Tierra Narca
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Índice
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Capítulo I LOS PROCURADORES DE PEÑA
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
EN TIERRA DE CAPOS
Capítulo II LUVIANOZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
Capítulo III TIERRA SIN LEY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
Capítulo IV NARCOTEPEC, EL PUEBLO QUE CAMBIÓ . . . . . . . . . . 99
Capítulo V CON C DE CÁRTEL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Capítulo VI SEÑALES DE TERROR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Capítulo VII PLACERES PROHIBIDOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
Capítulo VIII HISTORIA DE UNA MASACRE . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
Capítulo IX EN NOMBRE DEL CRIMEN ORGANIZADO . . . . . . . 226
Capítulo X LOS TRES MANZUR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248
Capítulo XI LA VERDAD ESTÁ EN EL CEMENTERIO . . . . . . . . . 269
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Dedicatoria
F R A N C I S C O C RU Z J I M É N E Z
Huixquilucan, julio de 2010
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Introducción
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Capítulo I
Los procuradores de Peña
en tierra de capos
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zas políticas con otras ideologías y dejar de creer que esto mina su
identidad. Las alianzas siempre serán benéficas para la población”.
Nada de eso se difundió al día siguiente en la información sobre
los Foros. El tema de las alianzas parece que nunca existió en el Es-
tado de México. Tampoco nadie dijo que el incómodo visitante sí sa-
bía de qué hablaba. A aquel ex presidente de Colombia le había toca-
do combatir la que quizá fue la peor escalada narcocriminal en su país
y a los capos más sanguinarios: los extraditables Pablo Escobar Gavi-
ria y El Mexicano Gonzalo Rodríguez Gacha, ambos del Cártel de Me-
dellín, así como a los menos violentos, pero igual de peligrosos, del
Cártel de Cali: los acaudalados hermanos Miguel y Gilberto Rodrí-
guez Orejuela.
A casi un año de los comicios formales para elegir al sucesor de
Peña Nieto, los Foros no incluyeron un espacio para la problemática
criminal del Estado de México. Con semejante omisión y las declara-
ciones de Gaviria Trujillo, los periodistas Miguel Alvarado y Elpidio
Hernández se dieron a la tarea de desentrañar el desempeño público
de los tres hombres de confianza de Peña Nieto en la PGJEM que pre-
cedieron al actual procurador Alfredo Castillo Cervantes.
Alfonso Navarrete Prida llegó a Toluca en 2000 para incorporar-
se al gabinete montielista como subsecretario de Seguridad Pública.
Un escándalo de espionaje político detonado en julio de 2001, que se
disipó bajo su mediación, le valió ese año la designación como procu-
rador. Aunque le precedían señalamientos de venta de plazas en la
PGR, supo mover los hilos de la política local y tejer alianzas hasta lle-
gar a ser unos de los rivales más serios de Enrique Peña Nieto. Sin em-
bargo, su candidatura naufragó en diciembre de 2004 cuando se fue
de la lengua después del asesinato del ingeniero Enrique Eduardo Sa-
linas de Gortari.
Ya gobernador, Peña Nieto aprovechó un vacío legal en septiem-
bre de 2005 y lo ratificó como procurador, pasando por encima de
los diputados de la Legislatura local. Con los alfileres que da el po-
der, lo sostuvo durante cinco meses. La imagen pública de Navarre-
te sufrió un golpe severo porque aprovechó ese tiempo para exonerar
públicamente a su ex jefe Arturo Montiel. Más tarde, Peña lo envió
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co; y Bazbaz, por sus desatinos en el caso de Paulette. Claro, los tres
también serán recordados porque no pudieron frenar la expansión del
narcotráfico.
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Federación una lista con los doscientos seis municipios de mayor peli-
grosidad en el país por su nivel de violencia. Incluyó a veintidós mu-
nicipios mexiquenses acreedores a un subsidio especial para el comba-
te a la inseguridad, entre los que destacaron los millonarios Metepec
y Huixquilucan, la capital Toluca, Coacalco de Berriozábal (el décimo
mejor municipio para vivir en México) y Ecatepec.
Ello ratificó una situación que se presentó dos años atrás: el miér-
coles 16 de enero de 2008, el Diario Oficial dio a conocer que, por pri-
mera vez en la historia de los ayuntamientos, el gobierno federal des-
tinaría una partida directa de tres mil quinientos ochenta y nueve
millones de pesos para distribuir directamente a los ciento cincuenta
municipios más violentos del país, tomando en cuenta la población
penitenciaria, el número de habitantes y el índice de criminalidad. Del
Estado de México se incluyeron dieciocho —o doce por ciento del to-
tal—, entre ellos Ecatepec, Ciudad Nezahualcóyotl, Naucalpan, Tolu-
ca, Tlalnepantla, Tultitlán, Texcoco, Huixquilucan, Coacalco y Atiza-
pán. El secretario de la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara
de Diputados, Édgar Olvera Higuera, advirtió entonces que los ayun-
tamientos destinarían veinte por ciento de ese subsidio especial para el
combate al narcomenudeo.
Legislador federal por Naucalpan, Olvera Higuera resaltó que el
número de homicidios dolosos o con violencia en el Estado de Méxi-
co, en 2007, fue de dieciocho por cada cien mil habitantes, arriba de
la media nacional. La entidad ocupó el segundo lugar en materia de se-
cuestros, con setenta y cinco denunciados; el cuarto en muertes vio-
lentas, apenas por debajo de Guerrero, Oaxaca y Sinaloa. En suelo me-
xiquense se reportó uno de cada seis delitos perpetrados en el país.
La referida Sexta Encuesta Nacional Sobre Inseguridad reveló que
el número de víctimas por cada cien mil habitantes se ubicaba en diez
mil doscientas. Arriba sólo aparecía el Distrito Federal, pero la media
nacional estaba en siete mil quinientas.
Además, setenta y seis por ciento de los mexiquenses mayores de
dieciocho años consideraban que su estado era inseguro, cifra que se
hallaba once por ciento arriba de la media nacional. El Estado de Mé-
xico ocupó el tercer lugar en este rubro, pero en robo a mano armada
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maron que su objetivo era La Perra. Los tres llevaban diez días siguién-
dole las huellas, hasta que lo localizaron en Metepec.
De regreso a Tijuana, Parra cometió una serie de errores —el prin-
cipal: volver—, y el 10 de junio de 2009 fue capturado cuando, con-
fiado, se ejercitaba en un conocido gimnasio de aquella ciudad fronte-
riza con San Ysidro, California.
La Muñeca Güera o La Barbie, como es conocido el matón Édgar Val-
dez Villarreal, también se instaló cómodamente en Interlomas, aunque
se sabe que en 2005 estuvo alternadamente en Toluca y en Metepec.
Todavía vecinos de la zona de Interlomas recuerdan la cabellera dora-
da, la piel muy clara y los ojos azules de Valdez Villarreal, quien con-
troló durante mucho tiempo a la policía de Huixquilucan, por lo que
se le conoce además con el mote de El Comandante.
EL REPARTO
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vos cuadros para sustituir las bajas derivadas de los ajustes de cuentas,
las ejecuciones entre grupos rivales y los muertos en enfrentamientos
con las autoridades.
O SCURO ESCENARIO
La atroz violencia que arrojan las guerras es una estadística más. Por
ejemplo, a las ejecuciones de 2009 —incluidas las de veinticinco po-
licías de diferentes corporaciones— se sumaron once decapitados y
treinta y un narcomensajes dejados junto a los cuerpos. Y el secuestro
aparece como otra herramienta de criminales que se saben intocables:
aquel año se reportaron al menos ciento dieciséis, cifra similar a la de
2008. A finales de noviembre de 2009, un cuestionado procurador se
vio obligado a reconocer la gravedad del problema y declaró: “En el
oriente del estado tuvimos muchos secuestros el año pasado, y a prin-
cipios de éste, relacionados con organizaciones delictivas que se ponen
nombre. […] Los grupos de delincuencia organizada están dejando de
hacer esa rutina de secuestros con rescates de montos pequeños. […]
Estamos regresando al tema más delicado, cambia la operación y cam-
bia la estrategia policial, a ellos se les cierra un camino y se abren otros,
veo otra vez las bandas de personas vinculadas con cuerpos de seguri-
dad; lo que pasó con el tema de Fernando Martí me inquieta que pue-
da regresar”. Como signo ominoso, Bazbaz vaticinó que en 2010 ha-
bría más plagios de los llamados de alto impacto.
En el ánimo de esa violencia, un grupo de sicarios dio cuenta de
la presencia concreta de La Familia —cuya aparición oficial en la en-
tidad se marca en noviembre de 2006 para consolidarse en 2007,
aunque sus acciones pueden rastrearse hasta 2005— y del significa-
do de la palabra alto impacto: la madrugada del viernes 24 de octu-
bre de 2008, un policía localizó en el área de estacionamiento de la
sede de la Procuraduría mexiquense en Cuautitlán una caja de cartón
con un macabro regalo para las autoridades: la cabeza aún sangrante
de un hombre decapitado. Y, al lado de la caja, un papel con un men-
saje escrito: “Ahí les dejo esta cabecita, así van a quedar todos… que
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Capítulo II
LuvianoZ
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final del territorio. Hace apenas nueve años Luvianos no tenía ningu-
na calle pavimentada. Era un pueblo tranquilo, medianamente en paz,
cuya lucha principal era contra su pobreza ancestral. Su dependencia
de Tejupilco se remontaba a tiempos prehispánicos. Cuando el 1 de
enero de 2002 consiguió la autonomía municipal que buscaba desde
1874, era una villa de comerciantes y campesinos pobres en el sur del
Estado de México. El destino de los treinta mil habitantes del muni-
cipio, regados y marginados en unas doscientas cincuenta comunida-
des —incluidos caseríos y rancherías—, era emigrar a Estados Unidos
o quedarse a padecer la pobreza que agobia a la mayoría de los habi-
tantes del Triángulo de la Brecha.
La autonomía fue el comienzo visible. Entonces, algunas fraccio-
nes criminales cobraron un inusual pero comprensible interés por la
nueva municipalidad, revaloraron su importancia geográfica y envia-
ron grupos de avanzada y operadores financieros con objetivos es-
pecíficos: lavar dinero y reclutar personal (sobre todo militares de-
sertores o en retiro, policías en activo y jóvenes), amedrentar a la
población, elaborar un mapa cartográfico local, formar una red de in-
formantes y otra de matones, y conquistar ese nuevo territorio pobre
e “independiente”. El dinero empezó a fluir a través de casas de cam-
bio, lo cual al principio se atribuyó a las remesas de los emigrantes
mexiquenses.
Tejupilco, Sultepec, San Simón de Guerrero, Valle de Bravo, Do-
nato Guerra, Zacualpan, Tlatlaya, Amatepec, Ixtapan de la Sal y Lu-
vianos forman la parte correspondiente al Estado de México de lo que
se conoce como Tierra Caliente, la cual se completa con municipios
colindantes de Guerrero y Michoacán.
El descubrimiento mayor de las caravanas que llegaron, presididas
por automóviles de gran lujo y camionetas de un costo cada una su-
perior al millón y medio de pesos, no fue el ancestral abandono del
gobierno estatal en Toluca, ni el insignificante número de policías
contratados por el ayuntamiento para vigilar los setecientos dos kiló-
metros cuadrados del municipio, ni la presencia esporádica de agen-
tes federales o soldados del Ejército, sino la cercanía a poblaciones
igualmente abandonadas, descuidadas y pobres de Guerrero y Mi-
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S IMULACIONES
Desde 2006, el miedo es real. El joven municipio ha cambiado. Es ya
un adulto en cuestiones del crimen organizado. Ese año, dos colabo-
radores del semanario Nuestro Tiempo Toluca, César A. Martínez y Jorge
Hernández, hicieron un viaje que abarcó pueblos de Michoacán. Los
dos periodistas mostraron el poder de los capos en el Triángulo de la
Brecha. Ese año, el Cártel de Sinaloa y Los Zetas, con una violencia
sistemática de terror e intimidación, consolidaron una campaña para
mantener el control de Luvianos. A finales de ese año, La Familia pon-
dría en marcha su plan de conquista.
Era ya palpable la integración de los pueblos de cada uno de los tres
estados. César y Jorge alumbraron parte del lado oculto: “Aquí es la
Tierra Caliente michoacana. Es el mediodía. Huetamo, a unos ciento
treinta kilómetros al sur de Toluca, se muestra apacible y casi desierto.
Los treinta y cinco grados a la sombra, en pleno otoño, imposibilitan
actividades al aire libre. Hace calor en serio, pero la paz es rota por una
caravana de camionetas que pasa por la pequeña placita central de la
población, de unos setenta mil habitantes. Resaltan los AK-47 en hom-
bres de lentes oscuros y sombrero texano. Todo mundo sabe que son
asesinos a sueldo. La caravana se pierde rumbo a Tuzantla, otro muni-
cipio de Michoacán, con un clima más inmisericorde.
”En las siguientes horas, otros convoyes menos sugerentes vuelven
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Para cuando Peña Nieto acababa de cumplir su segundo año como go-
bernador, en la primera y la segunda semanas de octubre de 2007 el
Ejército confirmó que Luvianos se había transformado en un centro
de operaciones de gran envergadura de los narcotraficantes. El domin-
go 7 de ese mes, los cerca de trescientos efectivos del Ejército, elemen-
tos de la Policía Federal, investigadores de la PGR y agentes del Mi-
nisterio Público sitiaron la cabecera municipal, junto con algunos de
los pueblos aledaños.
Al cabo de cinco días se informó en un comunicado oficial sobre
cateos a varias casas, durante los cuales las autoridades decomisaron
dos mil ciento diecinueve cartuchos útiles, uniformes y chalecos anti-
balas de tipo militar, una decena de armas de fuego, motosierras, cha-
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tos. Al llegar a ese puntos nos bajaron y nos subieron a otro vehículo,
a donde nos quitaron las esposas, nos dejaron vendados de los ojos”, y
se marcharon.
La vejación al teniente Herrera Terrones, graduado del Colegio
Militar, y al sargento Aragón Reyes, egresado de la Escuela Militar de
Clase de Armas, fue demasiado. Fue una afrenta absoluta. Matarlos y
desaparecerlos habría sido gravísimo, pero el error inicial de los mato-
nes a sueldo de los narcotraficantes de Luvianos fue secuestrarlos. Lue-
go hubo otro yerro: torturarlos, amenazar con ‘hacerlos cachitos’ con
una motosierra ‘si no decían la verdad: a quién habían ido a matar’. Y
todavía hubo un error más: no creerles que eran militares. Así que el
daño estaba hecho.
Magullados por la golpiza y las descargas eléctricas, los dos solda-
dos, junto con otros oficiales enviados también al sur mexiquense, re-
gresaron la noche del sábado 6 a su cuartel general en Toluca, donde
fueron atendidos en el Pelotón de Sanidad Médica. A las ocho de la
mañana del día siguiente, el domingo 7 de octubre de 2007, con el ho-
nor maltrecho, ambos formaron parte de la partida militar enviada
para poner en marcha un gran operativo contra el narcotráfico, pero
cuyos objetivos parecieron convertirse en uno solo: capturar a los au-
tores materiales de la humillación.
Los sicarios-secuestradores habían cometido otros errores que, el
domingo, probaron ser de costos incalculables. El primero fue la so-
berbia, ya que desdeñaron la reacción de la Comandancia de la Zona
Militar; por las declaraciones del teniente y del sargento al Ministerio
Público federal, puede inferirse que aquéllos llegaron a pensar en algu-
na negociación. Casi de inmediato descubrirían que fueron descuida-
dos e hicieron un mal trabajo porque al mediodía del domingo sus dos
víctimas guiaron a sus compañeros de armas hasta el galerón del ran-
cho en el que fueron esposados por la espalda y torturados.
Para ello, teniente y sargento se basaron en el tiempo de recorrido
(entre cinco y ocho minutos a partir de su levantón), incluido un cam-
bio de vehículos, así como los ruidos intensos de maquinaria pesada
en el lugar adonde los trasladaron. Sí, era un galerón que servía para
almacenar cargamentos de droga. Luego se sabría que desde allí tam-
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Capítulo III
Tierra sin ley
L
A L L E G A DA D E C Á RT E L E S
cutores, el Cártel del Golfo primero, luego Los Zetas, seguidos
por el Cártel de Sinaloa, Los Pelones y más tarde La Familia,
cambió la percepción sobre el territorio de Luvianos. Hace seis años,
entre 2004 y 2005, las calles mal empedradas y de tierra de los barrios
del centro fueron cambiadas por bloques cuadrados de concreto refor-
zado que nivelaron el terreno. ¿La razón? Los pobladores explican que
los lujosos autos de los capos de la zona no podían circular por el de-
plorable estado de las calles.
Y así fue. Completado el extraño encementado, se volvió aún más
común ver camionetas de marcas como Mercedes-Benz y BMW. Lo
que asombró a campesinos y rancheros no fueron las camionetas blin-
dadas, resguardadas siempre por decenas de matones, sino la circula-
ción de un Ferrari de dos millones de pesos —que antes sólo se veían
en las calles bien pavimentadas de los exclusivos barrios residenciales
de Huixquilucan, Atizapán, Naucalpan o Metepec— y la aparición
esporádica de un Lamborghini.
En un pueblo que adolece de todo, en diciembre de 2009 el nue-
vo alcalde priista Zeferino Cabrera Mondragón entregó en la comuni-
dad de Sauz-Palo Gordo sus primeras obras de concreto hidráulico,
“base de cemento arena, malla electrosoldada y doce centímetros de
espesor, contando con una resistencia de doscientos kilogramos sobre
centímetro cuadrado”.
Acá, la policía municipal es de oropel, los agentes intentan sobre-
vivir como pueden en medio de las balas, por lo que los narcotrafican-
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la PGR tenía una idea clara sobre esta organización criminal y sus mé-
todos salvajes.
Agentes de la SIEDO sabían de su presencia consolidada en los
municipios michoacanos de Tierra Caliente fronterizos con los mexi-
quenses de Luvianos y Villa Victoria, entre otros, sus planes de expan-
sión y su fortalecimiento con soldados centroamericanos, en especial
de Guatemala y El Salvador.
El reclutamiento de extranjeros para robustecer los cuadros de
asesinos de La Familia, cuyo primer objetivo fue someter a la Tierra
Caliente mexiquense —entrando de Zitácuaro a Villa Victoria y Do-
nato Guerra, o de Tuzantla, Tiquicheo y Huetamo a Luvianos, Teju-
pilco y Zacazonapan—, empezó en los primeros meses de 2006, se-
gún consta en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEITA/063/2006, en
cual se incluyeron la captura y primeras declaraciones del ex soldado
guatemalteco Baudilio Jiménez Rebolorio o Manuel Jiménez Quiñó-
nez, conocido por su alias de El Seco.
Capturados el lunes 11 de septiembre de 2006 durante un opera-
tivo del Ejército mexicano en Apatzingán, a El Seco y cuatro de sus
cómplices —Luis Hernán Castillo Hernández, Víctor Manuel López
Espinoza (estos dos también ex soldados guatemaltecos), Rafael Peña-
losa Santos y Juan Luis Farías Macías— les decomisaron doce fusiles
de asalto AK-47 y AR-15, así como sesenta y cinco cargadores, tres
granadas de fragmentación, dos mil novecientos cuarenta y nueve car-
tuchos útiles, diez cascos blindados, nueve chalecos antibalas, unifor-
mes falsos de la Policía Federal, básculas para pesar droga y otros ob-
jetos. Algunos diarios en la Ciudad de México reportaron la captura
de los guatemaltecos, pero aún no se hablaba de La Familia.
Estos antecedentes apenas ilustran una parte de la realidad. An-
tes de asentarse en Apatzingán, el ex soldado guatemalteco hizo una
travesía de miles de kilómetros que inició en La Mesilla, en su país,
hasta llegar a Zitácuaro, un municipio michoacano a dos horas de
Toluca, la capital del Estado de México. El dato parece irrelevante,
pero en Zitácuaro —además de la Tierra Caliente, desde donde in-
cursionó a Luvianos— La Familia instaló otra base regional de ope-
raciones para expandirse al valle de Toluca. Dicho poblado, pues, era
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nos trajo al Distrito Federal una señora a la que por radio le decían
La Camelia. Nos trajo en una camioneta gris GMC a la Ciudad de
México. Nos dejó en un hotel como a las veintitrés horas. A las cin-
co de la mañana del día siguiente nos recogió otra persona que nos
llevó a Zitácuaro, Michoacán, lugar donde nos contactó El Sierra once
de apodo El Gato.
”Esta ciudad es controlada por Sierra veintidós, el mero jefe de Zitá-
cuaro. Ellos nos mandaron en dos taxis a Uruapan. Nos recibió El
Mico, salvadoreño que no tiene ningún cargo; es como nosotros. Él nos
entretuvo dos días en casas de esa ciudad. Una era de dos niveles, fa-
chada blanca, muy bonita. La segunda era de dos niveles, con un por-
tón negro, fachada blanca también.
”De ahí nos mandaron en dos camionetas para Apatzingán, don-
de nos recibió Sierra once, que no era el mismo al que apodan El Gato.
Es una persona que vive en Cuatro Caminos y controla de Apatzingán
en adelante. Esta persona nos habló pesado. Nos dijo la verdad, que
veníamos a México para hacer el trabajo de matar gente. No íbamos a
cortar uvas.
”También nos entregó, a la mitad de los ocho, con Don Poncho. La
otra mitad se quedó. A las ocho personas que veníamos sólo las co-
nozco por apodos: Máscara, Guisquil, Escuadrón, Jason, Alacrán, Dragón, Van
Dam y yo. Nos fuimos con Don Poncho a Pizándaro, donde estuvimos
quince días en una casa que nos alquilaron. En ese lugar estuvimos co-
miendo y durmiendo. Estábamos los cuatro que habíamos llegado con
Don Poncho: El Viejo, Juilín, Dragón y yo, y otras cinco personas: Coyote, Ca-
brera, Cobra, Tigre y Camaleón.
”Durante ese tiempo pudimos platicar. Ellos eran mexicanos, que
anteriormente se dedicaban a ser policías en la ciudad de Colima. Te-
nían cuatro meses de haber salido. Pero no decían mucho, sólo que
iban a regresar a la policía, y al parecer se regresaron. Nos pagaron dos
semanas de sueldo: cuatro mil pesos, que gasté en ropa, zapatos, telé-
fono celular y tarjetas telefónicas.
”Después de esos quince días nos iban a pagar otra vez. Ya no
nos pagaron. Decían que llegaría el dinero, pero nunca llegó. Poste-
riormente nos mandaron al Aguaje. Don Poncho consiguió una casa
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para vivir. Para allá movimos todo el equipo: armas, ropa, cartuchos
y todo lo que fue asegurado al momento en que nos detuvieron. Esas
cosas las tenía Don Poncho en Apatzingán, por eso las trasladamos al
Aguaje.
”Don Poncho nos cambió de casa porque teníamos que movernos lo
más cerca de Aguililla para conquistar esa ciudad. Sé que todas las en-
tradas están dominadas por La Familia, grupo que se une a Los Zetas
para controlar Michoacán. En relación a La Familia, quiero mencionar
que no sé quién la dirige, pero sé que la componen Los Sierra.
”Son los oficiales y son como once, se numeran Sierra uno, Sierra dos
y así consecutivamente. También La Familia la conforma gente como
nosotros, entre mexicanos y guatemaltecos, somos como soldados. So-
mos como trescientas personas y una que otra es de nacionalidad sal-
vadoreña. Pero ellos son muy pocos porque los salvadoreños no son
fieles. Cuando salen del grupo andan contando cosas.
”De los once Sierras, conocí a los dos Sierra once, al Sierra Júpiter, al
Sierra Cuervo y a Don Poncho. Cada uno tiene su grupo de entre veintidós
y treinta personas. También conocí a El Sapo, un grado menor a Sierra
ya que sólo se encuentra de encargado cuando sale Júpiter. Y conocí al
compadre de Don Poncho, una persona de la tropa, como nosotros, pero
a él casi no lo sacan y le dan buenas armas.
”Ya en el Aguaje, salimos a patrullar en motocicleta. Mi función
era la de ir a una salida de la ciudad, la que viene para Aguililla, y re-
portar a los carros sospechosos; es decir, tres camionetas juntas, o la
llegada de los chiles, los soldados. Tenía que avisar si llegaba gente de El
Chapo, un narcotraficante pesado. No lo conozco, pero sé que había es-
capado de la cárcel.
”Tenía que avisar de todo por el canal dieciocho, de un radio Mo-
torola, a Coyote. Entonces, él subía el equipo entero, con uniforme.
Agarraba su rifle cada persona y salían en camioneta a interceptar a los
sospechosos. El uniforme que usábamos era pantalón negro, camisa
negra, chaleco donde van los cargadores y a veces gorra. Teníamos una
Ford blanca, pero los vehículos los cambian muy seguido. El Aguaje
está bajo control, sólo nos falta controlar bien Aguililla.
”Tenemos como ciento setenta claves pero sólo aprendí una, la
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Desde 2005, como editor en jefe del diario Alfa y luego ya como di-
rector editorial de Nuestro Tiempo Toluca, Miguel Alvarado se ha hecho el
propósito de mantener un registro puntual, a través de crónicas y re-
portajes, de los acontecimientos de esa zona ignorada por las autori-
dades estatales en Toluca pero sí “atendida” y controlada por los ca-
pos y sus asesinos a sueldo.
Hace tiempo aprendió a tomarle el pulso a Luvianos. De regre-
so a esta localidad, a la que no deja como reportero, pero tampoco
como editor —porque en sus órdenes de información aparece de vez
en vez investigar historias sobre el desarrollo del pueblo y cada que
puede se toma el tiempo para escribir él mismo—, descubre que, en
su paso de Villa de Luvianos a municipio, se transformó en mercan-
cía. Y así lo redescubre con uno de sus colaboradores. Sabe que no
parece más un pueblo del sur sino, tal vez, un gran suburbio, aunque
todavía en la marginalidad, de Toluca. “Hace seis años”, recuerda,
“la violencia que se respiraba era más, pero no era tan peligroso
aventurarse por estos rumbos”.
La región es hoy una de las principales capitales del narcotráfico y
no porque allí se produzca, almacene o trafique, sino porque en 2005
fue elegida por algunos de Los Zetas como lugar de residencia. Más
tarde, en 2007 y 2008, cuando se pusieron en marcha los operativos
especiales en Guerrero y Michoacán, llegaron los capos de este último
estado vecino. Los Zetas de los Beltrán Leyva y El Chapo Guzmán les
habían ganado la carrera inicial. Es un secreto a voces. Todos identifi-
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can a los primeros que arribaron y a los que llegaron después. Todos
saben que así empezó la guerra, aun cuando lo digan —si lo dicen—
en voz baja y sin mirar a los ojos.
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queña fortaleza, pues su exterior está decorado con mármol y las ven-
tanas tienen vidrios polarizados. Nadie sabe a quién pertenecen. Al
menos nadie lo comenta.
PARTE DE GUERRA
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una X-Trail, una Suburban, una Lobo y una HHR, en cuyo interior
estaba el arsenal.
Mientras los criminales se daban un descanso para comer en el res-
taurante Las Hamacas, también el lunes 15 de octubre de 2007, en
Coyuca de Catalán, se hizo pública la captura de Víctor Aguirre Nie-
to, de treinta y siete años de edad; Iván Nájera Suazo, de veintisiete;
Luis Navarro Peñaloza, de veintitrés; Norberto Pineda Sotelo, de
treinta y tres; Rodolfo Maldonado Bustos, de cuarenta y ocho, y en
otro lugar, pero relacionado con ellos, de Fausto Martínez Aguirre, a
quienes les fueron decomisados cuatro rifles AR-15, un AK-47, tres
fusiles Mini-14, dos pistolas calibre nueve milímetros y treinta y ocho
súper, que transportaban en dos camionetas: una Cherokee 2007 y una
Outlander gris. En el interior de ambas camionetas fueron encontra-
dos dos cargadores para pistola nueve milímetros, uno para treinta y
ocho súper, dos para AK-47, uno para fusil 5.56X45, otro para fusil
Mini-14, siete para AR-15, doscientos noventa y nueve cartuchos AR-
15, ciento seis para AK-47, cinco celulares, veinticinco gramos de co-
caína, más de cincuenta mil pesos en joyas, y once mil pesos y sesenta
dólares en efectivo, que, junto con los seis detenidos, quedaron a dis-
posición del Ministerio Público en Coyuca de Catalán.
Ante las muertes violentas y la carrera por armarse hasta los dien-
tes características de la confrontación entre narcotraficantes, la presen-
cia de éstos había sido aceptada y tolerada en cada municipio de Tierra
Caliente. Las autoridades estaban convertidas en meros espectadores,
y en muchos de los casos, también en cómplices.
En el Triángulo de la Brecha, la guerra era abierta desde 2006. Por
ejemplo, el 31 de agosto un comando asesinó en el municipio michoa-
cano de Huetamo a dos personas —una fue identificada como José
Hilde Suárez Berrum, El Cachirul, chofer de treinta y nueve años de
edad, hermano de Ranferi Suárez Berrum, quien gobernó Cutzamala
(Guerrero) de 1993 a1 996— para enviar una serie de mensajes direc-
tos a dos de los principales operadores de Los Zetas: El Lazca Heriber-
to Lazcano Lazcano, conocido como el Z-3 (un ex integrante del Gru-
po Aeromóvil de Fuerzas Especiales —Gafes—), y El Efra Efraín
Teodoro Torres, el Z 14.
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Mario López Gómez, sin motivo alguno, abrió fuego contra el coman-
dante y otros policías.
El disparo que mató a Bahena le entró por la garganta y salió por
la nunca. López Gómez tenía buena puntería, “endiablada”, comenta-
ría un policía municipal. La Smith & Wesson, calibre trescientos cin-
cuenta y siete, de seis cartuchos, cinco percutidos y uno útil, que por-
taba el criminal, fue entregada a agentes del Ministerio Público. Se
sostuvo que con esa arma también había sido herido el oficial José
Luis Manra Mejía.
Tres días después, Camilo Damián Flores caminaba por las calles
de la cabecera de Zacualpan, acompañado por su esposa, María Elena
Barrios Rodríguez. Se dirigía a su trabajo, justo en la alcaldía de aque-
lla localidad. Eran las nueve y media de la mañana. Ambos acababan
de salir de su casa en el barrio de Chacopingo, cuando les salió al paso
un grupo armado y los acribilló.
Damián Flores, de cuarenta y dos años años, era director de Segu-
ridad Pública y, por lo tanto, jefe de la policía municipal de Zacual-
pan. Su esposa salió con vida. Él murió casi de inmediato tras recibir
la descarga de rifles M-1. A esa hora de la mañana, el pueblo estaba en
movimiento. Hubo testigos, pero nadie vio cuántos agresores eran ni
en qué autos se movían. El jefe de policía quedó tirado en la calle de
Filemón Fuentes, del mencionado barrio de Chacopingo. Vestía un
pantalón oscuro y camisa a rayas. Quedó boca abajo, con los miem-
bros en cruz, y se llevó las claves sobre sus asesinos.
El miércoles 8 de agosto, un comando abatió a tiros a Enrique
Hernández Bernardino y a su asistente, Francisco Javier Martínez,
cuando transitaban por la carretera federal Tejupilco-Ciudad Altami-
rano a bordo de un Tsuru gris. El primero era el ex presidente muni-
cipal de Tlatlaya. Regresaban de la lectura del primer informe del al-
calde de Otzoloapan, Aarón Pedraza Jaramillo.
Según señalaron algunos testigos, en la carretera les dio alcance
una camioneta oscura y se les emparejó en el kilómetro ciento quince,
a la altura de la comunidad Cuadrilla de López, en el municipio de Te-
jupilco. Los tripulantes de la camioneta abrieron fuego. En el lugar de
la agresión la policía ministerial levantó treinta cartuchos percutidos.
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P RELUDIO DE MUERTE
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a los pasajeros del vuelo 212 de la línea aérea Volaris, en el área deno-
minada “ERPE Nacional Terminal Dos”, revisaron el equipaje de
mano que llevaban consigo. Los federales descubrieron cincuenta y seis
paquetes de cocaína, rectangulares y envueltos con cinta canela y plás-
tico transparente.
Invisible el narcotráfico para las policías estatales, desde años atrás
se venían dando pequeños golpes sistemáticos a narcotraficantes del
sur, pero uno de los principales tuvo lugar en 2003 en la ranchería Ba-
rranca Jalpa, donde la AFI aseguró mil seiscientos kilogramos de ma-
rihuana, así como un plantío de cuatrocientos metros de largo por cua-
tro de ancho.
Hoy los luvianenses han retomado su vida en un pueblo torcido.
Salen a las calles pero no hablan. Pese a que los autos son revisados en
retenes del Ejército, Los Zetas y La Familia operan como si nada.
“Todo mundo sabe dónde vive el líder de los narcos. No sé si es de
Los Zetas, pero llegaron hace tiempo y tienen su casa a la vista de to-
dos. A él no lo han molestado, ni siquiera tocaron a su puerta”, aseve-
ra uno de los habitantes. Agrega que, en el trienio pasado, hubo un
pleito entre la presidencia municipal y los narcos “por motivos que
desconocemos […], incluso quisieron llevarse a la esposa del alcalde,
y por eso llamaron a los militares”.
Baja la voz cuando dice: “Seguramente alguien se pasó de listo, pero
todavía no ha pasado nada”. Las revisiones y cotejo de nombres y nú-
mero de serie se efectúan sin mirar jerarquías o rangos gubernamenta-
les. Dentro del operativo nadie está exento, ni siquiera funcionarios de
alto nivel del gobierno estatal que encabeza Enrique Peña Nieto.
El martes 18 de septiembre de 2007, la situación en el sur, con de-
saparición de policías municipales, ejecución de comandantes y levan-
tones de agentes de la ASE, obligó al procurador Villicaña a reconocer
la existencia de asesinos a sueldo que operaban en la región; incluso
sostuvo que se trataba de doce. Declaró que a causa de ellos la violen-
cia en esa zona había alcanzado niveles preocupantes. Nunca explicó
de dónde sacó ese número de sicarios, porque tan sólo el grupo de El
Coronel o El Tigre Albert González estaba integrado por un centenar de
pistoleros, sin incluir a los de su compinche El Diablo, ni a los de El Ge-
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D ECISIÓN
En febrero de 2009, un martes de tianguis, Nuestro Tiempo Toluca regre-
sa al cuartel de Los Zetas y La Familia Michoacana en el sur mexi-
quense. Algunos mandos de éstos decidieron establecerse allí, instalar
en Luvianos una de sus bases principales mientras la Legislatura local
juramentaba a Enrique Peña Nieto como gobernador, en 2005.
Sesenta años atrás, Luvianos contaba con apenas dos mil quinien-
tos habitantes. Hoy supera los cuarenta mil. Ha cambiado. El pueblo
está feo. Los narcotraficantes tienen recursos pero mal gusto. Eso sí,
son prácticos, como lo demuestran las gruesas planchas de cemento
que permiten la circulación de sus autos costosos.
Nuestro Tiempo Toluca repite parte de los recorridos que sirvieron
para sus crónicas de 2007 y 2008, aunque acá los fuereños no son
bien vistos ni bien recibidos si no tienen negocios que atender. Uno de
estos días, Peña Nieto se encuentra en Acapulco, acompañado por la
actriz Angélica Rivera, La Gaviota de Televisa. Luego, aprovechan el fin
de semana para asistir a la boda del hijo de Humberto Benítez Trevi-
ño en Ixtapan de la Sal. La pareja y otros invitados también acuden al
rancho El Mesón, donde el ex gobernador César Camacho Quiroz cele-
bra su cumpleaños. El ajetreado fin de semana restaura las fuerzas de
Peña para afrontar una semana más de trabajo, al menos de aparicio-
nes en público.
Muy temprano, el 16 de febrero, se dirige al sur de la entidad a en-
tregar una obra carretera que, informa, costó ciento dieciocho millo-
nes de pesos. En Tejupilco deja escurrir algunas frases que suenan cada
vez más presidenciables, como: “En medio de la actual crisis económi-
ca, el gobierno del Estado de México no puede permanecer pasivo
frente a los efectos que tendrá en quienes más apoyo necesitan”.
En el acto, previo a un viaje a Nueva York, donde recibirá un pre-
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E L P ROFE EN FAMILIA
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Capítulo IV
Narcotepec, el pueblo que cambió
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N UEVA FISONOMÍA
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vengaron: se hicieron del espacio con sus humos, sus ruidos y la intem-
perancia de los conductores. “Por las mañanas y por las tardes”, escri-
bió Cardona en su tesis Interpretación, reinterpretación de la fiesta de San Isidro
Labrador y el Paseo de los Locos en Metepec, “caminan por esas calles y regre-
san por ellas”, y sólo se alejan los domingos para dar paso a una cre-
ciente llegada de turistas provenientes de la Ciudad de México.
Los lugareños y los turistas no pueden entrar a las zonas amura-
lladas y los habitantes de éstas apenas conocen que están en la Ciudad
Típica de Metepec, cuya fundación española data de 1569. A su arri-
bo, las conservadoras familias de los capos supieron apreciar esa dis-
posición y el pueblo de artesanos se transformó. Primero fue el boom
inmobiliario. En 2010, Metepec cuenta con al menos veinticuatro
fraccionamientos residenciales de gran lujo. En tal proceso resultó na-
tural que el símbolo de prosperidad de los recién llegados fuera el dó-
lar como principal moneda de cambio, y que las transacciones se hi-
cieran en efectivo.
A pesar de cierta desconfianza, y hasta rechazo oculto a los nue-
vos vecinos, la presencia de éstos tuvo un impacto inmediato cuando
el metro cuadrado de las milpas muertas pasó, de un día para otro, de
cuatrocientos pesos a mil seiscientos dólares o más, según la ubicación
y el nombre del fraccionamiento residencial. Por eso también se acep-
tó el nuevo lenguaje señalado antes, y entonces se habló de “narcofa-
milias”, “narcomenudeo”, “tiro de gracia”, “narcoempresarios”, “nar-
coprofesionistas” y “narcodólares”.
El significado real de la presencia de los familiares de los narcotra-
ficantes y su calibre se pulsó en la madrugada del sábado 2 de junio de
2001, cuando Karla Andrea Rico Fonseca, nieta del capo Ernesto
Fonseca Carrillo, Don Neto, fue asesinada de un tiro en la espalda en el
aledaño municipio de Calimaya.
Agentes de la PGJEM encontraron el cadáver y, junto a éste, un
casquillo de bala calibre cuarenta y cinco, por lo que se inició la inda-
gación correspondiente por los delitos de homicidio calificado, priva-
ción ilegal de la libertad en su modalidad de secuestro y robo con vio-
lencia, en contra de quien resultara responsable.
Al salir del restaurante Sanborns en Plaza Galerías Metepec, pasa-
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das las once y veinte de la noche del viernes 1 de junio, frente a su tía
Nydia Zulema Toledo Núñez y un amigo identificado como Carlos
Arroyo, Karla fue secuestrada por tres personas que la subieron a un
automóvil Nissan Tsuru blanco. Fue a la una y media de la madruga-
da cuando la policía encontró el cadáver de la narconieta del reo tres-
cientos setenta y uno de Almoloya de Juárez, en el paraje conocido
como El Columpio, sobre la carretera Zacango-San Juan Tilapa, en el
referido municipio de Calimaya.
Si fue crimen pasional o una venganza por parte de la delincuen-
cia organizada, en la PGJEM no se aventuraron a dar mayores explica-
ciones sobre el ataque. Un balazo fue suficiente para matar a Karla, de
dieciocho años de edad. Pocos dudaron en calificar el homicidio como
una represalia contra el reo. Los verdugos devolvieron el teléfono ce-
lular de Karla, pero le quitaron los aretes y otras joyas.
El pueblo se estremeció otra vez la noche del jueves 20 de mayo
de 2004 con la ejecución de una vecina que encajaba entre los recién
llegados: la abogada Edna Laura Martínez Álvarez, esposa del narco-
traficante Carlos Enrique Tapia Anchando, quien había caído en des-
gracia en septiembre de 1989 cuando a su jefe, el hoy extinto juaren-
se Rafael Muñoz Talavera, las policías federales de Estados Unidos le
decomisaron en una bodega de Los Ángeles, California, un cargamen-
to cercano a veintiuna y medio toneladas de cocaína base y doce mi-
llones seiscientos mil dólares en efectivo.
Edna Laura, quien se abría paso para convertirse en defensora de
algunos capos notorios, como su esposo mismo y Jesús Labra Avilés,
alias Don Chuy, fue interceptada y acorralada en su camioneta de gran
lujo, a la altura del cruce que forman las avenidas Comonfort y Las
Torres, calles donde, en esa zona fronteriza con Toluca, se alzan algu-
nos de los más exclusivos barrios residenciales de Metepec. Desde otra
camioneta, los asesinos le dispararon con armas de fuego.
Al aludir a la ejecución, el procurador estatal Alfonso Navarrete
Prida puso a salvo al gobierno del atlacomulquense Arturo Montiel
Rojas y sostuvo que la confinación de internos altamente peligrosos y
la insuficiencia de medidas de seguridad en esa zona habían derivado
en ajusticiamientos del narcotráfico.
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LA HUELLA DE LA RIQUEZA
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PACTOS DE SANGRE
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EL PRECIO
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Capítulo V
Con C de cártel
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H ISTORIAS OCULTAS
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Capítulo VI
Señales de terror
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saldo, hasta ayer por la tarde, era de un policía estatal muerto y otro
herido, pero fuera de peligro. A López López, al salir de una interven-
ción quirúrgica, le fue pronosticado un diez por ciento de probabili-
dades de salvarse de una parálisis, en caso de salir del estado crítico en
que se encontraba. Baleados quedaron las oficinas de la policía, que re-
cibió al menos dieciocho impactos, y siete vehículos de policía”.
Coacalquenses, funcionarios del gobierno, encabezados en ese en-
tonces por el alcalde priista Felipe Ruiz Flores, y policías municipales
le dijeron a Hugo Martínez: “Jamás se había escenificado una agresión
similar en la historia reciente. Ignorando que se encontraban frente a
tres corporaciones policiacas distintas, ubicadas una junto de la otra,
los agresores se tomaron varios minutos para descargar sus armas, con
la aparente calma que les brindaría atacar un desprotegido centro habi-
tacional. […] La ráfaga de balas tomó por sorpresa y desprevenidos a
los elementos de las tres distintas corporaciones, a pesar de que el es-
truendo duró varios minutos. […] Las balas hirieron a los dos vigías
apostados en la calle, frente a la estación de policía estatal, con rifles
M-16 cada uno bajo el hombro. Además, perforaron la puerta metáli-
ca de entrada, destruyeron cristales y abrieron al menos dieciocho ho-
yos, de un centímetro de diámetro y dos de profundidad algunos, en las
paredes externas e internas del inmueble. […] Sobre la manufactura del
atentado y el origen de la agrupación al que pertenecen los agresores,
descritos como un grupo de entre cuatro y diez hombres vestidos con
uniformes negros y rostros cubiertos, existen distintas versiones. […]
Sin embargo, policías judiciales estatales y policías estatales manifesta-
ron escepticismo acerca de la probabilidad de que un grupo de crimi-
nales comunes se hubieran atrevido a arriesgarse a disparar contra un
núcleo de instalaciones policiacas para retar a la autoridad”.
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ron dentro del restaurante, desde donde lanzaron a los policías, que
para entonces tenían refuerzos, dos granadas de fragmentación. En la
confusión, las mentadas, los gritos, las amenazas y la explosión de las
granadas, algunos delincuentes tomaron como rehenes a dos comensa-
les y robaron una patrulla, con todo y llaves, para darse a la fuga.
Los policías intentaron acercarse para rodear y capturar a los atrin-
cherados, pero éstos dispararon y mataron al policía Raúl Hernández
Contreras.
Los delincuentes que robaron la patrulla huyeron sin contratiem-
pos por la vía López Portillo. Al llegar a la altura de la avenida Beni-
to Juárez, colonia Lázaro Cárdenas, ya en el municipio de Tultitlán, se
percataron de un operativo policiaco y, para abrirse paso, lanzaron una
granada de fragmentación que le quitó la vida al policía tultitlense
Raúl Loreto Hernández.
Los capturados (Francisco Javier Carmona Sánchez, de cincuenta
años de edad; Ricardo Solórzano Barrón, de treinta y dos; Joel Artu-
ro Suástegui, de treinta y tres, y Gabriel Julio Rangel, de veintitrés,
quienes protagonizaron la balacera en Coacalco y Tultitlán y fueron
perseguidos por la policía hasta la Sierra de Guadalupe) dijeron ser in-
tegrantes de La Familia de Michoacán. De acuerdo con las versiones
que dieron a la policía, recibieron órdenes de asesinar al agente Mayén
Hernández.
Alfredo Castillo Cervantes, subprocurador de Justicia de Cuauti-
tlán Izcalli, dijo a la prensa que había todos los elementos para con-
signar a los implicados en los asesinatos de los tres policías y del civil,
al que también se identificó por unas horas como Clemente Márquez
Márquez. Los delitos: homicidio, daño en bienes, lesiones, delincuen-
cia organizada y lo que resultara.
Otros delincuentes estaban prófugos. En el sitio del enfrentamien-
to principal, peritos investigadores de la Procuraduría estatal localiza-
ron casquillos percutidos de fusil de asalto AR-15 y los restos de las
granadas de fragmentación.
Los policías siguieron a una camioneta Honda CR-V gris, placas
304-TTF, en la que viajaban supuestos cómplices de los agresores,
quienes llegaron hasta la zona de Cola de Caballo, en la Sierra de Gua-
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tender puentes para comunicar y acercar a Peña Nieto con las comu-
nidades judía y libanesa.
En enero de 2009, el periodista Andrés Becerril documentó que
aquel abogado “misterioso” “le vendió la idea al gobernador mexiquen-
se de que con su influencia entre la gente de la comunidad judía podría
consolidar el poder, siempre y cuando se pudieran arreglar algunas irre-
gularidades que existen en miles de hectáreas de terreno de Interlomas,
una de las zonas más costosas del país y que está conectada directamen-
te con Santa Fe, otro punto costoso del valle de México. […] Fuentes
de la Procuraduría mexiquense señalaron que les llamó mucho la aten-
ción que una de las primeras órdenes de Bazbaz, tras tomar posesión
como procurador, fue hacer, en absoluta discreción, un rastreo informa-
tivo que hizo el periódico Reforma por la venta de Interlomas. […] La
historia de esos terrenos data de principios del siglo pasado. Hay tres
propietarios distintos. Uno de ellos es un líder de la CROM que se ha-
cía pasar por dirigente de los trabajadores de la construcción y se apo-
deró casi de todos los terrenos, chantajeando a los constructores e in-
mobiliarias y obteniendo sumas millonarias. […] El asunto de los
predios de Interlomas lo heredó Peña de Montiel y [David] Korenfeld
[Federman]. Y en tiempos en los que Álger Escobar —titular del Ins-
tituto del Emprendedor Mexiquense— era tesorero municipal de
Huixquilucan. […] La nominación de Bazbaz, de origen judío, no sólo
obedece a la liga con el capital y el poder de esa comunidad, sino a una
estrategia de Peña para estar bien con el gobierno federal. Y también
con gente relacionada con Carlos Salinas de Gortari”.
Muy pocos rememoraban la época en que la familia Abed Sche-
kaiban —socia en su momento de Carlos Hank González en la desa-
parecida aerolínea Taesa— amenazó con despedir y encarcelar a los
hermanos Froylán y Óscar Santana Gil, junto con otros transportistas
conocidos sólo como los hermanos Campuzano (por un supuesto
robo de materiales a la empresa Primex, aunque nunca se levantaron
cargos). Y que, cuando se terminó de construir la autopista de cuota
México-Toluca, los dos hermanos Santana Gil adquirieron varias de-
cenas de camiones de volteo y crearon una nueva sección (controlada
por ellos) del sindicato de transportistas, Óscar empezó a ser noticia
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A Óscar Santana Gil se le había visto por última vez cuando salía
de sus oficinas, ubicadas en Jesús del Monte 165, Huixquilucan, a bor-
do de una camioneta Ford Lobo blanca, placas MBV-2832. Por extra-
ño que parezca, ese día no le acompañaban sus guardaespaldas.
Su desaparición quedó asentada en la averiguación previa
AM/HUIX/I/796/08, por una denuncia que presentó otro hermano
suyo, Jaime.
En cuanto a la camioneta Toyota RAV4 en la que estaban los tres
cadáveres, las autoridades informaron: “Ésta fue robada en los pri-
meros días de julio en la colonia Nueva Santa María del Distrito Fe-
deral. […] Las placas LZV-7741 del vehículo estaban sobrepuestas
y corresponden a un automóvil modelo Spirit. […] El 14 de julio
fueron localizados en Tlalnepantla tres cadáveres, cada uno con el
tiro de gracia, dentro de la citada camioneta, en el cruce de las calles
Viveros de la Colina y Cumbres, fraccionamiento Plazas de la Coli-
na. […] La Procuraduría informó que continuaba la indagatoria so-
bre la triple ejecución, sobre la cual fue abierta la averiguación pre-
via TLA/II/4190/08-07”.
Junto a los cuerpos de Óscar, Margarito y Josué había un mensaje
en una cartulina naranja que decía: “Así se paga la traición, Leobardo,
alias El Negro, sigues tú Cuitláhuac y Pacheco. La Familia”. Fue un mo-
tivo más para encender las alarmas rojas en el gobierno mexiquense,
porque La Familia lanzaba una amenaza directa contra un personaje
cercano a Peña Nieto: Arturo Cuitláhuac Ortiz Lugo. El “Pacheco”
mencionado fue relacionado con Gerardo Elías Pacheco Sáenz, subdi-
rector operativo y de investigaciones de la policía ministerial en Ciu-
dad Nezahualcóyotl y amigo cercano de Ortiz Lugo.
Cuitláhuac Ortiz, cuya carrera policial despegó con Peña Nieto
—unidos por lazos de sangre a través de la madre del comandante y
el extinto padre del gobernador—, fue involucrado en la cadena de je-
fes de las policías del Estado de México comprometidos con El Chapo
Guzmán y los hermanos Beltrán Leyva, pero que se habían acercado a
La Familia.
Aunque el parentesco con el gobernador Peña Nieto le sirvió
como manto protector y nunca se le abrió una investigación formal, a
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Capítulo VII
Placeres prohibidos
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dios para señalar a Lizette Farah Simón como responsable del falleci-
miento de la menor.
Por su parte, Jenaro Villamil escribió para Apro, la agencia noticio-
sa de la revista Proceso: “La cobertura reciente de los noticiarios de Tele-
visa en torno al caso Paulette ha rebasado todos los ejemplos menciona-
dos. Desde el lunes 5 de abril, cuando Bazbaz anunció un cambio radical
en las investigaciones, el principal espacio informativo de Canal 2, el no-
ticiario con Joaquín López-Dóriga, le dedicó más de la mitad del tiem-
po-aire: treinta y tres minutos; treinta y seis (punto) ocho minutos y
veintiuno (punto) treinta minutos, el lunes 5, martes 6 y miércoles 7 de
abril, respectivamente. El conductor de ese espacio dividió en tres partes
la entrevista de Adela Micha con Lizette Farah y la retransmitió conti-
nuamente en sus espacios informativos. Sus comentaristas y conducto-
res principales han pedido abiertamente la renuncia de Bazbaz. Las crí-
ticas aún no son tan abiertas en contra del propio Peña Nieto”.
Reporte Índigo desmenuzó los vínculos de los Gebara con los Chaín,
los Funtanet o los Del Mazo y las relaciones de estos grupos con Peña
Nieto. Y el rotativo Alfa de Toluca, al hacer un análisis de la informa-
ción, observó: “Los datos son un revés para el alcalde de Huixquilu-
can, Alfredo del Mazo Maza, quien negó conocer a la familia Gebara
Rahal; mientras la publicación mostró una relación sentimental de éste
con María Amelia Aguilar, una de las mejores amigas de Margaret Ge-
bara Rahal, hermana de Mauricio, a quien conoció en la Universidad
Anáhuac México Norte”. Los dos medios alertan que el caso habría
afectado las aspiraciones de Peña, porque después de las revelaciones
el estatus legal de Mauricio Gebara pasó de testigo a indiciado. Más
tarde, en un extraño giro del caso, él y su esposa quedaron libres de
toda sospecha.
Los señalamientos de Alfa no son menores. Desde hace varios años
el rotativo tiene sus oficinas de redacción y sus talleres en una nave in-
dustrial del ex líder estatal priista Isidro Pastor Medrano, un político
originario de Atlacomulco y el segundo hombre con más poder en el
sexenio de su paisano y amigo Arturo Montiel Rojas. Ese vínculo con
Pastor dio a la dirección del rotativo cierta independencia de los recur-
sos públicos, si bien lo amarró al ex líder priista.
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cias de alto valor que constituye una ciudad nueva dentro de la ciudad.
Por el otro, en las calles pueblerinas se revela un crecimiento caótico,
con asentamientos precarios, infraestructura deficiente, pobreza que se
intenta esconder, desempleo abierto y subempleo, impunidad e inse-
guridad. Lo único que las dos zonas tienen en común es el estableci-
miento de los cárteles de la droga. Ésta es la otra cara de ese pueblo
“ideal para vivir”.
Los amplios complejos residenciales se han convertido —como
definirían los urbanistas— en comunidades cerradas o islas urbanas
que se sustraen a la precariedad social y económica, y que pretenden
ser seguras, exclusivas, confortables y garantes de un estilo de vida,
aunque en gran medida no sea esto más que una ilusión.
La armonía de las orgullosas torres gemelas de Bosque Real
—cada una con setenta departamentos cuyos costos oscilan entre el
millón y medio y los dos millones de dólares, y con las comodida-
des que esas cantidades puedan comprar— no puede enmascarar la
marginación de un caserío (que no participa en esa exclusividad)
donde el pavimento no se renueva desde hace décadas y que dispone
de un pésimo transporte público. Resaltan los contrastes de un pue-
blo que carece —o los tiene a medias— de los servicios básicos y de
oportunidades para desarrollarse, como en noviembre de 2008 le
dijo el entonces diputado local Jorge Insunza Armas al periódico Mi-
lenio Diario.
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Bosque Real, Ledesma subió a su patrulla (la H-0505), junto con Ro-
jas y Fajardo, y se enfilaron hacia la carretera Río Hondo-Naucalpan
para entregar el vehículo y las respectivas armas de cargo. Sin embar-
go, casi de inmediato se percataron de que tenían compañía, pues los
escoltaban tres camionetas de lujo —dos negras y una blanca—, cu-
yos ocupantes eran hombres armados con rifles de asalto.
Lo que siguió se suscitó vertiginosamente: el policía al volante ace-
leró a fondo y se desató una persecución que se prolongó durante va-
rios kilómetros. A ninguno de los tres agentes se le ocurrió en ese
momento usar la radio del vehículo oficial para solicitar ayuda de
emergencia ante lo inminente del ataque. El comandante tenía cin-
cuenta años de edad; Rojas, treinta y cinco, y Fajardo treinta. Salvar la
vida era lo primero. Tampoco desenfundaron sus armas de cargo, lo
que, de cualquier modo, habría sido inútil. Los superaban en número,
en potencia de vehículos y, con mucho, en alcance y calibre de arma-
mento. Frenar o bajarse para hacer frente a sus enemigos no era una
opción. Los iban a matar. Podían distinguir las siluetas de los gatille-
ros que empuñaban sus cuernos de chivo.
Los conductores de las tres camionetas imprimieron todavía más
velocidad. Fue demasiado para la patrulla. Al llegar a la altura de los
lotes de deshuesaderos de autos conocidos como Los Martínez, sobre
la misma carretera Río Hondo-Naucalpan, los agentes quedaron a dis-
tancia de tiro. No tenían escapatoria. Una camioneta se les cerró. Fue
todo. Bueno, casi todo. La patrulla recibió por lo menos treinta impac-
tos de bala; el comandante Ledesma, al menos quince, y diez se con-
taron en el cuerpo del escolta Rojas.
Muerto el conductor, la patrulla se estrelló en el acotamiento de
la carretera. Al contrario de su costumbre, los criminales no frenaron
ni se bajaron a rematar a sus víctimas con el tiro de gracia. Fue una es-
pecie de desdén. Los dieron por muertos, así que aceleraron y huye-
ron. Eso le salvó la vida al malherido agente Fajardo, quien alcanzó a
pedir ayuda por la radio. Acudieron policías judiciales del estado, mu-
nicipales, elementos de la ASE y socorristas de la Cruz Roja.
Los asesinos se habían esfumado.
Antes de entrar al quirófano, Fajardo les dijo a los investigadores
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A finales de ese mismo 2005, días después del escándalo que estalló por
el narcolaboratorio sudamericano y su red de lavado de dinero en pleno
corazón de la zona residencial más exclusiva del Estado de México, se
hizo público que agentes de la PGR mantenían abierta una investigación
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que mantener la convivencia pacífica tiene sus costos: “Cada año (por
citar uno), el fraccionamiento Lomas Country Club de Huixquilucan
—donde viven unas novecientas familias— invierte más de nueve mi-
llones de pesos en protección. Incluye pago de nómina de sesenta ele-
mentos. Es el único residencial con un centro de monitoreo y más de
doce cámaras de videovigilancia, además de elementos de las policías
estatal, municipal y seguridad privada para monitoreo en el interior del
centro”, de acuerdo con informes publicados en la revista especializa-
da Seguridad en América.
Lo que pasa dentro de los barrios lujosos de Interlomas es secre-
to. Circular por sus vialidades internas —exclusivas para los habitan-
tes de los desarrollos residenciales— es imposible. Por eso llama la
atención la siembra de cadáveres o la instalación de narcolaboratorios.
Fuentes de Las Lomas, por ejemplo, es un desarrollo “totalmente
amurallado con vigilancia las veinticuatro horas del día”, promociona-
do como “el lugar más exclusivo de México a nivel internacional”, con
un extenso y “hermoso lago artificial, cascadas (privadas) y una isla
con alberca y su snack bar”, además de doscientos mil metros cuadrados
de áreas verdes y una piscina semiolímpica de veinticinco metros y cin-
co carriles. Destacan su gimnasio top of the line y su “salón inglés para
socializar”. Por si fuera poco, los desarrolladores inmobiliarios tam-
bién presumen de Interlomas sus villas italianas de setecientos cin-
cuenta metros cuadrados, “totalmente amuralladas, brindándole los
servicios que se tienen a nivel de primer mundo, aunado a la plusvalía
que se tiene al vivir aquí”.
Por cierto, una residencia “con seguridad máxima, cuatro recáma-
ras, cinco y medio baños, estudio, cuarto de juegos y cochera para seis
automóviles”, en ochocientos treinta y siete metros de construcción,
tiene un valor promedio de un millón novecientos mil dólares.
Según la ubicación o el fraccionamiento residencial, se puede en-
contrar vivienda por un millón seiscientos mil dólares. O una más
sencilla, de tres recámaras y tres y medio baños, respetando la coche-
ra para seis automóviles, por un millón de dólares. O un departamen-
to por quinientos noventa mil dólares. En abril de 2004, Jaime Enrí-
quez Félix, vecino de la zona y presidente del consejo del PRD del
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Estado de México, observó: “Aquí [en Interlomas] viven los más ri-
cos del país”.
Y tenía razón. En ese entonces, los dieciocho fraccionamientos re-
sidenciales de Interlomas —hoy son treinta y uno— albergaban a unas
cincuenta mil personas. En aquel abril de 2004, Rebeca Jiménez Jacin-
to escribió en El Universal: “Junto a Interlomas ha crecido un Manhat-
tan con cerca de setenta edificios de veinte pisos cada uno; los depar-
tamentos se ofrecen (en preventa) por doscientos mil dólares en una
zona donde se concentran las mejores agencias de autos, tiendas de ar-
tículos de lujo y restaurantes de comida internacional. […] La zona se
está convirtiendo en el Tlatelolco de los ricos, donde la extensión pro-
medio de los departamentos es de trescientos metros cuadrados a un
costo cercano a cinco millones de pesos, en edificios con gimnasio, al-
berca cubierta, salón de fiestas y canchas de paddle y tenis. […] Huix-
quilucan es un municipio lleno de contrastes con tres zonas distintas:
la residencial con una población de alto poder adquisitivo; la rural, lle-
na de tradiciones con cientos de habitantes que viven en condiciones
de alta marginación, y las colonias populares, que crecen en la anarquía
y sin servicios públicos básicos. Uno de los mayores atractivos de Bos-
que Real, desarrollo inmobiliario de Carlos Peralta, Pablo Funtanet y
el grupo Frisa de Gaspar Rivera Torres, son sus tres y medio millones
de metros cuadrados de áreas verdes, más que la primera sección de
Chapultepec, que cuenta apenas con doscientas cincuenta hectáreas”.
Y en la exclusividad en la que el sentido común es el mejor dota-
do para la sospecha, desde hace varios años convergen narcotraficantes
sudamericanos, el Cártel de Sinaloa, y sicarios de La Barbie. A partir de
2008, en puntos estratégicos merodean comandos, narcomenudistas y
cobradores de La Familia Michoacana, Los Pelones y Los Zetas. La
violencia se ha vuelto rutinaria. Aun así, como argumento inverosímil
de una mala telenovela mexicana, el paisaje se transforma y hace a un
lado el flagelo del narcotráfico.
Huixquilucan es como muchos otros pueblos de la geografía me-
xiquense: histórico de las guerras de Independencia a la Revolución.
Antes, perteneció a la provincia tributaria de Cuahuacán y fue asiento
de las culturas otomí, nahuatlaca, tepaneca y matlatzinca. Desde 1585
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turales que si no se venden antes de seis horas son desechados para ga-
rantizar la frescura del producto”.
Una nota que apareció en la revista Chilango ofreció otro panorama
con la nueva realidad de una pequeña tentación de manjares y una ex-
periencia gastronómica global: “La experiencia gourmet está en jaque:
todo el romanticismo de comprar la fruta fresca de los mercados (y
distinguir el olor real de los productos) o comprar productos de cali-
dad artesanal en pequeñas tiendas de ultramarinos finos como La
Truffe o el Dumas Gourmet se enfrenta a la nueva y ambiciosa pro-
puesta de City Market. Un modelo de supermercado (en proporciones
y oferta) que reúne en un solo espacio toda una gama de productos
gastronómicos que pueden interesar lo mismo a un cocinero profesio-
nal que a las amas de casa”.
Sí: acá nada tiene que ver con el “nuevo mercado de los peces”,
como es conocido el Nuevo San Lázaro, los antojitos del mercado de
Coyoacán, el pozole, los quesos y las carnes frías del mercado de San
Juan, la fruta o la verdura fresca de La Merced o los tamales colom-
bianos en el mercado de Medellín. El pescado fresco de La Viga es una
historia que quedó atrás. Las aguas de sabores se han cambiado por
una Perrier refreshingly unique, de perfecta composición para satisfacer el
paladar.
En la modernidad y la globalización nada une a la “güerita” con
el “marchante”, pero la degustación de Ortiz Mayén en esta especie de
pequeño paraíso, donde se puede pensar en comer hasta reventar, es es-
pecial, va más allá de las carnes de venado o de codorniz, cuando prue-
ba “el feijoo o el kiwiano, que luego compiten con lácteos entre los que
destacan quesos provolone, mozzarella, marble, gorgonzola, y en otra área
los cafés colombiano, etiope y africano para llevar. […] La apuesta por
la comodidad en este súper es evidente desde la llegada. […] La ma-
yoría de los clientes son mujeres, algunas acuden incluso con sus hijos
en carriolas; son lugareñas de Huixquilucan que viajan en camionetas
familiares y que han escuchado lo nice. […] Algunos son jóvenes que
tras recorrer los pisos superiores donde están los cines, cafés y las tien-
das entran al supermercado en una suerte de curiosidad. […] Otros
más, como Karla, de veintisiete años, recién casada y vecina de La He-
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L LUVIA DE PLOMO
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Capítulo VIII
Historia de una masacre
parecía inima-
U
N H O M I C I D I O C O L E C T I VO Y T R Á G I C O
ginable en el estado gobernado por el personaje más adelan-
tado en la carrera presidencial o, como otros lo llaman desde
que empezó su administración el 16 de septiembre de 2005, el joven
líder mundial de Davos que le sigue los pasos a Felipe Calderón e in-
tenta erigirse como su único sucesor. Un acontecimiento atroz de
magnitud histórica podía esperarse en Ciudad Juárez, en alguno de los
municipios de la Tierra Caliente de Guerrero o Michoacán, o en cual-
quier otro lugar. No en el Estado de México.
Sin embargo, circunstancias inevitables en la guerra interna de los
narcotraficantes e imágenes de ensañamiento innecesario se manifesta-
ron en suelo mexiquense el viernes 12 de septiembre de 2008. Ese día,
las organizaciones criminales mostraron por qué estaban convertidas
en un poder real paralelo al gobierno del atlacomulquense Enrique
Peña Nieto… Con severas huellas de tortura, atados de pies y manos,
vendados de los ojos algunos, amordazados, otros con la cara total-
mente cubierta, semidesnudos, todos molidos a golpes y con el tiro de
gracia, veinticuatro cadáveres fueron localizados en la zona boscosa del
parque nacional de La Marquesa, al poniente del Distrito Federal.
La prensa de casi todo el mundo habló sobre la que era una de las
tramas más obscenas y sanguinarias maquinadas por la delincuencia
organizada. Un despacho noticioso de la agencia española EFE infor-
mó: “El macabro hallazgo de veinticuatro hombres asesinados en el
bosque de La Marquesa, cerca de la mayor zona de recreo y merende-
ros al oeste de la capital mexicana, culminó la noche del viernes en el
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día más violento del año”. El diario El Nuevo Nicaragua reprodujo una
nota amplia de El País: “Una de las cotidianas escenas de horror en
México, cuerpos salvajemente acribillados por sicarios del narcotráfi-
co. Lo primero que se sospechó es que fueran sicarios de un cártel de
la droga ejecutados por alguna organización rival. Luego se supo que
eran albañiles, pero tampoco ese dato los absolvió de la sospecha.
Ahora, y en virtud de la declaración de un narcotraficante detenido, se
sabe que su muerte fue ordenada por un lugarteniente de uno de los
capos más poderosos de México, Joaquín El Chapo Guzmán”.
Durante semanas, la noticia y la crueldad se esparcieron día tras
día, hasta volverse parte medular de la historia negra del estado más
rico del país: los cuerpos yacían en un paraje conocido como La Loma
de San Pedro Atlapulco —un poblado con menos de cuatro mil habi-
tantes—, en el municipio mexiquense de Ocoyoacac.
La gravedad de la matanza obligó al presidente Felipe Calderón a
convocar, para el sábado 13, a una reunión de emergencia del Gabi-
nete de Seguridad Nacional. Por la desconfianza en las policías mexi-
quenses, el mismo viernes se dio la orden de que la PGR asumiera el
control de las investigaciones y que se desmintieran las primeras y en-
gañosas versiones que ofrecieron los jefes policiacos mexiquenses, entre
ellos el procurador Bazbaz y Germán Garciamoreno, el comisionado
de la ASE.
Calderón ganó la jugada y le dio la vuelta a Peña Nieto. Por eso, el
domingo 14 investigadores de la SIEDO filtraron a la prensa la direc-
ción del domicilio en el que fueron recluidas las víctimas, después del
secuestro masivo, y algunos de los primeros nombres. El gobierno me-
xiquense quedó enredado en sus versiones. Sus peritos se dieron prisa
para aclarar la identidad de los cadáveres y asumir el control de daños.
Atrapado con los dedos en la puerta, Bazbaz reculó y declaró: “Lo im-
portante es identifcarlos. Cuando estén perfectamente identificados se
verán los otros temas”. Garciamoreno siguió el mismo camino: “Son
los más graves hechos que se puedan evidenciar de la delincuencia or-
ganizada. […] La PGR tiene las investigaciones”. Autoridades estatales
reconocieron después que el trabajo de los mexiquenses se limitó a le-
vantar y examinar los cuerpos y elementos balísticos.
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“pozole con una pierna de res, la cual puso en una cubeta, le echó un
líquido y se desapareció”.
Después de verter sosa cáustica sobre cadáveres depositados en
tambos, quedaban el líquido, los dientes y las uñas. Ya frío, el conteni-
do se vaciaba en bidones de plástico reforzado. Se llevaban a un lote
baldío, donde se tiraba el líquido, se le agregaba gasolina y se le pren-
día fuego. Así trabajaba, por seiscientos dólares semanales, El Pozolero,
también identificado por sus motes de El Chago, El Chaguito.
Otra historia que se quedó corta en comparación con la masacre
de La Marquesa fue la del jueves 28 de agosto de 2008, cuando a me-
dia tarde dos jóvenes humildes que se dirigían a sus viviendas en la co-
misaría de Chichí Suárez, al oriente de Mérida, capital de Yucatán,
descubrieron once cuerpos sin cabeza, semidesnudos, apilados unos
sobre otros, como costales de papa. Mérida, “la ciudad de la paz”,
nunca había visto antes un crimen parecido. Otro cuerpo decapitado,
de un adolescente de dieciséis años de edad, fue hallado en la zona ga-
nadera de Buctzotz, también cercana a Mérida.
El doble hallazgo recibió todos los calificativos y provocó toda cla-
se de reacciones: “de escena dantesca a estupor, asombro y desconcier-
to” o “hecho extraordinario”, como lo llamó Rolando Zapata, secre-
tario general del gobierno yucateco. La ejecución masiva, advirtieron
periodistas locales, se vinculaba con el narcotráfico y constituía un he-
cho inédito en el estado. Por eso generó alarma. Tres de los cadáveres
estaban esposados y la mayoría presentaba visibles huellas de tortura.
Dos eran de tez morena; los demás, de piel blanca. La edad de las víc-
timas fluctuaba de los veintidós a los treinta y cinco años. Dos eran de
complexión gruesa. La barriga de uno quedó pegada al suelo en posi-
ción “bocabajo, pero sin cabeza, y con un short color negro”.
El drama se vivió de todas las formas posibles: con imágenes de un
mensaje escrito en el que se acusaba al secretario de Seguridad Pública
de Yucatán, Luis Felipe Saiden, de no cumplir acuerdos con organiza-
ciones del crimen organizado. La página de Internet del Diario de Yuca-
tán difundió incluso un video, supuestamente grabado por los autores
materiales del crimen, en el que aparecían, en un salón, siete cabezas or-
denadas en hilera y varios cuerpos, algunos colgados de ganchos; el ro-
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EL COMIENZO
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tador para que sonara a las seis de la mañana, hora en que a diario to-
dos se levantaban y ella preparaba el desayuno de los hombres de la casa
que salían a trabajar. La familia entera oyó cómo intentaban derribar la
puerta negra de metal a patadas y culatazos. La doblaron a golpes.
Los uniformados tomaron primero un pequeño y estrecho pasillo
desde donde controlaron las dos plantas. Dentro de la vivienda de dos
pisos, los impostores AFI, que no falsos policías, arrojaron al piso
cuantas cosas encontraron a su paso. Algunos vestían traje sastre. Uno
de los uniformados gritó:
—¡Estense quietos y cooperen!
A las mujeres les ordenaron callar y meterse de nueva cuenta en la
cama, con las manos sobre la nuca.
Primero entró un policía de pantalón de mezclilla y chaleco negro.
Portaba un rifle y en el brazo las iniciales AFI. Luego apareció una
persona de traje sastre oscuro, después un policía de elite con casco,
seguido por dos con pasamontañas. A continuación todo fue caos.
Daba lo mismo si eran siete, diez, una docena o más. Nadie se podía
oponer. Cada uno de los falsos agentes federales iba bien armado. El
comando se hizo acompañar por un “delator”, también esposado, que
nadie supo quién fue y si su cuerpo era uno de los tres que permane-
cieron en las planchas de la morgue en calidad de desconocidos.
De él salieron gritos nuevos:
—¡Aquí está, aquí está, es el jefe de la banda! ¡Sí, es él!
Se había equivocado, y reculó:
—Bueno, no es el jefe, pero anda con nosotros.
El señalado era Rubén Zavala Martínez, un hombre moreno, cor-
pulento, de un metro con sesenta y seis centímetros, de pelo entreca-
no, cara redonda, nariz chata, labios gruesos y boca grande, bigote re-
cortado negro, fino. No tuvo tiempo de vestirse. A golpes, puntapiés
y empellones lo sacaron de la casa, lo esposaron también y lo metie-
ron a una camioneta negra en la que ya llevaban otras presas.
Esto fue lo que su esposa Emilia del Carmen declaró al agente del
Ministerio Público. Ló único que le quedó fue el recuerdo de los ojos
color café, las cejas semipobladas, la playera amarilla, el short azul y la
frente espaciosa, bien marcada, de su esposo Rubén, un hombre de
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cinta canela con cabello humano, así como manchas de sangre (que no
resistieron una prueba simple de luminol) en la alfombra y en las pa-
redes de varias habitaciones.
El cateo, en el que intervinieron dos agentes del Ministerio Públi-
co y una veintena de policías e investigadores federales, se prolongó du-
rante casi diez horas. En este inmueble, cuya cochera medía al menos
ocho metros de largo por ocho de ancho, se localizaron refractarios con
residuos de cocaína, químicos base para la elaboración de drogas, ade-
más de éter sulfúrico, amoniaco y bicarbonato, recibos telefónicos, sar-
tenes también con residuos de droga, básculas “grameras”, ollas de do-
ble asa para cocinar cocaína en piedra, cuatro pares de botas de tipo
militar, una playera azul con la insignia de la AFI, una chamarra y cal-
cetines con manchas de sangre, además de una máquina contadora de
billetes, seis casquillos de cartuchos percutidos y varios juegos de pla-
cas de circulación vehicular.
La bodega se improvisó en el cuarto de lavado. Además de los quí-
micos, el calentador y el lavadero, los peritos recogieron de allí al me-
nos seis casquillos percutidos calibre .223 milímetros y cocaína. En un
anexo, un cuarto de tres por dos metros, los secuestradores adaptaron
una habitación de tortura. La prueba de luminol mostró que las man-
chas en la pared y en el piso eran sangre humana. Y en el piso halla-
ron al menos “un trozo de madera” manchado de sangre.
La conclusión fue simple en este amargo episodio: a los cautivos los
molieron a palos. Les querían quitar la vida lentamente quebrándoles
los huesos y reventándoles el corazón. La sangre, una mancha tras otra
en los pisos o en la alfombra, y los mechones de pelo arrancado a las
víctimas llevaron a casi todas las recámaras. No hubo clemencia para
ninguno. Los narcotraficantes favorecían la propagación del terror.
Fue una orgía de horror. Los tenían de pie, atados de manos, con
los ojos vendados, amordazados con cinta canela, con los pies amarra-
dos, pegados a la pared. En un baño contiguo, de cuatro por dos me-
tros, los narcotraficantes armaron su laboratorio clandestino: el día del
cateo, los peritos encontraron allí dentro los trastes para cocinar, quími-
cos esenciales y una “prensa metálica hidráulica”, que servía para dar
el último acabado a los tabiques de cocaína.
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C ONVOY DE LA MUERTE
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caja seca— como de tres y medio toneladas. Entró con las puertas ce-
rradas. Ya semi-adentro, porque no pudo ingresar completamente por
la altura que tenía, abrieron las puertas de atrás. Poco tiempo después
empezaron a meter a bastante gente dentro de la misma. Lo sé porque
lo vi, vi que debajo de las puertas se metían muchos pies. Se metían a la
caja de la camioneta. No supe cuántos cuerpos eran porque me lo im-
pedían las puertas.
”—Bájese comandante, me dijo Raúl.
”Cuando bajé de la Cherokee, me pidió que manejara la camione-
ta blanca —la misma en la que subieron a los secuestrados—. Había
bastante gente vestida de táctico negro con armas largas. Le dije que
no sabía manejar ese tipo de camionetas.
”—Arrímese a la orilla del asiento, ordenó El R.
” Dijo que me enseñaría.
”En medio de nosotros subió El Negro. En ese momento nos arran-
camos. Frente a nosotros se posicionó una camioneta negra, tipo Ex-
plorer, conducida por Antonio Ramírez Cervantes. Por la radio, El R
le pidió que nos guiara rumbo a La Marquesa, sin pasar por casetas.
Tomamos por Interlomas.”
Y lo hicieron por la zona popular de El Olivo. Rumbo a Huixqui-
lucan hay un camino muy angosto, sinuoso, de muchas curvas, poco
iluminado, que pasa por toda una barranca, no se puede circular a gran
velocidad —y de ese mismo lado, minas de arena, como las de la are-
nera La Estrella, antes de las vías del tren—, pero se evitan la autopis-
ta y las casetas de cobro. Por las noches ofrece un aceptable refugio
contra miradas curiosas. Da al pueblo de Huixquilucan, justo por atrás
de las instalaciones del DIF. Es una vialidad de dos carriles, ida y vuel-
ta, llamada hoy la carretera de la muerte porque por allí llevaron en su úl-
timo recorrido a los veinticuatro condenados. Nunca hay vigilancia.
Es una zona cuya seguridad corresponde a la policía de Huixquilucan,
pero con el comandante Antonio Ramírez escoltando al camión de la
muerte, no había problemas. Nunca llegaría por allí una patrulla, me-
nos un policía a pie.
De allí, la caravana —porque atrás de la camioneta blanca se for-
maron en posición de “estaca” al menos otras dos camionetas en las
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Capítulo IX
En nombre del crimen organizado
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cuadra siempre al cinto. Eso sí, ninguno de los agentes estaba prepara-
do para lo que les esperaba aquella tarde-noche del 12 de septiembre
cuando llegaron al paraje boscoso de La Loma.
El impacto visual de la escena los horrorizó tanto como a los po-
licías estatales y municipales enviados, primero, a confirmar la denun-
cia que muy temprano hicieron campesinos y jornaleros de la zona so-
bre el hallazgo de al menos veinte hombres ejecutados a balazos; y
luego, a resguardar el área del crimen.
Al cadáver dos lo hallaron “decúbito dorsal con su cara dirigida al
poniente, las manos atadas entrecruzadas. Sobre el tórax le quedó el
miembro pélvico derecho en extensión y hacia el oriente. El izquierdo,
flexionado y hacia el suroriente”. En otras palabras, al cadáver dos lo
encontraron tendido de espalda, de cara al sol. Sobre el pecho le que-
dó la pierna derecha en extensión y hacia el oriente. La izquierda, do-
blada en sentido contrario. Aparte del calzoncillo y un short negros,
usaba una playera gris de manga corta con bordes negros. En el pecho
se distinguía todavía la imagen de dos bates cruzados, con dos bolas
blancas, letras mayúsculas, rojas, en las que sobresalía la palabra “Ari-
zona”. Además de una tortura salvaje, tenía siete orificios de bala. Al
menos tres balazos eran de los llamados “mortales por necesidad”.
Tenía también marcas de golpes en todo el cuerpo, pero sobresa-
lían los que recibió en las nalgas. Le dispararon al pecho, a las pier-
nas... El tiro de gracia que le dieron no hacía falta. El asesino sabía
cómo disparar y a qué punto. Estaba entrenado para matar.
Apenas se veía con claridad porque caía la noche cuando los pe-
ritos e investigadores federales llegaron a dicha zona boscosa de La
Marquesa, no obstante que desde el Distrito Federal el traslado dura
aproximadamente una hora y cuarto.
Seis disparos recibió el cadáver cuatro, el de la playera azul rey con
la palabra Oasis al centro, pantalón de mezclilla azul marca Wrangler
y trusa blanca con vivos de resortes azul marino. Se notaba que en vida
ese hombre había sido muy alto —de al menos un metro con ochen-
ta y dos centímetros de estatura—, corpulento, de tez morena, pelo
castaño, cara oval, cejas semipobladas, boca mediana y labios delgados.
La víctima marcada con el número seis también recibió seis balazos.
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Y la ocho, cinco. Luego de contar las marcas y los orificios que presen-
taba cada uno de los veinticuatro cadáveres, los reportes forenses revela-
ron que el asesino realizó los disparos con la misma arma calibre nueve
milímetros. El hallazgo alteró para siempre el mapa criminal del Estado
de México, porque después se sabría que al asesino le tomó entre nueve
y diez minutos, a un ritmo frenético, completar su siniestra tarea.
A pesar de los señalamientos iniciales de los peritos que acudieron
a la zona, pocos dieron crédito a la versión inicial de uno de ellos que
habló de al menos setenta disparos. La información se escondió en
forma deliberada. Luego se manejó en la confidencialidad. Las autori-
dades mexiquenses intentaban ocultar la brutalidad del crimen. Por
eso durante las primeras horas en las que se descubrieron los cuerpos,
y en los días siguientes, se informó que cada víctima recibió sólo un
tiro, el de gracia. La verdad en actas era otra. A partir de la foja cua-
tro mil seiscientos noventa y una del grueso expediente del caso, se
asentaron detallados los informes de cada uno de los médicos foren-
ses que practicaron las autopsias.
“Media filiación: sexo, masculino, de identidad desconocida, de
aproximadamente de veinte a veintidós años. Estatura de un metro se-
senta y cuatro centímetros y complexión delgada. Tez morena, bigote
rasurado. Barba recortada, cabello castaño claro. Mentón oval, nariz
recta base ancha. Ojos café, frente mediana. Cejas pobladas, boca me-
diana y labios medios, sin señas particulares. Presenta las siguientes le-
siones: tres heridas por proyectil de arma de fuego. La primera, con un
orificio de entrada de forma oval, de seis por siete milímetros localiza-
da en la región parietal derecha de la línea media anterior, cinco milí-
metros por arriba del pabellón auricular derecho. […] Con zonas de
ahumamiento y con bordes de orificio invertidos. […] Quemadura
con orificio de salida en región preauricular izquierda.” Así pasó con
cada uno de los cadáveres, hasta que los forenses habían descrito en to-
tal los noventa orificios de bala que presentaban las veinticuatro vícti-
mas de La Marquesa.
Durante el 12 y 13 de septiembre, los agentes trabajaron toda la no-
che. Querían dar cierta tranquilidad a los mexiquense de La Loma de
San Pedro Atlapulco, además de que era necesaria la celeridad porque se
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trata de una zona de mucho turismo doméstico. Para habitantes del Dis-
trito Federal y del valle de Toluca es un área de recreo y gran merende-
ro del fin de semana. Y ese día ya era viernes. Sólo un punto parecía cla-
ro: ninguna de las organizaciones criminales buscaba, en el Estado de
México, una salida civilizada a su guerra por el control del mercado. Co-
rrompidos y sometidos mandos policiales, esa guerra era a muerte.
“Fue algo con mucha pero mucha saña, un grupo que quiere dejar
un mensaje muy claro. Puede ser un solo sicario el que los mató, es
algo bastante fuerte, o también que entre varios se pasaron el arma
para ejecutarlos uno a uno, los mataron ahí en el lugar. […] Las inves-
tigaciones revelaron que por lo menos utilizaron tres camionetas para
transportar. […] A ese lugar sólo podía llegar alguien que conocía
bien el lugar”, explicaron autoridades de las procuradurías estatal y
General de la República, así como de la ASE, a reporteros del perió-
dico Reforma para su edición del martes 16 de septiembre de 2008.
Convertido en uno de los cerca de cuatrocientos testigos protegi-
dos de la PGR, Claudia continuó con su relato sobre la llegada al pa-
raje de La Loma y la ejecución múltiple en los primeros minutos de la
madrugada del día 12. Así empezó la matanza en un claro del bosque:
“Raúl le dio la vuelta a la camioneta, como para volver a salir. Ahí, en
una especie de basurero —luego se supo que era una pequeña hondo-
nada—, la detuvo completamente. Apagó las luces, abrió la portezue-
la y bajó. Yo bajé de inmediato. Caminé (en sentido contrario), me salí
de esa especie de basurero. Me encaminé hacia la salida del paraje.
”Al ir caminando escuché el grito de Raúl, El R:
”—Lo voy a hacer yo solo o me van a ayudar.
”A mi lado pasaron como cinco personas vestidas de negro, con
insignias de la AFI y armas largas. Seguí caminando y, a unos sesenta
metros de la camioneta me encontré con Antonio Ramírez.”
Y esas cinco personas, según se desprende de las declaraciones ju-
ramentadas de Claudia, presenciaron las atrocidades.
“—¿Por qué me trajeron? —le pregunté.
”—No pasa nada —respondió el comandante Ramírez.”
Y el comandante fue un poco más allá: “Me respondió que si esta-
ba contra ellos o con ellos. Y en eso se empezaron a escuchar las deto-
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S ANGRE FRÍA
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media hora tarde, a las siete y media, manejaba una Suburban negra,
blindada. Subí en el asiento del copiloto, atrás viajaba otra persona que
bajó frente al Hospital Ángeles de Interlomas. Allí se incorporó An-
tonio y los tres nos cambiamos a una camioneta blanca. Manejó El R,
con Antonio de copiloto.”
A solas, El R soltó un tema que le urgía tratar y le quemaba la gar-
ganta: “Se le acercó el teniente guardaespaldas del procurador” para
comentarle la estadía y la entrevista de Claudia en la Sedena para aco-
gerse a los beneficios del programa de testigos protegidos. Sabía El R
incluso que el viejo policía mexiquense había estado hospedado en el
hotel del Ejército.
La noche de ese día 6 y la madrugada del 7 de octubre, El R y el
comandante Antonio retuvieron a Claudia en la Suburban. Hubo un
largo interrogatorio. “Paseamos por todo Huixquilucan.” A pesar de
las dudas, Claudia fue liberado al filo de las siete de la mañana, según
consta en los expedientes ministeriales, porque El R y el comandante
Antonio desconfiaban del supuesto escolta del procurador.
En la averiguación previa, Claudia hace una precisión y señala que El
R recibió una llamada supuestamente del comandante Falti Hurtado,
quien le daba aviso del operativo especial para capturar a los asesinos
de La Marquesa. Por lo menos, dijo, así se despidió. Por eso era impor-
tante, a partir de ese momento, mantener un perfil bajo y resguardarse
en casa. Los federales ya andaban tras las pistas de los homicidas. Pero
nadie en ese momento se imaginó que el informante de la PGR era una
acompañante del convoy de la muerte. El copiloto de la camioneta que
transportaba la preciada carga.
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E PÍLOGO
1) Miércoles 8 de octubre de 2008. Agentes federales capturan al em-
presario Raúl Villa Ortega, alias El R o El Rule, y al comandante Anto-
nio Ramírez Cervantes, como autores materiales e intelectuales de la
masacre de La Marquesa. Sobre el primero existían indicios sólidos de
que, en el paraje de La Loma, jaló el gatillo y ejecutó a todas y cada
una de las víctimas secuestradas en Huixquilucan. En cuanto al segun-
do, se conocía que escoltó al convoy de la muerte, además de que coor-
dinó y fue copartícipe activo del levantón de los jornaleros asesinados
por Villa Ortega.
Perdido, El R confesó pronto que formaba parte de una célula me-
xiquense de La Barbie, La Muñeca Güera o El Comandante, como se cono-
ce al matón texano Édgar Valdez Villarreal, jefe de sicarios y escuadro-
nes de la muerte de los hermanos Beltrán Leyva, quienes a principios
de ese año habían roto con El Chapo Guzmán.
Bueno y disciplinado alumno, desconocido hasta ese momento, El R
se sintió capo en serio y se dio vida de barón de la drogas. Sus camione-
tas de lujo con blindaje de máximo nivel y la renta de residencias en ex-
clusivos fraccionamientos daban cuenta de su importancia en la estruc-
tura criminal. Seguía el ejemplo de su jefe y usaba todos los métodos
necesarios para controlar la plaza: aniquilar a narcomenudistas ambulan-
tes y tienditas de cárteles enemigos, desaparecer a los rivales, secuestrar,
torturar y reclutar a policías en activo —municipales, estatales y federa-
les, además de delegados de la PGR; a finales de 2007 y en 2008 tenía
a su servicio a, por lo menos, uno de estos últimos—. También daba pa-
sos sólidos en el lavado de dinero. El terror era su arma.
Aparte de las veinticuatro víctimas de La Marquesa, quedó atrapa-
do en el eco de más muertes porque se le relacionaba con otros homici-
dios cometidos en meses previos. Entre estos crímenes que se le investi-
gaban destacaban los de dos agentes federales y un testigo protegido de
la PGR en La Marquesa (clave este último para derrumbar un narcoim-
perio levantado desde las oficinas estatales de la PGR), tres judiciales es-
tatales, el de Óscar Santana Gil (hermano de un ex regidor de Huixqui-
lucan), un comandante de Coacalco y un decapitado en Tecamachalco.
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Más adelante Chávez salió libre, pero la policía de la que él era res-
ponsable estaba infestada por la corrupción e inserta en la nómina del
narcotráfico. Él saldría limpio a medias. Su suerte estaba echada o sus
días contados porque uno de sus comandantes —Antonio Ramírez—
escoltó el camión de la muerte, el Mercedes-Benz que transportó a las
veinticuatro víctimas para ser ejecutadas. Otros dos, Fremiot Ramírez
y Marco Antonio Alvarado Serrano, fueron vinculados con los herma-
nos Beltrán Leyva y La Familia. Ambos siguen presos. Entre octubre y
noviembre de 2008, testigos protegidos revelaron los pagos que esas
dos organizaciones criminales hacían a sus policías.
Hoy 19 de agosto de 2009 no es como otros días. Trabajadores y
funcionarios del Ayuntamiento salen de las deprimentes oficinas a to-
mar café, respirar y esperar. Con la atención puesta en la oficina del al-
calde, un grupo de policías se junta en una de las calles aledañas, ce-
rrada con patrullas y vigilada con elementos armados. Narran lo que
saben, aunque no revelan sus nombres. No están protegidos. “Aquí en
la cabecera municipal nosotros estamos bien. En esta parte de Huix-
quilucan todo está tranquilo. Quienes tienen los problemas son los
otros, a los que les toca cuidar la parte de los ricos, allá en La Herra-
dura”, dice uno de ellos mientras otro aguanta estólido.
Tiene razón. Del otro lado las cosas están peor y en aquel 2008
las esquirlas de la matanza de La Marquesa se resienten. Por eso, otro
policía en Huixquilucan remata todo: “Para qué se hace uno pendejo,
las órdenes vienen desde Toluca, nadie se puede zafar”. Una masacre
como la de los veinticuatro ejecutados se ve muy pocas veces. El mie-
do y la paranoia no solamente permean en Huixquilucan. También se
afincó en los parajes de La Marquesa, entre los vecinos del lugar, quie-
nes afirman que el número de ejecutados era mayor a los veinticuatro
reportados a la prensa.
Del Mazo Maza encabeza este 19 de agosto su primera sesión abier-
ta de cabildo e insiste que no es necesaria la presencia del Ejército, por-
que “tenemos un municipio en paz, un municipio que requiere de un
gran trabajo en seguridad pública, pero que es necesario que hagamos
un trabajo hacia el interior y hacer una revisión de lo que tenemos hoy
en día y cuáles son los principales frentes que tengamos que atender”.
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Capítulo X
Los tres Manzur
D
OS AÑOS DESPUÉS
ñiles en un paraje de La Marquesa, el móvil aún no está claro.
Sin embargo, ese crimen desencadenó una serie de investigacio-
nes federales y obligó a exhibir otras anteriores que ofrecen pistas para
apreciar que, en 2007, hubo una negociación de los altos mandos de la
delegación estatal de la PGR con los cárteles de La Familia Michoacana,
Los Zetas, los hermanos Beltrán Leyva, de Sinaloa y con policías del Es-
tado de México con el propósito de controlar todos los ingresos del nar-
cotráfico, el tráfico de armas, la piratería (discográfica, audiovisual, de
ropa y de calzado), la venta de protección a empresarios de giros negros,
el secuestro, el paso de indocumentados centroamericanos por suelo me-
xiquense o el asalto a camionetas blindadas que dejaban (al delegado) in-
gresos cercanos a cinco millones de pesos semanales.
El hallazgo de los cuerpos el viernes 12 de septiembre de 2008 e
indagaciones posteriores contenidas en las averiguaciones previas
PGR/SIEDO/UEIDCS/302/2008, PGR/SIEDO/UEIDCS/304/2008 y PGR/
MEX/TOL/III/058/2008, o investigaciones internas de la Visitaduría
General de la PGR, como la DGII/072/MEX/2008, muestran que des-
de las oficinas de la PGR en Toluca —con apoyo y colaboración de
agentes de las policías estatales y municipales— se levantaba una po-
derosa mafia mexiquense, al estilo neoyorquino, que amenazaba con
expandirse de la mano de José Manzur Ocaña, dueño de uno de los
apellidos ilustres de la política mexiquense, formados bajo el ala po-
derosa del Grupo Atlacomulco.
Las investigaciones federales avanzan lentamente, entre otras razo-
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EL PRIMER J OSÉ
La historia prosigue. Los tres son bien identificados como los medio
hermanos Manzur: José Manzur Quiroga, conocido como el Millona-
rio José o el concesionario de Grúas Manzur; José Manzur Ocaña, El
Archi, El Güero de Lentes, El Delegado o El Eterno Agente del MP, y por último,
el mencionado y asesinado Eduardo Manzur Ocaña. Los tres fueron
hijos de José Manzur Mondragón, y nietos de José Manzur Botalla. Su
árbol genealógico está muy enraizado en el antiguo pueblo minero de
El Oro, y es bien conocido por las familias viejas (la Del Mazo, la Fa-
bela, la Peña, la Montiel, la Sánchez Colín, la Velasco y la Nieto) que
habitan el pueblo de junto: Atlacomulco. Los Manzur tienen fama,
aunque ahora su cuartel general se encuentra en Temascalcingo.
El primer José (Manzur Quiroga) se desempeña como legislador
local. Representa al distrito décimo segundo con cabecera en el muni-
cipio de El Oro. Hasta la última semana de marzo fungió como sub-
secretario “A” de Gobierno o el poderoso subsecretario general en la
administración de Enrique Peña Nieto.
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EL OTRO J OSÉ
Del homicidio de Eduardo, de su paso por dos administraciones en
Coacalco y de los millones del diputado federal Manzur Quiroga se
dice poco. No obstante, eso poco que se decía sobre ambos quedó en-
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mil setecientos sesenta y dos pesos con ochenta centavos, con una
compensación (mensual) garantizada de ciento dos mil novecientos
siete pesos con cincuenta y siete centavos, para hacer un salario men-
sual promedio de ciento diecinueve mil seiscientos setenta pesos con
cuarenta y cinco centavos. Y el nombre del delegado saliente: Carlos
Albert Herrera Flores.
La carrera, pues, de este segundo José Manzur lucía intachable e
impecable, por lo que, oficialmente, el procurador Eduardo Medina-
Mora ordenó para el miércoles 1 de agosto de 2007 darle posesión
como nuevo delegado de la PGR en el Estado de México, mientras su
medio hermano, el primer José, despachaba en la Subsecretaría Gene-
ral de Gobierno del Estado de México, y su hermano Eduardo conso-
lidaba una carrera político-policial en el municipio de Coacalco de Be-
rriozábal. Eran tiempos felices para la familia. Eduardo, agente federal
con licencia, consolidaba su carrera como jefe policial en Coacalco. A
pasos agigantados se encaminaba a un puesto directivo en la Agencia
de Seguridad Estatal.
La llegada de este segundo José fue altamente significativa por el
apellido que portaba y porque, por eso mismo, tendría más posibilida-
des de interactuar con los altos mandos de las policías estatales y las
municipales. Y así parecía. Además, Manzur Ocaña mantuvo un idilio
con la prensa y una política de puertas abiertas. “El nuevo delegado de
la PGR en Edomex declara la guerra a la corrupción”, publicó Eduar-
do Alonso en la edición del domingo 14 de octubre de El Universal.
Y continuó: “En los últimos cien días, la delegación de la Procu-
raduría General de la República ha destituido e iniciado proceso pe-
nal por diversas ilícitos cometidos durante su desempeño contra nue-
ve de los sesenta y ocho ministerios públicos federales que operaban
en territorio mexiquense. […] Manzur Ocaña precisó que las irregu-
laridades en las que incurrieron los agentes federales van desde co-
rrupción hasta contra la administración de justicia. […] Algunos fue-
ron renunciados, otros han sido consignados, de otros se están
llevando a cabo procesos, otros están por ser consignados. […] A me-
diados de agosto, Manzur Ocaña fue nombrado nuevo delegado de la
PGR en sustitución de Carlos Herrera Flores, y sólo unos días des-
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nas centrales en las que le daría nuevas tareas. A Guevara Pérez, con-
vertido en una especie de personaje desde que se le atribuyó la captu-
ra de uno de los hermanos Arellano Félix, lo habían llevado con ca-
rácter de urgencia desde la delegación en el estado de Aguascalientes.
Ese inesperado nombramiento encendió alarmas en el gobierno del Es-
tado de México.
En el transcurso de ese lunes, en forma extraña, y aunque pasaron
casi inadvertidos, quizá por casualidad, también se hicieron públicos
varios movimientos en el interior de la PGJEM. El titular de la depen-
dencia, Alberto Bazbaz, designó a Eduardo Cruz Gómez como nuevo
director de la Visitaduría, y a Manuel Cavazos Melo como titular de
la Coordinación Interinstitucional. Bazbaz movió a otras de sus pie-
zas: Jaime García Maldonado pasó de la región Cuautitlán Izcalli, don-
de fue relevado por Alfredo Castillo Cervantes, a la Subprocuraduría
de Justicia en el populoso municipio de Ecatepec.
El cambio sorpresivo federal tuvo sus primeras interpretaciones en
las ediciones del martes 8 de julio en Toluca, las cuales empezaron a
insinuar que algo andaba mal en las oficinas de la PGR en la capital
del estado. Agustín Germán Márquez escribió: “Intempestivo cambio
del delgado de la PGR. […] El hermano de José Manzur Quiroga no
pudo contener el embate del crimen organizado. […] Trascendió que
la ineficacia del ex funcionario generó dicho cambio, toda vez que el
número de ejecuciones, y el posicionamiento de diversos cárteles en la
entidad, se volvió una constante. […] En su momento, el hoy ex dele-
gado entró en conflicto con los alcaldes del valle de México y de la
zona oriente, al negar que se tuviera un mapa delincuencial de la re-
gión. […] Los ediles sostenían que sabían en qué lugares se vendía la
droga al menudeo y que dicha información había sido depositada en
las oficinas de Manzur. […] Manzur dijo entonces desconocer el nú-
mero de tienditas, por lo cual, incluso, solicitó apoyo de los repor-
teros para hacer públicos los sitios que les señalara la sociedad, como
lugares donde se expende droga, para que la PGR inicie las investiga-
ciones y desmantele esos sitios. […] Otro punto en contra fue su afir-
mación de que no había operación alguna del grupo criminal de Los
Zetas en el sur; no son Los Zetas, ni se han detectado guerrilleros, sino
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LA CAÍDA
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los correos electrónicos debieron salir desde una persona que conocía
desde dentro las entrañas y los secretos de la PGR. La primera denun-
cia fue: “El delegado estatal tiene nexos con Los Zetas y ustedes lo sa-
ben, sobre todo la SIEDO, que integra una averiguación previa en con-
tra [de Manzur]. De la captura de Los Zetas en Toluca, ellos declararon
que su contacto era el licenciado Manzur Ocaña”. La segunda recorda-
ba a las autoridades la siembra de pruebas al agente del Ministerio Pú-
blico Marco Antonio Gómez Hernández y a la esposa de éste, Karina
González Cruz.
La PGR todavía dio entrada a otras denuncias a través de su co-
rreo electrónico, pero la más llamativa fue la del 10 de octubre de
2008, que recibió Enrique Esteban Zepeda Vázquez, director general
de Inspección Interna de la Visitaduría General de la PGR, a nombre
de un grupo de agentes del Ministerio Público federal adscritos al Es-
tado de México.
A través del oficio CG/FECCI/936/2008, el correo —con el nombre
y la dirección del agente que redactó la denuncia, avalada por los otros
agentes— se envió a la oficina interna de Combate a la Corrupción.
Los agentes se inconformaban “por probables conductas irregulares”
atribuibles al licenciado José Manzur Ocaña, y precisaban: “Nos diri-
gimos a usted para manifestarle nuestro repudio a los actos de corrup-
ción que se dan en la Delegación del Estado de México, por conducto
de un seudo-servidor público, José Manzur Ocaña. De dicha persona
recibimos constantemente amenazas, intimidaciones y vejaciones, trato
inhumano y degradante. […] El licenciado Manzur no tiene la menor
idea del área en la que se encuentra, menos de la materia jurídica, es una
persona nefasta que sólo sabe robar. Ésa es la palabra correcta. […] Vea
nada más lo siguiente: es amigo de los Beltrán Leyva, tiene el control de
las narcotienditas en el Estado de México, por lo que recibe más de un
millón de pesos por semana, controla la venta indiscriminada de pira-
tería —que le deja más de un millón y medio de pesos por semana—,
tiene trabajando gente de Sinaloa, cuenta con operativos carreteros para
decomisar droga, armas, partes robadas, camionetas blindadas que no
pone a disposición de las autoridades correspondientes, para robar, y
por esto recibe más de dos millones de pesos por semana”.
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Capítulo XI
La verdad está en el cementerio
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C ONFESIONES A MEDIAS
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ban apagados. Estuvimos en ese lugar hasta las seis de la tarde. Miz-
raím nunca regresó, pero a esa hora recibí una llamada a mi celular
—con clave lada del Distrito Federal—. Era la voz de una persona de
sexo masculino, quien manifestó que al lado de La Selva me dejaría los
dos celulares de mi hermano y que no me lo entregarían. Eran de La
Familia, una organización no formalizada, la cual no permitía secues-
tros, robos ni violaciones. Respondí que nunca habíamos estado invo-
lucrados en algo así. Pero no me lo iban a regresar. Dijeron que espe-
rara hasta el día siguiente para negociar.
”Regresé a recoger los aparatos de comunicación de mi hermano.
Me retiré de ese lugar. Permanecí a bordo del vehículo, dando vueltas
hasta que decidí acudir a denunciar los hechos. En ese tiempo recibí
tres llamadas, procedentes del mismo número, hechas por una sola
persona que se identificó como El Cura, quien me exigió, para empe-
zar a negociar la liberación, quinientos mil pesos. Lo repitió en cada
una de sus llamadas. Respondí que trataría de juntar esa cantidad.”
Cabe señalar, sin embargo, que ese relato tenía una pequeña y sig-
nificativa variación: la fecha del levantón. Ahiezer afirmó que lo repor-
tó un día después, pero hay elementos para advertir que se perpetró
cinco días antes de la denuncia —al mediodía del sábado 21 de ju-
nio— y que en ese lapso de días perdidos intentó en forma desespe-
rada negociar la liberación de su hermano, aunque sabía que era una
labor infructuosa.
A Ahiezer no le alcanzó el tiempo para enterarse de que Franky,
Chiquilín, Traka, Cuate y El Cóndor formaban parte del comando que le-
vantó a Mizraím en La Selva. Tampoco que el último de ellos, el ex ofi-
cial egresado de la Escuela del Aire de la Fuerza Aérea Mexicana, era
el chofer de la Liberty roja. Ni que antes de ser enviado al municipio
de Tejupilco, donde fue ejecutado, su hermano fue llevado a una casa de
seguridad de La Familia en el municipio de Lerma, a escasos minutos
de la tortería.
Los secuestradores tomaron la carretera a Toluca, pero fue una ac-
ción engañosa porque en realidad avanzaron menos de un kilómetro.
A los treinta segundos, a su lado derecho entraron al pueblo de Ler-
ma. Con eso despistaron a Ahiezer, un malhechor con experiencia que
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gar y decirles sabes qué es esto y esto, porque me iniciarían una inves-
tigación, y ahí me rompen la madre. Yo soy consciente. Si tú me di-
ces mira, ahí está tu hermano, mira vamos a hacerla así de cabrones,
yo te doy doscientos mil pesos más. Tú dame a mi hermano, yo te en-
trego la maleta y me boto a la verga con él, no necesito estar en el Es-
tado de México, si sé cómo está ahorita el pedo. Ni siquiera puedo
acercarme ahí. Ahorita toda la judicial quiere que yo me acerque para
romperme la madre.”
Ahiezer tenía claro que entregarse a los federales era un último ca-
mino que sólo le alcanzaría para comprar unos días de vida. Conocía
la peligrosidad de los agentes de la policía ministerial al servicio de los
capos, temía a los funcionarios mexiquenses que involucraría en sus
declaraciones, conocía el alcance de los federales adscritos al Estado de
México que controlaban el negocio y, además, ya tenía un acercamien-
to a los métodos de La Familia Michoacana para eliminar a la compe-
tencia, más si había comprado la plaza y estaba en proceso de expul-
sar a Los Zetas.
EL ENGANCHE
Con ese vacío de cinco días que no contó a los federales, durante los
cuales quiso negociar con los secuestradores, el día 27 Ahiezer porme-
norizó la historia que más interesaba a los agentes de la SIEDO y a los
altos funcionario de la PGR, encabezados por su titular Eduardo Me-
dina-Mora.
Viernes 27 de junio: “En enero de 2006 acudí al edificio de la
Procuraduría General de Justicia del Estado de México para tramitar
mi carta de no antecedentes penales. En ese lugar me encontré con Sa-
muel Rojas Gutiérrez, a quien se le conoce con el sobrenombre de Ro-
jas, mi compadre, un policía ministerial en ese tiempo adscrito al área
de secuestros.
”Después de platicar un rato me preguntó si conocía a personas
que se dedicaran a vender drogas, piratería o robo de autopartes, con
el fin de que se los pusiera; es decir, que se los señalara para que pu-
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Luna, quien a pesar de que era subdelegado trabajaba los asuntos, re-
cibía dinero y dejaba en libertad a esas personas, como a los falsifica-
dores toluqueños.
”Otra de las funciones que desempeñaba la mesa cinco consistía
en hacer cateos a las tienditas puestas; sin embargo, sólo lo hacían para
aparentar trabajo, y para que la gente pensara que no tenían compro-
misos. Llegando a las oficinas liberaban a los detenidos. Al otro día és-
tos seguían vendiendo droga las veinticuatro horas del día. Benítez
Luna daba cara como Ministerio Público y no como subdelegado. Bai-
laban a los familiares y soltaban a los detenidos sin registrar averigua-
ción previa, por órdenes de Manzur Ocaña. Todos los asuntos en los
que se podía sacar dinero los trabajaba Benítez Luna. Se los quitaban
a otras mesas.
”Manzur es propietario de aproximadamente treinta vehículos, en-
tre ellos una Hummer, un BMW X5, un Mustang y una Equinox blin-
dada, que guarda en un rancho de su propiedad (ha sido descrito como
ostentoso y de malos gustos por quienes han estado allí invitados por
el propietario), ubicado en la colonia Aviación de Toluca, sobre la ca-
rretera Toluca-Atlacomulco, al cual acudí en varias ocasiones, y a don-
de conocí a su esposa e hijos.
”En los meses de agosto y septiembre de 2007, Carrasco me
acompañaba para recolectar las rentas, para que estuviera al tanto del
movimiento. Posterior a ello, en octubre de 2007, Manzur dijo que era
tiempo que me retirara del negocio, con Mizraím. Dijo que no era ne-
cesario que siguiéramos realizando tales actividades.
”Me fui a Coacalco, a trabajar con un amigo de la Policía Judicial,
de apellido Hurtado, a quien auxiliaba ubicando tiendas para la venta de
cocaína, sujetos que se dedicaban al robo o a la piratería. Pero en ene-
ro de 2008 recibí una llamada de Manzur, quien me amenazó en el
sentido de que no me estuviera pasando de pendejo. No quería que
trabajara para ninguna otra corporación policiaca. Di las gracias al co-
mandante Hurtado y me dediqué a trabajar en la venta de carros y en
el empleo que tengo en el IMSS.”
Luego, Ahiezer afirmó que en mayo de 2008 —cuando estaba de
regreso y se empezaron a documentar sus incursiones, solitarias prime-
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Zetas. Desde su destierro en Coacalco vio ésa como una de las pocas
posibilidades de reincorporarse al lucrativo negocio de las drogas.
Rota la relación con su protector Manzur Ocaña, secuestrado su
hermano y ya con la declaración ministerial de que entró al negocio
a sabiendas de la actividad delictiva a la que se dedicaría y de los pe-
ligros que corría, Ahiezer confesó cómo fueron algunas de las nego-
ciaciones que intentó hacer con los responsables del levantón de su her-
mano en la tortería La Selva y cómo pasó a La Familia el control de
la plaza.
“La distribución de drogas en Toluca se encuentra controlada por
La Familia. Hace aproximadamente un mes pasaron a las tiendas y de-
jaron un teléfono en el cual les informan que tienen que reportarse con
ellos, que son La Familia Michoacana, y para ello han señalado a una
persona de nombre Felipe, un hombre de unos treinta y cinco años de
edad, moreno claro, de un metro con sesenta y siete centímetros de al-
tura, delgado, medio calvo.
”Se encarga de proveer a los dueños de las tiendas, como Raúl, Mike,
El Gato, Aquiles, El Came, El Pits, El Checo y Kiko. Y cada uno realiza sus
grapas. Les brinda protección a través de los arreglos que se tienen con
los servidores públicos. Felipe trae regularmente droga consigo y es cus-
todiado por tres vehículos con personas fuertemente armadas. Los ve-
hículos que usa tienen placas sobrepuestas, entre los que se encuentran
una Liberty roja y una Nitro verde.
”Para que una tienda se establezca en Toluca y municipios circun-
vecinos se requiere que La Familia, a través de Felipe, lo autorice. Cual-
quier tiendita que no se reporte, la revientan y levantan al propietario.
Son muy peleadas y tienen buenas ganancias, al grado de poder pagar
una cuota semanal de veinticinco mil pesos. Esto lo sé porque fui el
encargado de recoger esas cuotas, juntando hasta un millón de pesos
por semana.
”Para identificar una tiendita de droga en Toluca y sus alrededores
es muy sencillo: regularmente se encuentran en locales comerciales en
los que se acondiciona un enrejado, o una ventanita, y se ponen cajas
de refresco para simular la venta de este producto. Tales condiciones
no se reproducen en una tienda lícita y normal.
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E RA L A FAMILIA
Durante sus diálogos telefónicos, Ahiezer consumió varios días por-
que, al parecer, creyó que podía convencer a los secuestradores, hasta
que descubrió horrorizado que en el nuevo ciclo de la delincuencia or-
ganizada que empezó con la consolidación y expansión de La Familia
Michoacana en el Estado de México nadie lo quería vivo y que lo ha-
bían atrapado con algunos secretos.
En una de las conversaciones transcritas e integradas a la averigua-
ción previa eso le quedó claro, como claro le quedó que había nuevos
jefes en la región.
“—Hablamos contigo y nos llega la información de que habían
pedido un millón de dólares por tu hermano y, además…
”—Pues la neta fue así. Y yo te digo una cosa, hablé con El Cura
y con Felipe. Sí, y ya, al chile, le(s) di una cantidad y me dijeron no, no
hay pedo. Ya mañana vemos el pedo. Me comunicaron al Clinton. No
sé quién sea, pero me comunicaron [a] un señor al que le dicen Clin-
ton. Entonces Clinton me dijo: ‘Ni madres, a la verga. No hay trato, no
quiero lío. No quiero nada’.
”Luego me habló El Cura… y me habló Felipe. Ajá, sí. Y te lo digo
en su cara de Felipe, que no se haga pendejo, me pidieron seiscientos mil
pesos, los mismos que les di y no me regresaron a mi hermano. Sí, en-
tonces… pues entonces aquí no sé ni qué pedo. La neta, ¿sabes qué?
Ellos me dijeron ‘No hay pedo, ya nada más va a pasar una semana car-
nal y yo te entrego a tu hermano’.
”Sí, eso me hicieron. Ellos me dijeron textualmente,. el Cura y Fe-
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Nadie tenía la certeza entonces de quién era Clinton, más tarde cono-
cido como Presidente Clinton, que en octubre de 2009 sería identificado
por su nombre de Abel Valadez Oribe, de treinta y cinco años de edad.
Pero todavía el martes 27 de octubre de ese año, capturado en la ca-
rretera de Zapotlanejo, Jalisco, cuando se dirigía al palenque de las
Fiestas de Octubre en Guadalajara a bordo de un automóvil con pla-
cas sobrepuestas, se veía como jefe de operaciones de La Familia Mi-
choacana en el Estado de México.
Ésa era una verdad a medias y una creencia errónea. La SIEDO
ya conocía muy bien la estructura de ese cártel en territorio mexi-
quense. En los primeros días de octubre de 2008, la captura de Fer-
nando Reyes Sánchez, conocido como El Cóndor, le dio acceso libre a
los secretos de esa organización que había llegado al Estado de Mé-
xico presionando y aniquilando a sus rivales a través de los munici-
pios sureños de Luvianos, Tejupilco e Ixtapan de la Sal, colindantes
con el estado de Michoacán, y de los de Tlatlaya, Sultepec, Zacual-
pan y Amatepec, vecinos del estado de Guerrero. O Villa Victoria.
Capturado el día 9 de ese mes a bordo de una camioneta Honda
Pilot blanca 2007, desde luego robada y con placas sobrepuestas, en
la que llevaba un sobre con algunos mensajes confidenciales y cifrados
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Ese año, La Familia tomó otra decisión: eliminar a algunos jefes de las
policías mexiquenses relacionados con Los Zetas y que se habían de-
dicado a reventar las tiendas de droga de la Plaza Toluca, que capos
michoacanos habían comprado en una extraña negociación por varios
millones de pesos a la delegación de la PGR.
El primer objetivo fue un policía pariente del gobernador Enrique
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15, y Pelón, que al cinto cargó con una pistola calibre nueve milímetros.
Y “como encargados de la logística iban Kalín, en una motocicleta Ka-
wasaki blanca, y Cañas, a bordo de un Corsa color vino”.
Estos últimos “no iban armados porque los encargados de la lo-
gística nunca llevan armas, únicamente se encargan de programar las
posibles entradas y salidas del lugar al cual acudamos para hacer más
fácil la llegada, así como la retirada, la fuga. Ubicado el domicilio par-
ticular del policía ministerial conocido como Nico, en la calle Gloria
Unidad Victoria en Toluca, llegamos aproximadamente a las ocho de
la noche del viernes 11 de julio”.
El comando se estacionó cerca del domicilio señalado por El Chá-
charas. Tenía tiempo suficiente para esperar. Y la espera fue larga. Las
luces del Interceptor negro de Nico anunciaron su llegada al filo de las
dos de la madrugada del sábado 12 de julio. “Supimos que era él al
observarlo después de haberse bajado del Interceptor, el cual estacio-
nó frente al domicilio que nos fue señalado. Al bajar Nico, circulé a baja
velocidad en la Ford Escape, con las luces apagadas, con dirección a él.
Atrás de mí circulaba el Jetta negro.
”A una distancia aproximada de treinta metros antes de llegar al
lugar donde estaba Nico parado debajo del Interceptor negro, de la
Ford Escape bajó Comandante Enero, llevando consigo su AK-47 cuerno
de chivo y Gris con su pistola calibre nueve milímetros. Avanzaron pie a
y, en enseguida y a distancia, abrieron fuego contra el cuerpo de Nico.
”Al mismo tiempo descendieron del Jetta negro, que iba de muro,
Garibay con su rifle de asalto AR-15 y Pelón llevando consigo una pis-
tola calibre nueve milímetros. También dispararon a distancia contra el
cuerpo del policía ministerial, a quien observé desde la Ford Escape
que conducía. El chofer del vehículo que va a ejecutar siempre se debe
quedar a bordo con el motor encendido para facilitar la fuga.”
Atacado por dos flancos, Nico hizo todavía el intento de abordar
el Interceptor. Pero no lo pudo hacer: “Comandante Enero, Soldado y
Gris, así como Garibay y Pelón, en todo momento dispararon sus ar-
mas hasta quitarle la vida”. El fuego duró unos tres minutos. Coman-
dante Enero regresó a la Ford y, de la parte de atrás, “sacó una cartu-
lina blanca con letras de las cuales no recuerdo el color, sin recordar
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el texto original pero recuerdo que decía que lo habían matado por
creerse Superman”.
El texto original que registró la PGJEM precisaba: “Con La Fa-
milia no se juega, vayan preparando el traje con el que se van a morir”.
Pero en realidad, de acuerdo con las declaraciones ministeriales de El
Cóndor, era un aviso de advertencia con nombres de otros funcionarios
como el comandante Cuitláhuac para que lo tomaran en cuenta y no
se siguieran oponiendo a la voluntad de La Familia Michoacana y trai-
cionaran a Los Zetas.
“Dicha cartulina fue elaborada por puño y letra del Comandante
Enero, cuatro días antes de la ejecución, en una casa de seguridad ubi-
cada en la colonia Lázaro Cárdenas en Metepec.” Y El Cóndor insistió
en la intervención de los verdugos de Nico: “Mi participación como
chofer de la camioneta Ford Escape fue quedarme a bordo de la mis-
ma con el motor encendido para facilitar la fuga, así como estar al pen-
diente en caso de ser necesario para prestar seguridad externa.
”Una primera ráfaga, cada uno con su arma, realizada por el Co-
mandante Enero, Soldado y Gris caminando a distancia y por la parte pos-
terior del Interceptor negro; una segunda ráfaga, a corta distancia,
Comandante Enero, por el lado del chofer del vehículo a la altura de la
puerta trasera; es decir, le tiró por la espalda a Nico; Soldado, con su
arma, por el lado del copiloto a la altura de la puerta delantera, y Gris,
en primer lugar por la parte frontal del vehículo del lado del chofer a
la altura del parabrisas y, en segundo lugar, por el mismo lado del
chofer a la altura de la puerta delantera. Garibay y Pelón dispararon una
sola ráfaga a distancia, por la parte trasera del Interceptor, a la altura
del medallón.”
En otras palabras, también dispararon por la espalda. Cinco gati-
lleros contra uno. Nico no tenía una oportunidad. Ya lo querían muer-
to. Después de ejecutarlo, “cada uno regresó a su auto asignado y po-
sición en que llegamos, retirándonos, y circulando en punta los
encargados de la logística: Kalín en su Kawasaki y Cañas en el Corsa co-
lor vino. Ellos nos señalaron la ruta de salida hasta llegar a una casa de
seguridad en la colonia Lázaro Cárdenas de Metepec, una vivienda de
dos pisos, con un zaguán viejo de dos hojas de madera rústica”.
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C OLOFÓN
Los principales socios, testigos y delincuentes que podían testificar
contra el prófugo ex delegado Manzur Ocaña, aportar datos precisos
sobre las cantidades que se recibía de los cárteles de la droga, la pira-
tería, las extorsiones o cobro de seguridad y otros delitos conexos del
fuero común y delincuencia organizada, además de cómo se levanta-
ba el narcoimperio mexiquense, están muertos. Poco a poco los han
eliminado.
Además de Ahiezer, Mizraím y Benítez Luna, fueron ejecutados
Milton Guerrero Cristóbal (jefe Regional de la AFI) y Pedro Felipe
Magaña Vázquez (titular del área de Control y Supervisión Operativa
de la AFI); Braulio Nicolás Hernández Zúñiga (agente de la PGJEM),
y Arturo Cuitláhuac Ortiz Lugo (primo de Peña). En 2009 también
desapareció el narcomenudista Jumar Maldonado Mondragón.
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