamente. ¿Tiene sales aromáticas?

Ella sacudió la cabeza.

—Como dije, no soy del tipo que se desmaya. Es sólo que estar allí, en el lugar
donde murieron, sabiendo cómo murieron y viendo la sangre…

—No es culpa tuya —dijo, cubriendo su mano con la suya—. No debería haber
sido tan contundente. Me quedé atrapado en la solución del rompecabezas y olvidé
lo mucho que significa para ti.

—Pero yo quería estar allí y escuchar lo que notaras. No puedo creer que me
comportara como una idiota.

—No hay ninguna vergüenza en desmayarse, Minerva. —Y ella era la única mujer
que él sabía que se avergonzaría por ello—. Ciertamente, no hay vergüenza en evitar
ver el lugar donde murieron. Tu reacción es perfectamente racional.

—Pero tú no entiendes. —Ella le sujetó la mano mientras miraba hacia su regazo—


. Yo…yo escribo sobre estas cosas todo el tiempo. No debería...

—No es lo mismo. Escribes sobre ellas desde la seguridad de tu hogar. No son


reales.

—Eso no es cierto. Son reales para mí. —Su voz se ahogó—. A veces me pregunto
si… esto… hay algo mal conmigo ¿Por qué me deleito en la sangre? —Frunció el
ceño—. No, no me deleito. Es sólo que me siento obligada a crearla, a escribir sobre
ella para…para exponerla en todo su horror.

—Y luego destruirla. ¿No lo ves? Tú controlas la violencia. Tú dictas lo que


sucede y a quien. —Mientras el conocimiento se fue abriendo paso en su mente, él le
apretó la mano—. Puede que sea por eso que lo haces. Porque por escrito, tienes
poder sobre las monstruosidades. Puedes desterrarlas con el golpe de una pluma.
Puedes ganar justicia para sus víctimas en tus libros.
Ella lo miró con los ojos como platos.

—Nunca había pensado en eso. Sin embargo, se podría pensar que con mis padres
muriendo tan horriblemente, no me atrevería a describir esas cosas.

—En realidad, creo que es todo lo contrario. Los niños son impresionables,
especialmente a la edad que tenías cuando tus padres fallecieron. —Le frotó los
nudillos con el pulgar—. Has oído hablar de sus terribles muertes, y no puedes
sacarlo de tu mente. Así que encontraste una manera de lidiar con ello, para
recuperar el poder que te fue arrancado en la vida. Eso solo muestra lo fuerte que
eres.

—¿De verdad piensas eso?

—No estaría aquí si no lo hiciera.

Con una sonrisa agradecida, ella soltó su mano.

—Creo que ahora puedo hacerlo. Podemos volver, y puedes terminar lo que me
estabas mostrando.

—No hace falta —Se cortaría el brazo derecho antes de forzarla a revivir los
horrores otra vez—. No es cobardía evitar esas cosas que dañarán tu capacidad de
superarlo. —Él debatió si decir más, pero su expresión encantada le decidió. —No he
puesto un pie en la biblioteca desde que mi padre se disparó allí mismo. Yo era un
hombre adulto en ese momento, pero todavía no puedo entrar.

La compasión inundó sus rasgos.

—No fuiste tú quien encontró…

—No. Casi desearía haberlo sido. —Su voz se endureció—. Mamá llegó allí
primero después de que escuchamos el disparo. Todavía estaba gritando cuando
entré corriendo.

Él miró hacia otro lado, recordando la escena.

—Por casualidad estaba de visita en la finca cuando papá recibió la noticia de


que... —Había perdido todo con el intrigante sir John Sully. No, no debería decirle eso.
Esto conduciría a otras preguntas—. Papá recibió malas noticias. Mi hermano estaba
fuera de la ciudad, por lo que estábamos sólo mi madre y yo. —Luchó por el control
de su voz. —Fui yo quien contactó con el agente, trató con el forense, se aseguró de
que la biblioteca se limpiara adecuadamente después.
—Oh, Giles —susurró ella mientras tomaba su mano en la suya una vez más—. Es
por eso que conoces las manchas de sangre.

—Sí. Había una en nuestra biblioteca. Mi madre cambió el suelo, pero nunca lo he
visto. Yo no…entro allí Dejo que David o un criado lo hagan —exhaló con un
estremecimiento—. Me digo a mí mismo que estoy siendo tonto, que no hay razón
para evitarla, que no es como si su fantasma la encantara, y sin embargo...

—Lo ves todo de nuevo en tu mente, y no quieres que te acose la imagen más de lo
que ya lo hace.

—Exactamente. —Suavizó su voz—. Fue un error por mi parte esperar que


hicieras lo que yo mismo no podía hacer.

—No lo esperabas. Te pedí que lo hicieras. Y todavía quiero que tú...

—No tiene sentido. De todos modos he visto todo lo que puedo por ahora.
Necesito saber más antes de poder explorar más a fondo.

Ella asintió.

—Recuerdo. ¿Dijiste algo sobre…necesitar saber en qué posición estaban los


cadáveres cuando los encontraron?

—Eso me diría mucho. Desafortunadamente, dada la implicación de tu abuela, no


puedo confiar en que al agente se le permitiera ver la escena exactamente como
estaba. La única persona que sabe la verdad acerca de cómo estaban es tu abuela, y
tus hermanos son reacios a involucrarla mientras sospechen de Desmond. Supongo
que ha tenido alguna enfermedad, y no quieren molestarla con teorías infundadas.

—En realidad…—Se mordió el labio, como si intentara decidir si le decía algo.


Luego dejó escapar un largo suspiro—. En realidad, Oliver sabe cómo estaban
colocados mamá y papá. Él fue quien los encontró.

Giles entornó su mirada hacia ella.

—¿Lo sabe?

Aunque evitó su mirada, asintió con la cabeza.

—No los mató. Él nunca haría eso. Él los encontró, eso es todo.

—Sé que tu hermano no los mató —cortó Giles. ¿Cómo podía pensar ella que
creería tal cosa?—. Lo conocí mucho antes que ellos murieran. Él sería la última
persona en la tierra que yo creería que es capaz de asesinar. Es verdad que
despreciaba a tu padre por sus adulterios, pero lo admiraba por su manejo de la
finca. Y tu madre… —Giles sacudió la cabeza. —Nada en la tierra habría persuadido
a Oliver para dispararle.

Sus ojos buscaron su cara.

—Los chismes dijeron que le disparó por accidente cuando se interpuso entre él y
papá.

—Los chismes son idiotas. También dicen que disparó a tu padre para ganar su
herencia. Si lo hizo, ciertamente se comportó extrañamente después, cerrando la
finca, yendo a destruirse con bebida y mujeres. Ese no es el comportamiento de un
hombre que consiguió la herencia que quería.

Ella le lanzó una sonrisa acuosa.

—Eres absolutamente adorable por decir eso.

—Y esa es la cosa más agradable que me has llamado. —Él le sonrió.

—He sido realmente horrible contigo, ¿verdad?

—No demasiado. —Y ahora que sabía lo mucho que la había herido aquella noche
en el baile de disfraces, comprendió por qué. Volvió a lo que habían estado
discutiendo—. ¿Crees que Oliver me diría lo que vio esa noche?

Ella negó con la cabeza.

—Le costó años explicárnoslo, y cada palabra fue duramente ganada. No puedo
imaginar que esté de acuerdo en detallar cómo y dónde.

—No importa, entonces —dijo mientras su tono se volvía triste—. Vamos a


considerar cómo manejarlo en otra ocasión. —Se levantó y le tendió la mano. —
Dejemos este lugar, ¿vale? Ya hemos tenido suficiente muerte, sangre y malos
recuerdos por un día.

—Por supuesto que sí. —Cuando dejó que la levantara entre sus brazos, casi la
besó allí mismo.

Luego miró detrás de ella al pabellón y se lo pensó mejor. Este no era el lugar para
eso. En vez de eso, se volvió para desatar su yegua. Le ofreció el brazo y la condujo
con el caballo por el campo.
Cuando se detuvo en el borde del bosque para atar su caballo y quitar las alforjas
que contenían su almuerzo de picnic, ella preguntó:

—¿Adónde vamos?

Él colgó las alforjas sobre su hombro y la llevó por el bosque a lo largo de un


camino muy pisado.

—A la laguna donde solíamos nadar.

—¿Hay un estanque en la finca?

—Es más como un charco que aspira a ser un estanque. Pero es bonito y lo
suficientemente privado para nuestro picnic.

Cuando lanzó una mirada significativa, ella apartó la mirada.

Su pulso vaciló.

—A menos que hayas cambiado de opinión —añadió.

Minerva le lanzó una mirada de inocencia con los ojos abiertos como platos.

—¿Sobre qué?

Él frunció el ceño.

—Sabes muy bien sobre qué. Dijiste que querías una muestra.

—Bueno, por supuesto —dijo ella, con los ojos brillantes de malicia—. Para eso
son los picnics, ¿no? ¿Para probar cosas?

—¿Me estás atormentando a propósito, verdad?

Una sonrisa perversa cruzó sus labios mientras ella soltaba su brazo para bailar
alegremente a lo largo del sendero delante de él.

—¿Yo? ¿Atormentarte? No puedo imaginarme a qué te refieres.

—Entonces, tal vez debería recordarte exactamente lo que dijiste que querías —
gruñó y se lanzó hacia ella.

La risa brotó de ella.

—Primero tendrás que atraparme. —Luego se volvió y corrió.


Él alargó el paso, pero no se molestó en perseguirla. El sendero se detenía en el
estanque, de modo que a menos que intentara abrirse paso a través del matorral
hacia el otro lado, lo cual él dudaba mucho, la pillaría al final.

Tal como había esperado, cuando salió del bosque, la encontró caminando delante
del estanque, buscando una fuga y no encontrando ninguna.

—El bosque es poco espeso por el otro lado, muchacha descarada, esa es la única
salida. —Abrió una alforja y sacó una pequeña manta para extenderla por el suelo—.
A menos que sepas cómo nadar.

Ella lo miró con un brillo en sus ojos que hizo que la sangre le rugiera por las
venas.

—Me temo que no es una de mis habilidades, señor.

—¿Te gustaría aprender?

Una mirada de puro anhelo cruzó su rostro.

—Eso sería maravilloso. —Ella entonces pareció darse cuenta—. No, no podemos.
Si vuelvo a casa con la ropa mojada, todo el mundo sabrá que he estado haciendo
algo travieso.

—Muy bien —él tiró su sombrero—. Entonces vamos a quitarla.

HETTY ESTABA SENTADA en la biblioteca, disfrutando de su charla con María y


Oliver sobre los planes para la habitación del bebé, cuando el mayordomo anunció a
un visitante.

—¡Señor Pinter! —dijo Hetty con placer genuino mientras se levantaba para
saludarlo.

—Señora Plumtree —murmuró él con una reverencia.

El joven siempre era infaliblemente cortés, una señal a su favor. Había servido
bien a la familia hasta ahora, y por eso estaba agradecida.

—Dime, ¿qué te trae hasta aquí?

Con una mirada furtiva a Oliver, él dijo:


—Yo estoy aquí para informar sobre el asunto que discutió conmigo hace unos
días.

—¿Qué asunto? —Ella buscó en su mente lo que había estado sucediendo hace
unos días—. Oh, correcto. Giles Masters.

Oliver levantó la cabeza.

—¿Qué pasa con Masters?

Cuando el señor Pinter se puso rígido, ella dijo:

—Está bien. No me importa si Oliver lo sabe.

El señor Pinter aceptó con un gesto de la cabeza.

—Su abuela me pagó para investigar los asuntos personales y financieros de


Masters, ya que está cortejando a lady Minerva.

Oliver se recostó en su silla.

—¿Y?

El señor Pinter sacó un cuaderno del bolsillo de su abrigo.

—Masters tiene mucho éxito en su profesión.

—No es que importe, ya que lo juega todo.

—En realidad, eso no es cierto —dijo Pinter—. En todos los clubs a los que fui, la
gente hablaba de su juego salvaje, pero nadie podía recordar la última vez que había
perdido una verdadera suma de dinero. Parece que juega un poco aquí y allá, pero
no lo suficiente como para crearse graves problemas financieros. Se está
construyendo una casa en Berkeley Square que está casi terminada, y usted sabe que
eso necesita algo de dinero.

—Es bueno escucharlo —dijo Hetty, aunque no estaba sorprendida. Estaba


empezando a pensar que había más en Giles Masters que lo se veía a simple vista.

—Los rumores también dicen que es el candidato más probable para ser
nombrado el próximo Consejero del Rey —prosiguió Pinter—. Está muy bien
considerado en el Colegio de Abogados.

Oliver ladeó la cabeza.


—Sabía que había manejado algunos casos importantes, pero Consejero del Rey…
¿Estás seguro? Pensaba que se habría jactado de ello.

—Me olvidé de decírtelo —intervino María—. Su empleado nos dijo a Minerva y a


mí lo mismo. Y realmente fue increíble en la corte.

—¿Lo fue? —preguntó Oliver frunciendo el ceño.

—Oh, no me mires así —bromeó María—. Sólo estoy hablando de sus proezas
legales, y tú lo sabes.

—¿Y su vida personal? —preguntó Oliver al señor Pinter—. ¿Tiene una amante?

—No que yo pueda encontrar.

Hetty sonrió. Esto se ponía mejor y mejor.

Oliver meditó un momento.

—¿Alguna idea de por qué pudo estar en Ealing ayer?

—Nada, me temo. Después de que su hermano me mencionara ayer que había


visto a Masters allí, pensé que debía seguirlo hoy para ver lo que estaba haciendo,
pero cuando llegó a Ealing no se detuvo. Solo vino aquí, así que supongo que es
posible que realmente tuviera negocios...

—¿Qué quieres decir con que vino aquí? —interrumpió Oliver.

Hetty entrecerró los ojos. Minerva había tenido una apremiante prisa por salir a
caminar. El señor Pinter parecía perplejo.

—Está cortejando a lady Minerva, ¿verdad? Cuando me di cuenta de que se dirigía


hacia aquí, me retiré, no queriendo que me viera. Regresé a Ealing e hice algunas
preguntas ahí, y luego vine a dar mi informe.

Oliver se levantó con el ceño fruncido.

—Está seguro de que estaba en camino a la finca.

—Lo vi tomar el camino de Halstead Hall. Supongo que podría haberlo pasado,
pero no puedo imaginar por qué lo haría.

Cuando Oliver se encontró con su mirada, Hetty supo que había llegado a la
misma conclusión que ella.
—Esa pequeña comadreja —gruñó—. Minerva también estaba actuando de
manera peculiar en el desayuno. La está viendo en secreto. Y ya sabes muy bien que
sólo puede haber una razón para eso.

—Vamos, Oliver —dijo Hetty—, no puedes culpar al hombre si quiere pasar


tiempo a solas con ella. Eres un oso cuando está cerca.

—¡Porque sé lo que está tramando! —gritó Oliver—. Es lo que yo haría si estuviera


en su lugar. —Se dirigió hacia la puerta. — Ya sabía yo que debí haber metido a
golpes un poco de sentido a ese granuja mientras tuve la oportunidad.

—¿Qué planeas hacer? —gritó Hetty.

—Encontrarles, incluso si tengo que enviar a los perros detrás de ellos. ¡No va a
arruinar a mi hermana, maldito sea!

—Voy contigo. —Hetty miró a su alrededor buscando su bastón.

Celia eligió ese momento para entrar en la biblioteca.

—¿Detrás de quién envía Oliver a los perros?

—Del señor Masters y Minerva —respondió Hetty mientras encontraba su


bastón—. El señor Pinter vio que el señor Masters se dirigía hacia aquí, pero como
nunca se presentó, creemos que pueden estar reunidos en privado en la finca.

Celia dirigió la mirada hacia el señor Pinter y luego se oscureció.

—¿Así que la abuela ha conseguido que nos espíe ahora a nosotros?

—No a todos ustedes —dijo—. Solo a los únicos que causan problemas.

El comentario insolente hizo que Hetty se detuviera. El señor Pinter nunca era
atrevido. Fingiendo estar buscando su mantón, mantuvo un ojo en el par.

Un ligero rubor manchó las mejillas de Celia.

—Supongo que me incluye en ese número.

Pinter sonrió, pero sus ojos no lo hicieron.

—Si el zapato se ajusta, mi señora… —exclamó él.

—Yo tendría cuidado, señor Pinter —dijo Celia con frialdad—. Si quiere espiarme,
es probable que se encuentre en el extremo equivocado de un rifle.
—Confíe en mí —dijo con una voz de seda sobre el acero—, si me dedico a espiarla,
nunca lo sabrá.

Hetty había oído lo suficiente.

—Vamos, Celia. Creo que será mejor que vengas conmigo y con Oliver para
buscar a Minerva.

Con un resoplido, Celia se dirigió hacia la puerta. Hetty observó al señor Pinter
contemplando a Celia alejarse. Cuando su mirada bajó hasta su trasero en una
mirada de aprecio francamente masculino, Hetty gimió.

Parecía que podría tener un problema. A ella le gustaba el señor Pinter, en verdad,
le gustaba. Pero cuando Oliver había sugerido contratarlo, había hecho algunas
averiguaciones, y había averiguado algunas cosas que sospechaba incluso que Oliver
no sabía. Como el hecho de que era un bastardo, con una puta por madre y un padre
desconocido.

Hetty había estado bien con que Oliver se casara con una católica americana sin
rango, y que Jarret se casara con una cervecera con un hijo bastardo. María era una
heredera, después de todo, y Annabel era de una buena familia. Incluso el malvado
señor Masters era hijo de un vizconde.

Pero Hetty no estaba tan segura de querer al bastardo hijo de una puta en la
familia. Por otra parte, a Celia no parecía gustarle el señor Pinter, así que tal vez
estaba preocupada por nada.

—¿Venís o no? —rugió Oliver desde el pasillo.

—¡Ya vamos! —gritó Hetty. Tendría que decidir qué hacer con el señor Pinter más
tarde.
Capítulo 14

Minerva se quedó boquiabierta mirando a Giles. Seguramente lo había oído mal.


—¿Qué?
—Tu ropa. Quítatela. —Sus ojos brillaban con promesa mientras se despojaba de
su abrigo y el chaleco y los arrojaba sobre la manta—. Puedes nadar con tu camisola
y bragas. Se secarán en poco tiempo.
—Pero mi cabello...
—Después lo metes debajo de tu bonete, y nadie se dará cuenta.
El rubor aumentaba en sus mejillas a medida que él se quitaba las botas, luego los
pantalones y las medias. Esto era un poco más de lo que ella había pactado.
Por otra parte, la idea de quitarse la camisola, de estar en un estanque al aire libre,
medio desnuda, le producía deliciosos escalofríos. ¿Cómo se las arreglaba él siempre
para encontrar la única cosa que haría que tuviera ganas de ser malvada?
Especialmente cuando se quitó la camisa por encima de la cabeza y la tiró sobre la
manta. Dios mío Dios mío Dios. Había visto el pecho desnudo de su hermano por
casualidad una o dos veces, así que sabía cómo se suponía que debía verse el pecho
de un hombre, pero un Giles sin camisa era una maravilla para contemplar. Tenía los
músculos más espléndidos, salpicados de rizos marrones que se estrechaban hasta
formar una línea en la parte baja del vientre y desaparecer bajo su ropa interior.
Su muy abultada ropa interior.
Ella levantó la mirada para encontrarlo mirándola también, como si la imaginara
desnuda.
—Haría casi cualquier cosa por verte en tu camisola, cariño. Diablos, haría casi
cualquier cosa sólo para ver tu cabello suelto.
Él la hacía sentirse licenciosa. Era una sensación que más bien le gustaba.
—¿Quieres decir, así? —dijo ella y se quitó el bonete y la capucha, luego sacó los
alfileres uno a uno y los dejó dentro de su bonete.
Sus ojos se oscurecieron cuando el cabello femenino cayó sobre sus hombros.
—Dios, es aún más hermoso de lo que imaginé.
Se acercó para llenarse las manos con su pelo, y su voz se convirtió en un susurro
ronco.
—He estado esperando ver tu cabello así durante seis años, desde esa fiesta en
nuestra hacienda en Berkshire. ¿Te acuerdas? ¿A la que asististe con tus hermanos?
Su pulso saltó.
—Me sorprende que tú lo recuerdes.
Colocando su cabello sobre uno de los hombros, la giró para poder soltar los
cierres de su vestido.
—No puedo olvidarlo —admitió—. La primera noche que estuvimos allí, llevabas
un elegante vestido para la cena que tenía un escote lo suficientemente bajo como
para poner a cualquier hombre de rodillas.
Él le bajó el vestido hasta que cayó en un charco de muselina a sus pies, luego la
despojó de su única enagua.
—Tu pelo estaba levantado, pero tenías un largo tirabuzón acomodado justo aquí.
—Él pasó sus dedos desde el hombro hasta el corsé, haciendo que su sangre se
calentara—. Tuve la fantasiosa idea que si tiraba de él, todo tu peinado se
desenredaría como una madeja de hilo, y finalmente te vería con el cabello suelto.
Por un momento, el sonido de la necesidad en su voz la sedujo. Entonces el
recuerdo regresó. Ella se giró para mirarlo.
—Tu fascinación por mi pelo no duró mucho. Esa misma noche desapareciste con
una viuda, y no te vimos por el resto de la visita.
Él parpadeó.
—Eso fue sólo porque... —Una expresión de disgusto cruzó su rostro.
—¿Por qué? —preguntó con frialdad.
Su sonrisa perezosa era decididamente falsa.
—Porque tú no estabas disponible.
Eso no era lo que había estado a punto de decir. Estaba casi segura de ello. Con
una expresión escéptica, ella se volvió, pero él la atrapó por la cintura y la acercó
para poder soltar los lazos de su corsé.
—¿No te acuerdas? Fue cuando ese tonto de Winthrop te estaba cortejando. Nunca
dejó tu lado en todo el fin de semana.
Se había olvidado por completo de Lord Winthrop, el hombre con cinco hijos que
estaba decidido a encontrar una madre para ellos.
—Pensé que nunca me desharía de él. Me siguió por todas partes como un perrito.
Cuando Giles terminó de quitarle el corsé, se volvió hacia él una vez más.
—Pero sabes perfectamente bien que, incluso si él no hubiera estado presente, tú
no habrías hecho ningún intento de estar cerca de mí.
—Cierto —dijo él—. Tú tenías la tendencia a volverme loco en aquellos días.
Ella abrió la boca y luego la cerró. Él tenía razón.
—Y también vas a volverme loco en un minuto —continuó él.
—¿Por qué? —preguntó ella.
Él le sonrió.
—Por esto. —Sin advertencia, la levantó y se dirigió al estanque.
—¡Giles Masters, no te atrevas! —gritó, tratando de zafarse de sus brazos—. Te lo
dije, no sé...
La arrojó al estanque. Minerva sintió un momento de pánico mientras se hundía,
pero desapareció cuando su pierna golpeó el fondo y se dio cuenta de que el agua
sólo tenía un metro veinte de profundidad.
Salió a la superficie para fulminarlo con la mirada. Estaba de pie en el agua
riéndose a carcajadas, desgraciado.
—¿Crees que es gracioso, verdad? —Caminando hacia él, miró hacia una dirección
detrás de él—. No lo encontrarás tan divertido cuando esa serpiente te atrape.
Él giró la cabeza, y ella se abalanzó para agarrar su pantorrilla y tirar con fuerza.
Giles luchó por recuperar el equilibrio, pero no sirvió para nada: no podía afirmarse
en el fondo resbaladizo del estanque. Cayó en el agua a sus pies.
Subió ahogándose y riéndose al mismo tiempo.
—Vas a pagar por eso, bomboncito.
Con una sonrisa, retrocedió hacia el estanque.
—¿Qué harás? ¿Ahogarme en un metro veinte de agua?
Su sonrisa se desvaneció.
—En realidad, hay una caída…
Lo oyó tenuemente mientras se hundía en el agua. Pero antes de que pudiera
pensar en entrar en pánico, él la tenía y la estaba levantando para que su cabeza
estuviera por encima del agua.
Le apartó el pelo de la cara.
—Pensaste que empezarías las clases de natación sin mí, ¿verdad?
Aunque podía tocar el fondo con las puntas de los dedos de los pies, se aferró a él.
—Aprendo haciendo.
—Sí, bueno, también aprenderías a ahogarte, pero no creo que hundirte o nadar
sea la forma más efectiva de aprender.
—¿Así que vas a enseñarme?—preguntó ella, aunque su corazón estaba latiendo
aceleradamente, tanto por su casi percance como por la sensación de sus manos en su
cintura, sosteniéndola por encima del agua.
—Lo que sea que mi dama quiera —murmuró él con los ojos brillantes.
Durante la siguiente media hora, le mostró cómo flotar, cómo no entrar en pánico
en el agua, cómo impulsarse a través de ella. Era emocionante, nunca había tenido
miedo del agua, pero tampoco se había sentido cómoda. Él lo hacía parecer como si
navegar por ella no fuera nada.
Estaban de pie con el agua hasta los hombros en el estanque cuando algo se
deslizó sobre su pie. Ella gritó y se agarró a sus hombros.
—¡Algo me ha tocado!
—Es probable que sólo sea un pez. —Entonces su mirada se posó en su boca, y lo
siguiente que supo fue que él la estaba besando profunda, completa y atrevidamente.
El “pez” pasó al olvido mientras le clavaba los dedos en los hombros… sus
magistrales hombros, con músculos poderosos. Apenas podía respirar, él estaba
haciendo que su sangre fluyera demasiado caliente.
Uno de sus brazos le rodeó la cintura, anclándola a él.
—Mira lo que tengo—susurró contra sus labios—. Una ninfa acuática, saliendo a
retozar. —Su mano libre acarició su pecho, tan dulce y suavemente.
—Si soy una ninfa acuática —suspiró—, ¿entonces tú qué eres?
—El hombre que va a darle a la ninfa lo que quiera. —Él inclinó la cabeza para
lamer su pezón a través de su ropa—. ¿Qué quieres, dulce ninfa? ¿Esto? —Él chupó
su pecho, haciéndola quedarse sin aliento—. ¿O esto? —Su mano se deslizó hacia
abajo para cubrir su trasero y empujarla con fuerza contra él.
—Deseo que… me toques como me tocaste en la posada—dijo atragantándose.
Su aliento se aceleró.
—¿Dónde?
Ella ocultó su cara llameante contra su hombro.
—Ya sabes. Ahí abajo. Yo... en mis bragas.
Con una risita, deslizó su mano por la parte delantera de su cuerpo y debajo de su
ropa. Ella abrió las piernas para darle acceso. Cuando su mano encontró el tierno
lugar entre sus muslos, la inclinó sobre su brazo para poder atormentar sus pechos
con la boca.
—Sí —susurró ella, agarrando sus hombros para evitar caer de nuevo en el agua
cuando sus ojos se cerraron—. Así. Oh, Giles, eres muy malvado.
—Tú también, mi señora—murmuró contra sus pechos. La tocó diabólicamente,
haciéndola retorcerse—. Una ninfa traviesa por la que un hombre podría ahogarse.
Deslizó un dedo dentro de ella y Minerva abrió los ojos de golpe.
—¿Estás seguro de que deberías estar haciendo eso?
—Absolutamente seguro—gruñó y deslizó otro dedo dentro de ella.
Un aliento trémulo escapó de ella. Se sentía demasiado bien como para creerlo,
incluso mejor que cuando él la había acunado allí en la posada.
—Engancha las piernas alrededor de mi cintura—dijo con una voz gutural— y
sujétate de mi cuello.
Le tomó un momento conseguir la posición correcta, pero cuando estuvo ubicada
como él le había ordenado, se dio cuenta de que estaba completamente abierta para
su mano, su astuta mano que estaba explorando entre sus piernas de una manera
más excitante.
Dándole besos profundos y abrazadores, él la trabajaba con sus dedos. El agua se
agitaba alrededor de sus dedos hundidos, como si conspirara con él para acariciarla.
Lamía sobre sus pechos, haciendo que sus pezones se contrajeran y su cuerpo se
sintiera líquido, formando parte del estanque, formando parte de él.
Y entonces sintió una corriente dentro de su cuerpo, subiendo por sus
terminaciones nerviosas, inundando sus sentidos, haciéndola desear, anhelar y sentir
las sensaciones más exquisitas. Ella separó bruscamente su boca de la de él, buscando
aire, temiendo ahogarse. Su caliente mirada la abrasaba mientras ella se movía contra
sus dedos.
—Eso es, muchacha descarada—gruñó él—. Monta mi mano. Encuentra tu placer.
Oh Dios, eres tan hermosa cuando estás excitada.
—Giles… Por favor…
—Lo que quieras —susurró él—. Toma lo que quieras. Te lo doy con mucho gusto.
La marea dentro de ella se elevó más alto hasta que no pudo distinguir entre el
agua donde estaba metida del agua que estaba construyendo una inundación dentro
de ella, amenazando con abrumarla. Entonces se estrelló sobre ella en una ola gigante
que la hizo jadear, gritar y apretar las piernas convulsivamente alrededor de su
cintura.
Ella colgaba encima de él, temblando, las rodillas débiles, sintiéndose tan líquida
como el agua misma.
—Dios mío, Giles… Válgame Dios… ¿qué fue eso?
—Has encontrado tu placer —susurró él—. Las mujeres encuentran placer en el
juego amoroso como los hombres.
Bueno, eso sin duda explicaba algunas cosas. Como por qué las mujeres querrían
ser traviesas. Y por qué cada vez que la tocaba, se desintegraba en una masa de
necesidad.
Entonces se le ocurrió algo.
—¿Tú… encontraste tu placer?
—Aún no.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus partes íntimas descansaban sobre el
muy obvio bulto de su ropa interior.
—¿Podría… hacer algo para ayudar a eso?
Él soltó una risa ahogada.
—Podrías tocar mis partes íntimas como yo toqué las tuyas. Dios, lo que daría
para que me acariciaras con tu mano.
¿Darías tu corazón? El pensamiento errante la interrumpió. ¿En qué estaba
pensando? Giles no creía en corazones. No creía en el amor. Sólo podía darle placer.
Sin embargo, él había hecho eso, así que al menos ella podía hacer lo mismo.
—Quieres decir, ¿así? —le preguntó, acariciándola la dura longitud masculina.
Señor, él era grande allí. Mucho más de lo que ella hubiera imaginado.
—Sí, pero más fuerte —murmuró. Cuando ella hizo lo que le ordenó, él soltó un
excitante gemido—. Sí, así. Pero mete la mano dentro de mi ropa interior. Agárrate
de mí.
Era un poco incómodo hacer eso con las piernas todavía sujetas alrededor de su
cintura, así que ella se soltó y se puso de pie sobre el fondo del estanque.
Cuando hundió la mano dentro de su ropa interior para cerrar los dedos alrededor
de él, Giles soltó un jadeo tembloroso.
—Sí, cariño, eso es perfecto. Dios me salve. Deslízala, arriba y abajo… un poco
más fuerte… sí… así... más… más…
De repente, su carne se contrajo en la mano, él echó la cabeza hacia atrás y dijo,
—¡Oh, Dios, sí! Minerva… mi ninfa… mi dulce y hermosa ninfa…
Él tomó su boca entonces, besándola con una ternura que rara vez había mostrado
antes. Eso tocó algo profundo dentro de ella y la hizo querer llorar. Éste era el Giles
del que se había enamorado hacía años, no el hombre dueño de sí mismo y cínico
que ahora conocía y que guardaba secretos. ¿Por qué sólo podía ser el viejo Giles
cuando hacían esto?
¿Y cuál era el verdadero?
—Eso fue maravilloso, muchacha descarada.
También había sido maravilloso para ella. Ese era el problema.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó. ¿Qué significa esta atracción entre nosotros? ¿Y
termina así?
Una expresión extraña e ilegible cruzó el rostro masculino mientras sus ojos se
clavaban en los de ella. Por un momento estuvo segura de que comprendía
exactamente lo que le estaba preguntando.
Entonces él le dirigió una sonrisa evasiva.
—Ahora te voy a dar de comer.
Ella dejó escapar un largo suspiro. Probablemente estaba muy bien que no
respondiera a sus preguntas. Ni siquiera sabía lo que quería que sucediera. ¿Un
amorío secreto? ¿Más de estas peligrosas aventuras, sabiendo que al final deberían
separarse?
En serio, no debería casarse con él. Incluso si ella estuviera segura de que él
quería, no funcionaría. Nunca la dejaría acercarse lo suficientemente como para
conocerlo de verdad. Tampoco quería una vida en la que fuera nada más que el
adorno en su apogeo profesional.
Sin embargo, cuando él desempaquetó la cesta de comida, revelando varias de sus
comidas preferidas, era duro creer que no podía funcionar. Él podía ser tan dulce y
considerado.
Excepto cuando esconde cosas.
Ella suspiró. Sí, ese era el problema.
Comieron rápidamente, hambrientos después de su práctica de natación y… otras
cosas. Cuando él se recostó y tiró de ella a su lado para sostenerla en sus brazos, no
pudo resistirse a apoyar la cabeza sobre su pecho y escuchar el ritmo constante de su
corazón.
—Es un sitio muy bonito para un picnic —murmuró—. No puedo creer que nunca
supiera que estaba aquí.
—Nosotros, los muchachos, tuvimos cuidado de mantenerlo en secreto. No
queríamos un montón de niños echando a perder nuestra diversión.
—Bueno, no habríamos querido jugar con gente tan vieja y decrépita como tú, de
todos modos.
—No soy mucho mayor que tú—dijo con un borde en la voz.
Ella lo miró sorprendida. Él era consciente de su edad, menuda sorpresa. ¡Qué
delicioso!
—No, no mucho más. Me atrevo a decir que tienes un par de años antes de que
tengas que recurrir a los dientes postizos.
—¡Un par de años! —Cuando ella le sonrió, frunció el ceño—. Eso no es divertido.
—Espera, ¿es una cana lo que veo?—bromeó, extendiéndose para tocar sus
mechones decididamente marrones.
—Compórtate, atrevida —gruñó—, o te trataré como la niña que eres y te pondré
sobre mis rodillas para darte una tunda.
—¿Una tunda? —dijo ella—. Oh, eso suena interesante.
El shock centelló en su rostro. Luego se echó a reír.
—Te juro que no eres como ninguna mujer que conozco.
—¿Eso es algo bueno?
—Es algo muy bueno. —Él le rozó un beso en la parte superior de su cabeza.
Se quedaron en silencio. Al cabo de un rato, el cálido sol del mediodía y el gorjeo
de los pájaros los empujaron a ambos a un estado de pura y somnolienta satisfacción.
Entonces se quedaron dormidos.
Capítulo 15

El inconfundible sonido de un rifle siendo amartillado hizo que Giles se


despertara al instante. Alzó la vista hacia el implacable rostro del marqués de
Stoneville y luego la bajó hasta el cañón de un Manton de retrocarga apuntado
directamente a su cabeza.
Esto era malo. Muy, muy malo.
Sintió que Minerva se movía a su lado y luego gritaba:
—Oliver, ¿qué diantres crees que estás haciendo? ¡Guarda eso! ¡Podrías lastimarlo!
La mirada de Stoneville atravesaba la de Giles, fría como la muerte.
—Eso sería una lástima.
—Esto no es lo que parece—dijo Minerva.
Giles aplastó un deseo maníaco de reírse.
—Dudo que lo crea, muchacha descarada.
—Minerva —dijo Stoneville— tienes un minuto para ponerte la ropa antes de que
todos los demás lleguen.
—¿Todos los demás? —chilló ella.
—Oliver, ¿qué crees que estás haciendo?—gritó una voz envejecida desde el
camino.
—Demasiado tarde —masculló Stoneville.
Todo ocurrió de pronto. Con un chillido, Minerva se zambulló por su ropa. Varios
perros irrumpieron en el pequeño espacio, llevando a rastras al guardabosques de
Halstead Hall y a un surtido de sirvientes. Lady Celia los seguía.
Y la señora Plumtree apareció al lado de Stoneville.
—¡No puedes disparar al señor Masters!
—Oh, estoy bastante seguro de que puedo —replicó Stoneville—. Tengo una
cuenta bastante buena con él.
Giles gimió. Su vida definitivamente colgaba en la cuerda floja. Si hubiera
encontrado algún sinvergüenza tumbado medio desnudo en el suelo con su
hermana, habría reaccionado exactamente como Stoneville. Sólo que él habría
apuntado más abajo. Y ya habría disparado.
—Pero si le disparas, ¿cómo puede serle útil a Minerva?—dijo la señora Plumtree.
—No estoy seguro de que pueda serlo de todos modos —soltó Stoneville.
—Puedo si me caso con ella —dijo Giles—. Y me casaré con ella.
—No sé si quiero que te cases con mi hermana—gruñó Stoneville.
—Y yo no sé si quiero casarme con él—dijo Minerva con vehemencia.
El corazón de Giles se hundió cuando ella se levantó para situarse junto a
Stoneville, con los ojos despidiendo fuego. Había logrado ponerse la enagua y el
vestido, pero había abandonado su corsé y al parecer no podía abrocharse el vestido,
que colgaba flojamente sobre ella.
Mierda, maldición. No era así como había querido que esto sucediera. Minerva
odiaba ser forzada casi tanto como él. Ella estaba obligada a ser terca en esto.
—Si estás dispuesta a revolcarte en el suelo medio desnuda con el hombre,
entonces deberías querer casarte con él —dijo su abuela con voz dura.
—Preferiría matarlo —dijo Stoneville—. Ahora, o mañana al amanecer.
—No vas a disparar a Giles —respondió Minerva—, así que quítate esa idea de la
cabeza. —Se acercó a su hermano y apartó de un empujón el rifle.
Éste se disparó, escupiendo una bala en el suelo a pocos centímetros de la cabeza
de Giles.
Giles se levantó de un salto.
—Qué diablos…
—¡No vuelvas a hacer eso otra vez! — le gritó Stoneville a su hermana mientras se
ponía blanco como un papel—. ¡Este rifle tiene un gatillo muy sensible, por el amor
de Dios!
—¿Estás tratando de hacer que me maten, Minerva?—gruñó Giles.
—Y…yo pensé que no estaba realmente cargado—dijo, con el rostro ceniciento.
Giles se acercó a ella.
—La próxima vez que alguien tenga un arma apuntada hacia mí, ¿podrías por
favor dejar que yo lo maneje?
—¡Pero tú no lo estabas manejando!—protestó Minerva—. Estabas tendido allí,
viéndote como si pensaras que estabas a punto de morir.
—¡Porque lo estaba, maldita sea! ¡Gracias a ti, casi lo hice!
—¡Silencio, los dos!—gritó la señora Plumtree—. Dios mío, ya parecéis como una
pareja casada. —La mirada se dirigió a Giles, que estaba luchando para ponerse los
pantalones de montar—. ¿Vas a casarte con ella?
—Por supuesto —dijo Giles justo cuando Minerva decía:
—No hay necesidad de eso.
Minerva miró a su abuela.
—Todo esto es un terrible malentendido. Simplemente fuimos a nadar y tuvimos
un almuerzo campestre. Entonces nos quedamos dormidos. Todavía soy casta.
—Ahorra saliva. —Giles se puso la camisa—. No te van a creer.
—¿Y cómo nos encontraste? —continuó Minerva ignorando a Giles.
—Ese condenado señor Pinter ha estado espiando al señor Masters para la
abuela—dijo Celia—. Él siguió al señor Masters hasta la hacienda esta mañana.
Giles gimió. Cuando la señora Plumtree había dicho que haría que Pinter
investigara sus finanzas, nunca se le ocurrió que el detective pudiera ir más allá de
eso. ¿Y cómo no había notado al hombre que lo seguía?
Pero él sabía cómo. Sólo había estado pensando en una cosa: reunirse con Minerva
y darle una muestra de la pasión que ella deseaba. Que ambos deseaban.
Maldita sea, esto era lo que conseguía por seguir a su polla.
Minerva se quedó perpleja mirando a su abuela.
—¿Por qué queréis que el señor Pinter espíe a Giles?
—Para asegurarse de que era lo suficientemente bueno para ti—dijo la señora
Plumtree, un poco nerviosa.
—Ya veo. —Minerva plantó las manos en las caderas y eso sólo hizo que el vestido
se desbocara más—. ¿Y qué descubrió?
—El señor Masters es financieramente sólido y le va muy bien en su profesión.
Incluso está construyendo una casa en Berkeley Square. Así que ya ves, niña, no se
está casando contigo por tu fortuna. No hay una buena razón para no aceptarlo.
—Ah, pero hay una muy buena razón—dijo Minerva con voz desgarradora—.
Está siendo forzado a hacerlo. Y no quiero un hombre al que hay que obligarlo a
casarse conmigo.
—Pero no lo está siendo—exclamó la señora Plumtree—. Él realmente quiere
casarse contigo. Me lo aseguró él mismo ese día en que anunciaste por primera vez el
compromiso.
—Por supuesto que sí. Le dije que lo hiciera. —Minerva suspiró—. No me odies,
abuela, pero todo esto ha sido un engaño para...
—Alarmarme para que anule mi ultimátum —dijo la señora Plumtree—. Lo sé. Me
lo dijo. También me dijo que no era un engaño para él. Que verdaderamente quería
casarse contigo.
Giles maldijo en voz baja. ¿Podría empeorar esto?
—Tú le dijiste ¿qué?—dijo Minerva con una mirada de pura traición.
Él se adelantó para agarrarle el brazo.
—Si nos disculpan, creo que ya es hora de que hable con mi prometida.

LA MENTE DE MINERVA era un torbellino mientras se dirigían hacia el bosque,


su vestido aun deplorablemente a medio ajustar. ¿Por qué le había hablado Giles a su
abuela sobre su subterfugio? ¿Y eso significaba que él había tomado en serio lo de
casarse con ella desde el principio? ¿Que no había seguido adelante con sus planes de
conmocionar a la abuela así la podía obligar a que dejara de escribir sobre Rockton?
Lo que significaba que era tan tortuoso y astuto como había temido. Y él tenía un
plan propio. Ella sólo tenía que averiguar cómo encajaba en éste.
Se detuvo y lo miró, notando la expresión de culpabilidad en su rostro.
No, tenía que averiguar la manera de usarlo para su beneficio. Porque después de
esta tarde, no tenía sentido negar que ella lo deseaba, como hombre, como
compañero, y sí, como marido. Pero en sus términos, no en los de él. Era hora de que
Giles Masters, y su abuela, supieran que no toleraría que planificaran su vida por
ella.
Ella lo miró con la fría expresión que había perfeccionado para pretendientes
sosos.
—¿Es verdad? ¿Le dijiste a la abuela que intentabas que nuestro compromiso no
fuera sólo ficticio?
Su mirada culpable se profundizó.
—No es tan malo como suena.
—¿En serio? Porque suena como si hubieras estado conspirando con mi abuela
para ganar mi mano en matrimonio. A pesar de que recuerdo claramente que te dije
que no me quería casar contigo.
Él respingó.
A ella se le ocurrió un horrible pensamiento.
—No diseñaste esta pequeña escena de descubrimiento de mi familia para que
pudieras obligarme a casarme contigo, ¿verdad?
—¡No! No tenía ni idea de que Pinter me estaba siguiendo.
Ella le miró de reojo.
Parecía un poco enfermo.
—Juro por Dios que no planeé esto.
—¿Y cómo se supone que debo creerte cuando me has estado mintiendo todo el
tiempo?
—No te he mentido —dijo—. Simplemente he omitido partes de la verdad.
Ella frunció el ceño.
—Recuerdo específicamente haberte preguntado si le habías contado a la abuela
sobre mi subterfugio.
—Entonces deberías recordar específicamente cómo respondí.
Pensó en aquel día. ¿Qué había dicho? Oh sí. Prometiste aniquilar a Rockton. ¿Por
qué pondría eso en peligro elaborando planes secretos con tu abuela?
Realmente era un individuo astuto, respondiendo a su pregunta con otra pregunta
para evitar mentirle.
Es más, se acordó de lo que había respondido cuando le preguntó qué le había
dicho a la abuela: Le dije que quería casarme contigo. Que te admiraba y respetaba. Que te
podía mantener.
Por lo que la abuela había dado a entender, eso probablemente tampoco era una
mentira.
—Si bien no mentiste, ciertamente torciste la verdad. Sabías lo que pensaba.
Se acercó a ella.
—También sabía que tenías muchas opiniones infundadas sobre mí que te
impedirían estar de acuerdo en casarte conmigo. Quería tiempo para demostrar que
estabas equivocada sobre mí. Para demostrar que podría ser un buen marido para ti.
—Tomando sus manos en las suyas, las presionó contra sus labios—. ¿No lo he
probado todavía?
Oh, él podría persuadir a las aves de los cielos con todas sus palabras dulces.
—Todo lo que has probado es que no puedo confiar en ti. Que siempre estarás
tramando para dirigir mi vida.
—Tengo bastantes problemas para manejar mi propia vida, muchacha
descarada—dijo secamente—. No tengo gran deseo de manejar la tuya, también.
—¿Entonces no se trata de intentar que deje de escribir sobre Rockton? ¿No tiene
nada que ver con eso?
La miró, luego apartó la vista con una maldición.
—Eso es lo que yo pensaba. —Liberó sus manos de las de él, pero él la agarró por
la cintura, negándose a dejarla ir, incluso cuando su vestido se deslizó por la mitad
de su hombro.
—Escúchame, cariño —dijo con ese tono bajo que siempre hacía que sus entrañas
enloquecieran—. Vine a Halstead Hall ese día porque quería casarme contigo. Y sí,
en parte por la razón que tú dices. Pero esa no era la única. —Su voz se hizo ronca—.
Te he deseado desde el primer día que nos besamos. Simplemente no pude encontrar
una forma de encajarte en mi vida hasta ahora.
Lo miró fijamente.
—¿Cómo exactamente se supone que voy a encajar en tu vida? Estoy llena de
escándalos. Las muertes de mis padres, la situación actual de mi familia… mis libros,
nada de eso encaja en la vida de un prominente abogado camino a convertirse en un
C.R.
—Es posible—dijo él—. Todo lo que tienes que hacer es…
—Dejar de escribir.
—¡No! Ya te lo he dicho, eso no me importa.
—Con el tiempo lo hará.
Él le frunció el ceño.
—¿Y qué hay de tu autora favorita, la señora Radcliffe? Estuvo casada durante
toda su carrera y su marido era editor de periódicos. Eso no pareció dañar su
reputación o profesión.
—Pero ella no era la esposa de un C.R. Tú y yo sabemos que los C.R. a menudo se
convierten en jueces o estadistas. —Su voz vaciló—. Estás destinado a grandes cosas.
—No me importa. Y a ti no debería importarte.
—Entonces está el asunto de los niños. La señora Radcliffe no tuvo hijos, ¿verdad?
Ante la palabra niños, él tomó aliento.
—¿Quieres hijos, ¿verdad?—preguntó ella, con el corazón latiendo al triple de
velocidad.
—Por supuesto. —Su voz se espesó—. Tú también, admítelo. Nadie podría escribir
sobre los niños con tanto cariño en sus libros y no querer los propios.
—La cuestión es…
—Basta de excusas—dijo él—. La Minerva que conozco puede hacer cualquier
clase de vida que ella elija. Es fuerte, valiente y capaz de llevar a la opinión pública
de su lado. Esa es la Minerva que quiero, la Minerva que no tiene miedo de tomar un
toro por los cuernos.
Oh, él sabía las cosas correctas que decir, el diablo. Realmente eso era lo molesto
de él.
Levantó la mano para ahuecarle la mejilla.
—Podemos hacer una buena vida juntos, podemos hacer que funcione. Estoy
convencido de ello. Por una vez, confía en que sé de lo que estoy hablando.
—¿Confiar en ti? ¿Cuándo evades la verdad a cada paso? ¿Cuándo todavía ni
siquiera me dirás por qué robaste esos papeles años atrás? Algo tan pequeño, y te
niegas a revelar...
—No es pequeño, ¿de acuerdo?— dijo apretando los dientes. La soltó y se volvió
para mirar hacia el bosque—. Es personal, tiene que ver con mi familia.
—Pronto serán mi familia, también, si me caso contigo. Lo cual es dudoso, cuando
sigues guardándome secretos a cada paso.
Se pellizcó el puente de la nariz, luego se giró para hacerle frente.
—No puedo hablar de eso contigo. Todo lo que puedo decirte es que involucró a
mi padre y la pérdida de una gran suma de dinero.
—¡Oh, Señor!— Ella juntó las partes en su mente—. Eso sucedió cerca de la época
del suicidio, ¿verdad?
—Sí—dijo él con cautela—. ¿Por qué?
—Bueno, los periódicos nunca dijeron por qué se suicidó, pero asumo… es decir,
los hombres que pierden en las mesas de juego a menudo… —Ella inspiró para
tranquilizarse—. Estabas robando las letras de apuestas de juego, ¿verdad?
La conmoción llenó el rostro de Giles.
—¿Unas letras de apuestas de juego?
—De tu padre. No estabas robando dinero, así que tenían que ser pagarés. —
Cuando él frunció el ceño, ella agregó—. Sé que las cosas eran difíciles para tu
familia entonces. Por eso tu hermano tuvo que casarse con una heredera, ¿verdad? Oí
a mis hermanos hablando de ello.
—Tus hermanos son demasiado charlatanes.
—No, yo soy una fisgona. —Ella levantó la barbilla—. En cualquier caso, no hay
nada de qué avergonzarse.
—¿El robo no es algo de lo que avergonzarse? —dijo él, levantando una ceja.
—Bueno, robar no es bueno, por supuesto, pero siempre he pensado que es
horrible que las deudas de honor de un hombre pasen a sus hijos después de su
muerte. Después de todo, no las contrajeron. ¿Por qué tienen que sufrir por sus
pecados?
Él cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué ciertamente?
—Bueno, ¿es eso? ¿Es eso lo que estabas robando?
—Suena como si lo hubieras descubierto perfectamente por tu cuenta —dijo él con
los dientes apretados—. No sé qué más puedo decir. —Cuando ella estaba a punto de
presionarlo por una respuesta más definitiva, agregó—: Excepto que a pesar de lo
que pareces pensar, que eso es un comportamiento aceptable, el juez se alarmaría al
escucharlo. Mi carrera estaría terminada.
Bueno, por supuesto que lo estaría. Por eso es que había estado tan enfadado por
escribir sobre él. Ya lo había deducido.
—No voy a decírselo a nadie. Eso sería bastante tonto por mi parte, ¿no crees?
Él la miró con cautela.
—¿Cómo es eso?
—No voy a arruinar la carrera de mi propio marido.
Le tomó un momento comprender lo que ella estaba diciendo, pero cuando lo
hizo, la mirada de esperanza en sus ojos bastó para confirmar que estaba tomando la
decisión correcta.
—¿Vas a casarte conmigo? ¿En serio?
Empezó a acercarse, pero ella lo mantuvo alejado.
—Aún no. Tengo algunas condiciones.
Una risa escapó de él.
—Por supuesto que sí. No esperaría nada menos.
—Primero, tienes que jurar que nunca me prohibirás que escriba mis libros.
—¿Prohibirte hacer cosas es una opción?—preguntó sarcásticamente—.
¿Verdaderamente?
—¡Giles, sé serio!
Él puso su mano sobre el corazón y le dedicó su mejor mirada de abogado.
—Juro solemnemente que nunca te prohibiré que escribas tus libros, así que Dios
me ayude. ¿Qué más?
—Tienes que jurar ser fiel.
Sus ojos se volvieron solemnes.
—Te lo dije una vez, no soy tu padre. Creo en el matrimonio, Minerva. Eso
significa que creo en la fidelidad y en hasta que la muerte nos separe. Nunca tendrás
que preocuparte de que haya otra mujer en mi vida más que tú.
Las palabras eran tan dulces que estaba un poco recelosa de confiar en ellas.
—Supongo que si fuiste muy propenso a comportarte mal, no me dirás
exactamente la verdad.
—Querida, tienes un hermano muy encariñado con la idea de apuntarme con un
arma, una hermana que puede disparar a cualquier cosa que se mueva, otros dos
hermanos que han amenazado repetidamente con apalearme y una abuela que
soborna a policías. ¿Realmente crees que soy lo suficientemente tonto como para
contrariarlos cometiendo adulterio?
Era difícil no sonreír a eso.
—Un excelente argumento.
—Eso creo.
Ella lo miró un largo momento, debatiendo.
—Tengo una condición más. No te va a gustar.
—¿Tengo que nadar desnudo contigo por lo menos una vez a la semana en el
estanque? —preguntó esperanzado.
—Tienes que ser sincero conmigo.
Él inspiró bruscamente.
—¿Sobre qué?
—Todo. Papá se involucraba en todo tipo de conductas infames a espaldas de
mamá, y eso hizo su vida miserable. No sufriré ese tipo de engaño para continuar
nuestro matrimonio.
Su mirada se clavó en ella.
—Hay cosas en mi pasado de las que no puedo hablar contigo. Cosas que he
hecho. Cosas que he sido. Y seré condenado si me explayo sobre éstas solo para que
no te preocupes de que sea como tu padre. Ni siquiera estoy seguro de que quieras
que lo haga.
Ella tragó saliva. Realmente era mucho pedir. Si estuvieran enamorados, tal vez
podría exigirlo, y él podría sentirse lo suficientemente cómodo para hablar. Pero no
lo estaban.
¿Lo estaban?
Ella lo miró fijamente. No quería enamorarse de él, pero cada vez que estaba cerca
de Giles, se hacía más fácil confiar en él, más fácil creer en él. Más fácil pensar en
amarle. Ese era el problema con Giles. Tenía esta manera de hacer que una mujer
deseara…
Pero desde luego él no la amaba. Incluso ahora, cuando parecía querer casarse con
ella, no dijo nada acerca de amarla.
Muy bien, ella podría prescindir de eso. Todavía podrían tener un matrimonio
muy bueno y satisfactorio. Mucha gente lo hacía, con sólo un profundo afecto para
uniros. Y él era el único hombre con el que alguna vez siquiera había considerado
querer casarse. Ella no debía ser codiciosa y esperar amor. No bajo estas
circunstancias.
—Bien—dijo suavemente—. Entonces, ¿prometerás ser sincero conmigo sobre
todo a partir de ahora?
El alivio inundó sus facciones.
—Eso lo puedo prometer. —La tomó su mano y la entrelazó con la de él—. ¿Así
que terminamos? ¿Estamos de acuerdo?
—Una cosa más.
—Oh, por el amor de Dios, Minerva…
—¿Me abrocharías, por favor, este vestido?
Él parpadeó y luego se echó a reír.
—Claro que sí.
Capítulo 16

Mientras Minerva estaba de pie junto a Giles en los jardines del Halstead Hall,
saludando a los invitados en el desayuno de su boda, el anillo de oro en su dedo se
sentía pesado y frío, y conversar cortésmente con el constante flujo de caballeros
claves para el éxito de Giles empezaba a exasperarla. Apenas habían transcurrido
más de dos semanas desde que había proclamado este escenario imposible, y sólo
había pasado una semana desde que había aceptado. Como Giles y la abuela se las
arreglaron para traer a tanta gente importante aquí con tan poco tiempo de
antelación estaba más allá de su entendimiento. Incluso el subsecretario del
Ministerio del Interior, el vizconde Ravenswood, estaba aquí.
No tenía ni idea de que su marido tuviera semejantes conexiones. Echó una
mirada furtiva a Giles mientras hablaba con algún juez y su corazón se saltó un
latido al verlo tan elegantemente vestido. Señor, pero él estaba guapo vestido en
diferentes tonos de azules, el superfino abrigo azul oscuro, sedosos pantalones azul
claro, y su sombrero de castor teñido de azul. A pesar de que los blancos de su
chaleco de seda, la corbata, la camisa y sus calcetines se erguían como un
contrapunto a todos esos azules, seguía siendo el azul lo que uno notaba primero,
resaltando los ojos que brillaban cada vez que la miraba.
Era apropiado, en cierto modo, la mayoría de las personas estaban aquí para verlo.
¿Ésta iba a ser su vida ahora, siempre jugando a la esposa cordial, observando cada
palabra que decía por temor a que perjudicara las posibilidades de Giles de
convertirse en un A.R.? Si no hubiera sido por su presencia a su lado, podría haber
dado media vuelta y escapado. Pero el contacto de su mano en la parte baja de su
espalda calmaba sus nervios.
Lo había echado de menos esta semana... hubo mucho que hacer para pasar
tiempo juntos. Él había estado dispuesto a esperar una boda adecuada, pero la abuela
había insistido en una boda rápida, probablemente por temor a que su nieta
cambiara de opinión. O peor aún, preocupada por lo que Oliver estaba convencido
que había sucedido en el estanque.
Así que la abuela y Giles habían llegado a un acuerdo. Habían obtenido una
licencia especial, invitado a menos personas, y habían celebrado la boda y el
desayuno en Halstead Hall. Eso había arrojado a María a un estado de ansiedad, era
la primera vez que ella y Oliver habían recibido invitados en la vieja mansión que se
desmoronaba.
Giles había convencido a María insistiendo en que ella y Oliver no tendrían mucho
alboroto. Como él dijo, Halstead Hall era famosa por ser un viejo montón
desmoronándose. Nadie pensaría dos veces en unas cuantas sábanas deshilachadas,
y todos se considerarían afortunados de ser invitados. Como resultó, él había tenido
razón. Incluso con el corto plazo, casi todos los que habían sido invitados habían
venido.
Por fin, los invitados habían pasado por la fila de recepción y estaban felizmente
llenando sus platos con las generosas viandas provistas por el cocinero francés de la
casa de la ciudad de la abuela. La madre de Giles, la anciana Lady Kirkwood, estaba
de pie en el lado contrario de Minerva y la miraba con una cálida sonrisa.
—Giles me dice que vais a Bath en vuestro viaje de bodas.
—Sí —dijo Minerva—, aunque esta noche nos quedaremos en la casa de Berkeley
Square. —La cual todavía no había visto. El constructor de Giles había estado
trabajando como un demonio para que estuviera lo suficientemente terminada para
que pudieran habitarla. Se preguntó si su suegra había estado allí.
Su suegra. Dios mío, no podía creer que tuviera una. Probablemente debería dejar
de escribir sobre suegras malvadas como la de El Extraño del Lago. No tenía sentido
antagonizar con la madre de su marido cuando apenas conocía a la mujer.
—Temo que nuestro viaje de bodas será breve—dijo Giles—. Ahora mismo tengo
algunos juicios en marcha, así que no podré salir de la ciudad por mucho tiempo. —
Miró a Minerva con una ternura en los ojos que hizo que su sangre cantara—. Pero
he prometido a mi esposa que haremos un viaje más largo a Italia una vez que pueda
escapar.
Mi esposa. Eso sonaba perfectamente maravilloso.
—¿Y qué piensas hacer con tus novelas, querida? —preguntó lady Kirkwood.
Minerva se puso rígida.
—Tengo la intención de seguir escribiéndolas, por supuesto.
—Pero seguramente, ahora que estás casada...
—Ahora que está casada —la interrumpió Giles—, tendrá una experiencia de vida
más amplia para volcar en su ficción.
Minerva quería besarlo.
La sonrisa de lady Kirkwood era de crispación.
—Por supuesto. ¿Y estarás… escribiéndolas con tu nombre de casada?
—No. Mantendré el mismo nombre que antes. —Había discutido largo y tendido
con su editor. No quería arriesgarse a perder lectores.
—¿Entonces también… er… tienes la intención de ser conocida por Lady Minerva
Masters en todo lo demás?
—Madre, por favor —interrumpió Giles—. ¿Debemos hacer esto hoy, de todos los
días?
—Tengo que saber cómo dirigir las invitaciones a los eventos en el futuro —dijo
lady Kirkwood con una inhalación fuerte—. Con una boda tan apresurada, no
tuvimos oportunidad de discutir estas cosas. Tuve suerte de que pudiéramos llegar
desde Cornwall a tiempo.
Una de las hermanas de Giles vivía en Cornwall, y allí era donde su madre había
estado hasta tarde anoche.
—Planeo usar el nombre de señora de Giles Masters—dijo Minerva rápidamente.
Aunque tenía el derecho de conservar su título de cortesía dado que se casaba con un
hombre por debajo de su rango, pensó que tal vez era hora de separar su vida de
escritora de su vida privada.
—Bueno, eso está bien, ¿no? —dijo su madre, sonriendo a Minerva.
Claramente Minerva no era la única que pensaba que era hora de que hiciera esa
separación. De repente, sintió lástima por Lady Kirkwood. La mujer había sufrido
bastante escándalo en su vida, el suicidio de su marido y el asesinato de la primera
esposa de su hijo mayor. Ver a su hijo menor casarse con un personaje tan
escandaloso como Minerva podría no ser fácil de tragar para ella.
Tal vez era hora de una pequeña charla de hija.
—Lady Kirkwood—dijo Minerva—, ¿le gustaría ver nuestro laberinto? Tengo
entendido que su otro hijo está construyendo uno en su propiedad en Berkshire.
Lady Kirkwood se iluminó.
—Ciertamente. Y me encantaría ver el tuyo.
Minerva besó la mejilla de Giles.
—Volveremos en breve, mi amor.
Mientras caminaban por el sendero del laberinto, Minerva dijo:
—Quiero que sepa, señora, que tengo la intención de ser una buena esposa para
Giles. No tiene por qué preocuparse de que avergüence a su familia.
—Gracias. —Lady Kirkwood suspiró—. No quiero ser grosera. Es sólo que Giles
finalmente parece estar estableciéndose, y entonces esta boda cae del cielo…
—Lo sé. Nos tomó a ambos por sorpresa también. —Eso sin duda era una
declaración comedida—. Pero nunca haría nada que pudiera dañar su carrera o su
reputación.
—Supongo que no puedes hacer nada peor de lo que él mismo ha hecho. Todos
esos juegos de cartas por dinero y tonterías. Debería haber superado eso hace años.
—Estoy muy de acuerdo.
Su madre le palmeó el brazo.
—Espero que tengas una influencia seria sobre él. —Lo dijo más como una orden
que como un deseo.
Minerva sofocó una sonrisa.
—Ciertamente lo intentaré. —Eso es algo que debería habérsele ocurrido exigirle,
que no jugara por dinero, pero eso parecía un poco injusto, dado que prácticamente
todos los hombres que ella conocía lo hacían.
Además, según abuela, el señor Pinter no parecía pensar que fuera un problema
tan grande como ella había temido.
—Usted sabe que muchos hombres juegan por dinero. Simplemente siguen los
pasos de su padre y de todos los caballeros que...
—No de su padre —intervino Lady Kirkwood—. Mi marido no jugó ni un solo día
en su vida.
Minerva la miró escéptica.
—¿No?
—Ciertamente no. —Su voz se enfrió—. A menos que incluya sus imprudentes
inversiones en negocios de los que no sabía nada. Esa fue su ruina.
Forzando una sonrisa, Minerva la condujo por el laberinto.
—Ya veo.
Le enseñó a su suegra los alrededores, manteniendo una charla constante sobre
sus planes para la nueva casa, pero mientras tanto su mente se tambaleaba. Lady
Kirkwood podría ser simplemente una de esas mujeres que no tenía idea de lo que su
marido estaba haciendo. O tal vez se avergonzara de admitir que su marido había
jugado por dinero.
Pero ella no parecía ser del tipo que desconocía, y ciertamente no parecía del tipo
de las que se avergonzaban. Acababa de terminar de quejarse de las apuestas de
Giles, ¿por qué escondería las de su marido?
Y si su marido no había sido un apostador, entonces por qué le había dicho
Giles…
Pensó en aquel día hacía una semana y gimió. Él no le había dicho nada. Una vez
más, la había dejado sacar sus propias conclusiones sin admitir ni negar nada. Eso se
estaba convirtiendo en un mal hábito suyo; ella tendría que cortarlo de raíz si iban a
tener algún tipo de matrimonio.
En la primera oportunidad que tuviera, lo confrontaría con la verdad…
¿Qué verdad? ¿Que su padre nunca jugó? Ni siquiera estaba segura de que fuera
así. Además, ya había dicho que no iba a hablar del pasado con ella.
Debería pasarlo por alto. Él había prometido ser sincero con ella ahora, y eso era
todo lo que importaba.
Pero no era todo lo que importaba. Su pasado formó quién era tan seguro como
que el de ella lo hizo. Sólo la dejaba entrar parcialmente en su vida. ¿Por qué? ¿Qué
escondía?
Bueno, una cosa era cierta. Ella no iba a enterarse de la verdad preguntándole. Él
rehusaría a decirle lo que sea o le mentiría, lo cual le rompería el corazón. Tendría
que encontrar otra manera de descubrir la verdad.
Al salir del laberinto vio a Pinter hablando con Oliver, y sus ojos se entrecerraron.
Otra forma, de hecho. Tal vez fuera hora de que consiguiera algo de ayuda.
Ella suspiró. Pero tendría que contarle todo al señor Pinter, incluso sobre el robo,
era la única manera de llegar a la verdad. ¿Se atrevería? ¿Era demasiado imprudente?
¿Y si de alguna manera eso regresara para dañar a Giles?
No, ¿cómo podría? El señor Pinter sabía exactamente cómo manejar estas cosas. Él
no había revelado ninguno de los secretos de su familia hasta ahora, y sus secretos
eran ciertamente más oscuros. Era discreto y cabal, y sabía más de Giles que nadie. Y
ahora que estaba casada con él, los secretos de Giles se convertían en los de su familia
también, ya fuera que Giles lo aceptara o no.
Muy bien. Vería lo que el señor Pinter podía averiguar. Ya era hora de que ella
descubriera exactamente lo que su esposo le estaba ocultando.

GILES OBSERVÓ COMO su nueva esposa se alejaba del lado de su madre.


Cuando no volvió directamente hacia él, frunció el ceño. Estaba siendo ridículo, por
supuesto. No estaban encadenados con grilletes en la pierna, no importa lo que decía
el dicho. Sin embargo, la extrañaba. Apenas la había visto en esta semana, y el mero
pensamiento de lo que harían esta noche le robaba el aliento del cuerpo.
Era difícil no pensar en eso con ella luciendo como un ángel en ese vestido de seda
blanca espumosa. Unos delicados rosetones rojos y verdes en el dobladillo bailaban
alrededor de sus tobillos, y su garganta sólo tenía una única joya, una esmeralda que
no era rival para sus brillantes ojos. No podía esperar para ver esos ojos mirándolo
ardientes mientras la tomaba, para ver su sonrisa sólo para él, y no para todos esos
tontos que habían venido a ver la boda “escandalosamente apresurada”.
Entonces vio a dónde se dirigía, y se tensó. ¿Qué quería con Pinter? ¿El demasiado
atractivo, amable y honrado Pinter?
Estaba a punto de averiguarlo por sí mismo cuando una voz familiar lo detuvo.
—Me alegra atraparte a solas al fin.
Giles se volvió hacia el Vizconde Ravenswood.
—Gracias por venir. Me sorprendió verte aceptar mi invitación. No estaba seguro
de que tuvieras tiempo para hacerlo.
La sonrisa de Ravenswood se tensó.
—En realidad, no había planeado venir, pero mis superiores querían que hablara
contigo.
—¿Acerca de?
—Continuar con tu trabajo como empleado. Están dispuestos a ofrecerte algunos
fuertes incentivos para que te quedes: un título, más paga… algunos favores
políticos, si eso es lo que deseas.
Él suspiró.
—Ravenswood, no quiero…
—Lo sé. Les dije que te negarías. Pero querían que te lo preguntara. —Miró a
través del césped—. Desafortunadamente, tenemos un asunto más que debemos
discutir.
Giles se puso alerta.
—¿Eh?
—Recibí una carta de Lord Newmarsh.
Un peso se asentó en el pecho de Giles. Ese era un nombre con el que había
pensado que había terminado para siempre.
—¿Sigue viviendo en el extranjero según lo acordado?
A cambio de su ayuda para revelar el fraude de Sir John Sully, el nombre de Lord
Newmarsh se había mantenido fuera del asunto y había recibido un perdón… con la
condición de que dejara Inglaterra para siempre.
—Sí. Está en Francia. Su carta decía que deseaba reunirse contigo.
Giles lo miró fijamente, con las tripas retorcidas en un nudo.
—¿Conmigo? ¿Por qué te pediría que coordines una reunión conmigo? ¿Eso
significa…
—¿Que sabe que robaste los papeles de su casa que sirvieron para condenar a Sir
John Sully? —Una expresión de dolor cruzó la cara de Ravenswood—. Sí. Dice que si
no vienes, le contará a la prensa lo que hiciste.
La sangre rugía en sus oídos. Maldición, esto no podía estar pasando.
—¿Cómo lo averiguó?
—No lo sé. No lo dijo en su carta.
Giles se pasó los dedos por el pelo. El hombre que tenía más razones para verlo
arruinado ahora sabía lo que había hecho. Sólo había una forma en que podía
haberse enterado. Por los libros de Minerva.
Pero eso no tenía sentido. Seguramente no había suficientes pistas para que él
hubiera podido encajar todo. ¿Y por qué estaría leyendo novelas góticas, de todos
modos?
Ravenswood tomó un sorbo de la copa de champán en la mano.
—Quiere que te reúnas con él en Calais. Dijo que te daría hasta la próxima
semana. Hay un servicio de paquebotes de vapor que puede llevarte a Calais en once
horas.
La frustración se agitaba en su vientre.
—Me acabo de casar, por el amor de Dios.
—No tienes que ir. Sospecho que está alardeando. ¿Por qué volvería a despertar
todo ese viejo asunto yendo a los periódicos? Salió de eso sin que su nombre y su
reputación se mancharan, y ¿se arriesgaría a que eso ocurriera ahora? Jamás. Según
todos los informes, se ha forjado una vida cómoda en París. No necesita esto.
—No puedo arriesgarme.
—Podría ser una trampa. Puede que quiera vengarse.
—¿Newmarsh? Lo dudo. Nunca fue un hombre violento. Lo más probable es que
quiera algo de mí. Esto es chantaje, puro y simple. Tengo que ver lo que quiere.
Se quedaron un momento en silencio. Giles observó a su esposa teniendo una
intensa conversación con Pinter, y la desesperación lo invadió. Había jurado terminar
con los secretos, y lo había dicho en serio.
Pero no podía decirle esto. Si existía una mínima posibilidad de que hubiera
pasado a causa de sus libros, ella se culparía.
—Siempre podrías llevar a tu esposa contigo a Calais.
Podría. Sería más fácil hacer pasar un cambio en sus planes de viaje de boda que
explicar por qué la estaba abandonando por un par de días inmediatamente después
de su boda.
—Puedo hacer eso. Si puedo encontrar una buena excusa para ello.
—Masters, me doy cuenta de que te dije que no puedes hablar de tu conexión con
nosotros a nadie, y ciertamente no querría que desvelaras ningún secreto de estado,
pero sé que puedo confiar en ti para ser discreto en lo que dices. Ella es tu esposa,
después de todo. Además, el asunto con Newmarsh sucedió antes de que empezaras
a trabajar para nosotros. Tienes todo el derecho de hablarle de eso. Si sientes que
puedes confiar en ella...
—No es eso.
Pero lo era. Minerva no estaba acostumbrada a guardar secretos, mira cómo le
había divulgado sus propios secretos familiares. Todo lo que ella tendría que hacer es
dejar que algo se le escapara ante una persona, y su pasado podría muy bien
desentrañarse. Además, Minerva tenía una tendencia a usar las cosas en sus malditos
libros.
Ella no lo haría si le pidieras que no lo hiciera.
¿No? ¿Cómo podía estar seguro?
—Simplemente… mejor no decírselo. Se terminará después de esto. Todo quedará
atrás.
De esa manera no tenía que arriesgarse a que dejara escapar sus secretos. Quería
un nuevo comienzo con ella. Él también podría tenerlo. Todo lo que tenía que hacer
era esconder sus actividades esta vez. Realmente era sólo un pequeño engaño.
Entonces, ¿por qué parecía enorme?
Apretó los dientes. Por el amor de Dios, ¿por qué se preocupaba por esto?
Cualquier otro hombre le diría a su esposa que se ocupara de sus propios asuntos y
no se hable más.
Pero él no era cualquier otro hombre. Y Minerva definitivamente no era cualquier
otra mujer.
—Una cosa más —dijo Ravenswood.
Giles le miró de reojo.
—¿Esto no fue suficiente para arruinar el día de mi boda?
—No es nada de eso. Sólo pensé que te gustaría saber sobre ese mapa que me
pediste que estudiara.
—El que Desmond Plumtree tenía. —Después de no encontrar nada en los
registros de la propiedad, Giles había preparado una copia para Ravenswood y pidió
su ayuda.
—Uno de mis hombres dice que lo reconoce. No puede recordar de dónde. Él va a
investigar y me lo hará saber. Para cuando vuelvas, deberíamos tener algunas
respuestas para ti.
—Bien. —Eso era muy bueno. Tal vez sería suficiente para que su esposa lo
perdonara si descubría que le había ocultado un pequeño secreto.
No, nada haría que lo perdonara después de la manera en que ella le había hecho
prometer ser sincero.
Así que tendría que asegurarse de que ella no sospechara nada. Superaría este
asunto de Newmarsh sin involucrarla; entonces él podría recuperar su vida al fin.
Capítulo 17

Era casi el atardecer cuando se marcharon del desayuno de la boda. Tan pronto
como su carruaje se dirigió a Londres, Minerva miró a su nuevo marido. Su marido.
Requeriría un tiempo para acostumbrarse a eso.
Especialmente porque parecía distraído.
—¿Estás bien?—preguntó ella.
Él parpadeó, como si hubiese sido sacado bruscamente de un profundo ensueño,
entonces le sonrió.
—Perfectamente bien. —Tomando su mano, lentamente le quitó el guante—.
Estaré incluso mejor cuando lleguemos a casa. —Él besó cada dedo—. Cuando pueda
mostrarte exactamente lo bien que estoy.
—Podrías mostrarmelo ahora—dijo ella, envalentonada por el fuego en su mirada.
—Lo siento, cariño, pero no voy a acostarme contigo por primera vez en un
carruaje. —Su mirada se deslizó hacia ella con perezosa evaluación—. Por mucho
que me tiente, quiero que te sientas cómoda.
—Dudo que la espera me ayude a estar cómoda—dijo con brusquedad—. Por lo
que he oído, la primera vez es siempre difícil para una mujer.
—¿Estás asustada?
—¿De eso? —Ella resopló—. Apenas. Si fuera tan horrible, mis cuñadas no
saltarían a las camas de mis hermanos con asombrosa regularidad. —Cuando él se
rio, agregó—. Además, confío en ti. Sé que harás todo lo posible para que sea más
fácil.
Él le apretó la mano, luego se la soltó.
—¿Podemos hablar de algo diferente? Toda esta discusión de lo que no vamos a
hacer hasta que lleguemos a casa sólo me hace pensar más en ello.
Miró hacia abajo para ver sus pantalones que parecían bastante más llenos que
antes.
—Tal vez podría ayudar con eso—bromeó ella, estirando la mano para tocarlo.
Agarrándole la mano, la volvió a presionar contra su regazo.
—No ahora—dijo con firmeza.
Con una inspiración fuerte, ella se reclinó contra el asiento.
—Espero que no te vayas a convertir en una persona rutinaria y poco aventurera
como Oliver.
—¿Convertirme en uno de esos?—repitió él, con una peculiar nota de ironía en su
voz—. No creo que debas preocuparte por eso.
—No sé... tienes muchos amigos de muy alto nivel.
—¿Como quién?
—El subsecretario del Ministerio del Interior. No tenía idea de que conocieras a
personas tan encumbradas.
Él pareció retraerse.
—Ravenswood y yo fuimos a la escuela juntos. Nos conocemos desde hace años.
—¿Así que no es un…. asunto de negocios entonces?
Una extraña mirada pasó por su rostro.
—Nunca he tenido que representarlo como abogado, si es a eso a lo que te refieres.
—Tu conversación en la boda no parecía muy agradable, y hablaste con él un buen
rato.
—Podría decir lo mismo de ti y Pinter. —Él le frunció el ceño—. ¿De qué estabais
hablando, de todos modos? Parecía terriblemente íntimo.
Ella le miró de reojo.
—No me digas que estás celoso del señor Pinter.
—Claro que no—dijo rígidamente—. Nunca te sentirías atraída por ese…
conservador extremista. —Le lanzó una mirada de soslayo—. ¿Lo harías?
Oh, eso era demasiado bueno para dejarlo pasar. Ella fingió pensar en la idea.
—No lo sé. Es realmente guapo. Y hay algo muy seductor en los oficiales de la
ley… toda esa energía masculina dedicada a buscar justicia.
—Yo busco justicia—dijo.
—Pero tú eres un abogado, no es lo mismo.
—¿Quieres decir, sería más seductor si me pavoneara alrededor de la ciudad
agitando una pistola y encerrando a las personas en las tabernas aunque no hubieran
hecho nada malo?
—Te prevengo: si alguna vez empiezas a pavonearte por la ciudad, te dejaré. —Se
echó a reír—. Te estoy tomando el pelo, zoquete. Seguramente a estas alturas puedes
deducir que no voy a pasar por alto ninguna oportunidad de provocarte.
La miró fijamente.
—No has respondido a mi pregunta.
No, no lo había hecho. Esperaba que se le hubiera olvidado. Lo último que quería
era mentirle.
—El señor Pinter y yo estábamos discutiendo el trabajo que hace para la abuela, ya
sabes, el trabajo de investigación.
—Ah. ¿Ha averiguado más sobre Desmond?
—No —Ella pensó que eso era cierto, ya que no lo habían discutido—. Pero tengo
entendido que tú sí. —Por supuesto que Desmond y su familia habían estado en la
boda, y dado que todos ellos sospechaban de él, había encontrado difícil ser cortés.
Pero Giles lo había convertido en una oportunidad—. Jarret me dijo que le hiciste a
Desmond una serie de preguntas con la excusa de ser un recién llegado a la familia.
¿Has averiguado mucho?
—Aduce que no ha estado en la hacienda en veinte años.
—Y tú crees que está mintiendo.
—¿Tú no?
Ella suspiró.
—Probablemente. Pero Oliver no ha encontrado nada en los periódicos que se
parezca a ese mapa.
—Bueno, pronto sabremos si ha ido a la finca.
—¿Qué quieres decir?
Giles sonrió.
—Le tendí una trampa.
Eso consiguió su atención.
—¿Cómo?
—Le dije que había descubierto que Lord Manderley planeaba comprar una casa
cerca de Turnham y que se mudaría a ella dentro de un mes más o menos. Plumtree
no va a querer toparse con un sujeto al que le debe dinero. Así que intensificará sus
esfuerzos para terminar su proyecto, sea lo que sea.
—¿Qué planeas hacer, esperarlo todos los días en el Black Bull?
—No hay necesidad. Hice una visita a la posada a principios de la semana y
contraté los servicios de uno de los caballerizos. Me avisará cuando aparezca
Plumtree. Entonces lo seguiré y averiguaré qué es lo que está tramando.
—¡Oh, Giles, qué plan tan brillante! Siempre eres tan inteligente. —Ella le sonrió—
. Si quieres, haré que Celia me envíe un mapa actual de la finca para que puedas
compararlo con lo que recuerdas del otro.
—Eso sería útil.
Ambos se quedaron en silencio. Ella deseaba que la tomara en sus brazos y la
besara. O, por lo demás, le gastara bromas. Parecía demasiado solemne. Le
preocupaba.
Así que trató de dejarlo atrás con una pequeña charla.
—¿A qué hora planeas que nos vayamos a Bath mañana?
Se removió en el asiento.
—En realidad, pensaba que podríamos cambiar ese plan.
—¿Eh?
—Bath es caluroso en el verano. Ciertamente demasiado caluroso para que lo
pasemos metidos hasta los hombros en un pozo de agua humeante. Así que pensé
que preferirías algo más interesante.
Eso ciertamente despertó su curiosidad.
—¿Como qué?
—Francia.
Ella estalló en una amplia sonrisa.
—París, ¿quieres decir? ¡Oh, eso sería maravilloso! Siempre he querido ver los
Campos Elíseos. Y el Louvre… Pero espera, pensé que dijiste que no podrías salir de
Londres por tanto tiempo.
Una expresión de desasosiego cruzó su rostro.
—Me temo que es verdad. París está demasiado lejos, pero yo estaba pensando…
¿quizás Calais?
Era difícil ocultar su confusión.
—Pero ¿hay algo que ver en Calais?
—Hay murallas defensivas y la iglesia Notre Dame de Calais. No es tan
impresionante como Notre Dame de París, por supuesto, pero todavía es bonita. Lo
mejor de todo, tienen comida francesa, tiendas francesas y algunos hoteles muy
agradables.
—Imagino. —Al menos en Bath habría bailes y muchos lugares de interés.
Su sonrisa se volvió apasionada y volvió a tomar su mano.
—De todos modos no estoy seguro de que vayamos a querer hacer mucho eso de
mirar los alrededores. —Llevando su mano a los labios, la besó en la muñeca,
haciendo que su pulso bailara locamente.
Ah, así que eso era lo que estaba haciendo. En Bath habría una gran cantidad de
personas importantes que esperarían visitarlos. Tal vez él quería estar en algún lugar
donde pudieran estar sólo los dos, disfrutando de sí mismos. Cuanto más lo pensaba,
más intrigante sonaba.
Él siguió con una voz baja y persuasiva.
—Después de todo, Rockton actúa como un espía francés. Deberías tener una
muestra del país antes de escribir cualquier escena en la que visite Francia.
Sus ojos se entrecerraron.
—Pensé que ya no debía escribir sobre Rockton.
Él se encogió de hombros.
—No tienes que dejar de escribir sobre él. Sólo hazlo menos…
—¿Parecido a ti? —dijo, sofocando su sonrisa.
—Exactamente.
—¿Estás seguro que no quieres que lo mate? Podría darle una muerte
espectacular, con sangre y tripas derramándose por todo el lugar, y un discurso
moribundo para rivalizar con uno de los de Shakespeare.
Él frunció el ceño.
—Has dicho eso con demasiada satisfacción.
—Oh, querido. Debo esforzarme por esconder mejor mi intención asesina. No es
necesario hacerte adivinar las muchas maneras en que podría...
La besó, un beso rápido y brusco. Entonces, mientras ella lo miraba con una
sonrisa burlona en los labios, él tomó su cabeza en sus manos y la besó con el placer
de un hombre que sabe lo que quiere y cuánto tiempo le tomó obtenerlo.
Cuando retrocedió, ella murmuró:
—Pensé que habías dicho que no podíamos hacer esto hasta que llegáramos a casa.
—Cambié de opinión. —Él procedió a mordisquear su oído, su aliento haciéndole
cosquillas en la mejilla—. Piensa en esto como el primer plato de un banquete de
toda la noche.
—Oh, no —dijo con falsa solemnidad—. Creo que deberíamos esperar hasta que
lleguemos…
Esta vez su beso fue devorador, del tipo que la hacía desear, ansiar y necesitar
más. Ella deslizó sus manos por su cuello, y él la atrajo a su regazo.
—¿Decías?—murmuró.
Ella lo besó, y eso fue todo lo que necesitó para tenerlo devorando su boca y
acariciándole el pecho a través del vestido y lo que por lo general la conducía a la
distracción total. Esta parte del matrimonio podría hacer que el resto valiera la pena.
Sin embargo, ella notó que se moderaba en el carruaje. La besó y la acarició, oh sí,
hasta que ambos respiraron pesadamente y su excitación estaba lo suficientemente
dura debajo de su trasero para dar cachiporrazos a alguien. Pero no tocó nada debajo
de su ropa.
La estaba volviendo loca.
—Para ser un libertino, eres muy recatado—susurró ella contra su boca.
—Y tú no eres lo suficientemente recatada, mon petit mignon— murmuró él—.
Tendré que entrar en nuestra casa, ¿sabes? Nadie puede decir en qué estado estás en
debajo de tu ropa, pero todo el mundo será capaz de ver en qué estado estoy.
Ella le lanzó una mirada solemne.
—Bueno. Me gustas más cuando no tienes secretos.
Se apartó para mirarla con una mirada sombría.
—Te gusto más bajo tu pulgar, quieres decir. Pero si crees que vas a arrastrarme
por mi… er… excitación, Minerva, vuelve a pensar.
—Confía en mí —dijo ella con seriedad—, si quisiera hacer eso, podría hacerlo tan
fácilmente como esto. —Ella chasqueó los dedos.
—¿Eso crees, verdad?
—Lo sé. —No por nada había observado a sus cuñadas manejar a sus hermanos. A
Giles le gustaba su cuerpo. Y haría buen uso de eso si tuviera que hacerlo.
—No he sido tan susceptible a los encantos de una mujer en años, muchacha
descarada—dijo arrastrando las palabras—. Te deseo ardientemente, pero no soy el
tipo de hombre que pierde su cerebro por el deseo. Cometí ese error una vez. Nunca
lo volveré a hacer.
Ella lo miró de cerca.
—¿Cuándo cometiste ese error? ¿O es otra cosa que te niegas a contarme sobre tu
pasado?
El carruaje retumbaba por las calles de Londres. Aunque el ruido de los obreros
que se dirigían a casa y se llamaban unos a otros llenaba el aire, dentro del carruaje
todo estaba silencioso como una nevada. Giles la apartó de su regazo, luego se
inclinó para poder mirarla a la cara.
—¿De verdad quieres saber algo que hice con otra mujer?
Ella dudó. Pero si ayudaba a que lo entendiera...
—Sí.
—Bien. Probablemente lo oirás a la larga de todos modos. —Cruzó los brazos
sobre su pecho—. ¿Conoces bien a la esposa de mi hermano, Charlotte? ¿Quién solía
ser la señora Harris?
Su sangre se calmó.
—Me la he encontrado en contadas ocasiones y, por supuesto, la vi en la boda de
hoy. Sé que creó la Escuela para Señoritas de Richmond, la que todos llaman la
Escuela para Herederas. —Hasta ahora Minerva había admirado a la mujer, no sólo
por su mente aguda y espíritu bondadoso, sino también por su perseverancia para
construir su escuela de la nada.
—Lo que la mayoría de la gente no sabe es que ella y mi hermano estaban al borde
de casarse hacía casi veinte años. Fue el verano del año en que murieron tus padres,
cuando yo tenía dieciocho años y ella y su familia vinieron a hacer una visita. Ella y
David se llevaban muy bien. Hasta que hice algo estúpido que los separó.
Una presión se formó en su pecho.
—Tú y ella no...
—No —dijo apresuradamente—. Dudo que mi hermano hubiera perdonado eso.
Pero como sabes, él y yo nos parecemos un poco. David me había dado su bata
mientras Charlotte estaba de visita, pero ella no lo sabía. Era bastante peculiar, y ella
sólo había visto a David usándola.
Él miró por la ventana.
—Teníamos una sirvienta que era muy… generosa con sus afectos. Molly se había
abierto paso por la mayoría de los lacayos y había decidido que yo iba a ser su
próxima conquista. Me pidió que me reuniera con ella en la terraza tarde una noche.
Lo hice, y nosotros… tuvimos sexo. —Un músculo se contrajo en su mandíbula—.
Esto probablemente te conmocione.
—No —mintió, pero lo hizo. Sus hermanos eran libertinos, o lo habían sido, y su
padre había sido el peor libertino de todos los tiempos, pero por lo que sabía
ninguno de ellos se había entrometido jamás con las criadas, ni siquiera Oliver
cuando estaba en su fase salvaje y había vivido en una casa de soltero de su
propiedad. Sólo lo peor de lo peor se entrometía con criadas.
A pesar de todo…
—Eras joven— dijo suavemente—. Los hombres hacen cosas estúpidas cuando son
jóvenes.
—Muy amable de tu parte disculparlo, pero ambos sabemos que fue despreciable.
Sin embargo, esa no fue la peor parte. —Él inspiró fuerte—. Charlotte me vio y pensó
que yo era David.
—Oh, Dios.
—Exactamente. Por razones complicadas en las que no ahondaré, Charlotte no le
habló a David acerca de ello. Ella rompió de pronto su relación de una manera
bastante dramática. Le envió una carta que de alguna manera terminó en los
periódicos...
—¡Espera, recuerdo esto! Eso fue todo un escándalo, esa carta anónima que todo el
mundo descubrió se trataba de tu hermano. ¿Ella escribió eso? Dios mío. Pero no
decía nada… bueno… sobre verlo haciendo…
—No. Es por eso que durante años, no estuve seguro si fui el responsable de su
ruptura. Me dije que no. —Soltó una risa dura—. Pero alguna pequeña parte de mí
siempre supo… —La miró a los ojos—. Fue la primera y única vez en mi vida que
dejé que mis deseos físicos me llevaran a hacer algo tan tonto, y eso destruyó sus
vidas durante años. Nunca soñé…
—Por supuesto que no—dijo, su clara culpa haciéndola desear que pudiera
borrarla con una palabra—. ¿Cómo podrías anticipar eso?
—Una vez que me enteré de ello, hice un voto solemne de nunca dejarme llevar
por el deseo si eso afectaba mi deber para con mi familia. No volver a permitir nunca
que el deseo me pusiera en ridículo.
El corazón se retorció en su pecho.
—¿Es así como ves nuestro deseo el uno por el otro? ¿Como ponerte en ridículo?
Eso pareció conmocionarlo.
—No, eso no es lo que quise decir. Me refería a…
—No te gusta ser manipulado con eso.
Él dejó escapar un suspiro.
—Exactamente.
—¿Y tú no has estado tratando de manipularme con el deseo en absoluto?—dijo
ella, desconcertada por su lógica.
Eso lo detuvo.
—¿Qué quieres decir?
—Desde el momento en que comenzamos nuestro falso cortejo, o lo que yo veía
como nuestro falso cortejo, me besaste hasta perder el sentido en cada oportunidad
que tuviste. Suponiendo que no estabas dejando que el deseo te dominara, como has
dicho con toda claridad, debiste haber estado tratando de usarlo para forzarme a estar
dispuesta a tus demandas.
—Quizás un poco. —Se removió incómodo en el asiento—. Pero no es así entre
nosotros. No estaba tratando de manipularte. Nuestro deseo era una manifestación
natural de nuestro afecto el uno por el otro. Y siempre fuimos sensatos al respecto.
No dejamos que nos llevara a hacer cosas estúpidas. Debemos seguir así.
Ella casi señaló que no habían sido muy sensatos al respecto el día en que habían
ido al estanque. O en la posada. O incluso cuando habían estado caminando por
Hyde Park. Pero tal vez la lógica no era la manera de manejar esto.
Porque él no sonaba lógico. Sonaba más… aterrorizado que nada. Los hombres
entraban en pánico con las mujeres. Recientemente había empezado a entender eso.
Ciertamente, sus hermanos habían entrado en pánico cuando empezaron a
preocuparse por las mujeres que se habían convertido en sus esposas. Juraría que
Giles empezaba a preocuparse por ella. Y claramente también lo aterrorizaba, un
poco.
—La cuestión es —prosiguió él—, no pienses en usar nuestra hambre del uno por
el otro para hacerme girar sobre tu dedo, Minerva. No funcionará conmigo.
Ella lo dudaba muchísimo, pero él necesitaba creerlo. Necesitaba pensar que tenía
el control. Aun así, el hecho de que él le hubiera contado esta pequeña parte de su
pasado significaba que ya estaba abriéndose a ella. Eso la tranquilizó como nada más
que pudieran tener un buen matrimonio.
—Bueno, ahí se va mi maldito plan —dijo ella con ligereza—. Realmente eres un
aguafiestas, Giles.
Su risa baja sonaba aliviada. Sin duda esperaba que luchara más. Y lo haría. Pero
no de la manera que él pensaba.
—¿Algo más sobre lo que quieras advertirme? —prosiguió ella—. ¿Hay algún
vicio oculto como hacer crujir los nudillos o el sonambulismo?
—Nada que no puedas manejar, espero.
Él no tenía ni idea. Estaba lista para manejar casi cualquier cosa de él. Podía
haberse visto obligada a casarse por su propia imprudencia al sucumbir a sus deseos,
pero ahora que estaba aquí, quería sacar el máximo provecho.

GILES SEGUÍA MALDICIÉNDOSE cuando se detuvieron en frente de la casa.


¿Qué lo había poseído para contarle sobre aquella noche con Molly? Por el amor de
Dios, esta era su noche de bodas. Se suponía que la haría perder la cabeza, no que
desvelaría sus desagradables secretos.
Se bajó del carruaje. ¿Y por qué se había ofendido tanto con su afirmación de que
podía hacer que él hiciera lo que ella le pidiera si quería? Ella no podría. Él lo sabía.
Bueno, lo sabía intelectualmente, de todos modos. Físicamente…
Sólo ayudarla a salir del coche estaba teniendo el mismo poderoso efecto sobre él
que había estado teniendo durante semanas, incluso meses, desde su baile del Día de
San Valentín. Su mano en la de él, tan delicada, tan… desnuda sin el guante, tuvo el
efecto perverso de hacerle desearla aún más. Dios, estaba en problemas.
Llegaron a la cima de los escalones y la puerta se abrió mientras su nuevo
mayordomo se esforzaba por impresionar al nuevo amo y su esposa. Giles la detuvo
justo antes de entrar.
—Oh, no, querida, vamos a hacer esto bien.
Cuando la levantó en sus brazos y la llevó a través del umbral, ella se rio. Eso hizo
centellar sus bellos ojos, y sus mejillas brillaron con un rosado que hizo rugir su
sangre en las venas. Debió haber estado loco para decirle que no podría manipularlo
con el deseo. Podría hacer lo que quisiera cuando lo miraba así.
—Finch—dijo—estás despedido por la noche. Tú y todos los criados.
—Sí, señor —respondió Finch, apenas ocultando su sonrisa de satisfacción.
Entonces Giles la llevó hacia las escaleras.
—¡Bájame!—dijo Minerva con los ojos brillantes—. ¡Te romperás la espalda
llevándome por la casa! Soy más pesada de lo que parezco.
—Ah, pero yo soy más fuerte de lo que parezco.
—Como sea… —Ella se zafó de sus brazos para lanzarle una tímida mirada—.
Necesitas economizar tu fuerza. —Con otra risa, subió rápidamente las escaleras.
—Así que así es como va a ser, ¿verdad?—gritó mientras la seguía tranquilamente.
No era como si hubiera muchos lugares a donde pudiera ir. La casa era lo
suficientemente grande como para ser cómoda, pero nada como la mansión a la que
estaba acostumbrada. Casi no podía perderse en sus habitaciones, y con apenas
muebles había pocos lugares donde pudiera esconderse.
Así que cuando llegó al primer piso no se sorprendió al descubrir que ni siquiera
estaba tratando de esconderse. En cambio, se quedó inmóvil en la puerta de una
habitación que no era el dormitorio.
Sonrió al darse cuenta de que habitación era. Tal vez compensara la forma en que
había echado a perder las cosas en el coche.
—¿Qué es esta habitación? —preguntó mientras se acercaba a ella—. ¿Es tu
estudio?
—No. Mi estudio está abajo. Esto, querida, es tu regalo de bodas. Es tu propio
estudio. Para escribir.
—¿Para escribir mis libros? —preguntó, casi incrédula.
—A menos que hayas escrito algo diferente que no conozco. Por favor, dime que
Rockton no va a aparecer en una obra de teatro.
—No seas tonto. —Sus ojos se llenaron de lágrimas que ella limpió, como si
estuviera avergonzada—. ¡Oh, Giles, esa es la cosa más dulce que podrías haber
hecho por mí!
Cuando ella estalló en una radiante sonrisa, el corazón le dio un vuelco en el
pecho. En ese momento le habría dado lo que quisiera.
Mucho ojo, hombre. No seas tonto.
Pero era difícil no hacerlo cuando estaba tan emocionada. Se precipitó al centro de
la habitación, giró como una niñita y luego caminó, examinando las estanterías
desabastecidas, el escritorio que había equipado con materiales de escritura y el
cómodo sofá que había colocado cerca de la chimenea.
—Todavía está un poco escasamente amueblado—dijo—. Pero pensé que
preferirías hacer esa parte tú misma.
—Es perfecto, absolutamente perfecto. —Ella vio algo y soltó un grito—. ¡Oh,
incluso has traído mis libros y papeles aquí arriba! —Se precipitó hacia el baúl y
empezó a quitar las cosas—. Puedo poner las novelas en ese estante y los papeles...
La atrapó por la cintura.
—Esto no era exactamente lo que tenía en mente para esta noche, querida.
Sorprendida, lo miró y le lanzó una sonrisa burlona.
—No puedo imaginar lo que tenías en mente que sería más importante que
desempaquetar mis libros.
Él tomó su mano y la llevó hacia la puerta.
—¿No puedes?
—Bueno, ya dijiste que no dejarías que el deseo dominara tu vida, y no veo por
qué debería gobernar la mía, así que si quiero instalar mi estudio...
La besó en los labios.
—Está bien, ganaste. Soy un idiota.
Ella le rodeó el cuello con los brazos.
—Sí, lo eres. Pero me gusta eso de ti. Claramente, hay algo seriamente mal en mí.
La levantó y se dirigió al dormitorio.
—Absolutamente. Te resististe a casarte conmigo, ¿no?
—Cierto. No sé en lo que estaba pensando.
—Estabas asustada, eso es todo. Algunas doncellas lo están. —Él la miró a la cara
mientras trasponían la puerta—. Nunca me he acostado con una virgen, ¿sabes?
—Bueno, eso es bueno, porque yo tampoco. Así que todo saldrá bien.
Él rio.
—Te das cuenta de que cualquier otro hombre no encontraría eso divertido.
—Ah, pero no eres otro hombre, ¿verdad? —dijo con los ojos brillantes.
Desafortunadamente, él realmente estaba preocupado por acostarse con una
virgen. Por lo que había oído, algunas mujeres tenían más dificultades que otras la
primera vez. ¿Y si la lastimaba? O Dios no lo permita, ¿si la hacía temerle?
Le mataría ver a Minerva mirarlo con temor.
Luego estaba su otra preocupación, una en la que había estado pensando bastante
en los últimos días. El único amante de Minerva había sido el imaginario Rockton, a
quien ella había descrito como un consumado amante más de una vez. No estaba
seguro de lo que eso significaba para una virgen. Y a él sin duda no le gustaba la idea
de no estar a la altura de la reputación ficticia de su alter ego.
Así que no fallaría. Mantendría su deseo bajo control hasta que pudiera brindarle
tanto placer que ella encontrara que su unión valía la pena, a pesar de cualquier
dolor que sufriera. Porque no iba a decepcionarla en su noche de bodas. Iba a superar
a Rockton, aunque lo matara.
Capítulo 18

Desde el momento en que Giles la colocó cerca de la cama, el corazón de Minerva


comenzó a latir con un ritmo loco que no podía ser refrenado. No es que ella quisiera
refrenarlo. Esta era la noche que había estado esperando la mitad de su vida. Giles
iba a hacer de ella su mujer, y apenas podía contener su excitación.
Pero cuando ella levantó la mano para quitarse el velo, él dijo:
—No. Déjame hacerlo.
Oh, él estaba dando órdenes continuamente ahora. Cuán perfectamente delicioso.
¿Quién podría haber soñado que tal cosa la excitara?
Él se lo quitó, luego le soltó el cabello, haciendo una pausa para besar un rizo y
provocarle más deliciosos escalofríos. Luego la giro y le desabotonó lentamente el
vestido. Demasiado lento.
Ella quería que la tomara con abandono, que cayera sobre ella como un animal
hambriento, para demostrarle que ella le inspiraba imprudentes alturas de pasión.
Esta dolorosa sensualidad la enervaba.
—Giles, por favor…
—¿Sabes cuántas veces me he imaginado esto, Minerva? —dijo con voz gutural—.
Imaginaba desnudarte prenda por prenda, desvelando tu piel perfecta, tu bella
espalda. —Él le dio un beso en la espalda y luego apartó el vestido para poder hacer
lo mismo con el hombro—. Tus delicados brazos…
—No pudiste haberlo imaginado demasiadas veces—espetó—, o no lo estarías
haciendo tan lentamente. Además, ya has desvelado mi piel perfecta en el estanque.
Debería pensar que querrías desvelar algo un poco más… íntimo.
—Paciencia, cariño—dijo, la risa en su voz—. Hay algo que se rumorea sobre los
placeres de la anticipación.
—Eso es lo que has aprendido de todas tus… quiero decir, dicen que has estado
con centenares… —Ahora, ¿por qué había traído a colación eso?
Probablemente porque su cuidadosa seducción le estaba recordando que él había
hecho esto mucho más que ella. Que no podía estar a la altura de las otras. No es que
estuviera celosa de esas otras mujeres. No lo estaba.
Oh, está bien, lo estaba.
—No centenares—replicó él—. La cifra es mucho menor. —Le bajó el vestido por
el cuerpo hasta caer en un charco de trémula seda a sus pies, luego prescindió
rápidamente de su enagua—. Y ellas fueron meras cifras en comparación contigo.
Él y su lengua de plata… no era de extrañar que fuera tan buen abogado.
—La abuela me dijo que no tenías... no tienes una amante.
Sus manos se detuvieron en los lazos de corsé.
—¿Cómo lo supo?
—El señor Pinter lo averiguó.
Vaciló un momento, luego siguió trabajando en soltar los lazos hasta que también
pudo descartar el corsé. Éste aterrizó encima del vestido y la enagua.
—Tu abuela fue muy minuciosa en sus investigaciones.
Excepto que la abuela no se había enterado de su robo. O si lo había hecho, no le
había dicho nada a Minerva.
—La abuela es siempre minuciosa. Quería estar segura de que no me entregaba a
un consumado sinvergüenza.
—Supongo que decidió que no lo era, o no te habría dejado casarte conmigo.
—La abuela no tuvo nada que decir en eso—dijo con firmeza—. Yo elegí estar
aquí. Espero que te des cuenta de eso.
Su respuesta fue acercarse y acariciar sus pechos.
Las rodillas femeninas se debilitaron.
—¿Entonces… el señor Pinter… tenía razón? ¿No tienes una amante?
¿Por qué estaba insistiendo en esto? Ella sabía que no. Sin embargo, quería oírselo
decir. Si no podía tener palabras de amor de él, quería asegurarse de que realmente la
deseaba y sólo a ella.
—No tengo una amante—dijo él con un borde en su voz mientras apartaba las
manos de ella—. La verdad es que sólo he tenido una pareja en mi vida, y sólo
cuando era joven.
—¿En serio?
—Una vez que tuve éxito, no tuve tiempo. Era menos complicado tener una
ocasional… Buen Dios, ¿debemos hablar de esto en nuestra noche de bodas?
Ella se volvió hacia él, contrita.
—No. Sólo quiero saber que...
—Que elegí estar aquí también. Que te elegí sobre las otras.
—Sí —dijo ella, aliviada de que lo entendiera.
Sus ojos ardientes se clavaron en los de ella.
—¿Ves la cama detrás de mí? —dijo él mientras la tiraba contra él.
Ella no había notado nada más que a él cuando entraron en la habitación, pero
ahora miró hacia la cama tras él.
Era un fino ejemplar de una cama de columnas Chippendale, pero la parte a la que
prestó especial atención eran los cortinajes y la colcha de seda color verde
primaveral. Parecían un poco… extravagantes para un hombre.
—Te tenía en mente cuando la elegí hace semanas, incluso antes de que
empezáramos a cortejar—dijo—. No dejaba de pensar en ti dentro de ella, sobre ella,
con tu cabello extendido por tus exquisitos hombros. La ropa de cama es del color
exacto de tus ojos, los que me imaginaba mirándome brillantes cuando te hacía el
amor. —Él le pasó las manos por su cuerpo—. ¿Eso responde tu pregunta?
Minerva no podía hablar. Su garganta estaba demasiado seca y su corazón latía
como un timbal.
Él se inclinó para susurrarle al oído:
—Te deseo desde Dios sabe cuánto tiempo, Minerva. Tú y sólo tú. Y si no lo has
deducido a estas alturas, entonces no eres tan inteligente como creí.
Había una verdad en sus palabras que ella simplemente no podía negar. Pero
querer su cuerpo era una cosa, quererla era otra muy distinta.
Sin embargo, cuando él tomó su boca, besándola con estocadas profundas y
audaces de su lengua, se olvidó de cualquier otra cosa excepto él. Al menos Giles
deseaba su cuerpo. El Señor sabía que ella deseaba el suyo. Y sus besos eran perfectos,
ferozmente apasionados, poniéndola más ansiosa por que la llevara a su cama.
Excepto que no la llevaba a su cama. Sus manos se demoraron sobre ella,
tocándola y acariciándola hasta que pensó que se volvería loca. Él arrancó la boca de
la suya sólo para poder abrirle la camisola y desatarle las bragas. Cuando se
deslizaron por sus piernas, ella tironeó de las solapas de su chaqueta, y él se quitó el
abrigo. Pero antes de que ella pudiera hacer más, él la despojó de la camisola por
encima de la cabeza, la levantó en sus brazos y dio los pocos pasos hasta la cama,
donde la tendió.
Al fin. Él iba a hacerla suya en todos los sentidos.
Pero no lo hizo. Se limitó a retroceder para recorrerla con la mirada de la cabeza a
los pies. Ella se estremeció, desconcertada por la idea de estar completamente
desnuda frente a él. Se sentía expuesta, no sólo en cuerpo sino en alma, como si
pudiera averiguar todas las partes secretas de ella. Se preguntó qué vería con esa
mirada penetrante y cruda.
—¿Giles? —preguntó, se incorporó sobre los codos.
Él parpadeó, como si lo hubiera sacado de algún ensueño. Entonces su mirada se
calentó.
—Ahora eso es un espectáculo para hacer que la sangre de un hombre se eleve —
gruñó él y sus ojos continuaron devorándola mientras se desataba la corbata, la
arrojaba a un lado y luego se desabrochaba el chaleco—. Mi ninfa de las aguas se ha
convertido en una seductora.
—No una muy buena, si todo lo que te inspiro a hacer es mirar—dijo con una voz
baja y sensual.
—Confía en mí, muchacha descarada, me inspiras a hacer mucho más que eso.
—Pero estás tardando demasiado tiempo. Y yo quiero mirarte también.
Él le dirigió su sonrisa torcida, la entrañable que siempre se dirigía como una
flecha directamente a su corazón.
—Lo que mi seductora quiera. —Él se desnudó hasta la ropa interior con
movimientos medidos que la hicieron querer rechinar los dientes con frustración,
pero cuando finalmente la descartó también, ella contuvo el aliento.
Su carne estaba dura y grande. Asomaba de su lecho de rizos oscuros como un
guardia nocturno, una amenaza palpable que no había esperado.
—Dios mío—suspiró—es enorme. —Y por alguna razón perversa eso la hizo
crecer aún más.
Él se rio.
—Realmente no. Pero probablemente es más grande de lo que esperabas.
Eso era un eufemismo. Ciertamente no se había sentido tan grande en su mano.
Por otra parte, había estado un poco preocupada cuando había tenido la mano en su
ropa interior.
—Es definitivamente más grande de lo que esperaba.
—Confía en mí, querida —dijo con aspereza—. Te alegrarás de eso al final.
No estaba segura de ello. No era de extrañar que las personas dijeran que la
primera vez siempre dolía. Ahora se preguntaba si la segunda, la tercera y la cuarta
también dolían.
Giles subió a la cama, y ella se alejó de él.
—Oh, no, no lo hagas, muchacha descarada—dijo con voz ronca mientras lanzaba
una pierna sobre la de ella—. No vas a librarte de esto con tanta facilidad.
Entonces la besó de nuevo, y eso la tranquilizó un poco. Especialmente cuando
empezó a acariciar su pecho y tocarla abajo, como lo había hecho antes. Esta parte era
muy agradable, y él lo hacía bastante bien. Tal vez no debería haber tenido tanta
prisa por avanzar las cosas, fácilmente podría continuar haciendo esta parte para
siempre.
Al cabo de unos instantes, él la tenía retorciéndose debajo de su mano, y la misma
extraña sensación que había sentido en el estanque creció entre sus piernas, igual que
el calor atravesando furtivamente por sus venas, hormigueando sobre su piel,
haciéndola arquearse hacia él por más.
Entonces, abruptamente, su mano se había ido. Abrió los ojos, no estaba segura
exactamente cuando los había cerrado, para encontrarlo bajando por su cuerpo. ¿Qué
diablos?
Él la besó en el vientre y luego se movió más abajo todavía. Ella se cohibió. ¿Tenía
que mirarla allí? No era una parte particularmente bonita de ella, aunque tenía que
admitir que su mirada de admiración la estaba poniendo caliente y nerviosa.
Luego besó sus rizos y casi salió disparada de la cama.
—¿Qué diablos estás haciendo?—gritó y trató de cerrar las piernas.
Pero sus manos ahora aferraban sus muslos, manteniéndola abierta para su
libertina mirada.
—Relájate, cariño. Te gustará.
—Oh, crees que sí, ¿verdad?—dijo mientras la cubría allí con su boca—. No puedo
imaginar por qué yo… Por qué podría… Oh… Oh mi … Giles... Oh Dios mío… ¡Oh,
Giles!
Él solo se rio y continuó haciéndole cosas malvadas con la boca y los dientes.
Quería estar enojada con él por estar tan controlado mientras ella se retorcía y gemía,
pero era difícil estar enojada cuando las sensaciones más asombrosas se disparaban a
través de ella. Estaba segura de que estaba a punto de estallar. Ella quería estallar,
pero antes de que pudiera, la dejó suspendida y volvió a subir por su cuerpo.
—¡No, Giles, todavía no! —gritó ella.
—No te preocupes, cariño, tengo la intención de darte todo lo que desees. Pero
quiero estar contigo cuando lo haga.
Ella soltó un suspiro frustrado.
—No veo cómo eso va a ayudar en algo. —Todo su cuerpo se sentía como una
cuerda tensa, como la cuerda de un violín a punto de romperse—. Pero supongo que
vas a hacerlo de todos modos, ¿verdad?
—Sí, a menos que no quieras que lo haga—dijo, su voz sonaba decididamente
tensa. Sus ojos eran de un azul brillante, filosos y duros como zafiros tallados, y su
mandíbula estaba contraída, como si luchara por contenerse.
La pequeña señal de una ruptura en su control la tranquilizó un poco. Tal vez
también lo estaba pasando mal, aunque no podía imaginar cómo, dada su vasta
experiencia en acostarse con mujeres.
El pensamiento la hizo fruncir el ceño. Y mentir.
—Por supuesto que quiero que lo hagas. Soy tu esposa, ¿no?
—No completamente—se atragantó él—. Pero lo serás.
Luego se presionó dentro de ella. Era bastante inquietante, pero antes de que
Minerva pudiera decírselo, él comenzó a acariciarle la lengua con la suya en esa
danza lenta que tanto disfrutaba. Al mismo tiempo, llenó una mano con su pecho,
excitando el pezón hasta que la dulce y caliente miel de deseo goteaba a través de ella
de nuevo.
Y durante todo ese tiempo avanzó lentamente más dentro de ella. Su cuerpo lo
acomodaba. No bien, eso sí. No era tan agradable como ella quisiera, pero era…
interesante.
Cuando ella extendió las manos para agarrar sus hombros, él separó su boca de la
de ella para susurrar:
—Es increíble estar dentro de ti, cariño. Eres tan blanda...
—Me gustaría poder decir lo mismo de ti—replicó ella.
Su execrable marido tuvo el descaro de reírse.
—No, no te gustaría. Créeme.
—Estoy tratando de confiar en ti, pero lo estás haciendo terriblemente difícil.
—Levanta las rodillas—dijo—. Eso ayudará.
Ella hizo lo que él dijo, y él se deslizó otro par de centímetros.
—¿Ayudar a quién?—masculló ella en voz baja. Pero entonces lo sintió... la forma
en que ahora se apretaba contra la parte de ella que acariciaba cada vez que trataba
de volverla loca por la lujuria—. Ohhh—susurró—. Eso es intrigante.
—Aguanta—murmuró, luego dio un decidido empujón que lo plantó dentro de
ella por completo.
Sintió un ligero ardor, pero se acabó rápidamente.
—¿Era eso?—preguntó.
—¿Qué?—Se apartó para mirarla. El débil brillo de sudor en su frente y el músculo
de su mandíbula contrayéndose le dijeron que estaba luchando por el control.
—Mi himen. ¿Se ha ido?
—Me imagino que sí—dijo—. Minerva, quiero moverme. Tengo que moverme.
—Bien. Está bien.
Él se rio.
—Esa es mi mujer. —Rozó un beso sobre su frente—. Pero ahora comienza la parte
buena.
Empezó a moverse. Dentro de ella. Qué… íntimo, lo más íntimo que había
conocido. Giles estaba unido a ella tan completamente que no sabía quién se movía,
él, ella, o ambos a la vez.
Entraba en ella con movimientos lentos y sedosos que la dejaban sin aliento. Al
principio se sintió extraño, luego se volvió demasiado caliente, y pronto ese extraño
susurro de hormigueo comenzó otra vez abajo, haciéndola retorcerse. Cada vez que
se retorcía, el hormigueo se intensificaba hasta convertirse en una emoción oscura y
atávica.
Señor, pero esto era… realmente muy bueno.
—¿Mejor? —preguntó con voz baja y gutural.
—Oh sí.
Su sonrisa triunfal la atravesó como una lanza.
—Pensé que podría serlo.
Una vez se aseguró de que estuviera encontrando más disfrute en el momento,
deliberadamente actuó para aumentar su placer. La besó profunda y
apasionadamente. Le acarició el pecho, luego deslizó su mano hacia abajo para
manosear el lugar donde estaban unidos hasta que ella estuvo jadeando, suspirando
y arrastrando sus uñas a lo largo de los músculos abultados de sus hombros.
Luego inexplicablemente disminuyó la velocidad de sus empujes.
—Giles… por favor…
Él apretó la boca contra su oído, su respiración entraba en bocanadas rápidas y
duras.
—¿Qué es lo que… quieres, muchacha descarada?—dijo con voz áspera—.
¿Quieres… que me detenga?
—¡No! —Podía sentir la tensión despertando de nuevo, cada uno de sus
empujones como un violinista tensando una cuerda, enrollándola hasta vibrar con la
promesa de música.
Le habló al oído.
—¿Estás lista… para más?
—Sí. ¡Dios, sí!
Le mordió el lóbulo de la oreja, enviando un escalofrío de excitación a lo largo de
sus nervios.
—Entonces, sujétate, dulce ninfa, y terminaremos esto.
Ella lo hizo. Él aceleró su ritmo otra vez, martillando dentro de ella, cada empuje
otro ajuste de la cuerda. Pronto se arqueaba para encontrarse con sus estocadas, sus
pies ahora trabados detrás de las rodillas masculinas. Ella sintió el zumbido de la
cuerda que se tensaba, flotando en el borde de su conciencia, haciéndola estirarse
hacia eso…
—Oh, Dios, Minerva… mi amor… mi mujer…
De repente, fue como si la cuerda fuera arrancada, y una nota cantó alto y dulce,
perforándola con placer, haciéndola gritar y estrecharlo contra ella mientras su
cuerpo vibraba con la intensidad de su liberación.
Entonces, con un gemido estrangulado, se hundió profundamente dentro de ella
para alcanzar su propia liberación. Con un estremecimiento que los sacudió a ambos,
derramó su semilla en su interior.
Y mientras su cuerpo temblaba del éxtasis, cuando él se derrumbó encima de ella,
su cálido cuerpo envolviendo el de ella, Minerva se dio cuenta de que ya no podía
mentirse por más tiempo.
Lo amaba. Nunca había dejado de amarlo. Ella había estado enfadada con él por
un tiempo. Peor aún, ahora que él era suyo, sabía que nunca sería feliz hasta que lo
hubiera hecho amarla también.
Y temía que eso pudiera resultar imposible.

GILES ECHÓ UNA mirada a su esposa para ver si ella seguía dormida. Lo estaba,
y dormía de modo muy tentador, también. Lo hacía todo de modo tentador. Ese era
el problema. Se había metido bajo su piel cuando no estaba vigilando, y ahora no
sabía qué hacer al respecto.
Había visto la angustia que había sufrido su hermano cuando el amor lo había
agarrado de las pelotas. Giles no iba a permitir eso. Un hombre nunca debería dejarse
conducir a la locura por una mujer, entonces era cuando cometía errores que le
costaban caro.
Y Minerva era precisamente la clase de mujer que intentaba atropellar a su
marido. Era evidente que se había pasado bastante tiempo atropellando a toda su
familia.
Ella soltó un pequeño suspiro en su sueño, y algo se atascó en su garganta. Él
frunció el ceño. Iba a tener que vigilar atentamente esto. La deseaba demasiado. A él
le gustaba demasiado. Mejor ser cuidadoso.
Pero no quería ser cuidadoso. Quería hundirse en el matrimonio con ella y
ahogarse allí. Si no mantenía el control de esta situación, todo se iría al infierno.
Por eso, por mucho que quisiera unirse a Minerva en el sueño, no podía. Tenía
trabajo pendiente.
Dejando la cama, se puso la ropa y fue a su estudio. Ravenswood le había
prometido enviar la carta que Newmarsh había escrito. Efectivamente, allí estaba en
su escritorio, esperándolo en un sobre cerrado. Rompió el sello para leerlo antes de
partir hacia Calais.
Partirían hacia Calais. Con un gemido, dejó la carta. Había logrado no mentirle
hasta ahora, pero una vez que llegaran a Calais…
No, de alguna manera lo manejaría. Se reuniría con Newmarsh en el alojamiento
del hombre, y lo haría sin que Minerva lo supiera o se afligiera.
—¿Qué estás haciendo?
Endureciéndose para no mostrar sorpresa, levantó la mirada para ver a Minerva
de pie allí, vestida con nada más que su delgada camisola. El cabello le colgaba
enredado hasta la cintura y los montículos de sus pechos eran claramente visibles.
Su sangre volvió a despertarse en sus entrañas. Esto era exactamente lo que le
preocupaba, que sólo verla le hacía desear desahogar cada secreto de su alma.
—Pensé que estabas durmiendo—dijo—, y tengo algunos asuntos de negocios que
atender antes de que salgamos mañana, así que vine aquí.
—Creo que me desperté en el momento en que abriste la puerta—dijo con una
sonrisa suave que encendió su sangre—. Tengo el sueño ligero. Ha sido la maldición
de mi vida. —Ella se apoyó contra el marco de la puerta—. Celia puede dormir a
través de una tormenta de granizo, pero hasta una lluvia suave me despierta.
¿Era eso una advertencia para él? ¿O sólo una declaración de hecho?
Conociéndola, probablemente era ambas cosas.
Ella no parecía nada cambiada por su juego amoroso. Todavía llevaba ese aire de
absoluta confianza en sí misma que decía que nada la impediría ser ella. Ningún
hombre lo haría, de todos modos.
Sin embargo, le gustaba eso de ella.
—Vuelve a la cama, cariño—dijo—. Estaré allí en breve.
Ella le lanzó una mirada ardiente que prendió fuego a su sangre.
—No tardes mucho.
Cuando se fue, recostó la cabeza en la silla y maldijo a Ravenswood largo y fuerte.
Quería acabar con esto. No quería tener que esconder más cosas, especialmente a
ella.
Estoy tratando de confiar en ti, pero lo estás haciendo terriblemente difícil.
Quería que confiara en él. Y si alguna vez descubría que había roto la promesa que
le había hecho…
Ella no debía descubrirlo, eso es todo. Simplemente tenía que hacer esto. Entonces
todo el sórdido asunto estaría detrás de él, y no tendría que preocuparse de decirle
algo sin querer o que ella deslizara en sus libros algo que podría desenmascararlo.
Bastaba con mirar cómo David había sufrido después de que Charlotte hubiera
escrito esas cosas crueles sobre él que habían terminado en los periódicos. Por
supuesto, ella no había querido que eso sucediera, y había malinterpretado la
situación en primer lugar, pero había ensuciado el nombre de David durante un
largo tiempo.
Las mujeres dejan que sus emociones las guíen, y eso las mete en problemas. Giles
había visto a su familia ser arrastrada por el escándalo demasiadas veces, no iba a
dejar que sucediera otra vez por su culpa.
Así que sólo tenía que rezar para poder guardar sus secretos durante un par de
días más.
Capítulo 19

Al día siguiente, Minerva y Giles llegaron a Calais a las diez de la noche. Se


dirigieron a la aduana y a la estación de policía para que examinaran sus maletas y
sellaran sus pasaportes. Era bien entrada la medianoche cuando llegaron al Hotel
Bourbon, donde comieron una cena rápida consistente en un pollo asado, una crepe
dulce y un vino muy fino. Cuando llegaron a la cama, estaban demasiado cansados
para hacer cualquier cosa excepto caer en un sueño profundo.
Las campanas de la iglesia llamando a los parroquianos a la misa de la mañana
despertaron a Minerva temprano. Se quedó allí un momento escuchando, entonces se
echó a reír cuando se dio cuenta de que las campanas tocaban un vals. Sólo en
Francia.
El sonido debía provenir de la iglesia de Notre Dame que Giles había mencionado.
Había visto bastante de la ciudad la noche anterior para despertar su interés, y no le
importaría visitar la iglesia. Pero cuando se volvió para preguntarle a Giles, lo
encontró todavía dormido.
Una sonrisa cruzó sus labios. Era una persona de sueño profundo. Y una prolija,
también. Ella siempre revolvía sus sábanas mientras dormía, descansando a
trompicones. Pero por lo que había visto de él después de dos noches de matrimonio,
Giles caía en un lugar, acostado sobre su espalda, y se quedaba allí hasta que algo o
alguien lo despertaba enérgicamente.
¿Debería intentar despertarlo? O quizás… Una sonrisa lenta curvó sus labios. ¿Por
qué no echar un vistazo a su “cosa” mientras dormía? Había estado demasiado
nerviosa la noche de su boda para notar cualquier cosa excepto lo grande que era, y
tenía curiosidad por verla en su estado natural.
Cuidadosamente levantó su camisa de dormir. Tendría que abrir su ropa interior
de alguna manera. ¿Se atrevería? ¿Qué haría si se despertaba y la encontraba
tomándose tantas libertades con él?
Bueno, él era su marido después de todo. Ella debería poder mirarlo cuando
quisiera, ¿verdad?
Ella tocó el primer botón y se congeló, sorprendida al encontrarlo endurecido bajo
su mano. Eso en cuanto a verlo en su estado natural. Lo miró de reojo, pero sus ojos
seguían cerrados. Así que le desabotonó cautelosamente la ropa interior para
descubrir su miembro, que se ponía impresionantemente más duro segundo a
segundo.
Por el amor de Dios, ¿los hombres hacían estas cosas en su sueño? Eso parecía
bastante alarmante. ¿Cómo debía ser despertar con la carne de uno irguiéndose, sin
intención?
Ahora que tenía su ropa interior completamente abierta, su miembro se esparció
para pegar un brinco ante su mirada. Lo examinó con gran curiosidad. Era un
apéndice muy extraño. No era en absoluto atractivo, con sus venas gruesas y la punta
parecida a un bulbo, pero inexplicablemente la fascinaba. Era tan… temerario e
indecente, un estándar masculino para batallar contra el sexo femenino en otro
intento de intimidarlas.
—¿Disfrutando? —preguntó una potente voz masculina, y ella saltó.
El calor se elevó en sus mejillas.
—¡Giles! ¿Cuánto tiempo llevas despierto?
Él le lanzó una sonrisa perezosa.
—Desde que levantaste mi camisa de dormir.
Tragó saliva.
—Yo sólo estaba… Era sólo…
—Ven aquí, esposa —murmuró con aquella voz ronca que nunca dejaba de
convertir sus rodillas en un pudin.
Cuando se deslizó para acostarse junto a él, la besó con fuerza, luego hizo que
colocara la mano sobre su muy temerario e impúdico estandarte. Y eso lo llevó a
colocar su mano dentro de sus bragas, y antes de que se diera cuenta, ella estaba
acostada sobre su espalda haciendo el amor con gran entusiasmo. Qué manera
deliciosa de comenzar el día.
Y una vez más, se maravilló de lo íntimo y personal que se sentía. ¿Cómo podrían
los hombres hacer esto sólo por placer? De hecho, ¿cómo podrían las mujeres
permitirlo? Ella no podía imaginar permitir que un hombre estuviera dentro de ella
así sin… estar enamorado de él.
Más tarde, mientras yacían jadeantes en la cama, dijo:
—¿Cómo me comparo con Rockton en el dormitorio?
Ella se puso de lado para mirarlo fijamente. Tenía el cabello desordenado y las
mejillas sonrojadas por el esfuerzo. Se veía adorable. Minerva todavía no podía creer
que él fuera suyo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó tímidamente.
—Siempre lo describes como un amante consumado. ¿Cumplí con tus
expectativas?
—¿Quieres decir que, ya que yo era virgen y no tenía más idea de lo que es un
amante consumado de qué manera sabría cómo funcionaba un espía? —Ante la ceja
enarcada de él, se echó a reír—. Sabes muy bien que sí. Seguramente tú podrías
decirlo.
—No puedo estar seguro de nada contigo. Y tú tenías una idea acerca de qué
esperar, según recuerdo. Mencionaste besar a otros hombres.
Apoyó la cabeza en una mano.
—Eso no es lo mismo.
Él sostuvo la mirada un largo momento.
—Nunca respondiste a mi pregunta durante nuestra “entrevista” acerca de a
cuántos hombres habías besado.
—¿Con cuántas mujeres te has acostado? —replicó ella. Ante su mirada de
disgusto, ella dijo: —¿Ves? No es una pregunta fácil, ¿verdad? —Cuando él echó la
cabeza hacia atrás contra la almohada con una maldición, ella dijo—: Pero si debes
saberlo, besé a muy pocos. —Ella alimentaba con migajas su orgullo masculino—.
Con seguridad, ninguno que fuera tan bueno como tú en eso. Después de nuestro
beso en el callejón, yo estaba arruinada para cualquier otro.
—¿En serio? —Clavó los ojos en el cielorraso—. Eso pareció que te enfadaba más
que cualquier otra cosa.
—No el beso en sí mismo. Lo que vino después.
Un músculo latió en su mandíbula.
—Esa es una cosa que nunca he entendido de esa noche. Sé que fui bastante duro
contigo...
—Fuiste categóricamente cruel.
Su mirada de reojo mostraba un claro remordimiento.
—Eso es porque sabía que no podía actuar sobre ninguna atracción entre nosotros,
y pensé que era mejor dejarlo claro.
—Lo dejaste claro, de acuerdo. Dijiste que me parecía a un pastel y actuaba como
una prostituta, ¿recuerdas?
Él respingó.
—Puede que lo haya exagerado un poco.
—Me hiciste sentir barata, chabacana y tonta.
Volviéndose de costado para mirarla, murmuró:
—Lo siento. Pero eso es lo que estoy tratando de entender. Me doy cuenta de que
estabas enojada... tenías todas las razones para estarlo. Sin embargo, escribiste tu
primer libro años después de esa noche. ¿Seguía estando tu orgullo tan herido
después de todo ese tiempo? ¿Realmente te sentiste justificada para hablar sobre
asuntos que expresamente te pedí que no hablaras con nadie?
No era sólo que mi orgullo estuviera herido, idiota. ¡Me rompiste el corazón!
Ella casi lo dijo en voz alta. Pero en aquel entonces él no tenía ni idea de lo que ella
sentía por él, así como no tenía ni idea de cuán intensamente ella estaba llegando a
sentir por él. Y decírselo podría provocarle de nuevo pánico masculino.
Además, sería darle la ventaja, ya que él no tenía tal intensidad de sentimientos
por ella. Y a ella no le gustaba la idea de que Giles tuviera la ventaja y estuviera
demasiado seguro de ella. Era el tipo de hombre que se aprovechaba de eso.
—Simplemente pensé que el incidente era una buena historia—dijo a la ligera—.
¿Y qué escritor puede resistirse a usar semejante materia prima?
Cuando él tuvo una extraña mirada de alarma en el rostro, sintió una punzada de
culpa, luego la silenció. Si se negaba a contarle algo sobre su vida, quizá merecía
preocuparse por lo que pudiera poner en sus libros.
—Pero no piensas poner el robo...
—No, Giles—dijo ella—. Ya te lo dije, no quiero ver a mi marido arrestado por
robar. No soy tonta.
Ella dejó la cama. Estaban casados, por amor de Dios. ¿Realmente pensaba que ella
arriesgaría su carrera?
Honestamente, estaba tomando esto demasiado en serio. Nadie había notado que
el personaje era él. Ella dudaba que alguien lo hiciera alguna vez.
Oliver reconoció la fiesta del baile de disfraces. Y un día él podría darse cuenta de que
Rockton no es él en absoluto, sino Giles.
Ella se quitó de encima esa preocupación. Eso parecía extremadamente
improbable.
—¿Vamos a comer algo? —preguntó ella—. Juro por Dios que estoy famélica.
—Llamaré a un sirviente —dijo él, dejando la cama—. ¿Qué deseas?
Después de eso, estaban un poco menos incómodos juntos, pero sólo un poco.
Incluso mientras tomaban el desayuno y salían a recorrer Calais, ella percibía que
algo seguía mal entre ellos. No podría señalarlo, pero Giles parecía inquieto,
preocupado incluso.
¿Por qué podía estar preocupado aquí, en su viaje de bodas? No podía pensar en
nada. Sin embargo, mientras paseaban por las murallas con sus bonitos jardines y
caminaban hasta el final del muelle para ver a los nadadores, él parecía disfrutar
poco de sus divagaciones.
—¿Estás bien?—preguntó finalmente, después de haber subido a la cima del Tour
de Guet y quedarse mirando al otro lado del Canal hacia los acantilados de Dover.
Se puso rígido.
—Estoy bien. ¿Por qué?
—Tú eres el que quería venir a Calais, pero no pareces estar disfrutando de esto.
Él se obligó a sonreír.
—Solo estoy cansado. Alguien me despertó temprano para seducirme.
—¡Temprano! —Ella rio—. No tienes idea de lo que es temprano, señor. Sólo
alégrate de que no me levantara en mitad de la noche y encendiera una vela para
poder escribir las notas para un libro.
—¿Haces eso?
—A veces. —Ella miró pensativo a través del Canal—. Realmente debería estar
tomando más notas si voy a usar este viaje como parte de las aventuras de espionaje
de Rockton.
Giles gimió.
—Todavía no veo por qué tuviste que hacerlo un espía para los franceses.
—Es un villano. No podía ser un espía para los ingleses.
—Pero ¿por qué un espía? Ya es lo suficientemente malo que le hicieras un
jugador imprudente y un seductor de mujeres.
—Esa descripción se ajusta a la mitad de los hombres de la alta sociedad, incluidos
mis hermanos y tú. Rockton tenía que ser algo más… temible.
Él se quedó muy quieto.
—Soy un patriota, sabes.
—Por supuesto que sí —le apretó el brazo—. Trata de recordar que Rockton es
ficticio. Puede haber comenzado como tú, pero se convirtió en algo diferente una vez
que cobró vida en las páginas del libro. Es un producto de mi imaginación más que
nada.
—Si tú lo dices—gruñó.
—Mira, si su mera existencia te molesta, lo mataré.
Ella esperaba el mismo rechazo que había tenido el día de su boda, así que se
sorprendió cuando dijo:
—Tal vez eso sería lo mejor. —Luego le lanzó una sonrisa incierta—. No te
preocupes por mí. Estoy de mal humor. Haz lo que mejor te parezca con el personaje.
Él cambió de tema, pero ella no podía sacarse su reacción de la mente. Realmente
se había tomado en serio cómo lo había retratado. Ella debería sentirse culpable por
eso, pero no podía. Él nunca habría vuelto a su vida si no hubiera creado a Rockton.
Pasaron la siguiente hora visitando la iglesia de Notre Dame, un bonito edificio.
Era muy católica, con una plétora de velas y un impresionante altar de mármol
italiano adornado por dieciocho estatuas. Había pequeños amuletos de plata pegados
a las estatuas, representando ojos, oídos, manos y cosas por el estilo. Cuando lo
preguntaron, se les dijo que los amuletos eran ofrendas para el santo que se creía que
había curado esa parte del cuerpo.
Ella arqueó una ceja, pero lo escribió en su cuaderno de apuntes. Y ambos
admiraron la pintura sobre el altar, que supuestamente era un Van Dyck.
Cuando regresaron al hotel, Giles parecía más él mismo. Hasta que descubrió que
había un mensaje esperándolo. Cuando no explicó de quién era, simplemente metió
el papel en el bolsillo, ella le preguntó. Su comentario de que era una nota del capitán
de paquebote que les recordaba la hora de salida para la mañana siguiente no parecía
verdad. ¿Por qué el capitán iba a molestarse?
Sin embargo, ¿de quién más podría recibir un mensaje Giles en Calais? Él no
conocía a nadie aquí, y nadie en Inglaterra sabía que iban a estar aquí.
Realmente, veía problemas donde no había ninguno. Tal vez el capitán del
paquebote se había preocupado por ellos porque estaban recién casados.
Probablemente eso era de todo lo que se trataba.
Disfrutaron de una cena encantadora y se retiraron a la cama, donde Giles le hizo
amor con tal cuidado y dulzura que ella se sintió culpable por dudar de su veracidad.
Se quedó en sus brazos un largo rato después, reprendiéndose por su naturaleza
suspicaz.
Se estaba quedando dormida cuando él murmuró:
—Voy a bajar a la recepción por una copa de vino.
Somnolientamente, ella observó cómo dejaba la cama.
—Pensé que estabas cansado.
Se vistió de espaldas a ella.
—Estoy cansado, pero no tengo sueño, si eso tiene sentido. Espero que el vino me
ayude.
Por supuesto que tenía sentido. A ella le pasaba todo el tiempo. Aun así, algo en
su proceder, la forma en que él no la miraba, el cuidado que tomaba al vestirse, le dio
que pensar.
Después de que se marchara trató de volverse a dormir, pero el sueño la eludió.
Empezó a imaginarse todas las razones que podría tener para bajar a la recepción.
Después de dar vueltas en la cama durante media hora, se enfadó consigo misma.
Se estaba convirtiendo en la clase de esposa de mal genio que nunca quiso ser, de la
clase que un hombre como Giles nunca toleraría. Si seguía calentándose la cabeza con
sus pensamientos, lo haría reunirse con putas en su mente, y lo acusaría de todo tipo
de cosas ridículas cuando regresara a la habitación.
Tal vez debería bajar las escaleras y poner su mente en descanso. Ella le diría que
no podía dormir sin él, y él se sentiría halagado, y estaría bien. Luego tomarían una
copa de vino juntos. ¿Por qué no?
Ella se tomó su tiempo vistiéndose, con la esperanza de que él volviera a subir
antes de que ella incluso saliera de la habitación. Cuando no lo hizo, intentó no dejar
que eso la molestara. Ella bajó las escaleras con paso casual.
La recepción estaba llena de viajeros, en su mayoría hombres, en diversas etapas
de intoxicación. Cuando unos pocos la miraron con interés, se le ocurrió que tal vez
no debería haber venido aquí tan tarde sola. Sobre todo porque no podía encontrar a
Giles.
Lo que no había esperado. Lo peor que había temido era encontrarle coqueteando
con alguna doncella francesa. Encontrarlo completamente ausente era terriblemente
molesto.
Fue en busca del dueño, un pequeño francés que se había preocupado por su
comodidad y que estaba sirviendo vino a un par de trabajadores.
—¿Ha visto a mi marido, señor?—preguntó en francés.
—Non, madam. Se ha ido arriba, ¿verdad?
La repentina sensación de vacío en la boca del estómago la hizo sentirse mareada,
pero logró sonreír.
—Debió haber ido a tomar aire—dijo en francés.
El posadero asintió y volvió a servir el vino.
Tal vez Giles realmente estaba tomando aire. Eso es lo que ella haría en casa si no
pudiera dormir.
Pero ella no estaba en casa, y tampoco él. ¿Realmente la dejaría sola en una posada
en un país extraño, incluso para dar un paseo por la calle?
Echó un vistazo hacia la calle desde la puerta principal, medio esperando verlo
haciendo eso, pero sólo vio a un par de borrachos que caminaban tambaleantes de
regreso a su casa. Su corazón se tambaleaba en su pecho cuando regresó a su
habitación. Probablemente estaba exagerando, viendo sombras donde no había
ninguna. Debería irse a la cama y dormir.
Pero el sueño no era una opción hasta que supiera si estaba seguro. Así que buscó
el libro que había traído, volvió a subir a la cama y se dispuso a esperar.
GILES PERMANECIÓ VARIOS instantes en el exterior del Quilliacq, el hotel
francés donde Newmarsh se alojaba. Había enviado un mensaje al hombre poco
después de su llegada, organizando una reunión y ordenándole que enviara su
respuesta al cónsul británico, que ya había sido advertido de que Giles esperaba
recibir un mensaje para él allí. Despues el cónsul había remitido la nota al hotel de
Giles.
No había querido que Newmarsh estuviera cerca de su esposa, y ciertamente no
quería que supiera dónde se estaban hospedando. No sabía lo que el barón tenía en
la manga.
Así que Giles tomó sus precauciones habituales para cualquier reunión con un
sospechoso. Averiguó dónde estaban las dos salidas del hotel, que al parecer,
llevaban a calles paralelas. Prestó mucha atención a la iluminación: unas cuantas
linternas de aceite, que iluminaban escasamente. Aunque no esperaba una
emboscada, nunca dolía estar preparado.
Entonces entró e inspeccionó el hotel. La planta baja era cuadrada, con oficinas del
hotel todo alrededor; entre dos de ellas se encontraba un modesto comedor, donde
debía encontrarse con Newmarsh.
Examinó el vestíbulo pero no pudo ver a nadie. Una mirada a su reloj le dijo que
había llegado un poco temprano. Se suponía que él y Newmarsh se reunirían a las
once de la noche.
Así que entró en el comedor e hizo una rápida evaluación. Aparte de una pareja
adormilada en una esquina comiendo una cena tardía y el sirviente que les atendía,
el lugar estaba tranquilo. Este era un hotel familiar, no había gentuza bebiendo hasta
altas horas. Su conversación sería privada, gracias a Dios.
Se sentó en un rincón, manteniendo la espalda apoyada en la pared y la mano en
la pistola. Había tenido un poco de dificultad en meter la pistola en el bolsillo de su
abrigo mientras Minerva lo observaba, pero su somnolencia había funcionado en su
beneficio. Con suerte, dormiría hasta su regreso.
¿Y si no lo hacía?
Apretó los dientes. Cruzaría ese puente cuando llegara. Ya era lo bastante malo
que le hubiera mentido dos veces hoy, pero si sospechara que había salido del hotel...
Una imagen de ella en la cama lo asaltó. En su camisón, se veía dulce y
seductora… y confiada. No le gustaba abusar de esa confianza. Pero no podía dejarle
saber secretos que podrían arruinarlo si a ella se le escapara algo.
O si escribiera sobre ellos en un libro. Sólo pensé que todo el incidente hacía una buena
historia. ¿Y qué escritor puede resistirse a usar semejante materia prima? Ella sin duda
encontraría ésta digna de poner en un libro.
Un movimiento en la puerta lo detuvo, y él se volvió para ver a un hombre que
atravesaba lentamente la habitación. ¿Newmarsh? Seguramente no. Newmarsh ni
siquiera tenía cincuenta años. ¿Cómo podía esta criatura canosa, delgada y
encorvada, ser el vivaz lord que Giles había conocido de manera casual una vez?
Pero cuando Giles vio el rostro del hombre, respiró hondo. ¡Era Newmarsh, por
amor de Dios! ¿Qué diablos le había ocurrido?
Él se levantó para sacar una silla para el tipo, demasiado atónito para hacer
cualquier otra cosa. Al menos no debería preocuparse de que Newmarsh intentara
asesinarlo.
El barón se acomodó en la silla de mal talante.
—Usted cree que ahora estoy decrépito, supongo.
—Ciertamente no—mintió Giles insulsamente mientras se sentaba.
Newmarsh llamó al criado y ordenó una botella de vino.
—Los doctores dicen que tengo un cáncer en el hígado. No esperan que sobreviva
el año.
La noticia conmocionó a Giles. No había ninguna palabra en la carta de
Newmarsh sobre estar enfermo.
—Por supuesto, ¿quién puede creer a estos médicos franceses, eh? —Newmarsh se
recostó en su silla para lanzar a Giles una mirada larga y penetrante—. Por eso hice
que Ravenswood lo enviara aquí. Quiero regresar a Inglaterra para consultar con los
médicos de allí. Y quiero ver a mi madre, ella es demasiado vieja para hacer el viaje a
Francia. Necesito que convenza a Ravenswood y a sus superiores para que me
permitan ir a casa.
Giles no había esperado eso.
—¿Por qué yo?
Newmarsh le miró de reojo.
—No nos andemos con rodeos, ¿de acuerdo? Ambos sabemos que usted es el que
robó esos documentos financieros de mi escritorio y los entregó al gobierno. Usted
es el “preocupado ciudadano” que los entregó, y el responsable de mi estado de
exilio actual.
Giles luchó para mantener sus rasgos ilegibles.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Está aquí, ¿no es así? —Ante el ceño fruncido de Giles, dijo—: He sabido que fue
usted desde hace mucho tiempo, Masters. Me atrevería a decir que robó esos
documentos durante esa maldita fiesta de disfraces que di.
Giles se tensó.
—Yo estaba de viaje en ese momento.
—¿Lo estaba? —El sirviente trajo el vino y sirvió dos vasos. Después de que él se
fuera, Newmarsh tomó un sorbo, entonces dijo—: Eso no es lo que su hermano me
dijo.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Giles.
—Mi hermano.
—¿No mencionó toparse conmigo en París ocho años atrás, mientras estaba en su
luna de miel?
—No—dijo Giles mientras se devanaba la mente.
—Estaba aquí con su primera esposa. Sarah, ¿correcto? —Ante el rígido
asentimiento de cabeza de Giles, dijo—. Siempre sospeché que los documentos
habían sido robados por alguien que Sully había timado, o uno de sus parientes, pero
eso abarcaba a un gran número de sospechosos. Sin embargo, el suicidio de vuestro
padre os convirtió a los dos en los candidatos más probables. Excepto que ambos
estaban supuestamente en Berkshire en ese momento.
Giles permaneció en silencio, asombrado de que el barón supiera tanto, y por unos
medios tan extraños, también.
—Cuando me encontré con Kirkwood en París, decidí ver qué podía averiguar. En
cuestión de segundos me di cuenta de que no había ideado mi ruina. Parecía
sorprendido al saber que estaba terminando mis días en Francia. Entonces le
pregunté por usted. Le dije que la última vez que le había visto fue en mi fiesta de
disfraces, la que él se había perdido.
Con una maldición, Giles derramó algo de su vino.
Newmarsh se recostó con una fría sonrisa.
—Me dijo: “Ajá, así que allí fue donde se fue corriendo”. Al parecer usted había
dejado Berkshire temprano, diciéndole a su madre que tenía que volver a la ciudad
para un juicio. Kirkwood siempre había asumido que usted había regresado a la
ciudad temprano para divertirte con las fulanas.
Un revoltijo comenzó en el estómago de Giles, que ni siquiera el vino calmaría.
—Me atrevería a decir que podría averiguar con certeza si usted estuvo allí—
continuó Newmarsh—. Alguien debe haberle visto en la ciudad o en la fiesta. No es
que eso importara. En el momento en que mencione que los documentos que me
implicaron en un crimen fueron robados de mi estudio, todo el mundo estará ansioso
por averiguar quién lo hizo. Alguien seguramente sabrá algo.
O recordará leer acerca de tal fiesta de disfraces en el libro de mi propia esposa.
Giles apretó los dientes.
—Expóngame, y usted también se expone. Hasta ahora, sin que nadie se enterara
de su perfidia, ha sido libre de vivir del dinero de su familia y relacionarse con sus
compatriotas en París sin temor al escándalo. Eso se terminaría.
—Ah, pero ya no me importa mi lugar en la sociedad. —La mirada de Newmarsh
se endureció—. Quiero ir a casa a morir. Y si no convence a Ravenswood y a sus
superiores para que lo permitan, revelaré el verdadero estado de cosas detrás del
juicio de Sully. Me atrevo a decir que no ayudará a su reputación ser calificado
públicamente como un ladrón. Algunos de sus amigos no serían tan amables.
La vieja ira se alzó en la garganta de Giles para ahogarlo.
—Tiene la audacia de chantajearme después de lo que le hizo a mi padre...
—Su padre se lo hizo a sí mismo. Debería haber sido más cuidadoso. Pero nunca
pudo resistirse a una inversión arriesgada, ¿verdad?
Giles se enfureció. Eso era cierto. Aunque Newmarsh había metido a su padre en
el arriesgado plan que Sully había urdido, su padre había elegido invertir.
—No sé si puedo convencer a Ravenswood para que lo permita —dijo Giles con
sinceridad—. Y aunque él esté de acuerdo, sus superiores podrían no estarlo. El
gobierno británico tiene una estricta política de no ceder nunca al chantaje.
Los labios de Newmarsh se afinaron en una línea cruel.
—Entonces usted mejor desearía que ellos torcieran esa política por usted. Porque
si no lo hacen, todos los periódicos de Londres tendrán la verdadera historia de lo
que sucedió con Sir John Sully. Y no creo que quiera eso.
Giles clavó fríamente los ojos en el hombre.
Newmarsh continuó:
—Lo arreglará porque tiene un futuro que quiere asegurar. Yo, por otra parte, no
tengo futuro. Y lo que pido es un pequeño inconveniente comparado con lo que
usted me hizo.
—¿Lo que yo le hice? Usted quiere decir, ¿impedir que arruinara a alguien más en
su afán por obtener una tajada de las ganancias fraudulentas de Sir John? —Su voz se
alzó con ira—. ¿Asegurarme de que el hijo de puta fuera ahorcado por quitar su
dinero a cientos de personas? Nunca habría sido llevado ante la justicia sin esos
documentos, y usted ciertamente no iba a darle la espalda.
Newmarsh no mostró ningún signo de remordimiento.
—Cierto. Y lo único que lamento es que no los escondí lo suficiente bien de gente
como usted. —Se recostó—. Dígame, ¿cómo cree que el estrado responderá a las
acusaciones de que uno de sus abogados ayudó al gobierno a presentar un caso
mediante la obtención ilegal de pruebas?
Sintiendo náuseas de solo pensarlo, Giles se levantó.
—Haré lo que pueda. Eso es todo lo que puedo prometer.
Cuando se volvió para marcharse, Newmarsh dijo:
—Tengo entendido que tiene una nueva esposa.
Un frío helado se precipitó por el cuello de Giles. Lentamente se enfrentó a
Newmarsh.
—Ella no tiene nada que ver con esto.
—Me atrevería a decir que ella no pensaría igual si las acciones pasadas de su
marido son llevadas a los periódicos.
Newmarsh tenía razón. ¿Cómo manejaría Minerva ver la reputación de su marido
sujeta a escrutinio, sus juicios cuestionados, cada uno de sus movimientos
examinados y vueltos a examinar por la prensa? Había vivido un escándalo en su
vida. Nunca podría pedirle que soportara otro.
Con voz menos aturdida de lo que se sentía, dijo:
—Usted fue claro, Newmarsh. Me encargaré de ello.
Pero al salir, se dio cuenta de lo precaria que era su posición. Había robado esos
papeles antes de que empezara a informar al Ministerio del Interior. Ardiendo con la
necesidad de venganza, y como una forma de compensar su propia vida
desperdiciada, había actuado precipitadamente. Para él, los fines habían justificado
los medios.
Desafortunadamente, los otros podrían no verlo de esa manera. No había mentido
acerca de la política del Gobierno en relación con el chantaje, ellos no iban a querer
ceder a las demandas de Newmarsh. Así que Giles tendría que ofrecerles algo que
ellos quisieran para ganar su conformidad.
Y sólo querían una cosa de él, que continuara trabajando.
Él juró mientras caminaba hacia el hotel. No quería volver a eso, maldita sea.
Quería recuperar su vida. Quería un futuro.
Si Minerva se enteraba de que los riesgos que había tomado hacía nueve años
habían regresado para arruinar sus vidas, perdería toda la fe que había puesto en él.
Eso haría su familia también. Todo el mundo lo haría. Volvería a ser el fracasado, el
desperdicio de un segundo hijo. Se negaba a hacer eso. Había trabajado demasiado
duro para dejar eso atrás.
Él podría tener suerte y el gobierno podría decidir torcer su política por él.
¿Y si no?
Ravenswood había dicho que lo querían lo suficiente como para ofrecerle favores
políticos. Y él sabía exactamente qué favor quería, aunque eso significara ceder al
chantaje de Newmarsh. Y volver a trabajar con Ravenswood.
¡Maldito fuera todo el infierno!
Ahora completamente enfurecido, entró en el hotel Bourbon, ignorando al dueño,
que trató de llamar su atención cuando entró. Después de subir las escaleras
apresuradamente, frenó sus pasos a los silenciosos que utilizaba cuando se movía
furtivamente intentando conseguir información. Fue un poco más difícil abrir la
puerta en silencio, pero se las arregló.
Así que fue un shock cuando la abrió para encontrar a Minerva sentada en la
cama, leyendo. Por un momento, esperó que hubiera estado esperando su regreso.
Pero cuando dejó el libro y le lanzó una mirada ansiosa, supo que era una esperanza
inútil.
—¿Dónde diablos fuiste? —preguntó, con los ojos mostrando pura traición.
Estaba en un gran problema.
Capítulo 20

Minerva lo observaba, con el estómago hundido, mientras Giles se quitaba el


abrigo y se volvía para colgarlo en el respaldo de una silla.
—¿Bien? Bajé al vestíbulo a buscarte, pero no estabas allí.
Se detuvo en el acto de desabotonarse el chaleco.
—Veo que todavía no confías en mí.
—No tenía nada que ver con la confianza. Tampoco podía dormir, así que pensé
que podíamos tomar una copa de vino juntos. —La verdad a medias se atascó en su
garganta. Obligándose a continuar, trató de no sonar como una esposa acusadora—.
Pero no estabas en el hotel.
Se quitó el chaleco y lo colocó con movimientos precisos sobre la silla.
—Cuando el vino no ayudó, di un paseo.
Su explicación era plausible, excepto por una cosa.
—El dueño del hotel dijo que no te había visto en el vestíbulo para nada. Parecía
creer que aún estabas arriba. —Cuando Giles se quedó en silencio, dijo en voz baja—.
Has prometido no mentirme.
—Y no lo haré—dijo bruscamente—. Simplemente no me hagas preguntas sobre
cosas que no te conciernen.
El cuchillo entró tan rápidamente que le tomó un momento reaccionar. Entonces el
dolor caló hasta el hueso.
—Entiendo—dijo con voz ahogada. Se dio vuelta para poner el libro en la mesita
de noche y levantó las mantas hasta la barbilla.
Giles maldijo entre dientes y se acercó a la cama.
—Maldita sea, Minerva, lo siento. No quise decir eso.
—Entonces, ¿qué quisiste decir? —Ella luchó para contener el temblor de su voz,
pero cuando él vaciló, eso fue imposible. Se volvió para mirarlo fijamente, el cuchillo
retorciéndose en su pecho—. ¿Estabas… estabas con una mujer?
—¡Una mujer!—exclamó con clara afrenta en su rostro—. Dios no. Nunca te haría
eso.
La vehemencia en su voz la hizo querer creerle.
Sin embargo, cuando vino al lado de la cama, sus ojos parecían perdidos.
—Tuve que ocuparme de un asunto de negocios —prosiguió—, y no quería que
pensaras que este viaje…que vinimos aquí…
—¿Por alguna razón que no sea una luna de miel? —preguntó.
—¡Sí! Exactamente. —Apresuradamente se quitó el resto de la ropa y se metió en
la cama a su lado—. Eso es todo. Lo juro.
De alguna manera sabía que había más que eso. Su nerviosismo más temprano en
el día, la mirada de pura conmoción en su rostro cuando atravesó la puerta para
encontrarla todavía despierta, todo decía que esto era más que un asunto de
negocios.
Por un lado, en primer lugar no había ninguna razón por la que no pudiera
haberle dicho eso. Por otro, ¿quién hacía negocios a altas horas de la noche? ¿Y por
qué no la miraba?
—Entonces, ¿de qué se trataba esta cuestión de negocios?—preguntó, observando
su rostro.
Su expresión se congeló. Todavía sin mirarla, se inclinó para apagar la vela.
—Como he dicho, nada que ver contigo.
El cuchillo se deslizó más profundo.
—¿Sabes qué?—dijo ella, luchando por una cierta apariencia de equilibrio—. Creo
que tienes razón, no hacerte preguntas probablemente es el curso de acción más
seguro. Al menos no tengo que oírte mentirme.
—Querida, por favor —comenzó, deslizando los brazos por su cintura.
—No lo hagas—susurró ella—. Ahora no.
Sabiamente, él se retiró.
Minerva le dio la espalda una vez más, luchando por no llorar. Se quedaron
tumbados allí en la oscuridad, ambos silenciosos. Ella podía sentir su respiración en
su cuello, sentir sus ojos perforándola, pero se negó a hacerle caso.
¿Qué había estado pensando, para creer que Giles podría cambiar por ella? Iba a
ser exactamente como todos esos hombres que le decían a sus esposas sólo lo que
querían oír. Que vivían vidas separadas. Él guardaría sus secretos y agregaría otros
nuevos, mientras esperaba que ella continuara en su propia esfera, totalmente
separada de la de él.
Al menos le permitía escribir sus libros. Probablemente era más de lo que podía
esperar de cualquier marido.
Excepto que ella había esperado más de él. Se había dejado llevar por la creencia de
que podrían tener un verdadero matrimonio, que con el tiempo llegaría a confiar en
ella lo suficiente como para decirle lo que era importante para él. La pérdida de esa
esperanza era casi demasiado para soportarla.
Se quedó tumbada allí, con el estómago agitado y los ojos ardiendo con las
lágrimas no derramadas. Esperaba que no hubiera estado con una mujer, eso la
destruiría. Parecía un poco demasiado desvergonzado para su viaje de boda, incluso
para él. Además, no olía a perfume francés. Ese pequeño dato la tranquilizó un poco.
Olía a vino, pero eso no era extraño; si realmente había estado haciendo negocios,
una bebida no era inusual.
Pero entonces, ¿por qué no podía contarle sobre este “negocio”? No tenía sentido.
Después de un rato, ella oyó que su respiración se volvía uniforme, y la ira
resurgió en ella otra vez. ¿Cómo podía dormir cuando había esta grieta entre ellos?
Su corazón estaba destrozado, y no le importaba. Pero, ¿cuándo Giles se había
preocupado por romperle el corazón?
Ella no podía dormir, era imposible. Solo había una cosa para eso. Deslizándose de
la cama, encendió una vela y se sentó en la silla junto a la ventana.
Lo miró. Dormía tan inocentemente como un niño, con el pecho levantándose y
cayendo en un ritmo suave que le hacía doler el corazón.
Había conseguido un marido muy guapo. ¿Qué les pasaba a las mujeres que
dejaban que tales cosas las cegaran? Primero, mamá, luego ella…
No soy tu padre, había aducido Giles. Pero, ¿y si era exactamente como su padre?
¿Qué haría ella?
No había nada que pudiera hacer. Ese era el problema con el matrimonio, una vez
que estabas dentro, estabas atrapada para siempre.
Pero, ¿cómo iba a seguir con él cuando sentía este desgarro en el tejido de su
alma?
Simplemente tendría que encontrar una manera de seguir adelante. No podía
dejar que siguiera haciéndole esto. El problema era que ya lo había dejado llegar
demasiado lejos bajo su piel. Había renunciado a su libertad, mientras él no había
renunciado a nada. Así que ella debía retirarse, encontrar una manera de protegerse.
Sólo había una cosa que funcionaba para eso, que la había sostenido a través de las
muertes de sus padres, a lo largo de las semanas posteriores después que Giles
hubiera roto su corazón, durante los largos y duros años de soportar la censura
pública y los chismes.
Tomó su libreta y lamió la punta de su lápiz. Las palabras brotaron en su cabeza,
los fragmentos cayeron en su lugar, fragmentos del juicio, imágenes de sus paseos
matutinos con Giles, la sensación de que su corazón se rompía dentro de ella...
Lentamente comenzó a escribir.

DURANTE SUS PRIMERAS dos noches con Minerva, Giles había dormido como
un hombre drogado. Drogado por el placer de ella en su cama, por la calidez de ella
en sus brazos, por la satisfacción que provenía de conocer a alguien lo
suficientemente bien como para dormir cómodamente juntos.
Pero no anoche. Se había despertado cerca de las dos de la madrugada para
encontrar una vela encendida. Recordando lo que había dicho acerca de levantarse
algunas veces para escribir, se había obligado a permanecer en silencio, escuchando
el sonido de su lápiz raspando.
Una vez le había echado una mirada furtiva. Estaba llorando, pero era como si
Minerva no supiera que estaba llorando. Ella sólo seguía raspando, como un artesano
con un martillo y un cincel, grabando vida en lo inanimado.
Giles había ansiado saber lo que estaba escribiendo. Estaba convirtiendo a Rockton
en un villano aún peor, muy probablemente.
Tal vez era lo que se merecía, pero mantuvo su silencio. No iba a arrastrarla a este
lío con Newmarsh, especialmente cuando la única forma de salir de eso podría ser la
de volver a vivir su doble vida. No podría contarle sobre eso, no lo aprobaría cuando
se diera cuenta de lo que implicaría. Además, tenía una débil esperanza de que
Ravenswood y sus superiores aceptaran el chantaje sin que él tuviera que renunciar a
su futuro por ello.
Por ahora, podía lidiar con su ira. Ella lo superaría. Tenía que superarlo. Estaban
casados.
Cuando se despertó dos horas después, seguía escribiendo febrilmente, pero
cuando finalmente se despertó de nuevo cerca del amanecer, la encontró a su lado en
la cama, durmiendo. Por un momento, se quedó allí, mirándola. Era tan hermosa. Y
demasiado inteligente y suspicaz para su propio bien. Debería haber sabido que
nunca podría manejar su reunión con Newmarsh sin que ella se diera cuenta.
¡Pero mierda, él era un hombre! Tenía derecho a vivir su vida sin su mujer
fisgoneando en sus asuntos. Su padre nunca le había dicho a su madre una maldita
cosa acerca de sus asuntos financieros.
Sí, y eso ciertamente había resultado bien. Su madre se había quedado viuda a la
edad de cincuenta años, obligada a la pobreza, y salvada sólo por el sacrificio de su
hijo mayor, que había tenido que casarse con una perra mentirosa por dinero. Pero
sólo después de que Giles lo hubiera separado del amor de su vida, otra heredera,
que podría haber salvado a la familia y a ella misma si se hubiera casado con David,
como todos esperaban.
Giles se estremeció. Tenía un historial de cosas echadas a perder. Oh, claro, se
había portado bien con Ravenswood en sus últimos años, y era competente en la sala
del tribunal, pero su juventud seguía volviendo para atormentarlo. ¿Cómo podría
soportar la expresión de su rostro si ella cayera en la cuenta de que lo había vuelto a
hacer?
No podría. Además, ella tenía el hábito de escribir cosas que no debía. Se volvió
para mirar el cuaderno que yacía sobre la mesa junto a la ventana. ¿Qué había
escrito? ¿Otro comentario perjudicial sobre su vida?
Miró de nuevo a donde Minerva todavía dormía y salió de la cama. No haría daño
mirar. Sólo para asegurarse de lo que había escrito. Así sabría cómo actuar.
Se dirigió sigilosamente a la mesa y abrió el cuaderno. Le tomó un momento
descifrar su horrible caligrafía antes de leer:
—Querido lector, hay momentos en la vida de una mujer cuando…
—¿Qué estás haciendo?—exclamó Minerva desde la cama.
Maldición, tenía el sueño ligero. Levantó la vista para encontrarla fulminándolo
con la mirada.
—Sólo tenía curiosidad por…
—¡Dame eso! —Ella prácticamente saltó de la cama y se precipitó a su lado para
agarrar su cuaderno, acunándolo en su pecho como un niño pequeño—. ¡No tienes
derecho!
—¿Por qué?—gruñó—. ¿Qué estás escribiendo ahora?
—Nada que ver contigo, no te preocupes. —Ella lo miró con ojos rojos, y la culpa
lo apuñaló—. Si puedes guardar secretos, yo también puedo.
Las palabras le golpearon como un puñetazo en el pecho. Le estaba pagando con
la misma moneda. Eso era de esperarse. Pero le sorprendió que le doliera tanto. Que
el pensamiento de Minerva ocultándole sus secretos abriera un agujero en sus tripas.
Bueno, estaría condenado si la dejara saber eso. Él enseñó su expresión de
indiferencia.
—No quise molestarte. Si no quieres que lea lo que escribes, no lo haré.
Sus palabras salieron más afrentadas de lo que le hubiera gustado, pero ella sólo
sorbió por la nariz y le dio la espalda.
Su silencio cayó como un peso en su pecho, y cuando ella se fue detrás de su
biombo para realizar sus abluciones y vestirse, él apretó los dientes. ¿Cuánto tiempo
lo castigaría? ¿Cuánto tiempo tendría que sufrir su frialdad?
Será mejor que no fuera demasiado tiempo. No era así como había esperado que
su matrimonio funcionara. Se sacudió la ropa, ahora completamente de mal humor,
aunque no estaba seguro con quién estaba más enojado, con ella o consigo mismo.
Salió de detrás del biombo con su enagua, bragas, medias y el corsé desatado. El
orgullo hizo que su mentón se contrajera mientras lo miraba fijamente.
—¿Podrías ayudarme con mi corsé por favor? Creo que puedo manejar el vestido.
Con un breve asentimiento hizo lo que ella le pedía, aunque estar tan cerca como
estaban era una tortura. Quería besarle el cuello, enterrar el rostro en su cabello,
pasar las manos sobre el cuerpo que había empezado a conocer muy bien. Quería
hacer el amor con ella, a pesar de que sospechaba que no era la manera de manejar
esto.
Ese era el problema. Por primera vez en muchos años, no sabía cómo comportarse.
¿Debería tratar de sacarla con humor de su estado de ánimo? ¿Seducirla?
Teniendo en cuenta cómo se alejó de él cuando terminó con su corsé, la seducción
no iba a funcionar en este momento. Esperaría el momento oportuno. No podía
permanecer enojada con él para siempre.
¿No? La última vez que la enfureció, ella se mantuvo lejos durante nueve años.
Él frunció el ceño. Eso era diferente. No habían compartido una cama. Ella lo
superaría con el tiempo. Tenía que superarlo.
Terminaron de vestirse en silencio, ambos conscientes de que tenían que estar en
el paquebote de vapor en poco tiempo. Él estaba ansioso por regresar a Londres y
descubrir lo que Ravenswood tenía que decir sobre Newmarsh.
Al menos en Londres no tendría que escabullirse. Siempre había incorporado sus
reuniones con Ravenswood en su día de trabajo. Le enviaría una nota a Ravenswood
esta noche y se encontraría con el hombre mañana temprano.
Su viaje en el paquebote de vapor parecía interminable. Trató de calmarse con el
flujo y reflujo del agua, pero sólo podía pensar en la mujer que estaba junto a él, tan
hermosa y muda.
Después de horas de eso, ya no podía soportarlo más. Cuando se acercaron al
estuario del Támesis, preguntó:
—¿Nunca volverás a hablar conmigo?
Ella le lanzó una larga mirada con los ojos entrecerrados.
—No seas absurdo.
—No quiero estar en conflicto contigo.
—Entonces no lo hagas.
¿Podría ser tan fácil? ¿Solo continuar como si nada hubiera pasado?
Estaban pasando la isla de Sheppey, por lo que puso a prueba su teoría contándole
una historia sobre él y su padre tomando un bote de remos por el Támesis hacia la
isla para ver una excéntrica tía suya que vivía allí. La habían encontrado excavando
fósiles en un pantano, usando pantalones de hombre y un sombrero grande.
Mientras describía para Minerva a su vieja tía en términos escandalosos, él
consiguió sacarle una sonrisa, luego una risa.
El alivio lo atravesó. Había tenido razón. Minerva no podía permanecer enojada
con él.
Pasaron el resto del viaje con más facilidad, y cuando llegaron a casa, parecía más
como de costumbre. Así que decidió presionar su suerte y llevarla a la cama. Para su
inmensa satisfacción, ella accedió.
Sin embargo, su satisfacción no duró mucho. No era que ella no participara en el
acto de hacer el amor. Ella no lo trató con frialdad, ni enojada. Y claramente ella
encontró su liberación al final.
Pero faltaba algo. No había nada de la exuberancia que ella había mostrado en sus
primeras dos noches juntos, nada de la cercanía. Y cuando terminó, ella le volvió la
espalda y se durmió, como si acabara de cumplir un deber y ahora hubiera
terminado con él.
Se dijo a sí mismo que eso también terminaría. En los días venideros, ella
superaría su molestia con él, y todo volvería a ser como era antes.
Tenía que hacerlo. Porque no sabía cómo lo soportaría si no lo hiciera.
Capítulo 21

En los siguientes días, sin embargo, las cosas no volvieron a ser como antes, y eso
estaba volviendo loco a Giles.
Ravenswood había sido llamado a su finca para encargarse de una emergencia allí,
por lo que Giles no podía llegar a él sin salir de la ciudad, lo que sus juicios no le
permitían. Y no podía escribirle al hombre: Ravenswood siempre había sido
inflexible acerca de no comunicarse por correo. Así que no tuvo más remedio que
esperar hasta que el vizconde regresó, irritado por tener el asunto en suspenso.
Tampoco ayudaba a su estado de ánimo que Minerva todavía mantenía una
distancia cortés incluso cuando estaban haciendo el amor. Oh, ella era lo
suficientemente cordial. Le contaba sobre su día y escuchaba mientras él le contaba
acerca del suyo. Comenzó a decorar la casa de la ciudad, convirtiéndola de un
edificio estéril que olía a aceite de linaza y aserrín a una casa que olía a flores y
limones. En todos los sentidos, se comportaba como una esposa.
O mejor dicho, como la imagen de una esposa de un hombre común y corriente,
una que se ocuparía de sus necesidades y no le molestaría con nada de sí misma. Si
Giles preguntaba por su libro, ella lo cerraba, diciendo sólo que iba viento en popa.
Ella nunca le decía cómo se sentía, nunca era juguetona o estaba enfadada con él. Sólo
estaba… allí, como una muñeca que él hubiera conjurado para compartir su cama.
Lo estaba volviendo loco. Cada noche trataba de romper su armadura, de traer de
vuelta a la vieja Minerva, pero aunque compartía su cama de buena gana y gritaba su
placer en sus brazos, luego todavía lo mantenía a distancia.
Trató de convencerse de que no importaba si no decía tonterías sobre los
sentimientos y cosas así. Nunca había querido eso. Las cosas eran como debían ser.
Con ella aceptando su papel como su esposa, él no tenía nada de qué preocuparse.
Sin embargo, se preocupaba de todos modos. La idea de seguir adelante con este
tipo de matrimonio formal hizo que un extraño pánico se apoderase de su pecho.
Peor aún, aunque tratara de no dejar que su rabioso deseo por ella le hiciera
comportarse como un idiota, cada vez que ella era impasible con él, eso hacía más
difícil refrenarse. Pero no iba a mendigar.
Así que cuando Ravenswood regresó a la ciudad y organizó una reunión con él,
estaba de un humor de perros.
La mañana después de recibir la nota de Ravenswood, Giles salió de la casa antes
de que Minerva estuviera despierta. No siempre era una madrugadora, dada su
costumbre de escribir a horas extrañas.
Ravenswood lo estaba esperando en el cobertizo para botes de Hyde Park.
Brevemente Giles explicó la situación con Newmarsh.
El vizconde tomó notas, frunciendo el ceño aquí y allá.
—¿Había adivinado el otro trabajo que hiciste para nosotros?
—No, no lo creo. Estaba muy concentrado en sus propios problemas.
—Menos mal. —Suspiró—. Aun así, nos ha puesto en una posición de lo peor.
—Me doy cuenta de eso. Y lamento que mis impulsivas acciones nueve años atrás
sean la causa de ello.
—Si no fuera por esas impulsivas acciones, nunca habríamos atrapado a Sully. Tú
puedes arrepentirse, pero no yo. —Ravenswood le buscó en la cara—. Te das cuenta
de que la política del gobierno británico no es…
—Ceder al chantaje. Sí, lo sé.
—De todos modos, tú no querrías que nosotros lo hiciéramos, ¿verdad?, después
de lo que él hizo.
—Preferiría ver al hombre pudrirse antes que se le permitiera regresar a
Inglaterra. Si alguien merece morir solo en Francia, es Newmarsh. —Giles apartó la
mirada—. Por desgracia, no ceder a su chantaje significa el final de mi futuro. Lo cual
es la razón por … —Se obligó a respirar profundamente—. La que estoy dispuesto a
volver a trabajar para ti, si eso es lo que se necesita para que tus superiores cumplan
con su chantaje.
Él podía sentir la mirada sorprendida de Ravenswood en él.
—Lo dices en serio.
Giles asintió.
—No veo que tenga mucha opción, si el gobierno no va a ceder ante su demanda
de otra manera.
—Eso no es cierto. Tienes otra opción. Puedes llamarlo como el farol del bastardo.
Incluso si hace lo que está amenazando hacer, no creo que las consecuencias sean tan
nefastas como él pronostica. Estabas actuando por tu cuenta. Eras joven y tonto. Y
estabas del lado correcto, mientras que él era un villano. El público nunca se pone de
parte del villano.
—Quizás. Pero no me arriesgaré a hacer pasar a mi familia, y a mi esposa, por otro
escándalo. Además, mi carrera estaría terminada... sin duda nunca sería Consejero
del Rey.
—Ah, pero ahora tienes amigos en lugares altos—dijo Ravenswood—. Podemos
hacer mucho tras bambalinas para enterrar la historia y asegurarnos de que
Newmarsh no llegue muy lejos con ella en la prensa.
—Incluso si pudieras manejar eso, no puedes evitar que sea inhabilitado como
abogado.
—Te sorprenderías de lo que podemos hacer. —Cuando Giles no dijo nada ante
eso, Ravenswood lo miró de cerca—. ¿No confías en mí? Seguramente no piensas que
te dejaríamos valerte solo después de todo lo que has hecho por tu país.
Giles se encontró con la mirada de su amigo.
—Sé cómo se juega el juego de la política.
—Eso puede ser cierto, pero nadie te abandonará, te lo juro.
—Preferiría no apostar mi futuro y mi carrera a eso.
—Y yo preferiría no tener un agente cuyo corazón ya no esté en ello—replicó
Ravenswood—. Eso no me sirve.
—¡Maldita sea, Ravenswood, me debes esto!
—No... como tu amigo, te debo más que esto. No voy a observarte volver a una
forma de vida que ya no te satisface, sólo porque crees que no puedes confiar en
nadie más que en ti mismo. —Ravenswood negó con la cabeza—. Has estado
haciendo este trabajo durante tanto tiempo que has olvidado cómo confiar en tus
amigos. Ten cuidado con eso. Si nunca pones tu vida en las manos de otra persona,
entonces realmente no puedes esperar que ellos pongan la suya en tus manos. A
largo plazo, nunca confiar en nadie es una manera difícil de vivir.
La declaración tomó a Giles por sorpresa. ¿Realmente había dejado de confiar en
las personas? ¿Ravenswood estaba en lo cierto?
Pensó en Minerva, en cómo había estado tan distante, tan reservada. ¿Era así como
él aparecía ante ella? ¿Por eso seguía tan enfadada con él?
—Te diré lo que voy a hacer —prosiguió Ravenswood—. Le preguntaré a mis
superiores si ellos estarían dispuestos a satisfacer la demanda de Newmarsh. Si se
niegan, como sospecho que lo harán, entonces hablaremos de nuevo, y tú puedes
decirme entonces qué quieres hacer. Eso te dará tiempo para pensarlo.
—Gracias —dijo Giles, aunque ya se había decidido—. Apreciaría eso.
Se volvió para irse, pero Ravenswood no había terminado con él.
—Por cierto, he descubierto algo de información sobre ese mapa de Plumtree.
Giles parpadeó. Se había olvidado por completo del bastardo. Tal vez esto era algo
en lo que podría hincar el diente mientras esperaba que Ravenswood le diera una
respuesta. Sin duda le ayudaría con Minerva. Ella seguramente se acercaría si él le
diera información decente sobre el papel de Plumtree en la muerte de sus padres.
—¿Qué te enteraste?—preguntó.
—En realidad, es un poco extraño. El mapa es una copia de uno que está en el
Museo Británico.
—¿Qué se supone que deba mostrar?
—Esa es la parte interesante. —Un brillo resplandeció en los ojos de
Ravenswood—. No vas a creer esto…

MINERVA SE SENTÓ en el escritorio de su estudio y trató de escribir, pero no


sirvió de nada. Se había sentido rara desde antes del amanecer, cuando había sentido
a Giles salir de la cama. Había pensado en preguntarle a dónde iba. Él se iba
temprano a trabajar algunos días, pero nunca tan temprano.
Pero no había preguntado. Era más fácil no preguntar que tratar con su mentira.
Aunque no creía que lo hubiera hecho desde Francia, ya no sabía qué esperar de él. Y
eso la estaba matando.
Acababa de decidirse a dar un paseo para despejar la cabeza, cuando el señor
Finch apareció en la puerta.
—Tiene varias visitas, señora... —comenzó, pero antes de que pudiera nombrarlos,
prácticamente toda su familia invadió la habitación: Oliver y María, Celia, Gabe,
Jarret y Annabel, la abuela, e incluso Freddy y su esposa Jane. El único que faltaba
era el hijastro de Jarret, George, que estaba en Burton, visitando a su otra familia.
Ella se levantó de un salto del placer. No se había dado cuenta de lo mucho que
había querido verlos hasta que aparecieron.
—¿Qué hacéis aquí? —exclamó mientras intercambiaba besos y abrazos con ellos.
La abuela miró alrededor de la habitación, con las cejas levantadas.
—Celia me dijo que le habías enviado una nota diciendo que tú y el señor Masters
no habíais ido a Bath después de todo, así que pensamos venir a verte. Pensamos
que ya era hora de ver dónde vivías.
Celia agarró las manos y se inclinó cerca para susurrar:
—Tú sonabas un poco decaída para mí, aunque no les dije eso.
Típico de su hermana adivinar lo que ella no se atrevía a decir. El matrimonio con
Giles no estaba resultando como esperaba. Pero ciertamente no quería que su familia
lo supiera.
—No, estoy perfectamente bien. —Ella ignoró la mirada escéptica que Celia le
disparó—. ¿Trajiste el mapa?
Celia asintió con la cabeza y se lo deslizó subrepticiamente. Minerva lo metió en el
bolsillo del delantal.
—¿Y qué es esta habitación? —preguntó la abuela—. Parece una biblioteca.
—Es el estudio que Giles montó para mí para poder escribir—dijo con orgullo
Minerva. Incluso con las cosas tan tensas entre ellos, la afectaba cada vez que
pensaba en su considerado regalo—. Él hizo construir las estanterías especialmente y
me compró ese escritorio, el sofá y todo.
—¡Qué maravilloso! —Annabel echó una mirada conocedora a Jarret—. Te dije
que él cuidaría bien de ella.
—No está aquí, ¿verdad?—dijo Jarret.
—Tenía que trabajar. —Minerva frunció el ceño a su hermano—. Tiene una
posición muy importante, ¿sabes?
—Podría escaparse si quisiera—replicó Jarret—. Siempre logró hacerlo antes,
desaparecer durante días, sin darle explicaciones a nadie.
Sí, y había comenzado a preguntarse sobre esas desapariciones. No la habían
molestado tanto antes, pero después de Calais...
—No tienes derecho a criticarlo por trabajar todo el tiempo—le dijo Annabel a su
marido—. Dijiste que sólo podías detenerte aquí por un minuto porque tienes una
reunión con el tonelero. ¿O lo habías olvidado?
—¡Maldición!—gritó Jarret. Se inclinó para presionar un beso en la mejilla de
Minerva—. Lo siento, hermanita, tengo que irme. —Se dirigió hacia la puerta, luego
se detuvo a mirarla—. Él te está tratando bien, ¿verdad?
Ella se pegó una sonrisa burlona a los labios.
—Excepto por las palizas nocturnas. Se están volviendo bastante molestas. —A
Jarret se le levantó la ceja y dijo—: Ahora vete, antes de que te pierdas la reunión.
—¿Él te pega?—dijo Freddy, con los ojos muy abiertos.
—Era una broma, muchacho—dijo Oliver, dando una palmada en el hombro de
Freddy—. Conoces a Minerva.
—Sí, querido, una broma—dijo la esposa de Freddy, aunque un momento antes
ella había parecido tan sorprendida como Freddy.
—¿Y bien? —dijo la abuela—. ¿Vas a enseñarnos el resto de la casa, muchacha?
—Siempre y cuando os deis cuenta de que está en proceso —dijo Minerva—.
Todavía tengo mucho que hacer para tenerla como me gustaría.
María la miró con atención.
—¿Y a Giles no le importa que te encargues de eso?
—Si le importa, no ha dicho una palabra.
—Entonces es un marido con más paciencia del crédito que le di—murmuró
Oliver.
Caminaron en grupo mientras Minerva les daba la gran gira, explicando lo que
pretendía hacer con los muebles. Ellos exclamaron oes y aes ante la chimenea de
jaspe, las molduras de antema en la sala de estar, la araña de cristal en el comedor
grande, y el fino tocador de Chippendale en el dormitorio principal.
—¿No tienes tu propio dormitorio? —preguntó Oliver al ver su cuaderno de notas
en una mesilla de noche y el diario de leyes de Giles en la otra—. María tiene el suyo,
aunque nunca lo use. —Él y su esposa intercambiaron una mirada conocedora que
crispó los nervios de Minerva.
—No quiero uno propio—replicó Minerva—. Estoy muy feliz de compartir el de
Giles.
—Además, necesitarán las habitaciones para sus hijos —dijo la abuela—. Estas
casas de ciudad nunca tienen suficientes habitaciones.
El comentario detuvo a Minerva en seco. ¿Cómo iba a traer niños a un matrimonio
donde los padres estaban en conflicto? Eso era demasiado parecido al matrimonio de
sus padres para su comodidad.
No, no podía soportar pensar en ello.
—Venga, vamos a ver el jardín.
Como si presintiera su oscuro humor, Oliver caminó al lado de ella.
—Él no saldrá todas las noches y te dejará aquí sola rumiando, ¿verdad?
Podía sentir la mirada escrutadora de su hermano en ella.
—Por supuesto que no—dijo espléndidamente.
—¿Ni siquiera a su club?—preguntó Oliver sorprendido.
—Él viene directamente a casa y cena conmigo—le dijo—. Así que no tienes nada
de qué preocuparte.
—Me alegra oírlo —dijo, aunque todavía no parecía convencido.
—Incluso Oliver se va a su club de vez en cuando. —María lanzó una sonrisa
tímida a su marido—. Pero nunca se queda fuera hasta tarde.
—No hay razón para hacerlo—dijo Oliver, dándole palmaditas en la mano—.
Tengo todo el entretenimiento que quiero en casa.
Gabe y Celia bufaron ante, pero Minerva sintió una punzada de desaliento. ¿Se
sentía Giles como Oliver, que prefería estar en casa con ella que en su club? ¿O
simplemente estaba guardando las apariencias en estos primeros días? ¿Estaría
pronto saliendo cada noche para encontrar entretenimiento más divertido?
Quería pensar que, con el tiempo, su matrimonio sería como el de su hermano,
pero Oliver y María estaban enamorados. Giles no lo estaba.
Sin embargo, había prometido fidelidad. También había prometido no mentirle, y
había roto esa promesa pocos días después de su boda.
—¿Qué hay aquí? —preguntó Gabe mientras pasaban por una puerta cerrada
cuando salían al jardín.
—El estudio de Giles.
Gabe abrió la puerta y entró.
Giles nunca le había dicho que no podía entrar, pero tampoco la había invitado a
pasar. La primera vez que entró sin permiso, poco después de su regreso de Calais,
había saltado en su silla, metido algo en un cajón del escritorio y preguntado con voz
algo cortante si había algo que ella deseaba.
Más tarde, demasiado curiosa para resistirse, había ido a ver lo que había estado
tan ansioso por esconder, pero todos los cajones de su escritorio estaban cerrados.
Eso le había recordado con dolorosa claridad que no estaba al tanto de todo en su
vida. Después de eso, lo había dejado en paz.
Probablemente por eso, mientras su familia se agolpaba en su interior, se sentía
incómoda. Lo cual era absurdo. No era como si Giles fuera Barba Azul o algo así,
escondiendo a esposas muertas en su armario.
—¡Dios mío! —exclamó Gabe—. Mira este lugar. Él está tan mal como tú.
Minerva parpadeó, luego miró a los estantes llenos de libros organizados primero
por categoría, luego alfabéticamente por autor. En su escritorio, el tintero se ubicaba
en una línea precisa con el soporte de la pluma de ganso y los sellos de lacre. No
había pensado en ello cuando lo vio por primera vez, pero ahora se echó a reír. Era
exactamente como los artículos en su propio escritorio. Ambos preferían mantener su
entorno bajo estricto control.
Celia se rio entre dientes.
—Gabe no puede imaginar a alguien prefiriendo el orden al caos que es su
escritorio.
Gabe frunció el ceño.
—No me gustan las cosas escondidas donde no puedo encontrarlas.
—Lo que significa que piensas que deben estar esparcidas por todas las superficies
disponibles—replicó Celia. Ella sonrió a Minerva—. Personalmente, me parece
bastante dulce que ambos mantengáis vuestros estudios tan ordenados.
—Gracias. —Una lástima que mantuvieran su matrimonio tan desordenado.
—Te hace preguntarte cómo son los dos en el dormitorio juntos—dijo entre
dientes Gabe—. Probablemente hacen el amor con los ojos cerrados. —Cuando todos
jadearon, Gabe dijo—: ¿Qué? Sabes que lo estabas pensando.
—No lo estaba pensando—replicó Freddy—. Pensaba que Masters tenía un
elegantísimo escritorio. Le pediré a mi suegro uno así en mi oficina. ¿Sabes dónde lo
consiguió?
Minerva quería besar a Freddy por cambiar de tema. Ella no quería hablar con sus
hermanos acerca de las proezas de Giles en el dormitorio, habrase visto.
Pero mientras respondía la pregunta de Freddy, los sacaba del despacho de Giles y
los conducía al jardín, no pudo evitar pensar que Gabe no estaba muy equivocado.
Giles era un poco demasiado controlado en la cama.
No es que no le diera placer. Sabía exactamente dónde tocarla, cómo tocarla, cómo
cautivarla, incluso cuando no quería ser cautivada.
Por desgracia, lo hacía con una curiosa falta de sentimiento, como si estuviera
tratando de ganar una competencia. Ella se había mantenido distante en un intento
de provocarle para que mostrara alguna emoción profunda, pero no había
funcionado. Eso estaba matándola.
Después de que su familia se fue, prometiendo que ella y Giles irían a cenar a
Halstead Hall pronto, regresó al estudio de su marido. El lugar realmente le
recordaba lo ordenado y controlado que él podía ser. No frío o tieso, solo…
curiosamente libre de compromiso.
Ella había intentado amurallar su corazón contra él, pero tampoco había
funcionado. Algo sobre la intimidad de compartir una cama con un hombre noche
tras noche hacía difícil mantenerlo a distancia.
Entonces, ¿dónde la dejaba esto? Pasó los dedos por la superficie del escritorio,
con sus cajones cerrados. ¿Cómo iba a hacer que un hombre como él se enamorara de
ella? ¿Era eso posible?
—Señora, tiene otra visita.
Preguntándose si alguien de la familia había vuelto a hablar con ella en privado,
levantó la vista para ver al mayordomo, el señor Finch, de pie en la puerta con el
señor Pinter a su lado.
El alivio la inundó. Ahora podría enterarse lo suficiente acerca de su recalcitrante
marido para descubrir un camino a su corazón.
Con una inclinación de cabeza al señor Finch, ella se levantó.
—Señor Pinter, qué bueno verle. Adelante.
Cuando el señor Finch frunció el ceño, ella le dirigió una mirada helada. Ahora
estaba casada, y no había nada impropio en que entretuviera a un amigo de la familia
en su propia casa, sin importar lo que pudiera pensar el nuevo y malhumorado
mayordomo de Giles.
—Perdóneme por entrometerme, señora Masters—dijo el señor Pinter con una
furtiva mirada al mayordomo, que irradiaba desaprobación—. Había pensado que su
marido podría estar en casa. Podría volver más tarde…
—Tonterías. Él estará aquí pronto. —Era una mentira descarada, pero al menos el
señor Finch no lo sabía. Giles ya le había dicho que podría no estar en casa hasta muy
tarde, debido a uno de sus juicios—. Tome asiento. Señor Finch, ¿si quisiera enviar a
una criada con un poco de té?
El señor Finch parecía menos molesto ahora que le habían hecho creer que el señor
Pinter no la estaba visitando a ella, a solas.
Tan pronto como el mayordomo se marchó de prisa, Minerva agarró el brazo del
señor Pinter y lo hizo sentarse a su lado en el sofá.
—Gracias a Dios que ha venido. Así que digame, ¿qué ha hecho exactamente mi
marido?
Capítulo 22

Media hora más tarde, Minerva estaba sentada en el sofá, su mente girando con
todo lo que el señor Pinter le había dicho acerca del barón Newmarsh, un hombre
llamado Sir John Sully y la conexión de los dos hombres con su marido.
—Hay algo más que debería saber—agregó Pinter.
Ella parpadeó. Lo que había descubierto ya había provocado un millón de
preguntas en su cabeza.
—¿Oh?
—He estado siguiendo a su marido durante los últimos días, deseando ver si hacía
algo que pudiera explicar esas desapariciones misteriosas que sus hermanos siempre
mencionaban.
—¿Y lo hizo? —preguntó temblorosa.
—No estoy seguro. Esta mañana se reunió con Lord Ravenswood, el subsecretario
de...
—Sé quién es—dijo, dejando escapar un suspiro—. Son amigos de la escuela.
—Los amigos de la escuela no se encuentran en cobertizos para botes en Hyde
Park al amanecer. No llegan por separado y se van por separado. No ponen mucho
cuidado para evitar ser vistos juntos.
Ella respiró hondo. Eso fue una sorpresa. ¿Por qué evitarían ser vistos juntos
cuando habían sido muy amables en la boda? ¿Qué significaba?
—¿Acertó a escuchar…?
—¿Qué diablos estás haciendo aquí con mi esposa, Pinter? —gruñó una voz
familiar desde la puerta.
Tanto ella como el señor Pinter se sobresaltaron. Con el corazón en la garganta,
levantó la vista para encontrar a Giles parado en la puerta, mirando con furia. Sólo
entonces ella se dio cuenta de cómo debía verse, los dos sentados cerca en el sofá,
hablando en susurros, como si compartieran confidencias.
Entonces ella silenció la molestia de culpabilidad. No había hecho nada malo.
Tenía derecho a consultar con el señor Pinter cualquier cosa que quisiera. De todos
modos, no era como si a Giles realmente le importara lo que ella hacía.
Aunque ciertamente parecía que le importaba. Se veía muy contrariado.
El señor Pinter se levantó abruptamente.
—Pensé que le haría una visita a los recién casados—mintió con facilidad—. Pero
no estabas aquí cuando llegué.
El enojo de Giles no pareció disminuir ni un ápice.
—¿Así que pensabas que mi ausencia te permitía acostarte con mi esposa en mi
propio estudio?
—¡Giles! —Minerva se puso en pie de un salto—. ¡Deja de ser grosero!
Su marido se acercó, con los ojos entrecerrados en rendijas.
—Seré lo que quiera. Esta es mi casa, mi estudio, y eres mi mujer.
—Esta es nuestra casa—dijo ella con firmeza—. O así asumí cuando te casaste
conmigo.
—Yo… um… debería irme—dijo el señor Pinter dirigiéndose hacia la puerta.
—Buena idea—dijo Giles con los dientes apretados, todavía mirándola
furiosamente. Justo cuando el señor Pinter pasaba a su lado, Giles se volvió y
gruñó—: Si alguna vez te vuelvo a encontrar a solas con mi esposa, te dejaré a las
puertas de la muerte a golpes, ¿entiendes?
—Oh, entiendo muy bien, señor—dijo el señor Pinter. Pero cuando se volvió para
dirigirse a la puerta, Minerva notó un destello de diversión en sus ojos.
Por supuesto que él se divertía. Los hombres siempre encontraban divertida
semejante actitud posesiva en otros hombres. Sin embargo, aunque siempre había
pensado que los celos eran una emoción grosera, los encontraba más bien excitantes
en Giles. Era la primera señal de que ella podría significar más para él que
simplemente una conveniencia.
No es que ella quisiera dejar que él se saliera con la suya. Tan pronto como oyó
que la puerta se cerraba, dijo:
—Estás siendo ridículo, ¿sabes? ¿Qué haces en casa tan temprano? Son apenas las
tres.
Eso sólo pareció enojarlo más.
—El juicio terminó al mediodía, y tonto que fui, pensé que vendría a pasar tiempo
con mi esposa. Poco sabía que ella tenía otros planes.
—Espero que no estés insinuando que estaba haciendo algo malo.
—¡Él estaba prácticamente en tu regazo!
—Disparates. Y apenas puedo creer que estés celoso del señor Pinter.
—No estoy celoso —dijo Giles obstinadamente.
—Entonces, ¿cómo llamas a esta exhibición de temperamento masculino?
Giles avanzó hacia ella con una mirada sombría, obligándola a retroceder.
—Yo la llamo hacer valer mis derechos como esposo. Tienes que admitir que tú y
él estabais en una actitud muy íntima cuando entré.
—Es un amigo de la familia —señaló ella, sin saber si estar enojada o encantada
por el comportamiento de Giles—. Siempre hemos sido cordiales.
—¡Cordiales! ¿Así es cómo lo llamas cuando un hombre está sentado demasiado
cerca, susurrando en tu oído, casi a punto de presionar un beso en tus labios?
Ella se echó a reír ante esa imagen escandalosa del mojigato señor Pinter.
—Has enloquecido.
—¿En serio? —Él la apoyó contra su estantería con una mirada febril en el rostro—
. Estabas mucho más afectuosa con él de lo que has estado conmigo estos últimos días.
—Plantando las manos a cada lado de los hombros, se inclinó más cerca—. Con él
estabas relajada y cómoda; conmigo eres una diosa fría, advirtiéndome que
mantenga la distancia.
Su diversión huyó.
—¿Es así? ¿Y qué hay de ti?, dímelo por favor. Todo lo que haces es mantener la
distancia. Así que no me acuses de…
Un chirrido en la puerta los alertó de la presencia de alguien. Giles se alejó de la
pared y miró furiosamente a la criada, que estaba murmurando disculpas.
—Ah, bien —dijo Minerva despreocupadamente—. Ahí está el té.
—Déjalo y vete, Mary —ordenó Giles—. Y cierra esa maldita puerta. No queremos
que nos molesten.
—S-sí, señor. —Mary entró corriendo para poner la bandeja sobre el escritorio, y
luego huyó, cerrando la puerta detrás de ella.
—Habla por ti. —Minerva miró fieramente a Giles—. Estoy muy contenta de ser
molestada cuando te comportas irracionalmente.
—No has empezado a verme comportarme irracionalmente, Minerva.
Con una fuerte inhalación pasó a su lado camino a la puerta, pero él bloqueó su
camino con un ceño fruncido.
—Quiero saber lo que Pinter te estaba diciendo con tanta confidencialidad.
¿Cuánto tiempo llevas encontrándote en secreto? ¿Exactamente qué tan cordiales
sois?
Ella imaginó que éste no era el momento de revelar que había contratado al señor
Pinter para descubrir sus secretos. O que tenía cientos de preguntas para él. Era
mejor esperar hasta que se hubiese calmado.
Ella le lanzó una mirada tormentosa.
—No he visto al señor Pinter desde la boda, idiota. Ciertamente no hay nada entre
nosotros, de lo que te darías cuenta si alguna vez pudieras confiar en mí.
Las palabras parecieron sacudirlo.
—Confío en ti.
—Sí, veo cuánto confías en mí. Crees que estoy teniendo una aventura con el señor
Pinter, de todas las personas. Menos de una semana después de nuestra boda. En tu
estudio.
Él tuvo el buen tino de verse inquieto.
—Tienes que admitir que los dos dabais la apariencia de muy...
—¿Íntimos? Sí, lo has dicho. Y tú tienes que admitir que ciertamente sería una
tonta por llevar a cabo un flirteo con la puerta abierta a la vista de todos los
sirvientes. Estás dejando que los celos te cieguen a los hechos.
—No son celos —protestó él—. Simplemente no quiero que la gente piense que mi
esposa podría estar…
Cuando se detuvo, ella lo miró con frialdad.
—¿Sí? ¿Podría estar qué? ¿Siendo visitada por un amigo de la familia? ¿Tienes la
audacia de preocuparte por mis acciones cuando hace menos de una semana, me
dejaste sola en un hotel para hacer Dios sabe qué, con una ligera explicación?
Ella pasó junto a él, ahora completamente enojada. Pero él la agarró desde atrás
por la cintura y la empujó contra él para sisear en su oído:
—Si alguna vez realmente pensara que estabas coqueteando con Pinter, al hombre
le haría algo más que golpearlo.
Ella se odió por ello, pero el borde posesivo en su voz la emocionó.
—¿Eso quiere decir que realmente no piensas que estoy coqueteando con Pinter?
—Ante su vacilación, espetó—. ¿Y bien?
Su brazo se apretó alrededor de su cintura.
—Todo lo que sé es que cuando lo vi sentado tan cerca de ti en ese sofá, quería
matarlo.
—Estabas celoso—aguijonó ella. Cuando se puso rígido, añadió—. Por una vez
siquiera en tu vida, sé honesto contigo mismo y conmigo, Giles. Estabas celoso.
Admítelo.
Él masculló un sucio juramento.
—Está bien. Estaba celoso. —Él apretó su boca contra su oído—. Nunca dejaría
que otro hombre te tuviera. Lo sabes, ¿verdad?
Ella no lo sabía. Pero ciertamente estaba contenta de saberlo ahora.
—Y yo nunca dejaría que otra mujer te tuviera, así que estamos empatados en
cuanto a eso.
—¿Es por eso que me has vuelto loco estos últimos días? ¿Manteniéndome a
distancia? ¿Porque realmente pensaste que estaba con otra mujer en Francia?
—¿Te he estado volviendo loco?—replicó ella.
—Sabes que lo has hecho—dijo él.
—Te lo mereces.
—Tal vez lo haga—dijo él con voz baja y ronca—, pero no por las razones que
piensas. Sólo te quiero a ti, Minerva. Nunca creas lo contrario.
—No sé qué creer contigo.
—Cree que te quiero a ti.
—Mi cuerpo, quieres decir.
—No sólo eso. Toda tú. —Subiendo la mano, él la cerró contra su pecho, y su voz
se entrecortó—. Tu corazón. Tu mente. Quiero a la mujer que me has negado desde
Francia. La mujer que se ríe conmigo, que se abre a mí.
Podía sentir que se endurecía contra su trasero, y eso la excitó. Estaba distinto de
antes, más… apasionado. Como si realmente sintiera algo por ella.
—Ya tienes a esa mujer, y ni siquiera sabes qué hacer con ella.
—Sé lo que quiero hacer con ella en este momento. —Él aplastó su mano sobre su
seno y bajó la voz hasta un gruñido ronco—. Quiero llevarla a la cama.
—No —susurró, sólo para ver lo que él haría.
—No me contradigas, amor —dijo con voz ahogada—. Hoy no.
La palabra amor la llevó al límite. Recordando cómo él había afirmado que nunca
sería capaz de “llevarlo a rastras por su excitación”, dijo:
—Muy bien. Pero sólo si lo hacemos a mi manera.
—¿Tu manera? —repitió.
—Tienes que tomarme aquí. Ahora.
—¿En mi estudio?—dijo, claramente desconcertado por la idea.
Nunca había intentado seducirla en ninguna otra parte, excepto en el dormitorio,
como si manteniéndola allí de alguna manera la mantuviera apartada del resto de su
vida. Bueno, ella estaba poniendo fin a eso.
—Sí. Oh, sí. —Se frotó contra él, encantada de ver que su sugerencia lo había
excitado aún más. Quería verle perder el control una vez siquiera. Quería verlo
extasiado—. Tómame como un animal, aquí mismo en tu estudio.
—Si te tomara como un animal, querida—habló él con voz áspera en su oído—, te
inclinaría sobre mi escritorio y te tomaría desde atrás.
En el momento en que Giles dijo las palabras, se arrepintió. ¿En qué estaba
pensando, proponer una cosa tan escandalosa a su mujer? No era una puta, por el
amor de Dios.
Así que se sorprendió al oírla decir:
—Sí. Haz eso.
Su pene respondió al instante. No tenía ningún problema en absoluto con la idea.
—No es… un hombre no… no con su esposa.
—¿Por qué no? ¿Hay un conjunto de reglas diferentes para las esposas que para
las mujeres ligeras? —Ella movió su trasero a lo largo de su carne rígida, y él pensó
que se volvería loco—. Es aquí y ahora, así, o nada. Dormiré sola esta noche si debo
hacerlo.
—Al diablo. —Eso es lo que ella quería, ¿verdad? ¿Él comportándose como una
bestia?
Entonces la complacería malditamente bien. La arrastró hacia su escritorio.
—¿Por qué quieres hacer esto?—gruñó mientras la empujaba hacia adelante hasta
que ella estuvo inclinada sobre el mobiliario con las manos apoyadas encima.
—Dijiste que no quieres que te mantenga a distancia —susurró mientras él le
levantaba las faldas—. Bueno, yo también quiero todo de ti. Te quiero como eres, no
a la pequeña parte de ti que ofreces cuando vienes a mí en nuestra cama. Quiero tu
corazón, tu mente e incluso tu alma. Quiero tu confianza.
Nunca confiar en nadie es una manera difícil de vivir.
Maldito Ravenswood por poner ese pensamiento en su cabeza.
—Quieres tenerme retorcido en tu dedo—gruñó.
—Sí —admitió ella sin una pizca de remordimiento.
—Tentadora cruel —masculló. Pero por el momento no le importaba. Estaba tan
famélico de ella, de la verdadera ella no la versión que le había estado dando, que
apenas podía pensar con claridad.
Se abrió torpemente los pantalones, frenético por su necesidad de ella. La visión
de Minerva con sus partes íntimas expuestas al aire, expuestas a él, estaba
alimentando su lujuria más allá de lo tolerable.
No le gustaba estar a sus órdenes, pero de todos modos lo estaba.
—Moza exigente. No descansarás hasta que me tengas jadeando a tus pies como
un perrito faldero.
Aunque temblaba un poco en sus brazos, se las arregló para reír.
—De alguna manera no puedo imaginarte como un perrito faldero. Te imagino
más como un esclavo de mis encantos femeninos.
En este momento, eso es lo que era. Él le separó las piernas con su rodilla, más
bruscamente de lo que debería.
—Dada tu posición actual, diría que tú eres la esclava.
Deslizó los dedos dentro de las bragas para acariciarla. Cuando la encontró
caliente, húmeda y lista para él, casi derramó su semilla allí mismo.
—Dios mío, te sientes tan bien… no sé cuánto tiempo pueda esperar para estar
dentro de ti.
—Recuérdame de nuevo, ¿quién es el esclavo aquí? —se burló ella.
—Maldita seas—siseó él mientras le bajaba de golpe las bragas y luego frotaba su
dura carne contra ella—. Disfrutas torturándome, ¿verdad?
—No más de lo que… lo que tú disfrutas torturándome. —Ella dejó escapar un
jadeo cuando él se deslizó en su interior sin previo aviso—. Noche tras noche…
suspendido sobre mí… sin perder nunca el control…
—Estoy de maravilla… perdiendo el control ahora—gruñó él mientras empezaba
a empujar fuerte, su respiración pesada y dificultosa.
—Bien —susurró ella.
Moza provocadora. Seductora enloquecedora. Ella lo quería a su merced, y Dios
sabía que lo estaba consiguiendo con este pequeño truco.
Pero él no iba a estar solo en todo este deseo. Metió la mano debajo de ella para
acariciar su pecho, amasándolo a través de la ropa. Su otra mano encontró su lugar
de placer y trabajó febrilmente.
—No estarás tan encantada… Si termino demasiado rápido. —Su voz se volvió
ronca mientras bombeaba dentro de ella, incapaz de contenerse—. Dios me ayude, ni
siquiera te he… besado… chupado tus encantadores pechos…
—¡No me importa! Tómame rápidamente. Muéstrame lo que quieres.
—Lo que quiero eres tú, cariño… tanto… no tienes ni idea. —Las palabras
brotaron de él, verdades irreflexivas que no podía dejar de admitir—. En todo lo que
pienso es en ti. En tenerte. En estar contigo como antes. Cuando eras verdaderamente
mía.
—Oh, Giles —susurró ella—. Siempre he sido tuya.
Las palabras le regocijaron y le hicieron entrar en pánico al mismo tiempo. No
podía dejar de empujarse dentro de ella, sosteniendo firmemente sus caderas para
poder estrellarse contra ella, una y otra vez, rápida y rudamente. Su necesidad sin
trabas aparentemente la excitaba, porque ella se retorcía y se meneaba debajo de él,
su respiración acelerada y su cuerpo temblando.
—Perdóname, cariño —exclamó—no puedo… tengo que… no puedo esperar…
Se metió en ella profundamente, provocando su clímax, lo que confirmó con el
grito de placer de Minerva. Y mientras derramaba su semilla dentro de ella con las
manos agarrandole sus caderas con fuerza, se deleitó de finalmente haberse abierto
paso hasta la verdadera Minerva. La que quería más allá de toda razón.
Después se quedaron allí respirando pesadamente, como purasangres después de
cruzar la línea de llegada. Por un momento, él saboreó la sensación de ella contra él,
su hermoso trasero y los muslos tan suaves que quería permanecer acunado en ellos
para siempre.
Pero su cuerpo ya se estaba relajando. Se apartó de ella, apenas capaz de creer que
acababa de tomar a su esposa sobre su escritorio. Era tan intensamente erótico que
sabía que estaría soñando con eso en las noches venideras.
Esperaba que ella también lo estuviera.
—¿Estás bien?—preguntó él.
—Estoy mucho mejor que bien—murmuró ella.
Satisfecho con eso, levantó sus bragas, le bajó las faldas y luego la atrajo hacia sus
brazos para poder besarla. Dios, cómo había extrañado tenerla así, ansiosa en sus
brazos, respondiendo beso por beso con salvaje abandono.
Cuando retrocedió, la ternura de su expresión fue un puñetazo en su tripa.
—No hay más muros entre nosotros, ¿de acuerdo? —susurró él.
Ella asintió.
—No más muros. —Ella acunó su cara, le dio un beso en la boca y se apartó de
él—. Por eso es hora de que me hables de Newmarsh, Sir John Sully, y lo que
realmente ocurrió esa noche en Calais.
Capítulo 23

Minerva podía decir que Giles no había estado esperando eso. Se quedó
paralizado.
—¿Qué… Cómo tú…? —Entonces el entendimiento vino sobre su cara, y él soltó
un mordaz juramento—. Por eso Pinter estaba aquí. Le pediste que me investigara.
Ella asintió, preparándose para soportar su ira.
—Supongo que le hablaste del robo de esos papeles —exclamó, alejándose de ella
para abotonarse la ropa interior y los pantalones—. Arriesgaste mi carrera y nuestro
futuro…
—No era un riesgo. Es muy discreto, y le aclaré que si alguna vez se lo contaba a
otra alma, tendría su cabeza en una bandeja. Pero tenía que hacer algo. Nunca me
ibas a decir la verdad. Y yo tenía que saberlo.
—¿Por qué? —espetó él—. ¿Por qué diablos es tan importante que sepas todo
sobre mi vida?
—Porque tú sabes todo sobre la mía.
Una mirada aturdida cruzó su rostro.
—Lo has sabido todo desde hace algún tiempo—prosiguió ella—. Lo que no te has
enterado por mi familia o directamente por mí, lo has deducido de mis novelas.
Quién soy. Lo que me importa. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Sin embargo, no
sé nada más de ti que los pequeños detalles que te dignas a dejarme ver.
Él se pasó los dedos por el cabello, claramente incómodo, y ella siguió adelante.
—¿No lo entiendes? ¿Cómo puedo ser una esposa para ti cuando guardas en
secreto tantas cosas sobre ti? ¿Cuándo ni siquiera confías en mí? Allí estabas,
robando papeles para vengar a tu padre, y me dejaste pensar...
— ¿Pinter te lo dijo? —interrumpió con voz ronca—. ¿Que robé esos papeles por
mi padre?
—El señor Pinter dijo que lo que robaste fue instrumental para llevar a Sir John
Sully a la justicia. Y que tu padre había perdido dinero en una inversión con el
hombre. Dijo que esa era la verdadera razón por la que tu padre se suicidó.
Giles la inmovilizó con una mirada oscura.
—¿Cómo demonios encontró todo eso?
—No lo sé. —Ella lo miró a los ojos con cautela—. Sólo dijo que lo tenía de una
alta autoridad. Entendí que su informante era alguien de alto rango en el gobierno.
Aunque el hombre conocía el asunto de los papeles, no sabía de dónde provenían.
Pero el señor Pinter lo juntó después de haber escuchado mi parte de la historia.
Cuando Giles murmuró una maldición y apartó la mirada de ella, siguió
precipitadamente:
—Lo que hiciste no es nada de qué avergonzarse. ¿Quién te puede culpar por
vengar la muerte de tu padre? Seguramente no pensaste que lo haría.
—Podrías—dijo con voz apagada—. Si supieras lo que podría resultar.
Ella respiró hondo.
—¿Quieres decir, por lo que sea que pasó en Calais?
Él le devolvió una mirada sorprendida.
—Vamos, Giles, sé que algo ocurrió en Calais para que te hayas molestado.
Estábamos teniendo una hermosa luna de miel hasta esa última noche. Y el señor
Pinter me dijo que el gobierno usó esos papeles para hacer que Newmarsh los
ayudara a enviar a Sir John a la horca. Que a cambio de su ayuda, Newmarsh fue
perdonado pero exiliado de Inglaterra y ahora vive en Francia. No puede ser una
coincidencia que tú quisieras que viajáramos allí.
A pesar de su maldición, ella continuó.
—Viste a Newmarsh en Calais, ¿verdad? Y te dijo algo alarmante. —Minerva rezó
para haber acertado, porque si no hubiera sido por eso que Giles había insistido en
esconder sus acciones esa noche, ella tendría que considerar posibilidades más
preocupantes.
Giles la miró un largo momento.
—Debería haber sabido que nunca te mantendrías apartada de eso. No está en tu
naturaleza dejar en paz a un hombre, permitirle mantener sus fracasos para sí
mismo...
—No tienes fracasos —protestó ella—. Te conozco lo suficientemente bien para
eso.
—Entonces no me conoces en absoluto. —Se dirigió a la ventana y se quedó
parado mirando hacia afuera—. Newmarsh se dio cuenta de que yo fui el que le robó
los papeles.
El corazón de Minerva saltó a su garganta.
—Por favor, dime que no fue lo que escribí lo que te delató.
—No, eso no. Dudo que alguna vez haya leído algo más que un listado de
carreras, mucho menos tus novelas. —Tomó un largo aliento—. Por casualidad, mi
hermano le hizo sospechar de la verdad. Y ahora Newmarsh está amenazando con ir
a la prensa si no convenzo al gobierno para que le permita volver a Inglaterra.
Su estómago se anudó.
—Oh, Señor. ¿Cómo se supone que vas a lograr eso?
Giles se quedó en silencio un largo momento.
—Yo… tengo conexiones que Newmarsh espera use en su beneficio.
Ella pensó en todo lo que le había dicho el señor Pinter.
—Supongo te refieres a Lord Ravenswood. ¿Es por eso que te reuniste con él esta
mañana temprano?
Giles se alejó de la ventana.
—Demonios, ¿cómo te enteraste?
—El señor Pinter te siguió.
—Maravilloso—estalló Giles—. Claramente estoy patinando. Ni siquiera noté que
el bastardo estaba cerca. —Le lanzó una mirada de traición—. ¿Por qué diablos
harías que Pinter hiciera eso? Ya fue lo suficientemente malo que tu abuela lo pusiera
a seguirme, pero oír que mi propia esposa le ha hecho investigarme, durante Dios
sabe cuánto tiempo...
—Sólo ha sido desde la boda, y no le dije que te siguiera. Sólo pensó que podría
averiguar por qué estás siempre desapareciendo tan misteriosamente. —Cuando
Giles se envaró, añadió apresuradamente—. De todos modos, ¿es por eso que te
encontraste en secreto con Lord Ravenswood? ¿Estabas discutiendo el problema de
Newmarsh?
Giles vaciló, luego asintió con la cabeza tensamente.
—Ravenswood es quien diseñó la acusación de Sully. Lo hizo como un favor para
mí. Y para hacer justicia con todas aquellas personas a quienes Sully les quitó su
fortuna.
—¿Su Señoría hará lo que le pediste? —susurró—. ¿Dejará que Newmarsh tenga lo
que desea?
—Me lo hará saber después de hablar con sus superiores. —Giles resopló—. Pero
el gobierno tiene una política estricta sobre el chantaje. No ceden sin una buena
razón.
—Aun así, a juzgar por lo que me dijo el señor Pinter, Lord Newmarsh es un
completo villano. Seguramente, aunque vaya a la prensa, las personas no le darán
crédito a lo que dice.
—Suenas como Ravenswood —gruñó Giles—. Ambos estáis muy seguros de que
lo correcto saldrá victorioso. Tengo menos fe en eso que vosotros. He visto a
demasiados criminales salir libres por ninguna otra razón que la falta de pruebas.
—¿Es eso lo que te preocupa de Newmarsh? ¿Que te arruinará en cierta forma?
—Si sale a la luz que robé esos papeles, seré inhabilitado como abogado—dijo él—
. Los abogados no miran amablemente a otros abogados que ganan juicios robando
pruebas. Es ilegal y posiblemente incluso punible con la muerte.
—¡Giles!
—Oh, no te preocupes, no me colgarán. Lo van a barrer debajo de la alfombra
tanto como puedan, pero la inhabilitación sigue siendo una clara posibilidad. —
Señaló los alrededores con un gesto de su mano—. Esta casa, estos muebles… todo
estaría instantáneamente más allá de nuestras posibilidades. Mi hermano nos daría
una mensualidad tan grande como pudiera permitirse, pero tendríamos que vivir de
su generosidad por el resto de nuestras vidas. Si Ravenswood no puede convencerlos
de dejar que Newmarsh regrese y no puedo resolverlo de otra manera, tu vida será
muy diferente de la que te prometí.
El entendimiento finalmente surgió.
—¿Es por eso que no me contaste que te reuniste con él en Calais? ¿Por lo que me
mentiste sobre dónde estabas? ¿Porque estabas preocupado por cómo tomaría esta
noticia?
—No mentí —dijo tercamente—. Fue una cuestión de negocios. Y sí, por eso no
revelé la verdad. ¿Cómo se supone que debía decirte que nuestras vidas podrían
haber terminado? ¿Que tu marido podría ser arrastrado a través de un escándalo que
podría teneros a ti y a tu familia una vez más en los periódicos?
—¡Eso no me importa!—gritó ella—. Solo me importas tú.
Él soltó una risa amarga.
—Hace unas semanas, me llamaste canalla y sinvergüenza. Me llevó un gran
esfuerzo convencerte de lo contrario. Así que perdóname si creí que estarías
encantada de saber que me había convertido en el fracaso que ya creías que era.
—Nunca pensé que eras un fracaso—dijo suavemente—. Sólo pensé que eras
imprudente e insensible. Como mis hermanos.
—Lo que exactamente este lío con Newmarsh prueba que soy—replicó.
—Eso no es cierto.
Él apartó la mirada, con el dolor apuñalando su rostro.
—Yo conocía la ley, pero no me importó. Hice lo que quería, por la fugaz
satisfacción de conseguir venganza.
—Esa no es la única razón por la que lo hiciste, ¿verdad?—señaló ella—. Querías
detener a Sir John y Newmarsh antes de que pudieran lastimar a otros.
—Pero si hubiera sido menos impetuoso, habría encontrado una manera legal de
atraparlos. Entonces habría ganado una justicia forjada en la ley, inquebrantable y
justa. No una justicia forjada en un castillo de naipes y que ahora ha regresado para
arruinarme.
Ella comenzó a ver por qué esto le molestaba tanto.
—¿Ravenswood sabía que habías robado los papeles?
Su mirada se deslizó hacia ella.
—Sí. ¿Por qué?
—Él siempre ha sido considerado como un hombre cuidadoso, lleno de buen
juicio. Sin embargo, se arriesgó a utilizar la información obtenida ilegalmente.
Porque sabía que a veces el fin justifica los medios.
Eso pareció hacerlo pensar un instante.
—Lo hizo porque era mi amigo y porque...
—Era lo correcto. —Aunque la expresión de Giles se cerró, ella continuó—. Es por
eso que nadie usó los documentos en la corte, ¿verdad? Para que la acusación fuera
legal. Pinter dijo que sólo usaron los papeles para forzar la mano de Newmarsh y
conseguir que cooperara con enviar a Sir John a la cárcel. Así que la justicia no se
construyó sobre un castillo de naipes.
—Sí, pero…
—¿Lamentas lo que hiciste?
Él parpadeó.
—¿Qué quieres decir?
—Parece como si lamentaras haber enviado a Sir John Sully a la cárcel.
Su mirada se clavó en la suya.
—Lamento no hacerlo de la manera correcta. Me arrepiento de ser un canalla tan
irreflexivo que ni siquiera lo intenté por medios legales. Lamento creerme por encima
de la ley. Sobre todo, lamento arriesgar todo mi futuro sólo para vengar a un hombre
que...
Se interrumpió con una maldición.
—Un hombre que ni siquiera se preocupaba lo suficiente por mantenerse con vida
y ocuparse de su propio lío —dijo suavemente. ¿Qué había dicho Giles el día de la
carrera de Gabe? Conocí los defectos de mi padre, como conozco los míos.
Giles parecía perdido ahora.
—He sido como él durante muchos años, egoísta, sin importarme el costo. Mi
hermano no lo era. Él sabía que nuestro padre nos arruinaría a todos. Él observó
cómo papá hacía inversiones cada vez más temerarias y me advirtió que un día
tendríamos que recoger los pedazos.
Se paseó por la habitación.
—¿Y cuál fue mi reacción? Me reí y le dije que estaba loco. Continué por mi alegre
camino, apostando y yendo de putas a través de Londres. Apenas ejercí mis estudios,
es un milagro que me invitaran a entrar en el Colegio de Abogados. La ley significó
poco para mí hasta el día en que mi padre…
Su expresión se enfrió.
—Después de que murió y nos dejó casi en la calle, quise compensar esos años, el
desperdicio que había sido mi vida. Newmarsh había sido amigo de mi padre. Él
convenció a muchos de sus amigos a invertir en el proyecto de Sully a cambio de
parte de los beneficios. Yo ya había imaginado eso cuando Newmarsh me invitó a su
fiesta.
—Estoy sorprendida de que incluso te invitara—intervino ella.
Una dura risa escapó de él.
—Creyó que me interesaba más el placer que recuperar el honor de la familia.
Pensó que no tenía nada de qué preocuparse. —Su voz se endureció—. Estaba
equivocado. Decidí que su fiesta era mi oportunidad de derrotarlo, y la tomé. Luego
llevé los papeles a Ravenswood, y él dijo que buscaría justicia si yo sólo estuviera de
acuerdo en...
Se detuvo, con una mirada de desazón cruzando su rostro.
—¿Si sólo estuvieras de acuerdo en qué? —aguijonó ella.
Él se restregó la cara y soltó una maldición.
—Giles, ¿qué te pidió Ravenswood?
—Supongo que ya no tiene sentido que no lo sepas. —Él la miró fijamente—.
Ravenswood me pidió que mantuviera mis ojos y oídos abiertos en la sociedad y…
en otra parte. Que le diera información de vez en cuando. Que revelara información
sobre mis colegas. —Él inspiró de manera entrecortada—. ¿Preguntaste acerca de mis
“misteriosas desapariciones”? De eso se trataba.
Ella lo miraba conmocionada.
—¿Eres un espía? ¿Para Ravenswood?
—Más como un informante. Para el Ministerio del Interior.
Ella se lo quedó mirando boquiabierta, apenas capaz de creerlo. Todo este tiempo
se había dicho que semejante idea era absurda. Sólo alguien como Giles frustraría
cada una de sus opiniones sobre él.
—¿Durante… durante todos estos años? ¿Desde aquella noche en la fiesta?
—Dimití cuando supe que tenía la oportunidad de ser Consejero del Rey. Pensé
que había terminado con todo hasta que Newmarsh le pidió a Ravenswood que me
reuniera con él en Calais.
—Oh, Dios mío. —Las piezas cayeron en su lugar por fin—. Por eso pudiste quitar
los cerrojos y mentir de manera tan convincente en la posada. ¿Por eso podías
parecer un sinvergüenza en un momento y un ciudadano responsable al día
siguiente?
Él se encogió de hombros.
—La gente dice cosas a un sinvergüenza que nunca diría a un ciudadano
responsable.
—Así que has estado interpretando el papel de sinvergüenza para ocultar tu
espionaje. —Ella había estado muy equivocada acerca de su verdadero carácter—.
¿Los saben mis hermanos?
—Nadie lo sabe—dijo en un tono de advertencia—. Si me hubiera salido con la
mía, tú nunca lo habrías sabido.
Eso la hirió.
—¿Por qué no?
—En primer lugar, ocurrió en el pasado, y yo esperaba poder dejarlo atrás. Por
otro lado, no se supone que deba discutirlo.
—¿Ni siquiera con tu esposa? —preguntó ella, incapaz de mantener el dolor
apartado de su voz.
De repente recordó lo que le había dicho ese día en el estanque. Hay cosas en mi
pasado de las que no puedo hablar contigo. Cosas que he hecho. Cosas que he sido. Y estaré
condenado si me explayo sobre éstas así no te preocuparás de que sea como tu padre.
—Especialmente con mi esposa—dijo a la defensiva—. Quien tiene la tendencia a
poner cosas sobre mí en sus novelas.
—¡Sólo porque desconocía la importancia de lo que estabas haciendo! Si me
hubiera dado cuenta de que eso era tan importante, no sólo para ti sino para el país,
nunca...
—Te dije que era importante—espetó él—. Te pedí que no lo revelaras a nadie, y lo
hiciste de todos modos, todo porque herí tu orgullo.
—No fue mi orgullo lo que heriste—exclamó ella—. ¡Estaba enamorada de ti,
idiota!
Cuando las palabras hicieron que la sangre desapareciera de su cara, ella se
maldijo por dejarle ver su vulnerabilidad. Pero no había vuelta atrás ahora.
—Estaba enamorada de ti, y me rompiste el corazón. Por eso escribí sobre ti en mis
libros.
Capítulo 24

Giles clavó los ojos en Minerva con incredulidad. ¿Había estado enamorada de
él?
—Pero… pero tenías sólo diecinueve años.
—Dios mío, Giles, para cuando nos dimos ese beso, había estado enamorada de ti
durante años. Desde que fuiste tan amable conmigo en el funeral de mamá y papá.
—Eso es enamoramiento, no amor—protestó.
—No me digas qué es el amor —dijo ella suavemente—. Sé si estaba enamorada o
no.
Y ahí fue cuando lo golpeó. Ella había dicho “estaba enamorada de ti”. No, “estoy
enamorada de ti”.
Demonios, ¿qué importancia tenía eso? No quería que ella estuviera enamorada de
él. ¿Verdad?
Minerva se apartó de él y se acercó para servirse un poco de té, aunque ahora tenía
que estar congelado. Sus manos temblaron cuando se llevó la taza a los labios. Ella
apenas tomó un sorbo antes de depositar la taza en el platillo.
Cuando volvió a hablar, fue con voz baja y titubeante.
—Te he adorado prácticamente durante la mitad de mi vida. Solía verte con mis
hermanos y rezaba para que algún día te fijaras en mí, me vieras como una mujer.
Él no tenía ni idea. Trató de rebuscar en los recuerdos de aquellos años, pero todo
lo que podía recordar era cómo había desperdiciado su vida en bebida, mujeres y
cartas. Había sido una larga bacanal después de que su padre se había suicidado.
La voz femenina se volvió más amarga.
—Pero nunca me viste como nada más que la tonta hermana de tus amigos. Hasta
aquella noche. —Ella lo miró, con lágrimas brillando en sus ojos, y él sintió algo
retorcerse en su pecho—. Estaba tan feliz de verte en esa fiesta. Por eso había ido allí,
con la esperanza de que estuvieras allí. Pensé que tal vez si me vieras con ese vestido
escotado, me desearías y te enamorarías locamente.
—Segurísimo que te deseé con ese vestido—dijo, queriendo desesperadamente
calmar su dolor—. Fuiste una revelación.
Ella arqueó una ceja.
—Sólo que no el tipo de revelación que querías.
—No, entonces, no. Mi vida era un caos. Mi padre acababa de suicidarse, y yo
estaba buscando justicia para él. Había comenzado a darme cuenta de que no podía
seguir con la misma conducta lamentable, pero no estaba seguro de cómo cambiar mi
camino. Añadir una mujer a ese desastre habría sido desalmado.
—Entonces deberías haberme dicho eso, en lugar de… —Ella agitó la mano—. Oh,
ya no importa. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
—Puedo decir por tu cara que sí importa. —Cuando ella no dijo nada, dijo—: No
quería hacerte daño. Ni entonces, ni ahora.
—Todavía no veo por qué no puedes tener fe en mi capacidad para guardar tus
secretos. Entiendo por qué no lo hiciste antes, pero después de casarnos...
—Es difícil para mí confiar en alguien—admitió—. Ravenswood dice que es
porque he pasado tantos años jugando a ambos lados de la valla, escondiendo mi
verdadero yo de todo el mundo, que ser reservado se ha hecho un hábito muy
arraigado.
—No es por eso—dijo ella.
Él la miró cautelosamente.
—¿Qué quieres decir?
Una expresión de compasión cruzó su rostro.
—No confías en otras personas porque no confías en ti.
Él inspiró profundamente.
—Confío en mí.
—Si lo hicieras, no te estarías castigando por lo que hiciste años atrás. No estarías
llamándote un fracaso por algo que está fuera de tu control ahora.
—No está totalmente fuera de mi control—dijo él entre dientes. Respiró
profundamente. Era hora de contarle lo peor—. Es posible que pueda salir de esto
aviniéndome a seguir trabajando como informante. El gobierno no quiere que
renuncie, así que si estoy de acuerdo en continuar, podrían ceder ante la demanda de
Newmarsh.
—¿Es eso lo que quieres?
—¡No, maldita sea! Pero no puedo ver ningún otro camino. Si no lo hago,
Newmarsh puede muy bien arruinarme. Arruinarnos.
—¿Y qué dice Lord Ravenswood de eso?
Giles negó con la cabeza.
—El maldito idiota dice que debería llamarlo el farol de Newmarsh y confiar en él
y sus superiores para asegurarse de que nada resulte de sus amenazas.
—Entonces, tal vez deberías escucharlo. —Ella se acercó para ahuecar su mejilla—.
Sé que debes haber hecho grandes cosas por ellos desde aquella noche años atrás. Y
he visto de primera mano lo bien que lo has hecho en la sala de un tribunal.
Seguramente eso contará más de lo que piensas.
—¿Lo hará? Sé lo fácil que pueden borrarse esas cosas por la política—dijo con voz
ronca.
—Creo que cosechamos lo que sembramos, y tú has sembrado lealtad, honor y
justicia durante muchos años. Es hora de que coseches eso mismo. —Ella le acarició
la mejilla—. Ravenswood claramente confía en ti, y sus superiores probablemente lo
hacen también. Ciertamente, yo confío en ti. Así que tal vez tú deberías considerar
confiar en nosotros, al menos un poco. No somos tu padre. No te abandonaremos
cuando nos necesites, te lo prometo.
Un nudo se alojó en su garganta.
—Puedo hacerte cumplir esa promesa, si soy expulsado para ejercer la profesión y
no puedo mantenerte.
—Tengo una herencia considerable que viene a mí, suponiendo que Gabe y Celia
se casen. Y está mi dote...
—No quiero el dinero de tu familia—dijo él con los dientes apretados—. No
después de todo lo que han dicho sobre mis motivos para casarme contigo.
—Pues entonces, siempre están mis libros—dijo con una sonrisa descarada—.
Entre esos ingresos y el dinero de tu hermano, podemos sobrevivir. —Sus
chispeantes ojos lo miraron—. Quizás haré que Rockton haga algo realmente
espectacular que lo volverá furor en los círculos literarios.
Él logró sonreír, conmovido profundamente por su disposición a hacer lo que
fuera necesario para salvarlo.
—¿Es por eso que me hiciste un villano en tus libros? ¿Porque te rompí el corazón?
Ella asintió.
¿Se había reparado su corazón? ¿Todavía lo amaba? Tenía miedo de preguntar,
asustado de cuál podría ser su respuesta. Asustado por lo que quería que fuera su
respuesta.
En lugar de eso, dijo:
—¿Y no fue como me dijiste en Calais, que escribiste sobre esa noche porque creías
que sería una buena historia?
—Fue una buena historia —bromeó—. Pero no, esa no fue la razón. En su mayor
parte lo hice para desahogar mi ira y mi dolor. Lo hago a veces. Es como dijiste ese
día en la posada, me da una sensación de poder sobre lo que pasó, incluso cuando sé
que no tengo poder.
—Tuviste más poder de lo que te diste cuenta esa noche—dijo suavemente—.
Nunca olvidé ese beso.
Ella dejó caer su mano de su rostro.
—No tomes una actitud condescendiente conmigo—susurró ella.
—Lo digo en serio. Todavía recuerdo tu vestido de raso dorado... con algo que lo
hacía sobresalir por los lados...
—Miriñaques —dijo ella con una voz baja—. Se llaman miriñaques.
—Tu pecho estaba medio desnudo, y llevabas un camafeo azul de una dama entre
tus hermosos pechos.
Su mirada se disparó hacia él.
—No puedo creer que lo recuerdes.
La mirada esperanzada en sus ojos casi lo mató.
—Oh, lo recuerdo muy bien. Ansiaba poner mi boca justo donde descansaba ese
camafeo. —Él la tomó en sus brazos—. Siempre he notado lo que llevas puesto. En el
baile del Día de San Valentín, llevabas un traje de noche rosa con mangas
abullonadas. Y ya te dije lo bien que recuerdo ese largo tirabuzón descansando sobre
tu seno en nuestra fiesta en Berkshire.
—La fiesta en la que te fuiste con una sensual viuda, ¿quieres decir? —dijo ella
agriamente.
Rozó un beso en su cabello.
—Eso fue algo que hice para Ravenswood. Quería que averiguara lo que ella sabía
de un agitador en la Cámara de los Comunes. Y lo averigüé para él.
—En su cama, lo más probable —dijo ella sorbiendo por la nariz.
—Preferiría haber estado en tu cama—le respondió, ya que no podía negar la
acusación—. No estaba mintiendo cuando te dije que me imaginaba tirando de ese
tirabuzón y viendo cómo tu cabello caía por tu cintura. —Él extendió la mano para
pasar sus dedos por su pelo y soltarlo de sus alfileres—. Así.
La besó, de repente necesitaba tranquilizarse de que ella lo hubiera perdonado por
aquella noche. Que podría volver a enamorarse de él. Incluso podría desear eso,
demonio egoísta que era.
Pero justo cuando estaba considerando tenderla en el sofá, llamaron a la puerta de
su estudio.
Él separó sus labios de los suyos con una maldición baja.
—¡Dije que no debía ser molestado!—ladró.
—Sí, señor —dijo Finch—. Pero ese tipo del Black Bull de Turnham insiste en
verle.
Mientras Giles inspiraba bruscamente, Minerva exclamó:
—¡Tu trampa ha funcionado ¡Desmond se tragó el anzuelo!
—Visto así.— Y maldijo al hombre por su momento inoportuno.
Aun así, eso lo distraería de qué hacer con Ravenswood y Newmarsh.
Se apresuró hacia la puerta, Giles la abrió para encontrar a Finch de pie allí con el
caballerizo al que Giles había pagado para mantenerlo informado de las acciones de
Desmond.
—Gracias, Finch —dijo Giles—. Ensilla un caballo para mí. Voy a Turnham.
—Y uno para mí también —dijo Minerva, esforzándose por volver a sujetar los
alfileres en el pelo.
Giles frunció el ceño, pero no anuló la orden. Quería oír lo que el caballerizo tenía
que decir primero. Después de que Finch se marchara, preguntó:
—¿Supongo que Plumtree está en la posada?
—Aye, sir —respondió el mozo—. Pero se fue casi tan pronto como llegó. Dijo que
iba a hacer algo de tiro al blanco.
—Un poco tarde en el día para disparar, ¿no?
—Le dije lo mismo, sir. Además, no lo vi llevar un arma con él. Me pareció muy
peculiar.
Recordando lo que Ravenswood había dicho sobre el mapa, Giles preguntó:
—¿Por casualidad tomó una pala?
Los ojos del mozo se abrieron ampliamente.
—Aye, sir. ¿Como supo?
—Una conjetura afortunada. ¿Estaba su hijo con él?
—Su hijo entró con él, pero no lo vi salir con él.
—Gracias por la información. —Giles metió la mano en el bolsillo, sacó un
soberano y lo presionó en la mano del hombre—. Y si alguien pregunta...
—Silencioso como una tumba, jefe—dijo el mozo—. No se preocupe por eso.
Cuando el hombre se marchó, Giles se acercó a su escritorio.
—¿Qué fue todo eso de una pala? —preguntó Minerva.
Giles abrió un cajón y sacó el mapa que había reproducido de memoria.
—Ravenswood averiguó de qué se trata el mapa.
—¿Oh?—preguntó ella, con excitación en la voz.
—Resulta que es una copia de uno en el Museo Británico que se encontró entre los
papeles que pertenecen a Henry Mainwaring.
—¿El almirante?
—Y bucanero. Algunos dicen que muestra dónde enterró su tesoro.
—¡Dios mío, es un mapa del tesoro! —Ella sacó una hoja de papel del bolsillo de
su delantal y la dejó junto al mapa que él había puesto sobre el escritorio.
—¿Qué es eso? —preguntó él.
—El mapa actual de la finca. Celia me lo trajo esta mañana cuando la familia vino
de visita. —Ella le dedicó una sonrisa astuta—. He tenido un día ajetreado, entre eso
y mi amorío salvaje con el señor Pinter.
—Mira, muchacha descarada, todavía estoy enfadado por ese pequeño incidente.
Ella se echó a reír, luego comenzó a examinar los dos mapas juntos.
—No veo cómo Desmond podría pensar que esto es un mapa del tesoro. Tiene una
marca extraña en el centro, pero si lo estoy leyendo bien y es realmente nuestra finca,
la marca cae en medio de lo que ahora es el estanque. Si Mainwaring enterró un
tesoro allí, Desmond nunca lo encontrará.
Giles resopló.
—Dudo que haya ningún tesoro. Tu primo es un tonto. —Él abrió otro cajón.
—Eso es cierto. Y, como quiera que sea, ¿el Almirante Mainwaring no murió en la
pobreza?
—Sí. —Giles sacó el maletín de sus pistolas de duelo—. Pero hay más en esa
historia. Después de que Mainwaring fue perdonado por el Rey por su piratería y se
convirtió en vicealmirante, existían rumores de que tenía un escondite secreto de
joyas de sus días como bucanero. Por desgracia para él, cuando Cromwell estaba
avanzando, Mainwaring compartió su suerte con el Rey y se vio obligado a huir a
Francia una vez que Cromwell ganó. Murió allí, lo que supuestamente es por lo qué
nunca regresó a Inglaterra para recuperar sus ganancias ilícitas.
Giles quitó las dos pistolas y la bolsa que contenía las municiones, la pólvora y los
demás objetos necesarios.
—Plumtree está loco si piensa encontrarlos en la propiedad familiar. Mainwaring
vivía en Dover. ¿Por qué escondería joyas cerca de Halstead Hall?
—Quizá porque se quedó allí en su camino al exilio —dijo Minerva mientras
pasaba los dedos por una línea en cada mapa.
Giles levantó bruscamente la mirada para encontrarse con la suya.
—¿Qué?
—¿No recuerdas que la abuela lo mencionó? Él era el vicealmirante que estaba de
visita en nuestra casa familiar cuando le dijeron que Cromwell quería su cabeza. Se
dirigió directamente a los muelles de Londres y se escondió en un barco capitaneado
por un amigo que lo sacó del país. No tuvo oportunidad de volver a casa.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Giles. Tal vez Plumtree no estaba
loco. ¿Y si Mainwaring hubiera enterrado un tesoro en los terrenos de la finca?
No, eso era absurdo.
—¿Por qué Mainwaring llevaría consigo una fortuna en joyas mientras visitaba a
sus amigos? Y aunque lo estuviera, ¿por qué no llevarla con él a Francia?
—No tengo idea. Sólo te estoy diciendo que él se quedó en Halstead Hall. Nunca
he oído nada sobre joyas.
Ahora Giles deseaba haber seguido a Plumtree aquel día para determinar
exactamente dónde el hombre estaba buscando este tesoro. Porque si Plumtree era
tan tonto como para pensar que el tesoro estaba enterrado en la finca Sharpe, y estaba
yendo a buscarlo el día en que los Sharpe murieron...
Giles comenzó a cargar las pistolas.
—¿Qué estás haciendo?—preguntó Minerva.
—No voy a buscar a tu primo sin armas—le dijo—. Incluso si sólo llevó una pala
con él.
—¿De verdad crees que es ahí hacia donde se dirige, a buscar un tesoro en nuestra
finca?
—¿Por qué no? Estamos a mediados del verano, tiene varias horas antes del
atardecer. Y si puedo atraparlo, podría obtener algunas respuestas de él.
Minerva plegó los dos mapas y los guardó en el bolsillo del delantal.
—Voy contigo.
—Antes muerto. —Metió una pistola en cada bolsillo de la chaqueta y se dirigió a
la puerta—. Una vez que llegue a la finca, iré a buscar a tus hermanos para que me
ayuden.
—No están en casa. Toda la familia está pasando el resto del día en la ciudad,
yendo de compras y al teatro. Nadie está en Halstead Hall excepto los sirvientes. Tú
no quieres involucrarlos y arriesgarte a que un montón de chismes descabellados
sean esparcidos hasta que estés seguro de que sea necesario. Ni siquiera sabes a
ciencia cierta que Plumtree está en la finca.
Él la miró furioso.
—Si lo está, puedo encargarme de él solo.
—¡Espera aquí un minuto! Deja que me cambie las botas.
Cuando ella voló por las escaleras, se quedó allí de pie, debatiendo. No la quería
cerca de Plumtree, sobre todo si el hombre había matado a los Sharpe.
Se dirigió hacia la puerta de entrada, pero ella lo alcanzó justo cuando estaba
bajando los escalones hacia la montura que lo esperaba.
—Estoy lista —dijo, sin aliento mientras corría detrás de él.
—No vas conmigo.
—Oh, sí, voy.
Él se detuvo en los escalones para mirarla fijamente.
—Escucha, querida...
—No te atrevas a usar ese tono conciliador conmigo, Giles Masters. Nunca les
funcionó a mis hermanos, y no funcionará contigo. Llévame contigo, y prometo hacer
lo que me digas. —Su voz se estranguló—. Pero no voy a dejarte ir solo a enfrentar a
mi primo mientras me quedo sentada aquí durante las próximas horas
preguntándome si estás vivo o muerto.
La preocupación en su rostro hizo que le doliera el pecho.
—Puedo cuidar de mí, amor. —Él tomó su barbilla en su mano—. He estado en
situaciones mucho más peligrosas.
—Pero esta vez, tú no tienes que hacer frente a la situación solo. —Ella le cubrió la
mano con la suya—. Déjame ir. Quiero ayudar.
—Si algo te ocurriera…
—Es Desmond, por el amor de Dios, no es exactamente un cerebro criminal. Y me
mantendré bien alejada de su camino. Mejor aún, una vez que nos aseguremos de
que está en la finca y donde exactamente, iré a buscarte ayuda.
Eso lo hizo detenerse.
—Por favor, Giles —dijo, con el corazón en los ojos—. Es hora de que empieces a
confiar en mí, ¿no crees? Me dejaste ir contigo cuando seguimos a Desmond y Ned a
la posada, y todo resultó muy bien. Incluso fui una ayuda, ¿no?
—Sí, pero…
—Esto no es diferente. En todo caso, es más seguro, estás armado esta vez. Y si
Ned está con él, no podrás encargarte de ambos. Necesitarás que vaya a buscar a
alguien.
—Ojalá no hubiera despachado a Pinter tan apresuradamente—murmuró.
—Pero lo hiciste, y no hay tiempo para ir a buscarlo. No sabes cuánto tiempo
estará Desmond ahí fuera. Tenemos que atraparlo in fraganti si queremos conseguir la
verdad de él.
Cuando él todavía vacilaba, ella agregó:
—Además, si no me dejas ir contigo, te seguiré.
Él la miró de reojo.
—Está bien, pero haz lo que te diga, ¿me oyes?
—Sí, Giles—dijo ella con un tono inusualmente obediente en el que él no confió ni
por un segundo.
Con un suspiro, la ayudó a montar su caballo, luego montó de un salto el suyo.
—Lo digo en serio, Minerva. —Él movió las riendas para hacerlas restallar.
—Confía en mí, no haré nada para ponerme en peligro.
¿Confiar en ella? Eso era muy difícil. Ravenswood podría pensar que no confiar
nunca en las personas era una forma difícil de vivir, pero confiar en ellos era más
difícil. Especialmente cuando la persona en quien estaba confiando era también la
persona que más le importaba.
Cabalgaron velozmente por las calles. Cuando salieron a la carretera que conducía
a Ealing, aumentaron aún más el ritmo. Inclinados sobre la montura para ganar
tiempo, cabalgaron en silencio.
A medida que se acercaban a la finca, Giles redujo el galope y empezó a
escudriñar el camino buscando señales de la calesa de Plumtree.
—No veo nada—dijo Minerva—. Espero que no se haya ido.
Giles alzó la vista hacia el sol.
—Lo dudo. Queda mucha luz. Probablemente no dejaría su aparejo donde
cualquiera pudiera venir y verlo. —Giró hacia el largo sendero que conducía al
pabellón de caza. Cuando tuvieron a la vista el camino al estanque, vio un caballo
atado a un árbol.
Movió su caballo lo bastante cerca de Minerva para empujar su rodilla y, cuando
ella lo miró, señaló al caballo. Ella asintió. Él se detuvo, y ella también.
Ambos desmontaron.
—Voy a buscarlo—murmuró él—. Parece que está solo, así que puedo controlarlo.
Toma los caballos y llévalos a la casa.
—¿Y si necesitas uno de ellos aquí?
—No lo necesitaré. El suyo está aquí, y si me lo pierdo porque ha ido en otra
dirección, no quiero que vea un caballo y se dé cuenta de que alguien ha adivinado
su juego. Tal vez nunca tengamos otra oportunidad de atraparlo haciendo lo que sea
que esté haciendo.
La preocupación se reflejaba en su rostro.
—Odio dejarte aquí sin un medio para escapar.
Él sonrió.
—Si supieras cuántas veces me he librado de situaciones peligrosas, muchacha
descarada, no estarías tan preocupada.
—No obstante, voy a buscar a un par de criados forzudos y los traeré de vuelta en
caso de que Desmond resulte terco, ¿de acuerdo?
Dándole golpecitos debajo la barbilla, dijo:
—Buena chica.
Él se volvió para irse y ella lo agarró del brazo. Cuando él le lanzó una mirada
interrogante, ella se estiró de puntillas y lo besó en la boca.
—Para la buena suerte—susurró ella.
Su expresión ansiosa tocó algo enterrado profundamente dentro de él. Y se le
ocurrió que cuando un hombre no confiaba en otros para que lo ayudaran, tampoco
tenía la oportunidad de verlos mostrar preocupación por él.
Con la sangre palpitante, miró su rostro encantador.
—Respóndeme una pregunta, cariño.
—¿Sí?
—Dijiste que estabas enamorada de mí hasta que te rompí el corazón. Desde
entonces, ¿has… es decir, crees que algún día podrías… —Era un tonto por
preguntar. Este no era el momento, y sin importar lo que ella contestara, lo distraería
de lo que tenía que hacer—. No importa.
Pero cuando él se volvió, ella susurró detrás de él.
—Sí, todavía estoy enamorada de ti. Siempre he estado enamorada de ti.
Él se congeló, luego siguió moviéndose, su mente agitada. Minerva lo amaba.
Estaba enamorada de él. Y se dio cuenta de que había estado esperando escuchar esas
palabras toda su vida. A la espera de que alguien viera que no era sólo el segundo
hijo sinvergüenza, no era un fracasado que en otro tiempo había arruinado la vida de
su hermano y tomado un montón de decisiones estúpidas en su juventud.
El hecho de que fuera Minerva quien lo veía así hizo que su corazón se alegrara.
El caballo de Plumtree relinchó, llevándolo de nuevo al presente. Tenía que
mantenerse centrado.
Buscó señales de un sendero en el bosque que no fuera el del estanque, ya que no
había visto ningún indicio de excavación cerca de allí el día que él y Minerva se
habían ido a nadar.
Pero antes incluso de encontrar la abertura en el matorral, oyó el sonido
inconfundible de una pala golpeando suelo rocoso.
Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y la cerró alrededor de la culata de
una pistola. Es hora de averiguar de una vez por todas lo que Desmond Plumtree
sabía de la muerte de los Sharpe.

MINERVA NO SE DIRIGIÓ a Halstead Hall de inmediato. Por un lado, quería


asegurarse de que sabía exactamente por dónde entraba Giles en el bosque, así
podría encontrarlo cuando regresara. Por otro, se preguntaba acerca de su reacción a
lo que había dicho.
Sabía que la había oído. Ese momento de infarto cuando él se había detenido le
había confirmado eso. Incluso comprendió por qué él podría no haber respondido
nada. No era exactamente el momento ni el lugar para una confesión de amor.
De hecho, no estaba segura de por qué lo había soltado, excepto que cuando él le
preguntó sobre cómo se había sentido una vez, se había visto tan tenso, casi dudoso
de su respuesta. En ese momento, habría hecho cualquier cosa para borrar esa
mirada de su rostro.
Y ahora se iba a pelear con Desmond, y ella podría no enterarse nunca si él sentía
lo mismo.
Ella se puso rígida. No, no pensaría de esa manera. No iba a resultar herido. Podía
cuidarse. Después de todo, era un espía.
Su marido, un agente secreto del Ministerio del Interior. Era para volverse loca.
Tomando nota de dónde había entrado en el bosque, puso el pie en el estribo para
montar su caballo, entonces se quedó inmóvil cuando una voz familiar dijo:
—Bueno, si no es mi querida prima Minerva.
Su estómago se desplomó mientras sacaba el pie del estribo y se volvía para
encontrar a Ned parado allí, mirándola con evidente suspicacia. Más allá de ellos, a
poca distancia atrás, estaba su caballo. Él debió de haberla visto y desmontado para
no alertarla de su presencia. Eso no era bueno.
—¡Ned! —exclamó, tratando de sonar contenta—. Qué lindo verte. ¿Qué estás
haciendo aquí?
—Me preguntaba lo mismo. —Su mirada se deslizó sobre los caballos—. ¿No estás
casada y viviendo en una casa grande en Londres ahora?
—¿No puedo volver a casa de visita?
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—Esto es un poco lejos del camino, me parece. ¿Y a dónde ha ido tu marido?
¿Sabía que Giles estaba aquí y se dirigía hacia Desmond? Si ella mentía y decía que
estaba aquí con otra persona, y él había visto a Giles, entonces sabría que algo estaba
pasando.
Mejor no arriesgarse.
—Él se fue a encontrar una buena ubicación para nuestro picnic mientras yo
sostengo los caballos. Dijo que hay un estanque cerca de aquí.
—Es verdad. Pero no tienes una canasta de picnic.
Ella pensó rápidamente.
—Él lleva la canasta con él.
—Vamos, ¿por qué llevaría la canasta cuando podría haberla dejado contigo? E
incluso si la llevara, ¿por qué te preparabas para subir a tu caballo y marcharte
cuando me acerqué?
Incapaz de refutar eso, ella se puso a la ofensiva.
—¿Por qué haces todas estas preguntas groseras? —replicó ella con la voz más alta
que pudo reunir—. Esta es mi casa, y puedo venir aquí cuando quiera, hacer lo que
quiera. Así que si me disculpas, voy a ver a dónde ha desaparecido Giles.
Sin embargo, antes de que pudiera rodear el caballo, Ned se acercó para presionar
un cuchillo en su costado.
—No lo creo, prima.
Su estómago se cerró en un nudo.
—Ned—dijo firmemente—, ¿qué diablos estás haciendo? ¡Guarda ese cuchillo!
¡Soy tu prima, por amor de Dios!
—Sí, y mucho bien que eso me ha hecho. Mi padre y yo tenemos la oportunidad
de salvar la fábrica de algodón, y no dejaré que lo estropees.
—No tengo intención de estropear nada —susurró ella. No podía luchar contra él;
tenía un arma y ella no. Podría tenerla destripada antes incluso de gritar—. No me
importa por qué estás aquí. Puedes hacer lo que quieras, si me dejas ir a buscar a mi
marido.
—Vamos a ir a buscarlo, de acuerdo. A estas alturas, podría haber ido y vuelto al
estanque dos veces. Así que espero que no esté en el estanque. Y afirmo que sabes
eso.
Oh, no. Sólo Dios sabía cómo reaccionaría Giles al ver a Ned sosteniendo un
cuchillo sobre ella.
—No queremos ningún problema. Sólo déjame tomar los caballos y...
—¡Cállate, maldita seas! Y empieza a caminar. —Él la obligó a entrar en el bosque,
manteniendo el cuchillo apretado en la parte baja de la espalda. Ella consideró
tropezar pero temía que pudiera tropezar del lado equivocado y que la apuñalara.
Además, una pelea con Ned podía distraer a Giles mientras se encargaba de
Desmond.
Delante de ella, podía oír el sonido de una pala golpeando algo. Probablemente
Desmond estaba cavando, lo que significaba que Giles aún no lo había alcanzado.
Tenía que dar tiempo a Giles. La única forma en que ambos saldrían de allí sanos y
salvos sería si Giles se ocupaba de Desmond antes de que ella y Ned pudieran
alcanzarlos.
Caminó lo más lentamente posible, arrastrando los pies, fingiendo tener
problemas para superar los troncos y las rocas.
—No sé qué te pasa. Estás siendo ridículo, y esto es...
—¡Dije que te callaras!—siseó. Para su horror, la agarró de la cintura y colocó el
cuchillo en su garganta. Siguió susurrándole al oído mientras la empujaba—.
Siempre has sido una entrometida. Tenías que avergonzar a la familia con esos libros
de mala muerte. Y a la tía Hetty ni siquiera le preocupa... ella os da todo, mientras
que nosotros no recibimos una maldita cosa.
Ella se abstuvo de señalar que su padre había heredado la fábrica de algodón del
hermano de la abuela. Simplemente él no lo había hecho tan bien como la abuela lo
había hecho con la cervecera.
—Estoy segura de que la abuela ha puesto a tu familia en el testamento con una
buena suma.
Él bufó.
—No con todos vosotros casándose y teniendo mocosos. Ella no nos dejará nada
ahora. Merecemos el tesoro. Tenéis todo lo demás, no os dejaré tener eso también, ¿me
oyes? No después de lo duro que hemos trabajado buscándolo.
—¿Tesoro? ¿De qué estás hablando?—dijo ella, tratando de esconder su terror al
pensar en el cuchillo en su garganta, un resbalón y ella podría morir.
—Shh—susurró él—. La excavación se ha detenido.
Sí, se había detenido. ¿Eso significaba que Giles los había oído? ¿Que había
encontrado a Desmond? ¿O Desmond estaba descansando?
Momentos después, salieron a un claro para encontrar a Giles parado junto a
Desmond, con una pistola en la cabeza del hombre. Su primo sudaba pesadamente, y
la pala estaba a sus pies.
Tan pronto como Giles la vio a ella y a Ned, la sangre desapareció de su rostro. Su
mirada se encontró con la suya, desolada por la preocupación, pero cuando la volvió
a Ned tenía una intención mortal.
—Veo que estás tratando de morir, Ned—dijo—. O como mínimo, matar a tu
padre.
—¡No te atreverías! —gritó Ned—. Si lo haces, yo lo haré... ¡Voy a cortar la
garganta de Minerva, lo juro!
—Entonces tú y tu padre moriréis. —Giles sacó su otra pistola del bolsillo para
apuntarla a la cabeza de Ned—. Ese tesoro no te servirá de mucho, ¿verdad?
—¡Deja de ser un idiota, hijo! —dijo Desmond con voz ronca y ojos desorbitados y
salvajes—. ¡Déjala ir! ¡Ella es tu prima, por el amor de Dios!
El cuchillo tembló en su garganta.
—Ella lo tiene todo— dijo Ned, quejumbroso—. Todos ellos. ¡No es justo!
Giles lo miró fijamente.
—No tienes una buena salida a esto, hombre. Podrías aceptarlo y dejarla ir.
—¿Así puedes hacer que nos arresten a mi padre y a mí por entrar ilegalmente, o
por alguna otra acusación falsa? Vi a tus amigos en la boda, todos esos caballeros
importantes. Te asegurarás de que mi padre y yo seamos arruinados.
—No te hará nada, te lo prometo —le animó Minerva—. No lo dejaré. Después de
todo, eres familia.
—Eso es lo que dices ahora —replicó Ned—, pero en cuanto te deje ir, nos harás
encerrar a los dos.
—¿No crees que te encerrarán por matarla, idiota? —exclamó Desmond—. ¡Ellos
te colgarán! Deja de ser tonto y piensa, por una vez siquiera en tu vida.
Ante los insultos de su padre, Ned se puso rígido.
—Sólo por eso, la llevaré conmigo y te dejaré aquí con Masters. Dejaré que te
mate, ¿qué me importa? —Él apretó su brazo alrededor de su cintura y comenzó a
tratar de obligarla a retroceder por el camino que habían venido.
—¡Espera! —gritó Giles. —¿Y si aceptamos no entregaros a las autoridades? Y
ayudarte a encontrar el tesoro.
—Tenemos un mejor mapa de la finca —dijo Minerva, jugando con la estrategia de
Giles—. Está en el bolsillo de mi delantal. —Si pudiera conseguir que Ned sacara ese
cuchillo de su garganta…—. Compáralo con tu mapa y verás exactamente dónde está
enterrado el tesoro.
—¿Cómo sabías de nuestro mapa?—masculló Desmond.
—Tengo mis fuentes—dijo Giles—. Y me dicen que tienes un mapa que lleva a
donde Mainwaring enterró algunas joyas.
Desmond negó con la cabeza.
—No joyas, oro español, que vale una fortuna.
—¡Bueno, no vas a ver ni un gramo si no consigues que tu maldito hijo deje ir a mi
esposa! —Giles gruñó.
—¡Ned, por favor! —exclamó Desmond.
—Ese otro mapa tuyo —le dijo Ned al oído—. ¿De verdad crees que podrías
encontrar el oro con él?
—Ya los he puesto uno contra el otro para comparar—dijo ella—. Me parece que el
oro está enterrado justo al lado del estanque. Si sacas el mapa del bolsillo de mi
delantal, te lo mostraré.
Ned vaciló, pero la codicia ganó. Deslizó su mano hasta el bolsillo de su delantal,
soltando un gruñido cuando lo palmeó y oyó el crujido de papel. Y mientras
deslizaba una mano dentro del bolsillo, tanteando por el mapa, su otra mano apartó
el cuchillo de su garganta, tal como había esperado.
En ese instante, ella clavó el talón de su media bota en su empeine tan fuerte como
pudo y cayó al suelo.
Giles disparó, la bala pasó silbando sobre su cabeza. Y Ned cayó.
Capítulo 25

Mientras el humo nublaba el claro, Giles arrojó su pistola a un lado y corrió hacia
Minerva. Había visto el brillo en sus ojos momentos antes de que pisara con fuerza el
pie de Ned y se había preparado para cualquier cosa. Ahora el corazón estaba a
punto de salírsele del pecho ante la idea de que podría haberle disparado, a pesar de
que Ned era el que se retorcía en el suelo, gritando por su hombro.
Lo primero que vio cuando la alcanzó fue la sangre salpicada por todo su bonito
vestido.
—¡Oh, Dios, Minerva! —gritó mientras se arrodillaba a su lado.
—Estoy bien—dijo—. Es toda suya, mi amor. No es mía.
Encontró el cuchillo de Ned y lo tiró al bosque, luego se metió la otra pistola en el
bolsillo para poder estrecharla. ¿Qué habría hecho si la hubiera perdido? No habría
sobrevivido.
De repente, ella se puso rígida y siseó:
—¡Giles, detrás de ti! Desmond…
Él se alejó rodando con ella en sus brazos, tratando de alcanzar su pistola cuando
la pala cayó a escasos centímetros de su cabeza. Antes de que Desmond pudiera
recuperarla, Giles lo apuntó con la pistola.
—Juro que te mataré—dijo él, dejando que la ira se apoderara de él—. A ti y a ese
maldito hijo tuyo.
Con un juramento, Desmond bajó la pala.
Giles se levantó sin dejar nunca de apuntar al hombre con la pistola.
Detrás de él, Ned gimió:
—¡Me estoy muriendo, os lo digo! ¡No podéis dejarme morir!
—No te estás muriendo, Ned —le oyó decir a Minerva—. Parece que la bala
atravesó limpiamente tu hombro. Vivirás.
—Peor que peor—dijo Giles mordiendo las palabras.
—Ahora quédate quieto y déjame vendarte antes de que pierdas más sangre,
¿quieres?—dijo Minerva.
—Puedes dejar que se desangre hasta morir por todo lo que me importa —gruñó
Giles.
—Aún es mi primo—dijo ella—. Y no necesitas una muerte en tus manos.
Especialmente cuando estás a punto de convertirte en un C.R.
—Tiene razón, Masters—dijo Desmond, apartándose de él—. No hay razón para
dejar que esto se haga público. Mantente callado sobre la torpeza de Ned, y me
quedaré callado acerca de que le disparaste. Incluso te daremos parte del tesoro.
Como el cincuenta por ciento, no, el sesenta por ciento del oro que encontremos.
Ahora era su oportunidad de descubrir cómo esta búsqueda del tesoro se
relacionaba con los asesinatos. Pretendiendo considerar la oferta de Desmond, Giles
dijo:
—¿Cómo puedes estar seguro de que hay oro aquí? Teniendo en cuenta que has
estado buscándolo durante casi veinte años...
—No, empecé a buscar hace unos pocos meses. Quiero decir, cuando Ned tenía
siete años y me dijo que había encontrado algo en la tierra, lo traje aquí para
mostrarme dónde, pero no podía recordar dónde estaba, salvo que estaba junto al
estanque.
Giles entrecerró los ojos.
—¿Ned encontró oro aquí? —Dado que Ned era de la edad de Gabe, eso habría
sido alrededor del tiempo de los asesinatos.
—¡Sí!—gritó Desmond—. Está aquí, te lo digo. Lo busqué un poco en aquella
época, pero nunca encontré nada más, así que lo dejé por inútil. Entonces, después de
ver ese mapa en el museo hace unos meses, supe que Ned debió haber tropezado con
el tesoro de Mainwaring.
—Eso es absurdo —dijo Giles—. Por un lado, el tesoro de Mainwaring se compone
supuestamente de joyas.
—Están equivocados al respecto—dijo Desmond—. Mainwaring era un bucanero,
todos ellos robaron oro español. Y debes admitir que el mapa se parece a esta finca.
—Se parece a un montón de fincas.
—Es ésta, maldita sea. ¡Sé que lo es!
De repente oyeron sonidos de pisadas a través del bosque detrás de ellos.
—¿Qué está pasando aquí?—gritó Stoneville al irrumpir en el claro.
—Maldita sea —masculló Desmond, obviamente dándose cuenta de que su
oportunidad de evitar que el asunto fuera “público” acababa de esfumarse.
—¡Oliver! —exclamó Minerva—. ¡Pensé que estabas en la ciudad!
Jarret irrumpió en el claro, seguido rápidamente por Gabe.
—Nuestras esposas estaban cansadas, así que decidimos regresar a casa.
Conducíamos por el camino cuando escuchamos un disparo, y unos momentos más
tarde dos caballos salieron escapando de esta dirección. —Jarret miró a su
alrededor—. ¿Quién diablos disparó a Ned?
—Yo—respondió Giles—. Tenía un cuchillo en la garganta de Minerva.
Stoneville se abalanzó hacia el hombre, pero Minerva lo detuvo.
—Déjalo en paz. Está herido.
—Estará muerto en el momento en que terminemos con él—agregó Gabe.
—Estoy totalmente de acuerdo con ese plan—agregó Giles.
—Ninguno de vosotros lo va a matar—dijo Minerva—. Simplemente está
padeciendo un grosero malentendido.
—¿Qué clase de malentendido? —preguntó Stoneville.
Giles hizo un gesto con la cabeza en dirección a Desmond.
—Él y su padre tienen alguna idea de que hay una fortuna en oro español
enterrado aquí.
Mientras Stoneville gemía, Jarret dijo:
—Oh, Dios, Ned. Dime que no eres tan estúpido.
—¡Vi el oro! ¡No mientas y digas que no lo hice! —gritó Ned mientras luchaba por
ponerse de pie.
—¡Oh, por el amor de Dios, lo estás haciendo sangrar más! —Minerva se levantó y
miró duramente a sus hermanos—. ¿Podríamos continuar esta conversación en algún
otro lugar? Ned necesita a un médico.
—Necesita más que eso si piensa que hay oro aquí—dijo Jarret.
Molesto de que su esposa estuviera cuidando a Ned como si fuera algún
cachorrito herido, Giles hizo un gesto a Desmond para que los siguiera.
—¿Qué quiere decir él con que eres un estúpido, Ned?—preguntó Desmond
mientras regresaban por el bosque—. Dijiste que había oro aquí. Me diste varias
piezas.
—Entonces él robó las piezas para dártelas—espetó Gabe.
—Te refieres al tesoro enterrado aquí...
—No hay tesoro enterrado aquí, Desmond —dijo Stoneville con un suspiro—.
Nunca lo hubo. La Navidad antes de que nuestros padres murieran, papá nos dio a
cada uno de nosotros algunas Piece of Eight11 de viejo oro español que había ganado
en un juego de cartas.
—¡Lo recuerdo!—dijo Minerva—. Todos tenemos diez monedas.
—Entonces los Plumtree vinieron a visitarnos—dijo Jarret retomando la historia—,
y Ned estaba molestando tanto a Celia que nosotros… er… le gastamos una broma.
—Dios mío—dijo Minerva—. ¿Qué hicisteis los tres?
Giles ya había empezado a darse cuenta de lo que habían hecho. Había sido parte
de demasiadas “bromas” que los hermanos Sharpe gastaban a sus amigos.
—¿Una broma?—dijo Ned con voz ronca—. No, te vi sacándolo del suelo. Dijiste
que un pirata había enterrado el oro. ¡Yo busqué en la tierra contigo!
—¡Lo pusimos ahí, tonto! —dijo Gabe—. Cuando una parte de eso desapareció
después, Oliver estaba furioso. Pensó que Jarret y yo lo habíamos perdido en la
tierra. Pero tú lo robaste, ¿verdad?
—No puede ser —dijo Desmond, con el rostro mortalmente pálido—. Era de oro
viejo, de siglos de antigüedad.
—Sí —dijo Stoneville—. Eso es lo que nuestro padre ganó. Él estaba en uno de sus
estados de ánimo extravagantes y nos dio una parte. Podemos mostrarte las nuestras,
si quieres.
—No puedo creerlo—dijo Desmond—. Todas esas horas cavando… viniendo aquí
y buscando y...
—Eso es lo que estaba haciendo el día en que los padres de Minerva murieron,
¿verdad? —aguijonó Giles—. Cavando en busca del oro.
Todos se quedaron en silencio mientras los cuatro hombres rodeaban a Desmond.
—¿Qué pasó, Desmond? —exigió Stoneville—. ¿Te atraparon cavando? ¿Tenías
miedo de que te quitaran el oro, así que les disparaste?
—¡No! —dijo Desmond, una verdadera conmoción extendiéndose por su rostro—.
¡No tengo nada que ver con matarlos, por el amor de Dios! ¿Cómo puedes incluso
pensarlo?
—Está a tiro de piedra —señaló Jarret—, y ambos sabemos que estuviste aquí ese
día. Te vi en el bosque.
—Y un mozo de cuadra del Black Bull juró que limpió sangre de tu estribo esa
misma noche—añadió Giles.
Desmond palideció.

11 Monedas de oro español


—Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío…
—¿Qué pasó, Desmond? —gruñó Stoneville—. Si llevamos a juicio a Ned, será
colgado por robar tanto oro. Por no hablar de su atentado contra la vida de Minerva.
Así que Ned va a la horca si no nos dices la verdad ahora mismo. ¿Cómo llegó la
sangre a tu estribo?
—Los encontré muertos, ¿de acuerdo?—gritó Desmond—. Encontré a Pru y Lewis
después de que les dispararon.
—Los encontraste—repitió Jarret con escepticismo.
—Estaba aquí buscando el oro cuando oí los disparos—balbuceó Desmond—. Fui
corriendo a ver lo que había sucedido, y noté que la puerta del pabellón de caza
estaba entreabierta. Así que… entré, vi la sangre y huí.
—Un cuento probable —dijo Gabe bruscamente.
—Si les hubiera disparado por atraparme cavando, ¿no crees que les habría
disparado en el bosque?—gritó Desmond—. ¿Por qué lo habría hecho en el pabellón
de caza?
Tenía razón. Y Giles siempre había pensado que era más bien inverosímil que un
llorica como Desmond hubiera cometido un asesinato a sangre fría.
—Además—continuó Desmond—, en ese momento ni siquiera estaba seguro de
que hubiera algo de oro. Todo lo que tenía eran los relatos de mi hijo de siete años y
no había pruebas más allá de lo que había afirmado haber encontrado. Desde luego,
no habría sido lo suficientemente loco como para matar a alguien por eso. —Miró las
expresiones asesinas de sus primos, y gritó—. ¡Lo juro! ¡No tuve nada que ver con
eso!
—¿Viste quien les disparó?—preguntó Stoneville.
Desmond negó con la cabeza.
Giles blandió el arma hacia él.
—Estás mintiendo. —Había pasado demasiados años separando la mentira de la
verdad en los relatos de las personas para no reconocer una cuando la oía—. ¿A
quién viste?
La mirada de Desmond cayó sobre la pistola.
—Lo juro por Dios, lo único que vi fue alguien a caballo.
—Describe a quién viste—aguijonó Giles.
—Yo… yo… No puedo estar seguro… Estaba anocheciendo…
—Si quieres que evite que tu hijo sea colgado, Desmond… —empezó Giles.
—¡Quienquiera que fuera llevaba una capa!—dijo con voz desesperada—. Ni
siquiera podría decir si era un hombre o una mujer.
—Describe la capa entonces—exigió Giles.
—E-era negra y tenía una capucha. O tal vez azul oscuro. No estoy seguro. Estaba
demasiado oscuro para ver para ese entonces.
—¿Y el caballo? —preguntó Giles.
Desmond miró a los cuatro hombres.
—Un árabe negro con una llamarada en la cara. Y un poco de blanco en la pata
trasera izquierda.
Stoneville lo fulminó con la mirada.
—Todos estos años, y nunca se lo contaste a nadie. ¡Podríamos haber buscado a su
asesino, por el amor de Dios!
—¡No! —protestó Desmond—. No entiendes. El que yo vi en el caballo estaba
montando hacia el pabellón.
Eso los frenó a todos.
—¿Hacia?—preguntó Giles.
—Sí. Estaba en la sala de estar cuando oí a un caballo acercarse. Miré por la
ventana y vi al jinete dirigiéndose hacia el pabellón. Así que salí por la parte de atrás
y me largué de allí. No quería que nadie llegara a pensar que los había matado,
¿sabes?
—¿Podrías ser tú, Oliver?—preguntó Jarret—. Fuiste tú quien los encontró.
—No, yo estaba con la abuela—le recordó Oliver—. Y llegamos por la noche.
Desmond acaba de decir que oyó los disparos justo antes del atardecer.
—Todo lo que sé es que el caballo era de tus establos—dijo Desmond—. Eso lo
recuerdo bien.
—Tiene razón—dijo Gabe sombríamente—. Teníamos un caballo así.
—Si alguien los encontró justo después de morir, ¿por qué la persona no dijo
nada?—dijo Stoneville.
—Es probable que por la misma razón que Desmond—dijo Minerva. Ella estaba
fuera del círculo, todavía sosteniendo a Ned, que parecía decididamente enfermo—.
Por temor a que pudieran ser acusados de su muerte.
—Sin embargo, quienquiera que fuera, debió haber ido allí por una razón —señaló
Jarret—. Podría haber sabido por qué mamá y papá estaban allí; incluso podría haber
ido a reunirse con ellos. Debemos averiguar quién fue.
—Eso no será fácil—dijo Giles—. Cualquiera de los invitados a la fiesta en la casa
podría haber sacado ese caballo de los establos.
—No sólo los invitados—señaló Minerva—. Con tanta gente en la finca, un
completo extraño probablemente podría haber tomado un caballo, y los caballerizos
no podrían haberse dado cuenta de que no estaba con los invitados.
—O ella—dijo Jarret—. No descartemos a una mujer. Así que ahora estamos de
vuelta ante la necesidad de interrogar a los mozos de la caballeriza. Suponiendo que
Pinter pueda rastrearlos a todos.
Ned gimió, y Minerva dijo:
—Podemos hablar de esto más tarde. Tenemos que llevar a Ned a la casa y traer a
un médico. No quiero que mi marido tenga que soportar un juicio por asesinato,
incluso si él me estaba defendiendo.
Eso incitó a sus hermanos a la acción. Alzaron a Ned en el caballo de Desmond y
Stoneville lo condujo hacia la mansión. Giles mantuvo su pistola apuntada en
Desmond mientras los hermanos continuaban acribillándolo con preguntas sobre lo
que había visto en el pabellón de caza.
Lamentablemente, no había visto lo suficiente para ser útil. Entonces Minerva
mencionó la visita de Giles allí, y a pesar de los reniegos de Stoneville por su
intromisión, Giles expuso todo lo que había notado. Eso provocó más discusión sobre
las muertes de sus padres.
Stoneville prometió hacer venir a Pinter a Halstead Hall a primera hora de la
mañana para que pudieran darle al detective la nueva información y ver qué más
podía averiguar él.
Habían llegado finalmente a la casa, donde dos esposas muy ansiosas y la abuela
de Minerva salieron corriendo para enterarse de lo que había sucedido.
Mientras Minerva mandaba a un sirviente a buscar un médico para Ned, Hetty
Plumtree exigió escuchar toda la historia. Una vez que terminaron de contarle todo,
se volvió contra Desmond con la furia de una leona protegiendo a sus cachorros.
—¿Cómo te atreves a entrar en la propiedad de mi nieto y tratar de robar lo que no
era tuyo?
—¡No había nada que robar!—gritó Desmond—. Te lo dijeron... fue un
malentendido.
—El único malentendido fue que no vinieron primero a mí, para hacerme saber lo
que sospechaban de ti. Si hubiera oído algo de esto, te habría exigido respuestas.
¡Diablos, habría tenido tu cabeza!
—Estaba enferma, señora Plumtree—intervino Giles—, sus nietos no querían
preocuparla.
Ella le lanzó una mirada oscura.
—¡Y tú, joven, ayudándoles a esconderme todo esto! ¡Pensé que estabas de mi
lado!
—Lo estoy—dijo Giles. Cuando Minerva levantó una ceja, añadió—: Más o menos.
—Entonces, llámame abuela como el resto de ellos —dijo ella inhalando con
fuerza—. Ahora eres parte de la familia. —Entonces se dirigió a donde Ned había
sido tendido en un sofá para esperar al médico—. Pero tú, mi propio sobrino. ¡Cómo
te atreves a clavar un cuchillo a tu prima!
—¡Tenía que hacerlo!—protestó él—. Ella iba a arruinarlo todo, ella y ese maldito
esposo suyo.
—¡Deja de maldecir! Y deja de lloriquear también. He hecho todo lo posible para
ayudar a tu padre, y él me paga, llenando tus oídos de veneno y enseñándote a odiar
a tus primos. Comenzó en este mundo con muchas ventajas: mi hermano le dejó una
fábrica de algodón en perfectas condiciones. No es culpa de nadie que Desmond
haya dilapidado todo con el mal manejo. ¡Por el amor de Dios, incluso contrata a
niños para echar a andar sus molinos!
—Es la única manera en que puedo hacer que dé ganancias—se quejó Desmond.
—Disparates. Hago que la cervecera dé ganancias, y no hay niños trabajando allí.
—Echó una dura mirada a los dos Plumtree—. Entonces, ¿qué voy a hacer con
vosotros dos? No puedo permitir que continúes con este tipo de tonterías
simplemente porque guardas rencor a tus primos.
—Podrías entregarlos a las autoridades—replicó Oliver—. Yo estaría totalmente a
favor de eso.
—Yo también—agregó Giles.
Ella les lanzó una mirada aplastante.
—¿Y que todo el mundo hable de nosotros en los periódicos otra vez? Nunca
jamás. Finalmente estoy sacando vuestros nombres de los periodicuchos de chismes,
y tengo la intención de mantenerlos fuera.
—Además, enjuiciarlos haría sufrir a la prima Bertha y a los demás hijos
también—señaló Minerva—, lo cual no parece justo, ya que no hicieron nada. Si me
preguntas, deberías dejar que Ned y Desmond se vayan a casa.
Ante el estallido de protesta que se levantó a su alrededor, ella exclamó:
—¡Déjame terminar! ¿Y si aceptamos no procesarlos a cambio de que Desmond
acepte dejar de usar niños para hacer funcionar su fábrica?
Eso hizo que todos hicieran una pausa. Personalmente, Giles preferiría haber
observado cómo Ned se balanceaba de una cuerda, pero sabía que su compasiva
esposa nunca lo respaldaría. Y empezaba a pensar que ella tenía un mejor instinto
sobre estas cosas que él.
—Eso suena como una buena propuesta para mí—dijo la abuela.
—Oye—dijo Desmond—. ¿Cómo puedo hacer funcionar mi fábrica sin
trabajadores?
—Prueba contratar a trabajadores de una edad respetable y pagarles un salario
decente—dijo Jarret—. Funciona bastante bien para la cervecera. —Una fría sonrisa
tocó los labios de Jarret—. De hecho, estoy dispuesto a aceptar el acuerdo que
Minerva propone, siempre que consiga supervisar su implementación. ¿No te parece
agradable, Desmond? ¿Tú, el joven Ned y yo trabajando hombro a hombro en
Rochester para ayudar a que tu fábrica funcione con más éxito?
La expresión de despiadada intención de Jarret hizo que Giles reprimiera una risa.
Jarret podría ayudar a la algodonera a la postre, pero primero haría de la vida de
Desmond un infierno viviente.
Desmond parecia como si pudiera protestar de nuevo. Entonces miró a los
hombres reunidos allí y se levantó rígidamente.
—Eso estaría bien, primo.
Al parecer, Desmond tenía algo de cerebro después de todo. Sabía cuándo le
daban un inmerecido indulto.
En ese momento, el doctor llegó de Ealing. Después de examinar a Ned, confirmó
que la lesión no era demasiado severa. Trató la herida y dictaminó que Ned podía ser
llevado de regreso a la posada de Turnham; prometió pasar a examinarle allí.
Una vez que el carruaje había sido despachado para devolver a los Plumtree a
Turnham para que pudieran hacer las maletas y partir hacia Rochester, la abuela
anunció que ya era hora de cenar.
Cuando todos se sentaron alrededor de la mesa, Jarret miró a Minerva.
—¿Cómo sabíais Giles y tú que Desmond y Ned estaban aquí? ¿O dónde
encontrarlos?
Minerva se lanzó a una explicación, pero cuando llegó a la parte sobre Ned
sosteniendo un cuchillo contra ella, Stoneville frunció el ceño.
—No deberías haberla dejado venir contigo, Masters.
—¿Alguno de vosotros le ha dicho alguna vez que no a Minerva y tuvo éxito?
Aunque un profundo silencio fue su respuesta, tuvo que estar de acuerdo con su
cuñado. Nunca había estado tan aterrorizado en toda su vida como cuando la había
visto atravesar los bosques en poder de Ned.
—Sólo acepté dejarla venir cuando amenazó con seguirme—continuó Giles—.
Además, ella prometió hacer lo que ordenara. Por desgracia, la creí.
—¡Hice lo que me ordenaste!—protestó Minerva—. Estaba montando el caballo
para irme cuando Ned me sorprendió.
—No lo sé, Masters —dijo Jarret—. Me parece que después de todo no puedes ser
el hombre para Minerva. Ella es mucho para que cualquier hombre la controle, y si
no puedes mantenerla a salvo…
A pesar de saber que Jarret estaba bromeando, Giles se irritó.
—Me gustaría ver lo bien que controlas a la mujer que amas cuando ella insiste…
—¡Giles! —exclamó Minerva.
—¿Qué?—espetó él. La miró para encontrarla mirándolo con una dulce ternura en
los ojos, y se dio cuenta de lo que acababa de decir. La mujer que amas.
Bueno, por supuesto que la amaba. Lo sabía desde el momento en que había visto
a Ned con el cuchillo en su garganta. ¿Cómo podría no amarla? Ella era su otra
mitad. La mujer que podía seguirlo al peligro y todavía mantener su ingenio, la que
podía sorprenderle proponiendo un encuentro sexual escandaloso, y calentar su
corazón con su generosidad para con un primo que no lo merecía.
Sí, amarla era totalmente arriesgado. Pero ya que había pasado los últimos nueve
años arriesgándose para Ravenswood, tal vez era el momento de arriesgarse para sí
mismo.
Levantó la mirada para ver a Oliver observándolo con una ceja levantada.
—Y otro cae —dijo Oliver en voz baja—. Ella te tiene ahora, hombre.
Giles le sonrió a Minerva, poniendo en su mirada todo el amor que sentía por ella.
—Sí, creo que sí.
Cuando ella le sonrió con alegría, dejó que el calor de esa sonrisa le robara el
corazón y calentara las partes que había escondido del sol durante tanto tiempo.
—Bueno, todo lo que puedo decir es gracias a Dios que Giles logró acertar a algo
por una vez con su pistola—dijo Gabe—. No sabía que tenías una, viejo. Nunca has
sido bueno con las armas de fuego.
—Es mejor de lo que piensas, Gabe —dijo Minerva calurosamente mientras se
servía algo de trucha—. Solo ha estado tratando de no demostrároslo a los tres
durante todos estos años, así estarías de acuerdo en dejar que me cortejara.
Mientras sus hermanos se reían, ella se encontró con la mirada atónita de Giles con
una sonrisa que mostraba que ella entendía lo difícil que había sido para él, fingir ser
incompetente, hacerse el tonto, que nunca pareciera importarle. Y ahora se
preguntaba por qué había tardado tanto en dejarla ver al verdadero Giles. Había algo
increíblemente satisfactorio acerca de ser reconocido por quien realmente era por la
persona que tenía su corazón.
No quería renunciar a eso. No renunciaría a eso. Al diablo con Newmarsh. Ya era
hora de que tuviera su propia vida, aunque la viviera en una buhardilla. Mientras
tuviera a Minerva, eso era todo lo que necesitaba. Hoy le habían mostrado que la
vida era demasiado corta para no correr riesgos personales de vez en cuando. Del
tipo que significaba poner la fe en las personas en la que uno confiaba y amaba.
Mucho más tarde, Minerva y él se fueron bajo una luna brillante, habiendo
rehusado los intentos de todos para que permanecieran en Halstead Hall durante la
noche. Quería estar en casa, en su propia cama, haciendo el amor con su esposa.
Cuando se pusieron en camino, Minerva lo miró.
—¿Lo dijiste en serio?
Él no tenía que preguntarle de qué estaba hablando.
—¿Crees que mentiría sobre algo así delante de tus hermanos?
—¡Giles! Quiero una respuesta, no otra pregunta.
—Por supuesto que lo decía en serio. Te amo, Minerva. Me encanta que creas en
mí, pase lo que pase. Me encanta cómo tomas lo que ves y lo filtras en tus libros.
Amo tu mente inteligente, tu generoso corazón y cada centímetro de tu hermoso
cuerpo. Te amo incluso cuando me das un ataque al corazón arriesgando tu vida ante
mis propios ojos. —Él sonrió tiernamente—. Sólo espero que con el tiempo pueda
demostrar que soy digno de tu amor.
—Me salvaste la vida. Eso ya te califica como “digno” de mi amor.
Él permaneció en silencio un largo rato, pensando qué decir.
—Minerva, he decidido que si los superiores de Ravenswood se niegan a ceder a
la demanda de Newmarsh, acataré su decisión y haré frente a las represalias,
cualesquiera que sean. No más espionaje para mí.
—Bien —dijo ella con firmeza, para su sorpresa.
—Te das cuenta que al hacer eso me estoy arriesgando a la posibilidad de perderlo
todo.
—Corres el riesgo de perder todo al no hacerlo—señaló ella—. Porque si sigues
teniendo otra vida secreta, no le das a nadie la oportunidad de conocer tu verdadero
carácter. Creo que eso sería muy solitario, ¿verdad?
—Creo que tengo una esposa muy sabia —respondió él con una sonrisa.
—Por supuesto. ¿No es por eso que te casaste conmigo?
—No. Me casé contigo porque parecías tan atractiva en tu camisola mojada ese día
en el estanque que perdí momentáneamente la cabeza.
Ella se echó a reír, luego le lanzó una mirada taimada.
—Sabes, ese estanque no queda terriblemente lejos. ¿Qué dices de nadar a la luz
de la luna?
Su sangre se aceleró al pensarlo.
—¿Desnudos?
—Pero, señor Masters, qué idea tan malvada y absolutamente deliciosa.
Miró los bosques oscuros y sonrió.
—Te echo una carrera hasta allí.
Capítulo 26

Minerva y Giles esperaron a Lord Ravenswood dentro del cobertizo para botes
de Hyde Park una semana después de su confrontación con Desmond y Ned. Ella
estaba nerviosa, pero al parecer él no.
Giles estaba lleno de sorpresas como esa. Aunque él no pudo contarle mucho de lo
que había hecho para el Ministerio del Interior, había podido decirle algo de cómo lo
había hecho, y su ingenio y absoluto desparpajo nunca dejaban de sorprenderla. Por
no mencionar, entretenerla. De hecho, su conocimiento compartido de esa parte de
su vida se había convertido en su broma privada. Cada vez que alguien le
preguntaba cómo se sentía casada con un sinvergüenza tan notorio, ella decía la
verdad: se sentía maravillosamente. La forma en que había anunciado su amor por
ella frente a toda su familia todavía le calentaba el corazón.
Estaba descubriendo rápidamente que el único lugar en el que su marido era
realmente un sinvergüenza era en el dormitorio. Se esforzaba mucho para ser
abogado. Mantenía registros meticulosos y leía grandes volúmenes con títulos como
Una Colección Completa de los Juicios Estatales y Procedimientos para Alta Traición y otros
Crímenes y Delitos Menores desde el Período de Apertura del Año 1783 que venía en una
colección de veintiún volúmenes. Pasaba largas horas investigando los antecedentes
y las pruebas. Eso estaba bien con ella, ya que necesitaba esas horas para escribir.
Pero de vez en cuando, ella lo creía un poco demasiado diligente. Esta reunión era
una clara evidencia de ello. La había enloquecido con todos sus preparativos para
asegurarse de que no los siguieran. Sin duda aún seguía irritado por el hecho de que
Pinter lo hubiera seguido dos veces sin que él lo supiera.
—¿Giles? —preguntó, cuando el silencio se hizo insoportable.
—¿Sí, amor?
—¿Realmente no tienes idea de por qué Lord Ravenswood quiere esta reunión?
—Ninguna. La semana pasada, cuando se reunió conmigo para decirme lo que sus
superiores habían decidido, no dio ninguna señal de que quisiera volver a reunirse.
—¿Y estás seguro de que dijo que no harían lo que Newmarsh pidió?
—Sí.
—Pero no ha habido ni un susurro en los periódicos sobre ti. ¿Es posible que
hayan cambiado de opinión?
—No. Probablemente no se lo han dicho a Newmarsh todavía.
Ella suspiró.
—De acuerdo. Supongo que los correos a Francia no son rápidos. —Miró fijamente
su amado rostro—. Sabes, si realmente quieres seguir trabajando para Lord
Ravenswood, lo entenderé.
Él se la quedó mirando con una penetrante mirada.
—Así que estarías bien conmigo pasando mis noches en las mesas de juego,
arrullando sobre mis rodillas a las criadas de las tabernas, y pretendiendo gastar
enormes sumas de dinero en toda la ciudad, para así poder persuadir a algún
personaje sospechoso a escupir sus secretos.
—Bueno, no, pero tampoco quiero verte sufrir en los periódicos. O ser inhabilitado
como abogado. Sé cómo amas la ley.
—¿Sabes lo que amo? —preguntó, tomando sus manos en las suyas—. A ti. Y
nuestra vida juntos. No cambiaré eso por nada. —Él le dio uno golpecitos debajo de
la barbilla—. ¿Y no dijiste que era hora que confiara en alguien que no fuera yo? Eso
es lo que estoy haciendo... confiando en Ravenswood. Sólo ten en cuenta que podría
ser un viaje accidentado.
—Sabía que me esperaba un viaje accidentado el día que me casé contigo—le dijo.
La besó, y así fue como lord Ravenswood los encontró cuando entró.
Se apartó de su marido, sonrojándose furiosamente. Lord Ravenswood parecía
igualmente desconcertado. Se preguntó si Giles le habría dicho al Subsecretario que
ella iba a asistir a la reunión.
—Te acuerdas de mi esposa, Minerva, ¿no es así, Ravenswood? —dijo Giles,
tranquilo como siempre, mientras Su Señoría seguía mirándola sorprendido.
El vizconde suavizó sus solemnes facciones.
—Por supuesto. —Se hizo una ligera reverencia—. ¿Cómo está esta mañana,
señora Masters?
—Ansiosa por el futuro de mi marido—dijo ella, deslizando la mano en el hueco
del codo de Giles—. Espero que sus superiores y usted hayan considerado lo duro
que ha trabajado a través de los años y por lo que ha pasado.
—Así que decidiste contarle todo, ¿verdad? —le dijo Lord Ravenswood a Giles.
—Sólo en los términos más breves.
—Es muy discreto —intervino ella—. Le llevó años hablarme de Lord Newmarsh,
aunque vi a Giles tomar sus papeles.
Eso sorprendió tanto a Lord Ravenswood que miró a Giles, preocupado aunque
previamente hubieran acordado revelárselo. Giles le palmeó la mano de modo
reconfortante.
—¡Así que tú eres Rockton!—exclamó Lord Ravenswood.
Giles se respingó.
—No me lo recuerdes.
—¡Oh, no! —exclamó Minerva—. ¿Usted lo adivinó?
—Sólo porque conocía los detalles del robo —dijo lord Ravenswood—. Pero si yo
fuera usted, señora Masters, reconsideraría el uso del pasado de su marido como
alimento para su ficción.
—Debidamente anotado, Señoría—dijo ella, un poco mortificada de que se
hubiese dado cuenta de su juego. Habría preferido que Rockton siguiera siendo una
broma privada entre ella y Giles.
—Bueno, no te mantendré en suspenso —dijo lord Ravenswood—. Pensé que te
gustaría saber que ya no tienes que preocuparte por Newmarsh.
El brazo de Giles se tensó bajo su mano.
—¿Oh?
—Lo visité en Francia. Le señalé que si exponía todo lo referente a él y Sully,
entonces forzaría la mano del gobierno y tendríamos que revocar su perdón. Le
ofrecí en cambio permitirle venir a la Isla de Man.
—¿La Isla de Man? —preguntó Minerva.
La cara de Giles se iluminó.
—Técnicamente, no es británica. Es una Dependencia Inglesa, no es lo mismo. No
estaría regresando a Inglaterra. Seguiría cumpliendo con los términos de su perdón y
el gobierno no cedería al chantaje.
—Su madre vive en las afueras de Liverpool —continuó Lord Ravenswood—, eso
es un corto trayecto en un barco de vapor a la Isla de Man. Él estuvo de acuerdo en
que ella sería capaz de hacer ese viaje a pesar de su edad. Le dije que era lo más
cercano que llegaría a estar del hogar, y le señalé que perseguir una venganza contra
ti devastaría a su madre, tal vez incluso apresuraría su muerte. Que todo lo que
lograría era desahogar su ira. —Lord Ravenswood sonrió—. Él vio la sabiduría de
ese consejo, y aceptó mi oferta.
—Lo llamaste su farol —dijo Giles.
—Por así decirlo.
Minerva miró a Giles para ver sus ojos humedecerse de lágrimas. Sólo entonces
ella se dio cuenta cuán profundamente había temido el resultado de las amenazas de
Newmarsh. Nunca lo había dicho. Pero entonces, ese era Giles.
—Gracias —dijo él con voz ahogada mientras tomaba la mano de lord
Ravenswood y la sacudía furiosamente—. No sabes lo que has hecho.
—Oh, creo que lo sé— dijo Lord Ravenswood—. Acabo de asegurarme de que la
Corona tenga un excelente Consejero del Rey en la corte. Al menos así es como lo ven
mis superiores.
Tan pronto como él se fue, Giles la levantó en el aire y la hizo girar.
—¡Somos libres, querida! El pasado está realmente en el pasado esta vez.
Ella rió tontamente cuando él la bajó al suelo.
—¿Ves lo que pasa cuando confías en la gente? A veces sale bien.
—Tengo que darte las gracias por esto —dijo.
—¿En qué manera?
—Me hiciste desear tanto cambiar mi vida, arriesgarme. Y como resultado,
conseguí todo lo que quería.
Ella le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió.
—Bueno, eso parece justo, dado que yo conseguí todo lo que quería.
—¿Te refieres a ser obligada a casarte con un sinvergüenza, perdiendo así tu
oportunidad de ignorar las demandas de tu abuela?
Ella alzó la barbilla.
—No fui obligada a casarme, que lo sepas. Quería casarme contigo desde los
nueve años. Sólo me llevó un tiempo llegar allí.
—Acerca de eso —dijo, con un repentino brillo en los ojos—. He estado pensando
en ti y en las novelas, y se me ocurrió que tal vez no sólo las escribías porque estabas
enojada conmigo. Tal vez, en el fondo, tenías la esperanza de que las leyera y me
comportara tal cual hice.
Ella analizó su corazón y se dio cuenta de que probablemente él tenía razón. Los
libros con Rockton en ellos casi con certeza habían sido su grito a él, mírame,
obsérvame, ámame.
—Así que has descubierto mi vil plan. Oh, querido.
Él la atrajo en sus brazos.
—Pero tal vez había algo más que eso. Tal vez no te dije la verdad esa noche
porque quería que te preguntaras acerca de ello y me mantuvieras en tu mente todos
esos años. Tal vez fue sólo parte de mi vil plan para cortejar a la dama más renuente.
—Caray, caray—dijo con una gran sonrisa—, eso realmente es una conspiración
enrevesada. Deberías ser escritor.
—No gracias. Estoy perfectamente contento de estar casado con una. —Le lanzó
una mirada de burla—. Pero puedes usarlo en un libro en algún momento, si quieres.
Y cuando la tomó entre sus brazos y la besó tan dulcemente, sonrió para sí misma,
en parte con alegría, y en parte con el placer de lo que él nunca sabría.
Ella usaría todo esto en un libro. Él no lo reconocería, ni lo haría nadie más. A
veces ni siquiera ella lo reconocía. Pero estaría allí: el peligro, las peleas, su loca
familia… el amor. Porque las mejores cosas de la vida siempre merecían ser
celebradas.
¿Y qué mejor para celebrarlas que un libro?
Epílogo

H abían transcurrido dos semanas desde que Lord Ravenswood le había dicho a
Minerva y Giles las buenas noticias. Era el cumpleaños de Gabe, así que Minerva
había arrastrado a Giles a Halstead Hall para una visita de fin de semana. Pero Giles
sospechaba que tenía un motivo oculto.
Y tenía razón. Su libro estaba terminado. Y ahora ella los había obligado, a él y a
María, la mayor defensora de sus novelas, a sentarse en habitaciones separadas y leer
las únicas dos copias de la novela de una sola sentada. Prácticamente los había
encerrado, rogándoles que le dijeran lo que honestamente pensaban una vez que
terminaron.
Él supuso que no podía culparla. Desde que le habían hecho Consejero del Rey, el
tiempo era algo que no podía permitirse. Pero leer su último libro lo ponía nervioso...
si lo odiaba, ¿cómo iba a decírselo?
Cuanto más leía, más nervioso se ponía. Después de leer unas cuantas horas,
asomó la cabeza por la puerta del estudio de Oliver para encontrar a Minerva
sentada en una silla leyendo la novela de otra persona mientras esperaba sus
veredictos.
Ella levantó la mirada sorprendida.
—¿Ya has terminado?
—Estoy por la mitad. Pensé que ibas a matar a Rockton. Parece cada vez más que
él es el héroe de este libro.
—Lo es.
—¿Pero crees que es aconsejable...?
—Sigue leyendo.
Con un encogimiento de hombros, regresó al estudio y cerró la puerta. Era un
buen libro, pero no podía creer lo que estaba haciendo con Rockton. Seguía
esperando que su historia se dirigiera en otra dirección, pero pronto se hizo evidente
que estaba haciendo lo impensable.
Era casi de noche cuando terminó, y en el momento en que salió al vestíbulo, él
fue directo al punto.
—No puedo creer que no lo mataras. ¡Me mantuve esperando que el hacha cayera,
y nunca llegó!
Ella lo miró cautelosamente.
—Nunca dije con certeza que fuera a matarlo.
—¿Entonces en lugar de eso lo casaste? —Él sacudió el manuscrito en su cara—.
¿Con una mujer llamada Miranda? ¿No crees que las personas notarán lo cerca que
está el nombre “Miranda” de “Minerva”?
Antes de que ella pudiera contestar, María vino corriendo.
—¡Eso es tan dulce de tu parte! —Ella abrazó Minerva—. ¡Le diste a Rockton una
esposa como yo!
Minerva sonrió sarcásticamente a Giles por encima del hombro, pero lo único que
él pudo hacer fue quedarse mirando boquiabierto a María. ¿Ella no podía ver que se
trataba de Minerva y él? ¡Era tan obvio!
María retrocedió, limpiándose las lágrimas de los ojos.
—Oliver estará tan conmovido de que lo reformaras.
—Lo dudo seriamente —masculló Giles.
—¡Oh, pero lo estará! Siempre ha estado un poco herido porque Minerva lo
retratara como un completo villano. ¡Y ahora se vuelve el héroe! Es realmente
delicioso, Minerva. —Ella sonrió tímidamente—. Me gusta pensar que jugué un
pequeño papel en tu decisión de reformarlo en el libro.
—Absolutamente—dijo Minerva, lanzando a Giles una mirada atrevida.
Él bufó.
—Es difícil no notar que la heroína es de baja estatura y regordeta, igual que yo—
dijo María—. Y es por eso que llamaste a su heroína Miranda, ¿verdad? ¿Porque me
gusta Shakespeare? Y por la M en mi nombre, también, por supuesto.
—Por supuesto—dijo ella alegremente.
Pequeña mentirosa.
Estrechando el manuscrito contra su pecho, María dio un triste suspiro.
—Pero supongo que esto significa que no habrá más Rockton en los libros.
—Me temo que no. —Minerva miró a Giles, con los ojos brillantes—. Los villanos
reformados no tienen el mismo temple, ¿sabes? Tendré que encontrar un nuevo
villano favorito. —Mientras Giles levantaba los ojos hacia el cielo, añadió—: Al
principio, consideraba simplemente matarlo...
—¡Oh no! Eso hubiera sido horrible. Tus lectores nunca habrían apoyado eso. —
María palmeó el manuscrito—. Pero les encantará esto. Es verdaderamente
maravilloso. Y hay partes tan conmovedoras, incluso poéticas. Uno de tus mejores
libros.
—Gracias —dijo Minerva, sonrojándose por los cumplidos.
Presionando un beso en la mejilla de Minerva, María dijo:
—Tengo que ir a contárselo a Oliver. También querrá leerlo.
Y se fue.
En cuanto se marchó, Giles se acercó a su mujer con el ceño fruncido.
—Tú sabías que ella reaccionaría de esa manera.
La mozuela tuvo el descaro de reírse.
—Tenía una idea, sí.
—Y supongo que tus otros lectores harán lo mismo. Todo el mundo dirá que se
trata de Oliver y cómo lo reformó su reciente esposa. Rockton siempre se convertirá
en tu hermano en la mente de los lectores.
Sus ojos lo miraron centellantes.
—Probablemente.
—No van a sospechar que somos tú y yo, ¿verdad?
—Probablemente no.
—Entonces, ¿por qué no me avisaste antes de que lo leyera? —Él lanzó el
manuscrito sobre una mesa del vestíbulo—. Perdí la mitad de mi vida cuando vi que
habías llamado Miranda a tu heroína. Está claro que intentas provocarme un paro
cardíaco para así poder escaparte con Pinter.
Su huida con Pinter se había convertido en su pequeña broma, aunque Giles
todavía se encrespaba un poco cada vez que veía al tipo.
—Pero dime honestamente, ¿qué piensas del libro?—preguntó ella.
—Bueno, le diste a Rockton demasiado poco para mi gusto, y su heroína debería
haber sido más alta, pero en definitiva… —Hizo una pausa para torturarla y
entonces se echó a reír cuando ella frunció la cara—. Fue una espléndida novela.
—¿Así que te gustó? —lo presionó ella.
—Por supuesto que me gustó. La escribiste tú.
Inclinando la cabeza hacia un lado, ella lo miró con recelo.
—No estás diciendo eso sólo para ser amable, ¿verdad?
—Querida, si he aprendido algo en los últimos meses, es que mentirle a una mujer
tan lista como tú solo es buscarse problemas.
—¿Porque terminas siendo un villano en mis libros?—bromeó ella.
—Porque te rompo el corazón. Había una escena que sé que fue sacada de la vida,
la que Rockton le miente a Miranda y la hiere profundamente. Incluso sé cuándo la
escribiste. ¿En Calais, verdad?
—Giles…
—Todo está bien. Lo entiendo. —La atrajo hacia sus brazos—. Pero quiero que
sepas que nunca más te daré motivo para escribir una escena así. Tendrás que
encontrar algo diferente para tu inspiración. Puedo molestarte o frustrarte o hacerte
querer gritar, pero nunca te romperé el corazón otra vez. Es una promesa solemne.
Sus ojos brillaban con lágrimas y ella le echó los brazos al cuello.
—Lo sé. Confío en ti.
La besó a fondo, preguntándose cómo había tenido tanta suerte de atrapar a esta
mujer, a quien amaba más que a la vida, que hacía que sus días fueran chispeantes y
sus noches surcaran los cielos.
Cuando él retrocedió, el rubor brillaba en el rostro de Minerva, y sus ojos tenían
un brillo travieso.
—Ahora, acerca de hacerme querer gritar...
Se soltó una carcajada. Entonces la llevó arriba a su dormitorio e hizo
precisamente eso.

Fin

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy